Por
Carlos Valdés Martín
Este cuento fue publicado
inicialmente en la revista literaria Sur
en el año 1940 y pronto se integró en la colección titulada Jardín de senderos que se bifurcan. Manejando
un ambiente exótico y primitivo, en mitad de una lejana selva, el personaje
protagónico se embarca en la aventura de crear un hombre (que es “hijo”[1])
mediante sus sueños. La trama refleja las tradiciones religiosas, esotéricas y
filosóficas de muchas latitudes, creando un ambiente original y pleno de
ambigüedades que el mismo Borges calificó como “irreal”[2].
El resultado de una fantasía estricta y el borde de los imposibles, que cautiva
al lector con un desenlace dramático e inesperado.
Argumento
El protagonista arriba
penosamente hasta la ruina circular de un antiguo templo dedicado al fuego representado
por un tigre o potro y ahí permanece. Lo empuja un propósito sobrenatural de soñar un hombre hasta
traerlo a la realidad. Las dificultades y fatigas del soñador se integran con creencias
esotéricas o religiosas indefinidas. La inusitada obsesión del personaje asombra,
cuando el lector observa las tentativas fracasadas y dificultades de su tarea, que resiste más difícil
“que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara.”[3]
El protagonista insiste en cumplir su labor de mago o demiurgo; así, tras los
fracasos iniciales y cumplidos unos sortilegios, la tarea progresa despacio
empezando por un corazón y, así paso a paso, confecciona cada
órgano del cuerpo imaginario. Ya fabricado por entero, el cuerpo del que
considera su hijo yace inanimado, por lo que esos prolongados afanes terminan
en un callejón sin salida. Desesperado, el personaje suplica a la efigie de las
ruinas su auxilio y el dios del fuego accede a animarle con una condición: que sea
instruido en los ritos y después lo envíe a otro templo. El resultado copia a
un hombre de carne y hueso, que únicamente el protagonista y el fuego mismo notarían
que es un ente fantasmal. Durante dos años lo educa y paulatinamente lo acostumbra
para entrar en la realidad, hasta que el vástago está preparado. Después le
infunde el olvido para que jamás descubra alguna pena por no ser un humano
auténtico, y lo destina a un templo río abajo en el Norte. Años después llegan
a sus oídos noticias de que un mago es invulnerable al fuego y le atormenta saber
que es su hijo, quien estaría en condición de descubrir que es “mero
simulacro”. Las tribulaciones del mago acaban pronto, pues el templo que habita
se incendia. Queda atrapado entre el fuego y, ante un final inevitable, pretende
inmolarse voluntariamente, sin embargo a él lo respetan las llamas, por tanto,
en el último párrafo “comprendió que él también era una apariencia, que otro
estaba soñándolo.”[4] Así
termina este cuento que es, en su engañosa ilusión, el más sencillo de los que integran
la colección El jardín de senderos que se
bifurcan.
Contexto
histórico
Mientras otros confines
del planeta se adentraban en los horrores de la Guerra Mundial, la capital
argentina se movía en un tren de progreso general con industrialización y
urbanización importantes, aunque con el bienestar delimitado a las clases
altas. En esos años la capital se embarca en obras urbanistas que
perfilaron su fama de ciudad modernísima. Por su fuerte emigración europea y su
condición geográfica, el país se mantenía alerta con las noticias inquietantes
del globo y la élite bonaerense asimilaba las vanguardias culturales, por tanto respiraba
un medioambiente cosmopolita. Esa mezcla favorecía el alejamiento respecto de
las tradiciones hispánicas y católicas para inventar nuevos paradigmas.
No falta quien atribuya a
la literatura fantástica una especie de escapismo ante los horrores o
desigualdades, desde la izquierda literaria se condena cualquier modalidad de
vanguardismo o de fuga[5];
sin embargo, entre las ironías del arte se encuentra que el alejamiento también
nos aproxima y los extremos de la ficción resultan de lo más reveladores. Jorge
Luis Borges estaba sincronizado con las tendencias vanguardistas de la
literatura y abrevando de los manantiales más diversos para su original escritura.
