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sábado, 5 de octubre de 2013

LO QUE TODOS DEBEN SABER SOBRE LA REPRESIÓN


Por Carlos Valdés Martín
El revolucionario Víctor Serge escribió un breve volumen sobre Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión.  ¿Solamente los revolucionarios deben saberlo? No, pues es un tema que ocupa a cualquiera. El belga Serge se comprometió con la causa revolucionaria en los años rudos y crudos del inicio del siglo XX, bajo la causa marxista y bolchevique. En los años mozos muchos lo leímos buscando fórmulas prácticas para defenderse de perseguidores y escapar del acoso represivo. Lo escrito no es un manual de cocina contra la represión, aunque algunos lo estimaron así y junta las recomendaciones prácticas con una reflexión de más alcance.

Las fuentes de la policía política
Se encuentra material interesante y verídico, en especial, la retroalimentación con los informes de la temida Ojrana, el nombre de la policía política del Zar ruso. Leer con detenimiento informes de laa policía secreta es tentador, cualquiera siente curiosidad por las vilezas de una organización con facultades ilimitadas y facilidades para cometer cualquier villanía: perseguir, torturar, espiar, falsificar o robar. La vitrina transparente sobre la temida Ojrana resulta interesante y permite lecciones sobre la mecánica y enfoque de la persecución. Dentro de las vilezas descubiertas en esa policía zarista está la presencia de los agentes dobles, los entonces llamados agentes “provocadores”. Ellos fueron el equivalente de los espías, pero con una perversa tendencia a inflar e inflamar a las organizaciones revolucionarias (o simplemente oposicionistas), para promover que cometieran acciones más arriesgadas y hasta belicosas. El tema es harto interesante y nos habla de la psicología oculta desde el poder ¿engendrar a sus propios oposicionistas mediante agentes provocadores? ¿controlar al enemigo mediante una intriga de títeres infiltrados entre el enemigo? Cabría suponer a un gobernante absolutista ansioso por controlar todo, de tal modo coloca a sus propios provocadores para incendiar la pradera de la protesta y luego aplastarla. El caso es extraño, pero existen testimonios y los bolcheviques juraban que los archivos extraídos a la Ojrana eran verídicos, incluso sirvieron para hacer juicios y desmantelar a la policía derrotada.

Paranoia y psicología del provocador
Hasta donde conozco, esa operación de agente provocador se ha repetido en otras latitudes y situaciones. De vez en vez, surgen reportes de esos agentes dobles que servirían de correa de transmisión desde el Poder hacia las entrañas de la oposición. En el extremo esa idea del provocador es paranoica y parte de las más burdas teorías de la conspiración: el provocador haría creer que la oposición jamás es real, sino una maniobra desde el poder. El tema encaja perfecto con la visión paranoica para la cual todo es conspiración que enreda sus hilos en una sola mano poderosa. Sin embargo, el paranoico está equivocado de antemano, porque él muestra el mapa del ego al cual conducen todos los hilos. Imaginar al Estado como la mente de un paranoico es un error teórico y una ingenuidad…
La noción del provocador es la de un títere extremo. Mientras el espía es imaginado desde la autonomía del individuo aislado donde su entorno es el enemigo natural y su fidelidad a un espacio distinto resulta explicable; en cambio, el provocador es un títere extremo sin dosis de convicción moral ni de dignidad, siendo la máquina del engaño y sometida a un poder externo sin corazón. En ese sentido, la palabra “agente” adquiere el sentido extremo de cosa que sirve maquinalmente a una potencia extraña; entonces el provocador es el agente por excelencia, sirviendo como mera representación simulada. Además la revisión de expediente le otorga a la actuación del provocador un tinte patético que linda en la escoria humana caricaturizada por la gran literatura rusa[1].
Por si fuera poco, la recluta de la provocación no es un evento aislado, sino toda una rama de la “burocracia” policiaca. En el punto máximo, Serge estima entre 30 y 40 mil provocadores reclutados por la policía política. De modo breve, estima dos tipos de reclutas por el perfil psicológico: 1) el cobarde que cae en las redes de la persecución y por chantaje/amenaza cede a convertirse en servidor del Estado represor y 2) el aventurero que pierde principios (o nunca los tuvo) y se enrola en la emoción aventurera de servir al enemigo simulando ser el héroe de la causa revolucionaria[2].

