Por Carlos Valdés Martín
Rascando
bajo la piel de las intenciones pregunto ¿y si la existencia de cada persona
fuera una modalidad de heroísmo? Cada quien con un heroísmo distinto. Basta
imaginar a niños pequeños: primero desvalidos, ignorantes, sin recursos ni
guías. Así, empezamos todos y luego, al crecer a tientas, vemos un mundo sin
comprenderlo, plagado de asechanzas, con dificultades y donde un simple
descuido resulta fatal. Después, de jóvenes tomando fuerzas, arrancando los
secretos de la propia existencia, ganando batallas privadas, superando un
obstáculo, evitando tal peligro y aprendiendo de los golpes: así, crecemos.
Entonces arrancamos alguna satisfacción y reconocimiento como el primer beso:
así, aparece la madurez. En el otro extremo aparece el gran enemigo que es la sombra
de la muerte: así, termina esto, cuando la muerte siega el grano maduro. Haciendo
este repaso breve las piezas encajan. No resulta casual que cualquiera comprenda
el arquetipo de héroe y que en el arte aparezca con disfraces nuevos.
¿Y
si la vida entera resulta ser una edificación sobre cimientos de heroísmo? Atestada
de actos desinteresados desde el nacimiento del niño y su amamantamiento, pasando
por el silencio consternado ante la desgracia ajena, hasta el discreto respeto
a las leyes y normas. ¿Y si dentro del corazón respetamos por encima de lo demás
al más sublime y desinteresado actos? Como cuando arriesgamos el físico por
socorrer a un desconocido y mucho después de terminada la jornada le
descubrimos sentido.
Posiblemente,
la vida está atravesada de veneración al heroísmo, aunque ésta no se compone sólo
con alabanzas al heroísmo, sino también de sus contrapartes patéticas, de
mezquindad e indiferencia, las burlas sobre el falso heroísmo de los políticos
profesionales y la condena al utilitarismo descarado, completamente
anti-heroico y hasta anti-moral. Para comprender esa mezcla, extraña y
bulliciosa, presente en cada individuo, conviene comprender qué es el heroísmo.
La estructura de los mitos heroicos
Los
mitos heroicos conocidos en su generalidad poseen una estructura compartida.
Cambian los lugares y las caras, pero cierto hilo narrativo se va repitiendo.
En cada relato se dibuja la figura portentosa del personaje superior, quien se
agiganta mediante las aventuras acontecidas. Varios estudiosos importantes han
revelado esta estructura de los mitos heroicos, y hasta han procurado
psicoanalizarlos o alcanzado a develar alguna estructura universal en las
creencias amadas por los pueblos más dispares[1].
Siguiendo
la huella de tales estrados, podemos afirmar que el protagonista mitológico empieza
su aventura desde un mundo ordinario, al cual abandona al sentir el llamado
imperioso, para cruzar el umbral de la aventura. El motivo inicial puede partir
de la simple curiosidad, sin embargo, bajo el manto de la simple curiosidad se
oculta un destino verdadero[2]
y esconde un motivo trascendiendo hasta el mismo personaje, una estatura de
miras superior oculta dentro del relato. El salto se da ante un umbral del
trasmundo, aunque a veces basta una simple lejanía, un desplazamiento, un viaje
(justamente llamada odisea). Este para desplazarse hacia ese trasmundo existe
un umbral, al cual lo cuidan entidades de resistencia intimidante, pues
justamente procuran doblegar al héroe naciente. Este umbral y su recorrido
corresponden con el arquetipo material, psíquico y simbólico del laberinto,
primer gran modelo de la totalidad como enigma desafiante.
El
héroe debe derrotar o conciliar con el guardián del camino, utiliza la astucia,
la fuerza, la paciencia o la distracción, cualesquiera recursos son válidos
para esta etapa. De acuerdo a los enemigos a vences se eligen los recursos.
Posteriormente el héroe también recibe auxilios en su camino, aquí camino es
adquisición de talismanes, toma de poderes, crecimiento en capacidades. En este
proceso el héroe muestra y demuestra debilidades y flaquezas, está presente la
posibilidad de su derrota, su fracaso y su muerte, por eso también merecen
nuestra simpatía.
