Por Carlos Valdés Martín
Ocupado por la fea palabra de folclore[1] y porque representa un
bello concepto, indagué la posibilidad de acuñar un neologismo. Después de una
amplia cavilación y amplias consultas decidí por el neologismo saborigen, donde se mezcla de modo
armónico y conforme al “espíritu” de la lengua lo que buscamos expresar. El
término folklore sintetiza un bello
término en inglés, pero en español nos dice poco y reduce el fondo de la
cuestión. Pues lo folclórico se reduce a lo pintoresco que hace el pueblo, a
las artesanías y bailables populares, sin embargo, se pierde el aspecto central
del término anglo donde se marca un “lore” (conocimiento, acervo) que posee un
hondo significado. Las raíces al escapar de su suelo nutricio quedan expuestas
y se convierten en un garabato sin sentido, o lo que desemboca en materia
orgánica en putrefacción. Rescatar la correcta posición de las raíces
etimológica las coloca dentro del saber, de ahí los esfuerzos de antropólogos y
filólogos. De hecho, ese neologismo inglés se presentó en el momento correcto y
lugar justo, colocado sobre la gran oleada para el rescate de las tradiciones
populares y redescubrimiento de los lenguajes locales.
A su vez, el término inglés “folklore” fue un neologismo inventado por el multifacético (arqueólogo,
político y escritor) británico William John Thomson, y hasta señala una fecha exacta
de nacimiento pues fue acuñado el 22 de agosto de 1846. La palabra la consideró
necesaria para referirse a lo que se llamaba “antigüedades populares”. Incluso
esa fecha la consagró la UNESCO el 22 de agosto de 1960 para convertirla en
efeméride. El referente del folclore es ese campo difuso y vasto de la cultura
que (de modo típico) no tiene autor, proviene de una tradición oral y se
manifiesta de múltiples formas.
El uso de un término “tropicalizado” para el
folclore resulta común en distintas latitudes y se ha practicado, aunque se
mantiene como una tentativa marginal. El mismo folclore es una operación
marginal, pero trascedente, pues mantiene la línea de continuidad del tiempo en
los sistemas culturales (en su múltiple variedad).
Por su parte, la palabra folclore posee dos
dificultades de traducción al castellano, pues la combinación “lcl” resulta
ajena a nuestra sonoridad. Y en inglés la “e” final es muda, así que creamos
una divergencia con el original. Por esas dificultades, resulta conveniente sustituirlo
por una equivalencia mejor elaborada.
A modo de conclusión, abogo por el neologismo “saborigen”
pues unifica al saber con lo originario de los pueblos. Los lugareños de cada
sitio han sido llamados aborígenes, que se referían desde afuera. En algunas
variaciones el “ab” parece distorsionado, entonces queda el apelativo a los
originarios. En seguida, está el modo que es el “saber” en su amplia acepción.
La unión de estos dos elementos establece un vínculo de importancia entre el
conocer y el sujeto colectivo o difuso, desde donde aparece una virtud: saber
de los originarios. En fin, resulta “saborigen” como término único equivalente
a cualquiera de las palabras folclore, folklor o folclor.
[1] En el diccionario RAE se
aceptan tres variedades que indican
la indefinición ante su aceptación: folclore, folclor y folklor.
1 comentario:
Me gustaria saber si el simbolismo de la salamandra tiene un origen preciso, atribuible a alguna cultura en particular, como una primera vision alquimica de ese simbolo.
Arthur el alquimista
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