Por Carlos Valdés Martín
Entre las graciosas ondulaciones
de la leyenda de Narciso y Eco se muestran los extremos hipotéticos para el
individuo antiguo o moderno. A la
Grecia clásica le reconocemos una primera luz para la
comprensión del alma y en esta leyenda descubrimos los extremos ante los cuales
nos debatimos. Para el individuo sano resultan desconocidos tanto un egoísmo
enloquecido, como un desprendimiento ilimitado. Así, conviene observar los
pliegues de la leyenda para comprender mejor nuestras posibilidades extremas.
Narciso y Eco: la seriedad de la metamorfosis humano-natural, la
flor y el fenómeno
Para una mentalidad fresca e
ingenua la metamorfosis parece una posibilidad efectiva, quizá extrema y
extraña pero viable para cumplirse en la imaginación. Las mentes ilustradas se
reirían de las narraciones contenidas en los mitos, pero la gran masa entre los
antiguos vivía sus leyendas como una realidad legada. Y como nos demuestra la
larga saga de relatos recopilados y embellecidos por Ovidio[1], los eventos
de metamorfosis formaban un componente esencial de tales leyendas. Los humanos
convertidos en árboles o piedras, los dioses cambiados en toros o cisnes, tales
acontecimientos fantásticos nutren el relato y dibujan su geografía íntima,
describen su peripecia in-creíble.
El relato mítico ofrece un
“drama-génesis” para los fenómenos naturales, así tal árbol no proviene de una
fría casualidad o un capricho natural incomprensible, sino de una
personalización. En su conjunto, el pensamiento primitivo prefiere comprender a
la naturaleza como un “tú” mejor que interpretarla como un “eso” (neutral), le
confiere el pensamiento primitivo o antiguo a la naturaleza un estatuto de
personalidad[2], tal como el pensamiento
religioso le confiere al principio supremo una personalidad (Dios como un “él”)
y no una superioridad tan abstracta, distante a cualquier psique. Entonces al
griego antiguo para entender una flor no bastaba relacionarla con sus formas y
utilidades, su comprensión arrastraba hacia una personalización, lo cual
acontece perfectamente con la flor del narciso, la cual adquiere su sentido mediante
una leyenda. La flor encerrando a una persona, indica una interpretación y una
identificación entre los griegos y su entorno, el evento de un diálogo
imaginario entre las almas y las cosas.
Narciso y Eco: el complemento de las representaciones desgraciadas
entre los griegos
En esta leyenda, la imaginación
creativa descubre la concordancia de una doble desgracia, la coordinación de
una falla gemela, engarzando dos fracasos, para unirlos en un único relato
figurando como emblema. ¿Un amor imposible es peor que dos amores imposibles?
La inviabilidad del amor, lo inalcanzable se convierte en el motivo del relato,
la invitación a colgarse del viaje de la lejanía, seguir esa nube imaginativa.
Para Narciso lo inaccesible es su propia imagen, excedida en la belleza física,
pero engañándolo con las suaves alteraciones del agua del río, prometiéndole un
mancebo distinto, escondido bajo el flujo del agua. Para Eco lo inasible es el
joven indiferente y perdido dentro de un egoísta amor propio, y ella misma termina
caída en una locura de amor, despechada y convertida en aire.
El amor dramático o romántico no
se aproximaba a los gustos griegos, pues ellos preferían las satisfacciones
inmediatas, la sencillez de una satisfacción directa desde la belleza hasta el
abrazo o bien la caída absoluta de la tragedia del amor imposible entre humanos
y dioses. El romanticismo sostenido durante las largas noches en vela, resulta
una excepción, como la fiel esposa Penélope esperando a su querido Ulises
mientras teje y desteje esa única prenda. Entonces el emblema griego del amor parece
oscilar entre las parejas felices, incluso si reciben amoríos fugaces, y las
trágicas imposibilidades.
Narciso como pesadez: la espalda corvada y la mirada hacia la tierra
La pesadez encorva la espalda
cuando señala hacia la dirección de la gravedad. Las asociaciones profundas de
la tierra, indican el recinto del Hades, una especie de infierno, sin tintes de
maldad, sino de simple caída por la desgracia de la muerte. La gravedad de su
pasión imposible encorva la espalda de Narciso, y aún cuando no se da cuenta de
que su posición resulta reprobable. En vez de una reprobación moral directa,
Narciso indica la curvatura de su espalda, se coloca en la pose típica de la
tristeza, ya no manifiesta esperanzas ni movimientos posteriores. Por interpretación
fisiológica, la espalda curva se asocia con la tristeza y la debilidad; esto
revela que Narciso denota la anemia de la decadencia física (inmovilidad,
encorvado, palidez) y espiritual (obsesión, irrealidad, melancolía) a penas
oculta por su juventud.
