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sábado, 7 de diciembre de 2013

UN EXCESO DE NACIONALISMO





Por Carlos Valdés Martín

Cualquier cualidad humana contiene su extremo y cualquier tendencia su exceso. La voluntad encuentra la terquedad como su abuso, la alegría topa con la euforia enfermiza. Incluso la inocente y cristalina agua de beber con ingestión excesiva provoca la muerte, tal cual se rumora de Andy Warhol. El exceso de nacionalismo también alcanza a convertirse en un vicio colectivo y fuente de malestar.

Nuestro siglo XX se llenó de excesos y no queda atrás este XXI. A nivel de las comunidades nacionales el siglo anterior fue la explosión de los Estados soberanos, el planeta transitó desde el imperialismo típico sobre cualquier extensión de terreno hasta la Asamblea de las Naciones Unidas. Ese imperialismo fue una forma enfermiza de nacionalismo, pero exclusiva de quienes podían ejercer tal tipo de amor propio: los fuertes. Era evidente que los Estados dotados de grandes ejércitos y recursos económicos suficientes podían apoderarse de grandes extensiones, y ese “podían” lo marco en sentido de mera fuerza atroz. El lenguaje indica que ese paso desde la potencia al acto es prepotencia y marca un exceso. En el periodo previo de la historia se miró ese imperialismo casi con naturalidad y parecía hasta lógico que cualquier reino con suficientes recursos intentara apoderarse de extensiones y, sobre todo, de zonas territoriales de “ultramar”, que eran las regiones alejadas sobre las cuales pesaba un desconocimiento. Así, en el siglo XVI explorar tierras de ultramar se fue convirtiendo en sinónimo de apoderarse militarmente de ellas. Es decir, se ejercía fuerza imperial sobre las extensiones recién descubiertas.  A veces, cuando el gobernante era escrupuloso le solicitaba su bendición a la Iglesia Católica de Roma, tal como hicieron los gobernantes de Madrid y Lisboa. El Papa de Roma emitió una Bula, es decir, un acuerdo público entre su albedrío y el de los beneficiarios, entonces jamás se pensó en preguntarles a los habitantes de esos lejanos territorios si aspiraban a que los extranjeros tomaran por la fuerza el espacio donde habitaron sus antepasados durante miles de años.
Sin embargo, habrá que notar: esos viejos imperios eran escasa o nulamente nacionalistas. En efecto, después de 1492 desde Madrid se mandaba sobre un enorme imperio, pero el monarca pertenecía a la familia Habsburgo, de ascendencia austriaca y sin interés por el destino de España (entonces sin bandera ni himno). Después, la casa gobernante quedó en manos de los Borbones de cuño afrancesado. Esas dinastías establecían un híbrido entre sus raíces (exóticas y etéreas) y el suelo al que eran trasplantadas, lo cual no favorecía una integración nacional. ¿Cuántos siglos transcurrieron entre la reconquista de la península española bajo los Reyes Católicos y el primer himno nacional español? Quizá la Marcha Granadera sin letra no debe considerarse como un himno, sino como música de ceremonias oficiales y la Marcha de Riego surge justamente en contra de la monarquía, como canto de movimiento de Cortes liberales y libertadoras. Compárese esa lentitud dinástica ante el tema nacional, frente a la presteza con que las provincias americanas adoptaron un escudo e himno nacionales al quedar liberadas. 

De hecho, en el periodo de las grandes dinastías el nacionalismo era una baraja marginal y no existía un propósito nacionalista como se entendió después. Durante la colonización de América, en efecto, se privilegió al español por nacimiento y se oprimió al indígena, sin embargo, bajo un extraño “sistema de castas” que también escapa de las definiciones modernas de nación, pues no son dos naciones enfrentadas sino un abanico de grupos inferiores (súbditos en el sentido feudal) sometidos a una cúspide soberana y regulados bajo una religión única.

Algunas variedades del imperialismo dinástico presentan el vicio del nacionalismo en un sentido primitivo. La utilización de la fuerza bruta y hasta el exterminio contra poblaciones exóticas se facilitaba bajo una elevación del ego sobre el propio grupo, lo cual define una variación primitiva del nacionalismo.

Al perfeccionarse la integración nacional de los Estados, vino otra variación de ese exceso de nacionalismo que desembocó en agresiones hacia lo extranjero y exótico. Resulta demasiado conocida la xenofobia y racismo del nazismo alemán, aunque ese es un nacional-imperialismo, modalidad que pretende establecer territorios y someter a los exóticos. Esa variación fue también un retroceso hacia las pretensiones monárquicas de un Reich milenario.

Dejemos esos aspectos exteriores para preguntarnos sobre el aura de justificación que contiene el nacionalismo. Su brillo extremo ha sido el halo de salvación de la Patria (en este caso con mayúscula intencionada) ante la invasión extranjera y la opresión extrema. Nuestra frase “me envuelvo en la bandera” evoca la leyenda de la defensa de Chapultepec, aunque no encontramos una situación extrema para aplicarla. De la mano con esto, la soberanía popular-nacional justifica al sistema político entero, así la ideología nacionalista es la base del Poder en cada país.

Por último nos dirigimos hacia lo cotidiano. La pertenencia común está motivando fiestas cívicas, gestos de respeto hacia símbolos patrios y consideración hacia las tradiciones asumidas como punto de referencia de la identidad colectiva. ¿Y en un aspecto más cotidiano? Sin considerar ni eventos públicos ni ese ligarse con el pasado. ¿Qué justifica el nacionalismo? Bajo la oleada de globalización parecería que es poco pues la oleada del mercado planetaria nos hace muy permeables hacia el consumo exótico. Es más, lo extranjero posee sus halos de estatus y lujo, resultando deseable consumir marcar afamadas. Incluso si el producto se produce “hecho en México”, la marca sobrepone el carisma de lo extranjero, como sucede con tantos automóviles. Bajo esa avalancha de productos desde los cuatro puntos cardinales, entonces parecería imposible ejercer un exceso de nacionalismo, por más que sigamos la ruta de nuestras raíces. En este contexto de país oprimido[1], cualquier “exceso” resultaría menudo ante la oleada de adoración por lo extranjero que nos propone el sistema mercantil planetario, sin embargo, debemos notar que —a lo largo de la historia contra el colonialismo— los pequeños han derrotado a los grandes, como metafóricamente indica la piedra de David contra Goliat. Cuando la semilla pequeña está preñada de justicia termina fructificando. A modo de ejemplo vivo y real Nelson Mandela, después de quedar recluido durante 27 años en una rigurosa cárcel política, tuvo la persistencia para disfrutar la caída del racismo en su país y nadie le reprochará un exceso de nacionalismo.



NOTAS:


[1] El exceso dependerá del contexto, si la propia comunidad posee condiciones de opresión sobre el extranjero, ese abuso surgirá con facilidad. Mientras mayor sea la prepotencia, más sencillo resultará adoptar la posición imperial. Cf. LENIN, V.I. El derecho de las naciones a la autodeterminación.

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