Por Carlos Valdés Martín
“¡Luz y cuando no,
relámpagos! Elija el mundo.”[1]
“Verdad que les hacía
falta el rayo, ¡pero atraerle…!”[2]
Inicio
Las palabras de este inglés siguen resonando con el trueno, compañero del
rayo de la verdad. Contrario al estilo flemático, llamado el típico británico,
Carlyle cultiva el apasionamiento y deslumbramiento para sus lectores. Su útil labor
consiste en convencernos y convertirnos en creyentes, devotos de una revelación
saturada de convicciones y evidencias luminosas. Le interesa el mundo (digamos
en sentido llano), pero más aún le importa valorar este universo (afirmemos esto
en sentido superlativo), por eso escoge al monumento viviente —señal más
elevada— entonces nos regala con retratos de los héroes: las majestuosas cumbres
convertidas en personas. Este tema de los héroes —con el paso de los años y su
incorporación al discurso de gobierno— se habría de trivializar tanto, que ya no
debería ofrecer sorpresa; pero la novedad sorprendente se mantiene cuando aparece
durante el breve instante de la fundación; así, en resumen Carlyle nos propone
fundar hacia 1840 un culto honesto a los héroes, límpido y sin intenciones
burocráticas ni demagogia. Este ensayista poco informa sobre “hechos” de la historia,
pues los “hechos” los estima triviales, a excepción de unas pocas anécdotas destacadas.
Pero a él le interesan luces brillando desde el personaje y para eso convoca al
rayo mediante la palabra. Desea convencernos de la eternidad del eco (la perennidad
del mensaje), siempre y cuando ese retumbo provenga de una voz sincera y
original que emane exactamente desde la garganta del héroe. Entonces, pues, recordemos
los destellos lanzados por las palabras de Thomas Carlyle rememorando y
engrandeciendo a los héroes de las naciones[3] y la
humanidad.
Culto al héroe: toda sociedad
consiste en seguir al héroe
En síntesis Carlyle proporciona una interpretación extrema[4] de la
escala social y política del héroe, cuando estima que el entero edificio social
de la humanidad se cimienta sobre el culto a los héroes, ahora ya entendidos en
una amplitud de grandes hombres, los enormes líderes guiando a su colectividad
y aarastrándola para perseguir sus huellas. Para su interpretación la sociedad
entera es “un culto graduado a los héroes; reverencia y obediencia que
tributamos a hombres verdaderamente grandes y sapientes. Todos estos
dignatarios sociales son como billetes de banco; todos representan oro, si
bien, por desgracia los hay falsos siempre”[5] Por
dignatarios sociales Carlyle entiende cualquier representante auténtico de la
sociedad, principalmente los líderes políticos pero también las cabezas religiosas
con sus sacerdotes y ministros, de la educación con sus maestros y rectores, o de
la economía con sus directores y empleados. Ahora bien, una jerarquía mide su
poder por la cumbre, y si desaparece la validez de su pináculo, también caerá
completa esa organización, tal cual el sistema financiero, y para eso le sirven
de metáfora las validaciones del intercambio diario. Para esta interpretación, el
héroe consigue colocarse en solitario; conquistando una cúspide donde se
concentra lo grande y ejemplar, por eso sólo resta seguirlo durante el curso de
los siglos sucesivos.
A la cabeza de las sociedades, en un momento inicial le parece a Carlyle
que no hay antepasados simples (sin admiraciones ni exclamaciones) sino siempre
héroes quienes marcan el rumbo y derrotero. Este liderazgo inicial no requiere
de un plan detallado, bastan unas pocas ideas brillantes y resultan suficientes
unas grandes líneas maestras insufladas con la potencia heroica para levantar
las velas del barco de cada pueblo. De hecho, a Carlyle le parece que la Historia entera es “en el
fondo, la historia de los grandes hombres”[6] Esta
clase de interpretación se coloca en uno de los extremos posibles de la teoría;
con una visión completamente opuesta a las tendencias más modernas e
históricas, las cuales consideran la combinación de los factores sociales y los
influjos de economía, demografía, política, tecnología, etc. para teorizar con
un balance equilibrado entre la
Sociedad y el Individuo[7]. Al
contrario, este ameno autor insiste en colorear la obra del máximo entre los
grandes, para enaltecerla como la luz en mitad de la entera oscuridad o mejor, según
la afortunada imagen de Carlyle, es el rayo incendiando a los troncos secos,
pues “El hombre grande (…) es el rayo verdadero (…) Al son de su vigoroso
acento, enciéndese el hacinado y corrupto combustible, todo es conflagración en
torno suyo… ¡y luego dicen que los secos leños amontonados fueron la causa!”[8] En
definitiva él toma partido por el rayo tan incendiario como súbito e
inesperado, desdeñando a los troncos secos, apilados en un montón ordenado,
pero merecedores del olvido.
