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miércoles, 17 de febrero de 2010

TRASCENDENCIA O EL MODO ESTRUCTURAL EN QUE OPERA LA CONCIENCIA Y LA PRÁCTICA HUMANA







Por Carlos Valdés Martín











En una última polémica, entre vasos con alegres sonidos etílicos, tropezamos con este tema comenzando con los motivos causantes del tabú del incesto. Dicho tabú se expresa en la universal organización exogámica de los llamados pueblos primitivos. Hay quien lo interpreta como una ley biológica, cuando no hay suficientes elementos para argumentar tal legalidad biológica en la pauta de los lazos de parentesco.
Desde mi punto de vista este tabú no define un asunto de la naturaleza y de la maldición biológica que perseguiría a los transgresores cuando la infringieran, sino de la creación de una barrera social cubriendo a la sexualidad y la reproducción, para imprimir otra figura concreta sobre una “naturaleza” humana. Las reglas de parentesco moldean el deseo, suprimiendo un hipotético campo de atracción y reforzando otro. Dicha actuación para establecer reglas posee su razón en la acción para moldear lo natural y modificarlo, especialmente sobre esa “braza ardiendo” del sexo, pues su mismo potencial explosivo y atractivo solicita darle forma, integrarle dentro de un sentido y dejarle contenida en su “caja” manejable.
La reproducción y el sexo en sí mismos dividen entre quienes los consideran como una maldición o como una bendición. La reproducción biológica de la especie y el sexo nunca desaparecen pero adquieren una forma social aceptable y manejable: se conforma, reforma, deforma o transforma[1]. La modificación de los instintos más fuertes y de la tarea biológica de procrear coloca al individuo directamente en otro plano: en el terreno de la superación cualitativa, que define el plano de la trascendencia. El sustrato biológico se conserva siempre, pero modificado en trascendencia.
El cuerpo propio (que es completamente biológico) se presenta como un problema para la conciencia. El ejemplo de la belleza cuando se convierte en una maldición debido a un sentimiento de culpa agudo asoma un caso llamativo. Una mujer bella podría sentir su cuerpo como un sarcófago: armonioso pero funerario, signo inequívoco de la pesadez y la desgracia. Quizá en este punto conviene discutir una fracción importante dentro de la tradición cristiana y filosófica que ha pretendido convertir cualquier trascendencia en un trascendentalismo, y como tal trascendentalismo inalcanzable, pues implica un evento frustrado (la imposibilidad de adoptar la santidad, la vanidad de pretender la perfección, la imposibilidad de conquistar a Dios, la distancia infinita hasta el cielo). El mismo caso del cuerpo, observamos a la tradición cristiana dominante como una maldición, el cuerpo concebido como originariamente pecador, por lo tanto pretender de ahí brotar de una alma pura, completamente incorpórea, de tal modo que ésta alma sea la unidad celestial revelada únicamente tras la muerte del envoltorio. El resultado será un pleito permanente con entre la conciencia y su cáscara mortal, la mente peleando contra el cuerpo. Esa trascendencia católica contra el cuerpo ocurre bajo el signo de una idea peculiar del más allá, donde una divinidad paternal espera al alma luego de la muerte. Eso implica una idea de la trascendencia completamente distinta de la aquí sostenida, porque se la concibe como una entidad anti-humana y supra-humana.[2] El signo de lo significativo cuando radica en tal más allá confiere el sello de la intrascendencia a la actividad humana entera, pues todo acto en el “valle de lágrimas” terrenal deja de contener su propio peso y únicamente tendrá un sentido demostrativo para alcanzar la gloria, se reduce a gesto en el camino de una redención después de la muerte.
Esa ideología fantasiosa de la trascendencia puesta en el “más allá” ha sido un eficaz mecanismo ideológico para atascar e invalidar la valía y trascendencia sobre la existencia terrenal, la única que vivimos aquí. Cuando hace ocho siglos se embarcaron los caballeros medievales en las santas cruzadas ellos cabalgaban convencidos que obtener el trozo de las áridas tierras por donde caminó Cristo correspondía a exigencias divinas. Mirando el signo celeste esos caballeros ignoraban cuáles eran sus motivos personales para guerrear. Sus propios motivos se plasmaron en sus actos, pero ellos se creían dedicados exclusivamente a algo más alto. Los caballeros no existían para sí, sino como carne de cañón de un llamado celeste, mera disposición a una muerte santa. Los conflictos económicos y políticos del mundo medieval europeo estaban presentes, pero para marchar con bravura hacia tierras santas en posesión de enemigos, los caballeros cruzados debían despreciarlos en nombre de una salvación signada en la Biblia.
Repitamos lo dicho: " Esa ideología fantasiosa de la trascendencia puesta en el “más allá” ha sido un eficaz mecanismo ideológico para atascar e invalidar la trascendencia de la existencia terrenal, la única que vivimos aquí". En descargo de lo que hasta aquí parecería un desatino de tales caballeros vale argumentar que la trascendencia no se detiene mientras exista la humanidad, porque habita en el corazón de la práctica, sostiene su estructura.
La apariencia de que la religiosidad cristiana dominaba completamente durante la Edad Media los destinos se relaciona con la importancia de la trascendencia. Desde que cada persona nace sin una carga instintiva suficiente para dar una respuesta animal y adaptarse al medioambiente usando una inteligencia práctica, debe afrontar a su mundo como un continuo problema, ante el cual emite su respuesta de trascendencia. El proceso más sencillo de enfrentamiento con su medioambiente implica una operación continua de trascendencia, superación del entorno y adquisición de una posición por las personas.
El problema con este término es que suena demasiado importante, como si sólo definiera la revelación final, como la aceptación de una religión del más allá o de la conquista de la inmortalidad. Con los términos finales se liga la trascendencia, pero no implica directamente eso.
La trascendencia[3] inunda completa la actividad de las personas. Una de las incursiones de Jean Paul Sartre en el campo de la psicología está en un texto llamado La trascendencia del ego, el cual procura demostrar que la conciencia funciona trascendiendo su mundo, también el argumento completo de El Ser y la Nada se sustenta en esa línea de explicaciones, pues la conciencia es un continuo rebasar la circunstancia recibida, mediante una libertad que opera desde una indeterminación constante.

