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miércoles, 7 de abril de 2021

SIMBOLISMO DEL VELO DE ISIS EN SENTIDO PROFUNDO

 



 

Por Carlos Valdés Martín

 

El velo de Isis se desarrolló como un símbolo del conocimiento místico, religioso o iniciático en la transición entre los cultos politeístas a las diosas egipcias (con Isis reina entre los dioses, la activa consorte y hermana de Osiris), en contacto con la gnosis grecolatina. Al pasar los siglos se recuperó como símbolo adecuado para interpretaciones místicas (iniciáticas, etc.) o para versiones románticas de la aproximación absoluta a la Naturaleza (divinizada) y lo Femenino. De manera breve abordaré el símbolo del velo en general, a la diosa Isis y su “velo de Isis”.

El velo en sí: símbolo de bloqueo, vía de acceso y contacto mediado

A diferencia del sello, el candado y la puerta el velo señala una aproximación de aparente facilidad, por ser un dispositivo suave que delimita un objeto próximo. En especial, el velo se relaciona con el cuerpo y, en particular, con la cara de la mujer, aunque posee otras utilidades. El velo no impide con fuerza el paso y se mantiene como un obstáculo únicamente para el sentido de la vista, sin imaginarse como un obstáculo insalvable. Cualquier definición material del velo implica una materia textil y mejor cuando es ligera y hasta traslúcida. La ligereza y cualidad traslúcida del velo implica una aproximación hacia el objeto que protege, pero dejándolo a una mínima distancia y gesto para “descorrer el velo”. Sin embargo, en la imaginación simbólica un velo puede cubrir por completo la vista y hasta impedir el paso por completo, según muestra alguna leyenda clásica sobre el “Velo de Isis”.

Precisamente, esa proximidad y el estar en contacto íntimo con el objeto que protege hacen del velo un objeto tan asociado al deseo y la tentación. A manera de una puerta, la cual separa y también ofrece el sitio para acceder, también el velo posee una complicidad tremenda con el acceso, por lo tanto, se mira tanto en sentido positivo como negativo. Sin embargo, la costumbre moderna de la satisfacción inmediata y la facilidad para el consumidor impide comprender el sentido positivo del velo como “vía de acceso” a lo importante, lo sagrado y trascendental como se manifiesta en la noción del “Velo de Isis”. De manera semejante ese otro sentido para el velo como un “contacto mediado” desconcierta a la mentalidad moderna, pero sí ayuda a explicar el regreso del velo religioso como bandera de regreso del fundamentalismo islámico.[1] En el caso religioso, colocar el velo sobre la mujer implica que los demás están contenidos por un rito que impide el acceso a la mujer, entonces resulta el mediador de cualquier contacto con la mujer, comenzando con el visual.

La diosa Isis

Esta divinidad fue de gran importancia en el panteón egipcio, representando la parte femenina que complementaba a la trilogía de los grandes dioses, junto con Osiris y Seth. Además, para las narraciones de los habitantes del Nilo, esta diosa mantenía un papel activo en los conflictos, empleando la inteligencia y la audacia para completar su magia, con la cual restauraba el equilibrio de los mundos. Primero, a su hermano dios Osiris lo derrota la maldad de Seth, quien además lo destroza y separa, por lo que la intervención de Isis rescata los fragmentos y recupera la unidad de su amado. En ese tramo de la narración, Isis personifica a una viuda virgen que concibe un hijo,[2] cuando ella logra recomponer a su consorte y con él concibe a Horus, el dios joven, quien restablece el orden perdido. Por su parte, Osiris reina en el inframundo recibiendo a las almas de los muertos. En el reino de los vivos, su esposa concibe a Horus, quien será el campeón que restablece el reino cuando abate a Seth.

Según lo usual en el politeísmo los relatos de Isis poseen variaciones, con énfasis ella acrecentó su papel protagónico como diosa madre, ante la cual se encomendaban los devotos. El múltiple desempeño de la divina Isis (como maga, esposa celestial, madre de dios, restauradora, puente con la otra vida, viuda, la tierra misma…) le confirió un papel preponderante en el Egipto tardío y tendió un lazo de unión con las nuevas creencias que combinaron el misticismo grecolatino y el gnosticismo.

El Velo de Isis en su máxima intensidad

La diosa egipcia por periodos reinó en los cielos y después, ya redimensionada como entidad suprema, ella bendice los tres espacios: cielo, tierra e inframundo. Bajo este aspecto de una divinidad suprema (la cara femenina de la trinidad o la regente del universo desde el lado maternal, la Naturaleza entera) su símbolo del “Velo de Isis” adquirió el significado definitivo. Conforme Isis se volvió la diosa de la Totalidad entonces su rostro estableció el enigma de la Verdad (en el sentido absoluto de la Sabiduría ganada en un “solo golpe” de vista).[3] Conforme desde el siglo XIX se reinterpretaron los cultos egipciacos como “misterios de Isis”, entonces ese Velo adquirió protagonismo y se unió a una visión poética, por ejemplo: “Soy todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será / y mi velo jamás fue corrido por ningún mortal.”

