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jueves, 15 de abril de 2010

MOMENTOS DE LA LÓGICA ASCENDENTE HEGELIANA, 1a Parte


Por Carlos Valdés Martín













Lógica tradicional
En la Antigua Grecia para el pensamiento racional se descubren ciertas reglas básicas de operación. En este magnífico despertar de la razón se encuentran también las relaciones básicas para iniciar una verificación de las afirmaciones humanas. La lógica aristotélica, plasmada en el Organón, resulta de la búsqueda de una fórmula para la comprobación de la verdad, y esta comprobación nace entre la estructura misma de las afirmaciones. El propósito consiste en pasar desde la mera opinión de los juicios hasta el asentamiento firme, con cimientos graníticos, de las afirmaciones verdaderas. ¿Cómo distinguir una afirmación verdadera de otra cualquiera, que no puede ser verdadera? Pero la lógica no integra completamente una ciencia del contenido verdadero de las afirmaciones, pues esta materia requiere de la comparación con el objeto particular, sino que con la lógica se establecen ciertas reglas de verdad, en especial reglas de forma o negativas, que establecen imposibilidades de concatenaciones, por tanto se demuestran las afirmaciones erróneas como desechables. El clímax de estas aplicaciones lógicas aparecen con los estudios del silogismo y las “tablas de verdad”, mediante las cuales se logran desechar argumentos por su mera forma errónea.

Lógica dialéctica
Bajo la extraña (pero poderosa) premisa de que la verdad es sujeto, Hegel trabaja una nueva línea de la lógica, sostenida por la demostración del movimiento del concepto. El concepto no es una idea que aparece casualmente, en un momento dado y sin conexiones, no es el producto objetivo de un sujeto vivo como su cosa exterior, sino que el concepto mismo implica sujeto. El sujeto se opone al objeto, como mundo exterior, y el concepto es un movimiento que aspira poderosamente hacia su objeto, de tal modo que el concepto está obligado al movimiento. Algunas veces el concepto parece detenido (fijo o suspendido) imposibilitado para salir de sí mismo, pero eso a Hegel el parece ya un problema, cuando el concepto queda como retenido, como encarcelado o atorado dentro de un bote de basura, pero así no florece el pensamiento. El concepto al moverse florece, pero su fruto más propio acontece con la verdad, el conocer mismo.

Siempre se empieza entre lo inmediato
La lógica del Hegel se dedica a demostrar el camino que sigue el concepto para perfeccionarse y revelar su objeto. Pero el objeto de estudio no consiste en una “cosa” limitada (atorada en un bote o en cajón), sino que consiste en el mundo completo, que además aparece considerado (ya entonces) como un infinito. El objeto del conocimiento significa tal entidad enorme que se convierte en el mundo infinito. Ahí está el objeto de estudios más amplio posible. Hasta donde alcance la vista y más allá; hasta donde nos transporte la imaginación y más allá, esa es la naturaleza inmensa del objeto del conocimiento. Pero si la “cosa” es infinita, también posee tal escala el sujeto decidido a revelarla mediante el conocimiento. Y ese infinito no se devora de un bocado (por grande que se pretenda), sino implica el largo viaje que se debe empezar alguna parte, y el primer paso está en la inmediatez. Y la inmediatez significa esto: las cosas como se aparecen ahí, justo delante de una mirada ingenua.

En lo inmediato el objeto aparece caótico y cambiante, porque la percepción inmediata varía a cada instante. La integración entre las partes del carnaval de momentos brillantes y fugaces parece una quimera, la cual solamente se logra entender mediante un salto de plano. Quizá el conocimiento empiece con una simplificación, pero la simplificación implica una traición al conocimiento. Al simplificar el conocimiento, irónicamente, inicia con su derrota, al solamente captar la parte de la parte, el rasgo mínimo para integrarlo a la conciencia por medio de la atención, porque de lo contrario la fuga incesante de momentos cambiantes no le conduce hacia una captación. Entonces el inicio no solamente significa lo inmediato sino su simplificación, la captación parcial de la parte, la migaja desprendida de la migaja, porque inmediatamente no alcanza a captar más allá.

