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martes, 3 de enero de 2023

PROSTIPIRUGOLFO SOBRE SU VALOR

 



 

Por Juan Lomas Jr.

 

Al reconsiderarlo, Jacobo siente miedo por ese coqueteo acelerado, motivado por un rumor de que ella es la novia oculta del Presidente. El encuentro comenzó en las afueras de Manzanillo sobre una vereda soleada, en ruta hacia un hotel de lujo. En el cruce de caminos, ella avanzaba con parsimonia, vestida de bañador naranja, calzando chanclas para arena y un sombrero de ala ancha para cubrirse del sol, mientras la escoltaban un ayudante discreto y un camarógrafo que cargaba una mochila, tripiés y quién sabe cuántos chunches más. Sin saber que fuese un personaje público, a golpe de vista Jacobo descubrió que Esthela era una mujer hermosa. Al pasar, distinguió el talle, el movimiento cadencioso, una sonrisa agradable y un perfil elegante.

El ánimo de Jacobo era expansivo y extrovertido, así que un chispazo de ocurrencia lo impulsó a aparentar torpeza. A la vera del camino corría un arroyo cristalino. En cuanto pasó frente a la mujer y sus acompañantes, él dio un giro deslizado hacia un estanque que formaba el arroyo, cayendo de cabeza y provocando un sonoro chapuzón. Por amplificar su broma gritó:

—¡Ayuda! ¡Me ahogo!

La mujer dejó el celular a su acompañante y se lanzó al agua para rescatar a Jacobo, lo cual fue sencillo pues ese vado no era profundo. Bastaba estirar las piernas para alcanzar el fondo.

Cuando salieron, él no se aguantó una risa y pidió una disculpa, dando una explicación jocosa de que perdió una apuesta. A Esthela le agradó la audacia del joven para acercarse y le dejó sus datos para una posterior “audiencia”.

**

Los pretendientes hablan de “citas” y los políticos de “audiencias”. Esthela había sido “Miss” en el concurso de belleza de su región y se mantenía soltera. Según los rumores su soltería era motivada porque la pretendía quien encabezaba los designios políticos de la nación entera. Su carrera política había sido rápida y sencilla: aprovechando su notoriedad como figura pública, al terminar el año obligatorio promoviendo al concurso de bellezas locales, obtuvo una postulación ganadora. Le dijeron: “Ni tienes que saber nada de política, así es mejor, estarás más limpia en tu imagen. Los profesionales tienen ‘cola que les pisen’.” En esos días encabezaba el gobierno de la capital estatal, pero prefería delegar lo más posible en su gabinete y escapar de los fisgones.

Los policías armados frente al domicilio particular de Esthela intimidaron a Jacobo, que se incomodó al tener que mostrar el contenido de su bolsa de tela, donde guardaba una rosa roja y una caja de chocolates envinados. El guardia por su intercomunicador pedía permiso para el acceso y le respondían que esperara.

Cuando le dieron acceso a la sala, las cejas de Jacobo marcaban un arco en signo del impaciente. Ella empujó una puerta abatible y él enderezó la mirada. Jacobo puso una sonrisa esforzada y buscó la flor roja de entre sus pertenencias. Se apuró a enderezar el tallo y se espinó el pulgar. Ignoró el pinchazo, extendió la mano y se apresuró a plantar un beso en la mejilla izquierda.

—Una disculpa, hay el contratiempo de un robo a la luz del día. Se está reportando el secretario de seguridad. Espero no haya muertos, que entonces tendré que dar declaraciones a la prensa.

Con nerviosismo Esthela indicó un asiento, pidió bebidas refrescantes y otro teléfono a su asistente.

—Nada mejor que salvar a la ciudad en fin de semana.

—Falta vida privada.

Esthela se enfrascó en la llamada pidiendo detalles del asalto. Conforme le explicó el interlocutor que el único herido no resultó grave y que uno de los asaltantes fue detenido, Esthela quedó contenta. De inmediato el ambiente en la casa se volvió relajado, conforme llamaba a diversos asistentes para darles el día de descanso.

Mientras sorbía una bebida de margarita con mandarina, Jacobo se encargaba de soltar frivolidades a partir de las novedades:

—¡Qué idea de morirse el mismo año del rey Pelé y el Papa Ratzinger!

