Por Carlos Valdés Martín y Aralia Valdés Vargas
En la orilla intranquila del Purgatorio —tan lejos del Cielo como
del Infierno— coinciden dos almas notables, que se reconocen, aunque no a
primera vista. Llega Platón con la toga blanca y las sandalias ligeras, algo
cansado y taciturno, digamos que aburrido, lo llevaba a esta orilla discreta
del Purgatorio; y llega intranquilo pues ciertas especies recargadas, que
aderezadas a sus berenjenas favoritas, le causaban un estreñimiento más físico
que moral, por eso se alejó de sus amados Campos Elíseos, que es donde moran
los bienaventurados de la antigua Grecia.
Desde la orilla opuesta, meditabundo y cabizbajo, Marx se rasca las
barbas y arrastra una carretilla repleta de viejos tomos y reseñas que rescató
de la Biblioteca de Londres. Vestido a la usanza victoriana, de traje sastre
pero muy viejo y raído, lustroso y descuidado; ampliamente abandonado desde que
no recibe los cuidados de su querida esposa Jenny, ya hace un par de siglos.
Aunque Marx estaba abstraído y ojeando un ejemplar de economía de
David Ricardo, una maledicencia en griego llamó su atención, porque hacía rato
que no escuchaba palabras en ese idioma, que tan bien le habían inculcado en el
liceo alemán. Por lo que Marx se aproximó a esa sombra, y le dijo: “Creo que
reconozco esos retortijones, que yo mismo he sufrido tantas veces. La falta de
una buena dieta y la mala cocina londinense arruinaron mi estómago, para
siempre padezco estreñimientos gástricos y espirituales desde hace mucho. Pero
no hay nada que una buena dosis de dialéctica no remedie a la larga, como dijo
el que dijo lo que dijo, “todo pasa, nada queda y siempre cambia”.
Entonces la sombra visitante respondió en griego con acento ateniense.
Platón: Disculpe mi reticencia —estimable espíritu— no hemos sido
presentados y mi educación me incita a amabilidad de una presentación, aunque estos
intestinos protesten. Yo soy Platón, el ateniense cultor del saber, amigo de la
inteligencia, alumno predilecto de Sócrates, quien murió por su amor al
conocimiento y por la envidia de nuestros contemporáneos.
Marx: Disculpa mi rudeza y falta de modales, dicen que la raza alemana es
brusca y no posee elegancia en el trato, pero prefiero la franqueza a la
delicadez que oculta las contradicciones. Pero claro, entiendo el disparate, yo
bien que conozco de tu fama pero tú ignoras todo sobre mí, que mucho tiempo
humano nos separa. Yo soy Karl Marx, el nacido alemán y judío pero que renunció
a toda nacionalidad a cambio de la patria universal de los proletarios.
Exiliado y perseguido fui por mis ideas políticas y sociales revolucionarias.
En mi vida sin descanso, me propuse crear una teoría que liberara a los humanos
de las cadenas y miserias por ellos mismos impuestas. Aunque viví perseguido y
pobre, muy pronto el siglo posterior reconoció mi obra y millones siguieron mis
preceptos.
Platón: Ya veo que no me encuentro ante un espíritu cualquiera, pareces
persona culta y el saber caro cuesta. De hecho yo también opté, en cierta ocasión,
por el exilio, porque el saber aunque sea desinteresado despierta las más
extrañas e irracionales animadversiones. Pero dime, ¿cuáles son los motivos de
tu estancia en este apartado y discreto rincón del campo etéreo?
Marx: Quizá encuentres extraña mi preferencia personal, pero el Cielo no
me agradó porque no creo en Dios; en definitiva, me pueden motejar de ateo y no
lo tomaré a insulto. El Infierno me repugna, pues los desmanes y los abusos
nunca los he soportado. Y este discreto Purgatorio, a pesar de su insípida
apariencia y algunos malos olores es una orilla tranquila y provee mejor
iluminación que la biblioteca de Londres. Pero me complace encontrarme con un
griego tan distinguido, diría yo que un clásico de la filosofía.
Platón: Muchas gracias por su opinión, pero en todos los campos de saber
incursioné y también hice planteamientos para la corrección de las miserias
humanas y crear una sociedad, dentro de lo que cabe, perfecta y virtuosa, por
medio de una república aristocrática, guiada por los hombres más sabios y
justos en cada ciudad. Sin embargo, creo que mis enseñanzas políticas quedaron
en letra muerta, porque con todas las sombras que me he topado indican que no
existe la ciudad feliz que yo imaginé. ¿A caso en tus tiempos encontraron la
forma de crear esa ciudad feliz y virtuosa?
Marx: En cierto modo, mis tiempos fueron peores que los tuyos por cuanto
la infelicidad se extendió. Las industrias progresaron y las ciudades
crecieron, pero la miseria se expandió más que la prosperidad, la degradación
avanzó más que la virtud. Por lo que yo propuse una teoría radical y
revolucionaria, para cambiar la sociedad entera, por un orden comunista.