El
héroe entra vivo al reino del trasmundo, donde emerge (a veces) una oscuridad
completa, un seno profundo de la tierra; algunos protagonistas mueren
físicamente para ingresar directamente al reino de los muertos. En este camino
conviven tanto peligros enormes como potencias nuevas, adquiriéndose recursos
nuevos o desconocidos que fortifican al paladín (y descubrimos que posee un
valor antes ignorado).
Dentro
de este recinto de peligros el héroe alcanza una prueba suprema, ante la cual
parece que va a desfallecer, sin embargo, nunca desfallece y acumulando fuerzas
de su flaqueza, supera esta prueba final. Gracias a su valentía y perseverancia
el protagonista recibe un premio sobresaliente, una fuente sacra de fuerza
desconocida en el mundo ordinario o terrestre. Este triunfo muestra diversos resultados,
como la obtención de un objeto sagrado, la recuperación de la vida, el reconocimiento
del dios padre, el desposar con una diosa magnífica, una iluminación por el
fuego sagrado, etc. Como consecuencia un osado se convierte en un héroe
efectivo, y su existencia queda metamorfoseada hasta un nivel superior.
La
mayoría de los héroes mitológicos regresan bendecidos de su aventura; cuando
bordean la muerte son llamados sobrevivientes. Acontece un umbral de retorno,
el cual se traspasa para integrarse entre sus propias gentes, con un don y un
mensaje. El resultado usual trae una bendición importante a su mundo, como
Prometeo regalando el fuego a los mortales.
Muchos
relatos heroicos de los pueblos antiguos también describen procesos
iniciáticos, pues son narraciones de seres ordinarios o de divinidades
incipientes, que se trasmutan en héroes o divinidades, por medio de una serie
de pruebas rituales, que al superarlas convierten al ordinario en
extraordinario, pues hacen germinar la semilla de esplendor latente dentro del
ser humano para convertirlo en portentoso. El superhombre naciente corresponde
paso a paso con el iniciado. En cualquier mitología y religión podemos
descubrir abundantes pruebas, bastará que lancemos la piedra de nuestra
inteligencia para que vuelen las aves revelando dónde se ocultan las pruebas.
Sin embargo, el término iniciado se refiere más precisamente a aventuras del
espíritu o del saber, mientras que el paladín resulta una figura desbordante
que abarcará cualquier ámbito de interés o prestigio. Compartiendo la misma
estructura, el héroe conserva un mayor prestigio, por moverse sobre el terreno
luminoso de lo portentoso y hasta de lo incondicionado. Si bien, en alguna
variante, también el venturoso se convierte en discreto, el mundo ignora el
portento que ha regresado del umbral.
Hércules
Este,
como cualquier héroe importante, nos revela la estructura básica. Además
resulta ejemplar pues para los griegos representa su máximo héroe, considerado
un semidiós, hijo de mujer y dios, quien con sus hazañas redefinió la faz
terrestre del mundo conocido. La fuerza es el emblema de este personaje, y su
ciclo mitológico, son los denominados 12 trabajos (correspondientes al
zodíaco). Peculiarmente, en su último trabajo es obligado a descender al mundo
de los muertos para dominar al gigantesco perro de tres cabezas, de nombre
Cerbero, guardián de las puertas del inframundo.
En
el relato, ésta resulta la más difícil de sus aventuras, porque se adentra al
mundo de los muertos llamado Hades. Como primer paso para este trabajo, acude a
Eleusis donde es recibido en los misterios eleusinos, y purificado por muertes
sacrílegas causadas con anterioridad, como las que causó a unos Centauros.
Resulta significativo, que al final del ciclo Hércules resulte un iniciado dentro
de los misterios más famosos de los griegos. El relato mitológico dice que los
misterios de Eleusis buscaban dominar el secreto de la muerte. La previa purificación
e iniciación son importantes, porque siendo este Hades el mundo de los muertos,
significa que el semidiós se prepara para morir y re-vivir después. En efecto,
los griegos creían en la posibilidad de la reencarnación.
Además
de regresar él mismo, rescata a Teseo, otro importante héroe, atrapado en el
Hades durante la desesperada búsqueda de su amada muerta. El dios reinante en
el mundo de los muertos es el dios Plutón, quien autoriza a Hércules para llevarse
temporalmente a Cerbero si lo domina sin uso de armas. Como si fuera un círculo
de narraciones, recordando su primer hazaña cuando su fuerza desnuda bastó para
dominar al León de Nemea, de nuevo Hércules usa una fuerza desnuda, ahora para
dominar el camino de los muertos y salvar airoso su regreso. Este regreso
redondea su fama y cubre su ciclo final.
