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viernes, 29 de enero de 2016

MUERE DURRUTI EN LA DEFENSA DE MADRID: LA INCERTIDUMBRE





Por Carlos Valdés Martín

Una figura de leyenda debe quedar redondeada con una muerte épica. Cuando sucede un fallecimiento distinto, quedamos perplejos; todavía más, cuando esa confusión surgió desde el instante de su acontecimiento, la perplejidad se eleva a una potencia que raya en la angustia. Para el republicanismo español y, en especial, para los nostálgicos del ideal anarquista, Buenaventura Durruti debería ocupar el sitial legendario, sin embargo, se combinan el ánimo pacifista del siglo XXI (con su condena hacia el horror terrorista) y las circunstancias enigmáticas en su muerte.
Este personaje se distinguió como líder del bando anarquista español, no tanto por su discurso y carisma (que sí los tenía) sino por su arrojo ante el peligro. El autor Hans Magnus Enzensberger recopiló el mejor caleidoscopio sobre la vida y muerte de Durruti, elaborado mediante testimonios y recortes periodísticos, se llama El corto verano de la anarquía. En ese ensayo periodístico (por la técnica de recortes estrictos) e histórico (por la distancia) el capítulo sobre el deceso del líder anarquista, provoca la perplejidad y un apartado lo denomina “Las siete muertes de Durruti”. Hay multiplicación de las versiones sobre lo acontecido, sin embargo, la muerte ocurrió al mediodía, en la calle y frente a testigos presenciales, incluyendo su guardia personal.
Existen tres versiones sobre su deceso: la oficial, la de un accidente involuntario y la del atentado por la fracción comunista. De modo puntual, Enzensberg explica por qué la versión oficial era urgente para el bando republicano y cómo la tesis del atentado traicionero resulta adecuada para la figura del héroe. Además, la hipótesis del atentado comunista contra Durruti, crece con el tiempo al revelarse las atrocidades del estalinismo que asesinó varios líderes de izquierda, cuando le resultaban un obstáculo, como aconteció con Andreu Nin y otros miembros del POUM en la misma Guerra Civil[1].
La explicación oficial indicó que el líder anarquista cayó por la bala de un fusil enemigo desde algún edificio en la Madrid asediada. El hecho sucede durante una ronda rutinaria, luego de amonestar a algunos milicianos que andaban desbandados, mientras sube a su automóvil, cae herido de muerte. La versión oficial es declarada por otros líderes anarquistas, quienes saben que el fallecimiento está a punto de provocar una desmoralización de las tropas republicanas y una división peligrosa. Debo aclarar que el bando republicano era un frente que se componía de demócratas burgueses, liberales moderados, partidarios de la república, comunistas estalinistas, anarquistas sindicalistas, marxistas independientes… ahí había diversos partidos y, entre ellos, existían diferencias extremas, en particular con los comunistas estalinistas que aspiraban a reproducir el modelo soviético, seguían las órdenes de Moscú y se distinguían por contar con recursos extranjeros. Sin embargo, ante la sublevación fascista (apoyada principalmente por el eje Mussolini-Hitler y alentado por la Iglesia Católica), el bando republicano necesitaba mantener sus diferencias bajo control, volcando su máximo esfuerzo en el campo militar, que hacia finales de 1936 estaba perdiendo.
La explicación oficial era una necesidad indispensable porque los rumores de un asesinato a traición contra Durruti estaban provocando deserciones y desánimo entre los combatientes republicanos. El libro de Enzensberg expone esa motivación, por lo que los dirigentes anarquistas se apresuraron a lanzar comunicados aclarando que el enemigo había matado a Buenaventura[2]. En ese sentido, la versión oficial de su propio gobierno contenía motivos interesados y no era objetiva.
La idea del asesinato a traición por los camaradas comunistas surgió de rumores, aunque con una excelente justificación. Según relatamos, los horrores y traiciones de Stalin se ocultaron bajo las filas republicanas españolas, por eso otro episodio también era atribuible a los “camaradas” pro-soviéticos. Las incongruencias de la versión oficial, unida a testimonios que contradecían el dato del tiroteo lejano, abonaron esa tesis conspirativa. Además, según asienta el biógrafo, la magnitud heroica de Durruti no merecía una muerte normal, ni por el enemigo ni por un accidente; así, que merecía caer ante una fuerza arrolladora basada en una oscura conspiración.
Los dos testigos directos, el chofer y compañero de armas que acompañaban a Durruti, con posterioridad alimentaron la versión del accidente. Al inicio, ellos fueron los únicos testigos que dieron fe para la narración oficial, ya que afirmaron que un sorpresivo tiroteo alcanzó al líder mientras se disponía a subir al vehículo. En favor de los dos testigos, se recuerda su esfuerzo para conducirlo agónico a un hospital, donde fue atendido inútilmente y murió al día siguiente, el 20 de noviembre de 1934. Cabría argumentar un arrepentimiento final o un disimulo excesivo de los testigos, pues también ellos serían los primeros sospechosos de su muerte.
A la distancia, la primera explicación ha quedado más endeble y casi desechada, pues algunos hechos como el tamaño del orificio y el fogonazo de bala marcado en la camiseta del caído, siempre indicaron un disparo a “quemarropa”. Entre la tesis accidental y el atentado cabría todavía una imbricación, pues los culpables podrían intentar disimular su horrendo crimen bajo el pretexto de un accidente. La narrativa de la Segunda Guerra Mundial está salpicada con las anécdotas sobre agentes dobles, hábilmente disimulados que provocaban estragos y muerte, en las filas contrarias. En ese tenor, el estalinismo supo reclutar y adoctrinar agentes dobles en España.
Los cuestionamientos que siguen en torno a la muerte de Buenaventura Durruti están a tono con los interrogantes alrededor de la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa en México. El cúmulo de incertidumbres alrededor de las primeras investigaciones y al enorme expediente de la versión oficial sigue vigente. Si dentro de un México con apariencia democrática y recursos suficientes para la “investigación científica” de la policía, en ese evento siguen vigentes las dudas e interrogantes; entonces, resulta difícil esperar la claridad completa ante un evento, ocurrido en el mediodía de esa Madrid asediada.
Claro, todo ocurrió en una ciudad de Madrid espectral en 1936, atravesada por la guerra civil y con olor a funeral en cada esquina. Resulta difícil imaginar la bulliciosa capital del siglo XXI y compararla con aquélla rodeada de odio y cadáveres. Un evento que resultaba casi ordinario, la muerte de un combatiente, sigue provocando intriga.
NOTAS:

[1] La responsabilidad comunista sobre ese asesinato de Andrés Nin fue tapada con una trama teatral donde primero lo acusaban de espía franquista, luego de evadirse de las manos de sus captores. Un testimonio sin confirmación, del libro Yo fui ministro de Stalin de Jesús Hernández informaba del secuestro y terrible suplicio contra Nin por los comunistas. La versión fue confirmada por documentación procedente de los archivos de la NKVD soviética llegó en 1992, de la mano de Dolors Genovès. Asimismo, el general Orlov, partícipe de los hechos y luego desertor, por su parte, había confirmado también esa información.
[2] «¡Trabajadores! Los intrigantes de la llamada  (…)  Advertimos a todos los compañeros contra tales calumnias infames. (…) Ha caído en la lucha, en el cumplimiento heroico de su deber, como otros soldados de la libertad. Rechazad los miserables rumores que hacen circular los fascistas para quebrar nuestro bloque indestructible. ¡Ni vacilaciones ni desalientos! ¡No escuchéis a esos irresponsables charlatanes cuyos infundios sólo pueden conducir al fratricidio! ¡Son los enemigos de la revolución los que los difunden!» Firma: El Comité Nacional de la CNT. El Comité Peninsular de la FAI», Cit. El corto verano de la anarquía, p. 135.

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