Por Carlos Valdés Martín
Por Carlos Valdés
Martín
En su profundo
análisis psicológico del siglo XX, Erich Fromm define tres grandes sesgos de la
patología mental que entrañan peligros para la existencia colectiva y el
desarrollo individual señalando el narcisismo, la vinculación incestuosa y la
necrofilia.[1]
Destaca la tendencia necrofílica[2]
por las múltiples repercusiones que derivan hacia el peligro de guerras, una
estética oscura modernista (gótico, dark o morbo periodístico) y la antigüedad remota
del culto a los muertos.
La necrofilia implica
una expresión de contradicción, donde alguien anhela el aniquilamiento de la
vida, identificándose con la muerte y sus diversas manifestaciones. Tal enfoque
afín a la muerte arrastra un despliegue inconsecuente, porque su culminación conllevaría
a su aniquilamiento, pues el necrófilo
consecuente se suicidaría. Si ampliamos a la necrofilia como representando a la
destructividad fácilmente vislumbramos lo terrible del asunto: guerras, masacres
y asesinatos. Esa es la cauda práctica más pura de la tendencia psíquica que
llamamos necrofilia, definda como amor a la muerte. La tremenda fuerza que
presentan esos acontecimientos negativos ha llevado a sicólogos de primer orden
a pensar que existe un instinto básico de muerte, lo cual se presta a
controversias agudas[3].
Bajo esa hipótesis, en cualquier persona y —notemos con énfasis— organización encontraremos
una doble tendencia entre la afirmación vital y su destrucción, en donde la
filia mórbida revela interesantes dobleces y hasta afortunadas realizaciones.
Cualquier cuerpo (incluso el vegano radical) se alimenta con naturaleza muerta
y toda gran organización (el Estado mismo) implica un control de aspecto mortal
(recordemos el “monopolio legítimo de la violencia”[4]
como característica esencial del Estado)
Por excepción, dicha
fascinación necrófila conduce de la mano por la senda biófila, lo cual ocurre a
menudo en la medicina. Los pergaminos del padre de la medicina, Galeno, se
habían convertido en la autoridad inconmovible para el estudio de la anatomía
hasta que surgió Andreas Vesalius, superando más de diez siglos de repeticiones
mecánicas del griego. En una defensa de su juventud, Vesalius dice que en su
madurez no repetiría sus penas de los años mozos para conseguir la “materia prima”
para el estudio de la anatomía y confiesa: "Ahora no pasaría largas horas en el cementerio de Los Inocentes de
París recogiendo huesos, ni en Montaucon (lugar de la ejecución de los
criminales) (...) buscándolos. Me disgustaría ser visto en las afueras de
Lovaina, a medianoche, sacando huesos de las tumbas para preparar un esqueleto.
No molestaré más a los jueces solicitándoles retrasar una ejecución para
ajustarla al tiempo de una disección, ni informaré a los estudiantes del lugar
en el que alguien haya sido enterrado, ni les exigiré seguir el curso de las
enfermedades de los pacientes de sus profesores para después hacerse de los
cuerpos. No conservaría en mi recámara por varias semanas los cuerpos tomados
de las tumbas o aquellos que me enviaran después de las ejecuciones públicas"[5].
Como se observa, la devoción del pionero de la anatomía por los cadáveres alcanza
lo espeluznante y hasta la cohabitación con los cadáveres para disección. La
actitud de los sabios de su siglo había tomado distancia ante esa presencia
desagradable. Antes de Vesalius las cátedras de anatomía se dictaban de manera
peculiar y completamente equívoca. Los profesores dictaban cátedra leyendo el
texto de Galeno desde una alta silla semejante a un trono, mientras la
demostración práctica sobre un cadáver corría a cargo de una
"barbero". Digamos que el profesor evitaba la desagradable vista de
ese despojo y se concentraba completamente en su texto clásico. Pero resulta
que el libro de la enseñanza contenía errores, inclusive algunos pasajes se
basaban en la anatomía de los monos, atribuyendo características de simios al
cuerpo. Dichos errores continuaban imposibles de detectar porque los doctos nunca
usaban las manos y alejaban la vista. Tuvo que llegar alguien deseoso de
aprender y avanzar con toda la disposición para tocar, abrir, coser, curtir,
separar y reunir cadáveres para escapar del pantano de los dogmas. Las
personales filias de Vesalius por los cadáveres quedaron completamente al
servicio de la vida, inició importantes conocimientos de anatomía y medicina.
