Por
Carlos Valdés Martín
Visto
superficialmente el adentrarse en el reino de las salamandras asusta, porque
estos animales míticos son asaz de complejos y hasta peligrosos. Su frialdad de
mirada —compartida por otros reptiles— motiva nuestra precaución, pues la ausencia
de rastros emocionales desconcierta nuestra propia manera de ver. Un terreno poblado
con salamandras también indicaría que las aguas inundan las bases del reinado empantanadas,
demasiado húmedas y ya reblandecidas.
La naturaleza doble y la unidad mesoamericana
Los
vestigios de la cultura prehispánica indican que lo separado se unía para
organizar el cosmos de los aborígenes mesoamericanos. El símbolo de
Quetzalcóatl se ha destacado repetidamente como el eje de la unidad entre la
serpiente y el pájaro, de tal modo que las cualidades antagónicas de ambos
seres estaban ligadas permanentemente en uno solo, que combinaba las
características de los terrícola y la celeste, de lo hermoso y lo peligroso, de
lo muerto y lo vivo, de lo humano y lo divino.[1]
De tal modo que el interés por los reptiles anfibios también encajaría bien en
esa misma perspectiva. El más afamado de ellos en la región mexica fue el
axolote por sus rasgos de completa metamorfosis física y la conservación de
branquias junto con los pulmones que los habilitan para una doble vida acuática
y terrestre.[2] El
cocodrilo elevado a fecha de calendario representa la continuidad de este
interés por los seres anfibios. Dada nuestra lejanía con los sistemas
clasificatorios de culturas abordadas desde el exterior, podemos suponer que la
clasificación en la dualidad de la vida como terrestre y marítima (o también
otras dualidades) revela más continuidad de la que hoy aceptamos mediante una
fría clasificación zoológica según el sistema de Lineo. Supuesta tal unidad de
los seres duales (hasta aquí hipótesis, pero no arbitrariedad como lo sería
suponer también su radical diferencia) la afinidad (parentesco) entre
salamandras, cocodrilos o lagartos, ranas, iguanas, lagartijas y tortugas puede
aceptar un nivel de integración. El conjunto de los seres marinos duales ofrece
el aspecto de un conjunto cultural muy significativo, con interconexiones poco
exploradas. Por ejemplo, la tortuga aparece repetidamente ligada a los cultos
de la longevidad, la vida prolongada, la buena salud, los ancianos y los
gobernantes viejos; el cocodrilo con sus agresivas mandíbulas está próximo a
los guerreros dedicados a los combates;[3]
la salamandra, en su variedad local de axolote contiene una imaginería relativa
a la sexualidad.
Axolote: la salamandra de la unidad mexica
El
mérito de mostrar que el axolote es un símbolo adecuado a las venturas y
desventuras de la unidad nacional mexicana corresponde a Roger Bartra. Desde la
conquista española el pobre axolote fue un ente poco favorecido por la
imaginación clerical, por sus terribles asociaciones con el erotismo; incluso
se le acusó de ser causante de una epidemia en la ciudad. El sentido cultural
de esta criatura palideció frente a los usos y abusos de sus propiedades
terapéuticas. El axolote tiene una sorprendente capacidad para regenerar
miembros enteros que ha perdido, por lo mismo se puede asociar como un símbolo
de vitalidad, de resistencia ante los designios de la muerte. El maravilloso
poder regenerativo de sus extremidades, que cautiva la imaginación, ha
significado una fuente de torturas para estos animalitos que eran mutilados
para agregar ingredientes a ciertas pócimas secretas.
Además
el axolote, por sus raíces lingüísticas hipotéticamente podría ofrecer una
interesante conexión entre el mundo de las salamandras y las divinidades
ofídicas aztecas. Podría ser que la conexión entre la deidad Xólotl y el nombre
del axólotl no fuera casual, y que varios de los atributos de este dios lo
conecten con las cualidades ofídicas; pues se trataba de un dios que cae del
cielo como un rayo, corresponde con la luz cegadora y él mismo es un dios
ciego, que ha entrado en las profundidades de la tierra en su metamorfosis, quien
posee una cara de perro y unifica lo celeste con el inframundo. El rayo se
representa, reiteradamente, como la serpiente de fuego o de luz que desciende a
la tierra; serpiente que acompaña al dios de la lluvia a Tláloc, alrededor de
sus ojos. Este dios se consideraba el doble o mellizo negro del Quetzalcóatl,
por lo que regía las diferentes dualidades que se presentaban en esa cultura.