Contexto
antropológico
La narración recupera
múltiples arroyos provenientes de la tradición de Occidente y Oriente, tomando
distancia de su matriz principal del cristianismo, para unir los flujos
indo-arios, griegos, egipcios y de otros pueblos en un esfuerzo de síntesis para inventar
otra religión pagana y esotérica. Ese esfuerzo avanza en paralelo con el
florecimiento de la historia de las religiones y la antropología moderna que no
privilegia ya a ninguna cultura contra las demás, sino que busca patrones
universales[6].
El cuento Ruinas circulares hace guiños hacia
muchas creencias, como el culto al fuego, los dioses animales, la conservación
de órganos egipcia o la confección de homúnculos por los alquimistas. El
personaje, en el principio, semeja a un hombre obsesivamente decidido a convertirse
en demiurgo mediante el sueño; al final, resulta otro hijo fantasma y el sorprendido
producto de un encantamiento previo. La narración reúne los niveles de
esoterismo, religión y hasta superstición para integrarlos en una mezcla
consistente, de tal manera que el personaje es confeccionado con la distancia
del ensueño antropológico: crisol de creencias, algunas milenarias y otras
conservadas en la superstición.
Personajes
Personaje principal.
El protagonista atraviesa el relato de principio a fin y lo acapara, los demás
quedan en un fondo de escenario discreto a excepción de su espejo que es el
hijo-fantasma. Aunque la presencia del vástago como su objetivo, termina
regresando al demiurgo con circularidad metafísica, ya que él se descubre el
producto de esa misma factura esotérica y fantasmal. Desconocemos sus antecedentes individuales,
comienza con ese toque misterioso, además de que emigra desde un sitio extraño
para establecerse en un templo perdido en la selva. Proviene desde donde se usa
un idioma ahora inexistente, el “zend” y no hay contaminación por lepra. Casi no se
describen sus rasgos físicos, fuera de que es un “hombre gris” que comienza
“mareado y ensangrentado”, aunque no siente sus heridas y se recupera de
inmediato.
Pronto surge su
característica principal que es la
voluntad de soñar disciplinadamente para crear a uno que sea su hijo. Además,
exterioriza emociones fuertes a modo de “lágrimas de
ira le quemaban los viejos ojos”[7]
o tiernas “con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches.”
Mediante los difíciles
ejercicios del sueño y los combates del insomnio se revela el personaje y
adquiere estatura de mago. Nos abaten sus tentativas fallidas para seleccionar
a un alumno fantasmal adecuado y, luego, él reinicia el proceso por la vía más
larga de confeccionar cada órgano hasta completar el cuerpo del retoño. Gracias
a la intervención del dios del fuego, logra dar vida al vástago fantasmal y
luego lo educa pacientemente por dos años. Cuando ha madurado, cuida de hacerlo
olvidar su origen y enviarlo a otro sitio donde se convertirá en mago. En un
intenso final, el protagonista descubre que tampoco él es hombre de carne y hueso sino
el sueño de otro.
El hijo fantasmal.
Antes de formarse se anuncia cual propósito sobrenatural, que ha devorado
previamente a su demiurgo[8],
aunque es construido con la mayor entrega y obsesivos sacrificios. Discretos
atisbos van mostrando la identidad con el protagonista.[9]
De su descripción física poco sabemos fuera del detalle de su corazón y nada
más se describe que es un mancebo completo, pero sin especificar sus rasgos. El
amor del padre pretende entregarle dones —educación y olvido— por lo que tras
un único beso lo despide para que habite en otro templo. Después se reciben
noticias de que el hijo resulta “un hombre mágico en un templo del Norte, capaz
de hollar el fuego y de no quemarse”[10],
lo cual desata los temores del padre demiurgo. Y hasta ahí queda en el relato.
El dios del fuego.
El ídolo dual de tigre y potro comienza siendo un adorno inanimado, para
después intervenir como un dios actuante. La ambigüedad del animal dual crece
señalándolo múltiple, pues ese fuego es la flama de lo cambiante y se
representa por muchos seres[11].
Se presenta dentro del sueño del protagonista para mostrarle su culto y el
secreto ritual que vitalizará al hijo, quedando con tan perfecta apariencia de
carne y hueso, que para todas las criaturas pasará por humano excepto para el
fuego y el protagonista. En la trama este es un dios paciente, discreto y
que sí cumple sin cláusulas tramposas, según los relatos mefistofélicos,
únicamente solicita que envíe al hijo como sacerdote a otro templo[12],
lo cual parece satisfacer al protagonista. Si en el relato existe algún
“castigo” no se le atribuye al dios del fuego sino a una imposibilidad para
conseguir la condición humana.
Personajes accesorios. Algunos lugareños merodean en la historia, con mínimas
apariciones pero sirviendo en la trama. Al comienzo son un rumor donde “nadie
ignora” la procedencia del protagonista. Luego ellos sirven como un fondo
amigable pues “Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro”[13]
lo han acogido en el templo y le rinden tributo con discreción. Para dar pie al desenlace, aparecen “dos remeros” anónimos que le traen noticias de que su
hijo alardea de su capacidad para retar al fuego sin quemarse.
Espacios
y geografías
El conjunto de los
espacios y geografías nos presentan una apariencia realista, con ríos, selvas y
ruinas por entero creíbles, que son la plataforma de la ficción. Ese espacio
geográfico utiliza sólo dos coordenadas que son Sur y Norte, lo cual implica un
guiño con el nombre de la revista que lo publicó, Sur, y hasta con la situación austral de Argentina. El ámbito
hidrográfico liga el río abajo y río arriba, indicando el flujo de comunicación
y una frontera: el templo está junto al río y al hijo se le enviará a otro
templo conectado por vía fluvial. El otro confín es la selva como frontera de
lo hostil y perjudicial, pues los recintos están rodeados o asediados por un
ambiente selvático. Por último están las elevaciones, al inicio se declara a su
patria enclavada en el flanco de las montañas, al hijo fantasmal lo “entrena”
enviándolo a colocar una bandera en una cumbre y el desenlace está anunciado en
presagios que incluyen una nube en un cerro. Si redondeamos a estas referencias
con las ocasionales presencias de pájaros y nubes el cuento reúne los cuatro
“elementos” básicos de la alquimia para fundirlos con el quinto implícito: la
quintaesencia que otorga la vida,
aquí una fantasmal en la clave de esta trama.
Templos
y círculos
La arquitectura en
exclusiva es de templos ajados y abandonados. El término templo es sumamente evocador del despertar de la
conciencia; recordemos que los pueblos han sido cautivados con la perspectiva
de edificaciones capaces de atraer el favor de los dioses y establecer el
puente de comunicación sagrado, como en las Pirámides de Egipto o el Templo de
Salomón.
Aquí su descripción es
sencilla “el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra”[14].
Marca escasos detalles físicos como que “Ese redondel es un templo que devoraron
los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado”. Aparecen otros
detalles sobre el templo como que “en la muralla dilapidada” hay “un nicho
sepulcral”, además también existe algún “pedestal” en ese sitio. Respecto del santuario
semejante al que envía al hijo se indica una mínima diferencia “otro templo
despedazado cuyas pirámides persisten”. Recordemos que son recintos vacíos,
dañados por un incendio y acosados por la selva; simultáneamente, son centros
sagrados que fueron el eje de una religión del fuego. A pesar de su abandono,
los aldeanos del entorno respetan esos sitios.
En esto Borges retoma la
importancia del círculo en las geometrías sagradas, incluso muchos pueblos
así representaban a la divinidad suprema, pues lo estimaban emblema de
la perfección y del infinito. En la fenomenología religiosa cualquier templo es
interpretado como un centro o “axis mundi”;
que para esa perspectiva, no es inconciliable con la repetición de muchos
centros y, en este relato, se afirma que hay varios santuarios iguales. Todo
templo separa un espacio sagrado del profano, por eso su acceso está vedado a
quien no es digno de él; en ese sentido la invasión de la selva indica una
decadencia peligrosa. En este relato son edificaciones agónicas, señaladas como
ruinas, ya incapaces de un abrigo eficiente, ocasionalmente traspasadas por la
selva, pájaros de presagios o un cíclico incendio. A pesar de su debilidad
sobreviven en un submundo mágico: la selva no acaba por ahogarlas ni las flamas
aniquilan esas ruinas.
La
línea del tiempo y causalidad
El calendario se remite a
una antigüedad indefinida, marcada
por las ruinas y lo rústico del entorno, nada supone cualquier conexión con lo
moderno; sin pretender una civilización precisa recopila detalles que se pueden
atribuir a un sinnúmero de pueblos. Su referencia genérica es un paganismo y el
culto en un perímetro sacro. El transcurso de los eventos mantiene una verosimilitud de un tiempo lineal,
donde los acontecimientos mantienen su ritmo. Incluso una duda sobre cuánto ha
transcurrido, marca el mismo tono realista: “Al cabo de un tiempo que ciertos
narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo
despertaron”[15].
Cuando se presenta un objetivo que acapara el espíritu
entero, el resto se disuelve, sino como barrera y reto; ante lo cual el
transcurrir testifica que el protagonista no ha cumplido su meta. La tensión
acontece entre el día y la noche mediante el sueño y el insomnio, pues el
protagonista requiere dormir en cantidad y calidad. “Toda esa noche y todo el
día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él.”[16]
La combinación de voluntad y astucia le permite superar la prueba para
adentrarse en el sueño. Pero en el territorio onírico la línea temporal
pareciera mantenerse y su calendario sigue operando.
Al final del relato,
cuando se descubre también el protagonista es un fantasma forjado de sueños,
por eso invulnerable al incendio, se establece un fuerte interrogante de ficción: la causa se disuelve y provoca sospechas.
Si el protagonista fue una criatura que trae una misión programada, entonces su
magnífica voluntad es ilusoria y surge el interrogante ¿quién lo soñó primero?
Cabe la respuesta de una cadena infinita de sueños; cabrían otras aunque
ninguna adecuada para nuestros supuestos de qué es lo real, en especial,
quedarse con la impresión de que el soñador se soñó a sí mismo[17].
Autenticidad
e individualidad robada
A su manera, el
protagonista es un dechado de autenticidad pues su existencia está plasmada en
un único propósito. Ante la fiereza con la que se dedica a la factura onírica
de un hijo, su existencia no contiene reservas ni dobleces; ese ser de una sola
pieza le canta a la autenticidad. En su florecimiento, el pensamiento
existencialista se ocupó de la autenticidad del ser y aquí se cumple ese
destino bajo otra perspectiva[18].
Es conocido que la individualidad preocupó a Borges y en este cuento conecta
una de sus fronteras. Mientras el demiurgo está dedicado a plenitud en el logro
de su obra nos ilusiona con una individualidad sin ataduras externas. La ironía
del relato nos revela que ese individuo aislado y sin presiones externas
termina siendo un peón sometido a un designio secreto, entre la tragedia del
desenlace se revela que su individualidad fue hurtada, cuando también la
autenticidad se revela en simulacro.
Voluntad
de paternidad y el hálito
Una voluntad férrea por
alcanzar un imposible es la marca del protagonista, persiguiendo su ambición de
forjar un hombre con el material huidizo de los sueños. La imposibilidad
biológica resulta irrelevante en el argumento, aunque interesante como resorte
psicológico; conforme más está vedado el logro, resulta más deseable. El
protagonista pretende fabricar a partir de los sueños y se enfrasca seriamente
en esa lid poniendo sus fuerzas completas en ese objetivo. La voluntad queda tensa al máximo y sus
esfuerzos se tiñen con fracasos iniciales.
Mediante un esfuerzo
titánico, formando cada órgano —incluso cada pelo individual por separado—,
logra generar una ensoñación “de carne y hueso”, aunque todavía inanimada. En
ese punto reaparece la metafísica religiosa, pues sin la contribución de lo
sobrenatural seguiría siendo una especie de bella estatua inerte, a la manera
de las leyendas alquímicas; entonces la intervención del dios del fuego agrega esa quintaesencia de la vida.
