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domingo, 7 de noviembre de 2010

IMPRESIONES EN TORNO A ROUSSEAU


Por Carlos Valdés Martín


Una Eloisa cándida
Rousseau surgió como un autor candoroso y sublime —a la vez, inocente y genial— cuando sus explicaciones sobre democracia y sociedad irrumpieron en las ideas políticas, y así se mantendrá vigente en cualquier curso escolar. Algunos de sus argumentos carecen de rigor, pues no le interesaron las pruebas sino la contundencia de la demostración y la elegancia para defender un principio sublime: la soberanía popular en oposición al derecho divino, el único reconocido hasta entonces. Por lo mismo, se trata de un pensador radical, que no se detiene entre las medias tintas, para proponer una visión colorida para un nuevo mundo político, cuando en sus tiempos el sistema democrático era una expectativa ilusa o un recuerdo grecolatino.

Complementar este conocimiento de sus ensayos políticos y sociales con la descripción de su vida por un estudioso a quien Rousseau le resulta antipático ofrece un resultado curioso[1]. La lectura de su vida revela la importancia de la obra literaria de Rousseau, debido a sus innovaciones literarias, incluso en el terreno formal, como una aportación del romanticismo. Su obra la Nueva Eloisa logra la complicidad del lector con las emociones del personaje, de tal modo que crea un nuevo flujo de comunicación, inusual en las novelas anteriores. Esto revela un espíritu muy abierto dispuesto a dejarse escudriñar por el lector, ya que el enmascaramiento del autor se reduce con esa técnica de exposición literaria.

Literato popular
Su misma importancia literaria y la carencia de formación profesional de Rousseau me convencen del acento poético de sus obras teóricas. Me parece que predomina el ánimo retórico sobre la decisión de una meditación objetiva y radical (equilibrada entre la audacia y la prueba) sobre el fenómeno político. Si nos guiamos por apariencias también su radicalismo político está más guiado por momentos de ánimo (aunque sí los estimo muy sinceros) que por una convicción sistemática. Así, sus escritos políticos democráticos al estilo moderno contrastan con las intenciones de Rousseau de triunfar en la corte de Versalles como músico al servicio de la monarquía. Esos estados de ánimo variables son tan agudos, que de acuerdo a una anécdota, en cierta ocasión el ginebrino quedó a punto de morir de hambre en París y muchas veces sufrió las mayores privaciones, obligado desde niño a ejecutar los trabajos más penosos, padeciendo humillaciones por su condición de pobre y sin arraigo. Por su misma vida plagada de venturas y desventuras, de trabajos y penalidades, de triunfos y tropiezos, tuvo una gran sensibilidad ante las cambiantes circunstancias humanas; en alguna medida, eso explica su posición política tan plebeya, que anunció el siguiente ascenso del “Estado llano” de la Revolución Francesa, es decir, anuncio el protagonismo del pueblo en la modernidad.

El mito romántico
El mito romántico de la naturaleza y de los salvajes buenos y solitarios que deambulan entre la selva, conviviendo bajo sencillas normas de moral representa una creación ideal, de la cual él es uno de los principales promotores. Ese mito del buen salvaje dibuja un espejo extraño, porque surge de una polarización imaginativa entre lo contrario de esa sociedad europea del s. XVIII cada vez más urbana y artificial, mezclado con la repetición del sentido individualista de la misma sociedad mercantil. El individualismo imaginado en el carácter moral del buen salvaje es una simple proyección de su presente, pero se mezcla con una contraproyección, con un invento sobre lo contrario a la civilización, pues se inventa una barbarie alegre, entonces adorada como el paraíso perdido y la fuente de toda honestidad moral. Y la aceptación de tales criterios en el público lector de la clase media urbana del siglo XVIII indica un sentido de condena sobre la propia sociedad, un sentido moral paradójico[2]. Este mito romántico participaba con una amplia corriente cultural de la época, incluso con antecedentes renacentistas[3], donde se pensaba encontrar la regeneración moral en la vida sencilla y rural. Independientemente de que inventara un mito, ahí mismo se perfila una nueva sensibilidad: el romanticismo. La relación de las emociones personales ante la vista de la naturaleza misma se trastoca, y donde antes el caballero medieval veía una campiña como su coto de caza, ahora se empiezan a dotar de emotividad. La literatura y pintura romántica dan emotividad y sentimiento a los paisajes. La nueva sensibilidad romántica crea un gusto en el reencuentro con la naturaleza al respirar un aire diferente, al beber agua en arroyos claros, al recibir el frío de la montaña...


