Por Carlos Valdés Martín
La idea que da título a una novela
de Milan Kundera, La inmortalidad.,
plantea interesantes matices. En lo que sigue nos enfocamos en la permanencia del
concierto humano de la fama y, en especial, la lucha entre Johannes Wolfgang Goethe
y Bettina von Arnim (o Brentano, su apellido de soltera). Semejante a
producciones anteriores, el novelista Kundera se adentra en las aguas de la
reflexión para incluir un perspicaz ensayo histórico dentro de su novela.
Los personajes históricos reales que
se representan para cavilar sobre los significados de la inmortalidad son Goethe,
el afamado, y Bettina, la humilde desconocida que irrumpe como depositaria de
un legado. Por su lado, desde su juventud Goethe surge predestinado para
ingresar en el salón de la fama eterna; él es un gran literato que lo sabe
desde temprano, y posee plena consciencia que sus hechos y pensamientos serán
retomados por la posteridad. Enarbola un concepto de inmortalidad histórica,
como el legado de la fama que está plasmado en obras y el recuerdo entre
quienes jamás lo tratarán en persona. Pero el terreno que interesa a Kundera es
un tanto singular, aborda con sutileza la relación entre la anecdótica personal
y la fama inmortal, de tal modo que resultan ser pequeños detalles presentes
bajo una luz peculiar los que permanecen, salvando el eco imperecedero del personaje.
En efecto, a Kundera le interesa Goethe como un autor que vivió y que durante
su fructífera travesía se enfrentó a la sentencia de inmortalidad bajo sus
propios recursos. Esto implica una sentencia fatídica porque la mirada curiosa
(y actual) sobre el personaje se interesa en aspectos ridículos y hasta
vergonzosos, como veremos más adelante. En otros términos, lo que permanece de
la biografía en la memoria nunca recupera lo grandioso del coloso intelectual,
sino acontecimientos pintorescos guiados por fragmentos bochornosos.[1]
Bettina
Bettina von Arnim creció en un
ambiente familiar afín a la literatura y al pensamiento, su hermano abrazó la
poesía y también su esposo fue poeta, su abuela materna escribió novelas, así
que el universo intelectual y artístico era el ecosistema de esta joven. El
lado anecdótico hacia Goethe surge porque ella fue hija de una mujer de la que Goethe
había estado enamorado en su juventud y, curiosamente, ella hereda una versión modificada
de ese amor. Según la lectura de Kundera, ella mantenía una actitud de niña
consentida que avanzaba con desenvoltura por la existencia y que su romance contiene
más ficción y menos veracidad, ya que posee un secreto.[2] Lo
importante para este tema es que para ella Goethe resultó un puente para
arribar a la inmortalidad, mediante la pretensión de convertirse en la musa y amante
romántica del genio alemán. Para cuando se encuentran Bettina y Goethe, él ya disfruta
de merecida fama y está casado en un periodo de estable madurez; ella se acerca
y lo corteja causando la ira de la señora. La esposa en una escena recordada la
abofetea y ella pronuncia su más afamada frase de que la había mordido una
morcilla furiosa. Ese conflicto tornaba un dolor de cabeza para Goethe quien
procura distanciarla, pero la joven Bettina jugaba una carta ante la cual él se
debía mostrar cauteloso, pues ella se ofrecía como el vínculo hacia la
inmortalidad. Cuando ella aparece amistosa y desafiante en la rutina de Goethe
se le considera una jovencita y, por eso, inexperta, pero bien dispuesta a
lanzar un poderoso gesto hacia la inmortalidad. En general los autores románticos:
"Todos vivían la trascendencia, se superaban a sí mismos, estiraban los
brazos a lo lejos, hacia el fin de sus vidas y mucho más allá de sus vidas,
hacia las lejanías del no ser. Y como ya dije, donde está la muerte está
también la inmortalidad, su compañera, y los románticos la tuteaban, con el
mismo atrevimiento que Bettina tuteaba a Goethe."[3].
Bettina se interesaba en su propio puente
hacia la inmortalidad relacionándose con los famosos, y así como cortejó a
Goethe, también se aproximó a otros personajes, entre los cuales es importante
mencionar a Beethoven. Ella fue la divulgadora de una anécdota, que
posiblemente resulta una exageración o hasta falsificación, pero trascendió a
la historia como síntesis de dos gestos opuestos. Ella divulgó ampliamente que
Beethoven le comentó que en 1812 había salido a pasear conversando junto con
Goethe cuando se apareció la emperatriz con su corte, en ese momento Goethe
dejó de prestar atención y se quitó el sombrero para saludar a la realeza,
mientras Beethoven se calaba más el sombrero y caminaba sin reducir el paso de
modo intencional. Al terminar el asunto el músico le riñó a Goethe por ese su
comportamiento de lacayo. Las repercusiones sobre la dignidad y la libertad
política de distintos genios ante la aristocracia hicieron célebre esa
anécdota. Aunque lo que aquí importa es que Bettina fue la encargada de
recabar, elaborar y divulgar el asunto entregándolo a la inmortalidad. Cabe
anotar que ella fue creativa al reelaborar sus experiencias, presentando
escenas hipotéticas como si fuesen reales. En la argumentación, Kundera pone en
duda la exactitud de esa anécdota.