Por
ejemplo, la leyenda egipcia de Osiris nos indica otro modelo heroico-iniciático,
que pasa por la muerte y resurrección del dios, quien ayudado por su
hermana-esposa Isis adquiere la sabiduría suficiente para derrotar al mal
encarnado en Seth, dios de los desiertos. Primero Osiris fue traicionado por su
hermano malévolo, Seth, quien lo mata arteramente, para desmembrarlo y
dispersarlo en partes. La muerte y desmembramiento de Osiris indica el lado
débil del protagonista, tan indispensable para el mito heroico, bebiendo el cáliz
del dolor y la derrota. La debilidad del protagonista es un ingrediente de
dramatismo, donde nos identificamos con nuestra propia debilidad y deseamos
abrevar en una fuerza. Anotemos: el dios
supremo de los egipcios conoce el dolor del martirio y la muerte, sacrificado
en horrible modalidad.
Afortunadamente,
la hermana Isis recuperar después las partes del cuerpo y lo reconstituye, para
revivirlo dentro del reino de los muertos. En este relato se pone el completo
acento en un papel activo para la diosa femenina mediante su papel reiterado donador
de vida, pero no en papel de madre, sino de médico sagrado, revitalizadora. Entonces
la alianza de una pareja divina garantiza el desenlace satisfactorio, y si bien
es típico que el protagonista de tales mitos sea masculino, no se desprecia una
participación femenina en la trama, sino que se reconoce. Una vez recuperado y
purificado, Osiris adquiere poderío para desterrar al mal perverso de las
tierras egipcias y para vivificarlas mediante la fertilidad del río Nilo. Así,
mediante heroicas pruebas de renacimiento Osiris se convierte en el padre del
pueblo egipcio, pero la lucha ha sido tremenda, por eso permanece confinado
dentro de su reino transmundano. Este relato fue el modelo dramático entre los
antiguos egipcios; modelo seguido por las castas sacerdotales egipcias en
rituales entonces llamados los misterios de Isis. Y no debemos terminar este
punto, sin señalar que la estructura del Nuevo Testamento, establece la
narrativa del martirio de Cristo en términos muy similares sacrificio redentor,
muerte y resurrección[3].
El paralelismo de las creencias en el dios-joven sacrificado se observa en
otras religiones como se indica entre los griegos con Dionisos y los
escandinavos con Balder.
La sociedad como hero-arquía
Una
interpretación radical de la importancia del héroe nos la proporciona Carlyle,
cuando estima que el entero edificio social, la convivencia humana se funda
sobre la piedra del culto a los héroes, ahora ya entendidos en una amplitud de
grandes hombres reales, los enormes líderes guiando a su sociedad, y causando
un movimiento universal de seguir sus huellas. Para su interpretación la
sociedad entera es “un culto graduado a los héroes; reverencia y obediencia que
tributamos a hombres verdaderamente grandes y sapientes. Todos estos
dignatarios sociales son como billetes de banco; todos representan oro, si
bien, por desgracia los hay falsos siempre”[4]
Por dignatarios sociales Carlyle entiende cualquier representante político,
pero también las jerarquías de religión con sus sacerdotes y ministros, las de
educación con sus maestros y rectores, las de economía con sus directores y
empleados. Y una jerarquía mide su poder por la cumbre, y si desaparece la
validez de su pináculo, también caerá completa, tal cual el sistema financiero,
que le sirve de metáfora de las validaciones del cambio diario. Para esta
interpretación en la cúspide solamente consigue colocarse un héroe, donde se
concentra lo grande y ejemplar, por eso resta seguirlo en el curso de los
tiempos[5].
A
la cabeza de las sociedades, en un momento inicial le parece a Carlyle que no
hay antepasados simples sino siempre héroes quienes marcan el rumbo y el
derrotero. Este liderazgo inicial no requiere de un plan detallado, bastan unas
pocas ideas brillantes, resultan suficientes unas grandes líneas maestras
insufladas con la potencia heroica para levantas las velas del barco de los
pueblos. De hecho, le parece a Carlyle que la Historia entera solamente es “en
el fondo, la historia de los grandes hombres”[6]
Con esta clase de interpretación se coloca en uno de los extremos de la
interpretación, completamente opuesta a las tendencias más modernas e
históricas, que consideran la combinación de los factores sociales, y los
influjos de economía, demografía, política, tecnología, etc. para hacer un
balance equilibrado entre la Sociedad y el Individuo[7].