El balance de la historia entre los grandes líderes y sus pueblos nunca
ha sido sencillo. Conforme la ciencia social ha descubierto estructuras de
fondo que operan con eficacia, el papel de individual se ha reducido, por tanto
los líderes heroicos empequeñecen. El marxismo representó una gran escalada
para reducir la estatura del liderazgo en la perspectiva social, pero la
tendencia ha seguido con el posestructuralismo. El adecuado balance entre el
individuo activo y la estructura social preocupó a Croce[9] y
será un tema continuo. Con el paso de las décadas diversos descubrimientos y
reflexiones parecieron abonar hacia las estructuras poderosas, dejado un papel
cada vez más modesto al individuo, incluso algunas variedades de posestructuralismo
han decretado la desaparición del hombre[10] y
sólo otorgan eficacia a las estructuras. Al plantear la unidad del
existencialismo con el marxismo, Sartre hizo reflexiones complejas en torno a
esta relación del individuo frente a las estructuras en el plano de la
historia, defendiendo la irreductibilidad de la persona ante lo
“práctico-inerte”[11]. En
una perspectiva, del siglo XXI resulta indigesto aceptar con tanta llaneza la
posición del líder como presencia superlativa, pues esa cumbre también depende
de antecedentes, recursos económicos o medios masivos para imponerse sobre el
interés público; de manera espontánea es la combinación
entre la persona y una estructura la mezcla más adecuada para un efecto
trascendente. La interpretación del Carlyle resuena personalista y hasta romántica
centrada en la genialidad individual; visión endiosada con líderes que han
cimbrado el mundo y poco interesada en precisiones y circunstancias[12]. En la alborada del siglo XXI, a nivel de las
ideologías globales nos encontramos indefinidos entre estos dos extremos: por
un lado, culto a dirigente[13], y
por el otro, desconfianza hacia la persona, incluso argumentación sobre su
inexistencia. Por ejemplo, el ciudadano tan fácilmente cree que el político es
todopoderoso, como imagina que es un títere manejado desde la oscuridad por fuerzas
misteriosas o conspiraciones articuladas. Algo semejante sucede con la estrella
del arte pop, que se idolatra con candor pero amarrada a su difusión por los
tele-medios, donde su presencia los levanta o hunde. En este campo, cualquier
posición reduccionista que sólo tome en cuenta al líder o a las estructuras,
rápidamente cae por su propio peso. El verdadero tema social es la
investigación de las relaciones entre los individuos y las múltiples
estructuras, que los condicionan y sobre las que actúan.
La literatura une a la nación,
quien la crea sobrevive al Imperio
Al relaciona a la nación con los héroes poetas Carlyle efectúa
especulaciones con rasgos asombrosos y brillantes, sobre todo si consideramos
que surgen desde el año 1840, cuando el Imperio Británico dominaba al globo terráqueo
y parecía imposible de desafiar. Al proclamar su estimación por Shakespeare,
lanza su desprecio sobre las posesiones del imperio, en un siglo cuando crecía
y mantenía con solidez indudable. “El imperio de la India se irá de todos modos
cualquier día; pero Shakespeare, no; éste permanecerá para siempre con
nosotros”[14]. El fondo en ese argumento
es la importancia para los ingleses del genio literario, del cual jamás se
desprenderán, aunque el ensayista se desvía ligeramente de su línea para abundar
sobre las relaciones exteriores del imperio. Estima la amplitud de las
conquistas, indicando que “Inglaterra, antes de mucho, llegará a contener tan
sólo una pequeña fracción de la familia inglesa: en América, en Nueva Holanda, al
Oriente y al Occidente hasta los mismos antípodas, se levantará un
anglosajonismo que llenará las más grandes partes del globo. Ahora bien: ¿qué
puede mantener todas esas partes unidas, formando virtualmente una nación (…)
de una gran familia?”[15]. La
tarea de unificar ese universo anglosajón dilatándose es formidable hasta
alcanzar su límite; por una parte advierte sobre la impotencia del ordenamiento
político, pues dice: “Las actas del Parlamento, los primeros ministros de la
administración no pueden.” Entonces ese descollar del “rey” Shakespeare “¿No es
el más noble, el más gentil y a la vez la más legítima esperanza de nuestra
unión? Realmente es indestructible y más valioso desde este punto de vista que
todos cuantos medios se imaginasen, sean cuales fueren (…) y (…) Desde
Paramatta, desde Nueva Cork, en todas partes, bajo cualquier alguacil de aldea,
sea el que fuere, todo inglés, hombres y mujeres, se dirán unos a otros: Aun el político dotado de sentido común, sea cual fuere su categoría, podrá también pensar en esto, si le place”[16]. Como se eslabonan estos razonamientos, la continuidad se ofrece mediante una “lengua literaria”, esa habla dotada de vida artística que se transmite entre generaciones y se amplía mediante el poder del convencimiento. El corazón del país (en ese entonces un imperio británico) lo magnetiza una “lengua literaria” que ofrece una utilidad enorme: integrar a la nación, incluso trans-fronterizamente, imaginando una comunidad planetaria. Ahora bien, a Carlyle le interesa especialmente indicar el protagonismo de esa comunicación literaria, manteniendo viva la personalidad generadora del discurso. En este caso, al imperio inglés lo prevé amenazado de muerte y únicamente ese idioma artístico (quizá) lo salvaría, y para eso asigna la tarea al arte del creador más genial del teatro isabelino.
