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sábado, 30 de marzo de 2019

LA DOSIS DE NACIONALISMO PARA UNA CABAL SALUD





Por Carlos Valdés Martín

Después de décadas con tratados de libre comercio y modas de la globalidad, una oleada de nacionalismo le mete miedo a los mercados mundiales, frustra la Unión Europea y agita la presidencia de EUA. ¿Algo falló con la globalización? Sí, algo salió terriblemente mal. Falló cuando ignora el tema nacional y las dificultades de las integraciones colectivas.[1] Los amigos de la globalidad han apostado por esta falacia: que el mundo es la premisa mayor, luego todos “estamos” en el mundo, entonces la nación no sirve pues la sustituye el mundo.[2] Ese disparate de olvidar a la nación carece de paternidad y no hay rastros de a quién se le ocurrió, aunque ahora es un disparate muy popular que ha distorsionado las Políticas Públicas, cuando ha permeado entre dirigentes. 

Con esto no pretendo que la Globalización, en tanto comercio y comunicación mundiales sea una sustancia mala, sino que la nación y sus manifestaciones continúan existentes hoy como desde hace un siglo o vente atrás. 

Si la discusión se reduce a que en el fondo la única patria verdadera es el mundo, que la verdadera familia es la humanidad entera estoy de acuerdo con la dirección del ideal; pero el ideal global se convierte en una tontería cuando alguien pretenda que le arrebate la cama a mi señora para mandarla a cualquier desconocido en una dirección al otro lado del globo, bajo el pretexto de que vivimos globalizados y deben circular eficientemente los bienes. Si este sencillo ejemplo de quitarle la cama a mi señora puesto contra la expropiación enloquecida (típica del comunismo estatista, violatorio del mínimo derecho humano, pero que también aplica para la seudo-religión de mercado), se comprende con claridad para el caso individual, pareciera que se ignora en el tema nacional. 

Los tratados comerciales deben servir para que muchas partes adquieran un contexto comercial adecuado, no para que las trasnacionales adquieran un título de los “amos del planeta”. Olvidar que las personas seguirán habitando dentro de fronteras nacionales y que las migraciones implican procesos de adaptación junto con el respeto de derechos, trae excesos y disparates. En cualquier hogar se invitaría a un huésped temporal con cordialidad siempre que existe un mutuo acuerdo, de ahí el impresionante éxito de la hotelería del “Air B&B”; pero que no se meta subrepticiamente una persona sin avisarte entre las sombras de la noche a tu domicilio, porque esa irrupción será aborrecible. Y si al ejemplo le agregamos cientos de visitantes que entran forzando la puerta de tu domicilio, pues la situación se volverá harto conflictiva. La diferencia entre migración aceptada frente a una invasión obligada resulta bastante clara, por eso se regula la migración por el país receptor. Incluso la emigración forzada (por circunstancias adversas de guerras y desastres) en grandes grupos de refugiados se regula y las Naciones Unidas intervienen para aliviar esa clase de crisis.[3] Que las Comisiones pro Refugiados de la ONU merezcan elogio y subsidios no significa que cualquiera se desplace de cualquier modo por el planeta y, menos, una masa de población. 

