Por Carlos Valdés Martín
Perspectiva
Hay
libros que se leen, aunque sin leerlos textualmente; otros se comentan sin saber
lo que dicen; otros se citan, ignorando su contenido, y otros se usan de referencia,
distorsionando su sentido. A todas esas modalidades pertenece La raza cósmica, el libro clave en la trayectoria
intelectual de José Vasconcelos y memorable en la ensayística latinoamericana.
Aunque para soportar su lectura debe mantenerse la falta de foco original,
cuando un público encandilado lo
aceptó plenamente latinoamericanista y de vanguardia. ¿Cómo no desenfocar una
obra cuando su autor la presenta iluminada por sus “años de águila” como
educador colosal y después la continua entenebrecida por sus “años noctámbulos”
como líder fracasado?[1]
Tales contrastes del maestro Vasconcelos, junto con los tonos tragicómicos de
su vejez, siempre intrigarán a los intérpretes[2].
Existe
una atinada reseña de Rafael Lemus en la revista Letras libres[3],
que le da una justa medida a ese ensayo, mostrando sus despropósitos e
ironizando sus torpezas, aunque reconoce la grandeza del personaje con su
ambición panorámica. En siguiente se ahonda en La raza cósmica; pues ese texto posee trasfondos que revelan afanes
de enormes consecuencias para cualesquiera periodos[4]
y al autor se le sigue citando como una autoridad sobre la formación profunda
de México y hasta de América[5].
El obstáculo inicial
Advirtiendo
que hay opiniones de Vasconcelos que rayan en lo escandaloso o ridículo,
aligeremos el rigor intelectual para disfrutar lo que de evocador y metafórico
contiene La raza cósmica,
degustémoslo más cual otra “narración dramática” experimentada por un autor, a
quien hasta su autobiografía se suele clasificar de novela[6].
Asimismo, resulta inútil y hasta perjudicial para el rigor intelectual no
reírse de los desatinos textuales y las ligerezas que abundan en La raza cósmica.
Sería
fabular con rapidez y hasta descaro inocente, el asumir junto con Vasconcelos que
unos legendarios atlantes-hombre-rojos dominaron el mundo entero y, antes de
desaparecer, burilaron su sabiduría entera en una enorme esmeralda colombiana,
la legendaria Tabla Esmeralda, que en el Egipto faraónico leería Hermes
Trimegisto, personaje el también legendario[7].
Así, aflojemos un poco en cinturón y disfrutemos el viaje aunque se nos
aparezcan algunas quimeras y pterodáctilos fuera de lugar, unos nazis
disfrazados de arcabuceros, sacerdotes mendicantes camuflados de pendencieros,
rojos atlantes rodando por las praderas y otros prodigios selváticos
antediluvianos.
PRÓLOGO DE 1948
La raza: invasión de
lo pre-científico
En
el año 1948, el autor José Vasconcelos elaboró un Prólogo, donde comprueba que
no fue capaz de deshacerse del agua sucia estancada en la bañera del niño. Desde
el título hasta los más sutiles argumentos de ese ensayo están saturados por el
“problema de la raza” y las perspectivas equívocas que implican. Incluso a la
distancia, en su Prólogo posterior a
la 2ª Gran Guerra, el pensamiento de Vasconcelos sigue enredado en los dimes y
diretes del racismo, cuando pretende tomar distancia del nazismo y, al mismo
tiempo, deslindarse de Darwin. Primero, a las razas él se las tomó demasiado en serio, hasta convertirlas
en una teoría de conjuntos pictórica,
para dividirlas en 4 grandes contenedores (Blanco, Negro, Rojo y Amarillo) que alimentan
las paletas para todos los dibujos; son cuatro “Colores Primarios” de la raza
para dibujar todos los tonos, en un “pantone” definido casi matemáticamente. Bachelard
explica que existen conceptos que demuestran, desde el origen, su factura
previa al razonamiento científico y eso sucede con la “raza”[8].
Las turbulentas emociones que
subyacen a los términos de raza y mestizaje marcan el origen de esa dificultad.
Visto en detalle el concepto de “raza” debe ser desechado por cualquier
apreciación científica de la sociedad, pero su interpretación surge y se
mantiene desde el trasfondo espontáneo-inconsciente y, entonces, agrada en el
relato retórico[9].
No es casual que las nociones de razas se identifiquen con la sección más
superficial del cuerpo que es la piel coloreada, porque su percepción también es
la más superficial imaginable.
Exceder a Darwin
El
llamado “darwinismo social” comienza por malentender a Darwin, convirtiendo una
observación y predicción empírica del aspecto biológico, en una fantasía de la
“fuerza”. En su revisión, de 1948 Vasconcelos sigue excediendo a Darwin, pues atribuye
al naturalista demasiado pues afirma que lanzó “la doctrina darwinista de la
selección natural que salva a los aptos, condena a los débiles”[10],
la cual fue convertida en “spencerismo” (aunque esta afirmación sea inexacta al
atribuir a Spencer una sucesión y deuda principal con Darwin, más bien Spencer fue
un contemporáneo que era armónico más que un corolario de la selección natural
de las especies). Entonces Vasconcelos, explícitamente rechaza al darwinismo
social pero lo recupera, en el
sentido de tomar en serio a las razas, cual entes biológicos de separación originaria entre las razas,
muy reales y poco metafóricas. Es decir, rechazando un “darwinismo social”,
Vasconcelos hace su propia versión “darwinista”, por cuanto convierte la raza
en categoría humana fundamental;
mientras el siglo XX se inclinaba por las “clases sociales” o las “estructuras
sociales” como categorías fundamentales, él se inclinaba por las “razas” en
este ensayo. A final de cuentas esa es otra manera de exceder a Darwin.
La retrogradación
católica
A
modo de disculpa y polémica con suma de escudo y estilete, Vasconcelos se
reconcilia con el catolicismo y lo iguala con el liberalismo, “la necesidad de
abolir toda discriminación racial y de educar a todos los hombres en la
igualdad, lo que no es otra cosa que la vieja doctrina católica que afirmó la
actitud del indio para los sacramentos”[11].
La intelectualidad contemporánea tomó ese catolicismo de Vasconcelos a manera
de una broma, exceso polémico o desliz, pero el pensamiento del viejo maestro
o, más bien, su discurso envejecido se colocó en la trinchera de legitimidad
católica, sustituyendo las banderas de la Revolución Francesa por los
estandartes de Obispo de Lyon, para indicar que dará lo mismo comulgar en misa
que proclamar derechos universales, escondiendo las diferencias que el
sacramento católico en América era una obligación bajo pena de muerte y que
perseguía cualquier traza de libertad.
Con
desenfado, el envejecido Vasconcelos le atribuye al catolicismo y su
cristianización cualidades inexistentes, como endilgar a los asiáticos decadencia
por su falta de fe cristiana, pues su atraso “es atribuible a su aislamiento,
pero también, y sin duda, en primer término, al hecho de que no han sido
cristianizados”[12]
Lo cual tuerce y contraría las evidencias empíricas más sencillas, al comprobar
que el único gran pueblo evangelizado en oriente fue Filipinas, mientras el
Japón se mantuvo aislado y orgulloso de sus raíces no occidentales. Filipinas
se mantiene hundido en el atraso, con sus impresionantes procesiones de Semana
Santa, mientras Japón se consuela con los dilemas de la posmodernidad, la alta
tecnología y el enriquecimiento.