Una vez agregado el hálito donado por la divinidad ígnea, ya se incorpora el
vástago que posee las cualidades buscadas por el procreador.
Jerarquías
de hombres, dioses y fantasmas
El protagonista siempre
ha pretendido ser un hombre y crear otro real, bajo su afán el hombre sí es “el rey de la creación”, sin requerir
explicaciones mayores, simplemente por ser tan anhelado. Sin embargo, los
auténticos humanos del relato son seres discretos y casi un simple decorado,
pues esa es la función de los leñadores, remeros o donadores silenciosos de
alimento; aunque tal paradoja no debilita a la narración.
A lo largo de la trama el
protagonista jamás parece inferior a los humanos que lo rodean, al contrario
adquiere el perfil de un mago o sacerdote que veneran discretamente; asimismo,
tampoco sospecha que su condición sea anómala, simplemente es un fuereño que
persigue su obsesión. Al surgimiento para el hijo su condición de fantasma no le genera ninguna dificultad, sino al
padre soñador que prefiere ocultarlo de su conciencia, cuando se separa de él.
La presencia del dios
fuego es clave, pero súbita y, curiosamente, aunque el protagonista está
dispuesto a reverenciar y seguir rituales adoratorios, en su conciencia no
aparece un matiz de auténtica devoción. Digamos que para el protagonista, la
oferta del dios es un acuerdo casi utilitario, aunque por entero respetable y
lo cumple al pie de la letra, pero la devoción la acapara su hijo.
El súbito desenlace que
provoca la toma de conciencia del protagonista, realinea las jerarquías en su
completa dimensión al colocarlo como un fantasma que es soñado. Aunque ya está
definido que los humanos son superiores a lo fantasmal y que el ámbito del dios
no afecta esa división, la revelación es compleja: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era
una apariencia, que otro estaba soñándolo.”[19]
El cóctel único de emociones del protagonista, no resulta fácil equipararlo ni
sencillo definir, pero sí es magistral.
La
discreción del deseo: un beso
En el curioso universo
del protagonista ha desaparecido el sexo y no existen las tentaciones carnales,
aunque ha brotado una “sublimación”[20]
que impone la máxima tensión para crear al hijo, que debe trascender el reino
onírico para materializarse en “carne y hueso”. El nivel de lo fantasmal en los
sueños es presionado y machacado por la voluntad hasta traspasar su ámbito y
convertirse en “carne”. El acto entero es tan apasionado que recuerda el eco
prolongado de un orgasmo, así, él “persistió en una suerte de éxtasis.”[21]
Pero el producto es una
“carne filial” hacia la cual no existe ni insinuación de sexualidad, por eso
basta la satisfacción del servicio de Pigmalión, educándolo un par de años. En
ese sentido corona su tarea de demiurgo con un beso: el único gesto físico del
padre hacia el hijo es un único beso de
despedida, que, al contrario de cualquier relato de romance, marca su
separación[22].
En consonancia con esa
sublimación, el incendio final en lugar de quemar se convierte en
caricia inesperada e inapropiada. El sentido de supervivencia del protagonista
siente alivio, al mismo instante surge una complicada catástrofe que lo humilla
y aterra; incluso la ilusión de un placer en el fuego ha desaparecido.
Restos
y rastros esotéricos
El relato está alimentado
por muchas nociones esotéricas y
filosóficas fragmentarias aunque distinguibles. El anfiteatro de los alumnos
soñados erige una especie de escala de estudios, a la manera de una “escala de
Jacob” o una logia onírica. La generación de órganos, comenzando por el
corazón, evoca las creencias del antiguo Egipto, cuando momificaban separando
los órganos pues cada uno poseía esencia peculiar. Con cada órgano invoca a un
planeta, integrando la astrología. Los antiguos creyeron que los sueños eran un
plano efectivo y que era viable comunicarse con las almas desde ese nivel. Está
la idea de un nombre de poder que se emplea para un conjuro. La imposibilidad
de vivificar el hijo ya completamente soñado, remite a las creencias alquímicas
sobre otro Adán de polvo o en el Golem, donde se requiere un agregado de
quintaesencia o un conjuro. La dualidad del tigre y potro en el ídolo remite a los
totemismos bifrontes. El papel clave del dios fuego alude a la importancia de
ese elemento, por ejemplo, manifiesta en Heráclito. La Luna es patrona de la magia
y los encantamientos, por eso él elige recomenzar en plenilunio. El agua le
sirve en un acto de purificación ritual. El desenlace es anunciado por
presagios funestos.
