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viernes, 19 de agosto de 2011

FAUSTO Y LAS PARADOJAS DEL MUNDO MODERNO











Por Carlos Valdés Martín






El agudo análisis de Fausto permite a Marshall Berman revelar las paradojas del presente para actualizar las sensibilidades y orientar el filo crítico hacia las sutilezas de un movimiento perpetuo, tan prometedor y desgarrador que ha sido la modernidad. El Fausto es, en sí mismo, un emblema por crear un mito moderno, donde el personaje cobra tal altura que se convierte en un punto de referencia hasta el presente, aunque sea vulgarizado, transformado y distorsionado. Además su autor, Goethe fue el genio notable de sus tiempos, que procuró también hacer de su vida una magna obra de arte, donde la prolongadísima elaboración de la obra literaria marca también el sello de intimidad, ir pensando y revisando todos los problemas cruciales de la existencia.

El motivo humano que anima a Fausto es revelado como desarrollo, pero no en el sentido económico que resuena en la palabra, sino como un movimiento humano de expansión vital. La ambición que desea cumplir Fausto por intermediación de Mefisto resulta muy compleja, le dice: "Ya lo oyes no se trata de gozar. Yo me entrego al torbellino, al placer más doloroso, al odio predilecto, al sedante enojo. Mi pecho, curado ya del afán de saber, no ha de cerrarse en adelante a ningún dolor, y en mi ser íntimo, quiero gozar lo que de toda la Humanidad es patrimonio, aprender con mi espíritu así lo más alto como lo más bajo, en mi pecho hacinar sus bienes y sus males, y dilatar así mi propio yo hasta el suyo y al fin, como ella misma, estrellarme también"[1]. En este proceso hasta la autodestrucción integra parte del deseo, busca abarcar las posibilidades, para lo cual deben liberarse enormes fuerzas dormidas, potencias titánicas que abarcan los diversos órdenes humanos. No pretende lograr esto o aquello sino moverse, despertarse activamente, transformar la potencia en acto de tal modo que el mundo mismo cambie. Pero la conquista de mayores potencialidades finalmente exigirá un gran costo social, el resultado es trágico, implica, también la aniquilación y destrucción, por eso define una obra trágica. Marshall Berman opina que, en la historia de la literatura, Fausto representa la primera tragedia del desarrollo. Donde también es muy importante considerar la vinculación interior entre el autodesarrollo individual multifacético con el movimiento social del desarrollo económico, porque el ser humano para transformarse (acento reflexivo) debe de transformar (acento expansivo) su mundo (acento súper expansivo). La transformación interior fáustica exige la liberación de las enormes energías, que deberán de arrasar con su entorno.

La metamorfosis del soñador y del amante
El paso de la fría torre del estudio (la metafórica caverna del filósofo Ateniense) hasta el mundo marca el primer pasaje de Fausto. El paso inicial decisivo lo compromete con el cosmos, él sabe que puede perderse, pero tiene que encontrar el camino de la perdición y por eso reescribe el principio divino: "En el principio fue la acción", y entonces ese es el nuevo Génesis: el credo del hacer o la productividad. En términos religiosos eso se encuentra en el lado oscuro, como tentación abierta en el camino hacia el poderío. Este poder empieza como una extensión de la fuerza propia, de tal manera que son seis yeguas las que ofrecen la imagen de la velocidad ilimitada. Esa imaginación literaria está siendo guiada por la mano de la realidad social: es la capacidad de compra, el efecto del dinero lo que genera ese efecto de poderío, porque el sujeto alcanza por medio de esa facilidad, ambicionar más allá del potencial de su cuerpo[2]. Ese terreno de las acciones inmediatamente extendidas es propio del dinero, sexo, velocidad y poder que sin embargo queda vacío de finalidad. Como pensador perspicaz, Goethe apunta hacia la necesidad de mantener o restablecer un sentido para el individuo poderoso.
En busca de una finalidad Fausto se enfila por la senda de la pasión romántica. Margarita revela un ideal romántico de sencillez y pureza, pero para Marshall Berman también indica símbolo del mundo del pasado, la vida rural de la infancia de Fausto, que le atrae como nostalgia y le repele como circunstancia. Margarita describe a la pobre mujer símbolo de un pueblo tranquilo y sin mayores aspiraciones, saturado de religión y de pasividad, sometida a las inercias de la tradición y la continuidad de la mera repetición. Fausto se le presenta como la posibilidad de una huida, pero ante el fracaso de ese proyecto a Margarita sólo le queda en ese mundo provinciano una escapatoria de suicidio, representando una fuga extrema que no es ajena al nuevo periodo de las transformaciones.

