Por Carlos Valdés Martín
Una acumulación de eventos cotidianos minúsculos ha cambiado radicalmente a nuestra nación mexicana. Una emigración interna, persona por persona y familia por familia, saturó las ciudades y abandonó los campos. Otra migración, la externa, de mojado en mojado, abarrotó barrios en Estados Unidos y desoló pueblos de México. Punto a punto, en asuntos cotidianos, la nación mexicana cambia.
La gota cotidiana como el tache más simple
Con esta lista de detalles podemos indicar que lo cotidiano, como tal vida ordinaria repetida o como cotidianeidad aparentemente intrascendente, se convierte en gota del torrente poderoso. El río toma su rumbo, el símbolo de las transformaciones arrastra a una nación que se estimaba conservadora, y ésta se entronca en el ritmo de las demás naciones. La intrascendencia de los eventos cotidianos, la levedad de acontecimientos sin huella se convierte en algo más. El acto del voto, como una simple cruz en un papel, revela algo así como el recuerdo del grado cero de la escritura, la mímica de una acción preparada hasta para analfabetos. Esto me recuerda que un ejército marcha siempre al ritmo del más lento de sus hombres, así la democracia marcha al ritmo del más primitivo de los actos de voluntad: gesto apto hasta para analfabetas. La tachadura se parece intrascendente, pero se muestra como la fórmula mediante la cual, de manera inédita, en México ocurre una transformación de poder político significativa sin el concurso de la violencia masiva.
El ritmo de las balas definió el cambio nacional (teoría de la revolución)
Antes cualquier transformación significativa se definió por las balas. Quizá las balas sean tan primitivas como las cruces sobre el papel, pero son un buen sustituto del rencor, porque cuando odio a alguien lo tacho de la lista de las amistades. Una cruz sobre un papel para derribar montañas, para abatir monstruos, para arrinconar prehistorias: esa cruz me recuerda los signos mágicos. Al primitivismo de las balas lo sustituimos con el primitivismo del tache, pero ya es un avance, simplemente por la diferencia entre la vida y la muerte; ahora, con la continuación de la vida están las papeletas tachadas, y con el recuerdo de la muerte están las balas. Hace un siglo las cosas fueron diferentes, porque las papeletas y las balas se cruzaron a medio camino; la historia de Francisco I. Madero es el paso de las papeletas a las balas (de la campaña anti-reeleccionista a la insurrección), de las balas a las papeletas (del derrocamiento de Díaz a la elección presidencial), y finalmente de las papeletas a las balas (el presidente Madero derrocado por golpe de estado de Huerta).
Me agrada lo escandaloso de este contraste: después de un siglo de avances en la tecnología militar, resulta que las papeletas se fortalecieron, hasta ser la punta de lanza del primer cambio pacífico de régimen de gobierno en el siglo XX mexicano. Ciertamente, no constituye una revolución radical, porque la clase dominante permanece inalterada, de una fracción burguesa en el poder se pasa a otra; el sistema capitalista se mantiene inalterado en su naturaleza económica, pero en su naturaleza política se pacifica. Después de siglos, por fin la burguesía mexicana encuentra una fórmula de convivencia parlamentaria, de juego de intereses contrapuestos.
El tache ligero casi inmaterial
Las papeletas electorales las podemos tomar como una sutileza, como un evento discreto: menos que escribir, casi un acto inmaterial, la expresión de la voluntad en su grado cero. Me seduce la imagen de un acto casi inmaterial (pero colectivo) cambiando la historia, porque el tiempo que dura el tachado (un par de segundos), la brevedad del acto material (recorrer unos pocos centímetros de espacio) y la delgadez material del acto (una fina capa oscura sobre un papel) son un conjunto de eventos cuya contundencia material casi puede desaparecer (actividades como el pulsado de botones o la respiración muestran menos materia que un simple tachado de tinta sobre una papeleta).
El tache sobre la boleta electoral es pequeño y discreto. Además de su tamaño me agrada su silencio, es un movimiento silencioso, concentrado en una intimidad casi pura, de un ciudadano replegado, sin ser molestado ni por miradas curiosas. En especial, es un trazo tan discreto que podría presumirse como un silencio breve, fracción de segundo que dura cada trazo.
Pero es cierto, un acto casi inmaterial, pero rigurosamente colectivo y formal (la trama legal detrás de cada papeleta), cambia la vida política de una nación. La importancia de cruzar papeletas no está en la brevedad del acto material, sino en la compleja organización de un evento de voluntad simultáneo y confluyente, que nos lleva hacia la demostración mínima de la voluntad en un garabato con forma de cruz, el tache.
El lenguaje de la bala
El espíritu de la bala se muestra más directamente contundente que cualquier garabato. Tengo la tentación de decir, que con la bala se terminan las mediaciones, porque el lenguaje de los cañones de escopeta es la brevedad misma y el camino directo. Pero no lo diré, porque es un engaño. Los dueños de las balas tampoco quieren lo que está a su alcance, tampoco aceptan que su designio sea la simple muerte, sino que buscan otras cosas. Digo que los dueños de las balas no son simples asesinos, ansiosos de ensanchar cementerios.
