Por Carlos Valdés Martín
La duda madre del saber, aunque su exceso
La duda ha acompañado al
pensamiento desde el amanecer de los siglos, cuando atinadas preguntas de Sócrates
fueron las parteras del pensamiento riguroso y esas preguntas alimentaron a la
filosofía. En esos días la mente humana estaba fresca y aligerada de
complicaciones, pero torpe para elaborar sus primeras ideas. Las simples dudas
bien ordenadas servían para despertar el intelecto. El viejo Sócrates estaba
convencido de que bastaba preguntar suficiente, con el tino adecuado, para
sacar de la mente más ignorante hasta unas hermosas y precisas ideas plenas de
verdad[1].
El ganador del Premio Nobel de
literatura más joven de todos los tiempo, el bien recordado Rudyard Kipling en
un breve poema elogió a las preguntas básicas como a sus más fieles sirvientes
que le han abierto todas las puertas: Qué, por qué, quién, cómo, cuándo y dónde[2]. Esas
preguntas nos dan la gramática de la duda.
El escepticismo cerril
A diferencia de las sanas preguntas
infantiles y hasta de las sutiles dudas filosóficas, existen unas hermanitas
bastardas de la duda que crecieron sin fuerza, como ahijadas anoréxicas del
pensamiento. Hay una manera de dudar que no lleva a nada, pues sin vigor ni
intención, simplemente desacredita cualquier información que recibe: a eso se le
llama escepticismo. Ese mal escepticismo es una habitante de las soledades;
aquí le llamo cerril como las bestias
habitan en montañas lejanas, que no son territorio para finuras humanas.
El escepticismo cerril descree de
las palabras del científico y de los textos del sabio; se esconde en un gesto
de desdén en contra de las letras y de los pretendidos estudiosos. Para el
escepticismo cerril decir “en teoría” equivale a insultar. El escéptico cerril
dice: “En teoría eso funcionaría, pero…”
La característica del
escepticismo cerril es que no opone a sus dudas ninguna respuesta de lo que sí
sucede. La duda sana comienza por cuestionar, para examinar y luego reflexiona
para encontrar respuestas.
El científico
El escepticismo del científico en
nada se parece al vulgar, porque su duda es ácido corrosivo en el pecho que lo
hiere y presiona para mantenerse pensando. El científico se lleva la duda hasta
la noche de insomnio y se pregunta por qué una pequeña diferencia de cálculo ha
fallado en el laboratorio; luego, de la pequeña discrepancia descubre una
grieta en los razonamientos anteriores para remplazarlos por nuevos raciocinios.
Su tarea es del reconstructor que proporciona nuevos cimientos para la ciencia[3]. El
científico ante las suposiciones siempre exige pruebas, además de que no se
contenta hasta descubrir mejores.
Fantasías televisivas desbocadas del narco
Todavía existe una clase peor de
escéptico cerril que complementa sus débiles dudas con carretadas de malas
fantasías. En los lejanos siglos de la Edad Media, la Iglesia católica
persiguió a los astrónomos porque ellos demostraban que eran falsas las anticuadas
suposiciones de que la Tierra era el centro del universo; en esos siglos,
además las multitudes de ignorantes aplaudían que los frailes persiguieran a
los astrónomos y juraban que la Tierra sí era plana. Hoy las fantasías populares
se centran en otros temas, por ejemplo en la creencia de que el narcotráfico posee
omnipotencia.
Las series televisivas, los narco-corridos
y las novelitas negras van tramando una leyenda popular sobre la imbatibilidad
del mafioso. En estos días, resulta difícil convencer a los ignorantes que los
narcotraficantes fallan y que sus planes de riqueza enloquecida terminen en
fracasos.
El escepticismo pueril y el humor
El escudo de los chistes es
efectivo para quienes se mantienen obnubilados y ante la recaptura lanzan una
andanada de chistes para hacer como si no sucediera nada[4]. El
Chapo Guzmán es un personaje tan notorio, con dinero y organización alrededor:
una presa tan grande que debía visibilizarse en un proceso de persecución, por
eso resultaba una ilusión su ocultamiento perpetuo.
Sin embargo, en los argumentos de
ignorantes, para empezar, el Chapo ni siquiera había sido jamás capturado con
anterioridad: ilusión de omnipotencia del narco. Afirman que no fue capturado
jamás, pero sí creen que se escapó: segunda ficción de omnipotencia. Dudan de
la recaptura y vaticinan que se volverá a fugar: tercera falacia de
omnipotencia. Los pseudo-argumentos del escepticismo pueril se disuelven en
cuanto un acontecimiento los contradice. Empero, quien alimenta una ilusión
(ese escepticismo pueril) se defiende contra su pérdida y, entonces, su mejor
escudo son chistes.
El exceso de dudas atascadas
lleva al escepticismo cerril, el exceso de chistes sin argumentos lleva a la
banalidad: el análisis del posmodernismo es la clave de tal estado de ánimo[5].
Notas:
[1]
En los célebres Diálogos, Sócrates se
considera a sí mismo un partero del saber que yace olvidado, y denomina a su labor
“mayéutica”.
[2]
En el poema “Elefant Child” presenta a los seis honestos sirvientes que el
enseñaron todo. Autor recordado principalmente por ser autor del llamado Libro de la selva o Libro de las tierras vírgenes.
[3]
Para la deshacerse de las fantasías sobre la ciencia, véase a Gastón Bachelard,
La formación del espíritu científico.
[4]
Freud, Sigmund, El chiste y su relación
con el inconsciente.
[5]
Lyotard, El posmodernismo (explicado a
los niños).
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