Por Carlos Valdés Martín
El laberinto dibuja un símbolo
cautivador para representar al mundo, mientras el concepto de totalidad anuncia
la representación definitiva de la filosofía. El laberinto aclara como símbolo y la totalidad ofrece una idea máxima. Así, el
mundo resulta símbolo como laberinto y concepto como totalidad. Entonces el
puente entre el laberinto y la totalidad aparece
directamente. Claro, el laberinto corresponde en pleno a las figuras de conjunto
negativas, como indican el caos original, las peligrosas tierras ignotas, el
terrible inframundo, etc. Ciertamente, la totalidad revela el nivel mayor,
porque abarca los conjuntos positivos y negativos, reúne las visiones de cielo
e infierno, de lo pensado y lo impensado. Sin embargo, la confusa imagen del laberinto resulta reveladora para
la visión de la totalidad, como habremos
de observar adelante. Resulta imprescindible comprender que permanece ligado a
la condición humana, retándonos a obtener la resolución, nos exige alcanzar el final y conquistar la salida. Entre las variadas totalidades, la
del laberinto resulta retadora, la que exige una solución, obligando a pasar desde la quietud hasta el combate. Por eso el laberinto presenta la
excelente plataforma para conquistar
a cualquier conjunto parcial, a una totalidad, e incluso (en la exageración
optimista) a todas las totalidades.
Representa
la confusión y el peligro
El símbolo del laberinto (al inicio) representa la confusión, en sí indica el estado de perdición del ser
humano. Como seres humanos estamos perdidos,
no tenemos el sentido y como carecemos del sentido del mundo descubierto,
vivimos dentro de un laberinto. A la vida misma la podemos representar como un
laberinto y nuestro centro de la existencia lo identificamos como rodeado por un laberinto. Al despertar
de su letargo, quien se encuentra perdido decide (por fuerza) encontrar-se.
Al laberinto lo describieron
claramente las leyendas griegas del minotauro. Debe estimarse como un curioso paso en la formación de las sociedades,
la pretensión de crear un laberinto artificial. El primero artificial
fue creado, según dicta la leyenda
por un sabio llamado Dédalo, quien así sería el padre de las estratagemas
laberínticas. Y si un humano construye laberintos es porque los posee en su
interior. Este idearlos y construirlos (o crearlos sin idea) aparece marcado
por la formación de las ciudades. Una vez rebasada la vida primitiva, resuena una característica de las
civilizaciones: levantar ciudades, y ofrecer el nuevo modelo de complicación.
La polis establece la arquitectura de
una sociedad completa, identificando sus códigos de relaciones, describiendo su modalidad de convivencia
y sus conflictos. A las sociedades complejas y caóticas les corresponden
ciudades levantadas sobre el mismo diseño complejo. Ciertamente, no siempre las
urbes se edifican como laberintos, muchas fueron planificadas sobre grandes
líneas rectas y con avenidas amplias, con edificios claves estableciendo los grandes
puntos de referencia. Existen las ciudades-plano armoniosas, ordenadas y no laberínticas, pero también abundan las
otras, atestadas de curvas infinitas y mil recovecos donde esconder prodigios o
sorpresas y así, entre curvas y recovecos, acallar
cualquier sentido. La ciudad caótica erige la estructura arquitectónico-social
que reproduce el ambiente estruendoso
para la confusión y hasta el extravío completo.
Sin embargo, antes diseñó la naturaleza y prexiste un modelo original de
ellos, dominante en los ambientes geográficos, como los bosques y montañas. En
efecto, ya un bosque denso o las montañas saturadas de neblina crean laberintos
de la naturaleza. Posteriormente los humanos nos apropiamos de este efecto de
confusión y extravío naturales, la esencia de lo intrincado, para
recrearlos de modo artificial. La creación de ciudades laberínticas nos indica un
interior del alma humana forjado con moldes intrincados. Dentro de
nuestra cabeza ya sentimos el laberinto y percibimos la vida de forma caótica,
pero también existe una parte opuesta dentro del alma, esa parte importante se
opone a ellos y quiere alcanzar la claridad de las salidas, quiere obtener
siempre un sentido perfecto de sus actos y su mundo. Entonces, nuestro interior
anhelante y perplejo contiene al nudo intrincado y al opuesto, el “anti-laberinto”.
