Por Carlos
Valdés Martín
Mirada altiva y pecho desafiante;
piel casta y brazo potente enarbolando un abandera; colocados atrás, cual
fantasmas, los animales patrióticos; flanqueada por una cascada con trazos de
arquitectura y alimentos… La obra surgió de un muralista de la llamada “segunda
generación”, Jorge González Camarena. La pincelada final fue en el año 1962 y adoptada
como imagen preferida en libros de texto; sí, los millones gratuitos que
repartía el Gobierno Federal en los rincones del país.
Ajustado el tamaño a la portada
del texto, brillaba una mujer indígena a escala, vestida de blanco, enarbolando
la bandera mexicana, atrás los animales emblemáticos con color casi fantasmal y
al costado derecho (respecto de la efigie) una pequeña cascada con elementos
arquitectónicos y comestibles. La austera elección y la belleza nativa de la mujer
merecieron elogios[1],
por lo que esa imagen se mantuvo décadas sin competencia: era la mejor
representación de la Patria.
Esos libros los sostuve entre mis
manos y los compañeros sonreían ante la donosura de esa mujer, con mirada seria
y pechos prominentes, aunque toda una modelo de belleza contrario a los cánones
comerciales de las rubias platinadas que invadían los cinematógrafos,
televisores, carteles y revistas.
En efecto, ese cuadro pictórico
representa simbólicamente a la comunidad y por título alardea ese lema sencillo
“La Patria”. Esto repitió una idea sobre la efigie femenina como el ícono que
se ha adaptado en ciudades y naciones diversas: Atenea, Francia, Hispania, etc.
El auge del nacionalismo desde el siglo XIX, revivió figuras maternales para
mezclarlas con el simbolismo adecuado a cada país. La adaptación mexicana para
definir el ícono se bastó con la piel de bronce, los rasgos indígenas, el pelo
negro y los emblemas de la bandera.
Recordemos que hacia 1962 México
vivía su auge del nacionalismo, por tanto, ninguna declaración patriótica era tachada
de exceso. Las cualidades estéticas de Jorge González Camarena fueron acogidas
por el público y la portada del libro de texto gustó tanto que monopolizó las
portadas de los seis años de primaria[2]. Si algún
inconforme rechazaba este libro gratuito era por nostalgias ideológicas, pues añoraban
a los religiosos dando catecismos.
La estética de una Patria
bronceada signó a esos niños, quienes crecimos presuponiendo que la nuestra era
fuerte e incuestionable. El patriotismo de los años sesentas quedó plasmado en
un cuadro de proporciones estéticas y así se conservó, hasta que cambiaron los
vientos en este país, sin embargo, aunque no acapare todas las portadas, esa
imagen graciosa y emblemática sigue regresando y se resiste al retiro.
NOTAS:
[1]
La modelo fue Victoria Dornelas, una mesera de quien se enamoró el artista y
merece un relato por separado.
[2]
Hasta 1972 se remplazó esa portada del libro de texto gratuito, pero ha regresado
en repetidas ocasiones, convirtiéndose en todo un clásico que resiste en gusto
pasajero de las generaciones.
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