Por Carlos Valdés Martín
Resulta desconcertante, y a contrapunto de las
tradiciones filosóficas, suponer que la forma de la Totalidad Real ha trasmutado para cumplir el paso desde la esfera
del Ser tranquilo y diáfano para convertirse en el torbellino caótico del Festival, Club, Antro, Boliche,
Bailanta, Rumba, Bar, Cantina, Salón de baile, Dancing Club, Viejoteca, Chiquiteca, Disco, Nightclub o Discoteca.[1] Efectivamente: la festividad
o discoteca muestra ese torbellino multi-color, multi-sonido y
multi-movimiento, que cautiva las sensibilidades juveniles (y hasta alguna
parte de la generación mayor con sensibilidades ¿modernas o post-modernas?)
aparece en el corazón de los nuevos modelos de Totalidad.
El club nocturno o discoteca, para el transeúnte descuidado,
parece un artefacto de la construcción o dispositivo de la arquitectura
comercial, sin embargo, revela una
entidad de la sensibilidad moderna o posmoderna (mejor, pues ya eran modernos
los parisinos del siglo XIX, cuando no imaginaban un salón con luces y ruidos estrepitosos).
Esta entidad comercial[2], emerge con la complicidad
de sus consumidores, sus creadores pasivos, sus “imaginadores” de reflejo,
adoradores de esa entidad caótica de sonidos, luces y movimientos. La instauración
de la discoteca ofrece una novedad-continuidad. La continuidad la podemos
referir a la fiesta, al jolgorio, la relajo, al baile, y variadas operaciones
de desmán colectivo, donde también las palabras se multiplican: merequetengue, mitote, guateque, pachanga,
pachangón, toquín, desaforados, batucada, quilombo, aquelarre, sarao,
rebambaramba, fiestón... Ciertamente, los antiguos ofrecieron sus bailes y hasta
sus bacanales, esa ruptura de los códigos por medio de la orgía colectiva y la
irrupción de las condiciones variables de la existencia. Sin embargo, además de
las continuidades la discoteca también nos revela novedades[3]. La fogata nocturna: sitio
de la reunión antigua, remanso de la fuerzas de los rituales, ya ofrece un
espejo cambiante, una variación de luces de reflejos volubles. Ahora bien, la
discoteca integra una fogata potenciada, multiplicada, convertida en dinamo de
luces, donde los flashes golpean la retina, con la clara intención de
desconcertarla. Ya el efecto de las luces sobre la retina, alternando con
agresión y falta de pautas, saltando desde la oscuridad completa hasta la luz
desconcertante, nos permite el caos de la iluminación. Estos flashes bastarían
para desconcertar al ojo más instruido o al visionario más preciso, mediante
estos brincos de lo oscuro y lo iluminado el ojo se rinde, pasando desde la
vista precisa hacia el camino del desconcierto perpetuo. En vez de mirar, el
ojo se rinde ante una evidencia desconcertada, avanzando por una semi-ceguera
sin reglas precisas, confiando en una mezcla entre la luz y la oscuridad, para
la cual no han nacido los ojos.
Por si no bastara un torbellino de iluminaciones y
oscuridades, brincando si parar, también aparece otro devaneo frenético, la
música, agitada y semi-rítmica acudiendo para inundar el ambiente de la
discoteca. El sitio está inundado, ahora no solamente brinca la luz vibrante
sino la música domina el sitio. Aliada, esta música extraña, pero arrebatadora
por ser rítmica (correspondiendo con movimiento secretos de vísceras humanas: sobretodo
del corazón acompasado) entrelazada con los saltos entre luz y sombra completa,
también nos ofrece una condición intrincada. La música desconcierta y también
guía, ofrece una vinculación con la música, con los saltos indicando que se
repiten, amenazando con la integración de un orden bajo el caos.
Por si fuera poco, además del cruce entre luces
tambaleantes y sonidos acompasados, también emerge el movimiento colectivo de
cuerpos, la discoteca es un lugar de baile, los cuerpos se mueven con el ritmo
musical. Como si no fuera suficiente descifrar los saltos de luces y
oscuridades, también los cuerpos están brincando, saltando, desplazándose, pero
no con rítmicos desplazamientos ni mediante continuidades, sino con brincos
aparentes, ilusiones generadas por los saltos entre sombras y deslumbramientos.
Ahora tenemos tres dimensiones, un torbellino completo, los ojos atacados por
ráfagas de modificaciones, los oídos cruzados por las rítmicas resonancias, y
cada cuerpo intentando brincar dentro de referencias alteradas. Cada parte está
saltando, desplazándose, y con su entrecortada dificultad, también crea una
comunidad, un espacio de convivencia, una fiesta donde la gente comparte, reúne
y establece sus lazos.
La discontinuidad emerge a cada paso, en especial,
las luces cambiantes son un medioambiente artificial, que ofrecen la ruptura —una
constante ruptura—, creando una situación anómala, que surge en situaciones breves
—extremas o inusuales— como la descarga de un rayo o una explosión. Esa
situación fugaz —en un ambiente natural— nos la entregan las luces de discoteca
continuamente, como si una tormenta permaneciera y se quedara. La discoteca crea
una tormenta domada, un alojamiento para la tormenta, pero todavía potenciada,
una reinvención de ésta. Sin embargo, al indagar descubrimos situaciones
reflejadas (reinventadas) por la literatura universal, ya imaginaron a la tormenta domada, a esa reunión de
luces, casi como el primer emblema de los magos[4]
¿Cómo se genera una asamblea de luces alocadas?