Invasión
de lo onírico y filosofías
Este relato unifica otras
dos corrientes filosóficas, a saber, visiones del voluntarismo y de la irrealidad. El voluntarismo
creció a partir del romanticismo y los irracionalistas mediante representantes
destacados como Schopenhauer y, a su manera, Nietzsche. En particular, este
cuento parodia a distancia el argumento sobre el superhombre, pues el
protagonista busca crear nada más que al hombre, resultando ser menos; si el
fantasma demiurgo anhela manufacturar su Adán ¿qué anhela el humano?
Para su creación
literaria a Borges le gustaba jugar con las afirmaciones extremistas del idealista-empirista
Berkley, quien sostuvo que el universo entero resultaba una ilusión proveniente de Dios. En este relato, la
irrealidad emana del reino onírico que materializa los fantasmas que, animados
por el dios fuego, adquieren vitalidad. El motivo del protagonista es convertir
al soñado en real, lo cual implicaría superar su propia barrera. Lo maravilloso
del cuento es que el protagonista siempre se creyó real y su final impacta
cuando descubre lo contrario. ¿Cómo es posible que los lectores disfrutemos esa
situación? ¿A caso sospechamos nuestra
irrealidad? Para el filósofo Lyotard, con la irrupción de la época de la
posmodernidad una “ausencia de realidad” nos ha invadido[23].
Según ese filósofo la entrada en la
posmodernidad es un evento reciente, pero el arte ya había anticipado ese
giro de nuestra mentalidad colectiva desde el principio del siglo XX; en ese
sentido, los artes abstractos y vanguardistas estaban prefigurando una etapa
donde la realidad ha salido de foco. Después
resulta una experiencia generalizada el sentir que transitamos entre irrealidades,
como lo muestra ya la cinematográfica popular tipo Matrix[24].
En ese sentido, la ficción de Borges, anticipó la posmodernidad con sus
múltiples dudas sobre la consistencia de lo real y su apertura de universos fantásticos
donde los protagonistas sienten su irrealidad.
En la hipótesis del espacio onírico se conjuntan ambas
tendencias filosóficas al amasar la suprema voluntad con la máxima irrealidad;
la tragedia consiste en el fracaso de la voluntad que cae en el engaño de su
propia quimera cuando pretende resolverlo afuera. Bajo las reglas de este
cuento el voluntarismo cumple una “victoria pírrica”, cuando su tras crear un
vástago termina revelada su propia irrealidad.
El
cóctel de lo inigualable
Con la compleja frase que
cierra este relato irrumpe la unidad y novedad de la obra literaria. En un
breve relato es factible reunir
religiones y fes amasando algo que no es ni ritual ni dogma; es permitido soldar
filosofías incompatibles perfilando una exégesis alternativa y hasta es un mérito
juntar lo más humano con lo fantasmal. La capacidad de Borges para reunir
diversas aristas y acrisolarlas en una narración original se corona con el
exótico sabor de la frase final: “Con alivio, con humillación, con terror,
comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.”[25]
Una mixtura inconcebible de emociones
resulta muy convincente, cuando es elaborada con un relato magistral y único;
este arte se forja con los materiales más disímbolos y su genio nos remontar
hasta impresiones inigualables.
NOTAS
[1]
Al comienzo del relato siempre su afán se identifica como hacer un “hombre”, al
resultar lo designa ya como “hijo”, para referirse a la imaginaria edad de su
manufactura lo designa como “mancebo”. En la fase intermedia alecciona alumnos
fantasmales, sin optar por ninguno finalmente.
