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domingo, 7 de octubre de 2018

"BALA PERDIDA" UN CUENTO


 
“Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone.”
Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles

Por Carlos Valdés Martín

El furioso ejército sitiaba al burgo donde se refugiaban comerciantes, campesinos prófugos, herejes y saltimbanquis. La arquitectura del foso y la muralla medieval evitaban la derrota del burgo sitiado, pero el campamento militar rodeaba la ciudad impidiendo la llegada de víveres. El ejército enemigo era vendaval, a veces contenido pero siempre rencoroso, mientras el hambre hundía cualquier esperanza de los defensores. Cada día las flechas zumbando, las catapultas nocturnas, las balas perdidas de lejanos obuses iban mermando la pequeña ciudad que cada vez se extenuaba más herida y polvosa, cada jornada menos poblada y más acosada por fantasmas. La vitalidad amainaba y, peor aún, agonizaba; el ambiente de bullicio era sustituido por murmullos de coraje y lamentos de desesperación. 
Hoy existen caseríos urbanos que persisten como antiguas urbes sitiadas, atrapados entre los flujos de carreteras hostiles o atrancadas entre fracasos constructivos y depredación de recursos naturales. Algunos pueblos actuales recuerdan las antiguas ciudadelas sitiadas por furiosos enemigos…
—Madre, no puedo dormir—resonó la voz del chico Baltazar Arteaga en mitad de la noche.

El ruido de los grandes camiones rodea a la colonia día y noche, por eso mamá dice que tengo oídos de artillero que nada escucho desde que pongo la cabeza en la almohada. Ella se equivoca, incluso distingo perfecto cuando un tráiler choca y las ambulancias se acercan y se alejan, o al menos así sucede desde que supe la desgracia del tío de Onofre. Sí, da pena que un señor amarrado a su silla de ruedas termine en la avenida cuando los tráileres corren.
Cuando lo conocí ya estaba en la silla de metal, por nombre todos le decíamos el tío de Onofre, porque le temíamos. No me ocupaba de su nombre aunque más de una vez fue tan amable y dijo:
—Si te veo robándole al Bala, lo sabrá hasta el Justiciero que tiene la mano larga y no le tiembla el pulso.
Cuando le reprimía el tío, entonces Onofre no molestaba, pero cuando encontraba a un niño solitario le exigía una moneda bajo amenaza de hacerle un “volcán” en el brazo. Y sus mentados volcanes dolían.

La Madre pensó: “Eso de bautizarlo Baltazar fue buena idea, aunque una esperaba que lo llamaran ‘Balta’ y le terminaron diciendo ‘Bala’, un mote que me gusta y conjuga con su apellido que le di (Arteaga), que (como sea) es un favor y un favor a nadie se le niega, porque el peluquero de aquí, ya le debía suficientes favores, siempre peinando y maquillándome de fiado, y que él se ofreció para decir que era el papá, aunque fuera de a mentiritas, que a él le venía bien que pensaran que no es tan marica y a mí, pues de consuelo porque el papá nunca iba a aparecerse por acá. Y decirle ‘Bala’ al niño, pues es bueno mientras no se vuelva maldoso.

La rápida carretera no tiene permitido desembocar en esta colonia aislada, coronada por una colina polvorienta. Desde afuera pareciera una isla de casas sin pintar, tabiques acumulados sin plan, cruzados por calles polvosas donde exclusivamente caminan lugareños empobrecidos y resignados. En una pequeña bahía se detienen los camiones entre la autopista y la colonia, ahí levantan a los pasajeros o se apean los trabajadores con mercancías. Ese es el contacto con el gran mundo, incluso los enfermos deben subirse en los camiones buscando una hospitalización de emergencia y casi nunca regresan. La pequeña bahía entronca con la calle principal, que es plana pero pavimentada y que conduce directamente hacia el punto más alto.