Platón: Miro con tristeza que los pueblos no escuchan la voz de los
filósofos y que las cosas marcharan hacia la sinrazón, pero no he escuchado
cuál era esa tu propuesta de un nuevo orden social. El tema me interesa ya que
yo mismo promulgué un nuevo orden perfecto al que llamé República. Si eres tan
gentil por favor explícate, ya que el diálogo es uno de mis placeres favoritos.
Marx: Propuse un orden social justo, completamente igualitario en que
todos los hombres tuvieran acceso a los medios de producción, porque ya no
habría propiedad privada, sino una propiedad común, que se repartiría
justamente entre la comunidad. El pilar de esta nueva sociedad serían los
proletarios, los trabajadores asociados que organizarían la producción de
acuerdo a la satisfacción de las necesidades humanas. Mi lema fue que a cada
quien según sus necesidades y así se le tratase a todos con justicia,
permitiendo que lo mejor de la humanidad brotara desde lo hondo del pueblo
trabajador.
Platón: En tus palabras resuena cierto igualitarismo sin sentido y hasta me
parece que en ellas se estarían integrando los trabajadores esclavos, para ser
tratados como si fuesen iguales a la élite civilizada. Me parece que en ese
afán justiciero se saltan las diferencias sociales y las conviertes en signos
de igualdad. Para mí es muy evidente que los esclavos no son parte del orden
político, porque no pasan de ser bestias parlantes, que no tienen cabida dentro
de la sociedad. Mi maestro Sócrates sostenía que hasta en el esclavo está la
potencia de la razón, pero eso sería una anomalía a la naturaleza y no el
cimiento de un nuevo orden social perfecto. Yo creo que la cabeza manda y las
manos obedecen…
Marx: Permítame interrumpir su argumento. El tema de los esclavos, creo
imposible que lo comprenda, porque su sociedad lo condicionó a ver la
esclavitud como institución natural. Pero en mi época ya la esclavitud se había
abolido en los principales países civilizados, solamente se mantenía en las
colonias y en algunas provincias bárbaras como el Sur de Estados Unidos. Pero
el final de la esclavitud ya era cosa evidente, solamente cuestión de tiempo su
terminación definitiva. De esa manera no es que en mi sociedad perfecta se
incluyera a los esclavos, sino que la esclavitud ya era obsoleta. En mis
tiempos, la gran masa de la población oprimida eran los trabadores proletarios,
quienes fabricaban toda la riqueza social y de la cual no poseían
absolutamente. En definitiva, yo me dediqué a la redención de los proletarios,
quienes serían el fundamento de la nueva sociedad.
Platón: Disculpe mi objeción, que salta de inmediato a la vista. Si en Grecia
el esclavo fue inferior, es porque el trabajo manual es inferior siempre; las
personas que se dedican al trabajo manual no usan su espíritu, se embrutecen
aunque hayan nacido libres. La elevación del espíritu, su dedicación a la
inteligencia y la virtud exige que nunca se trabaje. Solamente quienes no
trabajamos mantenemos la cabeza elevada para captar la superioridad de las
ideas. Por lo mismo, me parece un completo disparate poner en la base de la
comunidad política a los inferiores, a los rudos bárbaros que no son capaces de
entender sutilezas tales como la justicia y el buen gobierno.
Marx: Querido Platón, si mal no recuerdo en algún diálogo de su maestro
se reconoce que con la educación correcta un ignorante esclavo se puede educar,
y digo yo que si se educa entonces se puede convertir también en un filósofo.
Mi proyecto comunista implica que todo el pueblo tendrá educación y no se
mantendrá en la brutalidad. Pero en lo que disiento de fondo, es que en mi
opinión el trabajo no embrutece por sí mismo, sino que es el camino por el que
florece la inteligencia; claro, este no es un camino sencillo y directo como lo
mostró Hegel en su “Dialéctica del Amo y el Esclavo”; porque por definición
trabajar es plasmar lo humano en la materia, arrancar la naturaleza de su
estado indiferente sellando los fines humanos en la materia. La repetición y
las abrumadoras cargas que soportan los trabajadores, en efecto los embrutecen,
pero toda la sociedad se beneficia de ese trabajo, y solamente sobre esa
riqueza social es que florece el espíritu como un trabajo especializado, el
trabajo intelectual.
Platón: ¡Se me ha puesto la carne de gallina! Me altera que una mente
cultivada se atreva a llamar “trabajo intelectual” a lo que es la virtud del
espíritu. Simplemente la palabra “trabajo” demasiado repetida me trae algunos
ascos, y en este Purgatorio no resulta prudente convocar a los ascos muy a
menudo. Por lo mismo, le ruego dar un giro a nuestra conversación, porque en
este punto, además de no estar de acuerdo, posiblemente terminemos en una
enemistad. Y si no le importa, aunque el desacuerdo político es evidente, me llama
sobremanera la atención su amplio conocimiento en filosofía y sus llamados a la
dialéctica. En mis días, un gran mérito fue entresacar las formas de la verdad,
estableciendo los criterios lógicos y apelando a la dialéctica, como espada desenvainada
en busca del saber verdadero. Malos ratos y muchas dificultades tuve con
algunas autoridades, pero me molestaban demasiado los llamados sofistas,
quienes convertían las armas de la verdad en juguetes de niños. Yo siempre tomé
muy en serio el pensamiento y fui fiel a la memoria de mi maestro, quien murió
por esa causa. ¿Qué opinión le merecen esos temas?