La visión plena y redonda del laberinto irrumpe unida a la noción de su
resolución: de ahí la gran fuerza de esta idea. La leyenda cretense nos
indica que el héroe Teseo resuelve el desafío y encuentra el camino del regreso
mediante una estratagema, incluso sencilla como adelante se verá. Aún así
conviene elogiar al ardid triunfador, pues escapar del peligro vale más que el
oro.
La
función del laberinto
Su presencia solamente irrumpe con plena evidencia cuando se está
perdido, pues mientras no aparece nítidamente definida tal situación de quedar
perdido y confundido tampoco está confirmada la presencia de un laberinto. En
ese aspecto, los espacios tan abiertos del desierto o el mar terminan convertidos
en nudos de perdición y, precisamente, esos territorios planos se “vuelven”
laberintos cuando la desorientación apresa a un viajero. Así, la condición
indispensable para definirlo es esta: el extraviado, el atrapado, un sujeto perdido
en ese territorio. Entonces descubrimos una extraordinaria función indicadora
del laberinto (y bastaría esa única función para estimarlo bastante) que es: revelar
al ser humano perdido. Estar perdido es caer en un enredo, desorientarse es
habitar en ese territorio hostil. Y el perdido se revela además, finalmente, como
un personaje solitario[1]. De
forma excepcional, grupos de personas quedan
errantes y perdidos, como grupos de náufragos o aztecas cruzando el desierto
rumbo a su futura capital. Pero la situación de extravío corresponde mejor al solitario.
De preferencia son los héroes solitarios quienes se internan en los dédalos y
los únicos capacitados para escapar.
El laberinto revela la perdición como condición humana esencial.
Al nacer ya empezamos desorientados sin conceptos y con percepciones limitadas,
diversos estudios psicológicos indican que las dimensiones del espacio-tiempo
todavía no están integradas en el infante, por tanto el niño pequeño percibe la
confusión. Así, cuando somos bebés comenzamos perdidos pero con el crecimiento adquirimos
la orientación. Después, ya con el intelecto formado, también regresan las
oportunidades para desorientarse. Los padres protegen a los hijos y generan un
espacio hogareño armónico colocado en el extremo opuesto de los nudos confusos,
pero el crecimiento también permite traspasar hacia éstos. En especial, reconocemos
los periodos de crecimiento acompañados de crisis, los pasajes de la
adolescencia y la juventud, desembocando hasta las puertas de un enigma. Estos
periodos de crecimiento indican a los laberintos también como pruebas de vida,
eventos de trasmutación hacia el crecimiento, así definen el camino del
héroe. El largo viaje de Ulises describe un tipo de laberinto de viaje
armado por mil accidentes geográficos y trampas de los dioses. Mientras los
humanos corrientes transitan rutas normales, los héroes surcan los caminos
laberínticos, trepan las rutas escarpadas y solitarias para cumplir sus
hazañas, remontando hasta donde nadie había osado llegar.
El laberinto separa lo verdaderamente valioso, el territorio
trascendente y lo mantiene fuera del alcance de los simples mortales, por lo
tanto funciona como un obstáculo de apariencia insuperable. Este
territorio inaccesible llama a los héroes con fatalidad, con astucia o con
encanto, y dentro de ese agreste lugar están protegidos y ocultos prodigios
tales como la fuente de la juventud, la amada, el fuego sagrado y el reino
celeste. Y ese lugar de valores o maravillas es, casi por regla, el centro del
laberinto, por eso al avanzar el héroe se adentra en el peligro y la perdición.
