Por Carlos Valdés Martín
En una última polémica,
entre vasos con alegres sonidos etílicos,
tropezamos con este tema comenzando con los motivos causantes del tabú del
incesto. Dicho tabú se expresa en la universal
organización exogámica de los llamados pueblos primitivos. Hay quien lo interpreta
como una ley biológica, cuando no hay suficientes elementos para argumentar tal
legalidad biológica en la pauta de los lazos de parentesco.
Desde mi punto de
vista este tabú no define un asunto de la naturaleza y de la maldición
biológica que perseguiría a los transgresores cuando la infringieran, sino de
la creación de una barrera social cubriendo
a la sexualidad y la reproducción, para imprimir otra figura concreta sobre una
“naturaleza” humana. Las reglas de parentesco moldean el deseo, suprimiendo un
hipotético campo de atracción y reforzando otro. Dicha actuación para
establecer reglas posee su razón en la acción para moldear lo natural y
modificarlo, especialmente sobre esa “braza
ardiendo” del sexo, pues su mismo potencial explosivo y atractivo solicita
darle forma, integrarle dentro de un sentido y dejarle contenida en su “caja” manejable.
La reproducción y
el sexo en sí mismos dividen entre quienes los consideran como una maldición o
como una bendición. La reproducción biológica de la especie y el sexo nunca
desaparecen pero adquieren una forma social aceptable y manejable: se conforma, reforma, deforma o transforma[1]. La
modificación de los instintos más fuertes y de la tarea biológica de procrear
coloca al individuo directamente en otro plano: en el terreno de la superación
cualitativa, que define el plano de la trascendencia. El sustrato biológico se
conserva siempre, pero modificado en trascendencia.
El cuerpo propio
(que es completamente biológico) se presenta como un problema para la
conciencia. El ejemplo de la belleza cuando
se convierte en una maldición debido a un sentimiento de culpa agudo asoma un caso
llamativo. Una mujer bella podría sentir su cuerpo como un sarcófago: armonioso pero funerario, signo inequívoco de la pesadez
y la desgracia. Quizá en este punto conviene discutir una fracción importante
dentro de la tradición cristiana y filosófica que ha pretendido convertir cualquier
trascendencia en un trascendentalismo, y como tal trascendentalismo
inalcanzable, pues implica un evento frustrado (la imposibilidad de adoptar la
santidad, la vanidad de pretender la perfección, la imposibilidad de conquistar
a Dios, la distancia infinita hasta el cielo). El mismo caso del cuerpo, observamos
a la tradición cristiana dominante como una maldición, el cuerpo concebido como
originariamente pecador, por lo tanto pretender de ahí brotar de una alma pura,
completamente incorpórea, de tal modo que ésta alma sea la unidad celestial revelada
únicamente tras la muerte del envoltorio. El resultado será un pleito
permanente con entre la conciencia y su cáscara
mortal, la mente peleando contra el cuerpo. Esa trascendencia católica
contra el cuerpo ocurre bajo el signo de una idea peculiar del más allá, donde
una divinidad paternal espera al alma luego de la muerte. Eso implica una idea
de la trascendencia completamente distinta de la aquí sostenida, porque se la concibe
como una entidad anti-humana y supra-humana.[2] El
signo de lo significativo cuando radica en tal más allá confiere el sello de la
intrascendencia a la actividad humana entera, pues todo acto en el “valle de lágrimas” terrenal deja de
contener su propio peso y únicamente tendrá un sentido demostrativo para
alcanzar la gloria, se reduce a gesto en el camino de una redención después de la muerte.
Esa ideología
fantasiosa de la trascendencia puesta en el “más allá” ha sido un eficaz
mecanismo ideológico para atascar e invalidar la valía y trascendencia sobre la
existencia terrenal, la única que
vivimos aquí. Cuando hace ocho siglos se embarcaron los caballeros medievales
en las santas cruzadas ellos cabalgaban convencidos que obtener el trozo de las
áridas tierras por donde caminó Cristo correspondía a exigencias divinas. Mirando
el signo celeste esos caballeros ignoraban cuáles eran sus motivos personales para
guerrear. Sus propios motivos se plasmaron en sus actos, pero ellos se creían
dedicados exclusivamente a algo más
alto. Los caballeros no existían para sí, sino como carne de cañón de un
llamado celeste, mera disposición a una muerte santa. Los conflictos económicos
y políticos del mundo medieval europeo estaban presentes, pero para marchar con
bravura hacia tierras santas en posesión de enemigos, los caballeros cruzados debían
despreciarlos en nombre de una salvación signada en la Biblia.
