Música


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jueves, 10 de julio de 2008

LA TOTALIDAD Y EL CAOS




Por Carlos Valdés Martín


Resulta desconcertante, y a contrapunto de las tradiciones filosóficas, suponer que la forma de la Totalidad Real ha trasmutado para cumplir el paso desde la esfera del Ser tranquilo y diáfano para convertirse en el torbellino caótico del Festival, Club, Antro, Boliche, Bailanta, Rumba, Bar, Cantina, Salón de baile, Dancing Club, Viejoteca, Chiquiteca, Disco, Nightclub o Discoteca.[1] Efectivamente: la festividad o discoteca muestra ese torbellino multi-color, multi-sonido y multi-movimiento, que cautiva las sensibilidades juveniles (y hasta alguna parte de la generación mayor con sensibilidades ¿modernas o post-modernas?) aparece en el corazón de los nuevos modelos de Totalidad. 
El club nocturno o discoteca, para el transeúnte descuidado, parece un artefacto de la construcción o dispositivo de la arquitectura comercial, sin embargo, revela una entidad de la sensibilidad moderna o posmoderna (mejor, pues ya eran modernos los parisinos del siglo XIX, cuando no imaginaban un salón con luces y ruidos estrepitosos). Esta entidad comercial[2], emerge con la complicidad de sus consumidores, sus creadores pasivos, sus “imaginadores” de reflejo, adoradores de esa entidad caótica de sonidos, luces y movimientos. La instauración de la discoteca ofrece una novedad-continuidad. La continuidad la podemos referir a la fiesta, al jolgorio, la relajo, al baile, y variadas operaciones de desmán colectivo, donde también las palabras se multiplican: merequetengue, mitote, guateque, pachanga, pachangón, toquín, desaforados, batucada, quilombo, aquelarre, sarao, rebambaramba, fiestón... Ciertamente, los antiguos ofrecieron sus bailes y hasta sus bacanales, esa ruptura de los códigos por medio de la orgía colectiva y la irrupción de las condiciones variables de la existencia. Sin embargo, además de las continuidades la discoteca también nos revela novedades[3]. La fogata nocturna: sitio de la reunión antigua, remanso de la fuerzas de los rituales, ya ofrece un espejo cambiante, una variación de luces de reflejos volubles. Ahora bien, la discoteca integra una fogata potenciada, multiplicada, convertida en dinamo de luces, donde los flashes golpean la retina, con la clara intención de desconcertarla. Ya el efecto de las luces sobre la retina, alternando con agresión y falta de pautas, saltando desde la oscuridad completa hasta la luz desconcertante, nos permite el caos de la iluminación. Estos flashes bastarían para desconcertar al ojo más instruido o al visionario más preciso, mediante estos brincos de lo oscuro y lo iluminado el ojo se rinde, pasando desde la vista precisa hacia el camino del desconcierto perpetuo. En vez de mirar, el ojo se rinde ante una evidencia desconcertada, avanzando por una semi-ceguera sin reglas precisas, confiando en una mezcla entre la luz y la oscuridad, para la cual no han nacido los ojos.
Por si no bastara un torbellino de iluminaciones y oscuridades, brincando si parar, también aparece otro devaneo frenético, la música, agitada y semi-rítmica acudiendo para inundar el ambiente de la discoteca. El sitio está inundado, ahora no solamente brinca la luz vibrante sino la música domina el sitio. Aliada, esta música extraña, pero arrebatadora por ser rítmica (correspondiendo con movimiento secretos de vísceras humanas: sobretodo del corazón acompasado) entrelazada con los saltos entre luz y sombra completa, también nos ofrece una condición intrincada. La música desconcierta y también guía, ofrece una vinculación con la música, con los saltos indicando que se repiten, amenazando con la integración de un orden bajo el caos. 
Por si fuera poco, además del cruce entre luces tambaleantes y sonidos acompasados, también emerge el movimiento colectivo de cuerpos, la discoteca es un lugar de baile, los cuerpos se mueven con el ritmo musical. Como si no fuera suficiente descifrar los saltos de luces y oscuridades, también los cuerpos están brincando, saltando, desplazándose, pero no con rítmicos desplazamientos ni mediante continuidades, sino con brincos aparentes, ilusiones generadas por los saltos entre sombras y deslumbramientos. Ahora tenemos tres dimensiones, un torbellino completo, los ojos atacados por ráfagas de modificaciones, los oídos cruzados por las rítmicas resonancias, y cada cuerpo intentando brincar dentro de referencias alteradas. Cada parte está saltando, desplazándose, y con su entrecortada dificultad, también crea una comunidad, un espacio de convivencia, una fiesta donde la gente comparte, reúne y establece sus lazos.
La discontinuidad emerge a cada paso, en especial, las luces cambiantes son un medioambiente artificial, que ofrecen la ruptura —una constante ruptura—, creando una situación anómala, que surge en situaciones breves —extremas o inusuales— como la descarga de un rayo o una explosión. Esa situación fugaz —en un ambiente natural— nos la entregan las luces de discoteca continuamente, como si una tormenta permaneciera y se quedara. La discoteca crea una tormenta domada, un alojamiento para la tormenta, pero todavía potenciada, una reinvención de ésta. Sin embargo, al indagar descubrimos situaciones reflejadas (reinventadas) por la literatura universal, ya imaginaron a la tormenta domada, a esa reunión de luces, casi como el primer emblema de los magos[4]
¿Cómo se genera una asamblea de luces alocadas? Mediante una trama de luces artificiales, que se prenden y apagan, con intenciones de deslumbrar y desconcertar. Aquí emerge un gusto por el desconcierto, los consumidores del ambiente de discoteca (jóvenes ciudadanos de sensibilidad promedio) se revelan como ávidos consumidores de tal ambiente. Una revelación anterior de la misma sensibilidad —aunque sin tan capacidad de concentración y duración—, apareció con las luces de bengala o fuegos artificiales, cuando el estallido y una plétora de chispas alegraban las noches festivas durante unos segundos. La discoteca es la reunión perpetua de fuegos artificiales, ahora encerrados en un espacio de baile. El desconcierto del chispazo en la oscuridad alegra la mirada, sin embargo, el ojo parece preferir la continuidad de la vista. El alboroto de los flashazos continuados, parece exigir una sensibilidad especial, una diferencia de los tiempos.
