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jueves, 10 de julio de 2008

EL FOGOSO AÑO CELTA


Por Carlos Valdés Martín

Calendarios
Un atinado calendario resultaba vital para la subsistir. En sociedades que dependen de ciclos del medioambiente, el calendario resulta clave para la existencia. Cuando los cambios de estación marcan el nacimiento y muerte del alimento vegetal, sin el calendario es imposible definir el periodo correcto de cosechas y siembras. Cuando las variaciones extremas entre invierno y estío obligan a emigrar a las grandes manadas, los pueblos de cazadores deben adaptarse a esos cambios. Si luego la cacería se ha convertido en ganadería, también el ganado sufre fuertes cambios estacionales, espoleado por el hambre o el frío. En cualquier caso, dependen del calendario para organizar su vida.
Sabemos que los primeros pueblos agricultores conocían el calendario en Mesopotamia, Egipto y China, pero este conocimiento inició antes. Lo atestiguan las construcciones desde periodo el neolítico, las cuales fueron levantadas con una orientación según criterios astronómicos: la plataforma del calendario. Solsticios y equinoccios proveían la información básica para el calendario solar. Las construcciones orientadas hacia los solsticios y equinoccios prueban la observación repetida de tales fechas.

Celtas
Como simiente para la creación de Europa, los celtas pertenecen a la leyenda. Arraigados en el periodo anterior a la escritura, su perfil completo permanece relativamente oscuro. Sin embargo, la misma oscuridad le proporciona su fuerza a los tiempos legendarios. Previos a la emigración aria, se supone a los celtas como el verdadero pueblo originario, la semilla inicial de Europa, lo cual también motiva especulaciones legendarias, porque cualquier origen es motivo de una “legenda”.
Una de las vías para descubrir a los pueblos prehistóricos, en el sentido de pre-escritos, es por medio de costumbres que legaron y se conservaron durante siglos. El cristianismo en el norte de Europa creció sobre los cultos paganos de celtas, arios, eslavos y germánicos, de tal modo que las creencias previas embebieron las nuevas creencias. En otras regiones del mundo ocurrió lo mismo, el paganismo original sedimentó sus peculiaridades dentro del cristianismo triunfante. Pero, incluso, este fenómeno de asimilación resulta más marcado con el cristianismo inicial, como en Judea y en Roma. El norte de Europa resulta zona de la segunda expansión del cristianismo, y el fenómeno de integración de creencias siguió siendo extremadamente importante. Por lo mismo, diversas ceremonias paganas se integraron bajo una apariencia de culto exclusivamente cristiano.

Calendario celta
Comparando las culturas de pueblos descubrí una conservación de fechas calendáricas. En una primera impresión las fechas parecían carecer de conexión, luego indagando más fue patente que su vínculo lo revela la cuenta calendárica del pueblo celta. La cuenta celta se muestra entrelazada desde el 31 de octubre o 1° de noviembre, como inicio del año, con una contraparte de celebración de “apogeo” del año para el 1° de mayo. El año nuevo celta unía una celebración de muertos y una de vivos, tanto el luto por la finalización, como la puerta donde regresaban los espíritus de los muertos e irrumpía la carga sobrenatural de duendes, hadas, brujas y espectros. El punto opuesto para los celtas fue el apogeo del año, celebrando una fiesta primaveral de ascensión de la vida, propicia para rituales de fuego y señalada con la colocación del “palo de mayo”, el cual representa la vida de la vegetación vigorosa y victoriosa.

El 31 de octubre-1° de noviembre
Al final e inicio del año calendárico celta se creía en una terminación de la vida normal y la llegada del vértice entre el más allá y este mundo. Por eso es el momento cuando surgen diversas prácticas festivas, en apariencia contradictorias, mezcladas de sentimientos contrapuestos de temor y alegría. Existe una celebración de todo lo sagrado, pues esa es la acepción original y profunda, de lo que después se convirtió en un evento dominado por el miedo conjurado durante el Halloween. Con el cristianismo se adoptó una versión de celebración de “todos los santos”, el conjunto de santos ¿celebrándose al unísono cuando la característica típica indica que cada santo posea su día asociado? El concepto de “todo lo sagrado” estallando en el bisagra del final del año parece ser perfectamente adecuado para un pueblo pagano y contiene coherencia dentro de paradigmas paganos, donde la colectividad de los dioses evoca una existencia en comunidad tribal.
Esa festividad proviene de una visión del fin de año celta: un periodo anual que muere. Al morir el año viejo también irrumpe una muerte general en múltiples manifestaciones, y esta muerte generalizada abarca el mundo completo de los espíritus. Para los celtas las entidades espirituales no permanecían definitivamente exiliadas de este mundo, sino que regresaban periódicamente, y si no retornaban efectivamente, al menos, poseían la facultad de hacerlo. En ciertas regiones creían que los familiares muertos regresaban como ánimas por lo que regalaban comida y bebida para ganar sus favores. En cuanto se abre una puerta anual del trasmundo cobran poderío los otros fenómenos del espíritu de tono tenebroso, entre los cuales se revelan las amenazas de los brujos y brujas malos, quienes también deben ser aplacados mediante conjuros (ahora rebajados durante la Noche de Brujas en simples caramelos).