Conforme ella hizo plática por el fútbol se evidenció que su interés no era ni religioso ni fingir un exceso de virtud. Ella se lamentó de que no le fue posible visitar Qatar por falta de quién la acompañara. Con algo de exageración Jacobo se ofreció:

—Me hubiera encantado ser tu “guía de turistas”.

Regresó un asistente e interrumpió a Jacobo. Atendiendo en ambas pláticas, Esthela le sugirió comenzar una partida de ajedrez. El tablero de piedra estaba bajo de la mesa de centro de la habitación. A ella le agradó que el supiera jugarlo, abonando a su inteligencia. Esthela salió a blancas por cortesía y movió el peón 4, con salida clásica, que él replicó con cautela. Él fingió concentrarse en el tablero mientras evaluaba detalles y decidía perder para seguir en un papel de inferioridad fingida. Mientras despachaba al asistente, le señaló que debería ser menos serio.

—Te veo tenso, supongo que ya sabes del rumor sobre el Presidente y yo. No lo voy a confirmar ni desmentir, ya sabes cómo es la complicación política; aunque sería entretenido desmentirlo sin dar más gasolina al fuego del escándalo.

Las palabras de Jacobo fueron dudosas, ya que se jugaba su oportunidad en los siguientes segundos. Prefirió comenzar con sutileza:

—Te respeto por completo, tengo bien asumido que eres una persona íntegra y no doy pie a rumores malintencionados. Que no estés casada abre la puerta a cualquier rumor, pero soy un caballero, una persona incapaz de causar problemas…

—Cada vez te pones más serio— ella lo interrumpió—, espero que no tientes entrar a seminarista.

Él se rio, se interrumpió para seguir modoso. Hasta entrelazó las manos, mientras argumentaba una anécdota curiosa, recordando lo barbaján de “Bad Bunny” que lanzó el celular de una admiradora al malecón.

—Mira, no estaba enterada. Se vio requetemal. Lo voy a sacar de mi selección del Spotify. Ya borro “Moscow Mule” y “Yo perreo sola”. No sé que más tarugadas.

—Como sea Maluma no resultó tan mal-humo.

—Y el Fonsi, con Despacito.

Esthela busca en su celular y pone la canción. La vincula a una bocina inalámbrica en el extremo de la sala. Él se incorpora saltando al ritmo de la canción y ella se acerca para bailar.  Tararean la letra:

—Que olvides tu apellido…

Siguen bailando con acercamientos y alejamientos, movimientos ondulantes. Comienza una canción de Shakira con su Casio por Rolex contra Piqué. Siguen más canciones de meneado.  

Él recurre a bromas simples y sonríe:

—Con que me gane otro niño-dios en la rosca de reyes pongo una guardería.

—No pongas nada hasta que abandones la alcahuetería.

—Sería un apóstata de las roscas, antes que un alcahuete de muñequitos de rosca.

Bailan y beben con ánimo creciente. Ella integra unos sándwiches rápidos. Beben más y brindan. Vuelven a bailar y a bromear. A él se le ocurre un reto.

—Atrás de la Iglesia de Santa Rosa dicen que está embrujada. Al anochecer salen fantasmas.

De momento, Esthela se declaró cansada e impuso ver una película en el videocable de su estudio. El segundo piso tenía un librero casi vacío, un escritorio, un sillón dúplex y una televisión en incontables pulgadas. Ella afirmó que la compró para ver mejor los juegos del mundial, que sí le gusta el futbol y las películas “retro”. Impuso su criterio de ver Rocky, la primera. Él creía haberla visto, pero no era cierto, sino que había mirado alguna secuela del mismo protagonista. Esthela encargó una cena a domicilio de pizas combinadas con pepperoni, salami, chorizo, champiñón, aceituna, cebolla y arúgula además de refrescos en lata “bien fríos”. Antes del repartidor de comida, tocó a la puerta una sirvienta preocupada porque un gato consentido había comido jabón. “Por el olor engañoso” explicó. Esthela le dio efectivo para acudir a la urgencia nocturna del veterinario particular.

Vuelve la tranquilidad, sentados juntos en el sillón, compartiendo pizas y brindis. Jacobo miró con más detenimiento el cuello de Esthela, y en la curvatura del trapecio descubrió un moretón intenso.

—¿Y eso que parece chupetón?

—Es lo más que le he permitido a “ya sabes quién”. Si él llegara demasiado lejos mi carrera quedará vulnerable. De cualquier manera, haré una prueba de embarazo y tú no has oído nada.

