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miércoles, 13 de enero de 2016

RECAPTURA DEL CHAPO: FILOSOFÍA SOBRE EL ESCEPTICISMO







Por Carlos Valdés Martín

La duda madre del saber, aunque su exceso
La duda ha acompañado al pensamiento desde el amanecer de los siglos, cuando atinadas preguntas de Sócrates fueron las parteras del pensamiento riguroso y esas preguntas alimentaron a la filosofía. En esos días la mente humana estaba fresca y aligerada de complicaciones, pero torpe para elaborar sus primeras ideas. Las simples dudas bien ordenadas servían para despertar el intelecto. El viejo Sócrates estaba convencido de que bastaba preguntar suficiente, con el tino adecuado, para sacar de la mente más ignorante hasta unas hermosas y precisas ideas plenas de verdad[1].
El ganador del Premio Nobel de literatura más joven de todos los tiempo, el bien recordado Rudyard Kipling en un breve poema elogió a las preguntas básicas como a sus más fieles sirvientes que le han abierto todas las puertas: Qué, por qué, quién, cómo, cuándo y dónde[2]. Esas preguntas nos dan la gramática de la duda. 

El escepticismo cerril
A diferencia de las sanas preguntas infantiles y hasta de las sutiles dudas filosóficas, existen unas hermanitas bastardas de la duda que crecieron sin fuerza, como ahijadas anoréxicas del pensamiento. Hay una manera de dudar que no lleva a nada, pues sin vigor ni intención, simplemente desacredita cualquier información que recibe: a eso se le llama escepticismo. Ese mal escepticismo es una habitante de las soledades; aquí le llamo cerril como las bestias habitan en montañas lejanas, que no son territorio para finuras humanas.
El escepticismo cerril descree de las palabras del científico y de los textos del sabio; se esconde en un gesto de desdén en contra de las letras y de los pretendidos estudiosos. Para el escepticismo cerril decir “en teoría” equivale a insultar. El escéptico cerril dice: “En teoría eso funcionaría, pero…”
La característica del escepticismo cerril es que no opone a sus dudas ninguna respuesta de lo que sí sucede. La duda sana comienza por cuestionar, para examinar y luego reflexiona para encontrar respuestas.

El científico
El escepticismo del científico en nada se parece al vulgar, porque su duda es ácido corrosivo en el pecho que lo hiere y presiona para mantenerse pensando. El científico se lleva la duda hasta la noche de insomnio y se pregunta por qué una pequeña diferencia de cálculo ha fallado en el laboratorio; luego, de la pequeña discrepancia descubre una grieta en los razonamientos anteriores para remplazarlos por nuevos raciocinios. Su tarea es del reconstructor que proporciona nuevos cimientos para la ciencia[3]. El científico ante las suposiciones siempre exige pruebas, además de que no se contenta hasta descubrir mejores.

Fantasías televisivas desbocadas del narco
Todavía existe una clase peor de escéptico cerril que complementa sus débiles dudas con carretadas de malas fantasías. En los lejanos siglos de la Edad Media, la Iglesia católica persiguió a los astrónomos porque ellos demostraban que eran falsas las anticuadas suposiciones de que la Tierra era el centro del universo; en esos siglos, además las multitudes de ignorantes aplaudían que los frailes persiguieran a los astrónomos y juraban que la Tierra sí era plana. Hoy las fantasías populares se centran en otros temas, por ejemplo en la creencia de que el narcotráfico posee omnipotencia.
Las series televisivas, los narco-corridos y las novelitas negras van tramando una leyenda popular sobre la imbatibilidad del mafioso. En estos días, resulta difícil convencer a los ignorantes que los narcotraficantes fallan y que sus planes de riqueza enloquecida terminen en fracasos.

El escepticismo pueril y el humor
El escudo de los chistes es efectivo para quienes se mantienen obnubilados y ante la recaptura lanzan una andanada de chistes para hacer como si no sucediera nada[4]. El Chapo Guzmán es un personaje tan notorio, con dinero y organización alrededor: una presa tan grande que debía visibilizarse en un proceso de persecución, por eso resultaba una ilusión su ocultamiento perpetuo.
Sin embargo, en los argumentos de ignorantes, para empezar, el Chapo ni siquiera había sido jamás capturado con anterioridad: ilusión de omnipotencia del narco. Afirman que no fue capturado jamás, pero sí creen que se escapó: segunda ficción de omnipotencia. Dudan de la recaptura y vaticinan que se volverá a fugar: tercera falacia de omnipotencia. Los pseudo-argumentos del escepticismo pueril se disuelven en cuanto un acontecimiento los contradice. Empero, quien alimenta una ilusión (ese escepticismo pueril) se defiende contra su pérdida y, entonces, su mejor escudo son chistes.
El exceso de dudas atascadas lleva al escepticismo cerril, el exceso de chistes sin argumentos lleva a la banalidad: el análisis del posmodernismo es la clave de tal estado de ánimo[5]

Notas:

[1] En los célebres Diálogos, Sócrates se considera a sí mismo un partero del saber que yace olvidado, y denomina a su labor “mayéutica”.
[2] En el poema “Elefant Child” presenta a los seis honestos sirvientes que el enseñaron todo. Autor recordado principalmente por ser autor del llamado Libro de la selva o Libro de las tierras vírgenes.
[3] Para la deshacerse de las fantasías sobre la ciencia, véase a Gastón Bachelard, La formación del espíritu científico.
[4] Freud, Sigmund, El chiste y su relación con el inconsciente.
[5] Lyotard, El posmodernismo (explicado a los niños).

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