El acosado pero triunfador
El contexto general del periodo zarista y de guerras (y posguerras) es de acoso por parte de un Estado represor. Si el provocador representa una mentalidad paranoica, la situación de la dictadura y la guerra expresa la encarnación de ese miedo universal. La situación del revolucionario bajo la dictadura expresa el temor perpetuo y no superficial, entonces la posibilidad de ser encarcelado y golpeado es presente e intensa.
Sin embargo, esta situación de peligro es compensada con una presunción de triunfo. Serge escribe su libro en el contexto de triunfo de la Revolución Rusa. Cierto ambiente de euforia y hasta candoroso satura el texto. De varias maneras, es un texto de triunfadores que dicen: “sí, hemos sufrido persecución, pero somos los ganadores, al final cualquier penalidad obtiene recompensa…” El resultado es un apasionante drama de lucha y victoria: representación modernista del “melodrama realista”[3] y del arquetipo del héroe mítico, donde el chico ordinario se convierte en héroe bajo las circunstancias más adversas[4]. El componente más esencial de ese “melodrama” es que debe contener los tonos de realidad plena, pues el “mundo entero conspira” para dar ese resultado estableciendo una “época revolucionaria”[5].
Lo que nadie le explicó a Víctor Serge fue que regresaría el “mal pleno” desde su propio campo, pues él fue perseguido y asediado por los triunfadores encumbrados, cuando la Ojrana se convirtió en Checka (GPU y KGB) la policía política del estalinismo, y cuando el zar de “todas las Rusias” se convirtió en Stalin (bajo el culto a la personalidad del Padre de los Pueblos)[6] la continuidad de lo ominoso devoró al principio de esperanza.

El factor de persecución
De modo claro y con los ejemplos evidentes de lo sucedido, Serge expone las actividades de la policía política rusa, cuando seguía y clasificaba a los inconformes de Rusia, bajo los términos del “Gabinete Negro”. Expone la enormidad y oprobio de la persecución, cuando la policía secreta sigue y acorrala sin piedad a cualquier opositor, primero de modo velado y luego de modo abierto. ¿Existía entre finales del siglo XIX y principios del XX la posibilidad de pasar por completo desapercibido a los ojos de la policía secreta? Me parece que la respuesta de Serge no resulta tan tajante. Este revolucionario no maneja un romanticismo de la clandestinidad para suponer que los clandestinos sí son capaces de esconderse ante el poder y que los públicos caerán; más bien sigue el complejo recetario de Lenin (el triunfador por excelencia): mezcla de discreción clandestina revolucionaria y trabajo público, bajo una férrea disciplina de la organización[7]. La respuesta revolucionaria es que la protección proviene más de la estructura revolucionaria misma y de la clase ascendente proletaria, la cual se complementa con una suficiente precaución. Serge no hace culto de la conspiración, pues los métodos de clandestinaje extremo son miel para un aparato represor, que se lanzará sobre ese dulce, por ejemplo, si los textos de comunicaciones internas de un grupo revolucionario son cifrados, la policía política se esforzará en descifrarlos. De acuerdo a la experiencia Serge estima que la Ojrana siempre pudo descifrar los textos encriptados, por tanto encriptar textos es una precaución casi inútil, nos dice: “Pero ¿y si los revolucionarios utilizaban claves en sus cartas? Entonces la Ojrana le encargaba a un investigador genial que descifrara el mensaje. Y se me certifica que jamás falló…”[8]
En resumen, Serge indica que no existe un antídoto perfecto para evitar la persecución, sin embargo, cree (con fe ingenua surgida en su contexto) que el movimiento comunista es imbatible.
Una nota de alerta interesante es el salto desde los gobiernos democráticos hacia las medidas dictatoriales de modo súbito. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial todos los Estados involucrados tomaron medidas extremas y abatieron libertades que parecían sólidas;  para Serge lo regímenes representaban dictaduras militares con pocas excepciones y, para él eso eran: excepciones [9]a la regla. Ese argumento resultó fuerte en el ambiente revolucionario, cualquiera que está moviéndose en un sistema legal, puede terminar declarado ilegal por sus pretensiones revolucionarias. Esa alerta no deja de ser preocupante. ¿Regresará la barbarie? De cualquier modo, las recomendaciones de los viejos opositores resultan interesantes para cualquiera involucrado en actividades políticas[10].