Repitamos lo
dicho: " Esa ideología fantasiosa de la trascendencia puesta en el “más
allá” ha sido un eficaz mecanismo ideológico para atascar e invalidar la
trascendencia de la existencia terrenal,
la única que vivimos aquí". En descargo de lo que hasta aquí parecería un
desatino de tales caballeros vale argumentar que la trascendencia no se detiene
mientras exista la humanidad, porque habita en el corazón de la práctica,
sostiene su estructura.
La apariencia de
que la religiosidad cristiana dominaba completamente durante la Edad Media los destinos
se relaciona con la importancia de la trascendencia. Desde que cada persona nace
sin una carga instintiva suficiente
para dar una respuesta animal y adaptarse al medioambiente usando una
inteligencia práctica, debe afrontar a su mundo como un continuo problema, ante
el cual emite su respuesta de trascendencia. El proceso más
sencillo de enfrentamiento con su medioambiente implica una operación continua
de trascendencia, superación del entorno y adquisición de una posición por las
personas.
El problema con
este término es que suena demasiado importante, como si sólo definiera la
revelación final, como la aceptación de una religión del más allá o de la
conquista de la inmortalidad. Con los términos finales se liga la trascendencia,
pero no implica directamente eso.
La trascendencia[3] inunda
completa la actividad de las personas. Una de las incursiones de Jean Paul
Sartre en el campo de la psicología está en un texto llamado La trascendencia del ego, el cual procura
demostrar que la conciencia funciona trascendiendo su mundo, también el
argumento completo de El Ser y la Nada se sustenta en esa
línea de explicaciones, pues la conciencia es un continuo rebasar la
circunstancia recibida, mediante una libertad que opera desde una
indeterminación constante.
Trabajo
El modelo general
de la trascendencia aparece en el trabajo material, porque la trascendencia
indica la forma elemental de actuación, la evidencia misma del actuar y suceder
de los seres humanos. Esto es importante porque el trabajo establece un modelo
representativo de la actuación de cada uno y de la sociedad entera.
La estructura del
trabajo implica que el trabajador ante una necesidad establece un objetivo,
para lograrlo requiere de un medio o herramienta de trabajo, el cual aplica
sobre un objeto de trabajo o materia prima, desplegando la actividad orientada
al fin o trabajo, y así obtiene un producto. Este proceso de trabajo implica un
ciclo donde una situación inicial (una necesidad, carencia o situación a
modificar) se quiere alterar mediante la generación de un producto, alcanzando
una situación final modificada. Ese desplazamiento entre la situación inicial a
superar y el resultado es el proceso de trascendencia en su estructura básica,
que opera a dos niveles: conciencia y actividad (la práctica misma). La
conciencia percibe constantemente situaciones ante las cuales percibe una
exigencia de superación, empezando por lo más sencillo y externo como obtener
un bocado para saciar el hambre, hasta las más complejas como la creación del
arte o las alteraciones de significados culturales. Muchas veces esa exigencia
de superación toma la faz de una conservación, efecto muy importante en
sociedades antiguas donde el tradicionalismo, mediante el culto al pasado
implicaba una guía y en ese caso la conciencia buscaba regresar al pasado,
restaurar un orden o rescatar el saber perdido.
La estructura
general del trabajo establece un horizonte, hasta donde sabemos, imposible de
rebasarlo, así cada persona se ubica dentro del círculo de productores y
consumidores, incluso desde la más tierna edad. Una descripción precisa está en
El capital, aunque las advertencias
de un teórico de antes de moda, Althusser invocara una nueva estructura sobre
el tema[4].