En esto vemos que el conocimiento obtiene una potencia paradójica que se
contrapone al ciclo de la muerte que implica cesación de crecimiento,
descomposición y desintegración. El anatomista Vesalius rescata cadáveres de
ejecutados; luego los plasma sobre la claridad de su pensamiento y quedan reproducciones
precisas dentro de su gran obra titulada Seis
libros sobre la fábrica del cuerpo humano. Las páginas ilustradas con
bellos grabados renacentistas no estaban destinadas a hundirse bajo la tierra
como sus modelos originales.
Cuando hablamos de
la formación de un carácter necrófilo tomamos en cuenta el elemento dominante
de su disposición y no cualquier signo de calaveras y huesos configura un
carácter,[6]
más todavía mirar de frente a la muerte implica un signo de mentalidad sana (o proactiva con el neologismo de Fromm).
Por fortuna, hasta el sesgo de carácteres necrófilos a veces recompensa
mediante una poderosa afirmación vital, de tal forma que la obra resultante obtenga
el esplendor de esa anatomía renacentista.
La dialectica de lo muerto: un proyecto de fracaso
Volvamos a la
definición de una necrofilia consecuente y estricta. Esta afirma la muerte por encima
de la condición del ser vivo, con lo cual proclama la fragilidad de cualquier
existencia como el fin deseable, entonces la consecuencia con este paso desemboca
en el suicidio. Al necrófilo no lo confundamos con el guerrero que desafía al
destino ni con el valiente que atraviesa el Negro Tártaro mirando de frente las
órbitas de una calavera ni con el masón fúnebre que visita el luto de blancas
osamentas ni con el lánguido sacerdote orando en los sepelios ni con el
filósofo estoico emulando a Séneca… La definición necrófila es más estricta e
integral, cuando el guerrero se convierte en fanático de la destrucción o el
valiente trasmuta en enamorado de cadáveres. En general, observamos que el
necrófilo de éxito —como Hitler— encarna a un suicida colectivo, porque cuando
triunfa luego emprende con más fuerza su ruta hacia el desfiladero final; su
victoria siempre es pírrica y suena la trompeta que anuncia su fracaso, junto
con su próxima nulidad. La muerte, convertida en principio universal, únicamente
vencería junto con la derrota de su mensajero. Por eso la "necrofilia en
estado puro" señala un ácido tan disolvente de la existencia que se
aniquilaría en el acto.
El carácter del
individuo necrófilo debe contener suficiente inconsecuencia para convertir ese deseo de muerte en un modus vivendi. El caso típico adoctrina
al guerrero que convierte el matar sin morir en una profesión, pero el
mecanismo del peligro niega la inminencia de la muerte, bajo un manto de
inocencia; creencia en la propia invulnerabilidad, al menos por el próximo
momento.
Nostalgia
De acuerdo al
análisis de Fromm este carácter de adoración hacia la muerte se desdobla en
rasgos típicos, donde la semejanza y la interrelación unifican todo en un nudo
complejo. En una afirmación que nos ilumina su relación con el tiempo "El
necrófilo vive en el pasado, nunca en el futuro" [7].