Además, la tarea de Bettina como recreadora
de la "imagen" inmortal de Goethe no termina ahí, después de la
muerte del gran literato de Weimar su correspondencia la reelaboró para darle
un mayor sentido dramático y de revelación sensacional.
Bettina fue muy intencionada, quizá
más explícitamente consciente que el mismo Goethe, sobre la relación con la
trascendencia. Por eso Kundera la emplea de bandera para establecer qué define "el
gesto de ansia de inmortalidad", donde la acción refleja el deseo de
trascenderse, mediante el acto propio o por la vinculación con otros. Casada
con un escritor poco conocido y que prefería el campo a la ciudad, ella se
instaló en Berlín, capital cosmopolita de los alemanes del siglo XIX, donde
Bettina se aproximaba o ensoñaba curiosamente entre los "ungidos de la
inmortalidad", de tal modo que el calendario de sus pasiones recorre la agenda
cultural y política de la Europa central del siglo XIX[4].
Goethe
La conciencia que inundaba a Goethe
de su ingreso a la fama inmortal, por un lado se afirmó que la tomaba con la
mayor naturalidad, pero también se procura demostrar que fue una cárcel que lo
obligaba a dramatizar su vida, convirtiéndose en un personaje para la
posteridad, conteniéndose ante el "qué dirán" de las generaciones
futuras. En especial, al tomar partido por su mujer en contra de la jovencita
audaz no resultó tan terminante porque la niña se presenta como el vehículo del
futuro, quien dirá quién fue realmente Johann Goethe. Por eso, interpreta
Kundera, él fue extremadamente cortés y ante las diversas molestias que al parecer
le causó esa niña, únicamente se permitió una frase descortés. Entonces digamos
que el gigante respiraba atrapado entre su propia grandeza. Por lo mismo,
decide actuar con prudencia poniendo a distancia a Bettina, pero sin
lastimarla. Mientras tanto como gran literato opta por elaborar su propia biografía,
plasmada en Poesía y verdad. También pone
manos a la obra para colaborar con su incondicional Eckermann para que éste
escriba las Conversaciones con Goethe,
donde el dibujo del autor quedaba bajo control y agregaba la ventaja de surgir
desde otra pluma, por tanto agregar verosimilitud.
Una frase de Goethe sobre el amor
por el “eterno femenino” quedó también poderosamente inscrita en la posteridad.
La afortunada referencia al “eterno femenino” sirve a Kundera como punto de
comparación sobre la manera de trascender tradicional entre hombres y mujeres. Al
momento de definir el estilo de cada género, la acción material ha sido el
modelo masculino y la vinculación pasional el gesto femenino. Curiosamente,
aunque Bettina se enamora de los hombres ilustres además escribe, y no
solamente correspondencia sobre ellos y para ellos, sino también obras de otra
índole que aquí no viene al caso juzgarlas.
Paradójicamente, cuando el "eterno femenino" empieza a cambiar
en el corazón de Europa y el papel objetivo de hijas-esposas-madres se
transforma, Goethe como pensador romántico decide que debe permanecer dicha
posición femenina para la eternidad. La negación en voz alta del cambio define
un efecto ideológico y hasta sicológico muy conocido. En ese sentido, el hipotético
lado eterno de cambiando bajo los ojos de Goethe, y una fuerza curiosa le
nublaba la vista, que no debemos reducir a la molestia de una visita demasiado
atrevida. De nuevo entre las tristes paradojas de la inmortalidad está el que
una frase afortunada en su tiempo y desafortunada ahora sea el lema para
recordar al genio y patriarca del romanticismo alemán, Johann Goethe.
La revancha de Bettina
La anécdota del paseo de Beethoven
con Goethe en un balneario y su encuentro ante la emperatriz y su corte, estima
Kundera, hasta podría resultar una completa ficción o falsificación, o al
menos, la luz que se proyecta queda fuertemente cargada de juicios. A esa
anécdota se le dio el significado de lambisconería goethiana y arrogancia
beethoveniana ante la nobleza; adquirió entonces el tinte político del desafío ante
la nobleza o la sumisión como un dilema moderno. Sin embargo, según menciona
Kundera el hecho cabe bajo otras interpretaciones con la simpleza que quien
lanza un gesto de llana cortesía ante las damas, pues hasta la fecha se cede el
paso a las damas.