Trabajo
El modelo general de la trascendencia aparece en el trabajo material, porque la trascendencia indica la forma elemental de actuación, la evidencia misma del actuar y suceder de los seres humanos. Esto es importante porque el trabajo establece un modelo representativo de la actuación de cada uno y de la sociedad entera.
La estructura del trabajo implica que el trabajador ante una necesidad establece un objetivo, para lograrlo requiere de un medio o herramienta de trabajo, el cual aplica sobre un objeto de trabajo o materia prima, desplegando la actividad orientada al fin o trabajo, y así obtiene un producto. Este proceso de trabajo implica un ciclo donde una situación inicial (una necesidad, carencia o situación a modificar) se quiere alterar mediante la generación de un producto, alcanzando una situación final modificada. Ese desplazamiento entre la situación inicial a superar y el resultado es el proceso de trascendencia en su estructura básica, que opera a dos niveles: conciencia y actividad (la práctica misma). La conciencia percibe constantemente situaciones ante las cuales percibe una exigencia de superación, empezando por lo más sencillo y externo como obtener un bocado para saciar el hambre, hasta las más complejas como la creación del arte o las alteraciones de significados culturales. Muchas veces esa exigencia de superación toma la faz de una conservación, efecto muy importante en sociedades antiguas donde el tradicionalismo, mediante el culto al pasado implicaba una guía y en ese caso la conciencia buscaba regresar al pasado, restaurar un orden o rescatar el saber perdido.
La estructura general del trabajo establece un horizonte, hasta donde sabemos, imposible de rebasarlo, así cada persona se ubica dentro del círculo de productores y consumidores, incluso desde la más tierna edad. Una descripción precisa está en El capital, aunque las advertencias de un teórico de antes de moda, Althusser invocara una nueva estructura sobre el tema[4].