Al colocarse Isis en tal posición, donde su rostro es una refulgente fuente de la sabiduría y la verdad, entonces surge también un problema, semejante a la caverna de Platón.[4] Si los humanos han crecido acostumbrados a las tinieblas, según señala el relato de la caverna, entonces mirar la luz del sol de manera directa les resulta imposible. De ahí se muestra la paradoja romántica que develar el rostro de Isis provoca tal deslumbramiento que quien lo haga está en peligro de muerte, entonces se recomienda multiplicar los velos y avanzar lentamente para no caer fulminado ante el resplandor de la sabiduría.[5] En la tradición islámica sufí, la Verdad divina se esconde detrás de muchos velos, entre 70 y 72,000 velámenes compuestos “de luz y tinieblas” que son indispensables pues esconden la fuente de luz y nos protegen de su fulgor. Curiosamente, la metáfora de la multiplicación de los velos de Isis queda en armonía con el lento avance de la ciencia ante naturaleza, por tanto resulta una armonía entre esa intuición mística y la lenta evolución del pensamiento a escalas históricas.

“Dialéctica de la Ilustración” contra los velos y los ídolos

Haciendo una apretada síntesis: la Ilustración europea cumplió con el mérito de desgarrar los velos que sostenían un periodo oscurantista, incluso tenebroso que afirmaba el dominio de una Iglesia corrompida sobre las sociedades. Sin embargo, el interés por Isis y su velo resulta posterior al periodo de la Ilustración clásica de Europa, a manera de un contraflujo romántico y de interés por el esoterismo y la nueva espiritualidad. Algunos autores han afirmado, con astucia, que la ruta de la Ilustración desembocó en un racionalismo, para algunos “desantropomorfizador”[6] (que se deshace de la figura humana) y para otros hasta nihilista.[7] Bajo cualquiera de las dos vertientes, la ruta terminaría en algún páramo desértico carente de emoción (sin romanticismo)[8] y sin espacio para el propio ser humano. 

El argumento que aquí propongo es que el iluminismo nunca permea en la entera sociedad y, más aún, la crítica racional no implica que otros dos niveles clásicos de la persona estén resueltos, pues ni el espíritu ni el sentimiento se resuelven en el razonamiento. En otras palabras ni el “sentido de la vida” ni la vitalidad de los sentimientos se resuelven con una argumentación fría, por eso Ortega apelaba a una fusión entre raciocinio y vitalismo, en una “razón vital”.[9] Incluso gracias a la propia ilustración, hacia el siglo XVIII se favoreció que Europa conociera más y mejor los cultos orientales, desde los cuales se retomó la fascinación por el antiguo Egipto y las religiones comparadas. Algunos románticos encontraron en la diosa Isis nuevos matices emotivos y grandiosos que no encontraban en el cristianismo predominante. Los heterodoxos de las doctrinas, fueron armando una visión para convertir ese antiguo relato en una nueva metáfora iniciática y de búsqueda de conocimientos esotéricos, por ejemplo, los popularizados por Blavatsky.[10]

Fenomenología ante el “velo en el rostro”

Si bien el objeto que llamamos velo posee diversas utilidades, su intensidad se multiplica cuando descansa sobre un rostro. Velar un rostro implica un programa completo. No es lo mismo velar, por ejemplo, el pubis que el rostro debido al nivel de comunicación interpersonal que implica el rostro. Cualquier rostro concentra una biblioteca entera de mensajes, por la intensidad con la cual comunicamos mediante cientos de diminutos músculos bajo el rostro. Basta un pequeño ajuste en los ojos para revolucionar una expresión. Con esa capacidad tremenda de comunicación del rostro, el acto de taparlo marca el misterio extremo y hasta la despersonalización, pues si no miramos un rostro nuestra mente duda si hay una auténtica persona real.

La fenomenología es el enfoque para comprender las superficies (las apariencias) como lo esencial, de tal manera que los rasgos presentes nunca se deben omitir. La presencia del espejo provocó desconcierto y temblor entre los pueblos primitivos por esa convicción de que devuelve el rostro tal cual es, sin caer en falsas imaginerías. Para la mente, imaginar una persona sin rostro implica un reto mayúsculo, en ese sentido, el velo sobre la cara implica una duda extrema y un desafío. Por eso, en un sentido psicológico, un rostro tras el velo resulta tan atractivo como atemorizante, que se aplica tanto a una prostituta sagrada (la mujer del harem, la vestal) como a un verdugo, aunque con el último se le denomina máscara. La presencia del velo sirve para anunciar un extremo que escapa de la condición normal, ya sea como amenaza, deleite, terror, interrogante, etc. Por lo mismo, la presencia del tapabocas por pandemia provoca tantos reparos y objeciones: porque amenaza con la despersonalización.

