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lunes, 30 de septiembre de 2019

FOSO SUAVE A NIVEL DE HOSTOTIPAQUILLO

 



Por Carlos Valdés Martín

 

La vieja mina de plata atesora tantas historias como metal sin descubrir, lo que sucedió con Claudio se ha seguido contando entre los nuevos mineros y permanecerá en la memoria. Este minero se recontrató, en esos días de crisis cuando conseguir trabajo era difícil y cada amanecer había una fila de candidatos a la puerta lateral de la bocamina, pues la principal servía para los materiales y los empleados. Y la fila estaba siempre nutrida por caras avejentadas antes de tiempo con trabajadores acostumbrados a la dureza del descenso. Habían quedado atrás los días en que el salario minero se despreciaba, pues el desempleo había azolado la región de la sierra de Jalisco, alrededor del poblado minero Hostotipaquillo, antes llamado Ostotipac.  Se cuenta que David Alfaro Siqueiros tras su fallido intento de asesinar a Trotski se escondió en alguna mina apartada de la zona, pero eso nunca se ha comprobado.

Ese era el quinto contrato de Claudio quien era robusto e inquieto, con un toque de desconsideración en el don de palabra que le concedió Dios. En su tercer contrato había escalado a jefe de cuadrilla, mientras en el siguiente terminó despedido por jugar una broma a los compañeros del nivel 6.

**

Desde el fondo del hoyo, Claudio maliciaba a los del nivel 6 con esa trampa. Ellos rehusaron sacarlo. Aunque los cavadores del nivel 6 pasaban sin armar alboroto y nadie pronunciaba una negativa rotunda. Quienes pasaban junto al hoyo donde estaba atrapado simplemente susurraban “Al rato… hay prisa… tengo turno…”

Al comienzo creyó que era un accidente, pero comprendió que era una venganza cuando a la hora de la comida le lanzaron un cacharro con unos gusanos repugnantes que en el sitio llaman “gallinas ciegas”.

En uno de sus contratos anteriores se fastidió de todo y se puso bromista, mucho más travieso que lo usual en el gremio. Consiguió unos gusanos gordos y se ingenió para depositarlos dentro de la sopa que se repartió dentro del nivel 6. Los mineros creyeron que era un insulto y se encabritaron tanto que paralizaron labores exigiendo el despido de los cocineros. La empresa negoció que solamente despediría a un responsable y dio una fecha próxima para tranquilizar a los protestantes del nivel 6. Por costumbre los cocineros en esa mina eran viudas, huérfanos o viejos que no cumplían faenas pesadas por sus pulmones debilitados. Anticipándose a que castigaran a algún inocente, Claudio comenzó a presumir su hazaña, dando santo y seña a sus compañeros.

Cuando citó para despedir a Claudio, el jefe de recursos humanos estaba doblándose de la risa. Parecía dispuesto a darle un ascenso y lamentó echarlo.

En el pasillo principal del nivel 6, el hoyo con trampa quedó disimulado por una tarima de madera delgada. Al pisar esa tarima disimulada con tierra suelta, cedió ante el peso de Claudio. La caída se amortiguó porque abajo la tierra estaba suelta, dando efecto de colchón. Los taludes de pared estaban tan verticales que imposibilitaban escalarlos.

La caída lo desconcertó y sintió que se había roto algún hueso, sin embargo, no era así. De inmediato sucedió que su propio casco metálico le abrió una herida en la ceja. No era la primera vez que una ceja le sangraba, su remedio inmediato fue taponarla con tierra seca y después visitaría la enfermería de la mina.

Su error fue alardear que no estaba lastimado. Cuando un jefe de cuadrilla del 6 se asomó y lo alumbraba con su linternita, él mismo dijo:

—No es nada, solamente un golpe. La tierra suelta amortiguó la caída.

Le pareció recordar risas lejanas y difusas como si más allá del perímetro toda la cuadrilla 6 estuviera expectante.

Le dijeron que pronto mandarían por ayuda y reanudaron labores.

El tránsito de mineros de la cuadrilla del nivel 6 era constante y pasaba tan cerca del hoyo que rodaban pequeñas cantidades de tierra. De inmediato Claudio sospechó que ellos pateaban tierra a propósito para molestarlo, como una orden de complicidad. La venganza contra el bromista le pareció evidente, pero no quiso demostrarles se había dado cuenta y hacerlo patente.

Cada vez que se desesperaba y gritaba por ayuda, algún minero se asomaba para pedirle paciencia y que bajara la voz.

—Ya ves cómo es esto de los turnos, al rato viene la cuadrilla de auxilios.

Pero la de auxilios no llegaría hasta que los del 6 avisaran.

Tenía la opción de gritar con más desesperación y berrear de dolor, pero eso le daría una fama horrible en la mina y sería objeto de burlas. Conjeturó que ese era el objetivo de la trampa: demostrar que él era débil y ridículo. La trampa no era para lastimarlo sino para burlarse, así cobrar venganza por las sopas engusanadas.

Previendo que tardaría mucho el rescate apagó la luz de su casco para encenderlo en caso de real necesidad. Intentó dormir y únicamente cabeceó.

El hoyo estaba junto al pasillo principal del nivel 6 así que no temía quedarse abandonado. Aunque los mineros conjuraran por fastidiarlo, en cualquier momento pasaría supervisión rutinaria y alguien notaría el accidente por lo que llegaría el rescate.

Un falso compasivo le lanzó una botella con agua.

Claudio escuchó risas burlonas y se malició el desquite.

Otro le preguntó por su familia, pero no había quién lo esperara afuera de la bocamina de Hostotipaquillo.