La homogeneidad y la
mezcla
El
maestro Vasconcelos asume que sí hubo y sigue habiendo alguna homogeneidad de
raza o hasta pureza, que tal aconteció en el principio de los tiempos, que se
ha complementado con su mezcla más virtuosa que deficiente. Todavía en el Prólogo de 1948 sigue oteando por etnias
originales, como en su referencia a Egipto, con su primer imperio, al que
descubre “Una raza bastante blanca y relativamente homogénea creó en torno de
Luxor un primer gran imperio floreciente”[13];
las acotaciones de “bastante” y “relativamente” son ficciones para favorecer su
argumentación, un valladar contra las críticas. Sorprende el cariz sicológico
que se desprende del párrafo siguiente: “Guerras y conquistas debilitaron aquel
imperio y lo pusieron a merced de la penetración negra”[14].
Esto nos conduce al término de que la cuestión de razas-categorías es una
modalidad de personificar a las
sociedades, de tal modo que delimitan cuerpos, que son separados o penetrados
por otros.
Desde
su tesis original, debe reconocerse, el ensayo La Raza Cósmica propugnó por el mestizaje como un valor y una
estrategia. En las tribus y las sociedades de castas, la mezcla familiar alcanzó
el nivel de mirilla de las estratificaciones y sistema para organizar la
existencia; comenzando con un sistema de parentescos y reglas para el
matrimonio, se extendió hacia el conjunto[15].
Si el “pensamiento salvaje” organizaba su existencia en base a un sistema de
mezclas-parentescos ¿no adviene un nuevo precepto de mezclas en cada horizonte[16]?
La pregunta es impertinente pues pretende respuesta sociológica, pero muestra
que existe pasión en ese análisis.
EL MESTIZAJE ORIGEN Y
OBJETO DEL CONTINENTE. LATINOS Y SAJONES. PROBABLE MISIÓN DE AMBAS RAZAS. LA
QUINTA RAZA O RAZA CÓSMICA.
PARTE I
Atrapado entre
Atlántida y la deriva continental
Basta
leer el primer párrafo de La raza cósmica
para comprender todas las limitaciones que aparecen entre sus líneas. Comienza
con la antigüedad geológica del continente americano, asunto indudable, para
adosar que la cultura de América equivale de tan antigua: “Y si la tierra es
antigua, también las trazas de vida y de cultura humana se remontan adonde no
alcanzan los cálculos.”[17]
Dejemos las críticas para después, pues
de inmediato Vasconcelos continúa el argumento: “Las ruinas arquitectónicas de
mayas, quechuas y toltecas legendarios son testimonio de vida civilizada
anterior a las más viejas fundaciones de los pueblos del Oriente y de Europa.”
Hasta donde hoy sabemos esa datación está por entero equivocada, la
civilización americana no es anterior a la de Oriente, al contrario, bastante
posterior. Cabría disculpar esa falta de información, por el relativo atraso en
la técnica de datación arqueológica, allá por 1925. En punto seguido, sigue el
argumento: “A medida que las investigaciones progresan, se afirma la hipótesis
de la Atlántida, como cuna de una civilización que hace millares de años
floreció en el continente desaparecido y en parte de lo que es hoy América.”
Aquí, a Atlántida la menciona como hipótesis, pero de inmediato, la liga con
más suposiciones legendarias: “El pensamiento de la Atlántida evoca el recuerdo
de sus antecedentes misteriosos. El continente hiperbóreo desaparecido, sin
dejar otras huellas que…” De inmediato, la leyenda se convierte en explicación,
pues “Explica mejor el proceso de los pueblos esta profunda hipótesis
legendaria que las elucubraciones de geólogos como Ameghino…” Entonces la
leyenda trasmuta en argumentos y además, “la versión de los Imperios étnicos de
la prehistoria se afirma extraordinariamente con la teoría de Wegener de la
traslación de los continentes”. En lo particular, la teoría de deriva
continental de Wegener resultó confirmada y explicada unas décadas después,
esto no implicaría darle pie a las hipótesis que sigue Vasconcelos, sobre
continentes-razas en su argumento: “Es entonces fácil suponer que en
determinada región de una masa continua se desarrollaba una raza que después de
progresar y decaer era sustituida por otra” El autor se refiere explícitamente
a las razas lemuriana y atlante, “Lo cual equivale a confirmar que el sitio de
la civilización lemuriana desapareció antes de que floreciera la Atlántida.”
Para un pensamiento riguroso, este largo párrafo inicial bastaría para demoler completo
y hasta los cimientos este ensayo de Vasconcelos, sin embargo el rigor no ha
prevalecido sino la evocación y la metáfora. ¿Un rector de la universidad
nacional y educador de generaciones latinoamericanas que se empantana entre
atlantes y continentes hundidos? La ironía contenida en tal desfachatez nos
encandila más y hasta contrabandea un sentimiento de superioridad. Lo
sorprendente es que Vasconcelos se haya tomado en serio tales especulaciones y
las integra en una gran panorámica, como se verá adelante.
Falsa teoría para
huir de los cacharros
José
Vasconcelos es astuto y, percibiendo su bache, nos plantea una apología con el
aserto de sus miras elevadas. Critica a la historia empírica que “enferma de
miopía, se pierde en el detalle”[18];
marca su desprecio por los arqueólogos, pues los vestigios son “la puerilidad
de la descripción de los utensilios y de los índices cefálicos y tantos otros
pormenores”. Sin importar fechas precisas, fuentes documentadas ni cacharros,
invita a un trueque de horizonte, al gran salto del espíritu hasta un “una
teoría vasta y comprensiva”, enfocada “en el conjunto de los sucesos para
descubrir en ellos una dirección, un ritmo y un propósito”. Como objeción, cabe
anotar que no es lo mismo “teoría” en el sentido coloquial y hasta irónico del
término que teorizar en sentido estricto; las ciencias procuran teorizar para
descubrir leyes generales, y éstas pretenden rigurosidad tal que se comprueban
en todos y cada uno de los hechos investigables. En cambio, Vasconcelos pretende
una teoría que no esté atada a los hechos comprobables, despreciando las
minucias de los arqueólogos —sobre todo, quienes le embarran en la cara que la
antigüedad que afirma sobre la civilización maya e inca es pueril fantasía—,
escapando de las cronologías de los historiadores que señalan su escala
antagónica con la datación de los continentes, pues las civilizaciones antiguas
se datan en miles de años y los continentes en millones de años. La supuesta
teoría que no está atada a hechos comprobables es más una ideología, una
literatura o un dogma de fe, ya sean separados o en una mezcla, la cual es más evidente
en el viejo Vasconcelos. Si abandonamos el término “teoría” en sentido estricto
y creemos en una composición estética, quedaremos más conformes, incluso con la
pretensión de un nuevo tipo de ensayo, más próximo al Zaratustra de Nietzsche que a la novelística usual[19].
Las plastilinas de
las razas
Cuando
no interesa tanto la real teorización (interesada por incluir todos los datos,
hasta los detalles de los cacharros) sirve al propósito relator de Vasconcelos
el tema de las razas, imaginadas como plásticos sujetos colectivos[20],
que nacen diferenciados y coloridos: rojos, negros, amarillos y blancos. Un
sistema de referencias que sería harto simpático si no estuviera “emparentado”
con el racismo realmente existente hasta 1925 o 1948. Además es un referente
bastante arcilloso para estirarse hasta un origen inmemorial en el principio y
un futuro pletórico en el final de los tiempos, mediante una emotiva misión. La
capacidad de estiramiento no se limita al tiempo, sino a todo espacio,
abarcando todos los continentes, incluso los hundidos e inexistentes. Cruzadas
las coordenadas de tiempo y espacio, luego aparece su capacidad de ductilidad,
para atribuirle la división en pueblos de cualquier plasticidad y la facultad
mimética, ya sea a modo de mezcla (ese término que tanto le agrada e intriga),
separación, confrontación o aislamiento. Una cualidad de tales plastilinas de
razas es que se dividen y diferencian para rellenar parcelas nacionales, que son
las que sí aparecen en el dato histórico. Las plastilinas de razas quedan como
trasfondo y, luego, la figura particular son los españoles (latinos) y los
ingleses (sajones), protagonistas efectivos del ensayo.