Una salida fenomenológica será interpretar los pliegues del velo como un lenguaje completo, así como el rosto ya es una plétora de significados, los consecuentes pliegues de un velo deberían ser una biblioteca entera de significados; esto en el sentido que Novalis interpreta a la naturaleza como una gramática completa, un lenguaje por descubrir bajo el velo sagrado.[11]

Jugando a la fenomenología radicalizada, vale afirmar que el velo ya sustituye al rostro mismo y que detrás del obstáculo hay una nada o huella vacía, pues el velo se convierte en la realidad completa y su soporte resulta una quimera. Sin embargo, esa radicalización al afirmar que tras ese velamen se encuentra una diosa fantasmal, entonces permite que haya un crepitar de posibilidades infinitas, donde el optimista supone la irradiación más portentosa y el pesimista cree que se esconde la más triste nada.

Hipótesis del contacto mediado

Considerándolo con optimismo, el famoso Velo comparte la cualidad de otras prendas, pues la desnudez absoluta resulta trivial o insufrible, mientras que el vestir transmite infinitos mensajes y brinda ventajas prácticas. A su manera claridosa, el filósofo Ortega y Gasset repudia la “acción directa” del anarquismo para elogiar a las “mediaciones” que construyen la cultura y las instituciones políticas. El anarquista pretende saltarse dos mediaciones clave (el Estado y el Capital) para establecer el único contacto que tolera en una fusión (hipotética) entre iguales. Ortega afirma que la “acción directa” implica un gesto contra-natura que abandona más de lo que gana al establecerse. El concepto esotérico de la ruta velada acepta las vías indirectas y termina glorificando a las mediaciones, las cuales —siendo francos— lo abarcan todo, pues el pensamiento y el lenguaje son mediaciones indispensables. Si, como dijera Kant, resulta imposible conocer “la cosa en sí”,[12] entonces hay que transitar por las categorías del pensamiento, es decir, habrá que vivir la mediación de la mejor manera (con la crítica).

La metáfora filosófica para el pensamiento ha usado de la copia y de la cera blanda para reproducir lo más exactamente “la cosa misma”, por esa ruta la sutileza y aproximación del velo también sirven como una excelente metáfora. Conforme el velo reproduce el rostro es otra “cera blanda” que revela mientras esconde al rostro. Además, algún velo también se elabora con una tela traslúcida, entonces cabría aceptarlo como un receptáculo en el camino de la inteligencia y sería un puente más que una barrera.

 

El romanticismo en “Los discípulos de Saïs”

Encontré este interesante pasaje “…Novalis (…) en (…) Uno de sus escritos, que (…) quedó en fragmento, se titula Los discípulos de Saïs. (…) reproduce una vieja leyenda del culto de la diosa Isis en Saïs. Egipto estaba de moda en aquellos años finales de la Ilustración; y ya Schiller había dedicado un poema a La imagen velada de Saïs. En la formulación de Schiller se trata de un joven discípulo del templo de Isis cuyo afán era conocer la verdad, contemplarla, y gozar en esa contemplación de la posesión de todas las cosas. La verdad, le dice su maestro, está en el rostro de la diosa, cuya imagen se encuentra cubierta por un velo que ningún mortal con culpa puede levantar sin morir. La historia termina mal: el joven no pudo refrenar su pasión, y lo encontraron muerto una mañana ante la imagen velada.”[13]

“En su formulación novalisiana, el velo de la diosa es el símbolo poético de la naturaleza misma, como un lenguaje cifrado cuyos trazos, que son sus pliegos, somos incapaces de leer. Levantar el velo quiere decir interpretar ese lenguaje.”[14]

Novalis en la multiplicidad natural intuye una “gramática”, es decir, un lenguaje: “Los hombres ―afirma Novalis― discurren por numerosos caminos. Quien los siga y los compare verá surgir figuras maravillosas; figuras que parecen formar parte de esa gran escritura cifrada que por todas partes se ve: en las alas, en la cáscara del huevo, en las nubes, en la nieve, en la formas cristalinas y pétreas, en las aguas heladas, en el interior y en la corteza de las montañas, de las plantas, de los animales, de los hombres, en las luces de cielo (...), en los haces en torno al imán. En ellas se adivina la clave de esa escritura fantástica, su gramática”[15]

A manera de conclusión

Ahora bien, saltando a una conclusión rápida y hasta precipitada, Hernández-Pacheco afirma que tras el velo de Isis lo que debe aparecer es el Yo, como sujeto único de la razón, para lo cual se catapulta hasta Kant y se desliza por Horkhimer.[16] Afirma que tras el velo está la “apercepción trascendental” (Kant) que es el Yo, hacia el cual se remitirán todos los significados, y terminará la tarea de la razón idealista, pues la idea está en el interior desde el principio.  Entonces, para esta interpretación la diosa Isis es la subjetividad (el Yo) capaz de interpretar el mundo, apoderándose del secreto de la Naturaleza; lo cual no es incoherente, pero lanza un salto que devora el proceso, por eso mismo presenta un resultado “vacío”. El propio exegeta Hernández-Pacheco asume (repitiendo una versión argumental)[17] que ese idealismo lleva en línea recta hacia el nihilismo del apetito insaciable y frustrado. En cambio, la exégesis del romanticismo[18] y otras permiten afirmar que esa ruta no es forzosa, pues no todo camino hacia Isis desemboca en un Yo nihilista, de hecho esa ruta es inusual. Hacia fines del siglo XIX, la metáfora del Velo de Isis regresó con frescura, sirviendo de emblema para una renovada búsqueda esotérica,[19] pero eso ya es otra historia.  