Mediante una trama de luces artificiales, que se prenden y apagan, con
intenciones de deslumbrar y desconcertar. Aquí emerge un gusto por el
desconcierto, los consumidores del ambiente de discoteca (jóvenes ciudadanos de
sensibilidad promedio) se revelan como ávidos consumidores de tal ambiente. Una
revelación anterior de la misma sensibilidad —aunque sin tan capacidad de concentración
y duración—, apareció con las luces de bengala o fuegos artificiales, cuando el
estallido y una plétora de chispas alegraban las noches festivas durante unos
segundos. La discoteca es la reunión
perpetua de fuegos artificiales, ahora encerrados en un espacio de baile.
El desconcierto del chispazo en la oscuridad alegra la mirada, sin embargo, el
ojo parece preferir la continuidad de la vista. El alboroto de los flashazos
continuados, parece exigir una sensibilidad especial, una diferencia de los
tiempos.
El sentido de continuidad perdido por la vista se
recupera mediante el oído y (cuando se baila) por el movimiento. El oído,
atento a una música repetitiva y semi-hipnótica recibe el espectáculo de la
continuidad, la cadena de los acordes incesantes. Ahora bien, la continuidad
del oído no resulta lineal, sino está integrada por cápsulas, indicadas por la
canciones. Cada canción entrega una cápsula, la cual debe terminar: son células
de existencia autónoma pues terminan y dejan un vacío que el final de la fiesta
puede colmar: al final de la canción solamente recuerdos, evocaciones, el
sentido cansado por su utilización.
Con esta mezcla de luces, sonidos y movimiento, la
discoteca despliega una habitación extraña, su convivencia se relaciona con un
código previo a las palabras. Las palabras entre las personas no se facilitan,
conviene sustituirlas por un código y distinto, anterior quizá de relación
entre las personas, que corresponde al movimiento rítmico y seductor que
denominamos baile. Ciertamente, la discoteca ubica el sitio para danzar, y está
adecuado a las descripciones de los dioses míticos del baile, ya sea Baco o
bien Orfeo ofrece la seducción, un momento acercando hasta el borde mismo las
ensoñaciones y las locuras. Los cuerpos bailando,
muestran entre flashazos deslumbrantes y desapariciones momentáneas la
profundidad de su magnetismo. Los cuerpos muestran su lenguaje
desplazándose entre los pasos aprendidos y los inventados, la
espontaneidad abre camino entre las
oscuridades; además la discoteca no ofrece un sitio adecuado para el baile de
pareja, sino para una especie de grupo, porque las parejas se mueven integradas
sobre el telón de fondo de las demás parejas, hasta reunir una multitud. En
efecto, la discoteca no resulta efectiva sino cuando descubre una multitud
bailando. Entonces ofrece un espectáculo de multitud posiblemente desconocido
para Canetti y si creemos en su sociología peculiar nos daremos cuenta que la multitud-discoteca ofrece un nuevo ente
colectivo[5], una nueva intención
festiva y caótica, dominada por la sensibilidad con códigos casi mudos,
dominada por un entorno prediseñado y lúdico. Este modo de convivencia indica
líneas importantes de la convivencia moderna, indicando su hedonismo ostentoso así
como adaptabilidad ante códigos escandalosamente mudos (semejantes a la música
rítmica).
Así, la discoteca genera un espacio colectivo, un
descubrimiento muy posterior al Teatro griego y al Coliseo romano (recordemos a
eso inventores diestros de los espacios públicos). La arquitectura misma de la discoteca no aporta
novedades, sino únicamente su efecto final mediante luces y sonidos. Su novedad
constructiva depende de la ingeniería luminosa y de sonidos, no del espacio. Para
este espacio basta una cavidad suficientemente grande o un foro espacioso. La
arquitectura de la discoteca, proviene del aditamento de luz y sonido más que
de techos y paredes, pues agregar luz y sonido certeramente crea a la
discoteca, incluso en un espacio abierto. Entonces el espacio de la discoteca,
más bien implica la utilización de luz y sonido, para establecer una segunda
piel de convivencia, generando un código entendible por los sentidos
inmediatos, y no requiere de integración de códigos complejos de comunicación.
Al contrario, apela a un regreso hacia códigos de comunicación sencillos,
incluso primitivos, entonces demuestra la irrupción de primitivismo del
“señorito satisfecho” en términos de Ortega y Gasset[6], es decir, las
personalidades incubadas en un ambiente saturado de riqueza se integran en
códigos primitivos.
El sonido de la sociedad
moderna
El sonido trasciende, y ofrece el medio de
comunicación primero, el ancla de la comunicación primitiva o moderna. El
noticiero radiofónico y televisado revela la estructura sonora de la
convivencia. Los maestros del arte de noticiero descubrieron que la repetición
crea un efecto (aparente) de realidad superior a la realidad misma. Mientras un
espectador casual mira espantado un choque de vehículos, su memoria queda presa
de la admiración y también del trauma. Si el espectador no resulta un buen
memorista, su recuerdo se altera rápidamente y cambia su opinión mal recordando
de los vehículos uno azul y otro rojo, cuando realmente el primero esa gris y
el segundo anaranjado. La mala memoria le indica al espectador que el golpe
ocurrió en defensa izquierda cuando ocurrió en la derecha, y que un pasajero
resultó lesionado porque le pareció que la ambulancia se llevaba a una persona.