En la maravillosa leyenda del Quinto Sol, en una de sus versiones, el
renacimiento solar depende del sacrificio ritual de los dioses; para tal
sacrificio se encarga al aire, quien cumple su cometido, pero no puede matar a
Xólotl pues él se rehúsa: “Y lloraba en gran manera, de suerte que se le
hincharon los ojos de llorar; y cuando llegó a él el que mataba echó a huir y
escondióse entre los maizales y convirtióse en pié de maíz, que tiene dos
cañas, y los labradores llaman xólotl;
y fue visto y hallado entre los pies del maíz; otra vez echó a huir y se
escondió entre los magueyes, y convirtióse en maguey que tiene dos cuerpos que
se llama mexólotl; y otra vez fue
visto, y se echó a huir y metióse en el agua, y hízose pez que se llama axólotl, y de allí le tomaron y le
mataron”[4].
La alquimia y el misterio de las salamandras
Lo
que el cristianismo satanizaba por asociación con la leyenda que condenaba a la
serpiente como la causante de la caída de Adán y Eva no siempre fue aceptado
por las ciencias ocultas. Aunque las ciencias ocultas medievales no fueran de
intención satanista, su marginación del vulgo las llevaba a retomar asociaciones
con lo prohibido, en forma de lo terrestre. Si bien la salamandra y las
variedades afines no son acusadas directamente por la Biblia de ningún pecado,
eso no impedía su asociación popular dentro del universo de los bichos
malignos; sin embargo, si se creía en una malignidad, ésta también podría
encerrar algún poder eficaz,[5]
que las mentes aguzadas de los alquimistas querrían descubrir. Además la alquimia, como arte de las metamorfosis de los materiales, no
podía menos que admirar a los seres que metamorfosean, y el ciclo de cambio de
género de vida del agua a la tierra era un cambio que era admirado en muchas
especies de salamandras. Meta-morfosear es cambiar de forma; pero aquí la forma
puede ser fondo, alianza indisoluble entre lo nuevo que se ve y lo nuevo que
está naciendo; con esta operación tenemos una nueva figura de nacimiento, un
nacer que está partiendo completamente del mismo cuerpo de ese animal que lo
cambia por completo y que de sí ha nacido lo otro. Por el efecto de
renacimiento era tan admirada el ave fénix y también era una de la divisas de
la magia alquímica, pues por ese renacer se esperaba poder eternizar las vida
de los practicantes. Así, que la metamorfosis además de parto de sí podría
significar algo más, un cambio más radical que indicaría un poder mágico de
creación de lo nuevo, por lo mismo un poder de vitalidad perpetuo, con el
resultado que aparece la “salamandra de fuego”, el pequeño dragón que surge
entre la flamas.
Hermandad con el dragón
Dada cierta pobreza en la clasificación química de los materiales, la
afición por la transmutación, como serie de conexiones alquímicas no marcaba
límites precisos. Una interesante y barroca ilustración renacentista contenida
en Paracélsica[6] indica la correlación entre el
conjunto de elementos (cuatro básicos), los planetas y su conjunción bajo el
signo de su transmutación como “monstruo”, concretamente, en un dragón de
cuatro cabezas. Lo que en pequeño indica la salamandra lo representa al dragón
en la gran escala; recordemos que la alquimia estaba presidida por una clara
conciencia de la relación entre el macro y microcosmos, de tal modo que el
hermano mayor de la salamandra representa su culminación conceptual: el cosmos
como sistema total de metamorfosis es un como un dragón. ¿Cómo se formó? Por un
sistema de transmutaciones, de cambios donde los contrario se fusionaron de tal
modo que se estableció la síntesis, el sistema de correspondencias en unión.
Heridas medicinales
Demasiado bien sabido está que la avaricia por la alquimia se centró en la
piedra filosofal que transformara el plomo en oro, pero esa no fue la única
transmutación por la que se interesó el auténtico filósofo natural, también
lindaba la alquimia con la promoción de la medicina. Efectivamente, la curación
de dolencias del cuerpo y del espíritu también era una de las ramas de la
alquimia, así el más famoso alquimista del renacimiento, Paracelso, alcanzó su
notoriedad por su intervención en el combate a las pestes que asolaban el
centro de Europa. Para los intereses de la curación, que se investigaban a
tientas por cualquier medio de utilización de hierbas o minerales, de aguas o
fuego, de signos o sangrías, no descartaba la referencia a animales virtuosos;
en ese contexto de búsqueda de remedios ante enfermedades atroces y hasta masivas,
la facultad regenerativa de la salamandra (y otros reptiles) aparecía como una
virtud mágica, que debería ser atrapada por algún medio. La imagen de una metamorfosis que regenerase
por completo al cuerpo, haciéndose nacer en otro, al mismo tiempo que
reconstituyendo sus partes perdidas integraba una combinación de facultades
admirable que ejemplifica las más ambiciosas pretensiones de la alquimia
medicinal renacentista.