Lógica dialéctica, una lógica que no está completamente aceptada como tal
La lógica dialéctica, en su versión hegeliana y luego en la marxista no está completamente aceptada entre los medios académicos. Evidentemente disfrutó su hora de esplendor durante el periodo ascendente del movimiento comunista mundial (1917-1989), porque el éxito político del marxismo implicaba prestigio y aceptación ideológica, incluso una aceptación a regañadientes entre sus adversarios. En ese sentido, conocemos la lógica dialéctica de Hegel por medio de una traducción con intensión política efectuada desde Marx y Engels, la cual constituye una versión “puesta sobre los pies”, la versión materialista de la dialéctica. En esencia esta interpretación marxista acepta que la peculiar de Hegel forja una lógica del movimiento, las leyes generales del cambio en el universo, que se deben integrar dentro de las formas generales del pensamiento verdadero, porque la forma del pensamiento coincide con la forma de movimiento universal de la materia. Por eso la ciencia más general para el marxismo se denominaba el “materialismo dialéctico”. Esto implica ciencia:  “materialista” como profesión de fe, por el primado universal de la materia y el pensamiento como una forma especial derivada, pero finalmente parte de la materia, y “dialéctica” por revelar la forma de movimiento de la materia y la lógica superior que permite una mejor verificación de la verdad, superior a la simple lógica formal (aristotélica). Pero como la lógica dialéctica de Hegel no fue aceptada por sí misma, entonces al caer la tendencia política marxista mundial, también cae el relativo prestigio de la dialéctica y el tema se hunde, suavemente y sin ruido casi en un olvido. Aunque algunos autores de otras perspectivas, en los hechos tengan respecto de Hegel cierta afinidad de enfoque y sean importantes, no por ello se reanima el término dialéctica, que actualmente permanece como “pasado de moda”, casi incomprendido.

La verdad es sujeto
Entonces a la dialéctica hegeliana tendemos a mirarla con los anteojos de Marx y Engels, también por implicar esta última una versión más cercana a la mentalidad moderna y laica. La puesta de la dialéctica “sobre sus pies” como afirmaban los fundadores del socialismo científico, implicaba que se superaba su idealismo. Pero esta superación también implica algunos cambios importantes en la dialéctica misma. Por ejemplo, un “principio” de la dialéctica propiamente hegeliana tan importante como el indicado por “la verdad es sujeto” desaparece completamente del horizonte, y no se comprende de qué se trata. La afirmación de “la verdad es sujeto”, porque implica un concepto tan poco usual como que la verdad misma opera moviéndose, entonces la verdad se desenvuelve según un designio definirse en plenitud. En nuestra visión espontánea creemos que el sujeto es la persona que encuentra verdades en su proceso de conocimiento, pero resulta que para Hegel la verdad misma genera un movimiento y este movimiento implica verdadero sujeto, significa la expresión directa de la conciencia cambia al conocer, conduciéndolo desde la indeterminación hacia el conocimiento. Decir sujeto indica movimiento, fase activa. La verdad impulsa al movimiento, porque ella es movimiento, el error siempre contiene su contradicción, su fase negativa impulsando a salir del error, la verdad se mueve y desenvuelve mediante errores para alcanzar su esencia. Dicho de esta manera parece describirse un procese arbitrario y nos debemos remitir a la forma de operación del “sistema hegeliano” para observar lo que él llama el desenvolvimiento de la verdad. Porque unos conceptos remiten a otros. Por ejemplo, la luz remite a la oscuridad como su complemento, la luz se percibe mejor en contraste con la oscuridad, y el concepto de la luz se concibe más precisamente cuando tenemos a su opuesto en la oscuridad. A su vez, esta unidad de luz y oscuridad nos debe remitir hacia otros conceptos; por ejemplo, en su estudio de la naturaleza Hegel encuentra una relación muy significativa entre la naturaleza de la luz (movimiento en expansión) y la fuerza de gravedad (caída del movimiento hacia un centro dado, referencia fuera de sí), mientras para la vida cotidiana estas dos series parecen muy ajenas. Sorprende que un filósofo especulativo en un rincón alemán establezca una conexión que después la física teórica la habrá de elevar como un problema teórico importante, y de hecho una puerta para elaborar la teoría de la relatividad se presenta en la existencia de una interacción gravitatoria con la luz (teoría general de la relatividad donde la gravedad se piensa como el espacio curvándose, y aunque la luz no debería afectarse por la gravedad pues no posee masa, la luz sí es afectada y desviada por una curvatura del espacio). El motivo del filósofo para relacionar luz con gravedad, en principio, simplemente implica la integración de los conceptos, el mero remitirse entre unos y otros, de tal modo que la verdad se va formando como un entramado total.