El salto cualitativo y las formas posibles de la trascendencia
Este modelo implica, con una variación crucial, a la reproducción humana, por lo que también las actividades familiares están implicadas en este modelo de trascendencia, mostrado en la estructura del proceso de trabajo. El modelo de padres e hijos implica además claramente una noción del salto cualitativo en ese proceso continuo de pasar de una situación a otra. El proceso de trabajo puede parecer espontáneamente repetitivo, pues el hambre de mañana sustituye a la de hoy, entonces la producción de mañana sustituye a la de hoy, pero el hijo ya es otra persona claramente, y la misma acción de comer adquiere otro tono cuando alimentamos al hijo, nutriendo a un vástago. El tema del cambio cualitativo en cada fase de las actividades humanas lo trató con la mayor finura Hegel cuando describió el proceso ascendente de las fases de conciencia, mostrando como las contradicciones de las ideas y sentimientos llevan hacia nuevas proposiciones y situaciones, de tal modo que existen continuos cambios cualitativos, paso de una tesis hacia su contrario y superación[5]. En ese sentido, la existencia de cada persona está cruzada por continuas disyuntivas de paso entre situaciones y comprensiones cualitativamente distintas; entonces la trascendencia de la práctica al menos posee tres figuras principales: ciclo micro sin avance perceptible o completamente circular conservado (el día a día, donde solucionas una situación pero regresas al principio del proceso, como una reproducción simple del trabajo), ciclo micro de avance perceptible o progreso en una dirección deseable, y ciclo donde el salto cualitativo implica la visibilidad pasando de micro a macro o la figura del logro o éxito (coronación de un esfuerzo, superación definitiva de una situación, lo que cotidianamente llamamos trascendencia, también puede tener la figura de una reforma o revolución según el enfoque). Ahora bien, estas tres formas poseen su correlativo negativo, el fracaso en las tentativas de trascendencia: ciclo micro estancado, donde el esfuerzo implica una falta de fruto (se saca agua del bote averiado, pero el agua está ganando imperceptiblemente sin amenaza de que el bote se hundirá); ciclo micro de resultados negativos sin alterar la situación fundamental, dícese de lo decadente (el proceso de desgaste y resultado cada vez más pobres pero sin significar una caída), y el ciclo cayendo en una crisis, advenimiento de una catástrofe, es la anti-trascendencia (pero en cuanto evento de salto cualitativo hacia abajo, como caída cualitativa, sí implica un trascender mayor). Visto bajo esta perspectiva, cualquier actividad está enrolada bajo alguna de estas situaciones. El empleado sin motivaciones que solamente pretende conservar su trabajo con el mínimo de esfuerzos y sin ascenso pues se coloca en el primer nivel (circular); el empleado motivado que logra ascender en su empleo se coloca en el segundo nivel (curva ascendente); y el emprendedor que se sale del trabajo y funda su propia empresa se coloca en el tercer nivel (salto). El modelo de las situaciones negativas en el primer nivel (circular) pareciera que no implica distinción mayor, tenemos que aplicar el microscopio de la apreciación para mostrar diferencias, marcadas por alguna mínima falla en el resultado, o hasta en la intencionalidad. Los casos más extremos son los que muestran la diferencia clara y el contraste entre la trascendencia positiva y su contraparte. Parecen muy claras las diferencias entre el salto cualitativo de trascender una situación exitosa contrastadas con el fracaso más rotundo, sin embargo, si observamos el término social de “revolución” ahí también los contrarios se tocan, pues una revolución es tanto la destrucción como la creación, el fracaso de las premisas como el salto cualitativo más tremendo. Entonces tenemos estas parejas que describen la continuidad entre las estructuras micro hacia las macro de la trascendencia y su cara negativa: conservación-estancamiento, avance-decaimiento y salto-caída.