Los latinos que son
hispanos
En
principio, para este ensayo el nosotros colectivo se define latino-hispano[21],
entonces aceptable por las vertientes izquierdas y progresistas, aunque cuando
es más preciso, Vasconcelos dibuja el rostro colectivo en la modalidad de
hispano-americano, con un acento más adaptado a las vertientes del orden y el
catolicismo de derechas. En el nivel básico, la nación le resulta imprecisa,
cuando se refiere a una Latinoamérica posible. De hecho se queja de las
naciones como de un desgajamiento excesivo: “Los creadores de nuestro
nacionalismo fueron, sin saberlo, los mejores aliados del sajón, nuestro rival
en la posesión del continente.”[22]
Se lamenta la desunión entre las naciones latinoamericanas, suponiendo que
subsiste una efectiva unidad, algo que jamás había acontecido en la práctica,
pero ya resultaba un hecho en la mente de Vasconcelos. Buscando el efecto
escandaloso, designa a la bandera nacional un “humilde trapo”, para indicar que
las discordias nacionales latinoamericanas deberían sustituirse por un
conflicto mayor en contra de los sajones de Estados Unidos; además, anota
polémicamente, que ellos han sabido unirse en el momento del peligro.
Simultáneamente
a la crítica, Vasconcelos pretende robustecer el nacionalismo, sumándole el
pasado indígena y las glorias de España enfrentándose a Inglaterra con la
Armada Invencible y Trafalgar. Estas
últimas pretensiones parecen bastante inútiles y faltas de carácter, una
curiosa tendencia de arar en las aguas, para rescatar las raíces hispánicas que
se batían en retirada, ante el nuevo indigenismo americano. La admiración no es
obligada, un deber de amor no existe, pero eso nos propone sobre los audaces de
la Conquista, a quienes elogia al límite: “La obra portentosa iniciada por los
férreos conquistadores y consumada por los sabios y abnegados misioneros fue
quedando anulada”[23].
Sin embargo, esa “portentosa” Conquista quedó frustrada por la ligereza de una
manía, “La manía de imitar al Imperio romano”; es decir, una mala costumbre de
los gobernantes que dio al traste con la católica empresa.
El lugar de la nación
y México
En
gran medida, el Vasconcelos de 1925 acababa de fungir cual paladín del proceso
nacionalista de México, al encabezas la máxima casa de estudios, la UNAM, y
fundar la Secretaría de Educación para promover una gran cruzada contra el
analfabetismo, robustecimiento de la educación y promoción de una cultura
nacionalista. Por lo anterior, a él se le ha acreditado como líder en la
reconstrucción nacional, forjador del “nacionalismo cultural”[24],
prócer de la raza mexicana y otros atributos semejantes que se desprenden de su
periodo protagónico de 1921 a 1924. Es importante subrayar que sus amplias
contribuciones a un despertar y explosión de un nacionalismo oficial y popular
en México marcaron un periodo, pero no fueron diseñadas bajo la óptica de un
nacionalismo puro, sino ligado a otras perspectivas que luego muestra en su ensayo.
De modo ecléctico, Vasconcelos era capaz de integrar tendencias opuestas,
mientras abonaran en favor de la cultura y la educación[25].
La amplia reivindicación del pasado indígena y su contraposición con los
reparos ante las “taras” de la raza roja posee una distancia que no recibiría
contragolpes en ese periodo, sino después. Ese eclecticismo es pragmático y le
permitía moverse con desenvoltura, atrayendo fuerzas contrapuestas a colaborar
en la reivindicación cultural del país.
En
ese periodo sí integraba las diversas tendencias, para confluir en un
nacionalismo cultural que le dio enormes resultados prácticos. Sin embargo, el
modo en que levantó su proyección de nación estaba ligada a importantes líneas
de fuga, pues asumía un “más allá” de la patria mexicana. En especial, existían
las conexiones hacia los demás países latinoamericanos con el ensueño
integrador, desde años antes ya estaba presente la visión de una raza
continental y además la línea de fuga del espíritu. Tras el modelo de la nación
mexicana integrándose aparecía el panorama
de la raza hispano-indígena también cohesionándose; que en La raza cósmica deja en claro que le parece una etapa necesaria
hacia el bien superior. Ahora bien, en él esa realidad supra-nacional no
resulta perfectamente definida en su naturaleza, pues unas veces la estima un
imperio, otras una federación de naciones, otras una república espontánea,
otras una civilización sin unidad política, etc[26].
Como sea, este ensayo fue la declaración que bordeaba su visión de nación, por
más que tal juego de “muñecas matrioskas” se preste a equívocos.
Los otros latinos
En
esta óptica de estratega vacacionando, Vasconcelos nos indica que los otros
latinos “deberían de” ser aliados de los hispanos, pero no lo han sido. Merece
sesudos análisis Napoleón, quien no se preocupó por el posterior destino de las
colonias hispánicas cuando desgajó a la Luisiana en favor de los “verdaderos
enemigos”. En ese tono plantea varios lamentos sobre lo que no sucedió y que la
aventura napoleónica terminó fortaleciendo a los EEUU. Sus afirmaciones, de
nuevo, las conduce al extremo y no son para tomarse en serio, pues los
historiadores no lo permitirían: “Sin Napoleón no existirían los Estados Unidos
como imperio mundial, y la Luisiana, todavía francesa, tendría que ser parte de
la Confederación Latinoamericana”[27],
que es bien sabido no existe.
El enemigo: sajones
El
perfil del rival y hasta enemigo de “nuestra” raza son los sajones blancos,
prodigio de éxito pragmático y forjadores de dos imperios clave: el inglés y
norteamericano. Para Vasconcelos la medida del éxito político son los imperios,
que han dominado los siglos pretéritos y los observa enseñoreados de su
presente. El triunfo, lo explica en base a una línea desde los continentes y
las leyes metafísicas de la sucesión de las razas, siendo la cuarta la derivada
de los legendarios continentes, que pasando desde Grecia ha modelado Europa
para recrearse en la Norteamérica del éxito. No son los carriles de la historia
ni de la producción, ni las casualidades de la civilización, sino resultado del
color de una plastilina a lo que Vasconcelos le atribuye la causa de tal triunfo
de los blancos. Estima que tales razas blancas poseen una misión que han
cumplido con el despliegue de la industrialización, el maquinismo, el
capitalismo o como se le quiera llamar. Para el malicioso, ese argumento revive
las viejas heridas de muchos orgullos ante el éxito de Norteamérica. Bastarían
unas líneas para remitirse a la guerra de 1847 y la experiencia personal del
niño Vasconcelos habitando en un puesto fronterizo atendido por su padre[28].
Por otro lado, sí la Norteamérica del siglo XX se revela como la potencia
dominante, sin embargo, cabría argumentar que Vasconcelos la mira cual imperio
antiguo, mera expansión territorial y aspiración de dominación dura y ruda,
extensión de la “política de las cañoneras”, cuando una mirada más amplia
enseña otras complejidades en el término imperio[29].