Marx: En definitiva la filosofía dialéctica es uno de mis temas
preferidos, porque es la herramienta radical que permite desgarrar los velos de
la ignorancia y mostrar la realidad tal cual es, superando las engañosas
apariencias y observando la vertiginosa naturaleza del cambio. Por lo mismo,
aunque no coincido en teoría política con los griegos me considero humilde
heredero de los filósofos dialécticos de Grecia, entre los cuales se encuentra
usted. Sin embargo, debo aclarar un punto de enorme trascendencia, casi siempre
los filósofos dialécticos fueron idealistas y yo profeso el credo materialista,
que dice así: el ser determina la conciencia y no la conciencia determina el
ser.
Platón: Mi vanidad se exalta cada vez que escucho el tributo de espíritus
postreros, pero mi cortesía no me permite acallar las extrañas diferencias a
las que invocáis. Bueno, al menos ahora no adjuntáis el tema con nada que cause
escalofrío. Y —por cierto— esta plática ha provocado un alivio inesperado para
mis intestinos. Pero no nos distraigamos con temas de nivel bajo y continuemos.
En efecto, me considero idealista y la dialéctica es un tema de ideas, son las
ideas las que se mueven y trascienden, la materia es una cáscara temporal que
atrapa a los espíritus, no por ello soy antimaterialista porque la cáscara de
apariencia debe ser atrapada por la idea.
Marx: Creo que no captáis el fondo de las diferencias. Ya os comenté que
no creo en Dios.
Platón: Yo tampoco, yo creo en muchos dioses. La idea de un único Dios es
el producto de pueblos muy pobres, como los judíos que no alcanzaron más que
para tener un Dios.
Marx: Me estáis ofendiendo por mi genealogía.
Platón: Perdón, no pretendo hacer una alusión personal en contra de algún
pueblo. Los judíos que conozco me agradan por su inteligencia, pero no nos
desviemos. Aquí intento una defensa del politeísmo, y no entiendo bien porqué
en siglos posteriores cayó tanto en desuso.
Marx: Para mí uno o muchos dioses son lo mismo, simplemente un opio del
pueblo, una patraña para engañar ignorantes.
Platón: Bueno, en eso no estoy tan en desacuerdo, siempre en las religiones
se cuelan los falsos magos y embaucan a los bobos. Pero yo he tenido tratos
directos con Atenea, Afrodita y Apolo por lo cual no me inquieta si creéis o no
en ellos, pero es obvio que el acceso a los Campos Eliseos está vedado, únicamente
los devotos de Grecia y Roma somos admitidos, por lo cual no podré invitaros a probar las delicias del politeísmo.
Marx: Aunque me invitaras declinaría la deferencia.
Platón: Bueno, yo también declinaría una invitación a vuestra sociedad
perfecta, si está habitada por trabajadores, plebeyos y demás. De pensar el compartir
un Banquete con un mozo de establos se me pone de nuevo la carne de gallina.
Marx: Y también le resultará desconcertante que las mujeres sean parte de
la comunidad política y laboral.
Platón: ¿¡Qué!? Ahora entiendo, además de un sabio también sois un bromista,
solamente falta que me digas que las mujeres dirigen en el gobierno y enseñan
en las Academias de tus contemporáneos.
Marx: Cajum, cajum… Esta vieja carraspera…
En ese momento, Marx
observa la cara de sorpresa y angustia de su interlocutor, comprendiendo que no
llegará a ninguna parte polemizando con el griego, por lo que decide
interrumpir el curso que está tomando la conversación, y desviar el cauce. Pero
llega a sus oídos un lejano canto de sirenas, que indica el arribo de las más
profundas horas de la noche.
Marx: Creo que ya es tarde, esa sirena indica que terminan las horas
amables del Purgatorio. Para mí ha sido un gusto, aunque lo dudéis, por la
rudeza de mis modales y lo combativo de opiniones. Yo me quedo en el
Purgatorio, en el que permanezco voluntariamente, además de lo que ya comenté también
por la ingratitud de los hombres que jamás han puesto en práctica mis ideas
como yo hubiera querido y, por si fuera poco, han cometido los peores crímenes
imaginables en mi nombre. Al menos, a un Platón nadie lo ha usado como bandera
para guerras y exterminios, pero mi nombre ¡vaya que ha sido manoseado! Me
quedo en el Purgatorio esperando una mejoría en el clima del mundo y por una
cura definitiva a mis males intestinales.
Platón: Yo me despido presuroso, no sin antes agradecer la elevación de
vuestra plática, que si bien sois de modales rudos y de opiniones extrañas, se
evidencia la noble cuna y la virtud de vuestra inteligencia. Me retiro
presuroso antes de que cierren las puertas de los Elíseos.
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