NOTAS

[1] Caso típico en Irán, donde el velo dejó de ser una costumbre de aldeanas para tornarse en una obligación religiosa generalizada, impulsada por el acceso de los dirigentes religiosos al poder del Estado.

[2] Este papel de Isis resulta desconcertante, aunque deberíamos estar acostumbrados a estas paradojas de virginidad-procreación y viudez-matrimonio por la interpretación cristiana sobre la “Inmaculada concepción” y otros relatos bíblicos como la vejez de Sara, la recepción de Ruth, el personaje de Hiram, etc. Con el advenimiento del cristianismo con facilidad de identificó a Isis con la madre de Cristo, facilitando la transición hacia un culto mariano.  

[3] En ese sentido tradicional, la Sabiduría es un don divino que se obtiene súbito y sin el largo recorrido que caracteriza a la Ciencia. El legendario Salomón pide “sabiduría y ciencia” como siendo una única bendición y le es concedida, por lo que no requiere de estudios. 1Reyes, 10:13.

[4] Platón, La República.

[5] El concepto universal de lo sagrado implica la distancia y lo más sagrado deberá ser lo más confinado como el sanctasanctórum, dentro del Templo de Salomón. La Biblia. Reyes y Crónicas. 

[6] Adorno y Horkhaimer, Dialéctica del iluminismo.

[7] Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo.

[8] William Ospina, El año del verano que nunca llegó.

[9] Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo.

[10] La fortuna del título de Madame Blavatsky es “Isis sin velo”, lo cual resulta perfecto en varias dimensiones.

[11] Javier Hernández-Pacheco, El velo de Isis elementos para una mariología romántica, p. 17.

[12] Kant, Crítica de la razón pura.

[13] Javier Hernández-Pacheco, El velo de Isis elementos para una mariología romántica, Publicado originalmente en: Thémata. Revista de Filosofía. Número 9, 1992, págs. 197-213. Volumen de homenaje a D. Jesús Arellano. El enfoque es curioso pues ““Se preguntará el lector qué tiene esto que ver con la Virgen María. El caso es que Novalis piensa que, en efecto, tiene mucho que ver.”, p. 3.

[14] Javier Hernández-Pacheco, El velo de Isis… p. 4. Los pitagóricos afirmaron que la matemática y geometrías son ese lenguaje absoluto, lo cual retoma Platón para fundar el idealismo filosófico.

[15] Novalis, Die Lehrlinge zu Saïs, pág. 96.

[16] Las simplezas de la “dialéctica de la Ilustración” de Adorno y Horkhimer.

[17] Según señalamos repite a Horkhimer y otros como Bell.

[18] William Opsina, El año del verano que nunca llegó.

[19] Blavatsky, Isis sin velo.

sábado, 27 de febrero de 2010

"LOS HÉROES" DE CARLYLE UN ANÁLISIS



Por Carlos Valdés Martín











Rascando bajo la piel de las intenciones pregunto ¿y si la existencia de cada persona fuera una modalidad de heroísmo? Cada quien con un heroísmo distinto. Basta imaginar a niños pequeños: primero desvalidos, ignorantes, sin recursos ni guías. Así, empezamos todos y luego, al crecer a tientas, vemos un mundo sin comprenderlo, plagado de asechanzas, con dificultades y donde un simple descuido resulta fatal. Después, de jóvenes tomando fuerzas, arrancando los secretos de la propia existencia, ganando batallas privadas, superando un obstáculo, evitando tal peligro y aprendiendo de los golpes: así, crecemos. Entonces arrancamos alguna satisfacción y reconocimiento como el primer beso: así, aparece la madurez. En el otro extremo aparece el gran enemigo que es la sombra de la muerte: así, termina esto, cuando la muerte siega el grano maduro. Haciendo este repaso breve las piezas encajan. No resulta casual que cualquiera comprenda el arquetipo de héroe y que en el arte aparezca con disfraces nuevos.
¿Y si la vida entera resulta ser una edificación sobre cimientos de heroísmo? Atestada de actos desinteresados desde el nacimiento del niño y su amamantamiento, pasando por el silencio consternado ante la desgracia ajena, hasta el discreto respeto a las leyes y normas. ¿Y si dentro del corazón respetamos por encima de lo demás al más sublime y desinteresado actos? Como cuando arriesgamos el físico por socorrer a un desconocido y mucho después de terminada la jornada le descubrimos sentido.
Posiblemente, la vida está atravesada de veneración al heroísmo, aunque ésta no se compone sólo con alabanzas al heroísmo, sino también de sus contrapartes patéticas, de mezquindad e indiferencia, las burlas sobre el falso heroísmo de los políticos profesionales y la condena al utilitarismo descarado, completamente anti-heroico y hasta anti-moral. Para comprender esa mezcla, extraña y bulliciosa, presente en cada individuo, conviene comprender qué es el heroísmo.