El lenguaje de los que han hablado en el lenguaje de las balas busca otros términos, en especial, adora los términos elevados, tales como la justicia, la libertad, la redención de la patria, la riqueza para el pueblo, el reino de las leyes, etc. Si las balas han emergido para realizar revueltas o revoluciones es porque buscan los motivos justificantes: libertad al pueblo, grandeza nacional...
Sufrimos de una contradicción, la bala termina su suspiro ruidoso, su crudo lenguaje, en un segundo. El lenguaje de sus dueños requiere de arengas y discursos, las famosas proclamas plasmadas en los Planes de Iguala, Ayala o San Luis. Ahí está el lenguaje de los héroes, inspirado y profundo, contrastando con la brevedad de un disparo, de un silbido.
La brevedad de un grito
Por motivos de economía de la imaginación el inicio se convirtió en un grito, se condensa una larga conspiración, la semilla de la rebeldía novohispana, la centenaria decadencia de los borbones en España y otros mil factores en un evento emotivo: un grito. El iniciar de una nueva nación lo identificamos con un grito, como el recién nacido lanza un llanto, y en esa brevedad del aliento, pues no imaginamos sino una larga respiración con ese grito primigenio. Estábamos embelesados con la brevedad de la bala, desapareciendo en el espacio o anidada en un corazón, y ahora nos enfrentamos con una segunda brevedad, la inmediatez del un grito de independencia. ¿Cuánto puede durar un grito? Su duración es la de una respiración, convertida en potencia, en rugido momentáneo. Supongo que son unos segundos la prolongación posible de un grito. Quizá un historiador me corrija indicándome que “el grito” se le denomina a la arenga completa. Acepto la precisión. Por mi lado insisto, en que sinceramente le llamamos “el grito” y se ha convertido en una escena a repetir, donde se lanzan unas pocas palabras y algunas vivas, para tocar la campana y que “grite el pueblo congregado”. En cualquier caso, asumimos la brevedad como destino. Basta esa vociferación rápida y como fulminante para decretar, en una repetición ritual, la escena primera de la imaginación de una nación.
Precisamente lo que atribuimos a Hidalgo no es la entrega de una declaración razonada, ni tomar el consenso democrático para que el pueblo decida, le reconocemos un llamado instantáneo que decreta. Aceptamos que basta el llamado poderoso, como emergiendo del alma, para establecer este “único grito”, asimilable al berrido de quien nace. Este gritar es sobreponer las emociones a los argumentos, es colocar la fuerza de la voz por encima de la razonabilidad de los argumentos. Si esto es puntualmente viable, entonces este grito también revela una estructura esencial del individuo y del grupo humano: la decisión. Admiramos ese grito porque expresa la decisión y eso es emerger a la vida.
La paradoja de la fuerza gritada
Con el evento de Hidalgo sucede como con las avalanchas y otros efectos de repercusión enorme: no es la fuerza individual del evento, pues el empuje de una palabra aislada poco puede, sino que es la fuerza del contexto, dispuesto a “estallar”. Sucede una avalancha al grito y por medio de esa multiplicación de las fuerzas iniciales se desencadenan actos y hasta símbolos. En sentido estricto sabemos que Hidalgo no “proclamó la independencia” ni dijo “viva México”. Por táctica política inició el movimiento luchando por la restauración del trono borbónico de Fernando VII derrocado por los franceses. Por condición socio-histórica no proclamó a México, porque ese gentilicio no se utilizaba en la colonia, sino que apelaban a la novohispanidad, en suma todavía no se forjaba la nación mexicana, así que no podía vitorearla.
Sin preocuparnos de las paradoja a que nos obliga la síntesis de imágenes, merece una estimación que este grito es el primer momento musical de la nación, a integración inicia con un sonido. Ahora bien, el sonido para arrebatar el espacio requiere de un fondo de silencio ¿dónde estaba el gran silencio nacional que recibió este grito inicial?
Una zona del silencio, o me equivoco y es zona de murmullos
Dicen unos investigadores geológicos que la “zona del silencio” la descubrieron en un desierto en la mitad de una nada del país. Ese lugar existe, es una realidad tangible. A cualquiera le parece como una alegoría. ¿Dónde ha estado escondida la zona del silencio de nuestra nación? La procesión de colonia, y opresiones podrían describirse en tales términos. Un pueblo oprimido, al menos en parte, es un pueblo callado. Desde la descripción clásica de Samuel Ramos, podemos aceptar que el “horizonte indígena”, sustento de nuestra nacionalidad, es una región de silencio. Los antropólogos coinciden, es recurrente el silencio entre los pueblos demasiado perseguidos, entre aquéllos que su lengua materna, su habla original, ha sido destruida. Nuestro horizonte indígena sufrió ese enmudecimiento durante la colonia, y si gustamos verlo como una onda continuada de amordazamientos, pues todavía existe. Quizá como la honda en el estanque que pierde fuerza pero gana en extensión, así gana en masa de población.