En efecto, por naturaleza el pasado cobija lo muerto, el recuerdo, el
antecedente, lo no actual, la premisa, la causa, lo irremediable y lo
incambiable. El pasado permite contemplar, recordar, odiar o se obtiene una sensación
de melancolía y de pérdida irrecuperable. Aunque el nostálgico extremo habita
un “tiempo perdido”, el pasado se puede repetir con gesto de adoración ritual,
donde la repetición del pretérito queda convertida en tradición. En la tradición emana un flujo de prestigio y de
seguridad desde lo ya conocido y lo consagrado por la distancia cronológica. Esta
imposibilidad dibuja la idea de una actitud conservadora de mantener en alto el
estandarte de la tradición. Esto no revela simplemente una actitud mental, sino
tambien relaciones prácticas importantísimas. Durante milenios la actividad
fundamental de la humanidad se redujo a conservarse viva, cuando los pueblos
cazadores o agricultores básicamente conservaban su modo de existencia, se
reproducían de la manera más sencilla y la sucesión de generaciones no aportaba
ninguna modificación importante en el modo de vida mismo. El relevo de generaciones
entre las pequeñas comunidades exigía la continuidad de las tradiciones,
encarnadas en la mera repetición de
técnicas productivas en su sentido más amplio. El cambio resultaba
imperceptible hasta la aparición del mercado mundial, primera estructura
económica donde se ligan las diversas potencialidades de la humanidad. Demos un
salto y veamos que ya en el siglo XIX se había inventado la figura de “política
conservadora”. La existencia de cualquier Partido Conservador revela la amenaza
del cambio, de la innovación y su práctica muestra el intento de mantener el
presente bajo la norma de antaño[8].
Tal política conservadora intenta que la sociedad se mantenga inalterada o regrese
cual una imagen de lo que mejor de antaño. La comunidad conjunta las
intenciones (digamos completas las intenciones de todos sus miembros) plasmadas
en prácticas (instrumentos, construcciones, instituciones) por lo que la tarea
conservadora exige asimir que las intenciones del pasado —las que pertenecieron
a los antepasados ya fenecidos— deben de mantenerse siempre vigentes, por eso
su única modalidad estricta implica una religión.[9]
Bajo la óptica conservadora estricta a los vivos se les reduce el derecho de
elegir a uno solo: el derecho de repetir tal cual lo mostró su extremo en el
“sistema de castas”.
Ley y orden
Bajo esta
pretensión de la repetición se revela una segunda característica del carácter
necrófilo: del orden hace una
caricatura de lo excedido y del control. En la política conservadora (y en otras
variedades de totalitarismo) se encuentran indisolublemente ligados la
"ley y el orden" con el respeto a los valores tradicionales.
Detengámonos un poco en la misma ley, la cual es un texto emitido por el órgano
político legislativo (o decreto del órgano central), y en tal legislación se
establece lo públicamente permitido o penado, derechos u obligaciones,
licencias o procedimientos para la observancia general. La ley está respaldada
por un poder centra con fuerza coercitiva que impone su obligatoriedad. Lo significativo
aquí es que la norma legal ya quedó promulgada y en ese sentido heredada, de ahí la adoración de los
conservadores por el imperio de la ley.
El orden nos
remite a la simplicidad de un sistema conocido, asimismo abarca un sistema de jerarquías sociales donde hay pocos
arriba y masas abajo, donde los "bocabajeados" no logran ni deben
escapar de sus estatus. Más aún las actividades se consideran roles tradicionales
por lo que cada quien debe permanecer en su sitio[10].
Las iniciativas deben quedar conjuradas y confinadas, mientras lo organizado de
dicho sistema únicamente se refiere a que cada quien permanezca en su rol
preestablecido, donde su horizonte de posibilidades y aspiraciones está
restringido a lo ya consabido.