Digamos que, a final de cuentas,
Bettina se apropió con la inmortalidad de Goethe y en calidad de su heredera —manufacturada
por propia pluma y no oficiosa por voluntad del genio— ella hizo de las suyas.
Así, con entera libertad modificó su correspondencia originaria con Goethe, la
cual fue bastante sencilla y hasta fría, para con la recreación literaria dar a
entender un prolongado romance de novela. Bajo el título de Intercambio epistolar de Goethe con una niña
(1835) Bettina recreó libremente las cartas originales, donde salpica con su
óptica personal las vivencias de Goethe. Entonces las precauciones personales
del genio alemán resultaron vanas, porque la juventud audaz saltaba las
barreras puestas por el talento. Con el transcurso de los años el género
epistolar de Bettina se convirtió en la fuente biográfica sobre Goethe y
Beethoven, de la cual se extrajeron diversas anécdotas y frases, que luego se
les atribuyeron.
El género epistolar: engañoso recurso de inocencia
Aquí conviene advertir que cuando
de literatos y espíritus sagaces se trata las cartas son una espada de doble
filo: engañan cuando dicen la verdad, pero cuando engañan dicen la verdad o
viceversa. Las mentes complejas son dadas a crear nuevas realidades y a extraer
pensamientos de cualquier detalle, de tal modo que la sinceridad esperada del
género epistolar se rompe por la capacidad inventiva. Eso sucede con Bettina
que es recordada por sus cartas recreadas hacia Goethe y las anécdotas
repensadas sobre éste y Beethoven. Esa capacidad de inventar los términos de la
inmortalidad de grandes personajes es lo que encierran las inocentes cartas,
pues ofrecen al público una visión “íntima” del genio que se revela en la
anécdota, puesta a ras de lo cotidiano. La trampa de la simplicidad le dio
resultados a la joven frente al maduro Johann; el público posterior creyó
suficiente en ella para establecer los parámetros de referencia. Quizá Kafka
comprendió con claridad el efecto de las cartas para recrear una personalidad,
por eso se apuró para elaborar su propio legajo de intimidades epistolares y
con su heredero Max Brod esparció la equívoca orden de quemarlas.[5]
La revancha del público
Sobre la tragedia de medio tono, en
que la fama póstuma de Goethe depende de una mujer decide jugar ese papel, se
levanta una segunda fatalidad. Ante la mirada de Kundera la aniñada Bettina resulta
una intrusa en el juego limpio de la inmortalidad. Pero si un personaje de
medio tono resulta capaz de apoderarse de una parte de la perennidad de Goethe
es porque, en el fondo, hay una mirada vacía y de falta de criterio. La crítica
la dirige Kundera hacia el público actual captado cual mirada multitudinaria y
miope que mantiene una intención peculiar. La tragedia radica en que al público
no le interesa el Fausto, la obra en
sí, sino que busca a un autor, y lo busca como siguen los "fans" a
sus estrellas del espectáculo. La mirada del público ordinario husmea a la persona,
pero convertida en un actor de melodrama televisivo. A la masa lo que interesa
cuando lee al Fausto es el reflejo de un genio y, tras esa grandeza,
mejor arrancar algún gesto de escándalo o debilidad.[6] El lector
anónimo imagina que la anécdota atribuida por Bettina a Goethe debe ser cierta
y que, por tanto, el célebre divulgador del "espíritu fáustico" de
conquista enmascara a un cobardón, en el fondo, que lambisconea a las damas de
la corte monárquica. Entonces nos encontramos con un escándalo de cotilleos
bajo la apariencia de lectura seria y a la altura del Fausto. Finalmente, bajo este malentendido trágico, la inmortalidad
metamorfosea en la curiosidad morbosa del público sobre los grandes autores,
donde la gran creación plasmada en las novelas y dramas, se ha deformado al
modo de una caricatura, que decae en nota de chismes intrascendentes. Y después
de la muerte del personaje inmortal ese malentendido desemboca en una bufonada
y un enorme equívoco, especie de basura mental.
Posteridad que no inmortalidad individual
Si comparamos a Kundera con la
concepción de Miguel de Unamuno, salta al primer plano la diferencia radical de
conceptos y enfoques alrededor de la Inmortalidad misma. Porque el interés del escritor
checo está en la posteridad y en los mecanismos concretos por los cuales se
enajena la imagen individual hacia una proyección de memoria colectiva. El
manejo de la ironía indica que siempre los “otros” definen esa clase de
inmortalidad. Para el español la filosofía y la religión terminaban en la
interrogación sobre la inmortalidad del espíritu individual y no había algo más
exigente ni profundo para meditar. Bajo una perspectiva más objetivista la
exigencia íntima para perpetuarse como principio individual pierde sentido,
mientras Miguel de Unamuno manifiesta la fuerza existencial contenida en el
tema de inmortalidad individual, para la cual la posteridad nunca es un
sucedáneo frente a El sentimiento trágico
de la vida.[7]
Para la ironía de Kundera ese motivo carece de fuerza... una verdad sin pasión termina
tan débil como una mentira arrepentida. Queda pendiente el tema de la
inmortalidad, esa efectiva exigencia individual de perpetuarse y la tensión de existencias
inherente bajo esta problemática con la óptica del infinito.