El sentido de continuidad perdido por la vista se recupera mediante el oído y (cuando se baila) por el movimiento. El oído, atento a una música repetitiva y semi-hipnótica recibe el espectáculo de la continuidad, la cadena de los acordes incesantes. Ahora bien, la continuidad del oído no resulta lineal, sino está integrada por cápsulas, indicadas por la canciones. Cada canción entrega una cápsula, la cual debe terminar: son células de existencia autónoma pues terminan y dejan un vacío que el final de la fiesta puede colmar: al final de la canción solamente recuerdos, evocaciones, el sentido cansado por su utilización.
Con esta mezcla de luces, sonidos y movimiento, la discoteca despliega una habitación extraña, su convivencia se relaciona con un código previo a las palabras. Las palabras entre las personas no se facilitan, conviene sustituirlas por un código y distinto, anterior quizá de relación entre las personas, que corresponde al movimiento rítmico y seductor que denominamos baile. Ciertamente, la discoteca ubica el sitio para danzar, y está adecuado a las descripciones de los dioses míticos del baile, ya sea Baco o bien Orfeo ofrece la seducción, un momento acercando hasta el borde mismo las ensoñaciones y las locuras. Los cuerpos bailando, muestran entre flashazos deslumbrantes y desapariciones momentáneas la profundidad de su magnetismo. Los cuerpos muestran su lenguaje desplazándose entre los pasos aprendidos y los inventados, la espontaneidad  abre camino entre las oscuridades; además la discoteca no ofrece un sitio adecuado para el baile de pareja, sino para una especie de grupo, porque las parejas se mueven integradas sobre el telón de fondo de las demás parejas, hasta reunir una multitud. En efecto, la discoteca no resulta efectiva sino cuando descubre una multitud bailando. Entonces ofrece un espectáculo de multitud posiblemente desconocido para Canetti y si creemos en su sociología peculiar nos daremos cuenta que la multitud-discoteca ofrece un nuevo ente colectivo[5], una nueva intención festiva y caótica, dominada por la sensibilidad con códigos casi mudos, dominada por un entorno prediseñado y lúdico. Este modo de convivencia indica líneas importantes de la convivencia moderna, indicando su hedonismo ostentoso así como adaptabilidad ante códigos escandalosamente mudos (semejantes a la música rítmica).
Así, la discoteca genera un espacio colectivo, un descubrimiento muy posterior al Teatro griego y al Coliseo romano (recordemos a eso inventores diestros de los espacios públicos).  La arquitectura misma de la discoteca no aporta novedades, sino únicamente su efecto final mediante luces y sonidos. Su novedad constructiva depende de la ingeniería luminosa y de sonidos, no del espacio. Para este espacio basta una cavidad suficientemente grande o un foro espacioso. La arquitectura de la discoteca, proviene del aditamento de luz y sonido más que de techos y paredes, pues agregar luz y sonido certeramente crea a la discoteca, incluso en un espacio abierto. Entonces el espacio de la discoteca, más bien implica la utilización de luz y sonido, para establecer una segunda piel de convivencia, generando un código entendible por los sentidos inmediatos, y no requiere de integración de códigos complejos de comunicación. Al contrario, apela a un regreso hacia códigos de comunicación sencillos, incluso primitivos, entonces demuestra la irrupción de primitivismo del “señorito satisfecho” en términos de Ortega y Gasset[6], es decir, las personalidades incubadas en un ambiente saturado de riqueza se integran en códigos primitivos.