Este camino presenta peligros crecientes alejándose de nuestro mundo
prosaicamente real y cotidiano, entonces la senda conduce a los héroes hacia la
posibilidad de no regresar jamás, hacia la eventualidad de la muerte y la
disolución total. Adentrarse hasta el nudo de dificultadas implica perderse. Y
el corazón de tal perdición solamente lo concebimos como una muerte. Al centro
de tal nudo asecha la disolución completa de la existencia, en otras
palabras, la muerte absoluta.
La
resolución de laberintos
Los laberintos se justifican al terminar resueltos por salvadores, por
los héroes típicos entre cuyos modelos encontramos a viajeros y navegantes. Los
grandes viajes de descubrimiento o conquista que ocurrieron en la historia antes
se adivinaron dentro de la mitología. Las narraciones de Ulises emanaron de situaciones
reales, pero saturadas de ficción y divulgadas mediante narrativas fantásticas,
y con esto la novelística demuestra que el laberinto está en el interior y el
exterior del ser humano. Los territorios desconocidos ofrecen uno de los
mejores modelos de nudos caóticos, porque representan perfectamente la
situación de desorientación y pérdida, rodeada de enormes dificultades. Esos territorios
desconocidos retratan verdaderos laberintos por sus comarcas lejanas,
bosques densos, sus montañas intrincadas, desiertos sin signos distintivos,
enormes mares sin señas de orientación, y también son desconcertantes sus
peligros representados por poblaciones hostiles, fieros animales, naturaleza
agreste, etc. Basta el desconocimiento de una extensa geografía para recordar a
viajeros sumergidos en la situación de confusión.
La resolución de anudamientos intrincados requiere de elementos básicos,
donde se distingue la misma característica del héroe (la tenacidad, el arrojo,
la perseverancia, la fuerza, la predestinación...) y también el auxilio de
medios de resolución. Los verdaderos medios materiales básicos para salvar
laberintos han sido los vehículos y las herramientas de orientación. Los
vehículos que guían son tradicionalmente caballos y barcos, a los cuales se les
reconoce un instinto para resolución de enigmas y les venera como confiables
compañeros de viaje. Como las tradicionales herramientas de orientación
esenciales para resolver el misterio natural de la geografía destacan las
brújulas, astrolabios, catalejos y similares. Por su lado, los mapas merecen un
capítulo aparte, porque el plano correcto es la resolución definitiva del
territorio anudado, y la tecnología GPS representa el concepto extremo de guía
con una orientación instantánea e infalible. De hecho, el mapa detallado
significa la muerte del laberinto, pero recordemos que durante los tiempos
antiguos los atlas eran aproximados y plagados de errores de cálculo, pues la
cartografía resultaba bastante inexacta, por eso cada plano todavía necesitaba
de la enorme pericia en la interpretación o la suerte del aventurero.
Sin embargo, contando con el recurso de vehículos y herramientas, la
solución del territorio confuso únicamente se cumple cuando se despliega una
operación mental. Esta operación mental consiste en la obtención de una
diminuta clave (la llave de salida, el hilo rojo de Ariadna) o hasta el
completo ordenamiento y la clarificación del espacio enigmático. El mapa
representa un resultado final de la resolución del espacio-laberinto. El
ordenamiento mental del laberinto nos conduce hasta la solución de una
totalidad ordenada, precisamente en un orden indicado por una palabra antigua:
“cosmos”.
La
brújula, el mapa y el ideal del orden de la totalidad
La resolución de los laberintos terrenales, como los materializados en
cadenas montañosas y mares con niebla, fue facilitada por un elemento material,
nacido de la observación de la aguja imantada apuntando siempre hacia el Norte
magnético. Con la brújula tenemos un primer objeto ejemplar de la resolución de
espacios intrincados. La presencia de la brújula siempre nos recordará que permanecemos
sometidos al riesgo de perdernos, mientras exista este objeto recordamos la
necesidad de escapar de territorios confusos.