El 1° de mayo de los celtas
Debido a que los celtas diseñaron su calendario, en esa visión resulta significativo señalar el lado opuesto del final del año. Así como la medianoche está opuesta a un mediodía, en el diseño calendárico celta aparece una mitad del año, apareciendo con la imagen espléndida de la plenitud vital del periodo anual. En efecto, el inicio del mayo es celebrado como fiesta de vida y de entera alegría. Esta festividad de mayo contiene la plena lejanía opuesta a los temores de un año feneciendo, acompañado por espíritus peligrosos o señales de muerte.
A este periodo corresponden festividades de la potencia de la vida. En mayo se acostumbraba a levantar el “palo de mayo”, evento consistente en la colocación de un gran madero o de un árbol vivo, para señalar la fuerza de la vegetación creciente. Esta festividad continuó en los siglos cristianos dentro de comunidades campesinas europeas, olvidando sus raíces paganas. Este “palo de mayo” indicaba la adoración por la vegetación y su vinculación con los cultos de los árboles sagrados. En especial, los jóvenes reciben el encargo de las celebraciones, pues las leyes de la magia simpática implican que lo similar transmite su fuerza, así la juventud humana y la vitalidad primaveral se daban la mano. Integralmente estas fiestas pertenecían a las potencias generadoras de vida, de tal modo nada se asociaba con el decaimiento.

Rituales de fuego nuevo
Variando según las regiones de Europa, se escenificaban rituales de adoración del fuego en uno de esos dos extremos del año o, incluso ocasionalmente, durante ambos periodos. De especial significación resulta recordar un ceremonial que abarca tanto la muerte como la resurrección del fuego. En la fecha elegida se apagaban los fuegos de la región entera, con solemnidad las familias apagaban sus chimeneas y sin dejar ni una linterna encendida, así artificialmente la oscuridad regresaba a cada pueblo. El centro de esta ceremonia consistía en la creación de un nuevo fuego según la usanza antigua, mediante la frotación de madera, incluso, la madera utilizada era selecta con delicadeza ritual, prefiriéndose aquélla que contiene un principio sacro, como la madera del roble. En ciertas localidades, el ritual resultaba particularmente espectacular porque instalaban un enorme e ingenioso mecanismo rotatorio para crear la fricción calorífica. El mecanismo rotatorio poseía tal tamaño requiriendo ser movido por muchas personas al unísono, indicando con este ritual que existe un conjunto humano, una sociedad, emanando una fuente del poder. En el contexto de un pueblo oscurecido los celtas o sus descendientes conquistaban la luz mediante un fuego ritual, y de ese fuego nuevo se repartiría al pueblo entero, derramando las bendiciones renovadas.
En otros eventos, la fiesta acontecía alrededor de una gran hoguera, la cual formaba el centro de la operación ceremonial. La gran fogata servía de eje magnético, y esto sucedía casi espontáneamente. Dentro de esta hoguera se lanzaban figurillas, monigotes o piedras, a manera de purificar o trasmutar los elementos indeseables. La costumbre consistía en permanecer velando la noche entera y disfrutando largamente la reconquista de la luz, la victoria sobre la oscuridad. Mientras los mayores alzaban sus plegarias y pensamientos hacia el infinito estrellado, los jóvenes jugaban a saltar sobre las flamas, y en la mañana los niños tenían oportunidad de jugar tiznándose con los restos cenizos de la hoguera. Cada generación participaba a su modo, también indicando el abrazo del tiempo entero, porque el calendario las abraza a todas: enteras y revitalizadas por la metamorfosis del fuego.

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