El salto cualitativo y las formas
posibles de la trascendencia
Este modelo
implica, con una variación crucial, a la reproducción humana, por lo que
también las actividades familiares están implicadas en este modelo de
trascendencia, mostrado en la estructura del proceso de trabajo. El modelo de
padres e hijos implica además claramente una noción del salto cualitativo en ese proceso continuo de pasar de una
situación a otra. El proceso de trabajo puede parecer espontáneamente
repetitivo, pues el hambre de mañana sustituye a la de hoy, entonces la
producción de mañana sustituye a la de hoy, pero el hijo ya es otra persona
claramente, y la misma acción de comer adquiere otro tono cuando alimentamos al
hijo, nutriendo a un vástago. El tema del cambio cualitativo en cada fase de
las actividades humanas lo trató con la mayor finura Hegel cuando describió el
proceso ascendente de las fases de conciencia, mostrando como las contradicciones
de las ideas y sentimientos llevan hacia nuevas proposiciones y situaciones, de
tal modo que existen continuos cambios cualitativos, paso de una tesis hacia su
contrario y superación[5]. En
ese sentido, la existencia de cada persona está cruzada por continuas
disyuntivas de paso entre situaciones y comprensiones cualitativamente
distintas; entonces la trascendencia de la práctica al menos posee tres figuras
principales: ciclo micro sin avance perceptible o completamente circular conservado
(el día a día, donde solucionas una situación pero regresas al principio del
proceso, como una reproducción simple del trabajo), ciclo micro de avance
perceptible o progreso en una dirección deseable, y ciclo donde el salto
cualitativo implica la visibilidad pasando de micro a macro o la figura del
logro o éxito (coronación de un esfuerzo, superación definitiva de una
situación, lo que cotidianamente llamamos trascendencia, también puede tener la
figura de una reforma o revolución según el enfoque). Ahora bien, estas tres
formas poseen su correlativo negativo, el fracaso en las tentativas de
trascendencia: ciclo micro estancado, donde el esfuerzo implica una
falta de fruto (se saca agua del bote averiado, pero el agua está ganando
imperceptiblemente sin amenaza de que el bote se hundirá); ciclo micro de
resultados negativos sin alterar la situación fundamental, dícese de lo decadente
(el proceso de desgaste y resultado cada vez más pobres pero sin significar una
caída), y el ciclo cayendo en una crisis, advenimiento de una
catástrofe, es la anti-trascendencia (pero en cuanto evento de salto
cualitativo hacia abajo, como caída cualitativa, sí implica un trascender
mayor). Visto bajo esta perspectiva, cualquier actividad está enrolada bajo
alguna de estas situaciones. El empleado sin motivaciones que solamente
pretende conservar su trabajo con el mínimo de esfuerzos y sin ascenso pues se
coloca en el primer nivel (circular); el empleado motivado que logra ascender
en su empleo se coloca en el segundo nivel (curva ascendente); y el emprendedor
que se sale del trabajo y funda su propia empresa se coloca en el tercer nivel
(salto). El modelo de las situaciones negativas en el primer nivel (circular)
pareciera que no implica distinción mayor, tenemos que aplicar el microscopio de
la apreciación para mostrar diferencias, marcadas por alguna mínima falla en el
resultado, o hasta en la intencionalidad. Los casos más extremos son los que
muestran la diferencia clara y el contraste entre la trascendencia positiva y
su contraparte. Parecen muy claras las diferencias entre el salto cualitativo
de trascender una situación exitosa contrastadas con el fracaso más rotundo,
sin embargo, si observamos el término social de “revolución” ahí también los
contrarios se tocan, pues una revolución es tanto la destrucción como la
creación, el fracaso de las premisas como el salto cualitativo más tremendo. Entonces
tenemos estas parejas que describen la continuidad entre las estructuras micro
hacia las macro de la trascendencia y su cara negativa: conservación-estancamiento,
avance-decaimiento y salto-caída.
El sabor del fruto prohibido
En una extraña
teorización George Bataille considera que sólo contiene sabor el fruto
prohibido y cualquier otro fruto es insípido, pues lo permitido carece
completamente de interés[6]. Por
eso él argumenta se inventa el tabú, la prohibición, como sistema de negativas
que constriñe a las sociedades a normas aceptadas. Bajo esta óptica del error
de Bataille podemos descubrir la totalidad del proceso, porque en él
precisamente se encuentra una justificación ontológica de que la base de la
vida social está en la prohibición, en el tabú, en la ley, y entonces la base
de la emotividad personal, el erotismo, proviene de la trasgresión, emerge
desde una desviación.
En esa extraña teoría
acontece un equívoco, pero su fragmento cierto se refiere a la trascendencia
negativa, el aspecto fundante de las violaciones de los códigos, porque indican
las afirmaciones de los sujetos vivos frente a lo preestablecido. Pero la
limitación de tal teoría es evidente si la llevamos al plano de lo general,
porque antes de la prohibición está el acto positivo, antes de la inhibición aconteció
la necesidad. Porque su fundamentación en lo negativo nos llevaría a una
invención humana centrada en el vacío, porque para decir un sí, previamente debió
afirmarse un no, y entonces el sí resulta una frase parasitaria sobreviviendo abajo
del no. Visto así, queda revelada la imposibilidad de sostener un fundamento
sobre la prohibición misma.
Volviendo a la
metáfora frutal, para Bataille resulta que para que el fruto tenga sabor
primero se debe prohibir, de tal modo, el sabor mismo ha sido creado mediante
la afirmación de que está prohibido, sostenido en la inexistencia del sabor
mismo. Pero ofreciendo un argumento alternativo, la existencia de la
prohibición originaria resulta fácil de argumentar y explicar, pues para que la
boca atrapara al fruto llevándolo al paladar debió de revelarse un contenido de
esa fruta, debió de determinarse que la prohibición se posara sobre un deleite,
deteniendo una acción previamente existente o posible. La prohibición se monta
sobre lo interesante, sobre lo prácticamente posible, para dar una forma
definida a las acciones y moldear a las personas restringiendo su acceso a los
bienes más atractivos. El fruto prohibido es un signo de un mundo miserable
donde las personas no tenían acceso a los bienes más apetecibles. El argumento
de típico es que ese fruto quedó prohibido porque perteneció al Dios, la
divinidad pensada como el propietario privado del bien y del saber. Esa deidad
que acapara lo bueno para sí dejando desnudo al humano es el reflejo ideológico
de un mundo miserable, donde lo poco bueno queda en manos de los reyes-sacerdotes
(representantes de lo sagrado) o hasta se lo sacrifica para los dioses
(aniquilando directamente lo bueno en sacrificio). Ese tipo de prohibición contiene
un sentido económico bastante claro, pero no es la única prohibición.
En especial, ese
tipo de prohibición social, de obtener un bien debe violarse, tarde o temprano
y esta violación misma es una liberación, pues indica la victoria de la vida
presente frente una inercia o el triunfo de la individualidad singular (o de
grupo) ante una falsa universalidad, la negación convertida en precepto
religioso o legal. El campo de esta sublevación en contra del tabú es muy
amplio si consideramos, las ramificaciones de combate religioso en contra del
erotismo humano en diversas latitudes. Desconocer la prohibición sobre el
objeto erótico regularmente encierra un contenido positivo, pues implica una
victoria de la vida sobre sus ataduras y expresa la trascendencia del erotismo
mismo.
Cuando el fruto representa
esa plenitud negada del amor (o en cierto objeto precioso) entonces la
trascendencia del tabú es crucial, y esa trascendencia se revela con estructura
de la literatura romántica y la fenomenología del enamoramiento[7]. Para
que la pasión amorosa demuestre su fuerza (y entonces su grandeza) debe empezar
por chocar contra el gran obstáculo, para desafiar una cadena arbitraria, como
las familias contrapuestas de Romeo y Julieta o como la oposición de clases
sociales en las novelas rosas. El drama del romance se centra en el choque de
los enamorados contra ese obstáculo, de tal modo la dificultad engrandece la
lucha y la victoria (o la tragedia). El contenido positivo del drama emerge desde
la fuente de la atracción mutua, la base erótica y sentimental del relato. El
contenido positivo de atracción erótica y sentimental define el sabor del fruto
prohibido, la prohibición ofrece únicamente el modo de cocinarla.
El ritual como meta-tiempo y la
trascendencia como eternidad
Dice Mircea Eliade
al respecto del ritual religioso: “Como el místico, como el hombre religioso en
general, el primitivo vive en un continuo presente. (Y es ése el sentido en que
puede decirse que el hombre religioso es un “primitivo”; repite las acciones de
cualquier otro, y por esa repetición vive sin cesar en el presente.)”[8] Este
proceso de repetición intencionada mediante rituales posee el sentido de recrear
el tiempo mítico, donde acontecen las hazañas de los antiguos dioses, de tal
manera que una repetición incesante del evento primigenio, ya sea de un origen
o de una epopeya mítica conduzca hacia la diferenciación del tiempo sucesivo,
ese tiempo de la existencia cotidiana marcada por un antes y un después.
Entonces el ritual se opone al sentido cotidiano de la temporalidad al crear la
imagen de un tiempo sin tiempo, la de una figura circular de un retorno, o
repetir en este tiempo terreno un reflejo del tiempo eterno de los dioses. Si
la percepción cotidiana hace evidente la línea entre el antes y del después,
para la percepción buscada de la mitología y la religión importa alcanzar un
perpetuo ahora, conquistar una eternidad sin decadencia ni muerte.
Por un lado, esa
creación ritual del tiempo eterno (bajo cualquiera de sus modalidades) muestra
el esfuerzo humano de oponerse definitivamente a la línea de tiempo que conduce
hacia una muerte, un perderse definitivo de esta existencia. Y si el proceso
natural y evidente lleva hacia un hundimiento en la muerte y una posible nada,
pues la conciencia deseando trascender ese ímpetu hacia la caída en el tiempo,
en esa oscuridad de un mañana donde la conciencia ha dejado de existir,
entonces el esfuerzo plantea trascender el tiempo, y soñar en una trascendencia
que trascienda a las trascendencias, en otras palabras, la tensa lucha por
conquistar una situación de eternidad para la conciencia, implica acentuar el
sentido de las trascendencia hasta su límite, para colocarse una trascendencia
cristalizada en la eternidad. Aquí se comprende, desde otro ángulo que el
caballero cruzado de desentendiera de sus situaciones concretas, ante las
cuales se sublevaba y las pretendía trascender en su gran aventura de guerrero
rescatando la “tierra santa”. En la perspectiva de alcanzar al cielo, se
plantea que la conciencia pudiera arrancarse la piel trascendente, pero como no
se imagina realizado tal prodigio en este mundo (al menos imposible para la
persona normal, quizá para el personaje limítrofe, tal como lo expresa el
concepto de nirvana) y plantea ganarse la gloria del trasmundo, cumpliendo
alguno méritos precisos en este mundo. Bajo este argumento encontramos la
aceptación de que el ímpetu de trascendencia está presente en el espíritu
mítico y religioso, pero también descubrimos que su meta es abandonar ese
tránsito perpetuo demostrado en el trascender, que consiste en el continuo
pasar de una situación hacia otra superior. Ahora bien, la intensión mítica y
religiosa mostrada en la intención de rebasar el tiempo cronológico para
alcanzar la eternidad implica una posible renuncia: abandonar la trascendencia
terrena en aras de una entronización dentro de una esfera celestial. Un
resultado común, aunque también existen variaciones en otro sentido, ha sido
que al intentar construir el “castillo celeste” las organizaciones religiosas
socaven el “castillo terrestre”, como cuando la misma religión de los cruzados
servía como pretexto para guerras insensatas y revanchas sangrientas.
El miedo a la libertad
La trascendencia
tiene una potencialidad compleja y hasta extremista. La confrontación libre del
sujeto con el mundo puede reducirse a una serie de objetivos mínimos,
cuya expresión la podemos condensar en esto: conservación. Lo menos que
aspira la persona o la sociedad es a conservarse. Sobre esta tendencia básica
se tejió el "instinto de conservación" o su ampliación como
"principio de realidad" que la psicología clásica freudiana consideró
como centro del proceso de socialización de los sujetos.
La conservación se
refiere a conseguir condiciones mínimas para la vida, pero también se refiere a
obtener la continuidad de una figura exacta de la vida. Si me conservo es
porque sobrevivo, pero además si conservo mi mundo es porque no cambia, el
entorno de mis puntos de referencia internos y externos se mantienen
inalterados[9]. La conservación
del lejano entorno físico es supuesto natural: sol, estrellas, montañas,
ríos... Pero las referencias sociales de tal continuidad de la vida resultan más
complicadas, porque quedan sujetas a la misma legalidad de la trascendencia,
donde la vida personal recibe el fuego del cambio y el sucederse de las
generaciones incluye aún las mayores potencias del cambio.
En el conjunto de
las sociedades precapitalistas esa libertad, desde el exterior, más bien se
debió de contemplar con la máscara religiosa de las fuerzas diabólicas. Las
complicadas regulaciones de la vida cotidiana por medio de diferentes tabúes
las debemos entender como un acotamiento complejo sobre posibles actos
malditos. El establecer tabúes quizá surgió por coincidencias casuales entre un
acontecimiento nefasto y un evento, así una muerte o enfermedad quedó asociada
a un alimento, desde entonces vedado como tabú. Si un nativo muere devorado por
un león luego de ingerir un pez o tener
sexo con su cuñada la tribu concluye que ese pez o tal acto sexual conviene
evitarlos. Pero si no existe una relación importante entre el conjuro de la
enfermedad y la muerte con el acto prohibido, pues también otra casualidad
habría de aniquilar tal costumbre.