El mapamundi ya indica otra situación, porque la cartografía es hija de
la resolución del enredo. El mapa es como la disección del nudo de confusiones,
y proviene de una resolución tan definitiva que ha matado al laberinto. El
macizo montañoso dibujado en el plano deja de levantar un embrollo, se
convierte en un curso indudable y un territorio dominado. Aquí, estamos en el
final del desconcierto, el problema resuelto completamente (aunque un sujeto
torpe pudiera perderse todavía al malinterpretar un atlas), y mediante un paso
más allá la tecnología de localización electrónica remota vía satélite se une
la utilidad del mapa con las herramientas de comunicación (incluso ya ningún
torpe se perderá).
La brújula y el mapa nos indican dos tipos de soluciones ante el
laberinto: la de momento y la absoluta. La brújula indica el trabajo constante
para superar un espacio misterioso, la oportuna referencia a una posición, que
nos facilita salir de la confusión, mientras el planisferio implica la
tranquilidad posible, la mirada serena desde un hipotético cielo, cuando
contempla las planicies y mares allá abajo, como puntitos resueltos de la
geografía humana. La brújula proporciona la acción transitoria y constante para
salir, y el mapa encierra la resolución absoluta, para solamente seguir las
soluciones definitivamente establecidas.
En ese sentido, el plano terrestre ya indica un ideal de claridades y de
solución para cualquier confusión. La obra de cartografía representa el ideal
encarnado de un orden sobre la totalidad laberíntica. Este ideal del mapa (y
su sucesor el sistema electrónico) es perfecto, pero esconde el
inconveniente de la perfección, pues invita a creer que la totalidad está
fija y puede contemplarse desde afuera, como una fotografía fija. Esa creencia
es inconveniente porque simplifica la totalidad, y simplifica en exceso.
Entonces conviene no simplificar (igual a reducir) demasiado a la totalidad y
tratar de ubicarla en su complejidad. Por definición la realidad entera implica
complejidad, pero lo complejo permanece incapturable y casi incomprensible.
Un modelo de totalidad, un
microcosmos
Si reconocemos a la totalidad del mundo demasiado compleja, entonces entenderla
y atraparla parecería como esperanza imposible. Esa imposibilidad de acceder al
conjunto ha sido negada por el pensamiento humano; el pensamiento cree en la
viabilidad de pensar. Decíamos que el mapa indica ya una de las
representaciones más clásicas de la totalidad en su forma simplificada. Esta
simplificación contiene los siguientes supuestos: la fijeza (el plano no se
mueve), la escala (pocos trazos representa grandes extensiones), la regla de
conversión (la regla matemática de la escala y la conversión de las coordenadas
esféricas a planas), los signos convencionales (representación de puntos
cardinales, accidentes geográficos, etc.), la reducción a la dimensión del
espacio (la geometría de la tierra es lo único interesante en la cartografía) y
que el sujeto del conocimiento está afuera del proceso (como espectador o consumidor
pasivo). Aunque exista una larga cadena de supuestos simplificadores, sobresale
que sí demuestra como posible un modelo del gran conjunto, mediante el dibujo
de un pequeño trozo de papel (el plano) proyectándonos al gran mundo. El mapa
nos indica que sí es posible referirse a la totalidad con eficacia, para
revelar el contenido del mundo entero. Para acceder a la gran y verdadera
totalidad recurrimos a una pequeña escala (en sí misma un conjunto, ya una
mini-totalidad), la cual nos clarifica la figura de la gran escala planetaria.
Podríamos objetar que el mapa esconde un artificio y mientras la
verdadera gran totalidad permanece inaccesible a nuestra mente, porque nos
hemos extraviado en el camino del artificio mental. Tal argumento nos llevaría
al escepticismo completo (a un callejón sin salida), y quisiera plantear una
respuesta a tal objeción, respuesta peculiar del pensamiento de la antigüedad.