Ahora bien, esta función de
unificación nacional mediante la literatura, Carlyle estima se debe ampliar
directamente y no limitarse a su patria inglesa. El mismo aserto lo aplica
positivamente a Dante con Italia. Recordemos que antes no existía la unidad
política de Italia; pues la Península Itálica se había mantenido dividida
durante siglos, separada entre reinos antagónicos y sirviendo como moneda
menuda de las disputas dinásticas. “Si cosa verdaderamente grande es para una
nación poseer una voz articulada, poder envanecerse de que salga de su seno un
hombre que pueda decir melodiosamente lo que su corazón encierre. Italia, por
ejemplo, yace, pobre nación, desmembrada, despedazada, sin que aparezca su
nombre en protocolo ni tratado alguno como entidad de ningún género, y, no
obstante, la noble nación italiana es actualmente una: Italia produjo a Dante: por tanto, ¡Italia puede hablar!”[17] Esta
indicación resulta sorprendente, porque acontece antes de la unificación de Italia, y por sus textos Carlyle no parecía
versado en política de tal región. Incluso no pronuncia una profecía de una
Italia política venidera, sin embargo, lo insinúa con plena claridad. Esto
resulta diáfano, porque sigue su razonamiento hacia Rusia, de donde dice: “El
zar de todas las Rusias es fuerte, con infinito número de bayonetas, cosacos y
dragones, y hace una cosa importante conservando políticamente unida tan
considerable parte de la tierra poblada de tan diversas razas, pero no puede
hablar aún (…) (tal país) Necesita
aprender a hablar: hasta ahora no es más que un monstruo grande, pero mudo.
Desaparecerán sus cañones y sus cosacos consumidos por la herrumbre y las
vicisitudes del tiempo, mientras que la voz de Dante continuará oyéndose ni más
ni menos que ahora. La nación que posee un Dante está más estrechamente unida
que podrá jamás estarlo una nación muda como Rusia.”[18] Resulta
evidente, por ese comentario, que en ese periodo la naciente y extraordinaria literatura
rusa resultaba desconocida en Inglaterra. Sin embargo, el dicho de Carlyle
contiene un exceso profético, sobre la futura grandeza de Rusia (la de Chejov,
Gógol, Dostoievski, Gorki…), primero unida y luego viene su desmembración de
regiones conquistadas por los zares, todavía mantenidas por el régimen
soviético, pero finalmente separadas, en un mosaico de pueblos con lenguas
antagonistas. En este redondeo de los comentarios, resulta confirmada esta
visión de la unidad entre “lengua literaria” y la viabilidad nacional, lo
curioso es la proximidad de ideas con las manifestadas por el joven Engels
durante la revolución de 1848[19], lo
cual nos hace suponer la existencia de una fuente común, para profesar esta
interpretación de la relación entre el lenguaje literario y la cuestión
nacional europea.
Existe una interesante discusión sobre la formación de las
nacionalidades a partir de la lengua, pues si observamos el florecimiento de
diversos idiomas en el mapa europeo, descubriremos que sobre ese patrón también
siguió su curso el “despertar” de las naciones durante los siglos XIX y XX[20].
Esta relación directa entre el despertar de las leguas locales, para
estructurarse en idiomas articulados, con codificación gramática y expresión
literaria es uno de los fenómenos fascinantes del periodo, donde el manto
cultural adelanta sobre la forma política. Por su parte, Carlyle y también Engels
ponen un acento especial en el aspecto literario
del idioma como su componente de fortaleza; lo cual marca un acierto, pues la
belleza (manifiesta en la gran obra artística) integra la fuerza vital de los
lenguajes[21].
El libro es la nave de la
eternidad
Cualquier libro predica como púlpito dominical, pero anclado en la
eternidad y dirigido en potencia hacia todos. Carlyle nos recuerda “Conocedores
de la ineludible necesidad que experimenta el hombre de dirigir la palabra a
sus semejantes, fundaron nuestros piadosos padres por todas partes del mundo
iglesias abundantemente provistas de todo lo necesario (…) Principalmente entre
los adherentes era un púlpito con sus accesorios, a fin de que un hombre, sólo
con el instrumento de la lengua, puede dirigir ventajosamente la palabra a sus
semejantes desde aquel elevado y digno lugar (…) Por el solo concepto de ser
autor de un libro ¿no hemos ya de considerar a ese autor como un verdadero
predicador, que hace oír su palabra; no en esta ni aquella parroquia, ni hoy ni
el día siguiente, sino en todos tiempos y lugares, y dirigiéndose a todos los
hombres?”[22]. La expansión virtual de
la palabra hacia cualquier dirección viajando cual cápsula del tiempo es un aspecto crucial del texto que —mirado de
cerca— raya en la ficción. ¿Las palabras plasmadas por Platón se dirigen a nosotros?
Las distancias abismales entre lectores actuales y creadores remotos resultan asombrosas,
y la capacidad para saltar sobre el calendario ha merecido atención de la mejor
ficción.
Bajo ese orden de ideas Carlyle evalúa la importancia del libro como máquina del tiempo. El texto escrito
(ahora acompañado por diversos reproductores de sonidos e imágenes) ha sido la mejor máquina del tiempo donde sobrevive
el lejano pasado. “Grecia, con todos sus Agamenones y Pericles, ha desaparecido
y convertídose en fragmentos, en tristes y pálidas ruinas…: todo, ¡menos los
libros helénicos! Allí está el dorado archipiélago; allí vive literalmente
Grecia todavía”[23]. Mientras las rocas de
las sólidas pirámides muestran la voluntad e intención de perpetuar recuerdos
entre las arenas eternas, la invención de la escritura aparece discreta, y la
conquista sobre la fatalidad de Cronos devorando a sus hijos es un regalo
inesperado. El escriba es más modesto que el arquitecto, pero su obra de
conservación (dadas las circunstancias afortunadas mientras sobreviva el texto)
resulta inigualable, pues los monumentos no son suficientemente elocuentes, mientras
los pergaminos han conservado una mayor virtud para comunicarnos lo que fue ese
siglo.
