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jueves, 8 de enero de 2015

ORIGEN DEL ADJETIVO “CHILANGO”




Por Carlos Valdés Martín


El término “chilango” hoy es popular y lo miramos con gracia, pero, hace poco lo tomaban a insulto. Inicialmente cargado con un sentido despectivo para designar a los habitantes de la capital de México, el adjetivo chilango adquirió popularidad y se ha naturalizado como la opción más aceptada para gentilicio de los oriundos de la Ciudad de México. ¿Un término despectivo? “Chilango” siempre fue una bofetada con un guante de brisa: no daña, carece de referentes y fuerza para denigrar.
Las versiones más populares lo interpretan por voces casuales; su difusión resulta bastante reciente y no existía en los tiempos prehispánicos ni coloniales ni independentistas, sino hacia mediados del siglo XX se difunde[1]. De hecho, la aceptación de este término debe ligarse con modificaciones en el código cultural y de comunicación, marcado por la recuperación del habla popular y su modificación por la juventud urbana[2].
Algunas versiones ubican esta palabra surgiendo en Veracruz o en las regiones mayas. La versión veracruzana proviene de términos relativos al enrojecimiento de la cara (veían de piel roja a los del Altiplano) o por el apresamiento de reos en San Juan de Ulúa atados como chiles. La versión maya se relaciona con un término para designar los extranjeros de pelo crespo “Del maya xilaan, pelo revuelto o encrespado”, con la autoridad de Lope Blanch respaldando ese origen y sentido despectivo del término[3].
Una versión poco conocida le atribuye origen al término propio de lo que resta de los lagos, por ser “cilanco” plasmado en http://etimologias.dechile.net/?chilango . Resulta una opción agradable al dar sentido histórico y hasta evolutivo a la situación de la añeja capital montada sobre enormes lagos que se fueron desecando, por lo que su suelo quedó “cilanco”[4].
Una versión también con algo de romanticismo, atribuye un origen prehispánico mediante la palabra “Ixachilanca” que significa inmensidad y los antiguos nahuas aplicaban al continente entero[5]. Resultaría difícil explicar la pérdida del inicio de la palabra, aunque hay ventaja al remitirse hasta los primeros pobladores.
Una discusión especial corresponde a que también existió una moda pasajera (como siempre) para únicamente emplear chilango con los provincianos radicados en la Ciudad de México, formando una subespecie de clasificación gentilicia. Si esa clasificación tuvo algún sentido, luego ha dejado de poseerlo, en parte por una declinación relativa de ese tipo de emigración y, sobre todo, porque ese término ha ido perdiendo su sentido despectivo. La cultura urbana de la metrópoli ha retomado el término sin ningún sentido despectivo y esa ya es la tendencia predominante. Al declinar el sentido despectivo, también en el interior de México su uso político parece menguar.
Por la evocación hacia la sílaba “chi” referente a la generación y al acto sexual derivado de las raíces mesoamericanas (compartido con China[6]) resulta una evocación poderosa, porque el adjetivo chilango se adosa a su posición veladamente procreadora. ¿No es acaso Tenochtitlán el eje de la Génesis nacional y merece la sílaba clave de la generación que es “chi”[7]? Resulta justificado aceptarla y compartirla con el estado más sureño —Chiapas— y con el norteño más grande —Chihuahua. Además, si resulta desconocido el origen y poco convincente la discusión sobre raíces, es un buen resultado que opere esa sílaba chi junto con una mezcla poco definida (“lango” tampoco es una raíz aclarada).
Si me llaman chilango no me ofende ni busco ofender a quien así designo. Esa palabra ya saltó la barrera del folclor urbano y aparece en intelectuales sin solemnidad como Monsiváis y Fuentes. Acostumbrémonos: esa palabra seguirá rodando.

NOTAS:

[1] El primer registro en una investigación oficial del término “chilango” parece ser de 1954, Alfred Bruce Gaarder en su obra El habla popular y la conciencia colectiva.
[2] Un buen ejemplo es la canción de Jaime López, “Chilanga banda”, luego popularizada por la agrupación Café Tacuba. En estos términos, el sentido despectivo desaparece y se convierte en motivo lúdico.
[3] Juan M. Lope Blanch, en El léxico indígena en el español de México, de 1969,
[4] Diccionario RAE, Cilanco: “1. m. Charco que deja un río en la orilla al retirar sus aguas, o en el fondo cuando se ha secado.”
[5] Atribuido a Carmen Nieva López sobre Ixachilanca.
[6] Aquí, para la tradición oriental, el “chi” es la energía vital, muy ligada  la reproducción, lo cual dar una connotación de género al universo entero en la dualidad yin-yang. Cf. WONG, Eva, Taoísmo.
[7] Sin embargo, resulta una curiosidad la creencia en que algunos sonidos sí poseen alguna tendencia espontánea para conjurar fuerzas, sin embargo, está en la raíz de las investigaciones filosóficas sobre el lenguaje, tal como lo expresan las nociones de onomatopeya. PLATÓN, Cratilo. La noción de una lengua adánica está marcada por la expectativa de un lenguaje que sea también conjuro mágico. FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas.

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