La estructura de los mitos heroicos
Los mitos heroicos conocidos en su generalidad poseen una estructura compartida. Cambian los lugares y las caras, pero cierto hilo narrativo se va repitiendo. En cada relato se dibuja la figura portentosa del personaje superior, quien se agiganta mediante las aventuras acontecidas. Varios estudiosos importantes han revelado esta estructura de los mitos heroicos, y hasta han procurado psicoanalizarlos o alcanzado a develar alguna estructura universal en las creencias amadas por los pueblos más dispares[1].
Siguiendo la huella de tales estrados, podemos afirmar que el protagonista mitológico empieza su aventura desde un mundo ordinario, al cual abandona al sentir el llamado imperioso, para cruzar el umbral de la aventura. El motivo inicial puede partir de la simple curiosidad, sin embargo, bajo el manto de la simple curiosidad se oculta un destino verdadero[2] y esconde un motivo trascendiendo hasta el mismo personaje, una estatura de miras superior oculta dentro del relato. El salto se da ante un umbral del trasmundo, aunque a veces basta una simple lejanía, un desplazamiento, un viaje (justamente llamada odisea). Este para desplazarse hacia ese trasmundo existe un umbral, al cual lo cuidan entidades de resistencia intimidante, pues justamente procuran doblegar al héroe naciente. Este umbral y su recorrido corresponden con el arquetipo material, psíquico y simbólico del laberinto, primer gran modelo de la totalidad como enigma desafiante.

El héroe debe derrotar o conciliar con el guardián del camino, utiliza la astucia, la fuerza, la paciencia o la distracción, cualesquiera recursos son válidos para esta etapa. De acuerdo a los enemigos a vences se eligen los recursos. Posteriormente el héroe también recibe auxilios en su camino, aquí camino es adquisición de talismanes, toma de poderes, crecimiento en capacidades. En este proceso el héroe muestra y demuestra debilidades y flaquezas, está presente la posibilidad de su derrota, su fracaso y su muerte, por eso también merecen nuestra simpatía.

El héroe entra vivo al reino del trasmundo, donde emerge (a veces) una oscuridad completa, un seno profundo de la tierra; algunos protagonistas mueren físicamente para ingresar directamente al reino de los muertos. En este camino conviven tanto peligros enormes como potencias nuevas, adquiriéndose recursos nuevos o desconocidos que fortifican al paladín (y descubrimos que posee un valor antes ignorado).

Dentro de este recinto de peligros el héroe alcanza una prueba suprema, ante la cual parece que va a desfallecer, sin embargo, nunca desfallece y acumulando fuerzas de su flaqueza, supera esta prueba final. Gracias a su valentía y perseverancia el protagonista recibe un premio sobresaliente, una fuente sacra de fuerza desconocida en el mundo ordinario o terrestre. Este triunfo muestra diversos resultados, como la obtención de un objeto sagrado, la recuperación de la vida, el reconocimiento del dios padre, el desposar con una diosa magnífica, una iluminación por el fuego sagrado, etc. Como consecuencia un osado se convierte en un héroe efectivo, y su existencia queda metamorfoseada hasta un nivel superior.

La mayoría de los héroes mitológicos regresan bendecidos de su aventura; cuando bordean la muerte son llamados sobrevivientes. Acontece un umbral de retorno, el cual se traspasa para integrarse entre sus propias gentes, con un don y un mensaje. El resultado usual trae una bendición importante a su mundo, como Prometeo regalando el fuego a los mortales.

Muchos relatos heroicos de los pueblos antiguos también describen procesos iniciáticos, pues son narraciones de seres ordinarios o de divinidades incipientes, que se trasmutan en héroes o divinidades, por medio de una serie de pruebas rituales, que al superarlas convierten al ordinario en extraordinario, pues hacen germinar la semilla de esplendor latente dentro del ser humano para convertirlo en portentoso. El superhombre naciente corresponde paso a paso con el iniciado. En cualquier mitología y religión podemos descubrir abundantes pruebas, bastará que lancemos la piedra de nuestra inteligencia para que vuelen las aves revelando dónde se ocultan las pruebas. Sin embargo, el término iniciado se refiere más precisamente a aventuras del espíritu o del saber, mientras que el paladín resulta una figura desbordante que abarcará cualquier ámbito de interés o prestigio. Compartiendo la misma estructura, el héroe conserva un mayor prestigio, por moverse sobre el terreno luminoso de lo portentoso y hasta de lo incondicionado. Si bien, en alguna variante, también el venturoso se convierte en discreto, el mundo ignora el portento que ha regresado del umbral.