El sabor del fruto prohibido
En una extraña teorización George Bataille considera que sólo contiene sabor el fruto prohibido y cualquier otro fruto es insípido, pues lo permitido carece completamente de interés[6]. Por eso él argumenta se inventa el tabú, la prohibición, como sistema de negativas que constriñe a las sociedades a normas aceptadas. Bajo esta óptica del error de Bataille podemos descubrir la totalidad del proceso, porque en él precisamente se encuentra una justificación ontológica de que la base de la vida social está en la prohibición, en el tabú, en la ley, y entonces la base de la emotividad personal, el erotismo, proviene de la trasgresión, emerge desde una desviación.
En esa extraña teoría acontece un equívoco, pero su fragmento cierto se refiere a la trascendencia negativa, el aspecto fundante de las violaciones de los códigos, porque indican las afirmaciones de los sujetos vivos frente a lo preestablecido. Pero la limitación de tal teoría es evidente si la llevamos al plano de lo general, porque antes de la prohibición está el acto positivo, antes de la inhibición aconteció la necesidad. Porque su fundamentación en lo negativo nos llevaría a una invención humana centrada en el vacío, porque para decir un sí, previamente debió afirmarse un no, y entonces el sí resulta una frase parasitaria sobreviviendo abajo del no. Visto así, queda revelada la imposibilidad de sostener un fundamento sobre la prohibición misma.
Volviendo a la metáfora frutal, para Bataille resulta que para que el fruto tenga sabor primero se debe prohibir, de tal modo, el sabor mismo ha sido creado mediante la afirmación de que está prohibido, sostenido en la inexistencia del sabor mismo. Pero ofreciendo un argumento alternativo, la existencia de la prohibición originaria resulta fácil de argumentar y explicar, pues para que la boca atrapara al fruto llevándolo al paladar debió de revelarse un contenido de esa fruta, debió de determinarse que la prohibición se posara sobre un deleite, deteniendo una acción previamente existente o posible. La prohibición se monta sobre lo interesante, sobre lo prácticamente posible, para dar una forma definida a las acciones y moldear a las personas restringiendo su acceso a los bienes más atractivos. El fruto prohibido es un signo de un mundo miserable donde las personas no tenían acceso a los bienes más apetecibles. El argumento de típico es que ese fruto quedó prohibido porque perteneció al Dios, la divinidad pensada como el propietario privado del bien y del saber. Esa deidad que acapara lo bueno para sí dejando desnudo al humano es el reflejo ideológico de un mundo miserable, donde lo poco bueno queda en manos de los reyes-sacerdotes (representantes de lo sagrado) o hasta se lo sacrifica para los dioses (aniquilando directamente lo bueno en sacrificio). Ese tipo de prohibición contiene un sentido económico bastante claro, pero no es la única prohibición.
En especial, ese tipo de prohibición social, de obtener un bien debe violarse, tarde o temprano y esta violación misma es una liberación, pues indica la victoria de la vida presente frente una inercia o el triunfo de la individualidad singular (o de grupo) ante una falsa universalidad, la negación convertida en precepto religioso o legal. El campo de esta sublevación en contra del tabú es muy amplio si consideramos, las ramificaciones de combate religioso en contra del erotismo humano en diversas latitudes. Desconocer la prohibición sobre el objeto erótico regularmente encierra un contenido positivo, pues implica una victoria de la vida sobre sus ataduras y expresa la trascendencia del erotismo mismo.
Cuando el fruto representa esa plenitud negada del amor (o en cierto objeto precioso) entonces la trascendencia del tabú es crucial, y esa trascendencia se revela con estructura de la literatura romántica y la fenomenología del enamoramiento[7]. Para que la pasión amorosa demuestre su fuerza (y entonces su grandeza) debe empezar por chocar contra el gran obstáculo, para desafiar una cadena arbitraria, como las familias contrapuestas de Romeo y Julieta o como la oposición de clases sociales en las novelas rosas. El drama del romance se centra en el choque de los enamorados contra ese obstáculo, de tal modo la dificultad engrandece la lucha y la victoria (o la tragedia). El contenido positivo del drama emerge desde la fuente de la atracción mutua, la base erótica y sentimental del relato. El contenido positivo de atracción erótica y sentimental define el sabor del fruto prohibido, la prohibición ofrece únicamente el modo de cocinarla.