En muchas culturas se encontró un modelo previo a cualquier artefacto externo,
porque el mapa ya es un artefacto exterior, fruto artificial de observaciones y
sistemas. El modelo previo de una totalidad parcial para referirse (develar) a
la gran totalidad del mundo fue el microcosmos dentro del ser humano. Por este microcosmos
los antiguos entendieron que dentro del cuerpo-espíritu humano estaba
reproducido el modelo del universo exterior, porque encontraban una perfecta
correspondencia entre el rasgo humano y el rasgo del cosmos. Afuera (entre el
cielo y la tierra) observaban el macro-cosmos y adentro del cuerpo percibían el
micro-cosmos. Para algún pensador moderno esto indicaría una simple regla de
analogía, copia de un orden humano con el natural, y establecer la
correspondencia por analogía[2].
Este no es el momento para analizar si las analogías entre el
cuerpo-espíritu humanos frente al universo son reducciones analógicas o descubrimientos
causales, pero es menester reconocer que en esa idea (variada) del microcosmos se
emplea una fórmula definida y astuta para acercarse a la totalidad. Acercarse hasta
conocer la totalidad es una exigencia absoluta del pensamiento, ya que la parte
sin su conjunto implica una entidad sin sentido ni explicación[3]. La
visión antigua de correspondencia entre micro y macrocosmos es una idea de
unidad en un conjunto estructurado, de tal manera que dentro del ser humano ya
se contenía un modelo para el conocimiento del universo. En las ideas de
microcosmos (existen varias[4]) habían
encontrado dentro una pequeña estructura el espejo y el modelo para el
conocimiento del universo. Esencialmente eso que siglos después ofrece el mapa
como modelo de saber, antes ya lo había ofrecido el microcosmos (o sea el cuerpo-espíritu
humano estructurado) como modelo inicial del saber: una estructura ordenada.
En ese modelo de conjunto mediante el microcosmos el elemento más
sorprendente resulta la conexión inmediata entre el ser humano con los
elementos más lejanos, precisamente la conexión con las estrellas y planetas.
Al describir de microcosmos referían cada parte del cuerpo con los planetas y
sus características, así como relaciones jerárquicas entre ellos. Lo integrado
por los antiguos es un pequeño orden universal vinculando desde los planetas
hasta cualquier otra cantidad de elementos, mientras fueran estimados
relevantes, como eran las vegetaciones estacionales, los metales, la jerarquía
política, etc. En la tradición de Occidente, estas relaciones del microcosmos
frecuentemente fueron interpretadas como magia o paganismo, por lo que sufrieron
persecuciones, y se convirtieron en parte integrante de los saberes esotéricos.
Pocos autores occidentales antiguos tuvieron la fortuna de mostrar sus visiones
del microcosmos y salir indemnes, como aconteció con Paracelso[5]. En
la tradición del Oriente chino e hindú, estas interpretaciones no sufrieron una
persecución continua, por lo que se mantuvieron como un “sistema” de
pensamiento bastante coherente, y luego de muchos siglos, permitiéndonos
recuperar sus características peculiares.
Al igual que comentamos en caso del mapa, podríamos también definir
limitaciones de este modelo de microcósmico del cuerpo-espíritu en relación al
conocimiento de la totalidad: variaciones de caso a caso (el caso de cada
individuo varía respecto del modelo general), indeterminación de las relaciones
causales (se desconocen relaciones causales del orden interno), tendencia a lo
metafórico en vez de definiciones universales (las relaciones entre órganos y
planetas resultan metafóricas como la relación del sol con la cabeza por superioridad
de este elemento), etc. Pero este modelo contiene cualidades complementarias y
antitéticas al caso cartográfico porque: retoma al sujeto de conocimiento desde
el interior (calidad de autoconocimiento), contiene diversas dimensiones
superpuestas (los planetas, los órganos, los elementos, las emociones,
etc.), permite el movimiento en el tiempo y espacio (es un sistema desenvolviéndose),
las correlaciones cualitativas resultan las principales predominando
sobre las cuantitativas (poco interesa la medida numérica), etc. Proponerse
descubrir desde la interioridad del ser humano y logrando la integración de las
cualidades, resulta un proyecto ambicioso y hasta (permitiéndome una
temporalidad fantasiosa) muy prematuro para la antigüedad. La interioridad del
conocimiento únicamente se recuperó para el discurso científico académico con
la creación de la psicología; el tema de la interpretación de cualidades resulta
una asignatura pendiente para diferentes ciencias. Sin embargo, pese a sus
limitaciones, el modelo de microcosmos resulta una aproximación a la totalidad
mediante una integración organizada.