Entonces el descubrimiento de tal persona de mala memoria se opaca en poco
tiempo. El noticiero moderno crea un relato sobre el acontecimiento, copiando
la capacidad de la mala memoria del ciudadano promedio. Y el noticiero te
indica el choche de vehículos indicando, que un ciudadano quedó “gravemente
herido” sin importar los colores de los vehículos y hasta indica el nombre del
herido. En este caso hipotético, también el noticiero desconoce la existencia
de un segundo herido, por qué no lo transportó la ambulancia y coincide en que
los colores de los autos involucrados no tienen la menor importancia. Sin embargo, el noticiero posee la capacidad
para repetir cinco veces seguidas que existió un herido en tal colisión de los
vehículos, que esa resulta la verdad noticiosa, dejando fuera la existencia no
noticiosa de un herido adicional. Reconozcamos, que los noticieros regularmente
son recopiladores de eventos superficiales, que la investigación exacta de los
acontecimientos escapa a los medios noticiosos. En ese sentido, el noticiero
cumple una función cercana al chismorreo, donde una superficie de los
acontecimientos se desliza en boca en boca, la diferencia enorme es que el
noticiero crea una apariencia de verdad impactante, por su estructura repite lo
dicho, mediante sonidos, letras e imágines (según el medio) de tal modo que no
resulta posible desacreditar su dicho. Entonces la situación efectiva nos
permite indicar que el noticiero, es una ventana de creación de apariencias verosímiles,
genera una apariencia de hecho. En ese sentido, se justifica el ritual moderno
de la simultaneidad de millones de personas escuchando, leyendo y mirando noticieros.
En sus cápsulas de información los noticieros repiten hasta crear una
apariencia de verdad, montada sobre hechos escuetos. El noticiero toma el
hecho, sin embargo, su interpretación resulta bastante pobre, y sobre el
acontecimiento, se levanta una interpretación, que es una pálida sobra de lo
casi-objetivo, el tenue eco sobre el evento original.
Siguiendo con el ejemplo de una colisión de
vehículos, una vez transmitida por el noticiero, con unos segundos de imágenes
y unas pocas palabras reportadas, para la nación ya parece la realidad entera
de una colisión. Millones de personas lo vieron, y al tiempo no “saben lo
esencial”. Quizá en el reporte noticioso se indicó que uno de los conductores
estaba conduciendo ebrio, y si investigamos el caso, resulta que no fue así. En
tal choque ninguno manejaba ebrio. Una pequeña imprecisión y esto se transmite
como una realidad dura para millones de espectadores en cada nación. Sin embargo,
esta posibilidad de imprecisión de la noticia es reconocida por los
espectadores, quienes masivamente (en distintos renglones) son escépticos
consumados. Cuando cambiamos de temas irrelevantes a los importantes,
descubrimos que los inocentes espectadores de noticieros se convierten en
cuestionadores profesionales, siempre cuando el tema implica tomar partido, el
espectador deja de ser crédulo pues no le conviene y viceversa, crédulo cuando
le beneficia o el mensaje recibido concuerda con su creencia previa. Este
escepticismo moderno tan evidente en temas políticos, indica que los
espectadores dejan de ser inocentes según les conviene. En temas políticos, el
espectador descubre que el discurso noticioso también es un ruido salteado, que
oscurece e indica simultáneamente, lo poco que descubre padece manipulación y
es suficiente. Las palabras del discurso tan radiado, también se convierte en
simple ruido, interferencias entre significados y sin-sentidos. Además no
resulta cualquier ruido, en la sociedad urbana y moderna resulta un ruido
ensordecedor, donde las invasiones sonoras aparecen por todos los rincones, y
también son intermitentes, pues los silencios son breves, simples
interrupciones, cuando domina el ruido aunque sea de fondo. Este ruido de fondo,
de excesos informativos, saturaciones de mensajes e invasiones sonoras
constantes, jamás se mostró en sociedades anteriores, pues antes la irrupción
de las palabras y la música resultaba un evento extraordinario, convocando al
pueblo antero para acudir a la plaza. Actualmente, el ruido invade de modo individual
o por grupos: no basta el espacio público, también los espacios privados son
fácilmente accesibles, así uniendo el espacio público y privado tenemos una época
de ruido generalizado. Entonces la discoteca se ha instalado en la sociedad
entera. Los ciudadanos simplemente se refugian en un sonido, cobijados por sus
audífonos privados, para no escuchar los audífonos sociales, esos mensajes
sociales que constantemente los bombardean.
Las centellas de la
sociedad moderna
Esta merece ser una definición de la modernidad: el
arribo de la luz artificial. Por
primera vez aparecieron las ciudades-luz y denominar precisamente así a París,
significó que esta capital concentraba el código de la modernidad: su atractivo
mediante la luz no natural. Ahora bien, la ráfaga que ofrece la centella es una modalidad distinta de la
luz artificial, integra una intensidad superior; poseedora de una intención no de
causar el efecto iluminador, sino deslumbrante;
así, mediante el exceso de fotones se trastorna la visión, ofreciendo una vista
parcial. Aparece un segundo sentido del uso de la luz eléctrica, el paso hacia
una especie de abuso, un uso marginal, que no sirve limpiamente para ver, sino
para alterar la visión. Este uso
secundario del medio artificial, ofrece el eje del efecto discoteca, mediante
la continua utilización de este recurso.
Para lograr mejor este efecto de alteración de la visión —juego de desconciertos— se
recurre a una repetición oscilante. Así, ya no se emite una centella solitaria,
sino una continuidad de flashes. La centella se acompaña de una colección, tal
como la nota se solidariza para generar música. Así, el bailoteo de las
centellas ofrece un espectáculo peculiar, un juego de desconcierto de la
retina. Este chorro continuo de luces centellantes genera la peculiaridad del
espectáculo, es un juego de aturdimiento sobre la vista, sin embargo, entrega
un espectáculo (por extraño que sea), una muestra para el espectador que
disfruta de esa percepción curiosa del aturdirse y quedarse con una sensación
difícil de describir. El chorreo de las imposibles sucesiones —ese artificio de
las iluminaciones saltarinas, con el fondo de oscuridades, distorsiones con
humo y efectos multicolores— ofrece una sensación para generar o descubrir un
estado mental. La mancuerna de sensaciones cambiadas con un estado mental
alterado resulta evidente, y ese estado mental novedoso no lo juzgo en su parte
anímica, tan pletórica de variantes. Simplemente resulta significativo que
surge una utilidad placentera por este efecto visual, tan gozosa que muchas
personas están dispuestas a pagar para ambientar sus fiestas con esto. Aunque
la vista quede desconcertada, el estado mental final ofrece algún tipo de
embriaguez y por ese lado obtiene una compensación de agrado.