El ritual como meta-tiempo y la trascendencia como eternidad
Dice Mircea Eliade al respecto del ritual religioso: “Como el místico, como el hombre religioso en general, el primitivo vive en un continuo presente. (Y es ése el sentido en que puede decirse que el hombre religioso es un “primitivo”; repite las acciones de cualquier otro, y por esa repetición vive sin cesar en el presente.)”[8] Este proceso de repetición intencionada mediante rituales posee el sentido de recrear el tiempo mítico, donde acontecen las hazañas de los antiguos dioses, de tal manera que una repetición incesante del evento primigenio, ya sea de un origen o de una epopeya mítica conduzca hacia la diferenciación del tiempo sucesivo, ese tiempo de la existencia cotidiana marcada por un antes y un después. Entonces el ritual se opone al sentido cotidiano de la temporalidad al crear la imagen de un tiempo sin tiempo, la de una figura circular de un retorno, o repetir en este tiempo terreno un reflejo del tiempo eterno de los dioses. Si la percepción cotidiana hace evidente la línea entre el antes y del después, para la percepción buscada de la mitología y la religión importa alcanzar un perpetuo ahora, conquistar una eternidad sin decadencia ni muerte.
Por un lado, esa creación ritual del tiempo eterno (bajo cualquiera de sus modalidades) muestra el esfuerzo humano de oponerse definitivamente a la línea de tiempo que conduce hacia una muerte, un perderse definitivo de esta existencia. Y si el proceso natural y evidente lleva hacia un hundimiento en la muerte y una posible nada, pues la conciencia deseando trascender ese ímpetu hacia la caída en el tiempo, en esa oscuridad de un mañana donde la conciencia ha dejado de existir, entonces el esfuerzo plantea trascender el tiempo, y soñar en una trascendencia que trascienda a las trascendencias, en otras palabras, la tensa lucha por conquistar una situación de eternidad para la conciencia, implica acentuar el sentido de las trascendencia hasta su límite, para colocarse una trascendencia cristalizada en la eternidad. Aquí se comprende, desde otro ángulo que el caballero cruzado de desentendiera de sus situaciones concretas, ante las cuales se sublevaba y las pretendía trascender en su gran aventura de guerrero rescatando la “tierra santa”. En la perspectiva de alcanzar al cielo, se plantea que la conciencia pudiera arrancarse la piel trascendente, pero como no se imagina realizado tal prodigio en este mundo (al menos imposible para la persona normal, quizá para el personaje limítrofe, tal como lo expresa el concepto de nirvana) y plantea ganarse la gloria del trasmundo, cumpliendo alguno méritos precisos en este mundo. Bajo este argumento encontramos la aceptación de que el ímpetu de trascendencia está presente en el espíritu mítico y religioso, pero también descubrimos que su meta es abandonar ese tránsito perpetuo demostrado en el trascender, que consiste en el continuo pasar de una situación hacia otra superior. Ahora bien, la intensión mítica y religiosa mostrada en la intención de rebasar el tiempo cronológico para alcanzar la eternidad implica una posible renuncia: abandonar la trascendencia terrena en aras de una entronización dentro de una esfera celestial. Un resultado común, aunque también existen variaciones en otro sentido, ha sido que al intentar construir el “castillo celeste” las organizaciones religiosas socaven el “castillo terrestre”, como cuando la misma religión de los cruzados servía como pretexto para guerras insensatas y revanchas sangrientas.

El miedo a la libertad
La trascendencia tiene una potencialidad compleja y hasta extremista. La confrontación libre del sujeto con el mundo puede reducirse a una serie de objetivos mínimos, cuya expresión la podemos condensar en esto: conservación. Lo menos que aspira la persona o la sociedad es a conservarse. Sobre esta tendencia básica se tejió el "instinto de conservación" o su ampliación como "principio de realidad" que la psicología clásica freudiana consideró como centro del proceso de socialización de los sujetos.
La conservación se refiere a conseguir condiciones mínimas para la vida, pero también se refiere a obtener la continuidad de una figura exacta de la vida. Si me conservo es porque sobrevivo, pero además si conservo mi mundo es porque no cambia, el entorno de mis puntos de referencia internos y externos se mantienen inalterados[9]. La conservación del lejano entorno físico es supuesto natural: sol, estrellas, montañas, ríos... Pero las referencias sociales de tal continuidad de la vida resultan más complicadas, porque quedan sujetas a la misma legalidad de la trascendencia, donde la vida personal recibe el fuego del cambio y el sucederse de las generaciones incluye aún las mayores potencias del cambio.
En el conjunto de las sociedades precapitalistas esa libertad, desde el exterior, más bien se debió de contemplar con la máscara religiosa de las fuerzas diabólicas. Las complicadas regulaciones de la vida cotidiana por medio de diferentes tabúes las debemos entender como un acotamiento complejo sobre posibles actos malditos. El establecer tabúes quizá surgió por coincidencias casuales entre un acontecimiento nefasto y un evento, así una muerte o enfermedad quedó asociada a un alimento, desde entonces vedado como tabú. Si un nativo muere devorado por un león luego de ingerir un pez  o tener sexo con su cuñada la tribu concluye que ese pez o tal acto sexual conviene evitarlos. Pero si no existe una relación importante entre el conjuro de la enfermedad y la muerte con el acto prohibido, pues también otra casualidad habría de aniquilar tal costumbre.
Pero desde el punto de vista de conservar tabúes resulta importante el considerar una estructura de economía para ahorrar decisiones. El ahorro de decisiones implica confinar la libertad trascendente dentro de confines delimitados para evitar el peligro de los cambios, esto implica aceptar las variantes de conservación y de avance pero evitando la variante de “salto cualitativo”; además si el “avance” implica el horizonte de un “salto” entonces también se previene y evita. Una parte de la obra de  Levi Strauss nos señala poderosamente la atención de la actitud y actividad de los pueblos primitivos para organizar su reproducción, estableciendo sistemas bien delimitados de parentesco, así como otros diversos sistemas donde organizan intencionadamente su existencia, creando sistemas circulares, donde se prohíben las prácticas que rompan esos círculos de repetición de sus formas aceptadas. Esto implica una utilización sistemática de reglas por parte de los pueblos primitivos para mantener figuras reconocibles por ellos mismos, figuras de sus relaciones sociales adecuadas a su práctica y mentalidad, que ellos mismos cuidan de mantener celosamente, es decir, evitan surjan fenómenos de cambio, evitan las modalidades de trascendencia descontroladas, restringiendo sus prácticas dentro de un círculo de reproducción aceptada y evitando la figura de trascendencias en saltos descontrolados.