La verdad es totalidad
La verdad en movimiento, mediante la cual unos conceptos remiten a otros, trae aparejado que el resultado parcial de la verdad conduce hacia la integración en una totalidad de la verdad. Esta aceptación de que la verdad transita hacia la totalidad de la verdad misma es aceptada intuitivamente desde los inicios de la filosofía, lo cual resulta claro con Parménides, cuando nos indica que el Ser forma una esfera perfecta y sin fisura, y esa unidad perfecta es la Verdad. El problema posterior es que este acierto parcial conduce hacia el problema político-intelectual de la Verdad cerrada del Sistema. Porque si con un cúmulo de verdades se crea un sistema de saber (que disfraza de no-sistema, o pretender no establecer un sistema como lo buscó Engels), un resultado directo es hacia su fosilización y defensa por principio, con lo cual el sistema de pensamiento se cierra a la crítica y se estanca. Debido a la existencia de la remisión de las verdades parciales hacia la totalidad cuando se tiene integrada una totalidad como sistema de verdad entonces las “nuevas verdades” ya no son bienvenidas, porque alteran el sistema de modo que cada fragmento nuevo de verdad puede encontrar resistencias enormes por parte del “sistema de verdades”. El asunto se vuelve muy problemático cuando el sistema de verdades sirve también como el pilar de un poder establecido de tipo religioso o político. A la lejanía parece hasta ridículo que las investigaciones de ciencia pura de los astrónomos causaran el espanto y la persecución de la Iglesia católica durante los siglos XVI al XVIII. Las simples observaciones astronómicas cuando revelaban que la tierra no se ubicaba en el centro del sistema solar parecían a los detentadores del sistema de pseudo-verdad religioso que eso atentaba contra las “sagradas escrituras”, las cuales contienen su “sistema de verdades”. En escalas menos dramáticas, ciertas afirmaciones teóricas contrarias al contexto anterior, de inicio reciben una fuerte oposición del medio académico, y su aceptación sucede forzada. Temas tan sencillos como la desinfección de los hospitales fueron motivo de marginación y escarnio para sus promotores iniciales, quienes atentaban contra el sistema de verdades previo. La resistencia, evidentemente, se basa en que una pequeña nueva verdad alterará el sistema de verdades previo, y quienes no quieren cambiar ese sistema combaten con prejuicios esa nueva verdad, por inocente y pequeña que parezca.
Esta resistencia ante la aparición nuevas verdades confirma por vía negativa que la verdad implica sistema, definiendo un conjunto de verdades integradas y entonces una nueva revelación en un campo esencial significa una revolución en el conjunto de las verdades preestablecidas. Por lo mismo, los temas aparentemente intrascendentes levantan tanto revuelo, como sucede con los “ovnis” por las consecuencias prácticas que implicaría comprobar tal “fenómeno ovni”. Para lo que aquí importa, esto confirma que la verdad es sistema, pero también nos alerta sobre la cerrazón de cada “sistema de verdad”, y que con cada avance parcial el conjunto previo resulta un poco obsoleto, lo cual es paradójico. Por esta tensión (entre un “sistema de verdad” previo y un fragmento de verdad opuesto), una gran parte de los científicos tienden a preferir el mantener a la verdad como pequeños trozos de saber sin conexión, y los científicos naturales creen que basta una comprobación experimental para obtener verdades científicas parciales. Lo afirmado hasta aquí no contradice a los experimentos científicos y a cada avance parcial, sin embargo, siempre deriva hacia una totalidad de verdad, aunque quien descubra algo pequeño o grande no tome en consideración las consecuencias. En la ciencia, donde resulta más palpable tal tensión entre el hecho experimental y la estructura de una totalidad de conceptos (el telón de fondo de todos los hechos conocidos) me parece que es la física, por cuanto la teoría debe integrar los hechos, y cuando nuevos hechos contradicen a la teoría, ésta debe avanzar para alcanzar nuevas verdades, modificando sus conceptos.

Tesis, antítesis y síntesis
El conocido camino espiral arrancando desde la proposición, que pasa a su negación y llega a un estado superado (auberfung) revela el ritmo de la dialéctica hegeliana, y esa es la reconocida tríada del movimiento. Efectivamente una infinidad de estructuras de movimiento operan bajo este ritmo, por tanto representa un ritmo universal. Se puede discutir si existen procesos integrado por más partes, o si acontecen formas más circulares que espirales y otras cuestiones. Sin embargo los procesos de movimiento poseen esta figura peculiar del triple evento consistente en ponerse, contraponerse y reponerse. Decir sí, luego decir no y finalmente decir un más allá de sí y no. Decir bien, decir mal y arribar más allá del bien y el mal. Cada fragmento de la vida captada se puede apreciar luminosamente bajo este cristal, y este cristal del movimiento además contiene un efecto liberador de la consciencia porque viaja más lejos, pero siguiendo el detalle de la materia viva, el detalle de lo real existente en el exterior y el interior de la mente.
Después de establecer la figura de la tríada hegeliana del movimiento se pueden abordar muchos ejemplos donde el movimiento natural así funciona y el pensamiento humano sigue esa pauta cuando no se detiene falsamente, cuando no se paraliza en una etapa limitada. Permanece y queda la pregunta de ¿por qué esa forma de movimiento? Quizá se requiere de la tríada porque con el binomio todavía no está presente el movimiento, pues con un par simplemente observamos un equilibrio estático o dualidad sin resolución, por lo tanto la fase anterior al movimiento corresponde a la dualidad; en cambio con la tríada fácilmente captamos la figura del movimiento. El movimiento físico mismo requiere para su descripción al menos de una tripleta: momento inicial, trayectoria y momento final. Sin tres momentos no describimos la noción de movimiento y podemos contentarnos con una paradoja de Zenón, en la cual Aquiles jamás alcanza a la tortuga porque considerando los extremos entonces el momento medio (el movimiento entre la tortura y Aquiles) se escapa como agua entre las manos.
La tríada entonces no implica con Hegel un resabio religioso de la Sagrada Trinidad, de las tres personas divinas en una del cristianismo medieval, sino expresa un concepto sobre la necesidad del movimiento, un ciclo triple para comprender el movimiento.