El factor de triunfo, el sabor de la victoria
El texto inicia con una frase dedicada a la victoria: “La victoria de la revolución en Rusia puso en manos de…” Repite el término varias veces y el enfoque completo está bañado por esa iluminación de entusiasmo, cuando un bando se siente ganador, tras muchas penalidades. Debo insistir en este punto pues también Serge repite y termina indicando un último párrafo: “Aquellos que lo vieron saben que la revolución es invencible aun antes de vencer.”[11] Ese entusiasmo sobre el triunfo como argumento definitivo fue común a la versión leninista del marxismo y del periodo posterior, aunque no tan característica de los fundadores[12].
No es el estilo de un entusiasmo fácil o simplista, sino del combatiente convertido en ganador, efecto de la justa retribución y casi “justicia poética”[13]. Esa corroboración práctica en la fecha de publicación parece evidente y unos años después se revela ilusoria. Y la convicción humana requiere de la retroalimentación práctica, con lo cual según un elogio marxista, se convierte en sublime “praxis”[14]. En el momento del triunfo cualquier sacrificio y dificultad del camino se desvanece en la mente del ganador; en ese sentido, el escalador y el revolucionario comparten una emoción sintética, para la cual la ruta se desvanece en la cumbre. En parte, ese enfoque se basa en los procesos generales (cualquier proceso de producción se sintetiza en su producto, muere el proceso previo en las arenas del tiempo y pervive el producto en el presente). Aun así, esta obra no es resultado de una persona son conciencia, al contrario, en el texto saltan las chispas de crítica sin que se conviertan en las señales de alerta, sobre el futuro. Es evidente que “al calor de la victoria” sería vano entristecerse con dudas y sombras sobre el difícil camino, ni sobre lo que vendrá. Con doble razón, la retrospectiva debe alertar a los ganadores sobre el “mareo de la soberbia” que se repite en la historia, pues resulta fácil sobrestimar los triunfos propios en el momento de la victoria.

Cuando escribe Serge se imagina colocado entre la multitud victoriosa de proletarios, agrupados con firme unión desafiando al capitalismo destructivo. Esa sensación de marea ascendente parece justificar hasta lo injustificable como se señala adelante. Unos años después él es un exiliado, escapando con dificultad del terror estalinista, que es el eco de esa marea de lodo que Serge ver sin mirar, que anota sin alcanzar a entender su extensión ominosa. La curva de su existencia trágica semeja a la de Trotsky —el ejemplo más cimero, del líder clave de la Revolución Rusa, quien termina asesinado en el exilio— y también me recuerda la situación de Walter Benjamin. El intelectual alemán, en la euforia de la oleada de descontento proletario alemán, escribe su aclamado Para una crítica de la violencia, y, aunque el texto es rebuscado, deja lugar para la justificación de la violencia fundadora cuando proviene de una causa justa, en especial por la rebeldía proletaria. 

Consejos prácticos al militante
Serge recomienda mantenerse alertas respecto del seguimiento físico, dando rodeos al destino, “mirando sobre el hombro”, cambiar las rutas y mantener cuidados elementales, aunque debe evitarse “la manía de ver un soplón a todo el que pasa”[15]. Aunque con la vigilancia tecnológica esta parte resulta casi obsoleta.
También recomienda encarecidamente evitar las notas inútiles. Si no se va a anotar debe reforzarse  la memoria. Las notas deben contar con enmascaramiento sencillo, como indicar generalidades o alteraciones del sentido literal, por ejemplo, usando iniciales o referencias indirectas. Recomienda de modo directo el evitar las precisiones en las cartas sobre la actividad, evitando con cuidado referencias de tiempo, persona, modo y lugar[16].
Exige desconfiar de los teléfonos y estudiar bien los sitios de cita, advirtiendo los puntos discretos y rutas de fuga.
Respecto de la actividad militante recomienda no saber de más, evitar dar o recibir información que no se deba: en fin, recomienda un silencio prudente en la actividad política.
A los detenidos les recomienda evitar declaraciones, lo menos posible se habla y se exige la presencia de un abogado defensor. Evitar impresionarse por la suposición de que lo “sabemos ya”. En caso de juicio, recomienda no intentar restablecer la verdad de los hechos, pues ese puede ser un hilo de la persecución; al revolucionario debe bastarle su “verdad histórica”. En esa coyuntura el detenido debe ser más bien un propagandista que alguien interesado en probar tal o cual inocencia reconstruyendo los hechos.

