Por Carlos Valdés Martín
En español nos encontramos con la generosidad de los verbos extraños. Un verbo tan largo como desenredar hilos, como soltar amarras, como explayarse por la vida, como desarrollar el raciocinio. Verbos tan largos como la actividad que nos prometen, la labor de “desalambrar” parece larga como la distancia sucesiva de sus sílabas armonizadas y dispuesta a soltar algún significado. ¿A qué alambre se refiere este desalambrar? Verbo de inversión, camino de recorrido inverso, luego de una alambrada aparece el “desalambre”. Ciertamente, no aparece como palabra de diccionario, es un verbo inventado por el habla popular o por los cantores, -casi es lo mismo- incluso puede que solamente mereciera un artífice con Viglietti. Pues, aunque la palabra pudo existir antes, en el espacio-tiempo anterior al canto, ya con una canción la palabra queda redefinida, recreada, y termina siendo un término recién nacido. En especial, una rara palabra, tan escasamente usada, el único recurso viable es su aparición estelar sobre el escenario del arte, y por ese conjuro toma un sentido nuevo, magnifica sus dimensiones.
“A desalambrar, a desalambrar/ que la tierra es nuestra, es tuya y de aquél/ de Pedro, María, de Juan y José/” En la canción de Viglietti este verbo contiene una petición de generosidad, realizada en favor de la tierra y las personas. En breves versos denuncia a las alambradas como separaciones entre las tierras y las personas, por eso conviene terminar con tales alambradas. El verbo de la expansión de la tierra, de la finalización de las alambradas se reúne en “desalambrar”. Lanza una petición activa, casi una súplica, una afirmación a ras de existencia.
Aparece una petición, una petición para las manos, para abandonar la pasividad, tomar una acción y establecer una relación con una larga línea. El alambre es una “larga línea” con grado de dureza superior al hilo, pero todavía sumamente dúctil a los designios humanos. El hilo y el alambre se tuercen para seguir la voluntad de su amo, colocándose como signos específico de una voluntad y un destino. Recordemos el “hilo del destino” creado en secreto. El alambre también muestra esa relación lineal, semejante al tiempo, por cuanto convendría también urdir un “alambre del destino” donde se indique la línea de al vida, un poco más resistente que el “hilo de la vida”.
¿De dónde viene esa petición para torcer en sentido inverso los alambres ya instalados? La explicación no resulta tan evidente. De alambres se hacen las cercas de las enormes propiedades rurales de las pampas argentinas y uruguayas. Unas propiedades latifundistas enormes, que se volvieron desproporcionadas y una carga para la existencia de esas regiones, con latifundios tan grandes los latifundistas también se convertían en dueños de las regiones y de las personas. Así, el alambre cercando propiedades se había convertido en el signo del latifundista, el separador de los terrenos. Si el latifundio no justifica una razón auténtica de ser, entonces los alambres deben abatirse, suena la hora de su finalización. Al eliminarse estos bardeados de alambres se reconfigura el campo, se convierte en un nuevo campo, las enormes propiedades, latifundios improductivos.
Entonces el llamamiento a desalambrar resulta una apología para superar la propiedad privada, quizá no toda la propiedad privada, la menos la enorme y escandalosa propiedad territorial. El escándalo moral de los enormes latifundios resulta difícil de adivinar a la distancia, porque solamente quienes han habitado esas vecindades descubren, que los amos de enormes extensiones también adquirían un poder despótico sobre los habitantes, la gente sencilla de esas latitudes. Así, el latifundio implica al latifundista y su despotismo. La voz para desalambrar difunde una apología del campesino sin tierra, de los humildes peones del campo.
Esto no excluye un sentido más extenso, una apología mayor de quienes aspiran a saltar por encima del régimen de la propiedad privada, para ofrecer una sociedad solidaria, ideal esencial del socialismo. El término desalambrar implica desenrollar las posibilidades para saltar barreras visibles o invisibles, para alcanzar la solidaridad con los humildes desheredados sin tierra. Esto implica un proyecto de generosidad, la restitución del acceso a los bienes terrenales para los sin tierra.
El canto ocurre en el pensamiento y el sentimiento. Esta canción inicia “Yo pregunto a los presentes/ si no se han puesto a pensar,/ que la tierra es de nosotros/ y no del que tenga más” El futuro comienza con una pregunta, con una interrogación, el principio del pensamiento. Luego saltar una barrera invisible y fundamental, pasar de “yo” a “nosotros”, como indica la estrofa. La existencia de vínculos sociales se reduce a ese salto entre el pronombre “yo” al pronombre “nosotros”. Este paso implica el salto de una barrera visible u otra invisible. El alambre juega la función de esta barrera, su delgado hilo metálico representa lo visible y los espacios entre los alambres de la alambrada, representan lo invisible, ese espacio vacío donde captamos la esencia de la encrucijada de los seres humano. El salto del “yo” al “nosotros” simplemente está impedido por un cordel metálico, por el alambre. La restitución del nosotros es la creación de la comunidad, en este caso, por vía de la generosidad, del simple gesto de liberarnos de una traba, la alambrada que separa a las personas de las extensiones de tierra.
Al mismo tiempo que el “nosotros” implica una comunidad, no por ello desaparecen las personas individuales, por eso con tino, la canción apela a nombres propios. Una cuarteta de nombres propios, así la tierra de nosotros es “de Pedro, María, de Juan y José” Esta cuarteta, por si fuera poco, posee una reminiscencia enormemente cristiana, como cuatro indicaciones de las principales personas en torno a Cristo. Esta cuaternidad de personas, la suponemos resultado de una casualidad, pero la casualidad también armoniza, y ofrece la interrogante de un centro, de un eje para el cuadrilátero de las personas. En este caso, por vía de las acciones el centro está en el mismo autor, que sin buscarlo deja un espacio para sí mismo, firmemente colocado entre los individuos concretos quienes merecen recuperar la tierra. La generosidad del cantor también implica modestia, únicamente representa una voz que invita a pensar, a sumarse a la reflexión indicando que “la tierra es de nosotros”, el espacio común y vital de los individuos concretos.La generosidad rebasa a una canción, porque con Daniel Vigletti “generosidad” implica el compromiso de una vida, cumple 50 años como cantante desde la oposición, embarcado en la denuncia y a contraflujo de los grandes circuitos comerciales de la música. Sigue soñando son la liberación entera y fraterna de los pueblos americanos, sigue esperando el renacimiento de la estrella sureña del Che Guevara, y creyendo en la pureza de intenciones convertidas en actos nobles. Es la generosidad de una vida completa entregada a regalar canciones honestas, bajo su convicción individual de los tiempos venideros. Mirarlo con sus facciones cansadas y escucharlo con ese timbre personalísmo, mezcla de seriedad y dulzura, deleita el gusto musical durante diciembre de 2007. Jamás antes lo había escuchado en vivo y en sus grabaciones siempre me dio la impresión de un trasfondo triste. En voz presencial revela un fondo de tristeza, representativa de una larga cadena de tragedias sociales de Latinoamérica, e incluso de su pequeño Uruguay, país reducido pero con capacidad para acumular también sufrimientos. Sin embargo, su tristeza se matiza con una dulzura sincera, el bálsamo espontáneo del alma sureña. Esa voz ofrece un espectáculo desconcertante por su mezcla, porque la dulzura posee un tinte de femineidad, un trasfondo de madre cuidando a sus hijos, y emerge con la voz de un hombre viril, fuerte sobre los años transcurridos. La dulzura también es fortaleza, es generosidad, disposición para regalar estrofas y pensamientos, incluso palabras capaces para “desalambrar”.
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