Toda tesis es ya antítesis
Pero si la forma general la representamos como tesis-antítesis-síntesis entonces se afirma un concepto adicional más, pues las afirmaciones afirmadas contienen su semilla de negación, su caída en contradicción. Se afirma que no existe la afirmación pura mantenida en su pedestal sin que encuentre a su negación, tropiece con su lado contrario. Esto puede evidenciarse en los conceptos cuando se determinan polarmente, como el bien y el mal, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza, la belleza y la fealdad, etc. Estos conceptos se redondean mediante su contrario. El bien no puede remitirse solamente a sí mismo para la definición moral, sino debe acudir al expediente de su opuesto, y referirse a la existencia de un mal, para que ese concepto resulte más concreto que una mera afirmación; y luego la moral como totalidad abarca a ambos conceptos (bien y mal) y los supera como se ejemplifica en la narración tradicional del Juicio de Salomón, donde la mentira del rey-juez amenazando con matar al niño sirve para descubrir la verdad de las madres. La enfermedad no puede ser captada en sí misma sin referirla a un concepto de salud, incluso la enfermedad se define como la negación, la pérdida o la alteración de la salud; incluso se puede observar que la enfermedad resulta un concepto derivado, inviable de concebir aisladamente sin la existencia de una noción previa del bienestar del cuerpo, o sea de la salud. Sin embargo, la salud no establece un concepto redondeado, perfeccionado mientras no aparece en el horizonte su negación mediante la enfermedad. Ahora bien, la condición del cuerpo humano implica la unidad entre salud y enfermedad, una continua batalla entre estas dos condiciones, el paso desde un situación a otra. Incluso la enfermedad debe verse como parte del proceso de curación del cuerpo, entonces la unidad entre la salud y la enfermedad está presente en la curación del cuerpo, y nuestro metabolismo integra la unidad de los dos estados. Además, en buena medida (evidencia que no asumimos) nuestra salud se obtiene por medio de las enfermedades, y esta afirmación extraña, luego resulta una evidencia cuando explicamos cómo funciona el mecanismo de las vacunaciones y nos invita a pensar que el sistema inmunológico (base de nuestra sobrevivencia) se forja bajo el fuego de las enfermedades; pues la efectividad del sistema inmune del cuerpo se desarrolla captando millones de microbios que al desafiarlo lo fortalecen.

El concepto inicial ya es movimiento
El concepto inicial contiene ya un desplazamiento, configura ya la semilla de su antagonismo y por lo tanto debe movilizarse hacia su extremo opuesto, con un salto que además abre el camino de su perfeccionamiento. Por ejemplo, en una bonita paradoja el concepto de lo quieto o “inmóvil”, para estar bien definido debe recurrirse a su opuesto y afirmarse como la ausencia de movimiento. Lo que está quieto permanece en el mismo lugar, pero además debemos aclarar que está “sin movimiento”. Entonces aparece su opuesto, el movimiento para definir lo quieto, lo fijo. Hasta el concepto de fijo implica el de movimiento.

El concepto resultante es la negación concreta (ruptura con continuidad) del concepto inicial
La condición proletaria implica una negación de la condición humana mediante la falta de propiedad, el despojo de condiciones de existencia ¿cuál es la negación de esta negación humana en la condición proletaria? Marx nos indica una opresión presente en la clase explotadora, por lo tanto impulsa hacia una síntesis novedosa, mediante la metamorfosis de la sociedad de clases hacia la sociedad sin clases. Ahora bien, este planteamiento de Marx significa una resolución de un esquema social, una ecuación de cambio de una totalidad futura. Que tengamos la operación dialéctica bajo el esquema general no significa que ese su contenido sea el correcto. La historia pasada enseña que  cada sociedad de clases sociales antagónicas le ha sucedido una nueva sociedad formada de otras clases sociales antagónicas. Para imaginar el proceso social hacia una solución final, Marx argumenta que el proletariado inaugura la primera clase explotada sometida a “cadenas radicales”, porque es la primera clase social completamente excluida de la propiedad, y supone que en el extremo de las opresiones debe saltarse hacia el opuesto de una sociedad sin opresiones. Sin embargo, fuera de la belleza argumental y manteniendo el esquema dialéctico, el paso del grupo proletario hacia su “negación histórico concreta” puede acontecer en otro sentido. Hagamos una similitud con la naturaleza, la negación del concepto de semilla debe llevarnos hacia una no-semilla, pero podemos afirmar que dentro de las no-semillas están las plantas, los frutos, las abejas y las nubes ¿cuál de estas negaciones será la correcta sucesora de la semilla como su negación concreta? Más que la especulación (en abstracto) será la investigación de la materia con herramientas lógico-filosóficas el medio que nos revelará la verdad. En el caso de la negación posible del proletariado también las posibilidades abstractas de negación son varias, pero parece que únicamente una sucesión contiene la respuesta concreta. El pasar del capitalismo semi-feudal ruso de principios del siglo XX a la elevación de un Estado “comunista” todopoderoso, contiene el rasgo de una negación de la condición proletaria previa, pero con una continuidad también significativa. El simple obrero ruso desde 1917 era legalmente “el dueño del país” por integrar a la clase social aclamada como revolucionaria, pero no dejaba su jornada de ocho horas diarias (o más !!!) y no obtenía libertades políticas, su retribución seguía siendo un mísero salario, estaba encuadrado corporativamente en sindicatos obligatorios y una gran parte también eran afiliados a “su vanguardia revolucionaria” del partido comunista de la URSS, inspirado por Marx y Lenin. En el discurso ese obrero representaba a un mesías encarnado, pero en la práctica permanece bajo una enorme continuidad con la condición capitalista[1]. La negación de la negación de proletariado ahí se presenta como una continuidad práctica y un espectacular salto en lo ideológico, y esto ocurre tan marcado, que el salto ideológico parece una mascarada (una mentira desde la esfera del Estado) para contradecir totalmente a la realidad cotidiana del obrero ruso del periodo estalinista. Esto implica, que no siempre el salto entre la afirmación y la negación debe ser tan grande para establecer una negación de la afirmación inicial.