Hércules
Este, como cualquier héroe importante, nos revela la estructura básica. Además resulta ejemplar pues para los griegos representa su máximo héroe, considerado un semidiós, hijo de mujer y dios, quien con sus hazañas redefinió la faz terrestre del mundo conocido. La fuerza es el emblema de este personaje, y su ciclo mitológico, son los denominados 12 trabajos (correspondientes al zodíaco). Peculiarmente, en su último trabajo es obligado a descender al mundo de los muertos para dominar al gigantesco perro de tres cabezas, de nombre Cerbero, guardián de las puertas del inframundo.

En el relato, ésta resulta la más difícil de sus aventuras, porque se adentra al mundo de los muertos llamado Hades. Como primer paso para este trabajo, acude a Eleusis donde es recibido en los misterios eleusinos, y purificado por muertes sacrílegas causadas con anterioridad, como las que causó a unos Centauros. Resulta significativo, que al final del ciclo Hércules resulte un iniciado dentro de los misterios más famosos de los griegos. El relato mitológico dice que los misterios de Eleusis buscaban dominar el secreto de la muerte. La previa purificación e iniciación son importantes, porque siendo este Hades el mundo de los muertos, significa que el semidiós se prepara para morir y re-vivir después. En efecto, los griegos creían en la posibilidad de la reencarnación.

Además de regresar él mismo, rescata a Teseo, otro importante héroe, atrapado en el Hades durante la desesperada búsqueda de su amada muerta. El dios reinante en el mundo de los muertos es el dios Plutón, quien autoriza a Hércules para llevarse temporalmente a Cerbero si lo domina sin uso de armas. Como si fuera un círculo de narraciones, recordando su primer hazaña cuando su fuerza desnuda bastó para dominar al León de Nemea, de nuevo Hércules usa una fuerza desnuda, ahora para dominar el camino de los muertos y salvar airoso su regreso. Este regreso redondea su fama y cubre su ciclo final.

El ciclo de Osiris-Isis
Por ejemplo, la leyenda egipcia de Osiris nos indica otro modelo heroico-iniciático, que pasa por la muerte y resurrección del dios, quien ayudado por su hermana-esposa Isis adquiere la sabiduría suficiente para derrotar al mal encarnado en Seth, dios de los desiertos. Primero Osiris fue traicionado por su hermano malévolo, Seth, quien lo mata arteramente, para desmembrarlo y dispersarlo en partes. La muerte y desmembramiento de Osiris indica el lado débil del protagonista, tan indispensable para el mito heroico, bebiendo el cáliz del dolor y la derrota. La debilidad del protagonista es un ingrediente de dramatismo, donde nos identificamos con nuestra propia debilidad y deseamos abrevar en  una fuerza. Anotemos: el dios supremo de los egipcios conoce el dolor del martirio y la muerte, sacrificado en horrible modalidad.

Afortunadamente, la hermana Isis recuperar después las partes del cuerpo y lo reconstituye, para revivirlo dentro del reino de los muertos. En este relato se pone el completo acento en un papel activo para la diosa femenina mediante su papel reiterado donador de vida, pero no en papel de madre, sino de médico sagrado, revitalizadora. Entonces la alianza de una pareja divina garantiza el desenlace satisfactorio, y si bien es típico que el protagonista de tales mitos sea masculino, no se desprecia una participación femenina en la trama, sino que se reconoce. Una vez recuperado y purificado, Osiris adquiere poderío para desterrar al mal perverso de las tierras egipcias y para vivificarlas mediante la fertilidad del río Nilo. Así, mediante heroicas pruebas de renacimiento Osiris se convierte en el padre del pueblo egipcio, pero la lucha ha sido tremenda, por eso permanece confinado dentro de su reino transmundano. Este relato fue el modelo dramático entre los antiguos egipcios; modelo seguido por las castas sacerdotales egipcias en rituales entonces llamados los misterios de Isis. Y no debemos terminar este punto, sin señalar que la estructura del Nuevo Testamento, establece la narrativa del martirio de Cristo en términos muy similares sacrificio redentor, muerte y resurrección[3]. El paralelismo de las creencias en el dios-joven sacrificado se observa en otras religiones como se indica entre los griegos con Dionisos y los escandinavos con Balder.

