Por Carlos Valdés Martín
Cuando yo era pequeño a mi padre le agradó la carpintería y se puso a hacer sus propios muebles y libreros. Entonces pedí permiso para curiosear alrededor. Lo que parecía más divertido era dar duros golpes para clavar la madera, que el lijar era cansado y hasta desesperante.
—Cuidado con eso, que no se agarra así.
El tiempo pasaba rápido. Entraba y salía del lugar de carpintería. Él se ponía manos a la obra y otro rato descansaba. Avanzaba con una mesa, que ya tenía las cuatro patas. Había lijado la tabla y dos patas.
Que el calvito no se detiene por sí mismo, así que cuando la atención del padre se extravió, intenté clavar por mis propios medios. Curiosidad práctica de niño. Tomé el martillo y un clavo con algo de torpeza. Ese clavo no estaba bien sostenido, así que con el golpe se puso de lado, resbaló y alcanzó uno de mis dedos. Lágrimas de inmediato y un alarido. Regresó mi padre con alarma y preocupación. Después de revisar suspiró aliviado que nada estaba roto en la mano infantil. A la usual reprimenda, respondí:
—Es que parece fácil.
Volvió a explicar lo que ya había antes dicho y que en la emoción infantil había olvidado.
Incluso un niño tiene más fuerza de la que se imagina cuando pone una herramienta bajo sus manos. Todas las herramientas son una maravilla, que cuando se aplican mal provocan lágrimas. En particular, los escandinavos creían que el impetuoso Thor poseía un martillo tan potente que rompía montañas y separaba los cielos provocando relámpagos.
En estos días las redes sociales se han vuelto el martillo al alcance de los niños. Basta un error o una confusión popular para que las redes sociales machaquen reputaciones y repitan el peor momento del peor tipo. En las redes sociales no hay ningún padre que cuide de que se limiten los daños, los internautas están solos en este Coliseo informático, donde a diario nacen y mueren nuevas reputaciones.
Persiste en la actualidad un antiguo Arte Real que ayudó a perfeccionar a las artes y oficios, enfocada a la propia destreza moral de sus operadores, que levantaba templos a las virtudes y se ocupaba de cavar pozos profundos para los vicios (privados o públicos). Un Arte perfeccionado que creció cuidando que los golpes del martillo moral no fueran destructivos, pues empleaba un cincel de inteligencia, para colocar el golpe en el sitio exacta de la corrección, sin fallar ni un intento.
Quien quiera posee tan notorio Arte Real habrá de comenzar su camino preguntando y estudiando…
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