Por Carlos Valdés Martín
Hay un espacio donde florece un enorme respeto hacia la libertad individual del participante y, antes de ingresar, se pone énfasis en este principio. La esclavitud mental y material es antagónica al credo y la práctica masónicas. Para lograr ser por completo libres, hay que hacer un esfuerzo adicional, más allá del simple romper las cadenas evidentes.
¿Eres el dueño de ti mismo o quedas bajo el control de otros?
En la mayoría de edad, cada individuo se debe de pertenecer a sí mismo. Lo contrario a esto representa una minoría de edad bajo tutela parental o alguna excepción, como un pájaro de alas rotas. La tarea iniciática y espiritual de la Masonería insiste en que cada individuo tome plena posesión de sí, para jamás renunciar a sus derechos fundamentales.
Esa posesión de sí tiene un significado más profundo de lo que la mayoría imagina.
La estricta posesión de sí mismo no implica egoísmo, sino disposición hacia la acción, incluso, para la entrega mediante la fraternidad. Únicamente una persona libre y honrada posee una palabra de valor, mientras que las frases de los pusilánimes y los hipócritas son hojas otoñales a merced del viento.
En
la ficción de la novela Fausto, el temido “pacto con
Mefistófeles” representa entregar el alma a un amo despiadado, lo que arroja lo
opuesto a la educación masónica, donde se practica la virtud. La persona virtuosa jamás entrega su alma al vicio y resiste las
adversidades sin manchar su honor.
Quien toma posesión de sí mismo tiene el valor para ser dueño de su propio
destino y repudia cualquier pacto que lo someta.
La posesión de sí mismo marca el sendero de la liberación interior.
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