Siguiendo un criterio estético,
para el romanticismo basta la obra sublime para manifestar el genio individual
y alcanzar la inmortalidad. La perturbadora irrupción de Bettina le sugiere a
Kundera una revancha de los espíritus pequeños para delimitar cómo se ingresa a
la posteridad; en ese sentido, la puerta del Olimpo resultaría irónica. Bajo tristes
vueltas de tuerca modernas, hasta la misma inmortalidad aparece suspendida
entre paréntesis, tras el sobresalto que transmitió Walter Benjamin sobre el
“ángel de la historia” que retrocede aterrado, ante una revisión que desmorone
lo andado por la civilización.[8] Otra
modalidad nos remonta hasta los orígenes de la filosofía misma, cuando el
despertar socrático lo primero que atisbó fue una modalidad de inmortalidad en
la idea misma y al transmitirla, correspondió a los textos, la primera
perpetuidad social más allá de la carne mortal. Una buena anécdota sigue siendo
un anzuelo para el pensamiento y quizá la caverna con sus fogatas y títeres sea
mejor imaginada que la Idea platónica con mayúsculas,[9] pero
sirve a su cometido para divulgar la visión de conquistar la inmortalidad por
la transmisión perpetua de la idea.
NOTAS:
[1] Esta venganza del
hombre pequeño contra el gran personaje la anotó Hegel, al revelar que el
criado de cámara mirará en el héroe nada más al humano sucio y recién
levantado. Cf. Fenomenología del Espíritu.
Aunque lo que para la meditación filosófica o histórica es una contradicción
absoluta entre el detalle irrelevante y la estatura del personaje o la obra,
para la técnica literaria es explicable por la necesidad de la mente para
asirse del detalle interesante como medio de captar lo abstracto. Lo grande o
general no se atrapa de modo directo, sino por vía de la mediación del detalle.
Cf. BACHELARD, Gastón, La tierra y los
ensueños de voluntad.
[2] Las cartas publicadas
de Bettina dejan clara esa pasión no correspondida y casi desafiante: “Si
estuviera a tu lado, a la hora en que la casa se queda silenciosa, me sentaría
a tus pies y te miraría a los ojos, con íntima pasión, con esa pasión que se
siente al estar al lado del ser amado, y no oirá ni me importaría nada del
resto del mundo...Segura estoy de que me besarías y me llamarías por mil
nombres dulces y cariñosos, abrazándome como si fuese tu amada. Pero esto es
sólo un sueño, que vive y crece durante la noche, y que como algunas plantas
orientales, se marchita cuando las primeras luces del alba aparecen por
Oriente.”
[3] KUNDERA, Milan, La inmortalidad, p. 84
[4] Ibid., p. 194-195. Algunos personajes
con los que Bettina tuvo acercamiento: Karl Marx, Franz List, los hermanos
Grimm y Beethoven. Asimismo, cabría preguntarse si Bettina Brentano, bajo la
mascarada de lo anecdótico, debería revalorizarse como un espíritu demasiado
adelantado a su época, por sus ansias de vincularse con la trascendencia siendo
mujer y plebeya, así como por su sentido de la justicia y el valor de la
inteligencia.
[5] Deleuze comprende que
las cartas forman un género literario específico de Franz Kafka, en Kafka, por una literatura menor.
[6] El placer por la
debilidad del próximo se exaspera en la sociedad de masas y en la ficción
posmoderna según señala Jean Baudrillard en su Cultura y simulacro.
[7] La imposibilidad de
comprender la inmortalidad individual, al mismo tiempo la inviabilidad de
resignarse ante la muerte del espíritu, es el fondo de tal tragedia para
Unamuno, la condena del hombre es la sed de infinito para la individualidad.
Cf. UNAMUNO, Miguel, El sentimiento
trágico de la vida.
[8] “Este huracán le
empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los
escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros
llamamos progreso.” En Tesis sobre filosofía
de la historia. La metáfora corresponde a un cuadro de Paul Klee que
adquirió Benjamin referido al “Angelus Novus” y siguió su drama personal hasta
el final.
[9] La capacidad para
generar metáforas y anécdotas flanquea a la filosofía platónica. Los grandes
relatos de la caverna, la bestia interior, los dos corceles, el anillo de la
invisibilidad y muchos más se encuentran en La
República.
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