La época inaugurada por la escritura es nueva y por mejores motivos que
los considerados por los historiadores convencionales: “Con el arte de la
escritura (…) comenzó el reino verdadero de los milagros para el género humano;
relacionó íntima y estrechamente, con maravillosa y perpetua contigüidad, lo
pasado y lo distante con lo presente en tiempo y lugar y todos los tiempos con
la época que corre ahora. Cambiaron de forma todas las cosas útiles para el
servicio del hombre, todos los sistemas de todos sus trabajos importantes: la
enseñanza, la predicación, el gobierno, etc.”[24] El
efecto de la escritura literaria lo evalúa como la revolución completa, la cual
cambia la catadura del mundo y liga las antigüedades con los presentes.
Asimismo, cabría establecer la hipótesis que este discurso literario sirve para
transvalorar los valores y crear la utilidad, ahora tan evidente y casi natural[25].
Asimismo, cabe preguntarse si el discurso literario es una simple transferencia
de un descubrimiento técnico (el alfabeto fonético[26]) o
resultado de una totalidad de pensamiento transformada[27]. Y
el efecto de la escritura difundida, lo mira Carlyle como de dimensión política
directa, pues “La literatura también es nuestro Parlamento (…) Inventad la
escritura y será inevitable al democracia”[28].
Este aspecto resulta notable, pues los vínculos de la escritura con la
estructura del Estado han sido señalados de manera discreta por algunos autores[29],
pero resulta interesante establecer el lazo con la figura democrática.
La aparición del cuarto Estado:
periodismo y poder
Comprueba una división del
poder con la aparición del cuarto “Estado” materializado en legiones de “reporters” y empresas editoriales.
Desde entonces la prensa escrita interviene en la vida política[30] y
ese incidir de la prensa sobre el poder no es “una figura retórica, sino un
hecho real y efectivo”[31]. De
nuevo, resulta significativo el calendario, esas líneas pertenecen al año 1840,
y redoblan el interés sobre el legado de Carlyle, porque sobrepone una bisagra de
modernidad, un proceso transformador del perfil social. En este caso advierte
novedades del personal especializado en dos aspectos del saber —reportar y
difundir la noticia—, profesionalizando a un grupo emergente de “cognitariado”.
En este caso, resalta la importancia de los reporteros y la prensa como
elementos para cambiar la convivencia y el quehacer político. En Inglaterra a
mediados del siglo XIX la prensa escrita ya dominaba la opinión pública y su
negocio florecía, aunque todavía faltaba expandirse hacia el mundo entero como
institución influyente[32].
Resulta evidente la relación entre este crecimiento de editorial con varias
necesidades sociales y con los medios técnicos para satisfacerlas; sin
imprentas industriales resultaría inviable el tiraje diario y sin hambre de
noticias esa maquinaria de comunicación languidecería en calidad de superflua.
Habría que precisar la curva del avance de este fenómeno de comunicación para sopesar
este “cuarto poder”, que en Inglaterra resultaba pionero. Ahora bien, por el
contexto de Carlyle, centrado en la prensa parlamentaria no resulta tan
evidente el transitar desde la influencia periodística en torno al establishment (parlamento, gobierno y
demás) hacia la opinión dominante. La biografía de Dickens, por completo
contemporáneo a Carlyle, nos demuestra el desplazamiento dentro de ambos territorios
(el entramado del Poder y la amplia sociedad). Dickens inició periodista y
atendió ese ámbito parlamentario, siguió como escritor de éxito, y luego fundó
su propio periódico; y, en su caso, la difusión por la prensa resultó crucial, con
entregas en fascículos de sus narraciones. Además, Dickens gravitó y fue factor
influyente para catapultar la sensibilidad predominante, propiciando la
protección de los niños y otras reformas progresistas. El éxito del aspecto
reformista de Dickens nos demuestra esa influencia creciente de la prensa cotidiana
y los textos literarios, entrelazándose con el destino de una comunidad, en ese
sentido, existe continuidad directa entre
el “cuarto poder” y la transformación ideológica en su sociedad, en este caso,
para mejorar[33].
Así, este reflexionar sobre la prensa se redondea al revaluar la
literatura; también Carlyle revela la importancia de escritores mediante la
consideración de Rousseau, Samuel Jonson y Burke; así como su estimación de la
palabra, los libros y hasta de la función misma del héroe. Extendiendo y
refuncionalizando esa apreciación del héroe extrae conclusiones adicionales
para engarzarlo con la función del pensamiento organizado y su papel para
configurar la realidad como entidad completa. En otros términos el héroe (escritor
pensante, ocupado de su entorno) define la cúspide del cognitario, aquél individuo
que vale por su conocimiento exclusivamente, sin otro atributo significativo más
que su saber (gnosis).
El escritor pobre es testimonio y
promesa
Cuando el talento enfrenta la adversidad es cuando demuestra su sincerar
sin sombra de dudas. Carlyle elogia al literato cuando ha sufrido pobreza y
privaciones, planteando que esa circunstancia se convierte en venturosa, debido
a una alianza con la sinceridad, pues “es conveniente que haya literatos pobres
para demostrar si son o no hombres sinceros”[34]. De
hecho contribuye con líneas para el enaltecimiento del escritor menesteroso;
justificando su amarga existencia y engrandeciendo su imagen: de un talento confrontado
ante la adversidad. Como indicó Bachelard, existe una leyenda a cerca de la
buhardilla del genio: “El hada es lo pequeño que crea lo
grande. Es el sueño de poder del escritor encerrado en su buhardilla”[35].