Al contrario, este ameno autor insiste en colorear la acción del grande entre
los grandes, para enaltecerla como la luz en mitad de la entera oscuridad o
mejor, con su afortunada imagen, es el rayo incendiando a los troncos secos,
pues “El hombre grande (…) es el rayo verdadero (…) Al son de su vigoroso
acento, enciéndese el hacinado y corrupto combustible, todo es conflagración en
torno suyo… ¡y luego dicen que los secos leños amontonados fueron la causa!”[8]
En definitiva él toma partido por el rayo tan incendiario como súbito e
inesperado, desdeñando a los troncos secos, apilados en su montón ordenado,
merecedores del olvido.
Una nueva clase de héroes
Ahora
bien, en su concepto el héroe Carlyle se expande a una variedad de personajes,
ampliando la cuenta del mito heroico tradicional, y entran en su cartera también
los profetas, los literatos, los intelectuales, y los líderes políticos. En el
tránsito histórico real desde el siglo XIX, entró (y en cierto sentido
continuó) en uso habitual el paladín político, el prócer de la patria y el
defensor militar de la nación. El ascenso de las naciones desde el siglo XVIII
se vincula con un nuevo culto laico al panteón de los padres de la patria, donde
cada país posee su propia cosecha de apasionados fundadores de la libertad
política y la autonomía de los nuevos Estados nacionales[9].
Este fenómeno de culto a los próceres nacionales resulta bastante universal y
característico de la modernidad, sin embargo, no adquiere las dimensiones y
extensión de la propuesta de Carlyle, quien “hero-ifica” a Shakespeare y
Rousseau, Mahoma y Johnson. Esta ampliación del catálogo de héroes resulta indispensable
para incrementar la plataforma de la denominada hero-arquía social, es decir el
fundamento de la jerarquía social.
Ahora
bien, cualquiera estará dispuesto a elevar como personajes trascendentes a
Shakespeare y a Rousseau pero pocos los colocarán entre las filas de los próceres
en sentido estricto. Por herencia y por concepto, preferimos mantener ligada la
heroicidad con un conjunto de situaciones particulares, que confieren prestigio
y dignidad a los personajes que las han atravesado. Siguiendo la tradición el
calificativo de héroe al menos debe conjuntar el peligro atravesado y la hazaña
cumplida, quizá el resto de la descripción de la estructura ofrecida a partir
de los mitos la dejaríamos de lado con gusto. Los llamados padres de la patria
atravesaron el peligro de las guerras de
independencia y entregaron la hazaña de la libertad alcanzada (muchas veces no
durante su vida, sino como un legado de las generaciones posteriores), entonces
cumplen con esas dos principales características del heroísmo. Por su parte un
escritor como Shakespeare no se colocó dentro del torbellino de los riesgos, y
ciertamente su obra continúa extremadamente valiosa, pero no toda la gente
estará por considerarla una “hazaña” en el sentido físico del término. ¿Cuál resulta
ser la diferencia entre hazaña y gran obra?
La hazaña misma bordea entre la apariencia de la imposibilidad y supera
los abismos del peligro. La gran obra (en particular la creación del artista)
resulta imposible para los demás pero el artista justamente posee esa capacidad
única, como quien arranca una estatua perfecta del silencioso bloque de
mármol.
Hambre de héroes
Dando
un salto final al tiempo presente, digamos que ahora sufrimos un hambre de paladines
verdaderos. Los tiempos antiguos estaban relativamente satisfechos con sus
mitos, que para ellos fueron verdaderos durante siglos. La heroicidad de los
griegos se saciaba con Hércules y las narraciones de la guerra de Troya,
sumadas a sus narraciones históricas de sus guerras contra Persia[10]
y la conquista de Alejandro. La combinación de sus mitos con sus narraciones
históricas resultaba suficiente para saciar las ganas de heroísmo. Además los
oficios de la guerra resultaban suficientes. Debemos indicar como anotación
psicológica, que una parte de la función del relato heroico es una canalización
de las tendencias violentas latentes en el ser humano. Actualmente, los tiempos
cambiaron y los mitos cayeron en descrédito, además las guerras son un evento demasiado riesgoso y hasta disfuncional para el sistema socio-económico mundial.