Pero desde el
punto de vista de conservar tabúes resulta importante el considerar una estructura
de economía para ahorrar decisiones. El ahorro de decisiones implica confinar
la libertad trascendente dentro de confines delimitados para evitar el peligro
de los cambios, esto implica aceptar las variantes de conservación y de avance
pero evitando la variante de “salto cualitativo”; además si el “avance” implica
el horizonte de un “salto” entonces también se previene y evita. Una parte de
la obra de Levi Strauss nos señala
poderosamente la atención de la actitud y actividad de los pueblos primitivos
para organizar su reproducción, estableciendo sistemas bien delimitados
de parentesco, así como otros diversos sistemas donde organizan
intencionadamente su existencia, creando sistemas circulares, donde se prohíben
las prácticas que rompan esos círculos de repetición de sus formas aceptadas.
Esto implica una utilización sistemática de reglas por parte de los pueblos primitivos
para mantener figuras reconocibles por ellos mismos, figuras de sus relaciones
sociales adecuadas a su práctica y mentalidad, que ellos mismos cuidan de
mantener celosamente, es decir, evitan surjan fenómenos de cambio, evitan las
modalidades de trascendencia descontroladas, restringiendo sus prácticas dentro
de un círculo de reproducción aceptada y evitando la figura de trascendencias
en saltos descontrolados.
Desde el punto de
vista interno estas restricciones evitan
peligros (muchos son ficticios pero imaginados como reales), pero que
lateralmente se evita el gran riesgo de una disolución interior de una tribu o
una sociedad. La disolución interior implica la alteración profunda del estado
de conciencia basada en la práctica material del entorno, por lo que
especialmente tabuadas se encuentran las acciones correspondientes al:
erotismo, religión, alimentación, vestido y política (estatus social). ¿Qué contienen
en común? La conciencia propia implica que se puede cambiar en torno a estos
aspectos, como dando un salto en el vacío, esto transita desde una pequeña
alteración hasta la metamorfosis completa de la conciencia[10]. La posibilidad
de la metamorfosis como caída es como para temerse especialmente dentro de
tales temas, porque el amor se puede convertir en pecado, la magia en brujería,
el alimento en veneno, el vestido en disfraz y el poder en opresión.
Curiosamente, desde el punto de vista externo únicamente la política posee un
contorno de importancia, las demás cuestiones parecieran confinadas a las
nimiedades de los gustos, sin embargo, descubrimos que para muchos pueblos sus
mínimas costumbres le importan completamente pues afectan el círculo de su
conciencia esencial.
La paradoja de la trascendencia
restringida
La argumentación
anterior implica una contradicción, porque la operación de la trascendencia de
la conciencia se restringe para lograr un mantenimiento o una conservación de
la identidad, y seguramente se hace sin una intención clara. En la acción
cotidiana, la práctica y su conciencia trascienden continuamente esto y aquello.
Trascender en diversas modalidades en cuestiones que parecen exteriores
resulta poco problemático y casi siempre deseable, y el tema del ensueño de la
riqueza súbita (tan universal para todos los pueblos) muestra un anhelo de
súbito salto cualitativo de la persona sobre su mundo material. La cuestión
cambia cuando la trascendencia cualitativa se enfoca al interior, donde
la auto-trascendencia ofrece un terreno muy peligroso, de ahí el dicho de que
“crecer duele”; el cambio interno se anhela cuando se imagina espléndido, pero el
arribo inesperado de un “estado alterado” también se evita rigurosamente, como
lo muestra la imagen temida de las “posesiones” o “locuras”. Gran parte de los
esfuerzos de los tabúes y regulaciones sociales están dirigidos para mantener
la identidad de los individuos y su sociedad, de tal forma que las
trascendencias latentes no se conviertan en saltos cualitativos globales. En
especial se convierten en materia de tabú y de restricciones las prácticas para
alterar el ser interno del individuo, evitando el salto al vacío del cambio de
conciencia. El tema de la sexualidad y las reglas de parentesco son uno de los
casos más significativos de la preocupación de las personas para lograr una
regulación de la conciencia, para no alterar las emociones ni las relaciones
personales que rompan con una línea continua de identidad. En este aspecto, la trascendencia indica que
se requiere de calor sin causar fuego. El tema de los tabúes sobre el incesto es
universal, pues indica el campo de operación permitida del intercambio sexual,
y nos proporciona las áreas viables para el enamoramiento, para las relaciones
de parentesco, y por tanto indica cómo se debe moldear la vida emocional de las
nuevas generaciones. Los lazos de parentesco indican el modo en que se debe
reproducir una sociedad de forma ordenada, de acuerdo a reglas
determinadas. Bajo reglas definidas por costumbres entrelazadas con tabúes la
sucesión de generaciones emite un calor ordenado, una trascendencia domesticada
y aceptable, pero en cuanto se rompen esas reglas, brota un fuego de lo
prohibido, una ardiente fórmula de ruptura.