En esta dialéctica de lo enorme y lo minúsculo encerramos una faz de complicidad
entre la estelar y la gema oculta bajo el suelo, así como la afinidad esencial
entre el literato pobre y la grandeza de la humanidad entera. La miseria
material del escritor promete una redención, conforme su obra palpita plena de
fuerza y calidad estética, y no solamente es augurio de su éxito personal sino
anuncio sobre la redención del saber entero. Esta alianza de opuestos resulta
bien tejida en el plano de las correspondencias paradójicas, lo cual fue
observado desde remotos tiempos, por ejemplo en el I ching, donde el hexagrama 62 indica “la fuerza irresistible de lo
pequeño”, que hoy seguimos reproduciendo en las ideas típicas sobre la
“pastilla” curativa. ¿Qué es una pastilla? Es la minúscula concentración de la
ciencia médica en un espacio que cabe entre los dedos y se traga en un
instante.
Siguiendo con la temática del escritor pobre Carlyle narra una anécdota
sobre Jonson siendo colegial en la Universidad de Oxford. Resulta que el entonces alumno
y futuro escritor, carecía de los mínimos recursos. En estos campus universitarios se debe avanzar
rápidamente de un edificio a otro, y en periodos de invierno la tarea es dificultosa,
sobre todo cuando se carece de zapatos útiles. Resulta que este Samuel Johnson
padecía con sus zapatos rotos, caminando penosamente de un edificio a otro. Un
compañero de estudios, percibe la penuria de Samuel Johnson, y sabiendo de su
carácter altivo, le deja secretamente unos zapatos nuevos ante la puerta de su
cuarto. El resultado es que el poeta los termina lanzando por la ventana, en
gesto de desprecio, pues podría él andar con los pies mojados y sucios de
barro, pero “no ser mendigo; todo menos eso”[36]
Perece que el acontecimiento revela la personalidad tan íntegra y escrupulosa
de este literato.
Al preguntarnos si Carlyle imaginaba algún destinatario discreto al
abordar este tema surgen un par de pistas principales. Una primera hipótesis sobre
el “escritor pobre” pero brillante señala al propio autor, quien empezó desde
la más humilde condición, y también al final de sus días sufrió en carne propia
la adversidad con la muerte de su esposa que le resultó demoledora. El segundo
destinatario fue el escritor más connotado de la Inglaterra victoriana,
Charles Dickens, quien soportó una infancia con adversidades abrumadoras y un
difícil comienzo, sumando situaciones que lo colocaron como adalid perpetuo de
la causa de los pobres[37]. En
cualquier caso, indagar sobre el sino de pobreza o adversidades del escritor no
es retórica superficial, representa un itinerario recurrente del encuentro entre
la sensibilidad y la adversidad.
La noción de lucha de clases…
antes de Marx
Con motivo de la desorganización del gremio literario, anota el concepto
de una “lucha de clases”, argumento notable, porque antecede a la popularización
de esta idea por Marx y Engels, en el famoso Manifiesto Comunista[38], de tal modo que
conviene anotarla. “Existe una verdad evidente en la idea de que una lucha de
las clases inferiores hacia las regiones más altas de la sociedad, con sus
emolumentos y privilegios, continuará siendo necesariamente siempre. Nacen allí
hombres muy robustos a quienes en la escala social corresponde un lugar muy
distinto del que nacieron. El conjunto complejo y las generales tentativas de
éstos constituyen y forzosamente deben constituir lo que se llama el progreso
de la sociedad, lo mismo para los literatos que para toda clase de individuos.”[39]
Ahora bien, tal perspectiva específica de “lucha de clases” está ubicada en un
terreno atomístico de individuos separados, por eso indica que “está la cosa a
merced del capricho y de la suerte ciega, remolino de átomos discordes que
mutuamente se anulan y destruyen, y de los cuales sólo uno entre mil logra
salvarse”[40]. Ciertamente, entre esta lucha de clases y la planteada por
Marx acontece un salto cualitativo, pero con visos de continuidad, el abismo
está en el énfasis marxista sobre dos grupos principales, moviéndose como
entidades colectivas y determinadas por sus condiciones materiales, con énfasis
en las económicas[41]. Para
Carlyle la condición material también genera lucha por la existencia, pero en
la fragmentación individualista, que procura escapar de la inercia de la
“ciénaga, sin márgenes ni fondo”[42]. Es
decir, esta visión de combatir para existir, aunque plantea una lucha de
clases, se aproxima más al llamado darwinismo social, una lid general por la sobrevivencia
donde sobresalen los más aptos. La admiración por el más apto resalta y se evidencia con este tema de los héroes, sin
embargo el lenguaje adquiere giros curiosos de más actualidad al argumentar
clases sociales y no simples individuos separados. De hecho, la posteridad ha
criticado bastante a Carlyle al interpretarlo en un sentido demasiado
jerárquico y hasta nostálgico del feudalismo; situaciones que no son tan evidentes
en estos textos de 1840, pero su obra es muy extensa y, además, habría que
investigar si el aliento revolucionario de 1848 modificó los acentos sobre el
suelo británico[43].