El otro sentido
del orden tradicioinalista se sintetiza en que unos mandan y otros obedecen,
pues la orden efectiva exige un receptor que acate su obediencia. Se teje un
sistema de obediencias tradicionales, para que la mentalidad conservadora encuentre
un "orden", sin embargo, es claro que, bajo ciertas circunstancias,
esas definiciones fundamentales contradicen la amplitud y el sentido formal de
"orden" porque una disposición simple y otra compelja cabría
considerarlas igualmente ordenadas. También un arreglo cambiante implica un
orden, bajo sus propias reglas de cambio, y así ocurre, pues lo que refleja la
idea de desarrollo, tan popular desde la segunda mitad del siglo XX, señala esa
posibilidad: un ordenamiento que incluye
sus transformaciones.[11]
Concluyamos que tanto la creación de jerarquías como su disolución significan modalidades
de "orden", donde su concepto abstracto resulta tan universal como
libre.[12]
En muchas
ocasiones, el lema de "ley y orden" esconde la pretensión de
conservar las jerarquías obsoletas[13] y bajo esa posición defensiva irrumpe un
segundo momento de la apelación a la fuerza. En el sentido de la perspectiva
necrófila la esencia de la fuerza significa el acto físico para causar daños
hasta la muerte: "El enamorado de la
muerte ama la fuerza inevitablemente. Para él la mayor hazaña del hombre no es
dar vida, sino destruirla; el uso de la fuerza no es una acción transitoria que
le imponen las circunstancias, es un modo de vida" [14].
Venerar la fuerza es admirar a quien matar y despreciar a la víctima, lo cual resuena
especialmente escandaloso dentro de la ideología fascista. El caso de Hitler
muestra que la satisfacción fascista no se limita a la destrucción de los
enemigos, el gusto por la destrucción continua con la aniquilación propia, los
días de la derrota nazi en el llamado Crepúsculo de los Dioses, muestra
satisfacción con la ruina del propio pueblo alemán, de quienes lo rodeaban y la
suya propia. La ruta de Hitler sigue un camino descendente del asesinato masivo
hacia el suicidio masivo y entonces se concluye que el orden de la brutalidad conduce hasta la
cuadrícula metódica de los cementerios.
La guerra en la necrofilia colectiva
Digamos que el
monumento de la necrofilia social se erige durante las guerras, porque ahí es cuando
se enarbola la muerte y de un modo colosal; las barreras morales normales que
contienen a la agresividad colectiva se debordan y casi "todo se
vale". Más aún, durante las guerras el propio bando resulta glorificado,
inventándose mantos de bondad y hasta sagrados como los de defensa nacional o
cruzadas; porque se embellecen hasta los actos de agresión desnuda[15].
En este punto será necesario considerar que la dialéctica material entre lo
vivo y lo muerto, durante las guerras —máxima tensión de la destructividad— contiene
una peculiaridad. El empleo de la mortandad como medio para la consecusión de
fines, en sí es profundamente regresivo y tiende hacia la parálisis. Pensemos
en la mera destrucción económica (trabajadores y capitales) implicada, donde la
reproducción no puede ser ampliada (ampliar la reproducción genera las
condiciones materiales abstractas de la libertad[16]),
sino que debe limitarse tanto por el empleo inútil (medios de producción
convertidos en armas) y por la destrucción misma. Más aún, las secuelas de
guerra generan la equivalencia a las catástrofes naturales: la posibilidad de
una reproducción decreciente y un crecimiento de la pobreza (aunque esto ocurre
raramente). La limitación de la reproducción económica también refuerza el
elemento inercial del pasado dominando al presente [17].
Pero lo específico
de la belicosidad devela que matar y herir congéneres se convierte en actividad
masiva y hasta se trivializa. La aniquilación o daño a los individuos vivos —convertidos
en enemigos, ya sean civiles o combatientes— y sus bienes, representa su medio
de acción, por lo mismo, los cambios originados en la guerra son irrevesibles[18].
Y por último el recurso militarista genera una movilización extema, que el
periodo moderno ha sido acompañada por la innovación y hasta el cambio
tecnológico [19].