Humanidad para otro
día
Tampoco
se imagine que Vasconcelos ignora que haya humanidad, empero la estima un
interés retórico y poco práctico. Pondera que esa bandera es engañosa y permite
la victoria del más fuerte, que en ese entonces son los sajones. Pone el
ejemplo de “Rusia”, la cual ha postergado su bandera de internacionalismo (la
ideológica, afamada del marxismo) para evitar su desintegración nacional y se
contenta con apoyar a naciones oprimidas como Egipto. “Es claro que el corazón
sólo se conforma con un internacionalismo cabal; pero en las actuales
circunstancias del mundo, el internacionalismo sólo serviría para acabar de
consumar el triunfo de las naciones más fuertes”[30]
En el extremo estima a la humanidad como un ideal inalcanzable, en lo concreto
mira a las naciones empequeñecidas en sus afanes; el eslabón intermedio pero
elevado, lo valora en la raza. Para él, la raza es lo de hoy, la mediación
concreta a la estamos obligados a aferrarnos… pero ¡recórcholis! La raza
comenzó siendo una hipótesis surgida de continentes perdidos, amalgama de
cuatro colores básicos, leyenda de atlantes… Y unas páginas después para los
pueblos de América, Vasconcelos la recomienda cual política realista, pero eso es devaneo.
La latinización y
“españolización” del indio
De
modo tajante, para el indígena no hay camino de retorno; Vasconcelos rechaza el
regreso directo hacia las raíces autóctonas; en cambio propone avanzar por la
vía marcada por la raza blanca que es la modernización. Estas afirmaciones
suenan un tanto encontradas con otras partes del legado que descuella por su
reivindicación del indígena; sobre el tema cabría una amplia polémica sobre
cuál es el más típico vasconcelismo: si el arrebatado reivindicador de
Quetzalcóatl o el nostálgico de Hernán Cortés. Repetidamente se ha horrorizado
con los caníbales y bárbaros, adoradores de Huitzilopochtli que doblegaron a
los pacíficos de Quetzalcóatl, con quienes él se identificó en ocasiones. Sincero
luce su elogio sobre las culturas ancestrales de América, como entusiasta su
condena al atraso y callejón sin salida.
El mestizaje en
América
Estima
que el sajón no se mezcla, sino que extermina, mientras el español obra en
sentido opuesto. “La colonización española creó mestizaje; esto señala su
carácter, fija su responsabilidad y define su porvenir.”[31]
Ese mestizaje lo estima Vasconcelos más que una ocurrencia o un acontecimiento
fáctico, lo estima un asunto de predestinación y amor universal, refiriéndose a
Indoamérica “allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la
superación de todas las estirpes”[32].
Ese resultado también será un triunfo y no cualquiera, sino la unificación
final de la humanidad. El desenlace será altísimo, las premisas también
prefiguradas desde la Independencia, “se advierten, sin embargo, vislumbres de
ese afán de universalidad que ya anuncia el deseo de fundir lo humano en
un tipo universal y sintético”[33]
A eso traduce Vasconcelos las consignas de abolición del esclavismo y la
igualdad de derechos en las repúblicas nacientes: un deseo de mezcla hacia la
unificación; sin duda, hay audacia psíquica en tal interpretación plena de
conexiones. Para comprender esa hambre de fusiones, habrá que poseer un sentido
estético de enorme amplitud, capaz de cuestionar el recato de las señoritas
sajonas de San Francisco, que no comprenden la belleza de los oficiales marinos
japoneses[34].
Sin duda, las expresiones de Vasconcelos poseen un cariz tan explícitamente
sexual que provocarían la intriga de un psicólogo a lo Reich[35]. El mestizaje en cuanto proceso, lo estima el
autor, a modo de caos[36]
y una etapa con dolores y deleites mezclados.
Dos melodías
contrarias
El
aspecto deleitable de Vasconcelos regresa cuando aborda la música. La
trayectoria de los sajones de Norteamérica suena “como un ininterrumpido y
vigoroso allegro de marcha triunfal”[37]
Así de simple: la belleza sonora del brío ascendente, los marcapasos nítidos de
una gloria orquestal, con un tema principal acompañado por un coro de
instrumentos. La contraparte musical de Latinoamérica ofrece una belleza más
profunda y compleja, donde me permito transcribir el largo pasaje: “Semejan el
profundo scherzo de una sinfonía
infinita y honda: voces que traen acentos de la Atlántida; abismos contenidos
en la pupila del hombre rojo, que supo tanto, hace tantos miles de años, y
ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote
maya, de aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro del bosque, desde
hace tantos siglos que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve esta quietud de
infinito con la gota que en nuestra sangre pone el negro, ávido de dicha
sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas lujurias. Asoma también el mogol con
el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira conforme a un ángulo
extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas. Interviene
asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se
revelan estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los
días de la cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la
enfermiza sensualidad musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea
tenerlo todo?”[38]
La música sí es capaz de abarcarlo todo, en su armonía contradictoria y no
requiere de más explicación. Después de una metáfora melódica tan inmensa, no
queda sino sentir la enormidad que persigue y anhela Vasconcelos: “Tantos que
han venido y otros más que vendrán, y así se nos ha de ir haciendo un corazón
sensible y ancho que todo lo abarca y contiene, y se conmueve; pero henchido de
vigor, impone leyes nuevas al mundo. Y presentimos como otra cabeza, que
dispondrá de todos los ángulos, para cumplir el prodigio de superar a la
esfera.”[39]
PARTE II
Frigorífico futurista
Vasconcelos
asocia el ascenso de la raza blanca al frío que doblegaron, situación que
motivó la combustión y de ella la máquina; así, la entera industrialización
resultó dependiente del combate a las heladas[40].
La relocalización la hace depender del inminente control del calor (nodriza de
las alimañas y las fiebres tropicales), lo cual está implícito en el sistema de
aire acondicionado, el cual pareciera desconocer entre 1925 y 1948[41],
porque lo plantea como condición sine qua
non para, en el glorioso futuro, colonizar el maravilloso Amazonas.
Para
esta perspectiva de Vasconcelos, la mera ubicación en las regiones calientes
implicará una evolución completa de la civilización; pues la Quinta Raza será
de otro talante, acompañada de otra ética y estética. De nuevo la geografía es
la cómplice pues, si al comienzo de la explicación nos remitía a etapas
ancestrales con los millones de años de las edades geológicas, en esta mitad
viaja hasta la cintura cósmica del ecuador. ¿Cómo deshacerse del prejuicio
asociado con las regiones calientes signadas como calderos de esclavitud y
malaria? La respuesta casi naif: agregando los frigoríficos que proporcionan
los habitantes nórdicos. Adicional la tecnología del frigorífico a la selva
ardiente, luego surgirá el dechado de virtudes civilizatorias.
Cálido para el
intercambio de fluidos
Dando
importancia crucial al ambiente cálido de los continentes tropicales, el motivo
proviene de un invernadero adecuado al intercambio voluntario de pasiones, las
cuales siguen siendo cuestión de pieles. “Si no queremos excluir ni a las razas
que pudieran ser consideradas como inferiores, mucho menos cuerdo seria apartar
de nuestra empresa a una raza llena de empuje y de firmes virtudes sociales.”[42]
Debido a que antes tomamos nota de las disculpas del maestro Vasconcelos sobre
sus intenciones incluyentes, en esta parte se refuerzan sus cortesías para que
ninguna raza sea ofendida, pues justiprecia a los negros pero tampoco odia a
los vilipendiados blancos, a quienes también casi con tono erótico los felicita
por aportar “firmes virtudes sociales”.