Contra los escépticos
Carlyle efectúa una curiosa discusión contra el escepticismo, donde
acepta que el dudar sirve como fermento intelectual, pero se confronta
radicalmente contra el escepticismo y su radicalización. Indica “El
escepticismo, dijímoslo ya, no es sólo intelectual, sino moral también, es una
atrofia, una enfermedad crónica de toda el alma. Un hombre vive de creer en
algo, no de argumentaciones ni de discurrir sobre infinitas cosas. ¡Desgraciada
situación la suya el día en que todas sus creencias se reduzcan a comer, a
digerir, a atesorar! No podrá ya descender más bajo.”[44]. En
el anterior argumento, su tesis sostiene la importancia del creer, sobretodo en
lo sublime y lo elevado: existencia espiritual fundada en fe. Ahora bien, Carlyle
acepta en la duda un fermento intelectual, pero no completo, reconoce la
importancia de la interrogación: “Toda clase de duda, de examen, ukephis, como se le llama, sobre
toda clase de objetos, existe en todas las mentes racionales. La averiguación
(…) es el trabajo místico de la inteligencia acerca de lo que procura conocer y
en que desea creer. La fe proviene de todo esto, a flor de tierra, como el
árbol de sus ocultas raíces”[45].
Rechaza la ostentación de las dudas y, además, la exhibición de cuestionamientos
no le parece que confirme inteligencia, al contrario recomienda que las interrogantes
se mantengan silenciosas, realizando labor de inteligencia para evaluar pensamientos,
sobre todo los más elevados. Así, Carlyle se aleja de Sócrates tan atento para
orear la ignorancia y tan dedicado a extraer buen vino de los barriles rancios,
pues una promesa de silencio resulta vana en mentalidades sumergidas en su
propia oscuridad.
Obedecer la Verdad
La Verdad, además de ser aceptada, ha de ser obedecida[46] —de
donde se desprende en la Verdad un hondo sentido de poder—, así, le parece a
Carlyle y, en ese sentido, toda y cada Verdad importante doblega al curso entero
de orbe. Asimismo esta interpretación descarta y contrapone al concepto llamado
maquiavelismo o al de la teatralidad política. Mientras Maquiavelo separa el
concepto político de las consideraciones éticas, la teatralidad afirma la
eficacia de la apariencia para obtener poder también lejano a la moralidad. Por
su parte, este discurso descarta ese “maquiavelismo” porque lo importante para cambiar
de curso consiste en la irrupción de una gran Verdad; de tal modo, Carlyle sostiene
que “El mundo ha de obedecer al que en el mundo ve, piensa y oye (…) La verdad
nueva, la más profunda revelación del secreto de este universo, es (…) un
mensaje de lo alto; necesariamente, por eso, debe ser obedecida.”[47] Con
esta tesis redondea su visión de que los héroes son quienes trayendo la verdad
al mundo, guían la historia y cambian el curso de la vida política y social[48].
Ahora bien, para que esto mantenga su pleno sentido, entonces tal veritas ha de estallar contundente y sin
la molicie del “pensamiento débil”[49], al discurso
abúlico que erróneamente se denomina relativismo; ya que esta revelación
verdadera no es un acomodarse a la conveniencia de la opinión, sino la roca
firme tras la cual se atan las voluntades y arrastran con fuerza en dirección
del nuevo tiempo.
PINCELADAS DE HÉROES
Odín
El ensayista Carlyle está dispuesto a convertir en personas a los entes
fantásticos y viceversa, quizá porque el tránsito desde lo ordinario hasta lo
sublime queda aceptado bajo su responsabilidad literaria. Mediante la
responsable palabra de Carlyle ya nada dormita en el campo de lo ordinario, entonces
la senda se ensancha para trasmutar a los hombres en héroes o a los dioses en
hombres. El primero en hacer ese tránsito es Odín, de quien estima debió ser un
líder claridoso y revelador de ideas entre el pueblo vikingo, por lo cual luego
se convirtió en su dios legendario, quien levantó la inteligencia desde la
tribu hasta el nivel de la civilización, y bajo esta perspectiva, Odín
representa al héroe civilizador divinizado por un pueblo inculto. Sin importar
lo exacto de la especulación, aquí encontramos repetido el arquetipo del héroe civilizador (tan importante en la
cosmovisión tolteca, azteca y maya) que preferentemente es un dios (Prometeo) o
semi-dios (Quetzalcóatl), pero también puede encarnar en un animal o
semi-animal como en el antiguo ciclo legendario chino[50],
donde un oso mágico entrega la primera sabiduría a la humanidad.
Dante
Recordando a Dante Alighieri y su obra anegada del espíritu medieval, Carlyle
nos indica “aquel semblante es para mi altamente conmovedor, acaso el más
conmovedor que conozco. Solitario, como surgiendo del vacío, ceñida por
sencillo laurel la frente que refleja los dolores y pesares que nunca mueren y
la esperanza del triunfo, que no muere tampoco, ésta es la historia de Dante.”[51] Resulta
significativa la importancia que una imagen pictórica adquiere para recordar al
personaje, pues esta descripción refiere al retrato específico del artista;
pareciera que, a veces, basta un excelente retrato de ficción para modificar la
percepción del personaje entre las generaciones sucesivas. Ahora bien, la
imagen iconográfica guarda perfecta armonía con la obra cumbre de Dante, fundador
de la literatura italiana, pues la glorificación de su seriedad, representada
por el laurel corresponde con un periplo completo en los tres mundos
metafísicos medioevales.