[2]
“En Las ruinas circulares todo es
irreal” Prólogo de Borges a la edición de 1941.
[3]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
Según la hondura con la cual comprende el uso de la metáfora, Cf. Historia de la eternidad.
[4]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
La magistral frase entera, aparece adelante.
[5]
Por ejemplo, la exégesis marxista condena al vanguardismo y a la ficción
extrema como parte de la enajenación burguesa, véase LUKACS, George, Significación actual del realismo crítico.
La contraparte progresista, demuestra que lo fantasioso es más realista que el
realismo, por ejemplo, DELEUZE, Gilles y Felix GUATTARI, Kafka para una literatura menor.
[6]
Por ejemplo, Mircea Eliade con su Tratado
de la historia de las religiones y Claude Levi-Strauss donde se desecha el
privilegio de una religión o cultura por encima de todas, esforzándose por
establecer patrones generales o estructuras del fenómeno religioso. Aunque si pretendemos rastrear antecedentes históricos
este cuento, la referencia al idioma “zend” nos señala los idiomas de la
antigua Persia, entre los cuales el culto al fuego fue importante.
[7]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[8]
“Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma” BORGES, Jorge
Luis, Las ruinas circulares.
[9]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
En la primera tentativa fracasada, cuando elige al mejor de los alumnos
soñados, indica: “se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno,
cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador.”
[10]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[11]
“a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una
tempestad”, BORGES, Jorge Luis, Las
ruinas circulares. Notemos que la integración de criaturas le otorga mayor
jerarquía y abstracción a los dioses.
[12]
“Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo
despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo
glorificara en aquel edificio desierto” En los cuentos tradicionales, los
dioses paganos traen castigos escondidos contra los protagonistas, incluso en
los no tradicionales como el Fausto
de Goethe.
[13]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[14]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[15]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
La referencia metafórica a “mil y una noches” para crear al hijo evoca a uno de
los textos favoritos de Borges.
[16]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[17]
Desde mi análisis, esa hipótesis no es exacta, pero en el cosmos de la fantasía
y con un final abierto, caben muchas respuestas; lo más próximo sería una
cadena de fantasmas que producen fantasmas a la manera de células o virus que
se replican, bajo un código ADN que desconocen.
[18]
Sin duda, no cabría plantear la autenticidad de los fantasmas, pero eso lo
sabemos hasta el final del relato; todo el planteamiento es de la fiera
consonancia entre el yo y su meta, sin doblez y sin desmayo, por eso dibuja un
canto a la autenticidad en la existencia. Este protagonista es más ferozmente
obsesivo que Roquentin para alisar su exterior, con la ventaja de que sí sostiene
un objetivo.
[19]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[20]
Para Freud es el mecanismo de defensa del yo mediante el cual, el instinto
sexual se desvía hacia un objetivo aceptable, como es el arte o la creatividad
en general. Cf. BROWN, Norman, Eros y
tanatos.
[21]
La frase completa: “El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió
en una suerte de éxtasis.” BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[22]
“Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos
blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga.”
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
[23]
LYOTARD, Jean-Francoise, La posmodernidad
(explicada a los niños). En descargo, Lyotard es un posmarxista de raíz en
Kant, cuando Hegel ya había discutido la solución para tal paradoja: quien hace
la diferencia entre real e irreal, de antemano sabe la diferencia. En otras
palabras, la teoría de la irrealidad es un corolario de teoría kantiana de
nóumeno. Lo interesante es que los lectores de literatura sientan esa
irrealidad; mi hipótesis es que la sensación de irrealidad surge del cúmulo
social desbordado de tecno-ciencia.
[24]
A su vez, el guion de la trilogía Matrix
es tributario de las percepciones teóricas de Jean Baudrillard, otro de los
sociólogos que afirma un cambio de época al terminar el siglo XX. En la
película, el protagonista que será Neo esconde discos en el libro Cultura y simulacro, con el ensayo principal "Precesión de simulacros", del autor
francés.
[25]
BORGES, Jorge Luis, Las ruinas circulares.
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