El
laberinto contrapuesto al microcosmos
Posiblemente cuando objetamos que el mapa es artificioso y el
microcosmos inexacto como representaciones (justamente entonces) nos hundimos
dentro del laberinto de nuestra mente, enredados por el nudo incierto del
escepticismo. Y cuando desdibujamos el cuerpo-mente integrados del esquema del
microcosmos quizá restablecemos el reino de una condición laberíntica en el
interior del ser humano. Por la vía de una progresiva digresión de la
representación, el individuo puede separarse en cualquier cantidad de
estructuras contrapuestas. Esta separación sistemática elaborada por las
interpretaciones académicas también ofrece ya un tremendo problema, por la
dificultan inmensa para reunir lo separado, escapar del idiotismo de la
“parte”, la “religión de la parcela”. La separación se ha convertido un modo de
conocer al ser humano y curiosamente las reglas del pensamiento académico y
científico nos han acostumbrado a la especialización y separación excesiva. Una
vez establecida la parcela, cada academia que estudia un campo especializado
encuentra sus propias leyes exclusivas. El psicoanálisis se especializa en los
estados patológicos de la mente; luego, la lógica se especializa en las
operaciones mentales normales de tipo racional; la lingüística opera en otro
terreno, indiferente a si la mente razona o agoniza extraviada, etc. Lógica,
psicoanálisis y lingüística son disciplinas distintas, cada una con sus métodos
y enfoques, con sus discursos científicos, pero además no están en armonía. Ante
una variedad de especializaciones, finalmente resulta posible percibir al ser
humano como una colección de entidades separadas, que se interconectan sin
orden interno (casualmente relacionadas o sometidas a estructuras
especializadas, de nuevo la separación). De esta separación de especialidades
se crea un nuevo laberinto, que fue integrado sin resolución dentro de una
unidad: esta es la curiosa propuesta de Foucault con su anti-humanismo inicial,
quien afirma que la unidad del individuo es una ilusión emanada de la
estructura epistemológica moderna[6]. Y
esta interpretación no resulta tan excepcional, porque sin un mapa interior o
un microcosmos aceptable el exceso de especialización rompe la visión unificada
del hombre, de tal forma que se crea y perpetúa un laberinto interior. Ese embrollo
artificial reconstituido nos pierde para que ignoremos el contenido completo del
ser humano. Ahogados por un exceso de especializaciones nos volvemos a perder,
incluso los líderes y talentos intelectuales quedan confundidos, impotentes
para integrar los abundantes conocimientos de las disciplinas especializadas.
El microcosmos antiguo contenía la ventaja de permitir una integración inmediata
de casi todos los campos del saber (la astronomía, la anatomía, la medicina, la
herbolaria, la política, la religión, etc.), en contraste ahora el conjunto de
las ciencias y las especialidades está poco integrado. Sin integración en el
tema del autoconocimiento humano estamos como el antiguo viajero, perdidos en ante
el nudo de dificultades, pero ahora las mochilas del viajero están cargadas de
conocimientos científicos y de vastas especialidades, el personaje siente más el
peso de sus mochilas, se detiene atemorizado ante el pesado fardo sobre sus
hombros y las dificultades de una espesura amenazante.