Cromwell
Comentando sobre el taciturno y callado Cromwell, exalta la importancia
del silencio a la manera de las leyendas de los pitagóricos. “Repitámoslo aún:
los grandes hombres son silenciosos. Al considerar la inanidad del mundo, la
verbosidad imperante, con escasa o ninguna inteligencia (…) compláceme
reflexionar sobre el grande imperio del silencio, en los hombres nobles y
silenciosos, desparramados por todas partes, cada cual dentro de su propia
esfera, pensando, trabajando en silencio, sin que los mencionen los periódicos.
Esos hombres son la sal de la tierra (…) ¡El silencio, el grande imperio del
silencio, es mucho más alto que las estrellas y más profundo que el reino de la
muerte! Sólo él es grande; todo lo demás es pequeño.”[52]
Hermosa exaltación del silencio, que el propio Carlyle no sigue, ya que el
texto estridente debe vociferar como un eco en la eternidad; curiosa paradoja
del pregonero que ama el silencio de grandes personajes de antaño.
Rousseau
En opinión de Carlyle, la obra literaria de Rousseau resulta la
responsable directa de la Revolución Francesa y hasta de su Terror, porque
es su “evangelista”, y sus ideas “produjeron en la opinión pública francesa
universal delirio”[53]. Tratándose
de una opinión impresa desde las Islas Británicas resulta casi mesurada, pues
la animadversión hacia lo francés y su Revolución eran moneda corriente. Pero
el caso sirve para comentar que acontece con los profetas religiosos y sociales
que desde la posteridad son responsabilizados de las peores acciones de sus
“partidarios”, y hasta de las atrocidades de sus “no partidarios”, lo cual sucede
a profetas, políticos y filósofos, de tal manera, a Cristo se le responsabiliza
por los Papas inquisitoriales, a Mahoma por el acto de los Imanes terribles, a
Marx por las atrocidades de Stalin y a Nietzsche hasta le imputan los hornos de
Hitler. En cada ejemplo, acontece una magnificación del principio en su final,
rebasando los conceptos de causa efecto, justamente porque desde cada tiempo
presente los protagonistas se visten con la venerabilidad de los autores del
pasado.
ANÉCDOTAS Y METÁFORAS
El barco de fuego
Cuenta la anécdota de los reyes vikingos, que cuando eran ancianos y
próximos a abandonar esta existencia, ordenaban una nave de batalla dispuesta a
lanzarse mar adentro, a toda vela desplegada pero herida a fuego lento, para
abandonarse a merced de las olas y entonces “el incendio la envolviera en sus
llamaradas y sepultase dignamente de aquel modo al anciano héroe dándole a la
vez por tumba el firmamento y el océano”[54]
La facultad de mirar
Ensalzando esa facultad de ver que poseen los creadores, la separa de la
mirada superficial y vulgar: “Para el ojo vulgar, todo es trivial, como el
ictérico lo ve amarillo todo.”[55]
Justamente, le parece a Carlyle, que lo esencial radica en este punto: observar
de manera distinta, escuchar lo inaudito, pensar más allá de lo evidente y
captar lo trascendente. Bien indicaba Descartes que la primera emoción se ubica
en la admiración, la cual se deteriora con los años hasta languidecer en la
vejez[56];
renacer es volver al estado de admiración permanente[57].
Abrir brecha, hacer camino
Sobre el poeta innovador, usa la metáfora del camino nuevo. “Este es su
modo de llevar a cabo lo que siente; éstas son sus pisadas; principia aquí el
camino ¿Qué sucede después? Vedlo: el segundo hombre anda, naturalmente, sobre
las pisadas de su predecesor, pero con mejoras, cambiando lo que cree
necesario, ensanchando lo que requiere amplitud, pues cuanto más ancho el
camino, más viajeros peregrinarán por él, hasta que llega a ser amplísima senda
por donde puede viajar cómodamente el mundo entero.”[58] La
repetición convierte sendas entre selvas para ensanchar avenidas tranquilas:
admiramos al vanguardista cuando abre brechas, ignoramos al congénere siguiendo
la avenida usual.
NOTAS:
[3] Para
Federico Chabod, el culto nacional de los héroes es una manifestación moderna
de la formación de las naciones, que data surgiendo en Suiza durante el siglo
XVIII. Desde la modernidad se erige el culto a los padres de la patria, antes
hubo más bien dioses y profetas. Cf. La
idea de nación.
[4] Por
quedar en el extremo su teoría del héroe resulta débil y con muchas fallas, que
han sido anotadas por diversos autores, en especial cuestionando que el culto
al héroe con facilidad cae en el autoritarismo. Sin embargo, su limitación
teórica no demerita su mérito estético y alegórico.
[7] No únicamente rompe el balance
sociedad-individuo, sino la continuidad,
tan preponderante en la “episteme” moderna, que toda ciencia social la
convirtió en “historia”, como “historia natural”, “materialismo histórico”,
etc. Cf. Foucault en Las
palabras y las cosas
[10] Por
ejemplo, Foucault en Las palabras y las
cosas.
[11]
SARTRE, La crítica de la razón dialéctica.
[12]
ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro
tiempo. No existe el individuo ni la acción fuera de la circunstancia; el
contexto define a la persona y su acción siempre.