PARTE III
Los tres estado
sociales
La
tercera época en los estados sociales, Vasconcelos la rige por la Ley del Gusto
y la llama periodo espiritual o estético. Siguiendo la tendencia de los grandes
panoramas sociológicos se obliga a predecir un cambio en las grandes etapas de
la humanidad. “Los tres estados que esta ley señala son: el material o
guerrero, el intelectual o político y el espiritual o estético.”[43]
Eso de la sucesión de etapas tampoco es una novedad, incluso varias mitologías
inventaron su procesión de humanidades por gradación de los metales, en las
versiones de Hesíodo que viene decayendo del oro a la plata y el bronce.[44]
En la mitología se ha creído en temporalidades decadentes, a veces, pero
también es viable levantarse en el optimismo. Augusto Comte fue un optimista de
los tres estados evolucionando del religioso al metafísico, para arribar al
positivo o científico; donde la regla correspondería con las creencias
optimistas de la Ilustración. Por su parte, Karl Marx propone una periodización
famosa por intentar una base científica, al sustentar los estadios sobre la
producción, clasificando en base a las relaciones de producción dominantes:
comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y el previsto
socialismo, primera fase del comunismo. Las fases propuestas por Vasconcelos no
alegan poseer una lógica de desarrollo, sino una eclosión del gozo y el
espíritu, que en ese periodo los estima hermanados; es decir, la periodización
de un autor tan notable por su retórica y logros prácticos, pero lastrado por
su desprecio hacia los hechos y los razonamientos estrictos.
Tercer periodo con Ley
del Gusto y neo-romanticismo
Más
que interesarle la concatenación de calendarios, a Vasconcelos le ocupa
deslumbrarnos con su perspectiva de un nuevo horizonte. Si nos remontamos al
romanticismo recordamos la apreciación suprema del sentimiento contra la razón,
que aquí con Vasconcelos se levanta hasta los cielos cuando dice: “Las normas
las dará la facultad suprema, la fantasía; es decir, se vivirá sin norma, en un
estado en que todo cuanto nace del sentimiento es un acierto. En vez de reglas,
inspiración constante.”[45]
El romanticismo clásico tuvo su cuna en Europa; movimiento del arte proclamado
por los artistas de la poesía y otras almas sensibles, representó un anhelo para
que los sentimientos abrieran la senda de lo auténtico y exigiesen una “ley del
corazón” como nueva regla de existencia. En principio, ese romanticismo no fue
rosa, como se entiende después el término, sino complejo y agreste,
considerando la paleta completa de los colores del corazón, siendo fuente de la
oscuridad gótica y el relato del terror tanto como de los enamoramientos floridos
y los heroísmos del mediodía. Por su parte, Vasconcelos da un giro naif a ese
romanticismo y promete que hasta la fantasía será la regidora directa de la
existencia. “Hacer nuestro antojo, no nuestro deber; seguir el sendero del gusto,
no el del apetito ni el del silogismo; vivir el júbilo fundado en amor, ésa es
la tercera etapa.”[46]
Sin embargo, viso con atención su gusto hasta de fantasía encuentra un dique enorme
en “el sendero del gusto, no el del apetito”, “se depuran y superan los
apetitos bajos”… en fin, la carnalidad le resulta problemática, la crudeza del
sexo pareciera repugnarle y pretende dar un salto directo hasta la belleza
sublime, la pasión sin cuerpo y la divinidad del espíritu estético. En otros
términos, regresa la represión contra
lo corpóreo para buscar un infinito de belleza sublimada, aunque demasiado
etérea marcaría una recaída, según afirmaría algún psico-sociólogo[47].
Intenta precisar Vasconcelos cuál es la ley del tercer periodo, más adelante
afirma que es una “la ley de simpatía, refinada por el sentido de la
belleza”[48],
sin embargo, la afinidad es un principio arbitrario nunca una ley en sentido
estricto.
Condena a los feos
En
ese tercer estado bajo la Ley del Gusto, aunque usted no lo crea, el mal lo
encarnan los feos. En efecto, Vasconcelos dedica largos párrafos a despreciar
la fealdad y a regocijarse en un futuro donde esté en vías de extinción. “En
cambio, es repugnante mirar esas parejas de casados que salen a diario de los
juzgados o los templos, feas en una proporción, más o menos, del noventa por
ciento de los contrayentes. El mundo está así lleno de fealdad a causa de
nuestros vicios, nuestros prejuicios y nuestra miseria.”[49]
Pero que ninguno se ofenda al sospecharse incluido en ese feo porcentaje que
José Vasconcelos tampoco era galán. En su visión novedosa, suspira para que en
el futuro utópico los feos pierdan la gana de reproducirse y que, por alguna astucia
“mendeleviana” del intercambio entre razas, los feos desaparezcan de la faz de
la tierra. Ese es el fondo cómico de su peculiar eugenesia: extirpar a
Cuasimodo.
Cachondear entre
razas
Según
que el fin justifica los medios, el acabar con la fealdad justifica
sobradamente el intercambio sexual entre interracial, para lo cual Vasconcelos
bombardea sus tesis de eugenesia sui
géneris, una estética que favorezca el intercambio de genes entre los más
bellos de todas las etnias. Dice “Actualmente (…) vemos con profundo horror el
casamiento de una negra con un blanco; no sentiríamos repugnancia alguna si se
tratara del enlace de un Apolo negro con una Venus rubia, lo que prueba que
todo lo santifica la belleza”[50]
El imaginar bellezas fluidas y el saltar fronteras proporciona donaire al
discurso; el horror supuesto lo convierte en grácil tálamo. Destaca que la
belleza levanta el santo y seña con el pase franco para los intercambios, bajo
la justificación de que detonará la utopía.
Superioridad de los
mestizos
Casi
para terminar Vasconcelos argumentó la superioridad de los pueblos mestizos, considerando que las grandes
cunas de las civilizaciones han sido fruto de uniones de etnias y de pueblos,
para lo cual cita a Grecia, Roma, Alejandría e India. No le preocupa la
demostración exacta de sus afirmaciones. Busca algunas motivaciones biológicas
apelando a Mendel[51]
y a los injertos para explicar esa tesis tan básica para él. “Tal vez se
explica esta ventaja por efecto de un mendelismo espiritual benéfico, a causa
de una combinación de elementos contrarios”[52]
Ante la ideología del
racismo blanco
Dedica
su defensa a cuestionar el racismo inglés (que todavía en 1925 no conocía racismo
al fascista alemán, pero en 1948 finge desconocerlo) contra el negro, rebatiendo
su falsa suposición al los británicos extender los argumentos de una zoología
de animales domésticos, al tema de colonos blancos que se pretenden superiores
a los nativos oscuros. Incluso remite tal disparate del racismo blanco a una
justificación para la expansión territorial, cuando indica: “Todo imperialismo
necesita de una filosofía que lo justifique (…) Los británicos predican la selección natural”
y “La misma ciencia oficial es en cada época un reflejo de esa soberbia de la
raza dominante.”[53] Anotemos
que tras las tragedias de la Primera Guerra Mundial, el término y las
explicaciones sobre el imperialismo resultaban muy en boga, siendo cuestionado
por izquierdas y derechas, como un lastre oprobioso que conducía al conflicto
bélico[54].
El embate polémico de este párrafo es diáfano: contra el racismo anglosajón tachado
cual una expresión del imperialismo (que oprime a Hispanoamérica y su calidez),
por tanto lo descarta por sus motivos y sus efectos.