La sociedad como hero-arquía
Una interpretación radical de la importancia del héroe nos la proporciona Carlyle, cuando estima que el entero edificio social, la convivencia humana se funda sobre la piedra del culto a los héroes, ahora ya entendidos en una amplitud de grandes hombres reales, los enormes líderes guiando a su sociedad, y causando un movimiento universal de seguir sus huellas. Para su interpretación la sociedad entera es “un culto graduado a los héroes; reverencia y obediencia que tributamos a hombres verdaderamente grandes y sapientes. Todos estos dignatarios sociales son como billetes de banco; todos representan oro, si bien, por desgracia los hay falsos siempre”[4] Por dignatarios sociales Carlyle entiende cualquier representante político, pero también las jerarquías de religión con sus sacerdotes y ministros, las de educación con sus maestros y rectores, las de economía con sus directores y empleados. Y una jerarquía mide su poder por la cumbre, y si desaparece la validez de su pináculo, también caerá completa, tal cual el sistema financiero, que le sirve de metáfora de las validaciones del cambio diario. Para esta interpretación en la cúspide solamente consigue colocarse un héroe, donde se concentra lo grande y ejemplar, por eso resta seguirlo en el curso de los tiempos[5].

A la cabeza de las sociedades, en un momento inicial le parece a Carlyle que no hay antepasados simples sino siempre héroes quienes marcan el rumbo y el derrotero. Este liderazgo inicial no requiere de un plan detallado, bastan unas pocas ideas brillantes, resultan suficientes unas grandes líneas maestras insufladas con la potencia heroica para levantas las velas del barco de los pueblos. De hecho, le parece a Carlyle que la Historia entera solamente es “en el fondo, la historia de los grandes hombres”[6] Con esta clase de interpretación se coloca en uno de los extremos de la interpretación, completamente opuesta a las tendencias más modernas e históricas, que consideran la combinación de los factores sociales, y los influjos de economía, demografía, política, tecnología, etc. para hacer un balance equilibrado entre la Sociedad y el Individuo[7]. Al contrario, este ameno autor insiste en colorear la acción del grande entre los grandes, para enaltecerla como la luz en mitad de la entera oscuridad o mejor, con su afortunada imagen, es el rayo incendiando a los troncos secos, pues “El hombre grande (…) es el rayo verdadero (…) Al son de su vigoroso acento, enciéndese el hacinado y corrupto combustible, todo es conflagración en torno suyo… ¡y luego dicen que los secos leños amontonados fueron la causa!”[8] En definitiva él toma partido por el rayo tan incendiario como súbito e inesperado, desdeñando a los troncos secos, apilados en su montón ordenado, merecedores del olvido.

Una nueva clase de héroes
Ahora bien, en su concepto el héroe Carlyle se expande a una variedad de personajes, ampliando la cuenta del mito heroico tradicional, y entran en su cartera también los profetas, los literatos, los intelectuales, y los líderes políticos. En el tránsito histórico real desde el siglo XIX, entró (y en cierto sentido continuó) en uso habitual el paladín político, el prócer de la patria y el defensor militar de la nación. El ascenso de las naciones desde el siglo XVIII se vincula con un nuevo culto laico al panteón de los padres de la patria, donde cada país posee su propia cosecha de apasionados fundadores de la libertad política y la autonomía de los nuevos Estados nacionales[9]. Este fenómeno de culto a los próceres nacionales resulta bastante universal y característico de la modernidad, sin embargo, no adquiere las dimensiones y extensión de la propuesta de Carlyle, quien “hero-ifica” a Shakespeare y Rousseau, Mahoma y Johnson. Esta ampliación del catálogo de héroes resulta indispensable para incrementar la plataforma de la denominada hero-arquía social, es decir el fundamento de la jerarquía social.

Ahora bien, cualquiera estará dispuesto a elevar como personajes trascendentes a Shakespeare y a Rousseau pero pocos los colocarán entre las filas de los próceres en sentido estricto. Por herencia y por concepto, preferimos mantener ligada la heroicidad con un conjunto de situaciones particulares, que confieren prestigio y dignidad a los personajes que las han atravesado. Siguiendo la tradición el calificativo de héroe al menos debe conjuntar el peligro atravesado y la hazaña cumplida, quizá el resto de la descripción de la estructura ofrecida a partir de los mitos la dejaríamos de lado con gusto. Los llamados padres de la patria atravesaron el peligro de  las guerras de independencia y entregaron la hazaña de la libertad alcanzada (muchas veces no durante su vida, sino como un legado de las generaciones posteriores), entonces cumplen con esas dos principales características del heroísmo. Por su parte un escritor como Shakespeare no se colocó dentro del torbellino de los riesgos, y ciertamente su obra continúa extremadamente valiosa, pero no toda la gente estará por considerarla una “hazaña” en el sentido físico del término. ¿Cuál resulta ser la diferencia entre hazaña y gran obra?  La hazaña misma bordea entre la apariencia de la imposibilidad y supera los abismos del peligro. La gran obra (en particular la creación del artista) resulta imposible para los demás pero el artista justamente posee esa capacidad única, como quien arranca una estatua perfecta del silencioso bloque de mármol.  