El efecto de la trascendencia
cualitativa: el efecto sistémico
La diferencia
entre las tres modalidades de la trascendencia (conservación, avance y salto)
se relaciona con una estructura más allá de las intenciones. En las últimas
décadas se ha empezado a comprender mejor la peculiaridad de ese salto
cualitativo, ese paso entre cualidades. Las interpretaciones sistémicas[11],
mediante conceptos de “sistema emergente”, están recuperando un trazado fino,
ya presente en diversas filosofías[12],
donde se hace hincapié en el efecto de cambios radicales, a partir de pequeños
cambios. Un ejemplo evidente acontece con las emociones. El entero sistema de
restricciones sobre la actividad sexual humana resulta tan importante porque
desde ese punto es donde se moldea gran parte de la existencia afectiva. El
surgimiento del psicoanálisis se levanta sobre las reacciones emotivas incontroladas
y perjudiciales en un contexto de gran represión sexual, de tal modo, se revela
el entrelazado de una veda práctica y un sistema emocional. Por ejemplo, la
relación entre una ceguera histérica y un horror inculcado sobre el deseo
sexual resulta pieza clave para comprender la relación entre dos fragmentos del
sistema emotivo; el síntoma emerge como un evento incontrolado, distante de una
serie de causas. Si en lo particular parece un código inocente controlar las
intenciones sexuales de los jóvenes, en el caso concreto del síntoma surge un
sistema particular de emociones y manifestaciones incontroladas.
Para quien sufre
el síntoma y quienes lo rodean parece emerger una monstruosidad, pues al
interior surge un evento imposible de trascender satisfactoriamente. Según el
psicoanálisis originalmente el síntoma implica una modalidad del inconsciente
para superar un sentimiento intolerable ante la misma persona. Claro, el
síntoma genera un esfuerzo trascendente casi automático de superar el evento,
pero resulta en fracaso continuo hasta que sea generada la curación. La
curación es el rescate del individuo para el ejercicio de su trascendencia
normal, rescatar sus opciones para conservarse o cambiar (dentro de sus pautas
aceptables).
Ahora bien, los
síntomas y las emociones no se pueden elegir en cuanto tales, aparecen como
conjuntos hacia los cuales se arriba de golpe. Las lágrimas denotando una
emoción indican una irrupción, una alteración del estado emocional, ya distinto
de una acumulación de tristezas calladas o contenidas. Esa emoción ya
representa un sistema emotivo momentáneo que modifica la percepción de
cualquier estímulo externo. Esos espacios de calidad indican las direcciones
hacia donde la trascendencia puede saltar; para una mujer bajo estándares
actuales su tristeza debe alcanzar el punto del llanto y se sentirá confortada,
y para un hombre el caso será el contrario, pues intenta contener el llanto.
Justamente, gran parte de los estudios de la operación psicológica nos muestran
los caminos posibles de la trascendencia de la conciencia y hasta plantean las
recomendaciones prácticas para alcanzar
ciertos estados mentales. El objetivo moderno de alcanzar un bienestar o salud
mental implica las posibilidades de trascender desde el malestar hacia su opuesto,
el cual en su nivel superior desde tiempos antiguos se ha llamado felicidad[13].
Resulta sumamente
importante comprender el camino de trascendencia viable para las distintas
figuras sociales, ya que sobre ese terreno se juegan las relaciones colectivas.