Narciso como derrota: arrodillamiento y desaparición del mundo
externo
Además de la espalda curva
aparece el arrodillamiento de Narciso, para alcanzar las condiciones de una
imagen escondida dentro del agua. Perseguir al otro Narciso imaginario exige
una rendición, tal como lo muestra la rodilla en el suelo, signo típico de las
rendiciones incondicionales. Narciso se ha rendido, abandona el mundo, es un
derrotado del amor propio y ya nada le importa. Si a la Victoria la esculpieron
con alas, la Derrota
se representa arrodillada.
El amor rinde a Narciso y el lado
externo se evapora. El personaje yace marginado, arrinconado en una orilla
discreta y sin pretensiones. Este Narciso es un desertor de la existencia,
consumido por un arrinconamiento extremo, donde la orilla semeja al abismo.
Narciso como opacidad: el trasmundo bajo el espejo del agua
Queda colocado en un rincón, pero
Narciso busca un espacio enorme, un más allá fantasioso, atrapado debajo del
agua. El espejo del agua es engañoso, encarcela la metamorfosis alrededor de un
mismo punto. El joven pretende rescatar su imagen, pero el agua fluyendo no entrega
un espejo frío y único, sino el vibrar de las aguas danzarinas. Las aguas
claras se convierten en la opacidad de la distorsión y el Narciso busca su amor
absoluto en una especie de idealidad de la bajo-agua, la distorsión de sí
inventa un falso otro, regresándole un movimiento sutil (la imagen propia
movida por el flujo acuático). Bajo la superficie adivina un universo entero de
plenitud, únicamente como promesa, jamás como realización; un cosmos suave y
distinto a la dureza de la existencia material. Ese otro mundo sutil y evasivo
ha cautivado a Narciso, preso de su nostalgia por obra de los reflejos imposibles
y fluidos.
Narciso como auto-sexualidad: la auto-erotización como desgracia.
El drama de Narciso nos revela el
fenómeno de la auto-erotización restringida y restrictiva, así la expansión
amorosa se convierte en su contrario, en una implosión, una caída hacia el
interior de sí mismo. Es un drama de homosexualidad peculiar sin género, sin pareja
ni satisfacción; porque esta auto-erotización de Narciso no pretende alcanzar
una satisfacción, materia o respuesta, sino permanece hechizado en un más allá
ideal, una evocación anti-material encerrada en el misterio bajo las aguas.
Incluso esta erotización de
Narciso difiere grandemente del onanismo (otra leyenda mítica) porque pretende
alcanzar un trasmundo, no intenta un placer activo, sino mantenerse hechizado.
Ese hechizo permanece enteramente pesado, completamente gravitante, y muestra
una inversión del sentido de los ideales típicos. Los ideales típicos buscan la
lejanía y la altura[3], pero Narciso busca su pseudo-ideal
en el “interior” de la superficie, y ese demasiado adentro termina abajo en el
submundo de la ilusión.
Narciso como condena a la belleza masculina: un anti-emblema de Afrodita
Este personaje no puede ni debe ser
femenino, porque indica una ironía o condena sobre la visión de la belleza
masculina y esto no refiere un rechazo frontal. Para los griegos la belleza
resulta preferentemente femenina, y así lo plantea su diosa del amor y la
belleza. En el imaginario de las leyendas griegas resulta natural que Artemisa,
Afrodita, las Ninfas y Náyades disfruten de un baño discreto en los claros manantiales
protegidos por el bosque y sus imágenes sensuales se duplican entre las aguas.
Este Narciso opera como dúplice masculino de una Ninfa y tal copia crea una
nueva cualidad. El asombro y magnetismo de la belleza femenina resulta aceptado
bajo la imagen de la Ninfa
y entonces esa aceptación contiene su complemento en la desgracia de Narciso.
Con el traspaso de lo femenino a lo masculino acontece el mismo flujo
convertido en parálisis, la admiración convertida en burla. En fin, bajo el
texto de la leyenda descubrimos una repulsa relativa para la admiración de la
belleza masculina y una sátira escondida.
