¿Qué clase de destino descubrimos en un hombre, procurando ser un santo y un mártir, pero sus restos terminaron exhibidos en una feria? . La anécdota de los restos mortales mostrados en una feria trashumante nos habla de la extraña sensibilidad de una época con morbosa fe en los cadáveres, así convertidos en reliquias. Un triste cuerpo momificado recorriendo las polvosas carreteras del México de mediados del siglo XIX, contiene un sentido de continuidad con la mentalidad destazadora colonial. Esa mentalidad novohispana, cuando por “estética del castigo” en la plaza principal de la ciudad de Guanajuato mostró las cabezas decapitadas de los insurgentes como trofeo y amenaza. Pero vayamos a los inicios de este hombre singular. La construcción original de la plaza hoy denominada Zócalo capitalino sacó a la luz algunos monolitos antiguos, entre los que destacaron ejemplos impresionantes del arte escultórico azteca. Salieron a la superficie dos piedras que se revelarían con un valor estético de símbolos: el Calendario Azteca y la Coatlicue. La pura e imponente figura de esos dos monolitos, sin necesidad de indagar, hechizaba a la imaginación, evocando una enorme potencia antigua y recuperando una existencia legendaria. Era el año de 1790 y algunos sabios novohispanos se interesaron por descifrar esos monolitos. Bajo el imperio absoluto de la religión católica pasó a primer término una interpretación teológica cristiana, para establecer una explicación para esas maravillosas esculturas de piedra. Un abogado de apellido Borunda retomando opiniones previas se lanzó por un camino escandalosamente herético, para los términos de su època. Él planteó que el Calendario Azteca describía la fundación de México por el Santo Tomás-Quetzalcóatl. Su argumento trataba de mostrar un pasado completamente cristiano entre los indígenas americanos. Al parecer, el abogado Borunda compartió sus ideas con Servando Teresa de Mier, en esos años uno de los más prometedores religiosos jóvenes de la jerarquía católica. Servando desarrolló los argumentos de Borunda, pero perfeccionando una teología, que incluía en este conjunto a la virgen de Guadalupe interpretada como metamorfosis católica de Teotenantzin o Tonantzin, la madre de los dioses aztecas. Este argumento lo apasionó, retomaba el sincretismo subyacente en la creencia guadalupana, pues la virgen morena revelada a los indígenas permitía su integración cultural hacia un nuevo universo según el argumento posterior de Octavio Paz. Entonces trataba de generar un nuevo argumento de raíces identificadas. La mente inquieta de Servando estaba tejiendo una nueva justificación de la esencia cristiana del mundo indígena, donde ya no se presentaba una contradicción originaria entre el mundo indígena y la salvación católica que sirviera para justificar la conquista y la conversión religiosa por medio de la violencia. Este argumento de la identidad entre Santo Tomás-Quetzalcóatl negaba el pecado original de los autóctonos y los consideraba candidatos inocentes para la plenitud de la salvación. Pero esa especulación apareció en una época colonial, y ese argumento estaba dejando fuera de lugar la justificación tradicional de la conquista y entonces desaparecía la excusa para la existencia de la sociedad colonial misma. El justificante aceptado era que los conquistadores hispanos habían traído la redención religiosa y la inmortalidad del cielo a los indios, con lo cual quedaba moralmente avalado el dominio colonial y las crueldades durante el proceso de conquista. La idea de Servando contenía una terrible herejía política endosada a la religiosa; lanzaba un atentado de pensamiento contra las bases institucionales de la Nueva España y su sistema institucional. Ignoramos si Servando se daba cuenta cabal de las consecuencias políticas de sus tesis, pero sabemos que estaba dispuesto a revelarlas de la manera más espectacular y osada. En base a su prominente carrera dentro de la Iglesia él fue encargado de pronunciar el discurso principal del aniversario guadalupano del año 1794. Con ese motivo preparó un discurso sobre la aparición de la virgen de Guadalupe causante de enorme escándalo. En su obra oratoria él planteaba que la piedra del Calendario Azteca revelaba una historia cristiana milenaria en estas tierras novohispanas; Quetzalcóatl era el apóstol Santo Tomás llegado a las tierras americanas con la palabra de Cristo; el culto cristiano del Tepeyac tenía una antigüedad de mil setecientos cincuenta años, por eso la tela milagrosa provenía del siglo I y entonces la virgen guadalupana había sido la santa patrona de estas tierras desde el principio de los tiempos. Ese discurso se convirtió inmediatamente un escándalo teológico, que costó a su autor una condena a cárcel en destierro por largos diez años. A Servando lo miraron como a un joven impetuoso de 31 años y tuvo suerte, o quizá la osadía de un júnior. La inquisición local casi resultó benévola en su caso, ya que era dirigida por un tío suyo; pero fue expulsado del país, y después tuvo una serie de encarcelamientos y escapes, durante 21 años continuó exiliado . Durante toda su vida, en lo esencial, Servando permaneció convencido de lo que había expuesto: la evangelización cristiana había ocurrido en los orígenes de la civilización indígena, que al transcurrir los siglos, las enseñanzas cristianas se habían corrompido y mezclado con la idolatría. Aunque luego expresó dudas al respecto de las fechas para los contactos y la identidad de los participantes, pues los datos presentaban diversas lagunas y fallas. En cambio, él estaba plenamente convencido de que las apariciones de la virgen en el Tepeyac narradas en el año de 1531 eran una completa falsificación, respecto de las cuales escribió su crítica: "La historia de Guadalupe es una farsa del indio Valeriano (maestro del colegio de Santiago Tlatelolco y dirigente de la comunidad indígena), forjada sobre la mitología azteca" . Aunque sufrió durísimos reveses en su vida, sellada por largos exilios, la vida de Servando contiene un fresco aire de triunfador. En su segundo exilio, en 1820, redactó una carta de despedida conteniendo una apasionada defensa de la escritura de México con "x", condenando una decisión de la Real Academia Española de la Lengua que planteaba una escritura con "j". El argumento de Mier plasmaba completamente raíces religiosas, pues interpretaba la grafía tradicional con "x" en el sentido de que esto daba a entender que el nombre significaba "donde es adorado Cristo", porque suponía que "Mexi" era la pronunciación indígena para el hebreo Mesías. Así, con la intervención de Servando la religión se convertía en un argumento patriótico, fundamento para sostener una nación independiente. Aunque la relación entre el náhuatl y el hebreo no contenga bases lingüísticas, de todos modos su propuesta defensora de la "x" resultó triunfante. La lucha por el nombre del país resultó doblemente airosa: México terminó siendo la forma gramatical triunfante de un país independizado.
1 comentario:
Es imposible no sentir simpatía por Fray Servando; incluso desde este lado del atlántico, donde por otra parte pasó, exiliado y castigado, gran parte de su vida.Uno se imagina a los dirigentes y bienpensantes de la colonia escuchando la arriesgada tesis de este hombre no solo imaginativo, sino valiente, en mitad del señalado día, con todo el pueblo reunido y las banderas, pendones y otras decoraciones realzando el acontecimiento. En un momento así, cualquier hombre inteligente se habría dado cuenta de que el sistema de la colonia debía renovarse o morir.
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