Las entidades entre las que se mueven las migraciones son naciones, pues casi no quedan territorios vacíos en el planeta que no se atribuyan. El ignorar el tema nacional por los representantes políticos empuja hacia terribles dilemas. Quien ha extraviado la ruta en una carretera desconocida no siente las consecuencias sino minutos, horas o hasta días más tarde —pero la escala de la cuestión pública suele ser mayor. Olvidar por completo el tema nacional implica ese extravío completo que tiempo después resultará en enormes problemas. El extravío de la brújula nacional de otros países se descubre justo cuando el Presidente norteamericano Donald Trump despierta su propio interés nacional. La gestión de Trump —con su discurso tan áspero y falto de diplomacia y tacto— revela la obviedad que cada nación posee su propio interés y donde el previo acuerdo mutuo no desaparece los intereses distintos. 
Bajo los tratados comerciales internacionales, la red de comunicación mundial, el tramado de empresas trasnacionales… era bastante obvio y siempre había estado ahí este dinosaurio: la nación forma una textura de intereses y perfiles propios de las distintas comunidades. Afirman los teóricos de la biología que bajo las capas de cerebro modernas poseemos un sistema animal diferenciado que llaman reptiliano, después uno intermedio que corresponde a los mamíferos (límbico) y sobre de ellos la capa final del desarrollo humano (neo-córtex).  En esta metáfora, la nación tampoco abarca la estructura más elemental, abajo está la familia, con sus variaciones y más básico el individuo, a su lado lo genérico “social”, pero el fenómeno nacional resulta crucial para la organización en comunidades políticas. A la fecha, la nación posee el monopolio de la soberanía, por ese motivo, olvidar la nación se convierte en un error crucial. 

La corrección del olvido nacional no recomienda una vuelta al nacionalismo simplón ni a la xenofobia. Como en la medicina, la dosis correcta entre nacionalismo y apertura exterior (con bienvenida a corrientes foráneas) marca una clave de la salud política. Aunque la cantidad sea un tema a debatir y cambiando en el tiempo, recordemos que siempre cualquier medicina se expide definiendo su cantidad. Incluso existe una rama de la medicina dedicada a definir la cantidad correcta en que se administra y se llama “posología”. En efecto, el dilema no es entre cero nacionalismo contra cien por ciento de nacionalismo, sino ¿cuál es la cantidad correcta de nacionalismo para que funcione sanamente cada país? 

La dosis cero de nacionalismo implica perder la ruta política al pretender una igualación entre el interés nacional y el extranjero; una sobredosis nos trae disparates como los excesos del ultra etarra, que plantaba bombas por clamar una patria separada (burda imitación de lo que sucedió exitosamente con el independentismo y la descolonización). La dosis no es la misma para países distintos y épocas diferentes. Los ejemplos de las sobredosis nacionalistas resultan ampliamente conocidos, aunque algunos casos son engañosos, por ejemplo Stalin disfrazaba su nacionalismo gran ruso bajo la máscara de internacionalismo proletario. 

Hay evidencia bastante de que existen intereses específicos de las poblaciones nacionales y un afán de mantener sus perfiles culturales locales, junto con fenómenos económicos y de comunicación. Las políticas públicas deben mantener una brújula precisa para satisfacer los fundamentos de la soberanía, con los contextos internacionales. Esconder la cabeza bajo la tierra, en la política del avestruz, no solucionará las contradicciones ni las especificidades nacionales. Los proyectos de integración que no ofrezcan bastante a las naciones en términos de identidad y respeto, están bajo riesgo de estallar en conflictos de viejos o nuevos nacionalismos. Entregar dinero o promesas de mejores empleos a cambio de abatir las naciones, al final terminará despertando los rencores contra las promesas vagas. La Unión Europea no ha terminado de cristalizar, justo cuando algunas “old nations” sienten que la globalización las aproxima al peligroso acantilado en un canto de sirenas.

NOTAS:

[1] El título original fue “Los nacionalismos que matáis gozan de cabal salud”, parafrasea la cita: “Los muertos que matáis gozan de cabal salud”. Sobre la cual existe una discusión sobre su autoría, pues desde el siglo de oro español se ha manoseado.
[2] La verdad de que la interconexión es una ventaja (las naciones ricas poseen un comercio exterior impetuoso) se exagera para crear una falacia, que desaparece la parte-nacional en el todo-global. Y el comercio exterior no implica a toda la relación inter-nacional.
[3] La escala de los acontecimientos sí importa. ¿Qué diferencia a un gato mascota de un tigre peligroso? En esencia, el tamaño sí importa.

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