Hacia otra filosofía,
ciencia, civilización
Vasconcelos,
una vez denunciado al racismo imperialista, propugna por la creación de una
“filosofía de la raza” antes oprimida y los objetivos resultan nobles: “se hace
necesario reconstituir nuestra ideología y organizar conforme a una nueva
doctrina étnica toda nuestra vida continental. Comencemos entonces haciendo
vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás
lograremos redimir la materia.” [55]
Aunque si se lee con cuidado no habla de filosofía en un sentido académico de
un corpus teórico del ser, sino en el sentido de una visión del mundo, una
ideología que cimiente a una nueva civilización. “Cada raza que se levanta
necesita constituir su propia filosofía, el deus
ex machina.”[56]
Es evidente que a ese nivel intelectual, la tentativa de Vasconcelos produjo un
rotundo fracaso; en cambio, sí fue un humus de alimentación y entusiasmo para
sus contemporáneos.
Universalidad
fraternal del amor
Pugna
por amplificar el mensaje del amor que encuentra en el universalismo y el
cristianismo. Rechaza que esté pugnado por una raza superior diferente: “Nosotros no sostenemos que
somos ni que llegaremos a ser la primera raza del mundo, la más ilustrada, la
más fuerte y la más hermosa“[57]
No es la superioridad de un nosotros presente o futuro, sino la aspiración hacia
algo mejor que es el mensaje del amor, pues hay que convertirse en “gentiles”
para “ofrecer hogar y fraternidad a todos los hombres”[58],
siguiendo el ejemplo cuando “El cristianismo predicó el amor como base de las
relaciones humanas”.
De
alguna misteriosa manera, Vasconcelos estima que el amor rige hasta los
procesos naturales y que las afinidades dominan por doquier; por tanto la tarea
próxima recomienda la integración bajo la estrella del amor; siente el choque
de fuerzas “en el centro del malström
universal”, con un motor que afirma bajo la ley de amor, convertida en Ley del
Gusto. Claro que esta fantasía adquiere nuevos matices de “potencia creadora de
júbilo”, “emoción de belleza”, “amor tan acendrado”, “fina sensibilidad
estética”, “impregnado de esteticismo cristiano”, “halo alrededor de todo”[59],
etc.
Programa por hacerse
Dichas
tantas cuestiones, el autor redondea indicando que lo suyo es un programa de
futuro, una espiración que corresponde a los pueblos iberoamericanos, por todas
las ventajas que ha indicado antes. Asume que propone una tarea difícil, pues reconoce
que hasta los pueblos individuales están en discordia, más difícil parece crear
la concordia entre los distintos; falta un ingrediente “tenemos todos los
pueblos y todas las aptitudes, y sólo hace falta que el amor verdadero organice
y ponga en marcha la ley de la Historia.”[60].
Una experiencia
personal y estética
Para
cerrar el cuerpo del ensayo, José Vasconcelos retorna la mirada hacia sus días
de Secretario de Educación en México, cuando ordenó modificaciones a la sede de
la Secretaría y algunas quedaron pendientes. “Para expresar todas estas ideas
que hoy procuro exponer en rápida síntesis, hace algunos años, cuando todavía
no se hallaban bien definidas, procuré darles signos en el nuevo Palacio de la
Educación Pública de México. (…) En los tableros de los cuatro ángulos del
patio anterior hice labrar alegorías de España, de México, Grecia y la India,
las cuatro civilizaciones particulares que más tienen que contribuir a la
formación de la América Latina.”[61]
Lo anterior se refiere a los murales célebres de Diego Rivera, el patriarca del
muralismo mexicano; lo que sigue se quedó en idea, por lo que está abierto a la
especulación: “En seguida, debajo de estas cuatro alegorías, debieron
levantarse cuatro grandes estatuas de piedra de las cuatro grandes razas
contemporáneas: la Blanca, la Roja, la Negra y la Amarilla, para indicar que la
América es hogar de todas, y de todas necesita. Finalmente, en el centro debía
erigirse un monumento que en alguna forma simbolizara la ley de los tres
estados: el material, el intelectual y el estético.”[62] Con esto, Vasconcelos expone que en ciernes
esas obras reales y las otras solo planeadas, eran el anuncio de lo mismo que
aquí expone, y cierra el texto anotando: “Todo para indicar que, mediante el
ejercicio de la triple ley, llegaremos en América, antes que en parte alguna
del globo, a la creación de una raza hecha con el tesoro de todas las
anteriores, la raza final, la raza cósmica.”[63]
VI EPÍLOGO
Cuando
escribió este ensayo Vasconcelos alcanzaba la cúspide de su fama pública, así
que el texto fue leído con anteojos de benevolencia, sin prestar atención a las
aporías y disonancias. La luz de sus acciones no permitía ver la oscuridad de
sus razonamientos, su público permanecía encandilado.
El aspecto motivacional del ensayo fue bien recibido, pues promovía las
expansiones latinoamericanistas; aunque su argumentación de fondo encontró
serias dificultades para encajar con las realidades concretas, aunque bajo una
óptica anti-colonialistas sus tesis mantenían armonía. En pocos años las peripecias
y desventuras personales de Vasconcelos dejaron a este escrito bajo la sombra[64].
Los últimos años del autor, ensombrecidos por sus cariños hacia el catolicismo reaccionario
y coqueteos con el fascismo racista y paranoico, obligaron a no tomarlo con seriedad.
Después de ese desatino biográfico, el escrito todavía mantendría alguna
consonancia con el tercermundismo y las aspiraciones estéticas, ya que el arte
no se ocupa suficiente por la corrección teórica de los promotores. Asimismo,
este ensayo se mantiene en el recuerdo público como una de las obras que
marcaron linderos para el nacionalismo, anti-colonialismo, racismo, esteticismo
y latinoamericanismo del principio del siglo XX, especificando que aquí “lindero”
no implica un término elogioso sino llana descripción de fronteras alcanzadas
por la retórica del tema.
Para un rescate más generoso cabe preguntarse qué permanecerá de tal ensayo. Conforme se derriba la soberbia y las ilusiones encerradas, queda la generosidad de miras, disfrazada por plásticas imágenes y símbolos. Una cierta simplificación estética de la naturaleza no es ajena a las ciencias, siempre y cuando nos mantengamos en el terreno de los hechos. Si nos desembarazamos de los colores de razas y miramos la unidad de la vida, también quedan unos cuantos elementos esenciales de la biología (Hidrógeno, Oxígeno, Carbono y Nitrógeno); de la mano vienen los ácidos nucleicos para la genética con cuatro letras: la adenina (A), la citosina (C), la guanina (G) y la timina (T). Si nos desembarazamos de cualquier ánimo racista, seguir refiriéndose a la humanidad entera como una “Raza cósmica” mantiene una agradable plasticidad y una evocación estética. El aspecto de lo “cósmico” no ha caído bajo ninguna crítica, conforme cualquier mirada nocturna se mantiene enamorada de las estrellas y siente una armonía con la lejanía imaginable. Si mantenemos el sentido filosófico que le proporcionaron los antiguos griegos al término cósmico, con sus pretensiones positivas, concluiremos que la “Raza cósmica” es un lema plástico que corresponde con los anhelos persistentes en los corazones y las mentes. Algunos fragmentos inspirados se recordarán más para refrescar el ánimo y la eufonía de sus palabras, al final de la jornada, entrega una briza de belleza sobre el complejo panorama, donde el mar de los razonamientos sigue siendo una región inexplorada.