La
integración de las ciencias y el infinito
La tarea de integración de ciencias es indispensable para recuperar la
claridad y resolver el laberinto, una vez más. Esta integración de las ciencias
o de cualquier saber se ha intentado muchas veces, y cada tentativa muestra
logros y limitaciones. Generaciones sucesivas de pensadores claridosos han
tenido presente la importancia de la unificación misma del saber, así, se encuentra
este tema entre los enciclopedistas de la Ilustración, la
filosofía clásica alemana, el marxismo, el positivismo, el pensamiento
sistémico y otros[7]. Reconociendo la
importancia de las tentativas unificadoras, existe un relativismo, pues el
proceso de conocimiento está continuamente abierto, y los conocimientos
especializados se bifurcan, el tema no queda resuelto de forma completa en cada
época histórica. Ante el saber disperso resulta indispensable alentar la acción
de los especialistas en el conjunto, integradores del rompecabezas de las
ciencias progresando sobre su parcela. La unificación del saber también se
puede convertir en una especialización mayor, ya sea mediante la filosofía, el
humanismo, la teoría de la ciencia, la epistemología, el estudio de sistemas y
estructuras, etc., por eso la solución accesible, en su misma acción parece una
paradoja de más especialización para solucionar el exceso de especialización.
Dejando de lado la paradoja, la integración de las ciencias (y de
cualquier saber aunque no lo categoricemos como ciencia) resulta necesaria y
positiva, como camino para integrar un conocimiento verdadero. Quizá cada
especialista por su amor propio no estará de acuerdo en aceptar como un avance
establecer generalidades sobre su particular terreno del saber porque su
especialidad le parece un campo de verdades precisas donde las interpretaciones
generalizadoras solamente causan interferencias. Para el filósofo (o cualquier
tipo de pensador de los Conjuntos) que bucea entre las alturas y las profundidades
con la bandera de que “la
Verdad es el Todo” no existe otro camino para resolver el
nudo de dificultades, sino alcanzar las generalizaciones y establecer los
puentes entre los saberes aislados. Para el estudioso del campo de lo general, la
integración hacia el todo configura la meta de la búsqueda de la verdad y su
modelo final. La peor actitud ante un laberinto es ignorar completamente su
salida, y la multiplicación de saberes parciales, también contiene una forma embrollada.
El conocimiento integrado de una totalidad de saberes entrega la posibilidad
del individuo para escapar del anudamiento, usando los modelos de la traza del
mapa y la figura del microcosmos. El dilema moderno oscila entre el extremo del
ser humano muy informado, saturado de saberes parciales, pero perdido para integrar
y controlar su vida (hundido en su laberinto), y el otro extremo, con la
posibilidad de una vida a la altura de los tiempos, con acceso a un camino de
salida, para nuestras confusiones esenciales. Una vez superadas las
oscilaciones, quizá después del laberinto de los saberes especializados aparece
abierto y perfectamente accesible el enorme territorio del verdadero infinito
tan anhelado por los poetas y filósofos, místicos y sabios.
NOTAS:
[3] Más bien
visto en detalle nos sorprendería la suposición de que se crea conocer la parte
sin el conjunto. En ese punto surge el acuerdo tácito entre la filosofía
clásica y las nuevas tendencias del pensamiento sistémico Cf. HEGEL, GWF, Enciclopedia de las ciencias filosóficas.
O’CONNOR, Joseph, Introducción al
pensamiento sistémico.
[4] Si observamos el contenido, descubriremos que ideas como la del
“pentalfa” pitagórico, la estrella de cinco puntas que implica el emblema de la
salud, indicando el “quinto elemento”, también corresponden con el
micro-macrocosmos.
[7] La
cuestión de fondo radica en sí esta dispersión adquiere un nivel cualitativo,
creando una crisis en sí, o si tiene una imposibilidad absoluta de integración.
Muchas teorías fundamentan su autoproclamada importancia en ofrecerse como la
opción final para la integración del conocimiento humano. Cf. ENGELS, Friedrich,
El Anti-Dühring.
1 comentario:
Me sorprendio encontrar sentido a los laberintos.
Pancho
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