Así, la muerte no domina puramente, pues la sobrevencia se suele escurrir hasta
en las más crueles batallas. El fin de toda guerra es la paz según una conocida
aseveración de Kant[20],
completemos que el belicismo amenaza cualquier vida o con aniquilarla por
completo mediante la amenaza termonuclear. Por lo que la crítica de la
necrofilia colectiva del militarismo debe adquirir la máxima altura, pues lo
que antes fue asunto de conveniencia ahora desemboca en cuestión de
sobrevivencia [21].
Control total
Niveles de control
y expectativas cumplidas participan en cualquier cotidianeidad y producción
desde las épocas más remotas; la previsibilidad es un fenómeo que alivia la
tensión y hasta resulta sano; sin embargo, basta exagerar una tendencia para
alcanzar lo grotesco. La perspectiva afín a la necrofilia exige mantener todo tan
bajo control, hasta estrechar un orden de previsibilidad absoluto. El control
de la previsibilidad completa somete cualquier
evento siguiente bajo lo precedente de forma simplísima, de tal tenor que nada hay
nuevo bajo el sol. Sin embargo, la realidad en sus complejo proceso escapa de
control y presenta esquemas cambiantes, aunque existiera una regularidad ésta elude
nuestra anticipación. Por eso la existencia desborda al control, hace perder
continuidades y escapa a las previsiones. Quien desea intensamente el control
prefiere la aparente simplicidad del reino mineral o la repetición de los
movimientos mecánicos; de tal manera también detestaría a la animalidad cuando
pierde previsibilidad.
Bajo la
perspectiva del control la repetición debe dominar profundamente al cambio
hasta nulificarlo. Por ejemplo, el control de un proceso productivo debe
someter las reacciones inesperadas e irracionalidades económicas que eventualmente
aportan las personas: la risa jamás cabe sobre la línea de montaje y esa regla
defiene ley universal para el sentido necrófilo de la producción y la autoridad
sobre ésta. Más aún, si la actividad económica entera se concibe como un gran
proceso fabril los resultados siempre deben encerrarse entre las premisas y nunca
aportar novedades, porque éstas traerían sorpresas, y finalmente descontrol:
digamos que ahí habita el sentido necrófilo de la planificación estalinista.[22]
El obtener buenos resultados
y verificarlos emana desde la vida, pero el exagerarlo se revuelve en su
contra, en especial cuando se ejerce control sobre humanos. Ya tenemos el
sujeto, pero el objeto del control debe mantener ciertos rasgos pues sucede que
"la vida nunca es segura, nunca es previsible, nunca es controlable; para
hacerla controlable, hay que convertirla en muerte; la muerte es, ciertamente,
la única seguridad de la vida"[23].
Y menos "controlable" es la especial libertad humana, que la debemos
concebir como menos determinada, y más impredecible. En ese sentido fuerte, el
control impone rejas a la libertad y la encadena. Mientras controlar la “fisis” no sería problemático, porque la
naturaleza describe un "mecanismo complejo" que no define a una
entidad libre; en especial, contiene un sello positivo eso de "controlar
las fuerzas indómitas de la naturaleza" que periódicamente asolan a la población,
porque procura someter a una naturaleza potencialmente destructiva bajo la
voluntad y necesidades del sujeto pensante[24].
El problema muta en su opuesto cuando se trata de controlar colectividades,
donde el control completo degrada a
los individuos hasta la condición de medios manipulables o de objetos, para
darles el sello de lo inanimado o "convertirlos en muerte". Bajo esa
óptica, las medidas extremas de control colectivo siempre son necrófilas,
porque restan a las personas su libertad de desenvolvimiento y, en el extremo,
su simple sobrevivencia.
NOTAS:
[1] FROMM, Erich, El corazón
del hombre.
[2] La palabra proviene
de la conjunción de “necros” que significa cadáver en griego y “filia” que es
amor o afinidad; en su origen se consideró perversión y, en la actualidad, se
clasifica dentro de las parafilias sexuales. En este contexto y siguiendo a
Fromm se le da un sentido más genérico de tendencia inconsciente de afinidad
hacia la muerte, sin delimitarse a la atracción erótica peculiar.