Para un rescate más generoso cabe preguntarse qué permanecerá de tal ensayo. Conforme se derriba la soberbia y las ilusiones encerradas, queda la generosidad de miras, disfrazada por plásticas imágenes y símbolos. Una cierta simplificación estética de la naturaleza no es ajena a las ciencias, siempre y cuando nos mantengamos en el terreno de los hechos. Si nos desembarazamos de los colores de razas y miramos la unidad de la vida, también quedan unos cuantos elementos esenciales de la biología (Hidrógeno, Oxígeno, Carbono y Nitrógeno); de la mano vienen los ácidos nucleicos para la genética con cuatro letras: la adenina (A), la citosina (C), la guanina (G) y la timina (T). Si nos desembarazamos de cualquier ánimo racista, seguir refiriéndose a la humanidad entera como una “Raza cósmica” mantiene una agradable plasticidad y una evocación estética. El aspecto de lo “cósmico” no ha caído bajo ninguna crítica, conforme cualquier mirada nocturna se mantiene enamorada de las estrellas y siente una armonía con la lejanía imaginable. Si mantenemos el sentido filosófico que le proporcionaron los antiguos griegos al término cósmico, con sus pretensiones positivas, concluiremos que la “Raza cósmica” es un lema plástico que corresponde con los anhelos persistentes en los corazones y las mentes. Algunos fragmentos inspirados se recordarán más para refrescar el ánimo y la eufonía de sus palabras, al final de la jornada, entrega una briza de belleza sobre el complejo panorama, donde el mar de los razonamientos sigue siendo una región inexplorada.
NOTAS:
[1] La más intensa explicación sobe la
dualidad está en Sergio Pitol, “Liminar:
Ulises criollo”, en Claude Fell (ed.), Ulises
criollo. José Vasconcelos: edición crítica, Universidad de Costarrica,
Madrid, 2000. También, es muy clara esa dualidad en José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos.
[2] Es memorable esta metralla de
amargura contra México, cuando Vasconcelos se ve a sí mismo aislado: “Me siento
como aquél que se encontrase de pronto en una sociedad de rateros, en un antro
del bajo mundo, entre invertidos y apaches, y se oyese compadecer porque no
comparte tales perversiones” Entrevista de Emanuel Carballo citada por Claude
Fell, en “Introducción del coordinador”, Ulises
criollo. José Vasconcelos: edición crítica, Universidad de Costarrica,
Madrid, 2000.
[3] Revista Letras libres, marzo 2010,
http://www.letraslibres.com/revista/convivio/iii-la-raza-cosmica. Merece elogio
ese enfoque de Lemus, aunque no le interesó ahondar en el texto.
[4] Claro que los dos temas directos de
fondo, según las expectativas de Vasconcelos son la cuestión estricta de las
etnias (antes creídas razas) y el efecto de las naciones, en su horizonte
trascendido.
[5]
Por ejemplo, el excelente
relato periodístico, de Riding, lo cita “somos indígenas de cuerpo y alma: El
idioma y la civilización son españoles” en RIDING, Alan, Vecinos distantes, p. 243.
[6] “Ulises criollo aparece
normalmente incluido en las recopilaciones de la novela de la Revolución”
Sergio Pitol, “Liminar: Ulises criollo”, en Claude Fell (ed.), Ulises criollo. José Vasconcelos: edición
crítica. En su ensayo, Vasconcelos niega explícitamente ser novelista, pues
sabe que puede ser tachado en tal sentido, “Ensayemos, pues, explicaciones, no
con fantasía de novelista, pero sí con una intuición…” p. 7.
[7] “El misterio de los hombres rojos
que después de dominar el mundo, hicieron grabar los preceptos de su sabiduría
en la tabla de Esmeralda, alguna maravillosa esmeralda colombiana, que a la
hora de las conmociones telúricas fue llevada al Egipto, donde Hermes y sus
adeptos conocieron y transmitieron sus secretos.” a VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 6.
[8] BACHELARD, Gastón, La formación del espíritu científico.
[9] Por ejemplo, como retórica el lema
de la UNAM funciona muy bien; es “por mi raza hablará el espíritu” y enlaza al
águila con el cóndor con un mapa latinoamericano. A nivel retórico funciona muy
bien ahí “raza”, pero las argumentaciones más precisas llevan a la divagación,
como se verá adelante.
[10] “Prólogo” a La raza cósmica, P. 2. Plantea una acertada refutación lógica a una
tesis fundamental “la lucha y el triunfo del apto, sin otro criterio para
juzgar la aptitud que la curiosa petición
de principio contenida en la misma tesis, puesto que el apto es el que
triunfa, y sólo triunfa el apto.” P. 30
[11] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 2. Preguntemos ¿La
misma cosa un sacramento obligatorio que una constitución liberal? Respondamos
que ni en sueños de opio han sido lo mismo.
[12] VASCONCELOS, José, op. cit., P. 4.
[13] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 3. La pureza empuja
hacia una referencia mítica, en este caso se modera hasta la primera
civilización, pero el texto se desplaza sin pena hacia las razas míticas de
Atlantes y Lémures, es decir, hacia la fantasía descarnada.
[14] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 3. Habría que añadir
que al envejecer, Vasconcelos también denostó a los indígenas, a los cuales
atacó por ser manifestación de lo peor en muchos sentidos, violentando su tesis
central de una mezcla universal de razas.
[15] Levi-Strauss, Claude, El pensamiento salvaje. En esta línea
nos lleva hacia la idea de estructuras, más generales y sin un matiz sexual,
marcando el paso del parentesco carnal hacia un sistema de referencias más
abstracto, reglamentado desde las tribus.
[16] En otros términos, varios
investigadores han sostenido que la exogamia es un principio regulador desde
tiempos inmemoriales, que signa la condena al incesto, al tiempo que obliga a
que los individuos salgan de círculo interior de sus familias o tribus. Cf.
Engels, Friedrich, El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado.
[17] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 5. Cabe preguntar
¿No alcanzan los cálculos para investigar a las primeras civilizaciones? Claro
que alcanzan, pero el cálculo exacto no conviene al argumento retórico de
Vasconcelos. ¿La cultura comparte la escala del tiempo de los continentes? Para
nada, los continentes se datan en muchos millones de años, mientras las
culturas en miles de años. La diferencia de escala es portentosa y no existe
coincidencia entre periodización de continentes y la de civilizaciones.
[18] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 6.
[19] En su correspondencia, Vasconcelos
le comenta a Alfonso Reyes que busca un género nuevo, guiado como la sinfonía
musical más por la estética que por el silogismo, citada por Claude Fell, en
“Introducción del coordinador”, Ulises
criollo. José Vasconcelos: edición crítica.
[20] En su útil variedad de sentidos y
su función estratégica del pensamiento político, en Vasconcelos la raza
equivale polisémicamente a la clase social del marxismo. Cabe anotar que jamás
encuentra una “mediación” para comprender una “reproducción social” hacia la
cual debería desembotar esta temática para poseer un enfoque real, según anoto
en VALDÉS MARTÍN, Carlos, Las aguas
reflejantes, el espejo de la nación.
[21] “nosotros los españoles, por la
sangre, o por la cultura”, P. 12.
[22] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 8-9.
[23] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 11. El desliz del
indigenismo, de la raza de bronce, al hispanismo ha sido ampliamente
cuestionado por la literatura, por ejemplo, Se
llamaba Vasconcelos de José Joaquín Blanco.
[24] En Las aguas reflejantes, el espejo de la nación está la argumentación
detallada de cómo se conformó ese “nacionalismo cultural” y sus limitaciones en
el propio pensamiento de Vasconcelos.
[25] BLANCO, José Joaquín, Se llamaba Vasconcelos.
[26]
Con la Paz de Versalles, hacia
1920 se formó la Sociedad de Naciones, la primera gran respuesta práctica a un
marco superior a los Estados nacionales, al mismo tiempo, que el espacio de su
perfeccionamiento, asociado al mal llamado “principio Wilson” de a cada nación
su Estado. Las respuestas posibles apenas comenzaban a perfilarse;
posteriormente, con la 2ª Guerra Mundial, esta organización colapsó y vendría
su conocida sucesión. Más allá de eso, resultará válido preguntarse sobre la
naturaleza de lo que sobrepuja lo local-nacional. La moda de la globalización
más bien se refiere a una situación de hechos (mercado mundial, tratados
comerciales, servicios de viajes, medios de comunicación, internet, productos
comerciales de entretenimiento mundial…) pero todavía nos preguntamos cuál es
el contenido positivo de ese “más allá” de lo nacional.