—Madre, no quiero ir a comprar las tortillas que el Onofre anda suelto.
Entonces me mandaba hacia el lado norte, que estaba más lejos y era más polvoso, por ese costado de la colonia casi nunca rondaba Onofre, pero en el callejón Laguna rondaba un perro bravo. También había que esquivarlo. El domingo eso de “casi nunca ronda por allá Onofre” falló y corrí para escaparme. Hubiera perdido la carrera, pero apareció una señora y me protegí tras sus faldas. Ella le gritó:
—No te acerques.
Pero es imposible andarse escondiendo siempre y un domingo cuando más contento estaba jugando en la calle al bote pateado se apareció Onofre. Tenía una moneda para ceder a su amenaza y de cualquier manera azotó su nudillo contra mi brazo.
—Por llorón y escaparte el otro día.
Subí a la loma, la parte más alta de la colonia hasta que se me pasó el dolor. Los camiones y autos son un río que rodea nuestras casitas. Tenía hambre cuando vi que Onofre empujaba la silla de su tío, como cada tarde. Me escondí tras los tinacos de la constructora para espiar qué hacían. Nada interesante en esa ocasión, el viejo decía frases y mi enemigo respondía monosílabos “Sí, no, ajá… ya es tarde”. El viejo no quería irse, miraba a lo lejos, se acordaba de anécdotas sucedidas hace muchos años. Onofre insistía que la tarde enfriaba y el viejo lo negaba. Luego tuve hambre y partí por la parte trasera para que no delatarme.

Se cuenta que esta colonia se fundó en tiempos anteriores a la Conquista, lo que hoy son carreteras fueron ríos y que las explanadas fueron hermosos lagos, por eso su nombre significaba el lago de los patos. Eso fue hace siglos, después el olvido llegó y los viejos olvidaron de dónde venían, pero se quedaron.

—Madre, ¿tú crees que Onofre sí quiere a su tío?
Me explicó que Don Lupe fue un obrero muy alegre, que les llevaba serenata a las vecinas, se ofrecía para amenizar las pretensiones románticas o las fiestas familiares; pero un accidente dañó su columna vertebral y desde entonces quedó en la silla de ruedas. El papá de Onofre se fue al Norte a buscar trabajo pero nunca regresó ni se supo más de él. De cualquier manera, todos los días Onofre sube al tío, alcanza la colina y extiende un brazo señalando la lejanía, luego sonríe, platican como susurrando y vuelven a sonreír. Cuando ha terminado la noche lo baja y después me enteré que él era como Sísifo.
Alrededor de la loma se extienden casas pobres con paredes sin pintar y techos con grietas que filtran las goteras, ventanas con plástico o lámina barata en lugar de vidrios. Únicamente una calle está pavimentada y por ahí él empuja la silla hasta la cima, las demás vías está aplanada la tierra y el desparramado de callejuelas se extienden en hacia todos los puntos cardinales.
La cima de la loma es un rellano plano, el descanso de una escala pavimentada y ahí el aire se respira diferente, como si faltara la escala para seguir hacia las nubes y escapar de ese islote personal. El sitio entero un descanso plano, que corta una escalera que merecería seguir subiendo y que un capricho misterioso la cortó, al contrario de la escala de Jacob, aquí se terminó la ascensión, aunque la planicie se adivinaría aplanada con una piedra gigante que sube de cuando en cuando.

En siglos lo único milagroso fue la leyenda de una virgen que se apareció, aunque hay vírgenes más milagrosas, la de este lugar no ha salvado el aislamiento del sitio. Quizá sea una diosa de las fronteras, que simplemente mantiene separada esta colonia respecto del mundo, y dentro de mil años digan que quedar separados del resto de planeta otorga una especie de bendición.

—Madre, ¿por qué llora Don Lupe y le pide a diosito que se lo lleve?
Ella responde que el viejo siente dolor en el cuerpo y en el alma, que el tiempo en la Tierra está limitado, que es mejor irse cuando ya nada hay para hacer. Recuerdo muy bien esa tarde porque para la noche comenzaron a sonar los disparos. Salí de la cama y ella estaba sentada, en el único sillón, cubierta con la cobija, veía la televisión en silencio.

En las noches tranquilas los más audaces cruzan la carretera, así a pie sin temor de ser destrozados por los vehículos ensordecedores. De otro lado hay más colonias, pero son distintas, ahí sí hay calles donde entran y salen autos, hay trabajos, hay comercios… Hay de lo que falta aquí. Pero también hay gente mala, se alcanza a escuchar y a saber; del otro lado de la carretera se escuchan hasta disparos y sonidos de muerte.  

—Madre, ¿a quienes están persiguiendo?
No lo sabía, pero prometió enterarse pronto. Bajó el sonido del televisor y me envió a dormir.
En la escuela los alumnos platicamos mucho sobre los balazos y le preguntamos a la profesora, que dijo no debíamos preocuparnos. Pero todavía no llegaba la noche y volvieron los sonidos de petardos, rugiendo desde algún sitio indefinido ni cercano ni lejano.