Desde el punto de vista interno estas restricciones evitan  peligros (muchos son ficticios pero imaginados como reales), pero que lateralmente se evita el gran riesgo de una disolución interior de una tribu o una sociedad. La disolución interior implica la alteración profunda del estado de conciencia basada en la práctica material del entorno, por lo que especialmente tabuadas se encuentran las acciones correspondientes al: erotismo, religión, alimentación, vestido y política (estatus social). ¿Qué contienen en común? La conciencia propia implica que se puede cambiar en torno a estos aspectos, como dando un salto en el vacío, esto transita desde una pequeña alteración hasta la metamorfosis completa de la conciencia[10]. La posibilidad de la metamorfosis como caída es como para temerse especialmente dentro de tales temas, porque el amor se puede convertir en pecado, la magia en brujería, el alimento en veneno, el vestido en disfraz y el poder en opresión. Curiosamente, desde el punto de vista externo únicamente la política posee un contorno de importancia, las demás cuestiones parecieran confinadas a las nimiedades de los gustos, sin embargo, descubrimos que para muchos pueblos sus mínimas costumbres le importan completamente pues afectan el círculo de su conciencia esencial.

La paradoja de la trascendencia restringida
La argumentación anterior implica una contradicción, porque la operación de la trascendencia de la conciencia se restringe para lograr un mantenimiento o una conservación de la identidad, y seguramente se hace sin una intención clara. En la acción cotidiana, la práctica y su conciencia trascienden continuamente esto y aquello. Trascender en diversas modalidades en cuestiones que parecen exteriores resulta poco problemático y casi siempre deseable, y el tema del ensueño de la riqueza súbita (tan universal para todos los pueblos) muestra un anhelo de súbito salto cualitativo de la persona sobre su mundo material. La cuestión cambia cuando la trascendencia cualitativa se enfoca al interior, donde la auto-trascendencia ofrece un terreno muy peligroso, de ahí el dicho de que “crecer duele”; el cambio interno se anhela cuando se imagina espléndido, pero el arribo inesperado de un “estado alterado” también se evita rigurosamente, como lo muestra la imagen temida de las “posesiones” o “locuras”. Gran parte de los esfuerzos de los tabúes y regulaciones sociales están dirigidos para mantener la identidad de los individuos y su sociedad, de tal forma que las trascendencias latentes no se conviertan en saltos cualitativos globales. En especial se convierten en materia de tabú y de restricciones las prácticas para alterar el ser interno del individuo, evitando el salto al vacío del cambio de conciencia. El tema de la sexualidad y las reglas de parentesco son uno de los casos más significativos de la preocupación de las personas para lograr una regulación de la conciencia, para no alterar las emociones ni las relaciones personales que rompan con una línea continua de identidad.  En este aspecto, la trascendencia indica que se requiere de calor sin causar fuego. El tema de los tabúes sobre el incesto es universal, pues indica el campo de operación permitida del intercambio sexual, y nos proporciona las áreas viables para el enamoramiento, para las relaciones de parentesco, y por tanto indica cómo se debe moldear la vida emocional de las nuevas generaciones. Los lazos de parentesco indican el modo en que se debe reproducir una sociedad de forma ordenada, de acuerdo a reglas determinadas. Bajo reglas definidas por costumbres entrelazadas con tabúes la sucesión de generaciones emite un calor ordenado, una trascendencia domesticada y aceptable, pero en cuanto se rompen esas reglas, brota un fuego de lo prohibido, una ardiente fórmula de ruptura.