Esthela se arrepiente de dar explicaciones comprometedoras. Se sume en silencio y no responde a los comentarios de Jacobo. Procura entretenerse en la película, mientras imagina darle un “zasca”.  Suelta una interrogación sobre la aplicación del impuesto predial y la supervisión hacendaria.

—¿Qué opinas?

Jacobo responde cantinfleando. Ella lo interrumpe:

—Me ilusioné con que juegas ajedrez, pero de fiscalista resultaste un pelele. Mejor dime del boxeo.

Jacobo improvisa palabra sobre el entrenamiento de Rocky golpeando reses muertas, mientras urde una salida ingeniosa que no surge. Después de terminar la piza y proponer un brindis, reinicia la plática sobre una aparición de fantasmas con tesoro en la iglesia cercana. Esthela accede a la visita cuando termine la película.

—Si ya medicó al gato, lo traes —comenta con preocupación Esthela— para verlo. Enhorabuena que doblas el horario extra. Como sea quiero ver al minino. ¡Apúrate, Soraida!

La plática la lleva ella hacia lo encantadores que son los mininos. Él empatiza y le sigue la corriente, sin revelar que es alérgico a los gatos. Cuando llega Soraida con el gato Pitico convaleciente, Esthela se alegra y lo mima para reanimarlo. Carga al Pitico en brazos y lo acaricia profusamente. El animal parece más dormido que dispuesto a responder. Ella lo acerca a Jacobo, quien intenta aguantar la respiración. Esthela lo obliga a cargarlo y a acariciar el lomito. Él se apura a colocarlo en un sillón. Ella insiste en que lo vuelva a cargar para darle afecto.

—No creo que no adores a un gatito tan hermoso.

—Si, claro.

Jacobo siente un acceso de irritación en el cuello. Intenta resistirlo y no hacer ningún ademán. Le crece la comezón en la nuca, luego en la cintura. Se retira al baño y mira los estragos de la alergia, provocando notorias ronchas bermejas. Al regresar con Esthela se decide a confesar que es alérgico.

—Encargaré Abapena, es lo que siempre dan los doctores. Lo malo es que mandaré a Pitico a dormirse solito a mi otra casa.

Cuando el gato se aleja, la hinchazón deja de crecer. Jacobo quiere seguir bebiendo alcoholo pero ella se lo impide, porque le traerán el antihistamínico.

Cuando llega un repartidor de la farmacia con el remedio ya pasa la medianoche.  En ese rato él dramatiza su malestar para intentar quedarse de refugiado con Esthela.

—Me acaba de llegar una tarea urgente. Te puedes quedar a descansar en la sala, mientras reviso un encargo urgente del Gobernador. Trabajo mejor en las noches.

Jacobo agradece el quedarse a pernoctar.

—¿Y tú qué harás?

—Acostumbro a dormir en la otra casa. Aquí es más como oficina. Es que el guardarropa de aquí es pequeño y tengo mucha ropa. Además, allá me acompaña mi madre y un hermano. No me agrada estar sola.

Esthela le entrega una cobija grande con ilustraciones de peces de caricaturas en Buscando a Nemo.

Dos horas después unos Guardias tocaron a la puerta. Esthela seguía despierta y Jacobo estaba profundamente dormido.

—Me están recordando, desde arriba, que no debo recibir visitas sin autorización. Los señores de la Guardia que te van a llevar a tu domicilio.

Sus conductores no resultaron amigables, desviaron la ruta, remontaron fuera de la ciudad y tardaron una noche completa más para tomarle una declaración confidencial, bajo terribles amenazas.

Cuando Jacobo apareció un día después sus familiares dedujeron que sí estaba enredado con la jefa del municipio. Los amigos de Jacobo amplificaron esa versión de la ausencia hasta levantar una anécdota morrocotuda. Sus antecedentes prostipirugolfistas no permitían otra explicación, por más que él afirmó su precaución y cautela ante la atractiva Esthela, prometiendo que nunca más la vería.

Conforme el rumor fue creciendo su prestigio fue sobrevalorado y esas habladurías terminaron tan pronto como una costeña apareció con un niño en brazos exigiendo a Jacobo un matrimonio forzoso. Por más que sí concertó una fecha para la boda civil, desapareció una semana antes. Se terminó una prometedora carrera de prostipirugolfo.

 

 

 

 

 

 

 

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