Si los conceptos se mueven es porque ya son síntesis
En esta parte, retomando al filósofo Kant vale afirmar que la parte más pequeña del pensamiento integra ya un conjunto, porque hasta la parte más sencilla del pensar (y hasta del percibir) no significa una simple parte atómica y cerrada en sí misma[2]. Esa parte más sencilla encierra ya un conjunto. Esa parte más sencilla ya podemos tomarla como una simple palabra, pero sabemos que las palabras cargan con una historia (síntesis genética) y quedan integradas dentro de una lengua (síntesis de contexto), por lo cual su simple inteligibilidad es un continuo referirse a varias dimensiones. La palabra “capital” tiene de suyo varios significados, que entre sí están emparentados, entre los sentidos principales están: su sentido político de ciudad capital, como la ciudad donde se asienta un poder político; su sentido económico de un amasamiento de riqueza que se utiliza para hacer negocios y su sentido más general de un relación importante. Según las malas lenguas, que supongo son de los lingüistas, el origen de esta palabra proviene de la cabeza, la cual luego fue ampliada en varios sentidos para referirse a lo importante, los principal, la sede del poder y la fuente de riqueza. Esta palabra contiene tanto significado e importancia que se utiliza para designar el sello de la economía moderna como capitalista. Entonces ante la aparición de la palabra capital estamos obligados a una serie de remisiones, como las que establecen relaciones de jerarquía política entre las ciudades y las condiciones de operación del sistema económico presente.
Si ya la palabra significa un conjunto, para Hegel con mucho más motivo el verdadero pensamiento requiere de conquistar el concepto tomándolo como conjunto. Él observa que concepto viene del latín “conceptus” que significa tomar en conjunto, unir partes. Y lo que está vivo y tiene partes deberá moverse, similarmente a lo que es un organismo viviente. El concepto está vivo, es la vida del espíritu que se está superando a sí misma, que se está definiendo a sí  misma. Y para sonreírnos ligeramente con una ampliación: si el concepto mínimo significa una síntesis la cual se mueve, entonces debe contener interiormente al menos tres partes y así integrar también una triada dialéctica. Además exteriormente, al menos, debe mostrar tres partes para presentarse como cosa conocida: el sujeto que conoce, el objeto conocido y la relación de conocimiento. De nuevo la tríada dialéctica se hace patente, como estructura exterior al concepto del conocimiento y como su estructura interior. En ambos lados, al menos, debe haber tres partes.

Contra la noción atómica
La idea del átomo ha sido una importante aportación para el devenir de la ciencia. Partió como una mera suposición filosófica, cuando Demócrito defiende la importancia de la partícula mínima, elemental de la materia como sustento de la realidad completa. En un inicio es una mera especulación supone importante arribar hasta una partícula indivisible como sustrato material mínimo de la naturaleza. Este elemento mínimo definido por implicar la parte ya imposible de cortar, definido como el “a-tomo”, ese último segmento diminuto sin división. Y de esa especulación se siguió una idea de la estructura general de la naturaleza pequeña, la cual siendo pequeña ha de dar fundamento al conjunto de lo mayor. Pero la idea atómica indica una naturaleza simple, no compuesta, de tal modo que siendo completamente simple ya no se integra por partes diferentes. Si bien el átomo científico representa una unidad material mínima que sí está formada por parte básicas, como electrón, protón y neutrón, la misma idea del átomo implica referirse a una naturaleza completamente simple, sin composición. Esta idea límite de la simplicidad material no embona con la dialéctica misma, que permanecería refractaria (al menos dubitativa, inconforme) ante la simplicidad de las partes. Hasta la parte más pequeña deberá (por hipótesis de la dialéctica) contener el movimiento, siendo de suyo una composición, una triada con una contradicción interna impulsando y obligando a moverse. Quizá sea muy razonable que el átomo natural no sea una naturaleza completamente sencilla, que esté formado de partes, y a su vez esas partes se forman de partes mínimas, pero eso no significa que sean partículas simples[3]. Todavía no se encuentra esa naturaleza completamente simple, antes se imaginó que el electrón y sus semejantes integraban las partículas más simples como los verdaderos “a-tomos” de la naturaleza, pero luego se reveló una inexactitud, pues existen partículas dentro de las partículas atómicas, fracciones más pequeñas que hacen del electrón una forma compleja o compuesta. Lo que parecían naturalezas elementales resultaron entidades de compuestos.