Eco como ligereza: ninfa del aire, lo inasible, la opacidad de la
transparencia
En la lejanía de una montaña, el entonces
cotidiano gruñido de la cacería nos indica el ajetreo de los hombres; en
contrapartida, como un alejamiento y escape se presenta el eco, ese fenómeno
sonoro tan explícito como esquivo. Y a través de un acontecimiento “evidente y
esquivo” se descubre, mediante la sorpresa que la transparencia también esconde
su misterio ¿cómo permite el aire viajar al sonido? ¿cómo el aire distorsiona
el sonido, duplicándolo sobre la lejana montaña? El fenómeno del eco debe
contradecir la experiencia cotidiana del sonido viajando rectamente, tal como
nos acostumbra, para que surja la duda y la interrogación. Con los pensadores
griegos el espacio adquiere una opacidad primera[4], y
luego de esa incomprensión pareciera superada esa opacidad por el sabio Euclides,
revelando la pureza de la geometría plana y la diáfana interpretación primera
del espacio.
Cuando con el eco el sonido regresa
duplicado entonces se convierte en una paradoja, trastocado desde ser un útil
para convertirse en una entidad como animada y autónoma, que regresa a
capricho, únicamente en circunstancias peculiares, pero como efectuando un antojo.
Ese aparente capricho del eco motivó su identificación con una entidad animada,
femenina pero enloquecida, errática en su comportamiento e inalcanzable en su
sentido montaraz.
Eco como imposible: la desgracia del amor, la condena en la época
clásica.
En la distancia, la cultura actual
al confrontarse con la cultura griega, las diferencias no saltan
suficientemente a la vista, y tal discontinuidad entre culturas abarca temas
tan universales como el “amor”. En el periodo moderno el amor está aceptado,
posee ciudadanía, y no se identifica como causa primera (directa, esencial) de
desgracias y desventuras. En el pasado, el amor excesivo parece asentado en la plena
mitad de la desgracia. Con un significado de terapia psicológica “ligera”,
ahora se emplea el término de “mujeres que aman demasiado”, pero la desdichada
ninfa Eco las representa y supera, pues surge completamente perdida entre una
pasión sin correspondencia, irracionalmente decidida a reflejar a otro y así elevando
el sentido de la dependencia hasta un extremo insuperable.
Entonces con Eco el amor resulta
una desgracia directa, un golpe que devasta la existencia y por tanto hasta convendría
evitarlo. Esta ninfa define el modelo extremo de “mujeres amando demasiado”, como
una especie de arquetipo fijo, ya sin dinámica ni movimiento, engolfado dentro
de un furor estático (con su repetición causada por una pasión no
correspondida).
Eco como montaña y abismo: el susurro de las distancias convertido
en silencio.
La ninfa se identifica con dos
accidentes geográficos extremos: la montaña y el abismo, de tal modo que no
resulta viable ninguna manipulación externa. Ante tales majestades geológicas
resta la veneración o el temor. Respecto de la montaña recordemos que los
griegos las veneraban como morada de los dioses como Olimpo y sitio de los
rituales supremos, escondite de lo sagrado. El abismo, por el contrario
implicaba el riesgo y el castigo, injustamente Prometeo queda encadenado sobre
el acantilado para su castigo eterno, y el canto de las sirenas rugía entre los
farallones marinos, otra modalidad del abismo mirado desde el mar. A un nivel
ingenuo el eco parece conquistador de tales espacios, como si una pasión
rebasase los imposibles, tanto montañas como abismos. El susurro del eco parece
vencer de un salto las distancias y sus riesgos, sin embargo, se debilita
sucesivamente, ofreciendo el discreto espectáculo de un desvanecerse escalonado
del sonido. El eco repite pero en menoscabo, hasta concluir en el silencio. ¿Ese
silencio desplegado después del eco revela la mudez esencial de la alta montaña
o del profundo abismo? El sonido perdiéndose pareciera recordarnos que la
elevación y el precipicio, en su majestad exigen un mutismo respetuoso, una afonía
de orígenes y un silencio para recordar las eternidades desde las cuales
provienen y hacia las que arribarán.