[13] Por ejemplo, el culto general hacia Mandela
encarnando la lucha contra el racismo sudafricano que eclipsa al movimiento que
lo condujo al triunfo.
[19]
ROLSDOSKY, Roman, Friedrich Engels y el
problema de los pueblos "sin historia" y ENGELS, Friedrich,
"El destino de los pueblos eslavos", en La cuestión nacional y la formación de los Estados,
[20] DEUTSCH,
Karl, Las naciones en crisis, Ed.
FCE, México, 1981.
[21]
VALDÉS MARTÍN, Carlos, “Como una pampa: la literatura para las naciones”.
[22] CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 178 Y por cuanto expresan una honda verdad Carlyle indica
al afinidad estructural del libro con el culto religioso: “todo canto verdadero
participa de la naturaleza del culto, como así puede también decirse de todo
trabajo verdadero (…) Los libros son también nuestra Iglesia” p. 181.
[25] Para
Baudrillard la utilidad no es una evidencia que relaciona al sujeto con su
necesidad, sino un artificio social, que rompe las relaciones previas, más
rituales y jerárquicas para transitar hacia un mundo social de individuos para
sí, engolosinados en la utilidad, tan apegados a ésta que pareciera ser su
naturaleza espontánea. Cf. La economía
política del signo y El espejo de la
producción.
[26] Más
acorde al materialismo de Engels, considerar que la escritura es un artefacto
técnico que marca un salto en la evolución. Cf. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.
[27]
Foucault en su obra primera plantea que la literatura es una invención de una
episteme específica, de tal modo que depende de un corte en el orden de las
cosas, adecuado a la modernidad. Cf. Las
palabras y las cosas.
[29]
POULANTZAS, Nicos, Estado, poder y
socialismo.
[30]
También, Benedict Anderson le otorga una gran influencia histórica al
“capitalismo escrito”, es decir, la comercio de las editoriales y luego los
periódicos, como fenómeno crucial de los cambios sociales y nacionales. Cf. Comunidades imaginadas.
[32]
MATTELART, Armand, La comunicación-mundo.
Donde expone el avance de la prensa como parte del desarrollo impetuoso de los
medios de comunicación en el capitalismo, señalando su conexión con el sistema
social.
[34]
CARLYLE, Los héroes, p. 183
[36]
CARLYLE, Los héroes, p. 194
[37] PRESTLEY, J.B. Dickens, Ed. Salvat, Biblioteca Salvat de grandes biografías # 14. En especial
durante la infancia su padre quedó encarcelado y la familia completa vivió en
un anexo de la prisión, según una extraña institución de esa época.
[38] Manifiesto Comunista, “Toda la historia
de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”,
p. 1. De este concepto Marx y Engels no pretendieron ser los creadores, sino
haberlo retomado de los historiógrafos de la Revolución Francesa.
[39]
CARLYLE, Los héroes, p. 184.
Asimismo, esta visión de una “lucha de clases” en Carlyle resulta no histórica,
en el sentido de transformación, sino rasgo perpetuo, signo de un “siempre”.
[40]
CARLYLE, Los héroes, p. 184
[41] El espacio resulta breve para explicar la
compleja teoría de las clases sociales y su vínculo con la producción material.
Cf. MARX, Karl, El capital.
[42]
CARLYLE, Los héroes, p. 184
[43] Para
varias interpretaciones del marxismo, las revoluciones de 1848 representan una
ruptura en las luchas de clases, y un cambio de ánimo en las burguesías
europeas, modificando la aceptación de las ideas. Cf. CLAUDÍN, Fernando, Marx, Engels y la revolución de 1848.
[44]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 190
[45]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 190
[46]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, “No hay
acto más moral entre los hombres que el de mandar y obedecer. ¡Ay, del que
reclama obediencia cuando no es debida! ¡Ay del que la rehúsa cuando lo es! En
eso está la ley de Dios”
[47]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 207.
A su manera, la metáfora de Así habló
Zaratustra pretende que el mensaje funcione en ese mismo sentido: desde la
palabra iluminada del profeta filósofo hasta la acción dulce del superhombre,
pero no traspasa las metáforas hasta la realidad.
[48] Esta visión, comparte la creencia marxista en
la palanca de la verdad como propiedad de la clase proletaria emergente, bien
retratado en la novela La madre de
Gorki, donde insiste que la verdad desnuda es el mensaje para el pueblo.
[49] En opinión de Lyotard la característica del
pensamiento posmoderno se aleja de la Verdad en el sentido fuerte, para
regodearse en otras formas de consenso, menos fuertes que permiten una
agonística. Cf. La condición posmoderna.
[50]
WONG, Eva, El taoísmo.
[51]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 109.
[52]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 236.
[53]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 202. La obra de Rousseau, El contrato social, expone con claridad una visión social opuesta a
la monarquía, pero su radicalismo mental no se adecúa bien a organizaciones
viables. Por ejemplo, cuestiona la representación misma pues “tan pronto como
un pueblo se da representantes, deja de ser libre y de ser pueblo.” El contrato social, p. 37.
[54]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 58
[55]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 116
[57] Edouard Shuré da un sentido trascendente al
término de renacimiento cuando nos explica las biografías de los grandes
artistas en su interpretación de Renacimiento italiano. Leonardo Da Vinci y los profetas del Renacimiento.
[58]
CARLYLE, Thomas, Los héroes, p. 196.
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