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viernes, 8 de febrero de 2019

PRUEBA DE UNA CIVILIZACIÓN SUPREMA




Una característica usual que se atribuye a la divinidad es “inteligencia suprema” ¿Cómo acercarse de manera correcta a esta característica? Lo supremo parecería imposible, bastaría delimitar una inteligencia superior, para lo cual analizar las correlaciones entre niveles de civilizaciones sea lo conveniente.
En La voz del amo, Stanislav Lem conjetura qué sucedería si atrapamos un mensaje complejo elaborado por una civilización que ha evolucionado millones de años adelante de la nuestra. Reconocemos que unas décadas representan un salto tecnológico ¿qué sucederá con millones de años de civilizaciones maduras en ciencia y tecnología? El resultado sería paradójico, por efecto de una búsqueda hacia lo incomprensible, ya que el código primitivo no descifra al código superior.
El paso de los siglos implica un salto aún más radical y la prueba misma de una “civilización superior” desaparecería. El máximo ingeniero de la antigua Grecia fue Herón de Alejandría, pero si él recibiera en las manos un sencillo radio de pilas nunca comprendería qué designio existe en tal artefacto. Los principios científicos y técnicos en los que se basa la manufactura del radio jamás estuvieron al alcance de los antiguos y, por inteligente que fuese, Herón nunca resolvería ese proceso tecnológico. Por divertirnos, supongamos que el objeto apareció en ese siglo cuando no hay estaciones de radio, en la antigua ciudad de Alejandría en el siglo I d. C. y los sabios antiguos se reúnen para conjeturar sobre su naturaleza. Cuando los sabios atinen a prender el aparato se maravillarán por unos ruidos de estática y las luces del display. ¿Cómo interpretar los sonidos?... Una interrogación llevará a otra, sin oportunidad para que la congregación de los más sabios del siglo I d. C. lograse discernir qué prodigio están observando. Si radicalizamos este ejemplo, un microchip que apareciera en una época pretérita se interpretaría como una simple impresión sin ninguna relevancia.
La maravilla tecnológica de la electrónica y la radio escapaban del alcance, por tanto serían interpretadas como un misterio divino o como una insignificancia, que en términos de los griegos se remitirían al lenguaje enredado de los oráculos. En este ejemplo de tecnologías hay demasiados peldaños entre un nivel y otro para que el inferior comprenda al superior; sin embargo, en otro sentido presuponemos lo contrario, que ya resulta superior por tanto capaz de comprender a cualquiera inferior. Visto con más detenimiento, qué nos sucede si nos encontramos un nivel de pensamiento que sí sea superior al nuestro.  
Otro clásico argumento sobre la incomprensión hacia lo manifiestamente superior aparece en la novela Solaris del mismo Lem: “y vi de pronto el delgado folleto de Grattenstrom, uno de los autores más excéntricos de la literatura solarística. Yo conocía el folleto; era un ensayo dictado por la necesidad de comprender aquello que supera al hombre (…) trataba de demostrar que los logros más abstractos de la ciencia, las teorías más altaneras, las más altas conquistas matemáticas, no eran sino un progreso irrisorio, uno o dos pasos adelante, respecto de nuestra comprensión prehistórica, grosera, antropomórfica del mundo de alrededor.”[1] En el mismo argumento de esta novela, la presencia del planeta Solaris con manifestaciones misteriosas advierte que hay una inteligencia superior o hasta una divinidad que desde ese planeta se comunica con los exploradores espaciales.
Por regla de tres, los escalones superiores de la evolución resultan imposibles de comprender desde los peldaños muy inferiores.[2] La anatomía afirmó que la clave para entender a los organismos menos evolucionados estaba en los más evolucionados, dando pie también para comprender el encadenamiento de la misma tesis evolutiva. Si nuestros antepasados han interpretado a Dios con términos demasiado humanos, en exceso de antropomorfismo con pasiones y defectos de personas, conviene darnos el gusto de dar unos cuantos pasos imaginarios adelante para mostrar argumentos más conforme nuestro propio nivel. El novelista Asimov imaginó superar a la muerte por entropía cósmica alimentando un megacomputador que revirtiera la tendencia final, pues ante el Universo congelado y oscurecido, pronunciaría un bíblico: “¡Hágase la luz!”.[3]  

NOTAS:

[1] Stanislav Lem, Solaris, p. 94
[2] Debemos permanecer alerta ante cualquier intento de simplificar las escalas, pues siempre una “sensación” de superioridad con facilidad se convierte en prejuicio; pues los cambios de nivel son cualitativos y poseen enormes complejidades, tal como se esforzó en reinterpretar el pensamiento previo Levi-Strauss en El pensamiento salvaje.
[3] Isaac Asimov, La última pregunta.

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