El sistema de leyes implica un dejar hacer, mientras no existan violaciones del
derecho de los otros, atacando directamente lo plasmado en leyes, sin embargo,
la disyuntiva entre conservación y cambio no tiene previsión suficiente en las
leyes. Las leyes operan sobre los supuestos del pasado, mientras que la
trascendencia implica una modificación constante en sentido de futuro. La
existencia de al trascendencia en las relaciones sociales implica tanto los
modelos de trascendencia paralizada (conservación pura), trascendencia
domesticada (avance bajo la misma pauta) y trascendencia cualitativa (el
salto), así como sus contrapartes fracasadas. La realidad social entera es una
mezcla constante de todas estas variaciones, sin embargo, en la gran tendencia alguna
de estas líneas de fuga debe predominar. En una sociedad compleja, sin un
exceso de homogeneización, resulta difícil imaginar que una única modalidad de
trascendencia se impondrá permanentemente; resulta más lógico imaginar que
aparecerá un continuo y complejo entrelazado. Claro ese cuadro de complejidad
también resulta pretexto para ya no prever nada, y si queremos prever entonces
el tema del cambio cualitativo resulta clave. La repetición de lo mismo no nos
exige esfuerzo de ideación, pero el advenimientos de nuevos tramados de
calidades sociales y de existencia, sí requiere de un esfuerzo, y ese esfuerzo
es la operación de la trascendencia cualitativa a nivel intelectual. Las
utopías sociales en el pasado han servido como un modelo de cualidad diferente,
una imagen deseable de trascendencia colectiva, y sin descartar que sigan
ofreciendo un aliciente de avance también resulta imperativo seguir definiendo
con mayor precisión los caminos por los cuales transitará esa trascendencia
colectiva.
NOTAS:
[1] Incluso la hipótesis de supresión del sexo, resulta inefectiva, porque
la persona marcada bajo ese signo no desaparece su condición sexual. Desde
afuera, por ejemplo el hombre mutilado permanece señalado como castrado, donde
la ausencia es un signo perpetuo. Y en
el interior, la psicología freudiana muestra que la mente sigue enredada por un
inconsciente altamente sexual, sobre todo, cuando el sujeto no practica la
sexualidad. Cf. FREUD, Sigmund, Más allá
del principio del placer.
[2] La creencia en un Dios
o cualquier más allá no implica en automático ese efecto trascendental, aunque
históricamente ha sido predominante.
[3] Resulta pertinente que este manejo del concepto de trascendencia resulta
tributario de Hegel, quien prefiere utilizar un término más próximo al de superación en español, para describir la
operación constante de su dialéctica, en las diversas manifestaciones del
espíritu. También existe una derivación desde Marx, aunque él se centró en la
práctica material, como eje de la comprensión, y la trascendencia únicamente le
aparecería en saltos cualitativos.
[4] En el capítulo V del tomo I de MARX,
Karl, El capital. Discutir las
intervenciones de Althusser ya nos llevaría hacia el detalle de la estructura y
el proceso de trabajo. Cf. ANDERSON, Perry, Tras
las huellas del materialismo histórico.
[5] HEGEL, G.W.F., Fenomenología del
espíritu. Cuando esto lo interpretamos en geometría tradicional resulta un movimiento en espiral, cuando lo vemos con la geometría de matemáticas modernas, entonces resulta un movimiento fractal, que expresa el movimiento de trascendencia.
[6] BATAILLE, Georges, El erotismo.
[7] ALBERONI, Francesco, Enamoramiento y amor.
[9] Para las primeras culturas humanas encontrar la
continuidad de la vida natural evidentemente fue del mayor interés, de ese modo
las estrellas se escudriñan buscando su orden y eso se encontró, dando la
imagen de una serie de figuras o de residencias de dioses. Junto con esto el
orden astronómico se mostró en la regularidad del movimiento del sol y la luna
rigiendo las estaciones, de tal modo, que se permitía una noción completa del
orden temporal. La paleo-astronomía es asombrosa en el sentido de los avances
que tenían pueblos de la edad de piedra, pero es consistente con la necesidad
elemental de conservación del ser humano, manteniendo inalterados los puntos de
referencia, y las indicaciones astronómicas eran importantes para tal fin.
[10]El pensamiento tribal mítico piensa que la
persona se puede metamorfosear fácilmente en otra cosa, especialmente, en
animales. Esa conversión forma parte de la visión normal pero encierra el
peligro de una conversión sin camino de regreso, de ahí la restricción sobre
esas conversiones, confinándolas como tarea especial de los hechiceros. Cf.
CANETTI, Elías, Masa y poder.
[12] Desde las antiguas visiones de conjunto griegas, atravesando diversas
filosofías, poniendo el acento en Hegel como ícono del concepto de totalidad y
sin descuidar a lo mejor del marxismo. KOSIK, Karel, Dialéctica de lo concreto.
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