Patética defensa de la represión revolucionaria
No es que el texto sea patético, sino que la evidencia histórica posterior así lo planteó. El texto termina en los “alegres años veinte” del siglo XX, ante de captar la ominosa situación del ascenso de Stalin. En descargo moral de Serge se debe indicar que no había descubierto el triunfo de ese lado oscuro dentro del bando revolucionario cuando escribió una larga justificación sobre la “represión revolucionaria”. El tema es más significativo cuando se debe reconocer que Serge no perteneció a la estirpe sanguinaria ni de adaptación al poder burocrático y dictatorial, con los años él sería un perseguido de Stalin, y debió morir exiliado y miserable en México en el año 1947.  
Hecha la aclaración, Serge justifica la represión revolucionaria a modo del mal menor (o el fin justifica los medios[17]). Dice contundente: “La Cheka es tan necesaria como el Ejército Rojo o como el Comisariado de Avituallamiento”[18] Reitera, recalca e insiste que resulta indispensable un ingrediente de persecución y represión en un régimen revolucionario, pues está rodeado de enemigos y amenazado militarmente y saboteado. Este intenta que sea una evidencia mayúscula “No negaremos que el terror es terrible. Amenazada de muerte, la revolución proletaria lo utilizó en Rusia durante tres años, de 1918 a 1921.”[19] En algunos pasajes hasta parece un apologista del mal cuando desdeña los procesos judiciales y las pruebas, cuando se trata de defender al régimen bolchevique y exonerar a los revolucionarios franceses del llamado Terror[20].  
En ese contexto, Serge procura trivializar la extensión de la violencia como el ambiente de siglos de dominación burguesa, para exponer que no resulta imaginable escapar de eso sin otra dosis de “violencia revolucionaria”. Algunos de sus pasajes, vistos a la distancia, incluso resultan grotescos[21].   Bajo el entusiasmo y la retórica de justificar todo lo que proviene del Estado revolucionario, Serge se mantiene como un espíritu noble que intenta establecer diferencias y contener el mal. Su argumento crucial es que la “terapia” del Estado socialista va contra las causas y no contra los efecto del mal, en ese sentido sería una terapia dolorosa curando los males milenarios de la humanidad. El buen Serge se equivocó de modo completo: se encontró con otra vuelta de tuerca cuando creyó en una solución final. Se plantea como un apologista ingenuo del Estado, cuando sus orígenes ideológicos son de “anarquista” convertido en marxista leninista. Señala: "El Estado soviético, al concentrarse sobre las causas del mal, tiene evidentemente menos necesidad de la represión. Mientras más se desarrolle, más su acción económica será eficaz, concertada, previsora, y menos necesidad tendrá de la represión, hasta el día en que una inteligente gestión de la producción suprima, con la prosperidad, males sociales tales como la criminalidad, cuyo contagio se esfuerza en aminorar por medio de la coercion...”[22] Un argumento así lo firmaría cualquier Stalin y sus comisarios represores, ahí está la ilusión de una dictadura solamente pintada. Claro, que Serge en ese momento no lo podía saber a ciencia cierta.