La debilidad mimética:
camaleones
A algunas de las variedades de las salamandras las consideramos como seres
débiles, y pareciera que el diseño de la naturaleza, lo que ahora llamamos su
nicho ecológico, las adaptó para sobrevivir con su debilidad. Siendo animalitos
poco agresivos y sin muchos medios de defensa, en el caso de las variedades de
camaleones surge una potencia extraña, la habilidad de mimetizarse con su
ambiente, mediante el cambio de los colores de su cuerpo. Aparentemente, esta
metamorfosis no era tan conocida en Europa medieval, como después sería
popularizada; pero conceptualmente completa el cuadro de los poderes de
transformación.
En un sentido físico advierte una potencia humilde comparada con las
anteriores, pero recordemos un contenido sicológico de la mimesis. Una cualidad
humana esencial para la formación de su sociabilidad es la capacidad de
identificación mimética con los otros y hasta con los seres naturales. El
mimetismo de hijos con padres parece poco llamativo, pero si recordamos que
casi la totalidad de los pueblos han mostrado que se identifican con los
animales, que los llaman sus hermanos o padres, que sienten que son parientes y
que los cuidan, llegamos a una conclusión que la facultad mimética posee rango
ontológico.[7] No
se trata de una mascarada y engaño sobre lo que estoy pensando, me refiero a una
cualidad para efectivamente quedar ligado al animal otro y ponerse en su piel,
asimilar sus características y apropiarse esa posición en el mundo. Entre los
aztecas se hablaba de que los brujos tenían su nagual, un animal especial que
les permitía transfigurarse nocturnamente y mediante el cual hacían correrías
nocturnas; pero el brujo manejaba intencionadamente lo que era una atribución
general de mimesis con los animales circundantes.
Armonizando con la virtud del camaleón, la facultad mimética debió de
provenir de una debilidad original de la humanidad, que se escondió en la piel
de animales más fuertes[8]
(aunque también más débiles) para extender su ámbito y desde ahí dominar su
mundo. En la dialéctica natural la debilidad se convirtió en fuerza y sigue
siendo fuerza cuando se presenta como evidente capacidad para logra una
identificación entre humanos y lograr acuerdos de intereses no antagónicos
(porque el que se mimetiza deja de guerrear con el otro).
Las metamorfosis íntimas
Los mayores cambios personales ocurren en la conciencia, pero en el campo
de emociones al dínamo de las transformaciones lo descubrimos en la sexualidad.
El dicho de que el amor todo lo cambia resulta certero.
Un extraño pasaje de la sexología clínica lo ofrece W. Reich cuando considera
que existe una transfiguración síquica del carácter humano hacia la figura de
animales cuando se bloquea la energía sexual orgásmica.[9]
Según sus observaciones clínicas la represión de la descarga orgásmica podía
estancarse en una transformación momentánea del orgasmo en una figura animal,
por medio de la cual existía una profunda alianza sicológica entre el humano y
cierto animal durante la descarga sexual. La asociación entre algo tan íntimo y
la irrupción de la figura de un animal resultó un acontecimiento inesperado, un
encuentro con una mimesis que no era esperada por el observador, y por lo
mismo, me parece que es un “hecho” muy desprejuiciado que habla a favor de la
unidad mimética con el reino animal. De nuevo irrumpe la metamorfosis, ahora ya
no como una intención de un miembro de una tribu que desea disfrazarse de
animal, sino la sique de un habitante urbano y civilizado que se convierte sin
saberlo en la mimesis de un animal. Cuando pensamos la mimesis en términos de
primitivos salvajes sonreímos porque estamos a salvo, pero cuando la identidad
con el animal irrumpe en la alcoba de las parejas modernas debe sacudirnos un
temblor de desconfianza y preferiríamos suponer que el autor exagera. No se
piense que la irrupción de una figura animal en la psique sexual siempre
ocurre, el evento está restringido a casos particulares, pero no por ello deja
de ser significativo.