¿Existe el no movimiento?
En un sentido físico parece la ausencia completa de movimiento una situación límite que no está presente en nuestro universo. Las condiciones de una perfecta ausencia del movimiento necesitan de situaciones extremas como un congelamiento perfecto, la no invasión de partículas mínimas, etc. Además el hecho de que nuestro universo se encuentre en expansión implicaría una imposibilidad absoluta para el no movimiento físico. La relación del movimiento universal real resulta muy compleja. Mientras el universo entero se expande las Galaxias se alejan entre sí a velocidades inimaginables. Al mismo tiempo las Galaxias giran en torno a un eje hipotético o se colisionan contra otras semejantes a ellas. Las estrellas viajan dentro de las Galaxias como pasajeros dentro un viaje estelar, arremolinándose en Galaxias espirales o alejándose hacia otras formaciones. Después los planetas giran alrededor de su estrella central, mientras los cometas y asteroides hacen otro tanto. Alrededor de los planetas giran satélites. Los planetas rotan sobre su eje, efectuando evoluciones periódicas. Dentro de los planetas existen variados movimientos como los vientos, las mareas, los desplazamientos continentales, etc. Por si fuera poco, además existen otros movimientos físicos importantes y menos evidentes, como son las vibraciones de los cuerpos, dentro de lo cual debemos incluir el calor.

La situación verdadera de no movimiento debería incluir la falta de calor, ausencia de movimiento interior de sus átomos y no “viajar” junto al universo en expansión. El calor representa una vibración de materiales que se agitan interiormente expulsando energía. La falta de movimiento implicaría un enfriamiento absoluto, la bajada hasta el límite de temperatura. Pero si es cierta la ley de la termodinámica cuando indica que el calor se disipa desde los sistemas más energía hacia los de menos, por lo tanto, una falta de movimiento implicaría un congelamiento absoluto. Si el congelamiento absoluto parece difícil, todavía más lo es la falta de movimiento de las partículas del átomo, porque su naturaleza implica permanecer en movimiento y no se conocen medios para inmovilizarlas verdaderamente. Y por último, mantenerse inmóvil mientras el universo completo se expande eso ya parece hasta un contrasentido teórico, porque la inmovilidad se tendría que medir respecto a unas coordenadas fuera del universo, pero fuera del universo no poseemos coordenadas.

Facilidad para imaginar la inmovilidad y el prestigio de lo inmóvil
Entonces alcanzamos la conclusión física de que la falta de movimiento implica más un estado límite inventado teóricamente para realizar ciertos estudios. Concluimos, que en caso de existir un objeto sin movimiento sería una excepción (o una quimera) dentro de nuestro universo. Actualmente no se cree que exista la inmovilidad en el universo material, así que la falta de movimiento no describe las reglas naturales, pero esto no ha obstruido a la mente humana para imaginar la falta de movimiento. De hecho imaginamos la inmovilidad como una situación simple, respecto de la cual el movimiento parece una situación más compleja. Así imaginar la inmovilidad resulta bastante sencillo. Y también podemos imaginar la movilidad como una sucesión de situaciones inmóviles, tal como se enlazaban una serie de fotografías para generar la impresión de las películas. Además fácilmente creemos que un gran rango de objetos permanece inmóvil, porque la escala de nuestra percepción no observa movimientos. Si miramos una pequeña planta en una tarde sin viento no nos parece realizando movimiento alguno, pues a nuestra escala escapan sus movimientos interiores como la circulación de savia y su respiración metabólica. Tampoco podemos observar cómo crece, pero si tenemos un acercamiento suficientemente fino comprobaremos que esa planta supuestamente inmóvil, en su interior produce movimientos y está variando ligeramente de forma y tamaño a lo largo de cada día.
Muy importante resulta que el movimiento espacial del planeta nos resulta completamente imperceptible. Recibimos un efecto de “nave” por eso el exterior estelar parece moverse y no nuestro planeta, así pareciera que nuestra posición permanece fija y en el cielo se mueven los astros cuando “entre y sale el sol”, cuando la “luna sube y baja”, etc. Nuestro movimiento planetario resulta invisible a nuestra vista.
En este contexto resulta aceptable que primero se desarrollara una lógica de las relaciones fijas, estableciendo criterios básicos de verdad y muchos siglos después se intentara una lógica del movimiento, con las formas generales del movimiento.
Además la inmovilidad imaginada adquiere (en parte justificadamente) un prestigio singular. Quizá la dificultad de aquietar la mente y cierta cualidad intrínseca de lo inmóvil le han ganado a la inmovilidad un prestigio extraordinario. La cualidad intrínseca de lo inmóvil en este caso la utilizo como la medida de la eternidad. Mientras el movimiento queda ligado con el tiempo y éste con la mortalidad (el ciclo de la vida), por su lado la falta de movimiento se liga con el misterio de lo inmutable, con los cielos oscuros y brillantes, con la imagen misma de la eternidad. Alguien dijo poéticamente que el tiempo entrega una imagen móvil de la eternidad. Para pensar la eternidad utilizamos la inmovilidad, suponemos (sin crítica previa) que lo eterno no debe cambiar.

