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jueves, 18 de enero de 2024

YEMEN NO EXISTE EN ESTE PLANO



                                                                                   Por Carlos Valdés Martín

A los invitados del Coloquio Internacional de Filosofía fueron desalojaron del salón principal para descender al salón del sótano, con incomodidades e improvisaciones. El huracán Otis no avisó de su ascenso en categoría, golpeando al territorio a un nivel superlativo. Así, que la última parte del Coloquio que se refería a la Paz Espiritual y Pacifismo comenzó bastante agitada. No se terminaban de sentar los asistentes y ya uno de los invitados estaba adelantado sus opiniones…

Repetía en silencio Baudrillard después de afirmar que la “Guerra de Irak no existe”. El salón de clases estaba lleno, ningún pupitre sin ocupar, los visitantes distinguidos en sillas, los últimos improvisados se recargaban en las paredes o se sentaban en el suelo. El polémico camarada Lyotad respondía que son “efectos posmodernos donde no hay verdad, sino performatividad”. Pensaba en las guerras, en las heridas y las catástrofes.

Los privilegiados que asistían a este encuentro de pensadores tan renombrados, sentían el pecho hinchado de contento y no cesaban de tomar apuntes a mano o con el celular grabando.

Movió su cabeza brillosa y pulida, Foucault para apuntar lo que cualquiera sabe por él:

—Son efectos del Poder que habla por nosotros, se apodera de nuestros discursos, para desear un biopoder belicoso, masoquista y autógeno. El nuevo panóptico expandiéndose…

Deleuze manoteó en el pupitre y lo sonó como tamborilero para distraer al colega y anotó:

—Las máquinas deseantes montadas en la máquina de guerra, que desterritorializan un desierto para reterritorializar una notica de la trágica serialidad; encadenando al rizoma de los signos y destilando una “literatura menor” a la de Kafka.

Por su parte, Lipovetsky rayó el gis sobre el pizarrón, provocando un escalofrío sonoro, para alegar:

—La era del vacío se llena de dolores, irrupción de conciencias fetichizadas. Y se toma la palabra Chomsky se adivina que culpará al imperio. La falta del respeto del francés inhibió al norteamericano que ya había levando la mano para decir lo que se adelantó a señalar.

Aprovechando la pausa, Zizek aprovechó para dejar su punto:

—Algo imperialista y capitalista se junta con la irracionalidad fascista de los teócratas musulmanes, que juegan papel de víctimas de ocasión.

La Applebaum no resistió chocar con esa opinión:

—Los amigos de la tiranía, sin argumentos válidos, utilizan a los pueblos oprimidos como pretexto para cancelar la democracia y nublar las mentes.

Byung Chul se quejó:

—Esta depresión crónica de la desaparición está cansando tanto a todos y cada uno.

Rompió el silencio Baudrillard, para soltar lo que tramaba su mente:

—Nadie va a Yemen, nadie saluda a los aldeanos, nunca nadie mira sus minaretes ni bebe en sus aguas; para que ese país existiera y dejara de ser un simple símbolo de la continuación de los ataques y los atracos, habría que tocar tierra. Y nadie lo hará, todos creerán que las pequeñas imágenes de explosiones y declaraciones de militares son lo real, cuando en el fondo sabemos que Yemen no existe.

Zizek hizo un gesto amenazante, aunque no era precisamente contra quien hablaba, sino hacia una idea cinematográfica que le recordó al mal absoluto, el matar por el matar mismo.

En eso el sonido del bastón contra el piso interrumpió al francés. Era un ciego con su bastón, el invidente de ojos azules era Borges. Habla con voz temblorosa:

—Cuando tenía vista y leí Las mil y una noches, entonces existían todos las Arabias y los Yemen. Ahí estaba todos, vivientes y plenos de sueños, ingeniosos y vibrantes. Cuando escribí sobre Averroes nadie se dio cuenta que también estaban las arenas del desierto infinitas en la esquina de Yemen, que se llenaban de lamentos; pero los lectores únicamente observaron a Averroes incapaz de comprender la tragedia y la comedia de Aristóteles. En fin, hubo un embrollo, pero lo que debería importar es que hay vidas palpitantes en juego que no saben de geopolítica ni de intereses materiales ni fanatismos religiosos. Bajo cualquier guerra despierta la tragedia de los inocentes perdidos. ¿Y cómo explicarles que “En el instante en que yo dejo de creer en él, "Averroes" desaparece”[1] bajo lágrimas, porque (aunque no existiera) habría que inventar otro Yemen?

En ese punto, al anciano de ojos azules lloraba y dos filósofos apiadados de su arranque sentimental lo condujeron hacia su habitación en un hotel cercano, para evitar el debate bizantino. Los filósofos materialistas supusieron que era una broma, con un disfraz para un falso Borges. Los filósofos románticos creyeron en un fantasma que les recordaba la sensatez en mitad de la inhumanidad.

 

 

 NOTAS:



[1]Jorge Luis Borges, En busca de Averroes, en El Aleph.

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