El sonido de la sociedad moderna
El sonido trasciende, y ofrece el medio de comunicación primero, el ancla de la comunicación primitiva o moderna. El noticiero radiofónico y televisado revela la estructura sonora de la convivencia. Los maestros del arte de noticiero descubrieron que la repetición crea un efecto (aparente) de realidad superior a la realidad misma. Mientras un espectador casual mira espantado un choque de vehículos, su memoria queda presa de la admiración y también del trauma. Si el espectador no resulta un buen memorista, su recuerdo se altera rápidamente y cambia su opinión mal recordando de los vehículos uno azul y otro rojo, cuando realmente el primero esa gris y el segundo anaranjado. La mala memoria le indica al espectador que el golpe ocurrió en defensa izquierda cuando ocurrió en la derecha, y que un pasajero resultó lesionado porque le pareció que la ambulancia se llevaba a una persona. Entonces el descubrimiento de tal persona de mala memoria se opaca en poco tiempo. El noticiero moderno crea un relato sobre el acontecimiento, copiando la capacidad de la mala memoria del ciudadano promedio. Y el noticiero te indica el choche de vehículos indicando, que un ciudadano quedó “gravemente herido” sin importar los colores de los vehículos y hasta indica el nombre del herido. En este caso hipotético, también el noticiero desconoce la existencia de un segundo herido, por qué no lo transportó la ambulancia y coincide en que los colores de los autos involucrados no tienen la menor importancia.  Sin embargo, el noticiero posee la capacidad para repetir cinco veces seguidas que existió un herido en tal colisión de los vehículos, que esa resulta la verdad noticiosa, dejando fuera la existencia no noticiosa de un herido adicional. Reconozcamos, que los noticieros regularmente son recopiladores de eventos superficiales, que la investigación exacta de los acontecimientos escapa a los medios noticiosos. En ese sentido, el noticiero cumple una función cercana al chismorreo, donde una superficie de los acontecimientos se desliza en boca en boca, la diferencia enorme es que el noticiero crea una apariencia de verdad impactante, por su estructura repite lo dicho, mediante sonidos, letras e imágines (según el medio) de tal modo que no resulta posible desacreditar su dicho. Entonces la situación efectiva nos permite indicar que el noticiero, es una ventana de creación de apariencias verosímiles, genera una apariencia de hecho. En ese sentido, se justifica el ritual moderno de la simultaneidad de millones de personas escuchando, leyendo y mirando noticieros. En sus cápsulas de información los noticieros repiten hasta crear una apariencia de verdad, montada sobre hechos escuetos. El noticiero toma el hecho, sin embargo, su interpretación resulta bastante pobre, y sobre el acontecimiento, se levanta una interpretación, que es una pálida sobra de lo casi-objetivo, el tenue eco sobre el evento original.  
Siguiendo con el ejemplo de una colisión de vehículos, una vez transmitida por el noticiero, con unos segundos de imágenes y unas pocas palabras reportadas, para la nación ya parece la realidad entera de una colisión. Millones de personas lo vieron, y al tiempo no “saben lo esencial”. Quizá en el reporte noticioso se indicó que uno de los conductores estaba conduciendo ebrio, y si investigamos el caso, resulta que no fue así. En tal choque ninguno manejaba ebrio. Una pequeña imprecisión y esto se transmite como una realidad dura para millones de espectadores en cada nación. Sin embargo, esta posibilidad de imprecisión de la noticia es reconocida por los espectadores, quienes masivamente (en distintos renglones) son escépticos consumados. Cuando cambiamos de temas irrelevantes a los importantes, descubrimos que los inocentes espectadores de noticieros se convierten en cuestionadores profesionales, siempre cuando el tema implica tomar partido, el espectador deja de ser crédulo pues no le conviene y viceversa, crédulo cuando le beneficia o el mensaje recibido concuerda con su creencia previa. Este escepticismo moderno tan evidente en temas políticos, indica que los espectadores dejan de ser inocentes según les conviene. En temas políticos, el espectador descubre que el discurso noticioso también es un ruido salteado, que oscurece e indica simultáneamente, lo poco que descubre padece manipulación y es suficiente. Las palabras del discurso tan radiado, también se convierte en simple ruido, interferencias entre significados y sin-sentidos. Además no resulta cualquier ruido, en la sociedad urbana y moderna resulta un ruido ensordecedor, donde las invasiones sonoras aparecen por todos los rincones, y también son intermitentes, pues los silencios son breves, simples interrupciones, cuando domina el ruido aunque sea de fondo. Este ruido de fondo, de excesos informativos, saturaciones de mensajes e invasiones sonoras constantes, jamás se mostró en sociedades anteriores, pues antes la irrupción de las palabras y la música resultaba un evento extraordinario, convocando al pueblo antero para acudir a la plaza. Actualmente, el ruido invade de modo individual o por grupos: no basta el espacio público, también los espacios privados son fácilmente accesibles, así uniendo el espacio público y privado tenemos una época de ruido generalizado. Entonces la discoteca se ha instalado en la sociedad entera. Los ciudadanos simplemente se refugian en un sonido, cobijados por sus audífonos privados, para no escuchar los audífonos sociales, esos mensajes sociales que constantemente los bombardean.
Las centellas de la sociedad moderna
Esta merece ser una definición de la modernidad: el arribo de la luz artificial. Por primera vez aparecieron las ciudades-luz y denominar precisamente así a París, significó que esta capital concentraba el código de la modernidad: su atractivo mediante la luz no natural. Ahora  bien, la ráfaga que ofrece la centella es una modalidad distinta de la luz artificial, integra una intensidad superior; poseedora de una intención no de causar el efecto iluminador, sino deslumbrante; así, mediante el exceso de fotones se trastorna la visión, ofreciendo una vista parcial. Aparece un segundo sentido del uso de la luz eléctrica, el paso hacia una especie de abuso, un uso marginal, que no sirve limpiamente para ver, sino para alterar la visión. Este uso secundario del medio artificial, ofrece el eje del efecto discoteca, mediante la continua utilización de este recurso.
Para lograr mejor este efecto de alteración de la visión —juego de desconciertos— se recurre a una repetición oscilante. Así, ya no se emite una centella solitaria, sino una continuidad de flashes. La centella se acompaña de una colección, tal como la nota se solidariza para generar música. Así, el bailoteo de las centellas ofrece un espectáculo peculiar, un juego de desconcierto de la retina. Este chorro continuo de luces centellantes genera la peculiaridad del espectáculo, es un juego de aturdimiento sobre la vista, sin embargo, entrega un espectáculo (por extraño que sea), una muestra para el espectador que disfruta de esa percepción curiosa del aturdirse y quedarse con una sensación difícil de describir. El chorreo de las imposibles sucesiones —ese artificio de las iluminaciones saltarinas, con el fondo de oscuridades, distorsiones con humo y efectos multicolores— ofrece una sensación para generar o descubrir un estado mental. La mancuerna de sensaciones cambiadas con un estado mental alterado resulta evidente, y ese estado mental novedoso no lo juzgo en su parte anímica, tan pletórica de variantes. Simplemente resulta significativo que surge una utilidad placentera por este efecto visual, tan gozosa que muchas personas están dispuestas a pagar para ambientar sus fiestas con esto. Aunque la vista quede desconcertada, el estado mental final ofrece algún tipo de embriaguez y por ese lado obtiene una compensación de agrado.