Claudio notó que terminó la jornada diurna porque salió un pelotón grande de trabajadores y muchos se asomaron para darle palabras de falso aliento:

—Aguanta tranquilo que la ayuda vendrá… andaban en una emergencia… luego vienen…

Cuando el cansancio y la sed arreciaba se llevó sin pensar la botella de agua a la boca. Luego desconfió. Encendió la linterna de su casco y hurgó hasta descubrir un gusano grueso. Era una “gallina ciega”. Los del nivel 6 habían replicado su broma en la cocina. Pensó con agrado que su broma había sido tan memorable que tras los meses y no se olvidaba. Esa venganza era un homenaje a su ingenio. Sonrió con agrado, pero a esas alturas los del nivel 6 ya habrían esparcido el rumor de que había bebido de la botella con gusanos. Por más que él argumentara en contra nadie tendría pruebas, sería su palabra contra la de ellos, esa tropa casi anónima que estaba resentida desde el asunto de la sopa.

El silencio duró mucho tiempo hasta que escuchó pasos y gritó para llamar la atención. Se asomó uno de la cuadrilla de mantenimiento y le prometió que regresaría. Se llamaba Gerardo alias Malasuerte porque había perdido dos dedos en un accidente.

Claudio se durmió sentado cuando regresó el de mantenimiento con malas noticias.

La cuadrilla de auxilios estaba batallando con un problema complicado, pues en el nivel 5 se había caído una viga (trabe grueso de madera) que atrapó la pierna de un trabajador. A su vez, esa viga caída debilitó el túnel y se llamó a todos los hombres de la cuadrilla  de auxilios para atender la emergencia.

Claudio desesperado con la noticia se puso a argumentar con Gerardo Malasuerte. El de mantenimiento comenzó a lanzar pretextos hasta que confesó:

—Los del 6 amenazaron para que nadie te saque hasta mañana.

Por su parte, Claudio respondió que si no había un reporte de accidente lo despedirían. Gerardo consideró que sí era posible el despido así que buscó cómo sacarlo. La cuerda con nudos que encontró serviría para escalar si Claudio era tan fuerte como presumía. Pero la cuerda no era larga, así que debió arrastrar tres cajones de madera, reforzados con metal, bajarlos atados a alambres (que servían para la maniobra de bajada, pero débiles para subir del hoyo). Arriba de los cajones ya se alcanzaba el tamaño de la cuerda, que quedaría atada a una robusta trabe próxima al hoyo.

Después de que el de mantenimiento bajó lo cajones, Claudio colocó los cajones con cuidado y reconoció que sus fuerzas no eran las habituales. Aunque el golpe no traía una fractura, sí un dolor en las costillas merecía una revisión minuciosa. Al esforzarse bajo la playera, debajo de la camisa de obrero, sentía una especie de mordida entre las costillas del lado izquierdo. En la ceja la sangre había coagulado suficiente aunque volvería salir por el esfuerzo de escalar.

La colocación de los cajones implicaba un reto pues debía sobreponerlos con firmeza pero dejando suficiente espacio para que cada uno sirviera de escalón. Todo el conjunto de cajas debía sostenerse sobre la pared vertical en la zona más cercana a la cuerda para que él saliera.

Los dos primeros intentos de colocación fracasaron, pues los cajones se volvían inestables, pues el de la base quedaba más lejos de la pared y el de la cúspide era el único que tenía respaldo. Al tercer intento los cajones tuvieron suficiente estabilidad para resistir su ascenso.

Claudio alcanzó el tercer cajón, se paró firmemente sobre él y suspiró aliviado. Desde ahí se preguntó si el dolor de costillas no le causaría un problema durante la escalada.

Probó la reciedumbre de la cuerda antes de escalar y sintió confianza. Jaló de su cuerpo con ambos brazos, asido a la cuerda y empujó con la pierna el último cajón que cayó. Sin ese cajón dejó la completa responsabilidad en sus brazos. Quedó colgado y empezó a tirar a pleno esfuerzo.

Cuando estaba próximo a salir, la costilla más golpeada salió de su posición, atacó su pulmón y un dolor intenso lo desconcertó. De inmediato no pudo ganar aire, su pulmón se negaba a respirar. Faltaba muy poco. Intentó girar la pierna en la cuerda, procurando un descanso. A un brazo de distancia, intentó rogar auxilio a Gerardo Malasuerte, pero sin aire no salen las palabras.

Cuando Claudio se desplomó quedó colgado de una pierna y su nuca golpeó con la orilla metálica de una de las cajas. Al recatarlo quedó inconsciente con las extremidades rígidas, temiendo un desenlace fatal.

Las cuadrillas del nivel 6 no encontraron manera de justificar sus complicidades y culparon a uno recién ingresado, quien había distraído el paso de Claudio, lo que precipitó el malpaso para su caída. Se llamaba Inocencio, como un famoso Papa, y se salvó de pisar la cárcel cuando avisaron que Claudio no moriría de inmediato. El argumento de hoyo suave: la tierra suavizada que amortiguó la primera caída de Claudio también fue un atenuante. Para la directiva de la empresa argentífera resultaba peor el escándalo por un intento homicida entre sus obreros que sumar una cifra más en los accidentes laborales.

Esta narración no tuvo un final feliz cuando la directiva fijó castigos por jugar bromas y el ánimo de los mineros ensombreció. Debido a que Claudio fue enviado a la lejana capital con la esperanza de su recuperación y no hubo más noticias de él, luego cundió el rumor de que había muerto y entonces los mineros rehusaron a laborar en el nivel 6. Justificaban con que había apariciones o que el mismo hoyo se cavaba inexplicablemente por obra de un ánima siniestra. Los técnicos señalaron que ese nivel contaba con baja productividad y unos meses después quedó cerrado para la extracción.  

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