Nunca regresarán los momentos cuando bastaba aportar un escudo y una espada
para integrarse a la falange romana. Y lo peor: además los soldados ya no
regresan de las guerras como verdaderos campeones, sino como adoloridos
testigos del trauma de las destrucciones militares.
Por
lo mismo, el heroísmo parece demasiado encasillado dentro del reino de la
fantasía, en los circuitos comerciales del entretenimiento. No es casual que
por vía del entretenimiento los superhéroes de historieta se hayan apoderado
del escenario. Los niños, jóvenes y hasta adultos devoran las fantasías sobre superhéroes
de ficción. También los videojuegos engrosan el culto a variedades fantásticas
de paladines. Asimismo, el deporte fabricando sus campeones como estrellas de
un espectáculo masivo pareciera ser el sustituto más cercano a la fabricación
clásica de héroes míticos; sin embargo, a fin de cuentas, sabemos que el
deporte solamente ofrece un juego.
En
nuestra sociedad existe demasiada demanda por una mercancía aparentemente inexistente,
el héroe pleno y realmente existente pareciera esconderse, desaparecer
del escenario moderno. De nuevo, creo indispensable recurrir a una extensión de
los conceptos, y recuperar por un efecto de utilidad lo que ya rechazamos de
Carlyle por idea, pues ahora revelamos que dentro de la vida cotidiana brotan
las chispas de heroísmo, y ahora estoy sacando a término un rasgo típico del acto
heroico que quedó bajo la sombra. El heroísmo es entrega desinteresada, la
hazaña cumplida posee el rasgo de un beneficio final sobre el cual el ego no adquiere
provecho y entonces la retribución final del acto heroico es un beneficio
desinteresado derramado sobre el prójimo. Recordemos a Prometeo, modelo del
héroe mítico, quien entrega a la humanidad el fuego bienhechor a cambio de nada.
Entonces existe ese otro heroísmo a ras de suelo, sobre el cual se puede
alcanzar cosecha abundante, y nos entrega la generosidad convertida en todo
tipo de filantropía. En efecto, a nuestro alcance permanecen decenas de
definiciones para el mismo acto generoso e indispensable como son:
altruismo;
amor;
abnegación;
agradecimiento;
amistad;
afecto;
aportación;
atención;
ayuda;
benefactor;
beneficencia;
benevolencia;
beatitud;
caridad;
comedimiento;
consideración;
compasión;
comunitario;
dádiva;
donación;
devoción;
deferencia;
entrega;
equidad;
espléndido;
filantropía;
fraternidad;
generosidad;
hermandad;
homenaje;
justo;
legado;
magnánimo;
miramiento;
mutualismo;
noble;
ofrenda;
piedad;
querer;
sacrificio;
santidad;
solidaridad;
subsidios;
tributo;
útil,
serlo para otros;
virtud;
voluntariado.
Resulta
significativo que nuestro lenguaje posea tantos términos señalando hacia esta
misma esencia. Así, el heroísmo todavía ofrece un camino cotidiano para
acciones de beneficio incuestionable, y además tal clase de heroísmo permanece
al alcance de todas las manos y hasta para esa multitud de pies descalzos, que
Marx llamó proletariado[11].
NOTAS:
[1]
Cf: CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras, psicoanálisis del
mito, ELIADE, Mircea, Tratado de
historia de las religiones, y FRAZER, James, La rama dorada.
[2]
Cf: CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras, psicoanálisis del
mito.
[3]
FEUERBACH, Ludwig, La esencia del
cristianismo.
[4]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 40.
[5]
Con otro matiz, José Ortega y Gasset convoca a seguir a los egregios en cada sociedad, y recuerda el sentido original de los aristoi
griegos, sentido pervertido por la práctica de la élite aristocrática. Cf. El tema de nuestro tiempo.
[6]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 31.
[7]
Cabría comparale con Lenin, quien recuerda siempre la importancia de los buenos
jefes, mientras alaba a las masas proletarias. Difícil balance entre los
extremos, por ejemplo: Cfr. LENIN, V.I. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.
[8]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 41.
[9]
Cf. CHABOD, La idea de nación.
[10]
Por ejemplo, la
preferencia de Herodoto por los espartanos sobre los atenienses me parece se
basa en el modesto heroísmo de los discípulos de Leónidas.
[11]
Desde la publicación del Manifiesto Comunista quedaba claro que
el aliento emotivo de Marx convertía en héroes a los desheredados del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario