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jueves, 12 de enero de 2023

LO INEFABLE PUESTO EN PALABRAS

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

Hablar de lo inefable es una paradoja, como mover lo inamovible, aunque sí está permitido hacerlo; esto lo demuestran importantes tradiciones filosóficas y religiosas que nos invitan a pronunciarnos al respecto. Grandes tradiciones religiosas como la judía se han preocupado por el problema de la reverencia que impide pronunciar directamente el nombre de Dios, por lo que cualquier nombre sería una referencia secundaria o sobrenombre. Cuando el concepto de Dios resulta tan trascendente y superior a la condición humana, se llega a considerar una profanación el pretender designarlo con un nombre real, por lo que cualquier designación será una aproximación, por lo que algunos, prefieren utilizar una grafía evidente de esa prohibición como en d-s. Si asumimos alguna imposibilidad absoluta para atrapar el nombre divino, entonces cualquier modo humano será una aproximación limitada.

La mente no se paraliza ante la anterior imposibilidad parcial o trascendente, cuando el término de lo inefable implica un contenido positivo, que señala hacia lo sublime.[1] Así, como el Dios monoteísta no es menoscabado por la limitación al escribirlo, el amor hacia su Dios de quien evita escribir su nombre no mengua. Dicho de otra forma, para el creyente su amor a Dios resulta una experiencia inefable.

Cuando se califican de inefables las experiencias concretas resulta que las palabras no las pueden atrapar, lo cual no exige que no se pueda o deba hablar del asunto, sino que su descripción queda lejos de “atrapar” esas vivencias.

En la masonería filosófica escocesa los diez primeros grados se denominan inefables, conforme este ciclo posee características específicas. Un aspecto del llamado “secreto masónico” se relaciona con las experiencias subjetivas que permanecen dentro de la categoría de lo inefable, conforme una explicación ordinaria nunca las alcanza a mostrar. Es necesario distinguir lo inefable respecto de lo secreto, ya que lo inefable está protegido por su propia naturaleza y no por decisiones de mantener silencio. Hay filósofos que han interesado por los límites del pensamiento al estudiar lo infinito,[2] cuando dentro de la subjetividad la experiencia de lo inefable está rodeada de infinitos.

Los estados sublimes del ser humano poseen rasgos de inefabilidad cuando nos referimos al amor y al crecimiento espiritual. Lo inefable es amigo de la felicidad y como tal lo apreciamos.

En conclusión, lo inefable se vive en ocasiones felices, cuando hay una intensidad que afirma la existencia más allá de las definiciones.[3] En la masonería esto sucede con la iniciación y al ahondar en el filosofismo. Para los no masones una vida feliz descubre sus momentos inefables, por más que no encuentre las palabras correctas para explicarlos, precisamente, porque éstas no existen.

NOTAS:

[1] El origen es latino, formado con “in”, que significa negar, “ex” que es sacar, convertido por el uso en “ef” y “fabilis”, que es expresar, el hablar.

[2] Por ejemplo, en Kant, La crítica de la razón pura, y en Sartre, El ser y la nada.

[3] La paradoja situaciones difíciles o hasta dolorosas cuando, al recordarlas, se descubren fuente de felicidad corresponde con lo inefable.

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