El sentido del ascenso
Sin embargo, la utilización de la falta de movimiento como metáfora de la eternidad (o creer que esa inmovilidad dibuja su concepto) me parece implica una tesis meramente supuesta sin demostración. Si el concepto de lo eterno, y por ello lo divino, surge como el momento inicial entonces el movimiento resulta una derivación, la cual sencillamente se supone hipotéticamente como una caída, una degradación. En esa hipótesis el tiempo representaría la caída para lo eterno, en ese sentido dicha la caída significa la materialización (o “terrenalización”, “mundanización”…) y pérdida de cualidad divina. En ese mismo tenor, respecto de las esencias ideales, Platón abrigó la creencia de que los objetos reales expresaban una pérdida de realidad, pues eran copias de mala calidad frente a los ideales. De forma similar el tiempo proyectaría la mala copia de la eternidad, la copia problemática. Para Hegel un modo tal de abordar incurre en una incomprensión esencial de este mundo y del espíritu, cuya relación con la divinidad no está bien captada, porque es captada unilateralmente como desgarramiento, este mundo (incluso el espíritu humano) como desgarramiento y entonces producto innecesario (superfluo, contrahecho) de la divinidad. Tal visión religiosa implicaría que el mundo constituye un accesorio inútil para los designios de la divinidad, pero Hegel cree haber demostrado que este mundo (el completo mundo material y humano) resulta necesario (en sí mismo y también) para la divinidad, como la encarnación del espíritu. Si este mundo no significa la decadencia completa respecto de la entidad divina entonces no existe una verdadera caída, sino una relación más compleja. En el sentido de la dialéctica ascendente de Hegel el paso desde la eternidad (pensada como inmovilidad) al tiempo implica no una caída, sino un ascenso (concreción ascendente). En Hegel el tiempo no conduce hacia una pérdida desde el “no-tiempo”, sino su ascenso enriquecedor, porque la mera inmovilidad contiene un estadio más pobre del espíritu, que debe enriquecerse hasta subir a una fase superior, que significa el movimiento. La inmovilidad o implica (u oscila entre) el Ser (lleno y completo pero sin transformaciones) o la Nada (vacío sin determinación alguna), pero como el ser indeterminado implica lo mismo que la nada, entonces los conceptos “Ser” y “Nada” revelan el tránsito desde uno a otro, y el transitar implica el devenir, el principio general del tiempo; en otros términos, tras el matrimonio de Ser y Nada nace el Devenir (tiempo). Para que el Ser vacío (identificado con la Nada) se convierta en un Ser pletórico de concreciones y rico en determinaciones (entonces integrar un verdadero infinito) habrá de transitar hacia el tiempo.
El ascender es cuestión de calidad creciendo, pero también implica cuestión de tiempo. Para que la lógica contenga movimiento ha de contener tiempo y sentido hacia el más. El tiempo puede ser general, pero necesario para el movimiento, porque todo movimiento acontece en el tiempo, como su dimensión de sucesión o puesta a la simultaneidad. Ascenso significa que antes fue el menos y después emerge el más, tránsito de la disminución al crecimiento. Dicen que el profeta Elías lloraba en el desierto y cuando el ángel se aproximó para preguntar el motivo de la pena, y Elías le dijo: “Lloro porque hoy no se sido mejor que mis padres”. El motivo de lamento provenía de romper con el movimiento ascendente en la escala de las generaciones.
La cuestión de la meta entre una lógica ascendente resulta engañosa. Cada momento debe contener su meta, hacia la cual debe de tender como su fin último y definitivo, para que una vez logrado esté en el nunca jamás (su propio paraíso particular de ese momento). Sin embargo, cada final debe contener un nuevo principio para que mantenga viva esta lógica ascendente. Cada final debe esconder una ilusión para su principio, porque si emerge un honesto final no le revelará a su principio que ellos solamente implican fases intermedias, que conducen hacia los nuevos principios y finales. Si el final implica un triunfo, entonces significa un triunfo irónico que conlleva una derrota, porque desaparece como final, para reconvertirse en un principio, fase de inicio desde la cual se debe emigrar para entrar una nueva finalidad.

