domingo, 10 de agosto de 2008
ODIN EL SABIO ENGAÑADO: LAS AVENTURAS DEL OJO Y LA ANCIANA
Por Carlos Valdés Martín
El tuerto es Rey o adquirir la sabiduría a cambio de un ojo
El valiente Odin lidera a la tribu de los dioses escandinavos. Llama la atención que estos son “dioses nuevos”, perteneciente a una nueva generación divina. Encabeza a dioses jóvenes, una nueva generación la cual enfrenta y supera a los “gigantes”, esas entidades plenas de fuerza, pero escasas de sentimientos nobles y disminuidos (finalmente) de la luz intelectual. Para desplazar a los gigantes (viejos) se entabló una lucha, estruendosa la batalla de los dioses. Este supremo Odin no nació con sus dones completos, sino los adquirió durante sus viajes y aventuras, esas capacidades supremas las fue atesorando hasta alcanzar un nivel suficiente para colocarse al frente del grupo de los dioses, gritando a los cuatro vientos con una autoridad incuestionable.
Cuenta la leyenda, de acuerdo a su verbo escarlata, conservado en la palabra escrita de caracteres rúnicos, de un Odin insatisfecho con el conocimiento adquirido durante previas aventuras. El valor y la fuerza ya los demostró, el valor empujando a una fuerza más allá de sus límites, usando las armas aceptables de entonces, principalmente un martillo militar, su herramienta transitando desde el herrero hasta el guerrero, así armando a un “ferrero-guerrero”. Sus pies no desmayaban para descubrir un portento superior, y entonces escuchó, como un eco lejano una leyenda dentro de su leyendo, y por rumores recibió la noticia de una fuente del conocimiento, un dictado de sabiduría, escondida en lo recóndito del bosque prohibido.
Fascinado por las noticias de una fuente del saber superior a las propias de los dioses jóvenes, Odin se dijo así mismo “En marcha” y se dispuso a obtenerla. El bosque prohibido, lo estaba precisamente, vedado para los dioses, acotado en los profundo del territorio de los gigantes, sus enemigos naturales. Así, además del laberinto de árboles oscuros y hostiles, se iniciaba un pantano secreto, estrechando el camino hasta una angostura única, creando un único paso, entonces guarecido por un gigante imbatible. Además de enorme, este guardián resistía cualquier golpe. El gigante resultaba imposible de vencer a mano limpia, incluso para un dios belicoso como Odin. En el vértice, justo cuando termina el argumento de la fuerza aparece la argucia para ayudar al vencedor. En vista de lo inútil que resultaría un desafío, Odin emplea sus mejores argumentos, pero el paso está completamente vedado. Pero el dios completamente decidido a obtener esa fuente de sabiduría, le ofrece una prenda imposible de rechazar, y le ofrece un gran caudal de oro además de su propio ojo en prenda y garantía de que no hurtará de la fuente de la sabiduría. Odin le dice al gigante: “prometo no abrevar de la fuente de la sabiduría, fuente que tan celosamente guardas, solamente acudiré a una consulta para cuidar de mi propia salud”.
Con una prenda tan convincente, estimable por encima de cualquier joya en un montepío, el gigante permite el paso, dejando claras las advertencias de destino para ese ojo vivo si se rompía la promesa de Odin para regresar inocentemente sin tocar la fuente de la sabiduría. Estamos en el terreno de la magia legendaria, el osado dios Odin tiene la capacidad para sacar su ojo sin lastimarlo, dejándolo delicadamente en manos del gigante. La prenda se entrega en el instante, y queda el paso franco para el dios. El gigante le advierte desde su ronco pecho: “si te atrevieras romper tu promesa y a abrevar de la fuente prohibida, en el acto destruiré tu prenda querida”.
La fuente anhelada parece un don natural, formado por un manantial al pie de una enorme peña, semejante a los manantiales naturales pero con una cualidad extraordinaria. Una vez franqueado el paso y cuando Odin alcanza la fuente de la sabiduría el desenlace, casi parece obvio. En su valiente pecho está la decisión entre el abrevar en la fuente de la sabiduría, tesoro privado de la estirpe de los gigantes (en lo demás poco inteligentes) o el mantenerse fiel a su promesa y rescatar su ojo cautivo. Evalúa la situación, sopesa el argumento, estima la importancia y ya no duda, pasa a la acción, entonces Odin bebe de las maravillosas aguas del pensamiento puro. Embriagado por su nuevo conocimiento, descubre que los dioses jóvenes superarán a los gigantes definitivamente en un primer “crepúsculo de los dioses” (göttendamerung). Luego opta por clausurar definitivamente la fuente de la sabiduría, para quedar como el último beneficiario de este don y privar a los gigantes de tal posibilidad, y entonces despeña las rocas de la montaña alrededor. Una vez hecha la elección no hay marcha atrás, queda perdido el ojo del dios, mientras se gana el conocimiento. El gran dios Odin queda tuerto, la leyenda lo recordará como el gran tuerto, quien reina entre sus congéneres, así es “el rey tuerto” ¿Es correcta tal elección? La narrativa indica una sola respuesta: perder el cuerpo para ganar el pensamiento. El pensamiento resulta superior al cuerpo, entonces buscamos su conquista a riesgo de perder la materia. Lo sorprendente del relato aparece con la pérdida voluntaria e inminente, al dejar un ojo como prenda del enemigo, como rescate anticipado de la batalla.
Las tres pruebas de poderío fracasadas
En una de sus aventuras Odin se encuentra ante un gigante, pidiéndole traspasar una enorme puerta del trasmundo. La narración afirma a esa como la puerta mayor del mundo, una inmensa puerta al tamaño de la raza de los gigantes. Una vez traspasado ese umbral, los gigantes increpan y retan a Odin a demostrar su superioridad mediante alguna hazaña. El primer reto parece menor, pues simplemente le desafían a beber vino. El vino está en un cuenco hecho de un cuerno, a la usanza regional, donde convertían cuernos de bovinos en vasos. Y ese reto pareciendo tan sencillo se complica, porque el cuenco nunca deja de manar vino. Ya sea bebiendo despacio o rápido, a grandes buches o pequeños sorbos, el líquido sigue saliendo. El dios termina fastidiando ante tanto líquido y lo escuchamos protestando con los gigantes, porque esa prueba parece poco digna de su alcurnia divina. Lo gigantes se ríen de su derrota, pero Odin no acepta terminar esta prueba abatido y entonces le ofrecen un nuevo desafío. Los gigantes traen una gran tortuga, anima fuerte pero esencialmente manso casi inmóvil, y retan a Odin para pelear con el animal. Saca el dios su arma y asesta un golpe de martillo sobre el caparazón de la tortuga. Resuena el recinto del tremendo golpe, pero la tortuga no se inmuta. Tanta fuerza coloca en el siguiente golpe que parecieran saltar chispas del caparazón durante el impacto. Al reintentarlo la mano se blanquea de tanta fuerza acumulada al apretar el mango del martillo. El animal permanece tranquilo, como si no recibiera martillazos, sigue con indiferencia los esfuerzos del dios guerrero. Y continúa la tunda de golpes. El silencio devora los esfuerzos de Odin. Como su ataque no avanza, sudando por los poros del cuerpo, el dios vuelve a protestar. Repela a los gigantes, y vuelve a invocar la falta de nivel de su rival. Una tortuga no le parece rival en tal momento. Está dispuesto a emprender una verdadera lid. Pero los gigantes se ríen por el fracaso de Odin, le gritan burlones y conminan a aceptar el fracaso, discuten y no llegan a un acuerdo.
Sin dejar de festejar ruidosamente el desaliento de Odin, los gigantes el proponen un nuevo rival, ahora sí con una persona para confrontarlo. Aparece una anciana entre los gigantes y se adelanta, que dice casi susurrando: “Nadie me vence”, retando a Odin. El dios se niega al enfrentamiento, pues no acepta combatir con mujeres y menos siendo una vieja. Sin embargo, la anciana le increpa, provoca y le ataca, lo fustiga y jalonea. De entre los jaloneos empieza un forcejeo, y se convierte en lucha. Pasan de los empujones a los golpes, y nuevamente el dios descubre, con asombro, que la anciana no mengua ni sufre mella. El dios debe volcar todo su empeño para abatir a su rival, sin embargo, incluso su martillo resulta inútil, simplemente se va cansando, agotando. Finalmente está más débil, tan agotado que renuncia a continuar el combate.
Esta vez, ya totalmente confundido, Odin acepta su derrota. Los gigantes redoblan sus risas y lo obligan a alejarse. Al salir por la misma inmensa puerta por donde entró al territorio de los gigantes, entonces interroga al gigante que lo acompaña y recibe respuestas. El gigante le dice que estaban reunidos dentro del mundo del ensueño, donde las apariencias son falseadas. Le revela el tipo de batallas y el motivo de la risa. El cuenco con líquido que nunca acababa corresponde al mar, pero el dios neciamente pretendía beber el mar, y resultaba imposible terminarlo. La tortuga a la cual golpeó sonoramente era la misma tierra, que continuaba marchando indolente a pesar del ataque del dios, y el gigante el muestra las colinas que se formaron por el batir del martillo de Odin. La anciana, le resulta lo más intrigante al dios, y se le explica que la anciana era imbatible por encarnar al Tiempo. Contra el Tiempo ni un dios está capacitado para luchar, siempre vence con su marcha perpetua, inútil combatir al Tiempo.
En este caso, burlado por los gigantes, el dios Odin representa al ego soberbio cuando pretende rebasar sus fundamentos. El umbral representa la falsa conciencia, la ilusión, cuando está promoviendo realizaciones descomunales, rebasando la medida de su naturaleza. El mar, la tierra y el tiempo representa los fundamentos materiales convertidos en totalidad; la lucha se convierte en necedad cuando cree rebasar el propio fundamento. Hasta los dioses obtienen su propia medida, con más razón las personas están obligadas a reconocer la estatura adecuada a su combate.
Comparación de ambas anécdotas
Puestas una junto con otra, ambas narraciones dejan un panorama completo sobre el tema del despertar de la conciencia. En el primero, descubrimos el ascenso desde lo aparente material hasta lo esencial mental. Para obtener la sabiduría se rebasa el territorio (tan cautivador y vasto) de la apariencia, sin embargo, aparece una condición de vínculo, porque permanece un ojo material. El dios rey queda tuerto, mantiene el puente con la apariencia, la mitad pertenece al mundo mental, y se define el balance.
En la segunda narración el dios cae bajo el cautiverio de la apariencia, pero la equivocación no es casual. Su error consiste en atacar sus propios fundamentos, causando la ilusión de la prepotencia, el ego pretendiendo superar al mundo. La conquista de la sabiduría no es suficiente, acaba en silencio por la sordera del ego. Mantener la conciencia implica reconocer el propio tamaño, quien estima al mar como una bocanada y desprecia a tierra como una especie en peligro de extinción, está destinado a fracasar. También descubrimos el perfil ecológico de la leyenda, porque el ecologismo se sustenta en respetar el fundamento material de la existencia, respetar mares y tierras, sin los cuales resulta imposible nuestra existencia. Entonces la lucha emborrachada del ego merece aplacarse con risas y burlas, el ego conquistador es un bufón ante el escucha de la verdad. Recuperar el propio tamaño es rescatar la cordura y prepararse para cantar victoria en las verdaderas batallas.
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