La Madre pensó: “Los tiroteos son en los otros pueblos, en los aledaños; que aquí (como sea) todos nos conocemos y no hay nadie en malos pasos, que se sepa. Aquí tenemos nuestros justicieros mejor que la policía, nunca se ha necesitado vigilancia acá, pero ¡qué mal están las colonias vecinas (según dicen) con tanta gente mala y con policías corrompidos! Aquí, el más malo es Onofre y no pasa de ser una travesura, que ya se le quitará o le aplican una paliza con la que lo aplacan. Aquí (como sea) hasta hay quien no tiene una verdadera cerradura en su puerta o las ventanas son simples plásticos que se empujan como cortinas y se entra. Pero es tan difícil saber (como sea) lo que sucede después de la avenida que nos rodea.”

Debajo de la colonia debe existir una pirámide, eso dicen los antiguos que bajo las grandes construcciones y, sobre todo, bajo las iglesias se escondían las pirámides. Pero es curioso que en siglos nadie la haya visto ni escuchado, y que siga dormida la pirámide, roca bajo polvo hibernando y a la espera, como asechando el siglo correcto para despertar.

—Madre, quiero hacer las paces con Onofre.
Subí a los tinacos desde donde se domina la loma y vi cómo mi enemigo se aproximaba empujando la silla de su tío. El Sol estaba poniéndose, por lo que había bastante claridad, el señor Don Lupe me reconoció a la distancia, todavía no alcanzaban la cima cuando una ráfaga de petardos interrumpió el ambiente. Cuando Onofre se cayó hacia la izquierda no supuse algo alarmante. Extendió su cuerpo y crispó una mano, después ningún movimiento. La silla de ruedas sin conductor comenzó a deslizarse hacia un lado. Lo hizo al principio muy lento, como si se fuera acomodando, pero siguió moviéndose, comenzó a acelerarse, luego siguió una trayectoria lineal y adquirió una velocidad inalcanzable. Mientras me bajaba del tinaco ya había perdido de vista al tío, pero un lejano sonido de la carretera me alarmó. Primero corrí, pero miré sangre en la cabeza de Onofre y me acerqué con cautela. ¿Dónde hay una enfermera? Sé dónde hay una, di media vuelta y corrí gritando hacia el Oriente. La vía recta desembocaba en la avenida, donde transitan grandes camiones. Era evidente que la silla con Don Lupe siguió su inercia y alcanzó la avenida, de inmediato se enredó con las llantas de un camión: el efecto fue instantáneo. Mientras corría y gritaba sentí que los vecinos salían a las calles.
La enfermera cerró los ojos de Onofre y movió la cabeza diciendo “no”, tras ella vino alguien más y otro, muchos opinaban pero no lo movían. Hasta que llegó una camilla para llevárselo y decían que todavía respiraba. En la carretera se detuvieron muchos camiones y automóviles, bajaron vecinos, sonaron ambulancias.

Al arribo de la medianoche había vuelto el silencio y sopló un fresco.

—Madre, ¿qué ellos no tuvieron Ángel de la Guarda?
—Te voy a contar de cuando Sísifo descansó de la gran roca que subía cada noche…

La Madre pensó: “Los caminos de Dios son misteriosos, que tanta tragedia se cebara contra la familia de Don Lupe. Lo que todos temimos fue que haya sido el Justiciero, que él se sobrepasara y en lugar de advertirle haya dañado a Onofre, pero él me juró en persona que no había sido. ¿Cómo no creerle si hizo la señal de la santa cruz? Y él ha sido bueno, nunca se había sabido nada malo. Su opinión es de una bala perdida por los tiroteos en los pueblos vecinos, me dijo que un disparo al aire viaja varios kilómetros, pero que nunca atinan en nadie, pero en este caso hubo mala suerte. Por eso me tomé en serio eso de que a Onofre le falta su Ángel de la Guardia, por eso les dije a las beatas de acá que rezaran por él.”

La noticia que Onofre había sobrevivido confortó al Bala y, como sucedió en un hospital, dotó a esto de más significados misteriosos. Para Bala un hospital resultaba legendario y la frase “probable cuadripléjico” le sonó a un cumplido.



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