Interesante resulta su condición mental de percepción, porque la ráfaga de centellas capta la atención, no facilita la separación entre la mente y los continuados estímulos, no facilita el sosiego, sino atraparse en el estímulo. Esta situación del entrampamiento de la mente bajo el hechizo de un baile desordenado de luces, implica una atención continua y dificultad para abstraerse. Existe una adaptación de la mente, que se termina alejando de una percepción demasiado saturada. Existe una dificultad para cumplir esta condición de alejamiento, y además en la discoteca al bombardeo de la luz se une el sonido y el movimiento corporal, de tal manera, que se mantiene la mente atada a los sentidos a un nivel artificiosamente muy alto. Después de un rato en ese sitio, la persona llega a acostumbrarse a esa condición de la ráfaga centellante, pero el alejamiento de la mente no es completo. Una parte del cerebro procesa el discurso mental, siguen discurriendo las ideas, y hasta se platica mientras la vista se satura. Únicamente la vista se satura completamente, se extravía una parte de las habilidades, pero esa pérdida no es completa, como lo demuestra la destreza en el baile. 
Resulta evidente que la saturación de luces, en especial el cambio contrastante con la oscuridad perjudica enteramente la capacidad de visión. En principio, la centella causa el deslumbramiento, un exceso que impide la visión tan firmemente como lo provoca la completa oscuridad. Entonces la sucesión deslumbrante causa una semi-ceguera parcial, por un medio artificial. Las centellas de la sociedad moderna también acontecen constantemente, pues las fuertes iluminaciones artificiales también entorpecen a la vista ordinaria y a la más importante de las visiones, atolondran a la vista mental, causando una falta de iluminación intelectual. Las fuertes impresiones directamente luminosas, y las demás impresiones también provocan una falta de visión.
Un excelente ejemplo de tal sobre exposición a las luces deslumbrantes aparece  en la industria cinematográfica cuando inunda el planeta y se van convirtiendo en menos notable. Mientras más películas ven los espectadores menos se impactan por su contenido. Demasiadas imágenes reducen la percepción y la capacidad de asombro. Sin embargo, existe un efecto de competencia, pues cuando se produce una centella de mensaje, la siguiente requiere de alcanzar notoriedad mayor, para captar la atención, entonces aparece una competencia de los flashes de la comunicación moderna, de efecto claro en el mundo de la publicidad, de tal manera la urbes se van saturando de anuncios luminosos y sus llamadas de atención de potente luz. La competencia de las centellas luego genera un efecto de anestesia del espectador, que se acostumbra a lo estridente, entonces esa sucesión de impactos le ofrece un panorama normalizado. Tal situación repite el efecto de la discoteca, con su medioambiente de continua perturbación. Esta indicación conduce hacia una paradoja vista desde el exterior: la cultura centelleante también ofrece un espectáculo de mediocridad. Desde el interior es diferente.

Las masas danzantes de la sociedad moderna
El efecto discoteca no está destinado especialmente para el disfrute individual, sino para el colectivo, implica un despliegue en sentido de una existencia colectiva. El término de baile indica este aspecto de manera clara. La discoteca no muestra un ambiente agradable cuando una única pareja se desplaza por la pista de baile, se requiere de una multitud brincando y bullendo para establecer el correlato del ambiente típico de discoteca. Una masa moviéndose, jugueteando con sus saltos, en un semi desorden, pero hechizada por acordes definidos; esa situación a medio camino entre caos completo y orden espontáneo es el espectáculo del baile colectivo. Esta es una figura específica de las masas lúdicas, con un predominio juvenil, pero no reducido a tal generación.
El puro brinco bailable de una masa, implica una especia de ráfaga de centelleo, pero sin intensidad luminosa, una variación mecánica (en el sentido de espacio, no de mecanismo) del mismo tema, porque la masa humana al bailar ofrece un brinco y un desconcierto de formas, las rápidas transiciones desplazándose. Ofrece una estética espontánea de movimiento, que no es universalmente aceptada, pero para quienes viven este tipo de ánimo festivo, esto ofrece una verdadera estética (sin duda temporal y efímera). Esta clase de eventos, por su naturaleza, solamente acontece en duraciones limitadas, porque implica un esfuerzo o un gasto intenso de energía.
El gusto por el baile colectivo resulta bastante universal, pero tal condición varía de acuerdo a cada cultura. La existencia moderna implica una creciente celebración festiva, pero con códigos desordenados comparados con otras culturas, cuando el baile se definía perfectamente en su organización, sentido ritual, jerarquías, coreografía... En los eventos modernos se va perdiendo la organización grupal, para reducirse a una coordinación de parejas, o hasta desembocar en ninguna coordinación. Existen observaciones sobre la hermandad entre los bailes modernos y los primitivos (los tribales africanos y las bacanales griegas). Los sonidos fuertes y rítmicos, las convulsiones corporales enérgicas, y muchos detalles coinciden, sin embargo, se evidencian diferencias. Para lo que aquí importa, el aspecto interesante del medio artificial de las ráfagas de centellas, ofrece un salto cualitativo respecto del empleo de las fogatas y las antorchas. Conviene observar la continuidad y discontinuidad entre la fogata primitiva y vibrante respecto de las luces artificiales. El artificio virtuoso de  luces modernas implica tecnología con la irrupción del “mundo virtual”[7], pero no debemos despreciar el efecto para la pupila humana de simples saltos, frente a fogatas y antorchas. La continuidad se revela en que una iluminación de distinta fuente brinda una señal equivalente, y ambas (fuegos en teas y luces eléctricas) sirven como mensajes propios de un desorden: indicaciones para la dislocada muchedumbre bailando.