El efecto de la trascendencia cualitativa: el efecto sistémico
La diferencia entre las tres modalidades de la trascendencia (conservación, avance y salto) se relaciona con una estructura más allá de las intenciones. En las últimas décadas se ha empezado a comprender mejor la peculiaridad de ese salto cualitativo, ese paso entre cualidades. Las interpretaciones sistémicas[11], mediante conceptos de “sistema emergente”, están recuperando un trazado fino, ya presente en diversas filosofías[12], donde se hace hincapié en el efecto de cambios radicales, a partir de pequeños cambios. Un ejemplo evidente acontece con las emociones. El entero sistema de restricciones sobre la actividad sexual humana resulta tan importante porque desde ese punto es donde se moldea gran parte de la existencia afectiva. El surgimiento del psicoanálisis se levanta sobre las reacciones emotivas incontroladas y perjudiciales en un contexto de gran represión sexual, de tal modo, se revela el entrelazado de una veda práctica y un sistema emocional. Por ejemplo, la relación entre una ceguera histérica y un horror inculcado sobre el deseo sexual resulta pieza clave para comprender la relación entre dos fragmentos del sistema emotivo; el síntoma emerge como un evento incontrolado, distante de una serie de causas. Si en lo particular parece un código inocente controlar las intenciones sexuales de los jóvenes, en el caso concreto del síntoma surge un sistema particular de emociones y manifestaciones incontroladas.
Para quien sufre el síntoma y quienes lo rodean parece emerger una monstruosidad, pues al interior surge un evento imposible de trascender satisfactoriamente. Según el psicoanálisis originalmente el síntoma implica una modalidad del inconsciente para superar un sentimiento intolerable ante la misma persona. Claro, el síntoma genera un esfuerzo trascendente casi automático de superar el evento, pero resulta en fracaso continuo hasta que sea generada la curación. La curación es el rescate del individuo para el ejercicio de su trascendencia normal, rescatar sus opciones para conservarse o cambiar (dentro de sus pautas aceptables).

Ahora bien, los síntomas y las emociones no se pueden elegir en cuanto tales, aparecen como conjuntos hacia los cuales se arriba de golpe. Las lágrimas denotando una emoción indican una irrupción, una alteración del estado emocional, ya distinto de una acumulación de tristezas calladas o contenidas. Esa emoción ya representa un sistema emotivo momentáneo que modifica la percepción de cualquier estímulo externo. Esos espacios de calidad indican las direcciones hacia donde la trascendencia puede saltar; para una mujer bajo estándares actuales su tristeza debe alcanzar el punto del llanto y se sentirá confortada, y para un hombre el caso será el contrario, pues intenta contener el llanto. Justamente, gran parte de los estudios de la operación psicológica nos muestran los caminos posibles de la trascendencia de la conciencia y hasta plantean las recomendaciones prácticas para alcanzar ciertos estados mentales. El objetivo moderno de alcanzar un bienestar o salud mental implica las posibilidades de trascender desde el malestar hacia su opuesto, el cual en su nivel superior desde tiempos antiguos se ha llamado felicidad[13].

