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sábado, 30 de diciembre de 2023

DIOS ES EL PUNTO INFINITESIMAL

 



Por Carlos Valdés Martín

 

Un antiguo genio de la geometría tuvo la audacia de representar a Dios como un mínimo punto, el cual asemeja a cualquier humilde punto (con posición, pero sin dimensión diría un euclidiano), pero con un rasgo sobre saliente y primer paso de una geometría sagrada[1]. Ese rasgo único es que está al centro de una circunferencia y sin más indicaciones, quien mira debe adivinar por la intuición que desde ese punto se refiere todo el círculo, así como cada posible círculo que se traza desde ese único punto. Así, que el punto central del círculo equivale a un “hágase la Luz” del Génesis y con ello queda establecida la más radical de las jerarquías entre un creador y lo creado.

El diminuto punto que está rodeado de un círculo para el geómetra práctico es un resulta necesario cuando utiliza el compás, por lo mismo el astuto William Blake imaginó al Creador barbón y desnudo como un geómetra supremo, un “anciano de los días” con su compás en la mano[2].

Visto lo anterior, resulta indispensable que los devotos constructores de catedrales divinizaran a la herramienta del compás y señalaron a los demás instrumentos como sus acompañantes, a manera de una cohorte de seguidores del Padre Celestial.

 

Inquietante expansión

Que en la actualidad seamos capaces de encontrar la maravilla en lo infinitesimalmente pequeño resulta hasta una costumbre. De mirar lo pequeño nació la ciencia química y luego desde los primeros microscopios creció la medicina que salva vidas. Así, que mirar lo diminuto lo aceptamos como un acto de humildad y cuidado por cada existencia mínima.

Quien es aficionado a la piroctecnia —y cualquier niño lo es— acepta que un crecimiento súbito y escandaloso trae una gran alegría, siempre y cuando resulte sin daños colaterales. Sin embargo, el saber que algo pequeño explota debe contener una tensión, porque aún no estalla, pero en algún momento surgirá ese crecimiento súbito, que cuando resulta inoportuno sí provoca los daños colaterales.

Los antiguos no conocieron la pólvora, en cambio con las lluvias observaban el rayo y al mirar su ímpetu incontrolado, intuyeron al dios supremo lanzándolos para expulsar a los Titanes de la Tierra. La tormenta recuerda esa inquietud tan antigua del rayo que cae sin propósito, por mera muestra de la superioridad de los cielos.

La caja de Oppenheimer

Despertó el atemorizar ante la energía infinita que se esconde en el átomo. De ahí la evidente inquietud por las fuerzas encerradas en espacios pequeños, sin embargo, no ha sido parte del diseño originario el soltar los rayos y las tempestades sin provocación. De la misma manera, las potencias dañinas fueron confinadas, mientras una curiosidad insana no las altere. A cambio de los dones del fuego, en afán de equilibrar, al hermano de Prometeo le regalaron una caja conteniendo los males a repartir. La ingenua Pandora no era la destinataria de tantos males sino el personaje pasivo, que debía abrir una caja de regalos funesta. Que al fondo de la caja de los males que aquejan a la humanidad, haya quedado la Esperanza revoloteando, no implica una calificación negativa de tal virtud.

A la fecha seguimos con la Esperanza de que las potencias de la bomba nuclear nunca se desaten de un modo homicida. A la lista tradicional de los males de la humanidad se agregó la amenaza de conflagración mundial. En vez de que el rey tenga la Espada de Damocles sobre su cabeza, la humanidad entera quedamos en esa amarga postura. Y no es que el tiempo disponible sea eterno; cada quien tiene sus días contados en esta tierra… a menos que no tengas tiempo en absoluto.

Llegar a lo mínimo y volver

Para no tener ningún miedo a la muerte, también deberías no tener tiempo. La vida biológica está sometida a una ley de ciclos con nacimiento, crecimiento, plenitud, decadencia y muerte. Para otro tipo de existencias, más sencillas esa legalidad biológica no existe. Así, las agitaciones de materias más elementales están bajo un signo de interrogación. Quizá una partícula elemental sí sea ajena al tiempo (o se relativiza tanto que no importa el tiempo). En ese sentido, si el antiguo místico pensó a Dios como un punto es porque está siempre más allá del tiempo y la muerte.

En la pequeñez imaginada del punto, la divinidad absoluta pensada como un punto es invulnerable pero inalcanzable. Cuando ese punto se convierte en el círculo del universo, por una potencia explosiva, esa potencia es la omnipotencia. La expansión hasta el círculo final del universo es la omnipresencia.  El gran problema es que los seres humanos estamos en una dimensión intermedia, ni tan pequeños como el instante del punto ni tan grandes como el espacio sideral y el universo.

Nuestro cuerpo tiene tamaño y apetitos, fue creado para disfrutarse en nuestra escala terrenal, pero la mente está disponible para viajar más allá. Un gran viaje —odisea del espíritu despierto— puede comenzar buscando el punto mínimo que en realidad es...

NOTAS:

[1] Bien sabido que en el Timeo de Platón hay una amplia interpretación de una geometría sagrada.

[2] William Blake, The Ancient of Days setting a Compass to the Earth ("el anciano de los días mide la Tierra con un compás"), portada en el libro Europe a Prophecy, 1821.

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