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domingo, 15 de septiembre de 2019

LA H DEL SILENCIO REVERENTE




Por Carlos Valdés Martín

Cuentan que en el amanecer de los tiempos, cuando las palabras se volvieron usuales entonces abundaban los parloteos, pues los antiguos estaban tan emocionados con ese aire sonoro que sale de las bocas que no paraban. Ellos al platicar mucho se olvidaron de los tiempos grises, cuando sufrían de tan flacos y que en sus gargantas no salían auténticas palabras sino gruñidos y gargarismos sin contenido. En cambio, todos alternaban entre vociferar y murmurar contentísimos con su capacidad de platicar, en especial las mujeres que convivían, porque los hombres se iban de cacería y para no ahuyentar a las capturas se guarda silencio en jornadas enteras. Pero quien se callaba en un largo día de cacería sentía ganas de compensar parloteando hasta el anochecer, alrededor de una buena fogata mientras cocía una pierna de bisonte o de antílope.
De tanto platicar se generaban momentos de confusión, lo cual tampoco es conveniente. Entonces surgió una gran idea… provocar un silencio antes de una palabra importante o también en mitad de alguna. Ciertas palabras merecían una atención aplicando el silencio, uno respetuoso o angustioso según fuera el caso.[1] Digamos que descubrieron que ellos mismos eran hombres, hembras, hermanos, hijos o humanos… colocando ese espacio silencioso y de respiración antes de la palabra adquirían mejor el sentido de su importancia. Las situaciones que les deslumbraban merecían también ese respeto como lo heroico, lo hermoso y las hazañas. A veces, también lo desagradable y peligroso merecía dar una pauta silenciosa presentándose antes de hambre, horror y hecatombe. En los nombres de la divinidad y de sus servidores convenía esa pausa como en Horus, Hermes y el celoso Jehovah[2] la colocó en varias posiciones, para los servidores se empleó el antiguo hierofante, que hierático daba su holocausto o el medioeval prefería su homilía en un latín[3] hermético. Esta relación es incompleta si descuidamos palabras que nos dan cobijo como el hogar, de otras que proporcionan dignidad como el honor, surgimiento inesperado de interjecciones y también un sentido como la herencia.
En expresiones como ah, eh, huy, bah y oh del español, esa importancia de la H parece colarse por la puerta de atrás, pues una interjección es una exclamación sin palabra definida, algo así como un instante “pre-gramatical”, para mostrar un sentimiento o una indicación. El argumento es que la H le proporciona una mayor importancia a esas expresiones donde está naciendo el lenguaje.
Convencidos de que la H proporciona ese enorme servicio al dar una pausa de silencio cuando vamos a pronunciar una palabra de alguna importancia podemos concluir. Sabemos que cada idioma arrastra las huellas de sus propios pueblos, por tanto, el empleo de una consonante que en realidad es un silencio o una exhalación muda varía en cada latitud. Las lenguas de raíz latina y las anglosajonas sí conservan ese revente silencio para la letra H… ¿En otros idiomas lejanos cómo funciona el silencio reverente en la palabra?


[1] Esto no es una historia de la etimología de la H, que varió según cada pueblo, sino una noción rescatada de un viejo manuscrito sobre la influencia del hebreo, que conectaba con Favre de Olivie.
[2] Que la hache aparezca al final podría fantásticamente atribuirse a que la escritura hebrea opera de derecha a izquierda, en sentido opuesto a la predominante en el resto del mundo. Entonces en Jehovah colocada al final ¿Se colocaría al principio en realidad?
[3] Durante casi toda la historia de la iglesia católica las misas se pronunciaron en latín, hasta el siglo XX se modificó esa práctica. La orden provino del Papa Pablo VI, quien ofició la primera misa en lengua italiana local el 7 de marzo de 1965 y lo mismo indicó para el resto del mundo.

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