Una débil barrera ante la marea represora
Anotemos en descargo del autor, sí tiene conciencia y reconoce como lamentándose de los exceso en la “justicia revolucionaria” después del 1917 ruso. Dice: Repitámoslo: el terror es terrible. (…)la Cheka de la Revolución Rusa juzgaba irrecusable, implacablemente a sus enemigos de clase; (…)Se trataba más bien de golpear una clase a través de sus hombres que de sopesar hechos concretos. La justicia de clase no se detiene en el examen de casos individuales sino en los períodos de calma. Los errores, los abusos, los excesos nos parecen funestos sobre todo frente a los sectores sociales que el proletariado debe tratar de agrupar: campesinado medio, capas inferiores de las clases medias, intelectuales sin fortuna; de igual manera con respecto a los disidentes de la revolución”[23] En el contexto de la pos-revolución rusa, Serge lamenta los excesos y los justifica, no encuentra otra solución que la aplicación del terror rojo contra el terror blanco. Explica que se deben tomar precauciones, por ejemplo, colocar a los hombres más escrupulosos en esa tarea infame, Para la represión revolucionaria no queda -y es una causa de errores y de abusos- más que un personal subalterno bajo la jefatura de hombres que deben buscarse entre los más firmes y puros (lo cual hizo la dictadura del proletariado en Rusia -Djerjinsky- y en Polonia -Otto Corvin). Los asuntos de la defensa interior de una revolución son los más delicados, los más difíciles, los más dolorosos y a veces los más espantosos. Los mejores de entre los revolucionarios con elevada conciencia, espíritu escrupuloso y carácter firme se le deben consagrar.”[24] El marxismo que tanto se queja del idealismo del enfoque burgués, de pronto queda por completo atorado en eso mismo que ha combatido. Si nos preguntamos ¿basta colocar a una persona honorable para que una avalancha de lodo sea detenida? La respuesta la dio la misma historia: las medidas provisionales de represión se comieron al naciente Estado revolucionario hasta convertirlo en Estado burocrático y tiránico en contra del proletariado, porque la empresa entera de la Revolución de Octubre era fantasiosa y anti-materialista en el más puro sentido. Colocar como director de la policía política bolchevique a Djerjinsky no detendría el advenimiento de un régimen total policíaco, pues era el Estado quien se estaba apoderando de toda la operación económico-política, dejando al proletariado con vanas promesas de amor. De modo casi profético e inocente, Serge describe esta misma situación, cuando plantea su capítulo ¿cuándo es eficaz la represión? Muestra como patético al “cordón” de policías políticos de la Ojrana intentando salvar al Zar y detener la marejada de la Revolución. Ya sabemos que la Cheka no detuvo el problema, sino que se convirtió en parte del problema con la llegada de la dictadura de barniz rojo. En lo general, Serge plantea una fórmula casi neutral y razonable para el tema doloroso: “La represión es eficaz cuando complementa el efecto de medidas eficaces de política general.”[25] No por ser eficaz, resulta menos oprobiosa.
Imaginemos al cordón humano de buenos y abnegados revolucionarios sirviendo como contención ante una marea de lodo que ellos mismo han desatado, a la cabeza está el primer director de la Checka y a su lado abnegados revolucionarios; algunos no alcanzan a ver la inundación completa, el lodo sepultando a la Revolución Rusa. Los mejores murieron antes de que terminara la inundación o por causa de la misma, casi todo el Comité Central de la Revolución Rusa murió a manos del terror de Stalin. Y los cálculos sobre el terror indiscriminado de Stalin contra su pueblo rebasan la cifra de millones de muertos. Bajo las impresiones inmediatas de un experimento social colosal, no es sencillo utilizar la ventaja de la distancia ni tampoco está justificado el repetir los errores manifiestos. Victor Serge tuvo el vigor para oponerse al lodazal, mientras Stalin y sus esbirros se aprovechaban del esa marea. Serge murió en el exilio y la pobreza, haciendo balances de lo sucedido y literatura que denunciara el oprobio postrevolucionario del estalinismo.




 NOTAS:




[1] Notorio el caso de Julia alias la “Verdadera” esposa de un diputado oposicionista, que sirve a la policía política; cae en desgracia y suplica por subsidios; su caso es patético en los detalles de mujer desesperada y estafadora, caída en decadencia moral extrema y desamparada, que busca seguir siendo una provocadora hasta que se hunde en la niebla de la narración. Cf. SERGE, Víctor, op. cit., pp. 7-8.
[2] Como el caso más notable cita a un tal Malinovsky (no confundirlo con el famoso poeta) quien fue un jefe del partido, que al triunfar la revolución exige ser procesado por su negro pasado. Cf. SERGE, Víctor, op. cit., p 11.
[3] Por la polarización entre personajes malos y buenos con máxima tensión de emociones, no por la utilización de la música o argumentos simples.
[4] CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil máscaras.
[5] De modo magistral, Georg Lukács muestra que el ingrediente esencial para el marxismo es que la época se defina como revolucionaria en actualidad. Cf. LUKáCS, Georg, Lenin: la coherencia de su pensamiento.
[6][6] TROTSKY, León, La internacional comunista después de Lenin.
[7] CF. LENIN, V.I. ¿Qué hacer? MANDEL, Ernest, Teoría leninista de la organización.
[8] SERGE, Víctor, Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión. Además afirma que un famoso descifrador fue contratado por el nuevo régimen revolucionario. Con absoluta inocencia, el autor parece halagar ese “mantener” al personal y las viejas habilidades dentro del nuevo régimen.
[9] “No quedan en Europa más que los países escandinavos, Inglaterra, Francia y algunos pequeños países donde el movimiento obrero todavía goza del beneficio de la legalidad democrática” Serge, p. 28.
[10] Al activista Serge le recomienda “jamás ser ingenuo”.
[11] Se refiere en particular a una exposición sobre los archivos de la temida Ojrana expuestos en el Palacio de Invierno, pero la frase se aplica a la perspectiva entera de Serge en la página 25.
[12] Son conocidas las afirmaciones de Marx y Engels sobre lo lejos que estaba la revolución socialista de su presente, después de la oleada de revoluciones de 1848 o luego de la derrota de la Comuna de París. Cf. MARX, Karl, La guerra civil en Francia.
[13] Véase la interesante diferencia de enfoques entre esa facilidad del “ganador” y el esfuerzo del “combatiente, con quien el mismo Ortega y Gasset se identifica. Cf. La espala invertebrada.
[14] SÁNCHEZ VÁZQUEZ, Adolfo, Filosofía de la praxis. Con lo cual el “activismo” revolucionario adquiere el barniz de la sublime praxis revolucionaria, con la auto-evidencia de la realización cumbre. De nuevo, el tiempo mostró la debilidad de una evidencia —en el fondo— tan pragmática y con falta de crítica aunque no del todo acrítica.
[15] SERGE, Víctor, op. cit., p. 31.
[16] Serte, Víctor, op. cit., p. 32.
[17] Vale anotar que la aspiración de Serge es por un mundo sin Estado, esa parte de la ideología comunista le conmueve, pues él inicio como anarquista. “como marxistas, estamos contra todo Estado” p. 46. A modo de objeción, contra todo jesuitismo se debe anotar que para cosechar menos Estado no se debe sembrar el más grande de todos los Estados, uno que controla la economía y sociedad enteras. Cf. TROTSKY, León, Su moral y la nuestra. Cuando critica el principio de justificación por “fines”.
[18] Serge, Víctor, op. cit., p. 37.
[19] Serge, Víctor, op. cit., p. 37.
[20] Cita a Dantón durante el Terror: “¿Qué me importa ser llamado bebedor de sangre? Bebamos, si es necesario, la sangre de los enemigos de la humanidad?” Recordemos que luego Dantón fue guillotinado también por los líderes de la fracción revolucionaria. Serge, Víctor, op. cit., p. 37.
[21] “Frente a la ley proletaria, ser rico incluso dentro de los estrictos límites en que durante la NEP (siglas de Nueva Política Económica) se permitía el enriquecimiento es siempre una circunstancia agravante” p. 41. También anota el asesinato masivo de los policías y provocadores como si fuera una simple tarea de higiene urgente: “Los policías, un día de disturbios, huyeron entre el griterío de la muchedumbre; a los que se logró agarrar por el pescuezo se les zambulló, definitivamente en los canales de Petrogrado; en su mayoría los funcionarios de la Ojrana fueron fusilados. Todos los provocadores que se pudo identificar corrieron la misma suerte.” P. 25.
[22] Serge, Víctor, op. cit., p. 41.
[23] Serge, Víctor, op. cit., p. 43.
[24] Serge, Víctor, op. cit., p. 44.
[25] Serge, Víctor, op. cit., p. 45. Al final, otros cuestionan hasta cualquier resabio de “racionalismo” en el uso de la violencia, por ejemplo Fromm en El miedo a la libertad. Por mi parte, pregunto ¿no es la tarea del pensador pugnar por minimizar el uso de la violencia, acotar a los grupos o al Estado en el uso de la fuerza? 

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