El baile representa, llanamente, el disfrute hedonista en acción. Sin intenciones anteriores ni posteriores, un danzar sin convenciones ni secretos rituales, implica el disfrute por el disfrute mismo. Eso es el baile moderno, aunque individualmente existen variadas intenciones adicionales muy importantes como el galanteo o el acondicionamiento físico. El moderno grupal, sin rituales ni jerarquías, genera un disfrute en sí mismo, casi autónomo. ¿Qué se disfruta inmanentemente en el baile grupal? Para Canetti el secreto de este deleite radica en la esencia misma de la masa humana: una “inversión del miedo a ser tocado”[8] que se convierte en un placer. El miedo mantiene la distancia, evita el contacto; incluso existen variadas interpretaciones sobre las distancias convencionales, cuando no resulta indispensable tocar (apretón de manos, roce, abrazo) para rebasar la distancia entre la formalidad del trato y la intimidad. Basta un acercamiento cualitativo, un salto en la proximidad, y exactamente el baile implica un juego de acercamientos, un contoneo para modificar las distancias. El toque entre cuerpos durante el danzar posee convenciones, como tomarse de las manos, pues el juego de las proximidades resulta esencial para cada danza. El otro deleite inmanente radica en el movimiento corporal mismo. Para la sicología convencional, seguramente este es el placer esencial, porque ahí discurre completo el juego corporal, las insinuaciones y revelaciones parciales de sexo. En sentido metafórico, el danzar traduce el lenguaje público del sexo humano, el desenvolvimiento de las variaciones eróticas sobre un terreno expuesto y aceptable en público.
Seguramente, descubriremos algunos autores que piensan que el baile se ha erotizado con el tiempo, que la desfachatez hedonista predomina. Pero si nos colocamos sobre el espacio preciso del danzar colectivo, el placer indica sus límites, la misma experiencia colectiva se mantiene, porque el sexo activo aparece en una intimidad más acotada, una relación de mayor concentración de cada cuerpo y cada pareja. Así, que el hedonismo del danzar colectivo siempre posee fronteras.
Ahora bien, la masa de bailarines adquiere una característica evidente: estamos en el terreno de las personas, y ese es el campo social. Aparece una sociedad transitoria, operando bajo convenciones, y la convención básica es atender al baile. Y el bailoteo se mueve en base a la música, ahí está el código común, el ritmo que agrupa y agolpa. Las luces centellantes, que tanto hemos estimado en esta narración, no resultan tan esenciales. Bastan personas y música para generar el baile, las luces quedan en segundo nivel, siguiendo una función como de segunda melodía. La música ayuda a integrar a cada cuerpo, leyendo en base al ritmo para integrarse, sin embargo dejando opciones para las variaciones individuales. Durante el baile aparece un nivel de vinculación directo durante el cual los participantes permanecen involucrados, aparece episódicamente un encadenamiento estricto. Así, la música juega el papel de totalizador, cumple la función de la Ley, y las luces centellantes quedan acompañando este código. Aún así, cada bailarín se siente libre de integrarse, predomina una libertad de elección para participar durante cada pieza musical. El Caos del baile queda perfectamente integrado bajo la Ley de la música, así esta breve sociedad de convivencia se mantiene bajo un dictado de una Ley donde la esencia es su armonía.
Este Caos con su Ley musical (armónica) no es radical, permanece hechizado bajo el embrujo de la rítmica armoniosa. Esta tensión entre Caos y Armonía también resulta sumamente agradable para cada participante. Incluso los asistentes regularmente pagan por asistir. El Caos no resulta tan radical, pues existen diversos códigos de movimiento, indicados en los diversos estilos de baile correspondientes con los gustos musicales imperantes. Si somos observadores descubriremos muchos códigos de gustos y moda dentro de los ambientes de discoteca, códigos operando como subsistemas (modulaciones) del gran sistema caótico. Este ambiente repite esa anotación de la ciencia moderna de que desde el Caos se produce un Orden, se establecen regularidades.
Cuarta radicalización (final) del Caos de la discoteca: drogas
La radicalización final, el extremo lógico posible (o imposible, según se estime) del Caos aparece con el consumo de drogas psicotrópicas, y además no el mero consumo, sino con el abuso extremista de este consumo (que de por sí no tiende a la moderación). No creo que el extremo de la disolución sea buscado, simplemente acontece con el abuso de drogas psicotrópicas, produciendo artificialmente la aparición espontánea del caos mental asociado con enfermedades mentales (especialmente la esquizofrenia[9]). Descubrimos el confín o frontera imposible de rebasar, después queda la muerte, definida como el terreno informe y caos, sin embargo, más allá de la experiencia queda como mera suposición. El Caos mantenido dentro de una experiencia acontece bajo esta determinación de una vivencia sicotrópica acompañada por el restante efecto discoteca.