Al filo de la navaja: espantando al burgués
Un rasgo que sentimos como peculiarmente moderno es la importancia del medio de comunicación literario para Rousseau, quien se convirtió en un bestseller de su momento, un triunfador del incipiente mercado de las ideas y los significados. Sin embargo, en este punto hay contradicciones muy interesantes en un par de puntos. Él tuvo éxito como crítico social, mientras que en otras facetas creativas, como su intento de innovar la notación musical, es un fracasado. En su época, una parte de su éxito radica en el escándalo, lo que después se llamará la técnica mercantil de "espantar al burgués", donde el escándalo es una ventaja pues los reproches se convierten en notoriedad y publicidad. Sin embargo, Rousseau intentó y triunfó con la técnica de “espantar al burgués” cuando ese riesgo de la notoriedad era mortal; pues los reyes no tenían restricciones legales para apresar y asesinar a súbditos molestos; las iglesias podían darse el lujo de quemar alguno que otro hereje para mantener la obligación de la fe verdadera. Cualquier posición notoria era peligrosa, pero una posición notoria con crítica y enfrentamiento con los demás se balanceaba sobre los bordes del precipicio. Y la navaja del verdugo, efectivamente, pasó cerca de Rousseau en suficientes ocasiones.

Paranoia justificada
Un rasgo interesante durante la edad madura de Rousseau es una caída en una paranoia cada vez más definida. Su caso semeja a lo que Artaud llamaba "el suicidado de la sociedad"[4], pues una persecución real se mezcla con el miedo, cada vez más enfermizo del personaje. Las tensiones espirituales insoportables de la vejez de Rousseau se calientan con las verdaderas persecuciones que sufre. En efecto, pierde su empleo por falta de reverencia ante el embajador francés en Venecia, y es perseguido del Rey de Francia. Durante un tiempo obtiene la benevolencia del Rey de Prusia, pero luego debe de temerle. En cierto momento, los desencuentros con monarcas extranjeros penetran al interior de Suiza y Rousseau parece quedarse sin ningún refugio en toda la extensión de Europa. La misma tolerante ciudad de Ginebra, que la podríamos catalogar como un oasis de libertad de su época, organiza una persecución por las ideas religiosas y políticas de Rousseau. Algunos de los importantes intelectuales del periodo se convierten en sus enemigos personales, entre los que destaca su antagonismo con Voltaire, y donde se cumple el adagio de que el más parecido es enemigo, porque ambos eran los puntales ideológicos de la Ilustración. En fin, Rousseau se convierte en un atormentado tanto de sí, por una psicología fuera de época, como víctima de los gobiernos despóticos que lo acosan.

Rousseau músico
Me sorprendió el enorme interés por la música de un autor tan reconocido como "serio". Según la información disponible él quiso ser músico profesional y hasta presentó dos óperas en público; este tipo de composiciones son una gran obra, por la pretensión y las dimensiones. El adivino del pueblo se estrenó en 1752 y fue presenciada por el mismo rey de Francia. Sin embargo, sus mismas opiniones de escándalo público le cerraron muy pronto las puertas de la carrera musical, por ejemplo, poco después escribió "La música francesa es un continuo ladrido"[5], argumentando la mala calidad de la música del país. Su comentario causó escándalo en el medio musical, a tal grado que la orquesta de la Opera de París le prohibiría la entrada en la Opera. Además intentó trascender en el mundo de la música innovando la notación musical, mediante un proyecto que presentó para un concurso, que no fue aceptado como original, porque ya años antes alguien había presentado un escrito con propuestas en el mismo sentido.

