Por Carlos
Valdés Martín
El término “chilango” hoy es popular
y lo miramos con gracia, pero, hace poco lo tomaban a insulto. Inicialmente
cargado con un sentido despectivo para designar a los habitantes de la capital
de México, el adjetivo chilango adquirió popularidad y se ha naturalizado como
la opción más aceptada para gentilicio de los oriundos de la Ciudad de México.
¿Un término despectivo? “Chilango” siempre fue una bofetada con un guante de brisa: no daña, carece de referentes y
fuerza para denigrar.
Las versiones más populares lo
interpretan por voces casuales; su difusión resulta bastante reciente y no
existía en los tiempos prehispánicos ni coloniales ni independentistas, sino
hacia mediados del siglo XX se difunde[1].
De hecho, la aceptación de este término debe ligarse con modificaciones en el
código cultural y de comunicación, marcado por la recuperación del habla
popular y su modificación por la juventud urbana[2].
Algunas versiones ubican esta
palabra surgiendo en Veracruz o en las regiones mayas. La versión veracruzana proviene
de términos relativos al enrojecimiento de la cara (veían de piel roja a los
del Altiplano) o por el apresamiento de reos en San Juan de Ulúa atados como
chiles. La versión maya se relaciona con un término para designar los
extranjeros de pelo crespo “Del maya xilaan,
pelo revuelto o encrespado”, con la autoridad de Lope Blanch respaldando ese
origen y sentido despectivo del término[3].
Una versión poco conocida le
atribuye origen al término propio de lo que resta de los lagos, por ser
“cilanco” plasmado en http://etimologias.dechile.net/?chilango
. Resulta una opción agradable al dar sentido histórico y hasta evolutivo a la
situación de la añeja capital montada sobre enormes lagos que se fueron
desecando, por lo que su suelo quedó “cilanco”[4].
Una versión también con algo de
romanticismo, atribuye un origen prehispánico mediante la palabra “Ixachilanca”
que significa inmensidad y los antiguos nahuas aplicaban al continente entero[5].
Resultaría difícil explicar la pérdida del inicio de la palabra, aunque hay
ventaja al remitirse hasta los primeros pobladores.
Una discusión especial
corresponde a que también existió una moda pasajera (como siempre) para únicamente
emplear chilango con los provincianos radicados en la Ciudad de México,
formando una subespecie de clasificación gentilicia. Si esa clasificación tuvo
algún sentido, luego ha dejado de poseerlo, en parte por una declinación
relativa de ese tipo de emigración y, sobre todo, porque ese término ha ido
perdiendo su sentido despectivo. La cultura urbana de la metrópoli ha retomado
el término sin ningún sentido despectivo y esa ya es la tendencia predominante.
Al declinar el sentido despectivo, también en el interior de México su uso
político parece menguar.
Por la evocación hacia la sílaba
“chi” referente a la generación y al acto sexual derivado de las raíces
mesoamericanas (compartido con China[6])
resulta una evocación poderosa, porque el adjetivo chilango se adosa a su
posición veladamente procreadora. ¿No es acaso Tenochtitlán el eje de la Génesis
nacional y merece la sílaba clave de la generación que es “chi”[7]?
Resulta justificado aceptarla y compartirla con el estado más sureño —Chiapas—
y con el norteño más grande —Chihuahua. Además, si resulta desconocido el
origen y poco convincente la discusión sobre raíces, es un buen resultado que opere
esa sílaba chi junto con una mezcla poco definida (“lango” tampoco es una raíz
aclarada).
Si me llaman chilango no me
ofende ni busco ofender a quien así designo. Esa palabra ya saltó la barrera
del folclor urbano y aparece en intelectuales sin solemnidad como Monsiváis y
Fuentes. Acostumbrémonos: esa palabra seguirá rodando.
NOTAS:
[1] El
primer registro en una investigación oficial del término “chilango” parece ser
de 1954, Alfred Bruce Gaarder en su obra El
habla popular y la conciencia colectiva.
[2] Un
buen ejemplo es la canción de Jaime López, “Chilanga banda”, luego popularizada
por la agrupación Café Tacuba. En estos términos, el sentido despectivo
desaparece y se convierte en motivo lúdico.
[3] Juan
M. Lope Blanch, en El léxico indígena en
el español de México, de 1969,
[4] Diccionario RAE, Cilanco: “1. m. Charco que deja un río en la orilla al retirar sus
aguas, o en el fondo cuando se ha secado.”
[5]
Atribuido a Carmen Nieva López sobre Ixachilanca.
[6]
Aquí, para la tradición oriental, el “chi” es la energía vital, muy ligada la reproducción, lo cual dar una connotación
de género al universo entero en la dualidad yin-yang. Cf. WONG, Eva, Taoísmo.
[7]
Sin embargo, resulta una curiosidad la creencia en que algunos sonidos sí
poseen alguna tendencia espontánea para conjurar fuerzas, sin embargo, está en
la raíz de las investigaciones filosóficas sobre el lenguaje, tal como lo
expresan las nociones de onomatopeya. PLATÓN, Cratilo. La noción de una lengua adánica está marcada por la
expectativa de un lenguaje que sea también conjuro mágico. FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas.
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