¿Qué se radicaliza en esta experiencia caótica? Se radicaliza la percepción misma, la pérdida temporal de la racionalidad, la divagación del discurso, la aparición de emociones desconocidas por la persona, el salto emocional al vacío, las variaciones sin trance entre euforias y depresiones. Las emociones se fragmentan, divagan y quedan entrecortadas. La memoria se pierde, las dimensiones rutinarias del sentimiento estallan. El efecto resulta desconcertante, pero también es adictivo, ya sea mediante los procesos químicos cerebrales o por una búsqueda de lo opuesto a la vida cotidiana. La percepción alterada, en un contexto de caos, rápidamente se convierte en un callejón sin salida, nada resta hacia adelante. Pero siendo un callejón sin salida, la vía de acceso permanece abierta y es repetido por muchas personas; el adicto repite su camino y, cuando choca frontalmente, simplemente se detiene, desconcertado y confundido. El adicto abandona temporalmente su ruta, pero cuando olvida el disgusto, vuelve a intentarlo. El ciclo hacia el callejón sin salida regresa. Esto desde la perspectiva exterior nos ofrece el espectáculo revelador de cualquier racionalismo: el caos va generando sus patrones de comportamiento, los actos repetitivos comunes a los adictos. Sin embargo, desde el interior de la experiencia teñida por psicotrópicos se mantiene el Caos con su entera incoherencia. El adicto imagina que controla su experiencia, cuando no es así. Los momentos vividos suelen resultar tan desconcertantes que se reconvierten en memorias parciales, olvidos prolongados y lagunas mentales. El olvido es un típico mecanismo de defensa ante los ataques al yo psíquico[10]. En el recuerdo, las experiencias se reducen, pues la memoria sirve para minimizar y el Caos psicotrópico olvidado no se vuelve menos caótico, simplemente resulta ignorado.

En el trasfondo del Caos: la hipótesis del principio del placer y el principio del tánatos
Dedicar tanta energía, tiempo y experiencias al terreno del Caos de las discotecas, debe contener un principio positivo, una motivación plausible para el propio sujeto, quien la disfruta. Usando el lenguaje de la psicología freudiana, existe un terreno anterior a la forma, antes de las formalizaciones racionales del yo, y previo a los deberes establecidos por el súper-yo; ese terreno primordial, anterior a las convenciones sociales y al discurso racional, corresponde con el denominado ello o id, la fuente de los impulsos. Según las versiones sicológicas el id o ello es el campo primero, donde nació la estructura psíquica, y el crecimiento del infante implica la creación de las estructuras del yo y superyó, es decir las partes conscientes. Entonces, la reproducción artificiosa de un situación sin formas, un caleidoscopio de colores, sonidos, movimientos y emociones implica acercarse artificiosamente al estatuto del id, al campo de la fuente del deseo.
A su manera, las situaciones de placer extremo como el orgasmo, quedan interpretadas como una irrupción plena de la energía originaria, lanzada para saturar la conciencia y el cuerpo, en una explosión singular. Por un instante se extravía la conciencia durante el orgasmo, y las formas mentales quedan disueltas, durante los instantes del orgasmo no existen palabras ni razones, domina la sensación pura. La reproducción de este Caos artificial de discoteca posee la naturaleza de un sustituto ligero del orgasmo, una fórmula fría pero efectiva para perder la identidad (ni palabras ni razones) durante periodos. Ahora bien, la situación de discoteca, comúnmente contiene una sustitución muy clara del placer sexual, por el espectáculo del grupo danzante contoneándose, coqueteando o seduciendo. En ese sentido, la discoteca encierra el Carnaval definido desde siglos paganos como el festival de  la carne humana. Por ese lado, cada noche de discoteca despierta y sublima una buena cantidad de deseos eróticos, y el simple espectáculo proporciona un amplio placer para quien armonice con ese ambiente (claro, cuando alguien rechaza o antagoniza con ese ambiente, recibe desagrado y no placer). Ciertamente, la psicología no se interesa por medir la intensidad del goce en situaciones tan variadas como ofrecen los bailes multitudinarios, sin embargo, parece conformar una situación muy importante, y hasta arquetípica, pues las culturas de todos los tiempos han creado situaciones de placeres masivos durante sus carnavales y de esta acción permanece un rastro en sus leyendas.
Además el Caos bailable de la discoteca también es un importante preámbulo al placer sexual directo, ya que tal situación ofrece oportunidades para la seducción. En este aspecto, la discoteca no sustituye al coito, sino integra el preliminar, como acontece con el “baile de cortejo” zoológico. En un caso, este representa en sí (o hasta sustituye) al placer y en otro conduce hacia éste. De cualquier manera la vinculación estructura resulta clara conectando dos polos: caos-placer.
Existe otra posible interpretación vinculada y poseedora de fundamento psicológico pero completamente antagónica, una interpretación que implica un principio de muerte o tánatos. De acuerdo a mismo Freud[11], también aparece un principio disociador fundamental, identificado con la muerte, con un estado final de la vida. Además de Freud, algunos autores establecen una alianza estrecha entre el principio del placer y el tánatos (Bataille), mientras otros los antagonizan (Reich)[12]. Para efectos de claridad de concepciones conviene, separarlos claramente, en su esquina interpretativa: placer distanciado de tánatos.
El proceso descrito en la Caos-discoteca también se puede interpretar como una vertiente tanática, sobre todo, cuando vinculamos al aparición del consumo de drogas psicotrópicas, con el peligro mortal que acarrea. Ya sea que se interprete como un castigo culposo a la búsqueda hedonista del placer o como el desenvolvimiento de un principio tanático, los riesgos tomados por muchos jóvenes en sus prácticas de discoteca, son reales y para afrontarlos con seriedad. Para resolver un problema social (la conversión de inocentes diversiones en medioambiente de drogadicción) conviene preguntarse hondamente por las causas. Conviene que los psicólogos indaguen en las motivaciones y en las cadenas causales de este tipo de situaciones las cuales alcanzan linderos trágicos. Sin embargo, la mayoría de quienes disfrutan esto no alcanzan el límite, se mantienen en las fronteras de la simple diversión. Como parte de la sociedad pretendemos diversiones libres de tragedias, se acepta a la discoteca como un principio inocuo, pretendiendo evitar sus extremos. ¿Cuál es la motivación para alcanzar los extremos? ¿El ser humano busca un regreso al id mediante el Caos-discoteca? En lo descrito hasta aquí pareciera enteramente que no pretende una regresión extrema.
Ahora bien, cualquier búsqueda de regreso al id no se puede ni debe censurar enteramente. El acceso a la fuente primordial de la potencia psíquica mediante recursos lícitos no debe de cuestionar. Incluso, algunos autores estiman que el acceso a tal fuente primordial del id mediante el sexo es la condición básica de la salud psíquica, como lo muestra el mismo psicoanálisis freudiano y muchas de sus variantes[13]. Entonces, la función caótica de la discoteca (separada del ingrediente psicotrópico) pudiera entregar un instante de acceso al id, un metabolismo de ruptura temporal sin riesgos excesivos, tal como pareciera corresponder el arquetipo del Carnaval.  Como periodo de disolución esto complementaría la sanación, una catarsis de lo informe, del Caos irrumpiendo, para restablecer las fuerzas. Mientras se mantenga como una situación subordinada —partícula agitada entre el curso entero de la vida— resultaría sana, y hasta quizá merece denominarse como una terapia espontánea. Una vez que la situación de Caos-discoteca rebasa su acotamiento, torna en un veneno, ácido de la disolución de las conciencias, catarsis para continuar por el camino de la enfermedad, etapa dentro de una permanente dislocación de la conciencia. Ahora bien, como fenómeno de masas típicamente juvenil, la situación del Caos-discoteca proporciona el terreno para importantes desafíos, el principal consiste en comprender su dualidad entre sanación y enfermedad, diversión y conflicto, entretenimiento y abatimiento, disolución y renovación, en fin, como dijeran los clásicos, entre virtud y vicio. 

Descubrir la totalidad del Caos, quizá hasta comprenderle
La presencia del Caos extremo no proviene de una evidencia inmediata accesible a cualquier circunstancia (como pueblo o periodo). Los griegos colocaban el Caos en un espacio lejano y mítico, acontecido durante el origen del mundo y no integrando la realidad presente, pues este mundo les parecía un Cosmos ordenado y no un Caos; así esa situación caótica no la veían dentro del presente, sino perteneciente a un trasmundo. Ellos percibían el Caos en la lejanía del mito, más allá de lo existente, lejano a lo material, incluso inalcanzable tras la barrera de lo divino, en un segundo más allá, imposible de acceder. Entonces, me atrevo a decir, que ellos solamente vislumbraban el Caos, lanzaban una intuición sin figura concreta, una intuición audaz más allá de las percepciones o alejada de las ideas efectivas. Aunque en su versión mítica más antigua el Caos corresponde más al vacío primordial (en la Teogonía de Hesíodo[14]), hasta nuestros días trascendió la figura de la entidad confusa y revuelta en oscuridad (en Las metamorfosis de Ovidio). Corresponde al mérito literario de Ovidio describir las primeras visiones de Caos, a partir de sus imágenes, nos brinda la idea de un Caos primigenio, porque nos revela: “Antes de que existiera el mar, la tierra y esa cobertura de los cielos que se extiende por doquier, la naturaleza ofrecía el mismo aspecto en todo el universo: es lo que los hombres denominaron Caos, masa informe y confusa, pero inerte en el que se depositaban indiscriminadamente juntos y sin ajustamiento alguno los elementos primordiales de las cosas (…) Ninguno de ellos tenía forma definida y cada uno interfería estorbando el desarrollo de los demás. En una única mezcolanza agitábanse el frío y el calor, lo húmedo y lo seco, lo muelle y lo duro, lo ligero y lo pesado.”[15] Con esta imagen de Ovidio quedó bien establecido el sentido del caos, y la palabra quedó firmemente asignada a un significado.
Esa intuición del Caos desde la antigüedad resulta un fragmento, como un eco lejano. La descripción fue concisa, pero distante y vaga, valdría calificarla de difusa e imprecisa. ¿En qué se sustentaron para su descripción? Quizá en sueños, pesadillas o en los fragmentos de percepciones alteradas, como las atribuidas a los “furores divinos”. Empero como ese Caos no contenía una figura concreta, entonces no requerían de dominarlo, ni de domesticarlo con una red de inteligencia, por lo mismo no resultaba objeto de meditaciones filosóficas; sin objeto desafiante (lo percibido) no se requiere una adaptación mental.