Regresando al terreno amoroso, la metamorfosis emocional dependiente de
eventos casuales, también está profundamente arraigada y es el material más
rico para las tramas literarias. Invariablemente el amor es el ingrediente
alquímico para la felicidad que ha de convertir al malo en buen corderito;
inversamente, los eventos del desamor habrán de convertir al celosos, como
Otelo,[10]
en un toro sanguinario que asesina intempestivamente a su amada, al hacer caso
de un falso rumor. Así, especialmente el desamor es una pasión que convierte
rebaja la humanidad súbitamente y da pié a formas de emoción animal, que no
permiten la entrada de razonamientos al corazón.
Sentido de la tierra, caída y
serpientes
Debido a su desaparición temporal, la luna se considera la residencia de
los muertos; además de una desaparición astral se creyó que su morada quedaba
en el interior de la tierra y siguiendo la tendencia irresistible de la
gravedad se supuso que la caída era la muerte. Las salamandras son una
variación del universo simbólico de las serpientes, y comparten sus principales
propiedades. Las serpientes representan un símbolo importante de la tierra,
sobre todo en su interior por lo que arrastran el vehículo de la caída, así
como puente con los muertos y su sabiduría. La medicina toma a la serpiente
como referencia por el doble camino que bifurca, desde la vida hacia la muerte,
pero también de regreso y por ello la medicina es regenteada por los ofidios.
Adicionalmente, la relación aceptada popularmente entre la serpiente y la
sexualidad, implicaba que se le
integrara en los ritos de fertilidad. Y encontramos una paradoja de contrarios,
pues los animales fríos, de sangre fría, próximos al agua y la oscuridad, son
también agentes del calor, promotores del fuego pasional, del incendio (de lo
relativo al Averno como lugar de fuego). En muchas culturas se asocia a las
serpientes con la fertilidad de las mujeres, y se les otorga unidad de
diferentes formas, por ejemplo mujeres con cobras en la India. Por un lado, la
mujer convoca lo más próximo a la tierra misma, el cuerpo de la fertilidad, el
origen humano directo por lo que cualquier evocación terrenal está asociada a
la mujer.
Bajo la óptica de la historia de los símbolos religiosos se encuentran
grandes cadenas de significaciones lógicamente ligadas, por su poder
representativo, que une tanto las grandes relaciones naturales descubiertas por
los pueblos (entre los planetas) y las relaciones síquicas que conforman
dinámicas definidas (como masculino-femenino). En ese aspecto, Mircea Eliade
establece una larga cadena de significados, reiteradamente mostrados en cada
pueblo, por la cadena “luna-lluvia-fertilidad-mujer-serpiente-muerte-regeneración
periódica”[11]. En esta cadena de relaciones básicas de los significados culturales de
los pueblos antiguos, vamos a insertar a las salamandras, cocodrilos y dragones
junto con las serpientes en el mismo nicho. Es una especie de doble animal
mágico del humano que lo relaciona tanto con la tierra y su atracción (la
caída) como con el agua y su fertilidad (la vida), su lado negativo se
interpreta como muerte, caída y pecado, pero su lado positivo aparece como
fertilidad, renacimiento y sabiduría. En efecto, el saber no pertenece
exclusivamente a la luz supra terrena, sino también al sentido de la tierra,[12]
al descubrimiento de lo que está adentro y de lo que dormita abajo (de la
apariencia) hasta los ríos profundos (quizá hasta subterráneos). Al indicar
estas líneas, recuerdo que el saber arquetípicamente femenino también surge
“intuitivo”, perteneciente a profundidades desconocidas y la función de médium,
quien adivina el más allá, preferentemente, recae en una doncella.
NOTAS:
[2] Resulta una peculiar
audacia de Roger Bartra elevar a este animalito hasta nivel de emblema nacional
en La jaula de la melancolía.
[3] Habrá que investigar
el motivo por el cual en las regiones pantanosas la relación con el lagarto se
modifica, al convertirse en más cotidiana.
[4]SAHAGÚN, Bernardino, Historia general de las cosas de la Nueva España,
libro VII, cap. 11, p. 29-30.
[5] El antiguo símbolo
bíblico de la “Serpiente de Bronce” confeccionada por órdenes de Moisés indica
esa reversión positiva, pues este ídolo curaba de las picaduras y sanaba
enfermos; curioso antecedente del Caduceo.
[6]C.G. JUNG, Paracélsica, Ed. Sur, p. 65.
[7] Gran importancia posee
la mímesis para el arte antiguo, como la búsqueda de una imitación perfecta de
la naturaleza o el cuerpo en la búsqueda de una perfección estética.
[8] Los trabajos de
Hércules comienzan con el León de Nemea, en el cual se mimetiza para vestir su
piel invulnerable y quijadas.
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