Ahora bien, estoy cometiendo un error evidente. El enmudecimiento indígena no es verdadero silencio. Entre el indígena y su entorno no hay un estricto silencio, sino un amordazamiento, que convierte una palabra normal en murmullos. El oído casi sordo de la herencia colonial amordaza y convierte en murmullo lo que son palabras y pensamientos. Quizá estés de acuerdo conmigo “los murmullos” desconciertan, crean inquietud, porque son un fenómeno a medio camino entre el ruido y la palabra. En un murmullo la palabra se ha desfigurado, únicamente reconocemos que pro-viene de personas, pero no distinguimos su mensaje. Al ser irreconocible el murmullo provoca inquietud y hasta agresión. El silencio verdadero indica sepulcros, el murmullo verdadero indica las tempestades que vienen. No es casualidad que el descontento indígena haya alimentado tantas rebeliones y revoluciones.
La barrera de las murmuraciones: el idioma extraño
Las murmuraciones resultan imposibles de superar en ocasiones, cuando el oído receptor se ha atrofiado o la boca emisora está baldada. Cuántos chistes ociosos se juegan en torno a los gangosos, a quienes no entendemos, de los murmuradores involuntarios. La psicología afirma que debajo de cada risa existe un temor desplazada. Dentro de la máscara del gangoso nos reímos de la incomunicación, del acallamiento involuntario. El idioma extraño, las hablas desconocidas, convierten a las personas en involuntarios gangosos, entidades privadas de palabra y/o entendimiento.
Resulta suficiente colocar dos idiomas desconocidos en un flojo cotidiano para que el resultado sea un trasfondo como de murmullos. Desconocer lo que esos dicen y piensan, estar condenado a la separación. Eso fue la historia centenaria del indígena y aún no termina para millones. Esta es la frontera interior, que se reproduce en los barrios de las ciudades.
Tentativa de conjuntar silencios y sonidos: la música nacional
En un intento de escapar del ensordecimiento de los murmullos, desde los sacerdotes colonizadores emplearon la música como medio para enlazar las almas y acercar a los indios a Dios, convirtiéndolos en súbditos más adaptados a su medio. Y la magia armónica de la música se mantuvo en las tentativas de formar un sonido adecuado a la nación mexicana. Las cimas están en la realización de un himno nacional, sonoridad precisa que nos coloca como coro, convierte a los enteros compatriotas en cantantes del mismo coro. Esta oferta de sonido simultáneo para la población entera de la nación se contrasta con la creación de la música popular, como un género de identidad nacional. En especial, se aceptó y promulgó que ciertas composiciones campiranas eran la música de la nación. Un capítulo especial merece el mariachi, es la composición híbrida de una música comercial moderna, propuesta en las grandes capitales aparentando que es un sonido del hondo sentimiento campirano popular. En ese caso particular opera una ilusión, bastante común en la forja de los fenómenos nacionales, pero que ha sido escasamente divulgado. Las naciones modernas refuerzan la imagen de su trasfondo tradicional campirano como la materia prima de su mitología fundacional. Los norteamericanos usan al vaquero texano, los suizos al montañista tirolés, los finlandeses al itinerante lapón, y los mexicanos usamos a nuestro campirano típico mestizo e indígena. Este trasfondo campesino popular sirve como una pantalla de proyecciones, y donde se establecen los cánones de lo “auténticamente nacional”, donde esa autenticidad tiene algo de pasado rebasado, por lo tanto posee algo de ilusión, y hasta mezcla de eventos inciertos, como el mariachi mexicano, del cual no se observa su novedad, sino la ilusión de una tradición.
La nación como “casa de cambio”
Los cambios parecen microscópicos colocados en la esfera cotidiana, pero su acumulación hace la diferencia. Cada vez que una mexicana toma un anticonceptivo y logra una familia pequeña, la nación cambia. Cada vez que circula la banda sin fin de montaje de una maquiladora, la nación mexicana cambia. Cada vez que un indocumentado cruza la frontera del Río Bravo, la nación mexicana cambia. Cada vez que alguien sueña con escapar de un presente opresivo y miserable, la nación mexicana cambia.
En fin, un torrente de cambio por cualquier lado, lo que desearíamos sería aquilatar cuáles son los grandes cambios, las mega-tendencia para obtener el cuadro del país que nos espera, una imagen fotográfica de la nación por venir, esta casa colectiva que está cambiando. Pero este viaje ya fue extenso, no es momento de revelar mega-tendencia, dejemos el futuro bajo el velo de Isis, mientras nos consolamos una sinfonía de mariachis, con un coro de gritos patrios, murmullos de lenguas incomprendidas, taches significativos, en fin… como dijera Rockdrigo, el profeta del nopal, este era “un rancho electrónico donde una rana con sinfónica”.
1 comentario:
Hola Carlos y Lucía. Es una sorpresa muy grata este espacio lleno de reflexión. Gracias por hacerme partícipe del mismo.
Este ensayo es una sinfonía nacional de una Nación callada. Valdría la pena rescatarlo con motivo del bicentenario.
Un abrazo.
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