[27] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 10
[28] En Ulises criollo, Vasconcelos describe notablemente las impresiones
infantiles sobre el puesto fronterizo de Sásabe que debió ser movido por
presión de los sajones.
[29] Por ejemplo, en Hardt y Negri en
su Imperio, donde la visión es la
instauración de otra relación de opresión, que no se limita territorialmente a
un país.
[30] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 10. En parte
perspicaz, cuando mira en el internacionalismo y la humanidad cual pantalla de
humo para los intereses dominantes, no es capaz de preguntarse cuál es el
contenido presente de la retórica humana o internacional; él mismo la empleo,
luego de dar su rodeo racial.
[31] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 15.
[32] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 15.
[33] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 15.
[34] “Las señoritas de San Francisco se
han negado a bailar con oficiales de la marina japonesa, que son hombres tan
aseados, inteligentes y, a su manera, tan bellos, como los de cualquiera otra
marina del mundo” p. 17.
[35] El enfoque parece antagónico a las
fobias sexuales típicas del fascismo, sin embargo, Vasconcelos coqueteó con esa
ideología durante la Segunda Guerra, recibiendo subsidio para la revista Timón que dirigió. Cf. REICH, Wilhelm, La función del orgasmo y Psicología de masas del fascismo.
[36] “nosotros seguiremos padeciendo en
el vasto caos de una estirpe en formación, contagiados de la levadura de todos
los tipos” VASCONCELOS, José, La raza cósmica,
P. 17.
[37] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 18.
[38] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 18-19. El tema del
desear todo ya marca una ambición digna del más desbocado Fausto de Goethe. Al mismo tiempo, esta argumentación contrabandea
bajo cuerda todos los prejuicios vulgares contra todos los pueblos: rojos
ignorantes, negros afrodisiacos, blancos listos, amarillos extraños…
[39] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 19. Con tales
cualidades metafóricas, comprendemos por qué buena parte de su generación
permaneció deslumbrada por este personaje; que él mismo no estuviera a la
altura de sus imágenes, resulta triste aunque comprensible. Además, tal
colección de lo múltiple en la metáfora de Vasconcelos, de rebote nos hace
pensar en la noción de posmodernidad, que construye Lyotard, al asumir que
implica la fragmentación de la experiencia del sujeto. La pretención del
meta-relato de la raza cósmica sería anti-posmoderno, pero la premisa musical
resulta ya entroncada con ese factor posmoderno. Cf. LYOTARD, Jean Francois, La posmodernidad (explicada a los niños).
[40] “El triunfo del blanco se inició
con la conquista de la nieve y del frío. La base de la civilización blanca es
el combustible. Sirvió primeramente de protección en los largos inviernos;
después se advirtió que tenía una fuerza capaz de ser utilizada no sólo en el
abrigo sino también en el trabajo; entonces nació el motor, y de esta suerte,
del fogón y de la estufa precede todo el maquinismo que está transformando al
mundo.” VASCONCELOS, José, La raza
cósmica, P. 19.
[41] “La ciencia de los blancos
invertirá alguna vez los métodos que empleó para alcanzar el dominio del fuego
y aprovechará nieves condensadas o corrientes de electroquimia, o gases casi de
magia sutil, para destruir moscas y alimañas, para disipar el bochorno y la
fiebre. Entonces la Humanidad entera se derramará sobre el trópico, y en la
inmensidad solemne de sus paisajes, las almas conquistarán la plenitud.” VASCONCELOS,
José, La raza cósmica, P. 21.
[42] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 22.
[43] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 23. El autor, se
disculpa explícitamente para que no le crean seguidor de Comte.
[44] Hesíodo, Teogonía.
[45] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 24. Las aspiraciones
son las mismas, por ejemplo, que las del Hiperión
o el eremita de Grecia de Hölderlin, expresión acabada de las aspiraciones
a un reino estético.
[46] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 24. La escala de
progresión del espíritu de Hegel, muestra perfectamente en el que cae la “ley
de corazón”, a plantear sus propias contradicciones, en su Fenomenología del Espíritu.
[47] Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, de modo
sistemático expande la noción de represión psicológica hasta volverse el factótum social, entonces esa
explicación monocromática aplica para Vasconcelos; donde su futuro de placeres
está castrado: otra vuelta de tuerca de la represión inicial.
[48] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 25. Cabría emparentar
esta categoría con la “episteme” del Renacimiento en términos del Foucault de Las palabras y las cosas; pues simpatía
está más acorde con la “magia natural” que con el racionalismo cartesiano.
[49] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 26.
[50] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 26., La parte
omitida atenúa la frase racista; pero los términos que profiere Vasconcelos contra
negros y otros pueblos que erizan la piel de tan burdos, se repiten en otros
pasajes del libro. Asimismo, la frase “vemos con profundo horror el casamiento”
no es suficientemente claro si pertenece a la retórica o es una confesión
sincera del ensayista; al menos, cabe anotarse que es capaz de ponerse en los
zapatos de mojigato horrorizado ante el matrimonio interracial; además de tildarlo
como una opinión ordinaria, que no le provoca sonrojos. El siguiente paso
demuestra habilidad retórica al convertir a los personajes de tal “horror” en
Apolo y Venus, para convertir la tensión del escándalo en un “happy ending” divinizado.
[51] Propone una especie de oposición
entre Mendel y Darwin, proclamando al primero “La ley de Mendel (…) debe formar parte de nuestro nuevo
patriotismo” p. 31.
[52] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 27.
[53] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 28.
[54]
El concepto de imperialismo
había ya sido atacado por el liberalismo y su condena fue reforzada por el
pensamiento socialista, convirtiéndose en una plumilla de vomitar de muchos
autores; su cuestionamiento anunciaba la segunda oleada de anticolonialismo y
de liberación nacional, con el ocaso de los grandes imperios territoriales. Cf. G.D.H. Cole, Historia del pensamiento socialista.
[55] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 29.
[56] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 28.
[57] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 29.
[58] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 30.
[59] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 32. La misma
plasticidad y facilidad con que el término “amor” se convierte en cualquier
cosa indica que el ensayista, levanta otro factótum
capaz de referirlo todo, por tanto, propone otro conjunto vacío a nivel de la
famosa Epístola, donde San Pablo atribuye todo al amor.
[60] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 33.
[61] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 35.
[62] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 35. Si bien, ya se criticó
la ligereza sobre las “leyes” de sucesión del tiempo, cabe remarcar que es un
tema clave en la elaboración de las grandes teorías sociales del siglo XIX, que
influyeron en el siglo XX, por tanto el autor demuestra una perspicacia de
fondo, cuando concluye su ensayo remarcando esa sucesión de los tiempos.
[63] VASCONCELOS, José, La raza cósmica, P. 35. Cabe notar la
ilusión anti histórica de un final de los tiempos previsible, al cumplirse una
meta deseada por el autor. La misma crítica, que sin precisión pretendió el
marxismo sobre Hegel, de quien cuestionaba que había planteado con maestría el
movimiento dialéctico de la humanidad, pero lo preveía detenido. Cf. LUKACS,
Georg, Historia y consciencia de clase.
[64] En la apreciación pública
sobreviviría la primera parte de su autobiografía, Ulises criollo, que cuenta con interesantes méritos artísticos.
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