Resulta sumamente importante comprender el camino de trascendencia viable para las distintas figuras sociales, ya que sobre ese terreno se juegan las relaciones colectivas. El sistema de leyes implica un dejar hacer, mientras no existan violaciones del derecho de los otros, atacando directamente lo plasmado en leyes, sin embargo, la disyuntiva entre conservación y cambio no tiene previsión suficiente en las leyes. Las leyes operan sobre los supuestos del pasado, mientras que la trascendencia implica una modificación constante en sentido de futuro. La existencia de al trascendencia en las relaciones sociales implica tanto los modelos de trascendencia paralizada (conservación pura), trascendencia domesticada (avance bajo la misma pauta) y trascendencia cualitativa (el salto), así como sus contrapartes fracasadas. La realidad social entera es una mezcla constante de todas estas variaciones, sin embargo, en la gran tendencia alguna de estas líneas de fuga debe predominar. En una sociedad compleja, sin un exceso de homogeneización, resulta difícil imaginar que una única modalidad de trascendencia se impondrá permanentemente; resulta más lógico imaginar que aparecerá un continuo y complejo entrelazado. Claro ese cuadro de complejidad también resulta pretexto para ya no prever nada, y si queremos prever entonces el tema del cambio cualitativo resulta clave. La repetición de lo mismo no nos exige esfuerzo de ideación, pero el advenimientos de nuevos tramados de calidades sociales y de existencia, sí requiere de un esfuerzo, y ese esfuerzo es la operación de la trascendencia cualitativa a nivel intelectual. Las utopías sociales en el pasado han servido como un modelo de cualidad diferente, una imagen deseable de trascendencia colectiva, y sin descartar que sigan ofreciendo un aliciente de avance también resulta imperativo seguir definiendo con mayor precisión los caminos por los cuales transitará esa trascendencia colectiva.

NOTAS:



[1] Incluso la hipótesis de supresión del sexo, resulta inefectiva, porque la persona marcada bajo ese signo no desaparece su condición sexual. Desde afuera, por ejemplo el hombre mutilado permanece señalado como castrado, donde la ausencia es un signo perpetuo.  Y en el interior, la psicología freudiana muestra que la mente sigue enredada por un inconsciente altamente sexual, sobre todo, cuando el sujeto no practica la sexualidad. Cf. FREUD, Sigmund, Más allá del principio del placer.
[2] La creencia en un Dios o cualquier más allá no implica en automático ese efecto trascendental, aunque históricamente ha sido predominante.
[3] Resulta pertinente que este manejo del concepto de trascendencia resulta tributario de Hegel, quien prefiere utilizar un término más próximo al de superación en español, para describir la operación constante de su dialéctica, en las diversas manifestaciones del espíritu. También existe una derivación desde Marx, aunque él se centró en la práctica material, como eje de la comprensión, y la trascendencia únicamente le aparecería en saltos cualitativos.
[4] En el capítulo V del tomo I de MARX, Karl, El capital. Discutir las intervenciones de Althusser ya nos llevaría hacia el detalle de la estructura y el proceso de trabajo. Cf. ANDERSON, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico.
[5] HEGEL, G.W.F., Fenomenología del espíritu. Cuando esto lo interpretamos en geometría tradicional resulta un movimiento en espiral, cuando lo vemos con la geometría de matemáticas modernas, entonces resulta un movimiento fractal, que expresa el movimiento de trascendencia.
[6] BATAILLE, Georges, El erotismo.
[7] ALBERONI, Francesco, Enamoramiento y amor.
[8] ELIADE, Mircea, El mito del eterno retorno, p. 52.
[9] Para las primeras culturas humanas encontrar la continuidad de la vida natural evidentemente fue del mayor interés, de ese modo las estrellas se escudriñan buscando su orden y eso se encontró, dando la imagen de una serie de figuras o de residencias de dioses. Junto con esto el orden astronómico se mostró en la regularidad del movimiento del sol y la luna rigiendo las estaciones, de tal modo, que se permitía una noción completa del orden temporal. La paleo-astronomía es asombrosa en el sentido de los avances que tenían pueblos de la edad de piedra, pero es consistente con la necesidad elemental de conservación del ser humano, manteniendo inalterados los puntos de referencia, y las indicaciones astronómicas eran importantes para tal fin.
[10]El pensamiento tribal mítico piensa que la persona se puede metamorfosear fácilmente en otra cosa, especialmente, en animales. Esa conversión forma parte de la visión normal pero encierra el peligro de una conversión sin camino de regreso, de ahí la restricción sobre esas conversiones, confinándolas como tarea especial de los hechiceros. Cf. CANETTI, Elías, Masa y poder.
[11] O’CONNOR, Joseph, El pensamiento sistémico.
[12] Desde las antiguas visiones de conjunto griegas, atravesando diversas filosofías, poniendo el acento en Hegel como ícono del concepto de totalidad y sin descuidar a lo mejor del marxismo. KOSIK, Karel, Dialéctica de lo concreto.
[13] Ya Aristóteles plantea este objetivo supremo en su Ética nicomaquea.

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