Hambre de héroes
Dando un salto final al tiempo presente, digamos que ahora sufrimos un hambre de paladines verdaderos. Los tiempos antiguos estaban relativamente satisfechos con sus mitos, que para ellos fueron verdaderos durante siglos. La heroicidad de los griegos se saciaba con Hércules y las narraciones de la guerra de Troya, sumadas a sus narraciones históricas de sus guerras contra Persia[10] y la conquista de Alejandro. La combinación de sus mitos con sus narraciones históricas resultaba suficiente para saciar las ganas de heroísmo. Además los oficios de la guerra resultaban suficientes. Debemos indicar como anotación psicológica, que una parte de la función del relato heroico es una canalización de las tendencias violentas latentes en el ser humano. Actualmente, los tiempos cambiaron y los mitos cayeron en descrédito, además las guerras son un evento demasiado riesgoso y hasta disfuncional para el sistema socio-económico mundial. Nunca regresarán los momentos cuando bastaba aportar un escudo y una espada para integrarse a la falange romana. Y lo peor: además los soldados ya no regresan de las guerras como verdaderos campeones, sino como adoloridos testigos del trauma de las destrucciones militares.

Por lo mismo, el heroísmo parece demasiado encasillado dentro del reino de la fantasía, en los circuitos comerciales del entretenimiento. No es casual que por vía del entretenimiento los superhéroes de historieta se hayan apoderado del escenario. Los niños, jóvenes y hasta adultos devoran las fantasías sobre superhéroes de ficción. También los videojuegos engrosan el culto a variedades fantásticas de paladines. Asimismo, el deporte fabricando sus campeones como estrellas de un espectáculo masivo pareciera ser el sustituto más cercano a la fabricación clásica de héroes míticos; sin embargo, a fin de cuentas, sabemos que el deporte solamente ofrece un juego.

En nuestra sociedad existe demasiada demanda por una mercancía aparentemente inexistente, el héroe pleno y realmente existente pareciera esconderse, desaparecer del escenario moderno. De nuevo, creo indispensable recurrir a una extensión de los conceptos, y recuperar por un efecto de utilidad lo que ya rechazamos de Carlyle por idea, pues ahora revelamos que dentro de la vida cotidiana brotan las chispas de heroísmo, y ahora estoy sacando a término un rasgo típico del acto heroico que quedó bajo la sombra. El heroísmo es entrega desinteresada, la hazaña cumplida posee el rasgo de un beneficio final sobre el cual el ego no adquiere provecho y entonces la retribución final del acto heroico es un beneficio desinteresado derramado sobre el prójimo. Recordemos a Prometeo, modelo del héroe mítico, quien entrega a la humanidad el fuego bienhechor a cambio de nada. Entonces existe ese otro heroísmo a ras de suelo, sobre el cual se puede alcanzar cosecha abundante, y nos entrega la generosidad convertida en todo tipo de filantropía. En efecto, a nuestro alcance permanecen decenas de definiciones para el mismo acto generoso e indispensable como son:
altruismo;
amor;
abnegación;
agradecimiento;
amistad;
afecto;
aportación;
atención;
ayuda;
benefactor;
beneficencia;
benevolencia;
beatitud;
caridad;
comedimiento;
consideración;
compasión;
comunitario;
dádiva;
donación;
devoción;
deferencia;
entrega;
equidad;
espléndido;
filantropía;
fraternidad;
generosidad;
hermandad;
homenaje;
justo;
legado;
magnánimo;
miramiento;
mutualismo;
noble;
ofrenda;
piedad;
querer;
sacrificio;
santidad;
solidaridad;
subsidios;
tributo;
útil, serlo para otros;
virtud;
voluntariado.

Resulta significativo que nuestro lenguaje posea tantos términos señalando hacia esta misma esencia. Así, el heroísmo todavía ofrece un camino cotidiano para acciones de beneficio incuestionable, y además tal clase de heroísmo permanece al alcance de todas las manos y hasta para esa multitud de pies descalzos, que Marx llamó proletariado[11].


NOTAS:


[1] Cf: CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras, psicoanálisis del mito, ELIADE, Mircea, Tratado de historia de las religiones, y FRAZER, James, La rama dorada.
[2] Cf: CAMPBELL, Joseph, El héroe de mil caras, psicoanálisis del mito.
[3] FEUERBACH, Ludwig, La esencia del cristianismo.
[4] CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 40.
[5] Con otro matiz, José Ortega y Gasset convoca a seguir a los egregios en cada sociedad, y recuerda el sentido original de los aristoi griegos, sentido pervertido por la práctica de la élite aristocrática. Cf. El tema de nuestro tiempo.
[6] CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 31.
[7] Cabría comparale con Lenin, quien recuerda siempre la importancia de los buenos jefes, mientras alaba a las masas proletarias. Difícil balance entre los extremos, por ejemplo: Cfr. LENIN, V.I. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo.
[8] CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 41.
[9] Cf. CHABOD, La idea de nación.
[10] Por ejemplo, la preferencia de Herodoto por los espartanos sobre los atenienses me parece se basa en el modesto heroísmo de los discípulos de Leónidas.
[11] Desde la publicación del Manifiesto Comunista quedaba claro que el aliento emotivo de Marx convertía en héroes a los desheredados del mundo.