La soberanía popular: nuevos principios
La importancia de Rousseau en la historia de la teoría política aparece bastante diáfana, al exponer claramente el predomino de un nuevo principio para organizar al Estado: la soberanía popular. En cierto sentido, Hobbes había iniciado una reflexión que apuntaba en el mismo sentido, pero la pregunta planteada en el Leviatán sobre dónde radica la soberanía  queda truncada. Como Rousseau, ya Hobbes había supuesto que originalmente la soberanía había radicado en el pueblo, pero  el inglés argumenta que ésta había sido depositada en el rey, que por eso se convertía en el soberano y desde ese acto de obediencia originario, la sociedad debía obedecer siempre al soberano, el rey. Luego Rousseau radicaliza ese argumento y considera que la delegación de la soberanía en el rey o el gobierno electo es temporal, porque originalmente reside en el pueblo y éste puede recuperarla en un acto de voluntad superior. La voluntad del pueblo el permite enajenar su soberanía primera y dejarla en manos de representantes, pero conserva el derecho de abandonar la enajenación del poder político[6]. Así, Rousseau inicia la teoría democrática de la representación política y de la votación como medio para expresarla, pero se reconoce el origen primero, una soberanía popular. Bajo este último detalle el sentido de la democracia de Rousseau era muy estricto y casi nunca que ha aplicado; a veces, por breves tiempos la soberanía regresa al pueblo, a su acción directa, pero pronto el pueblo se desembaraza del mando.

La bondad de la memoria
La memoria histórica ha sido benévola con Rousseau, olvidando sus escándalos personales y exaltando sus aciertos intelectuales. En su época, su comportamiento amoroso alejado de la moral cristiana escandalizó como cuando fue el amante de una mujer mayor, su patrona madame Viecens. También resultó un escándalo, y ahora lo seguiría siendo, el abandonar a todos sus hijos ante las puertas de un monasterio. Los defectos personales quedan fuera del foco de la mirada histórica, solamente queda la memoria del autor romántico y del político demócrata. También quedan fuera del interés de la posteridad (el hoy mismo) sus debilidades políticas en la disposición como secretario de un embajador o su intención de ganar, en ciertas situaciones, el favor de la monarquía. Queda fuera del interés del recuerdo las debilidades morales de un moralista, como las mentiras de juventud o las mentiras descaradas para obtener un puesto como músico en una ciudad suiza. Mucho menos interesa su enfermedad de la vejiga que le obligaba a presionar el abdomen para poder orinar. Podemos sentir la satisfacción del olvido, la victoria de la memoria selectiva, que se contenta con lo agradable para dibujar el perfil medido de un personaje entusiasta, de un carismático literato y ensayista político. ¡Bendita sea la memoria selectiva para Rousseau!
En contra de la bondadosa memoria selectiva se levanta la voz de un biógrafo, Gavin de Beer, quien se esmera en mostrar los muchos vicios morales y defectos de Rousseau. Aunque el efecto de esa crítica moralizante resulta ameno, no deja de representar un recurso a los defectos secundarios y hasta insignificantes; como si las fallas personales pudieran anular el sentido de la obra, para personajes que han dejado una obra perdurable en este mundo desde hace siglos. Una óptica que hurga demasiado en la vida personal y el otorga una importancia superior a los acontecimientos de magnitud, concuerda con el ejemplo de Hegel cuando recuerda que para el mayordomo no existe el gran hombre pues observa sus defectos personales, pero esto no significa que el ayuda de cámara sea un crítico acertado, sino que siempre se mantiene en el punto de vista de un mayordomo[7].

NOTAS:


[1] DE BEER, Gavin, Rousseau.
[2] De Beer cree que se trata de una contradicción personal insoluble de un Rousseau que ataca al mundo que lo sustente, como un malagradecido, pero se trata de una parábola social, donde hay complicidad entre autor y público.
[3] Las raíces del buen salvaje las rastrea Roger Bartra en La jaula de la melancolía.
[4] SINELNIKOFF, Constantine, Wilhelm Reich, una biografía.
[5] Carta sobre la música francesa, publicada en 1753.
[6] ROUSSEAU, Juan Jacobo, El contrato social.
[7] HEGEL, G.W.F., Fenomenología del espíritu.

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