El círculo y la espiral
Por momentos (y en apariencia casi durante eternidades) el movimiento ascendente se engarza en un círculo y entonces el final se convierte en principio; el final retorna como circulando, y en el ejemplo de la sociedad sucede que el hijo muestra su faz de padre y queda convertido en generador de nuevos hijos. Ahí parece que el tiempo se detiene, como si fuera engatusado y el principio se renovara siempre igual, sin variaciones, en una rueda de padres a hijos, de hijos convertidos en padres de nuevos hijos, y se reinicia el círculo. La falta de variaciones dibuja la redondez del círculo, porque el principio al que se regresa siempre resulta el mismo. Esa es la reproducción simple, el ciclo de desplazamientos espaciales como el año planetario. Volver siempre al principio sin alteraciones. Pero hasta donde sabemos ese círculo perfecto resulta una aproximación, por tanto no revela una estructura tan precisa. El movimiento circular, discretamente y sin que lo notemos, también trae aparejado algún desplazamiento sutil. La sucesión de generaciones de padres a hijos también trae una lenta evolución incluso de las especies animales, una lenta variación, y solamente durante siglos se observa un resultado de cambio.
Por lo mismo, en la continuidad del círculo la dialéctica prefiere dibujar la imagen de la espiral, de tal modo el círculo siendo fiel a sí mismo, también crea un cambio. El movimiento circular tiene sus virtudes, porque permite una forma definida de movimiento, que conserva el conjunto de las premisas. Y circular es el movimiento de la conservación. Pero la conservación trae algo nuevo y esa novedad se representa por la espiral, que simplemente la podemos describir como un movimiento circular creando un desplazamiento sobre su eje hacia otro plano. Si un círculo se desplaza sobre un eje lineal, en el sentido recto de ascenso, el movimiento circular en su periferia implicará que se reflejan todos los puntos previos del círculo anterior, en un nuevo movimiento ocurriendo ya sobre nuevos planos. Esto se aplica muy exactamente a la sucesión de generaciones, porque los hijos se convierten en padres, y es sabido que en el hijo se repite el padre. El hijo, antes tan antagónico al padre, empieza a parecerse al padre conforme madura. Pero al parecerse cada vez más al padre las cosas ocurren en una diferente situación, por lo que el repetir el carácter y las actitudes de padre implicará un resultado diferente. En el extremo de la ironía tenemos la tragedia del Edipo, quien por repetir al padre (sin saberlo) desata la tragedia sobre su cabeza, al romper el tabú del incesto y del parricidio. Porque Edipo asume el papel de su padre, el rey Layo y desposa con su madre Yocasta, y esto lo hace ignorándolo. La repetición de papeles, por un lado tan necesaria, entonces también encierra un contenido maligno y hasta oprobioso.
Al desplazarse el contexto, el círculo girando en redondo por sus propias determinaciones se convierte sutilmente en espiral. La espiral continúa con el círculo, pero le agrega una dirección, le adiciona cambio, pues lo enlaza con el tiempo. Esto no significa que cada revolución del círculo se nos deba mostrar inmediatamente como una mejoría. El sentido de movimiento total, por fuerza, escapa a las partículas involucradas. Los momentos (las partículas individuales) del movimiento ignoran el desarrollo total, el cual quizá tardará en resultar claro mediante la perspectiva de la distancia, por eso opinará Hegel que solamente al atardecer es cuando levanta el vuelo el búho de Minerva, en otras palabras, luego de concluidos los acontecimiento la filosofía logrará comprender con claridad y verdad absolutas. 

NOTAS:

[1] Cf. MARCUSE, Herbert, El marxismo soviético, quien supone la existencia de una estructura unificada, a nivel de una civilización industrial represiva en Oriente y Occidente.
[2] Asimismo, un planteamiento “analítico” para Kant no representa una aportación, porque se puede descomponer en sus antecedentes. De tal manera, Kant considera claves a los juicios que no se descomponen y por lo mismo, los estima como “juicios sintéticos a priori”. Esto nos lleva hacia el principio, pero Hegel no busca esa perspectiva, sino un movimiento perpetuo. Cf. GOMBROWICZ, Witold, Curso de filosofía en seis horas y cuarto, Ed. Tusquets.
[3] Incluso una de las interpretaciones de las teorías cuánticas de la incertidumbre implica que en la naturaleza minúscula no existan las entidades de partículas donde exista definida una carga con una posición y un movimiento definidos, sino que tal visión resulta una simplificación emanadas del universo macro donde existimos. Cf. GIBBRIN, John, En busca del gato de Schrodinger.

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