El imposible persiguiendo al imposible: argumento para crear una
realidad mediante la imaginación. Quien escucha la triste leyenda de Narciso
descubre, con un gesto de superioridad, a un joven persiguiendo un absurdo;
entonces el personaje de leyenda adquiere densidad mediante su “actuación”
fantasiosa. El lector y el narrador de la leyenda son personas cotidianas, y por
contraste, el personaje narrado adquiere sustancia cuando demuestra una acción
fantasiosa. El gesto fantasioso aparece en Narciso mirando el espejo de las
aguas, y por rebote el narrador ya parece realista; el oyente burlándose de las
quimeras del Narciso o condoliéndose de su destino se sabe todavía más
realista. En este relato acontece una condensación, donde la fantasía
denunciada esconde la ilusión actual del relato. Y ocurre una operación igual
con el amor desgraciado de la ninfa Eco, pues su comportamiento “irracional”
merece piedad del oyente, y es una piedad sobre una enamorada ilusa, sometida a
una fantasía de repetición. Si fuera viable acercarse a la ninfa durante un
lapso de razón, convendría reconvenirla e invitarla a cejar de tales
repeticiones sin sentido. Y cuando mira el espectador de la leyenda una flor de
narciso junto al arroyo cristalino recuerda al enamorado extraviado, o cuando
grita sobre el abismo de la montaña rememora a una ninfa enamorada. Entonces
los devaneos de la fantasía dan materia a los personajes, los recordamos cuando
miramos accidentes de la naturaleza, ya por siempre unidos a actitudes humanas fracasadas
por inviables, tristes por autodestructivas.
Sobre el telón de la tragedia se ha creado una nueva realidad mediante
la imaginación, pues la flor y el eco han quedado emparentados con los
sentimientos humanos, tejidos con sus sinuosidades y precipicios.
Las dos figuras extremas de la individualidad en el terreno de la
leyenda.
En una misma leyenda antigua
descubrimos perfectamente delineadas dos caras antagónicas de la
individualidad. El personaje Narciso, quien ha trascendido hasta convertirse en
una clave psicoanalítica, muestra una posición cerrada y absoluta, casi una
frontera del encierro. El triste Narciso se ha encerrado en sí mismo, se retira
del mundo y en esa operación se aleja de cualquier contacto humano para engancharse
únicamente en su imagen. El individuo encerrado en sí mismo, pierde su contacto
externo para hundirse en un mundo interno, donde su propia imagen se ha vuelto su
droga amorosa. Esa posición encorvada muestra una derrota y una debilidad
extrema. Pero además de una tendencia psicológica nos muestra una frontera de
la existencia misma del individuo, difícil de argumentar para los griegos
todavía tan sociables[5], pero
mucho más visible en la modernidad. El individuo-átomo encuentra su frontera en
una idea narcisista, una frontera donde el exterior social desaparece, para
convertirlo en el fantasma de sí mismo.
La posición de la ninfa Eco se
coloca en el extremo representativo de una sociabilidad compulsiva, un deseo de
agradar hacia fuera que vacía a la persona durante su esfuerzo por agradar. De
hecho, en parte el papel social de condición subordinada de la mujer
correspondía con esa imagen tan extrema, pues una educación en la dependencia,
convertía a la mujer en un “segundo sexo”, de tal manera que se colocara en una
“inexistencia-individual”, porque los papeles sociales de hija, esposa y madre
estaban destinados a servir a otros, anulando la propia individualidad. En este
caso, aparece una posición de dependencia constante hacia los otros, que en la
sociedad presente se está superando gracias a una gran revolución entre los
roles sociales. Pero, para lo que interesa en este argumento, ha existido tal
subordinación en un largo periodo histórico, sin que por eso deba aceptarse
como natural.
Ahora bien, si analizamos la
relación general del individuo con su entorno descubrimos que esta sola leyenda
demuestra las dos posiciones extremas. La pretensión de que el individuo puede
disociarse de su entorno, declarándose completamente independiente, nos conduce
hacia un emblema de Narciso, convertido en una planta aislada. La pretensión de
que el individuo únicamente responde a sus determinaciones exteriores, nos
conduce a interpretarlo como un simple eco de sus causas externas, y como tal
marioneta de las circunstancias. Curiosamente, incluso hasta el presente varias
influyentes concepciones sobre el individuo y la sociedad caen en los mismo
extremos inviables, que hace milenios denunciara la leyenda griega. Los
partidarios de una libertad casi absoluta (ya sea como hecho o como derecho)
nos transportan hacia el confín del arroyo donde Narciso yace hipnotizado con
su imagen. Los adeptos de una determinación casi absoluta (ya sea como hecho o
como derecho) nos arrinconan en la pasión de la ninfa Eco, quien se contentaba
con repetir la palabra recibida. NOTAS
[1] Ovidio, Metamorfosis.
[2] Adorno y Horkhaimer, Dialéctica de la ilustración.
[3] BACHELARD, Gastón, El aire y los sueños.
[4] Por ejemplo, le concepto
de Ser de Parménides como la esfera impenetrable contradice la experiencia
inmediata del espacio.
[5] Por eso la interpretación aristotélica tan
famosa sobre la imposibilidad de un individuo separado de su ciudad, la definición
de “zoon politicón”, Cf. Aristóteles, Política
a Nicomaco.
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