Interesante resulta su condición mental de
percepción, porque la ráfaga de centellas capta la atención, no facilita la
separación entre la mente y los continuados estímulos, no facilita el sosiego,
sino atraparse en el estímulo. Esta situación del entrampamiento de la mente
bajo el hechizo de un baile desordenado de luces, implica una atención continua
y dificultad para abstraerse. Existe una adaptación de la mente, que se termina
alejando de una percepción demasiado saturada. Existe una dificultad para
cumplir esta condición de alejamiento, y además en la discoteca al bombardeo de
la luz se une el sonido y el movimiento corporal, de tal manera, que se
mantiene la mente atada a los sentidos a un nivel artificiosamente muy
alto. Después de un rato en ese sitio, la persona llega a acostumbrarse a esa
condición de la ráfaga centellante, pero el alejamiento de la mente no es
completo. Una parte del cerebro procesa el discurso mental, siguen discurriendo
las ideas, y hasta se platica mientras la vista se satura. Únicamente la vista
se satura completamente, se extravía una parte de las habilidades, pero esa
pérdida no es completa, como lo demuestra la destreza en el baile.
Resulta evidente que la saturación de luces, en
especial el cambio contrastante con la oscuridad perjudica enteramente la
capacidad de visión. En principio, la centella causa el deslumbramiento, un
exceso que impide la visión tan firmemente como lo provoca la completa
oscuridad. Entonces la sucesión deslumbrante causa una semi-ceguera parcial,
por un medio artificial. Las centellas de la sociedad moderna también acontecen
constantemente, pues las fuertes iluminaciones artificiales también entorpecen
a la vista ordinaria y a la más importante de las visiones, atolondran a la
vista mental, causando una falta de iluminación intelectual. Las fuertes
impresiones directamente luminosas, y las demás impresiones también provocan
una falta de visión.
Un excelente ejemplo de tal sobre exposición a las
luces deslumbrantes aparece en la
industria cinematográfica cuando inunda el planeta y se van convirtiendo en menos
notable. Mientras más películas ven los espectadores menos se impactan por su
contenido. Demasiadas imágenes reducen la percepción y la capacidad de asombro.
Sin embargo, existe un efecto de competencia, pues cuando se produce una
centella de mensaje, la siguiente requiere de alcanzar notoriedad mayor, para
captar la atención, entonces aparece una competencia
de los flashes de la comunicación moderna, de efecto claro en el mundo de
la publicidad, de tal manera la urbes se van saturando de anuncios luminosos y
sus llamadas de atención de potente luz. La competencia de las centellas luego genera
un efecto de anestesia del espectador, que se acostumbra a lo estridente, entonces
esa sucesión de impactos le ofrece un panorama normalizado. Tal situación
repite el efecto de la discoteca, con su medioambiente de continua
perturbación. Esta indicación conduce hacia una paradoja vista desde el
exterior: la cultura centelleante también ofrece un espectáculo de mediocridad.
Desde el interior es diferente.
Las masas danzantes de la
sociedad moderna
El efecto discoteca no está destinado especialmente
para el disfrute individual, sino para el colectivo, implica un despliegue en
sentido de una existencia colectiva. El término de baile indica este aspecto de
manera clara. La discoteca no muestra un ambiente agradable cuando una única
pareja se desplaza por la pista de baile, se requiere de una multitud brincando
y bullendo para establecer el correlato del ambiente típico de discoteca. Una
masa moviéndose, jugueteando con sus saltos, en un semi desorden, pero hechizada
por acordes definidos; esa situación a medio camino entre caos completo y orden
espontáneo es el espectáculo del baile colectivo. Esta es una figura específica
de las masas lúdicas, con un predominio juvenil, pero no reducido a tal generación.
El puro brinco bailable de una masa, implica una
especia de ráfaga de centelleo, pero sin intensidad luminosa, una variación mecánica
(en el sentido de espacio, no de mecanismo) del mismo tema, porque la masa humana
al bailar ofrece un brinco y un desconcierto de formas, las rápidas
transiciones desplazándose. Ofrece una estética espontánea de movimiento, que
no es universalmente aceptada, pero para quienes viven este tipo de ánimo
festivo, esto ofrece una verdadera estética (sin duda temporal y efímera). Esta
clase de eventos, por su naturaleza, solamente acontece en duraciones
limitadas, porque implica un esfuerzo o un gasto
intenso de energía.
El gusto por el baile colectivo resulta bastante
universal, pero tal condición varía de acuerdo a cada cultura. La existencia
moderna implica una creciente celebración festiva, pero con códigos desordenados
comparados con otras culturas, cuando el baile se definía perfectamente en su organización,
sentido ritual, jerarquías, coreografía... En los eventos modernos se va
perdiendo la organización grupal, para reducirse a una coordinación de parejas,
o hasta desembocar en ninguna coordinación. Existen observaciones sobre la
hermandad entre los bailes modernos y los primitivos (los tribales africanos y
las bacanales griegas). Los sonidos fuertes y rítmicos, las convulsiones
corporales enérgicas, y muchos detalles coinciden, sin embargo, se evidencian
diferencias. Para lo que aquí importa, el aspecto interesante del medio
artificial de las ráfagas de centellas, ofrece un salto cualitativo respecto
del empleo de las fogatas y las antorchas. Conviene observar la continuidad y discontinuidad
entre la fogata primitiva y vibrante respecto de las luces artificiales. El
artificio virtuoso de luces modernas
implica tecnología con la irrupción del “mundo virtual”[7], pero no debemos
despreciar el efecto para la pupila humana de simples saltos, frente a fogatas
y antorchas. La continuidad se revela en que una iluminación de distinta fuente
brinda una señal equivalente, y ambas (fuegos en teas y luces eléctricas) sirven
como mensajes propios de un desorden: indicaciones para la dislocada
muchedumbre bailando.
El baile representa, llanamente, el disfrute
hedonista en acción. Sin intenciones anteriores ni posteriores, un danzar sin
convenciones ni secretos rituales, implica el disfrute por el disfrute mismo.
Eso es el baile moderno, aunque individualmente existen variadas intenciones adicionales
muy importantes como el galanteo o el acondicionamiento físico. El moderno grupal,
sin rituales ni jerarquías, genera un disfrute en sí mismo, casi autónomo. ¿Qué
se disfruta inmanentemente en el baile grupal? Para Canetti el secreto de este
deleite radica en la esencia misma de la masa humana: una “inversión del miedo
a ser tocado”[8] que
se convierte en un placer. El miedo mantiene la distancia, evita el contacto;
incluso existen variadas interpretaciones sobre las distancias convencionales, cuando
no resulta indispensable tocar (apretón de manos, roce, abrazo) para rebasar la
distancia entre la formalidad del trato y la intimidad. Basta un acercamiento
cualitativo, un salto en la proximidad, y exactamente el baile implica un juego
de acercamientos, un contoneo para modificar las distancias. El toque entre
cuerpos durante el danzar posee convenciones, como tomarse de las manos, pues
el juego de las proximidades resulta esencial para cada danza. El otro deleite inmanente
radica en el movimiento corporal mismo. Para la sicología convencional,
seguramente este es el placer esencial, porque ahí discurre completo el juego
corporal, las insinuaciones y revelaciones parciales de sexo. En sentido
metafórico, el danzar traduce el lenguaje público del sexo humano, el
desenvolvimiento de las variaciones eróticas sobre un terreno expuesto y
aceptable en público.
Seguramente, descubriremos algunos autores que
piensan que el baile se ha erotizado con el tiempo, que la desfachatez
hedonista predomina. Pero si nos colocamos sobre el espacio preciso del danzar
colectivo, el placer indica sus límites, la misma experiencia colectiva se
mantiene, porque el sexo activo aparece en una intimidad más acotada, una
relación de mayor concentración de cada cuerpo y cada pareja. Así, que el
hedonismo del danzar colectivo siempre posee fronteras.
Ahora bien, la masa de bailarines adquiere una
característica evidente: estamos en el terreno de las personas, y ese es el
campo social. Aparece una sociedad transitoria, operando bajo convenciones, y
la convención básica es atender al baile. Y el bailoteo se mueve en base a la
música, ahí está el código común, el ritmo que agrupa y agolpa. Las luces
centellantes, que tanto hemos estimado en esta narración, no resultan tan
esenciales. Bastan personas y música para generar el baile, las luces quedan en
segundo nivel, siguiendo una función como de segunda melodía. La música ayuda a
integrar a cada cuerpo, leyendo en base al ritmo para integrarse, sin embargo
dejando opciones para las variaciones individuales. Durante el baile aparece un
nivel de vinculación directo durante el cual los participantes permanecen
involucrados, aparece episódicamente un encadenamiento estricto. Así, la música
juega el papel de totalizador, cumple la función de la Ley, y las luces
centellantes quedan acompañando este código. Aún así, cada bailarín se siente
libre de integrarse, predomina una libertad de elección para participar durante
cada pieza musical. El Caos del baile queda perfectamente integrado bajo la Ley
de la música, así esta breve sociedad de convivencia se mantiene bajo un
dictado de una Ley donde la esencia es su armonía.
Este Caos con su Ley musical (armónica) no es
radical, permanece hechizado bajo el embrujo de la rítmica armoniosa. Esta
tensión entre Caos y Armonía también resulta sumamente agradable para cada
participante. Incluso los asistentes regularmente pagan por asistir. El Caos no
resulta tan radical, pues existen diversos códigos de movimiento, indicados en
los diversos estilos de baile correspondientes con los gustos musicales
imperantes. Si somos observadores descubriremos muchos códigos de gustos y moda
dentro de los ambientes de discoteca, códigos operando como subsistemas
(modulaciones) del gran sistema caótico. Este ambiente repite esa anotación de
la ciencia moderna de que desde el Caos se produce un Orden, se establecen
regularidades.
Cuarta radicalización
(final) del Caos de la discoteca: drogas
La radicalización final, el extremo lógico posible (o
imposible, según se estime) del Caos aparece con el consumo de drogas
psicotrópicas, y además no el mero consumo, sino con el abuso extremista de este
consumo (que de por sí no tiende a la moderación). No creo que el extremo de la
disolución sea buscado, simplemente acontece con el abuso de drogas
psicotrópicas, produciendo artificialmente la aparición espontánea del caos
mental asociado con enfermedades mentales (especialmente la esquizofrenia[9]). Descubrimos el confín o
frontera imposible de rebasar, después queda la muerte, definida como el
terreno informe y caos, sin embargo, más allá de la experiencia queda como mera
suposición. El Caos mantenido dentro de una experiencia acontece bajo esta
determinación de una vivencia sicotrópica acompañada por el restante efecto
discoteca.
¿Qué se radicaliza en esta experiencia caótica? Se
radicaliza la percepción misma, la pérdida temporal de la racionalidad, la
divagación del discurso, la aparición de emociones desconocidas por la persona,
el salto emocional al vacío, las variaciones sin trance entre euforias y
depresiones. Las emociones se fragmentan, divagan y quedan entrecortadas. La
memoria se pierde, las dimensiones rutinarias del sentimiento estallan. El
efecto resulta desconcertante, pero también es adictivo, ya sea mediante los
procesos químicos cerebrales o por una búsqueda de lo opuesto a la vida
cotidiana. La percepción alterada, en un contexto de caos, rápidamente se
convierte en un callejón sin salida, nada resta hacia adelante. Pero siendo un
callejón sin salida, la vía de acceso permanece abierta y es repetido por
muchas personas; el adicto repite su camino y, cuando choca frontalmente,
simplemente se detiene, desconcertado y confundido. El adicto abandona
temporalmente su ruta, pero cuando olvida el disgusto, vuelve a intentarlo. El
ciclo hacia el callejón sin salida regresa. Esto desde la perspectiva exterior nos
ofrece el espectáculo revelador de cualquier racionalismo: el caos va generando
sus patrones de comportamiento, los actos repetitivos comunes a los adictos.
Sin embargo, desde el interior de la experiencia teñida por psicotrópicos se
mantiene el Caos con su entera incoherencia. El adicto imagina que controla su
experiencia, cuando no es así. Los momentos vividos suelen resultar tan desconcertantes
que se reconvierten en memorias parciales, olvidos prolongados y lagunas
mentales. El olvido es un típico mecanismo de defensa ante los ataques al yo
psíquico[10].
En el recuerdo, las experiencias se reducen, pues la memoria sirve para minimizar
y el Caos psicotrópico olvidado no se vuelve menos caótico, simplemente resulta
ignorado.
En el trasfondo del Caos:
la hipótesis del principio del placer y el principio del tánatos
Dedicar tanta energía, tiempo y experiencias al
terreno del Caos de las discotecas, debe contener un principio positivo, una
motivación plausible para el propio sujeto, quien la disfruta. Usando el
lenguaje de la psicología freudiana, existe un terreno anterior a la forma,
antes de las formalizaciones racionales del yo, y previo a los deberes
establecidos por el súper-yo; ese terreno primordial, anterior a las convenciones
sociales y al discurso racional, corresponde con el denominado ello o id, la fuente de los impulsos.
Según las versiones sicológicas el id o
ello es el campo primero, donde nació la estructura psíquica, y el
crecimiento del infante implica la creación de las estructuras del yo y superyó, es decir las partes
conscientes. Entonces, la reproducción artificiosa de un situación sin formas,
un caleidoscopio de colores, sonidos, movimientos y emociones implica acercarse
artificiosamente al estatuto del id,
al campo de la fuente del deseo.
A su manera, las situaciones de placer extremo como
el orgasmo, quedan interpretadas como una irrupción plena de la energía originaria,
lanzada para saturar la conciencia y el cuerpo, en una explosión singular. Por
un instante se extravía la conciencia durante el orgasmo, y las formas mentales
quedan disueltas, durante los instantes del orgasmo no existen palabras ni
razones, domina la sensación pura. La reproducción de este Caos artificial de
discoteca posee la naturaleza de un sustituto ligero del orgasmo, una fórmula
fría pero efectiva para perder la identidad (ni palabras ni razones) durante
periodos. Ahora bien, la situación de discoteca, comúnmente contiene una
sustitución muy clara del placer sexual, por el espectáculo del grupo danzante
contoneándose, coqueteando o seduciendo. En ese sentido, la discoteca encierra
el Carnaval definido desde siglos paganos como el festival de la carne humana. Por ese lado, cada noche de
discoteca despierta y sublima una buena cantidad de deseos eróticos, y el
simple espectáculo proporciona un amplio
placer para quien armonice con ese ambiente (claro, cuando alguien rechaza o
antagoniza con ese ambiente, recibe desagrado y no placer). Ciertamente, la
psicología no se interesa por medir la intensidad del goce en situaciones tan
variadas como ofrecen los bailes multitudinarios, sin embargo, parece conformar
una situación muy importante, y hasta arquetípica, pues las culturas de todos
los tiempos han creado situaciones de placeres masivos durante sus carnavales y
de esta acción permanece un rastro en sus leyendas.
Además el Caos bailable de la discoteca también es
un importante preámbulo al placer sexual directo, ya que tal situación ofrece
oportunidades para la seducción. En este aspecto, la discoteca no sustituye al
coito, sino integra el preliminar, como acontece con el “baile de cortejo” zoológico.
En un caso, este representa en sí (o hasta sustituye) al placer y en otro
conduce hacia éste. De cualquier manera la vinculación estructura resulta clara
conectando dos polos: caos-placer.
Existe otra posible interpretación vinculada y poseedora
de fundamento psicológico pero completamente antagónica, una interpretación que
implica un principio de muerte o tánatos.
De acuerdo a mismo Freud[11], también aparece un
principio disociador fundamental, identificado con la muerte, con un estado
final de la vida. Además de Freud, algunos autores establecen una alianza estrecha
entre el principio del placer y el tánatos
(Bataille), mientras otros los antagonizan (Reich)[12]. Para efectos de claridad
de concepciones conviene, separarlos claramente, en su esquina interpretativa:
placer distanciado de tánatos.
El proceso descrito en la Caos-discoteca también se
puede interpretar como una vertiente tanática,
sobre todo, cuando vinculamos al aparición del consumo de drogas psicotrópicas,
con el peligro mortal que acarrea. Ya sea que se interprete como un castigo
culposo a la búsqueda hedonista del placer o como el desenvolvimiento de un
principio tanático, los riesgos
tomados por muchos jóvenes en sus prácticas de discoteca, son reales y para
afrontarlos con seriedad. Para resolver un problema social (la conversión de
inocentes diversiones en medioambiente de drogadicción) conviene preguntarse
hondamente por las causas. Conviene que los psicólogos indaguen en las
motivaciones y en las cadenas causales de este tipo de situaciones las cuales
alcanzan linderos trágicos. Sin embargo, la mayoría de quienes disfrutan esto
no alcanzan el límite, se mantienen en las fronteras de la simple diversión. Como
parte de la sociedad pretendemos diversiones libres de tragedias, se acepta a
la discoteca como un principio inocuo, pretendiendo evitar sus extremos. ¿Cuál
es la motivación para alcanzar los extremos? ¿El ser humano busca un regreso al
id mediante el Caos-discoteca? En lo
descrito hasta aquí pareciera enteramente que no pretende una regresión extrema.
Ahora bien, cualquier búsqueda de regreso al id no se puede ni debe censurar
enteramente. El acceso a la fuente primordial de la potencia psíquica mediante
recursos lícitos no debe de cuestionar. Incluso, algunos autores estiman que el
acceso a tal fuente primordial del id
mediante el sexo es la condición
básica de la salud psíquica, como lo muestra el mismo psicoanálisis
freudiano y muchas de sus variantes[13]. Entonces, la función
caótica de la discoteca (separada del ingrediente psicotrópico) pudiera entregar
un instante de acceso al id, un
metabolismo de ruptura temporal sin riesgos excesivos, tal como pareciera
corresponder el arquetipo del Carnaval.
Como periodo de disolución esto complementaría la sanación, una catarsis
de lo informe, del Caos irrumpiendo, para restablecer las fuerzas. Mientras se
mantenga como una situación subordinada —partícula agitada entre el curso
entero de la vida— resultaría sana, y hasta quizá merece denominarse como una
terapia espontánea. Una vez que la situación de Caos-discoteca rebasa su
acotamiento, torna en un veneno, ácido de la disolución de las conciencias,
catarsis para continuar por el camino de la enfermedad, etapa dentro de una permanente
dislocación de la conciencia. Ahora bien, como fenómeno de masas típicamente
juvenil, la situación del Caos-discoteca proporciona el terreno para importantes
desafíos, el principal consiste en comprender su dualidad entre sanación y enfermedad, diversión y
conflicto, entretenimiento y abatimiento, disolución y renovación, en fin, como
dijeran los clásicos, entre virtud y vicio.
Descubrir la totalidad del
Caos, quizá hasta comprenderle
La presencia del Caos extremo no proviene de una
evidencia inmediata accesible a cualquier circunstancia (como pueblo o periodo).
Los griegos colocaban el Caos en un espacio lejano y mítico, acontecido durante
el origen del mundo y no integrando la realidad presente, pues este mundo les
parecía un Cosmos ordenado y no un Caos; así esa situación caótica no la veían dentro
del presente, sino perteneciente a un trasmundo. Ellos percibían el Caos en la
lejanía del mito, más allá de lo existente, lejano a lo material, incluso inalcanzable
tras la barrera de lo divino, en un segundo más allá, imposible de acceder.
Entonces, me atrevo a decir, que ellos solamente vislumbraban el Caos, lanzaban
una intuición sin figura concreta, una intuición audaz más allá de las
percepciones o alejada de las ideas efectivas. Aunque en su versión mítica más
antigua el Caos corresponde más al vacío primordial (en la Teogonía de Hesíodo[14]), hasta nuestros días trascendió
la figura de la entidad confusa y revuelta en oscuridad (en Las metamorfosis de Ovidio). Corresponde
al mérito literario de Ovidio describir las primeras visiones de Caos, a partir
de sus imágenes, nos brinda la idea de un Caos primigenio, porque nos revela:
“Antes de que existiera el mar, la tierra y esa cobertura de los cielos que se
extiende por doquier, la naturaleza ofrecía el mismo aspecto en todo el
universo: es lo que los hombres denominaron Caos, masa informe y confusa, pero
inerte en el que se depositaban indiscriminadamente juntos y sin ajustamiento
alguno los elementos primordiales de las cosas (…) Ninguno de ellos tenía forma
definida y cada uno interfería estorbando el desarrollo de los demás. En una
única mezcolanza agitábanse el frío y el calor, lo húmedo y lo seco, lo muelle
y lo duro, lo ligero y lo pesado.”[15] Con esta imagen de Ovidio
quedó bien establecido el sentido del caos, y la palabra quedó firmemente asignada
a un significado.
Esa intuición del Caos desde la antigüedad resulta
un fragmento, como un eco lejano. La descripción fue concisa, pero distante y
vaga, valdría calificarla de difusa e imprecisa. ¿En qué se sustentaron para su
descripción? Quizá en sueños, pesadillas o en los fragmentos de percepciones
alteradas, como las atribuidas a los “furores divinos”. Empero como ese Caos no
contenía una figura concreta, entonces no requerían de dominarlo, ni de
domesticarlo con una red de inteligencia, por lo mismo no resultaba objeto de
meditaciones filosóficas; sin objeto desafiante (lo percibido) no se requiere
una adaptación mental.
La generación de un objeto concreto, diferente y
difícil de captar ofrece un reto y un modelo al pensamiento. Las teorías
del caos, como ciencia natural se abren paso entre la matemática, la
física, la meteorología y la biología. Incluso sabemos arrastran una moda en la
investigación ¿De dónde toman su impulso tales teorías del caos? ¿Provienen de
un auto-desarrollo del pensamiento o provienen de las experiencias concretas?
Con lo expuesto ofrezco una insinuación. El desarrollo de las teorías del caos
posee una motivación en la experiencia moderna, en las vivencias concretas, cuando
ofrecen un estímulo potente y desconcertante. La narrativa concreta de la
investigación científica nos indica que la teoría del caos se desarrolla por la
tentativa de comprender la dinámica de eventos complejos, arrancando
típicamente con el clima, y expandiéndose en un sinfín de terrenos. La teoría
científica del caos, precisamente, procura comprender situaciones que nos parecen
caóticas, y para comprender su regularidad, descubrir las pautas complejas
alrededor de las cuales se mueve un evento de apariencia caótica. Para atrapar a
las situaciones caóticas han aparecido modelos matemáticos, los cuales
encuentran regularidades complejas en el mismo sitio donde se observa un caos.
La situación de Caos-discoteca no resulta ajena a este tipo de consideraciones,
porque su misma apariencia inmediata, nos indica que existen pautas, como lo
revela la música y sus unificaciones rítmicas, sobre la apariencia de una masa
caótica, percibimos una especie de orden. Los matemáticos van más allá, gustan
de descubrir regularidades y hacer predicciones dentro de tal apariencia
informe. La mente matemática intenta dominar ese caos percibido, y como no
resulta fácil, usan sistemas más complejos. El Caos-discoteca se levanta
retador, para interpretarlo como totalidad viva.
Si matematizar la teoría del caos ofrece soluciones
para comprender la complejidad, también las visiones epistemológicas y
filosóficas se proponen entrar por la misma senda. La intención directa de crear
un “pensamientos sistémico” o
“comprender lo complejo” también
implica asumir un mundo complejo y desbordante, implica asumir un sistema
global que semeja un Caos. El “pensamiento sistémico” procura entregarnos una
comprensión racional de los sistemas complejos, ofreciendo una salida ante las
perplejidades de lo caótico. Esta teoría sistémica procura avanzar respetando
la complejidad, para así definir unas cuantas formas fundamentales de
movimiento, hacia las cuales resulta atraído el movimiento casual y caótico. La
definición de unos pocos arquetipos[16] de la transformación de
los sistemas, también recuerda la intención de formalizar unas pocas “leyes de
la dialéctica” para comprender las pautas del movimiento. Ya Alvin Toffler[17] previó un próximo auge de
las interpretaciones de conjunto, abarcando el todo, rescatando los sistemas, para
así convocar una organización de esta sociedad cambiante que en su conjunto nos
ofrece la semejanza con una discoteca; el conjunto de la cultura y sociedad
posee su propia dinámica salpicada de “flashes” y claroscuros cambiantes.
Cuando fuertes tasas de cambio, fenómenos desconcertantes y autonomía de las
partes confluyen en un torbellino, resulta más que urgente contar con visiones
integradoras para resolver los enigmas que nos proporciona nuestro gran Caos-discoteca
social.
NOTAS:
[1]
Hay muy diversos usos locales para designar a los locales y a las reuniones
constantes con música y luces estimulantes, en este escrito preferiré el
término “discoteca”.
[2]
En ese sentido, la discoteca es una máquina
empresarial estricta, sometida a un cálculo mercantil de costo beneficio,
sometida a una jerarquía empresarial y a una división del trabajo, que moviliza
su mercadotecnia y la oferta de su servicio de acuerdo a necesidades rigurosas
y hasta reglamentos legales y comerciales. Otro aspecto, muy interesante que
está fuera de este ensayo es la ruptura de la supuesta “racionalidad” de la
elección del consumidor mediante el mecanismo de presión y creación de una
“experiencia única” que dificulta su evaluación económica; sometida más a una
lógica de objeto de lujo y gasto excesivo.
[3]
Bajo el rubro de experiencias de lo caótico, se podría incluir otras
situaciones, que no se sistematizan tanto como las batallas, refriegas de
masas… eventos que no se generalizan en la experiencia diaria y repetida.
[4]
HERODOTO, Historias, El autor refiere a los
primeros magos persas, quienes conjuraban al rayo en sitios confinados. Aquí no
me interesa la verdad del evento, sino la capacidad de la imaginación antigua
para referir a eventos, que la discoteca de luces moderna ha podido crear
artificialmente.
[5]
CANETTI, Elias, Masa y poder, Ed. Mushkin. En la
clasificación de Canetti esta multitud-discoteca entra dentro de la generalidad
de las multitudes festivas, las muchedumbres carnavalescas.
[6]
ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas. Autor sumamente
crítico ante el contragolpe de incivilización implicado por las nuevas
generaciones consentidas por el exceso de confort y falta de estímulo en la
lucha por la vida.
[7]
En ese sentido, este ambiente encaja con la densificación de la “realidad virtual”,
el nuevo nivel de ambiente tecnológico, que alimenta y consume a las personas.
Cf. Baudrillard, Jean, El sistema de los
objetos.
[8]
CANETTI, Elías, Masa y
poder.
[9]
LAING, David, El yo dividido, Ed. Era.
[10]
FREUD, Sigmund, Psicopatología de la vida cotidiana,
etc. FREUD, Ana, El yo y los mecanismos
del defensa.
[11]
FREUD, Sigmund, Más allá del principio
del placer.
[12]
BATAILLE, George, El erotismo, y REICH, Wilhelm, La función del orgasmo.
[13]
La apología más clara de
esta interpretación corresponde a Wilhelm Reich.
[14]
Siendo muy anterior
Hesíodo, su obra casi no tiene descripciones del “Caos”, así que la visión
plástica del Caos proviene de Ovidio.
[15]
OVIDIO, Las metamorfosis, Ed. Porrúa,
México, 1996.
[16]
O’Connor, Joseph El pensamiento sistémico, y ENGELS, Friederich,
El
Anti-Dühring y Dialéctica de la Naturaleza.
[17]
TOFFLER, Alvin, La tercera ola.
2 comentarios:
Cuando las discotecas incitan a la filosofìa, es tiempo de poner las barbas de las discotecas a remojar
Donde esta la segunda parte?
Jack Landlooord
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