La generación de un objeto concreto, diferente y difícil de captar ofrece un reto y un modelo al pensamiento. Las teorías del caos, como ciencia natural se abren paso entre la matemática, la física, la meteorología y la biología. Incluso sabemos arrastran una moda en la investigación ¿De dónde toman su impulso tales teorías del caos? ¿Provienen de un auto-desarrollo del pensamiento o provienen de las experiencias concretas? Con lo expuesto ofrezco una insinuación. El desarrollo de las teorías del caos posee una motivación en la experiencia moderna, en las vivencias concretas, cuando ofrecen un estímulo potente y desconcertante. La narrativa concreta de la investigación científica nos indica que la teoría del caos se desarrolla por la tentativa de comprender la dinámica de eventos complejos, arrancando típicamente con el clima, y expandiéndose en un sinfín de terrenos. La teoría científica del caos, precisamente, procura comprender situaciones que nos parecen caóticas, y para comprender su regularidad, descubrir las pautas complejas alrededor de las cuales se mueve un evento de apariencia caótica. Para atrapar a las situaciones caóticas han aparecido modelos matemáticos, los cuales encuentran regularidades complejas en el mismo sitio donde se observa un caos. La situación de Caos-discoteca no resulta ajena a este tipo de consideraciones, porque su misma apariencia inmediata, nos indica que existen pautas, como lo revela la música y sus unificaciones rítmicas, sobre la apariencia de una masa caótica, percibimos una especie de orden. Los matemáticos van más allá, gustan de descubrir regularidades y hacer predicciones dentro de tal apariencia informe. La mente matemática intenta dominar ese caos percibido, y como no resulta fácil, usan sistemas más complejos. El Caos-discoteca se levanta retador, para interpretarlo como totalidad viva.
Si matematizar la teoría del caos ofrece soluciones para comprender la complejidad, también las visiones epistemológicas y filosóficas se proponen entrar por la misma senda. La intención directa de crear un “pensamientos sistémico” o “comprender lo complejo” también implica asumir un mundo complejo y desbordante, implica asumir un sistema global que semeja un Caos. El “pensamiento sistémico” procura entregarnos una comprensión racional de los sistemas complejos, ofreciendo una salida ante las perplejidades de lo caótico. Esta teoría sistémica procura avanzar respetando la complejidad, para así definir unas cuantas formas fundamentales de movimiento, hacia las cuales resulta atraído el movimiento casual y caótico. La definición de unos pocos arquetipos[16] de la transformación de los sistemas, también recuerda la intención de formalizar unas pocas “leyes de la dialéctica” para comprender las pautas del movimiento. Ya Alvin Toffler[17] previó un próximo auge de las interpretaciones de conjunto, abarcando el todo, rescatando los sistemas, para así convocar una organización de esta sociedad cambiante que en su conjunto nos ofrece la semejanza con una discoteca; el conjunto de la cultura y sociedad posee su propia dinámica salpicada de “flashes” y claroscuros cambiantes. Cuando fuertes tasas de cambio, fenómenos desconcertantes y autonomía de las partes confluyen en un torbellino, resulta más que urgente contar con visiones integradoras para resolver los enigmas que nos proporciona nuestro gran Caos-discoteca social.

NOTAS:


[1] Hay muy diversos usos locales para designar a los locales y a las reuniones constantes con música y luces estimulantes, en este escrito preferiré el término “discoteca”.
[2] En ese sentido, la discoteca es una máquina empresarial estricta, sometida a un cálculo mercantil de costo beneficio, sometida a una jerarquía empresarial y a una división del trabajo, que moviliza su mercadotecnia y la oferta de su servicio de acuerdo a necesidades rigurosas y hasta reglamentos legales y comerciales. Otro aspecto, muy interesante que está fuera de este ensayo es la ruptura de la supuesta “racionalidad” de la elección del consumidor mediante el mecanismo de presión y creación de una “experiencia única” que dificulta su evaluación económica; sometida más a una lógica de objeto de lujo y gasto excesivo. 
[3] Bajo el rubro de experiencias de lo caótico, se podría incluir otras situaciones, que no se sistematizan tanto como las batallas, refriegas de masas… eventos que no se generalizan en la experiencia diaria y repetida.
[4] HERODOTO, Historias, El autor refiere a los primeros magos persas, quienes conjuraban al rayo en sitios confinados. Aquí no me interesa la verdad del evento, sino la capacidad de la imaginación antigua para referir a eventos, que la discoteca de luces moderna ha podido crear artificialmente.
[5] CANETTI, Elias, Masa y poder, Ed. Mushkin. En la clasificación de Canetti esta multitud-discoteca entra dentro de la generalidad de las multitudes festivas, las muchedumbres carnavalescas.
[6] ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas. Autor sumamente crítico ante el contragolpe de incivilización implicado por las nuevas generaciones consentidas por el exceso de confort y falta de estímulo en la lucha por la vida.
[7] En ese sentido, este ambiente encaja con la densificación de la “realidad virtual”, el nuevo nivel de ambiente tecnológico, que alimenta y consume a las personas. Cf. Baudrillard, Jean, El sistema de los objetos.
[8] CANETTI, Elías, Masa y poder.
[9] LAING, David, El yo dividido, Ed. Era.
[10] FREUD, Sigmund, Psicopatología de la vida cotidiana, etc. FREUD, Ana, El yo y los mecanismos del defensa.
[11] FREUD, Sigmund, Más allá del principio del placer.
[12] BATAILLE, George, El erotismo, y REICH, Wilhelm, La función del orgasmo.
[13] La apología más clara de esta interpretación corresponde a Wilhelm Reich.
[14] Siendo muy anterior Hesíodo, su obra casi no tiene descripciones del “Caos”, así que la visión plástica del Caos proviene de Ovidio.
[15] OVIDIO, Las metamorfosis, Ed. Porrúa, México, 1996.
[16] O’Connor, Joseph El pensamiento sistémico, y ENGELS, Friederich, El  Anti-Dühring y Dialéctica de la Naturaleza.
[17] TOFFLER, Alvin, La tercera ola.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando las discotecas incitan a la filosofìa, es tiempo de poner las barbas de las discotecas a remojar

Anónimo dijo...

Donde esta la segunda parte?
Jack Landlooord