[3] Freud en su revisión de Más allá del principio del placer
supone que existe un instinto básico de muerte llamado tánatos. Otros autores como
Fromm o Reich han rechazado esa hipótesis de la dualidad de los instintos.
[5] "Carta sobre la raíz
de China" en ROJAS, José Antonio, El
visionario de la anatomía Andreas Vesalius.
[6] Por eso, señala la Fenomenología del Espíritu que el
estoicismo representa la superación de la dialéctica del amo y el esclavo (o
del señor y el siervo), abriendo el paso a la formación de la cultura.
[7] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 39.
[8] La denominación de
“conservadurismo” ha ido perdiendo vigencia y saliendo de la nomenclatura
política, casi en todo el mundo, aunque no han desaparecido por entero sus
fundamentos. Incluso, las tendencias de avanzada se convierten en
conservadoras. Cf. Toffler, Alvin, El
cambio del poder.
[9] Conforme Mircea
Eliade muestra que la estructura de las religiones implica un tiempo mítico,
donde se funda todo y establece una regla dorada a repetir, quizá a la cual
haya que volver. Tratado de historia de
las religiones.
[10] En el extremo
existió el sistema de castas, donde la profesión queda definida de nacimiento. LEVI
-STRAUSS, Claude,
El pensamiento salvaje.
[11] Un aspecto del
ensueño de la dialéctica, comprendida como guía del marxismo, tal como lo
esbozó Engels en Anti-Düring.
[12] Aunque para la mentalidad conservadora esto sería herejía, las
investigaciones científicas integran el orden con el caos, para descubrir los
comportamientos y las leyes de la naturaleza, como indica la divulgación
científica, por ejemplo, Sagan en Los
demonios del Edén o Paul Davies en El
universo desbocado.
[13] La teoría de Comte
popularizó esa divisa, sin embargo, su proposición estaba matizada por una
visión de progreso social, de advenimiento de un próximo “estado positivo”,
endulzado por valores de amor. THOMPSON, Kennet, Augusto Comte.
[14] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 39.
[15] Es un gesto típico
la mistificación de las guerras de agresión; sin embargo, sí existen
situaciones de legítima defensa de las poblaciones ante agresiones externas.
RAMONET, Ignacio, Guerras del siglo XXI.
[17] Sin embargo, hay que
detenerse y recordar que las guerras pueden tener una racionalidad económica
para el sistema económico irracional que las promueve. Las guerras capitalistas
sirven, además de la rapiña inmediata, para canalizar el exceso cíclico de
hombres y capitales que genera el sistema. El sector militar, además de los
fines de dominio militar, sirve para canalizar recursos para la reproducción
del capital global. Cf. MANDEL, Ernest, El
capitalismo tardío.
[18] Si bien es cierto,
que el objetivo de la guerra es la paz, su objetivo es reducir el adversario a
la impotencia, también es cierto que se medio es diezmar al oponente lo
suficiente, mediante la mortandad. Cf. CLAUSEWITZ, Carl, De la guerra.
[19] Hecho ya observado en las guerras
precapitalistas, Cf. MARX, Karl, Introducción
de 1857.
[20] Filósofo preocupado
por la oportunidad para una convivencia pacífica entre las naciones en La paz perpetua.
[21] La pretención del soldado
que observa el montón de cadáveres para convertirse en sobreviviente es futil,
es preferible dejarlo como un derecho del conjunto de la humanidad a sobrevivir
a la guerra. Cf. CANETTI, Elías, Masa y
poder.
[22] Por lo mismo,
Marcuse cuestionó toda la operación industrial (capitalista y socialista) como
un efecto de moral y psique represivas. Véase El marxismo soviético.
[23] FROMM, Erich, El corazón del hombre, p. 42.
[24] FROMM, Erich, El miedo a la
libertad. Obra donde surge una explicación muy complete sobre el
autoritarismo como una huida ante la condición ontológica libre.
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