La metamorfosis del desarrollista
Finalmente, en una cumbre de su abatimiento, Fausto decide emprender una gran obra por su libre iniciativa, una gran edificación que reúna lo mejor de sí mismo y busque abatir las fronteras de la miseria y la incertidumbre de los individuos. Su idea es transformar la materia amenazante, desafiar al mar creando grandes diques y canales; su mira exige domeñar a los elementos naturales dándoles protección y bienestar a los habitantes. Pero esta obra es concebida como un supremo esfuerzo transgresor, donde todas las barreras deben ser sobrepasadas. Las "fuerzas infernales" que invoca Fausto no son las magias de Mefisto sino las potencias infernales de la organización del trabajo, pues es la planeación sistemática y despiadada de las tareas lo que mueve la tierra. Los capataces obligan al sacrificio extremo, el trabajo se vuelve un suplicio, unos obreros caen muertos y otros los reemplazan: los límites morales tradicionales a la explotación del trabajo son rebasados. Conduce con mano de hierro a sus trabajadores, pero Fausto a sí mismo se ha impuesto también la pesada carga, solamente que para él esto es libertad, la ansiada unidad entre el pensamiento y la acción, pues usa su mente para cambiar el mundo. El corazón goza al ver su obra concluida donde no solamente es una materia, sino la creación de un pueblo elegido, que se mantiene vibrante al enfrentarse a los elementos. Dice Fausto: "Por entero me entrego a este designio, que esta es la última palabra de la sabiduría; sólo merece libertad y vida quien diariamente sabe conquistarlas. Transcurran aquí de ese modo sus activos años, cercados de peligro, el niño, el hombre adulto y el anciano. Un gentío así querría yo ver y hallarme en terreno libre con un libre pueblo"[3].
Goethe ve en la modernización del mundo material un sublime logro espiritual, la cristalización de las máximas tensiones interiores. Pero la tragedia la enfoca hacia el obstáculo de las personas, las cuales se convierten en obsoletas. Una pareja de ancianos que no se adaptan al designio desarrollista de Fausto, por lo mismo deben desaparecer y son eliminados[4]. Y para completar el círculo Fausto debe desaparecer, entonces el dinámico removedor de obstáculos, él mismo debe morir. Se ha saturado de vida y ahora acepta el final. Destruyó al mundo de su propia infancia, sus raíces, y lo único que lo llama es la noche, su propio final. El proceso debe continuar sin él. Esta situación es muy importante en la propia interpretación de Berman sobre la dialéctica de la modernidad, pues "todas las personas, cosas, instituciones y entornos que en un momento histórico son innovadores y vanguardistas, en el momento siguiente se quedan atrasados y obsoletos (...) si se detienen a descansar, a ser lo que son, son barridos del mapa"[5]. Bajo esa luz la modernidad es la paradoja de una vorágine que se devora mientras se desarrolla[6]. Eso fue hasta ahora y todavía queda la tarea de imaginar y crear una nueva modernidad donde el cambio no sea la muerte de sus premisas, sino un evento extraño y hasta inverosímil como "las bodas del cielo y el infierno"[7].


NOTAS




[1] GOETHE, Johannes, Fausto, líneas 1765-75, Cit. BERMAN, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, p. 31.
[2] La crítica de Marx en los Manuscritos Económico-Filosóficos se ceba en esta fantasiosa expansión de capacidades a partir del dinero, porque genera una dualidad entre la imposibilidad directa del sujeto y su poder mediado, de tal modo que bajo el juicio de la conciencia, finalmente el rico sabe que él está más lisiado con su dinero que sin él. Esto es especialmente claro si se aplica a las capacidades relacionadas con los vínculos subjetivos como el amor. Pero esta crítica no va en contra de la expansión material de las posibilidades, digamos que no es un socialismo ascético.
[3] GOETHE, Johannes, Fausto, líneas 11563-11580, Cit. BERMAN, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, p. 57.
[4] Para que esta paradoja sea más profunda debe de interpretarse en términos interiores, como lo hace Berman, los ancianos no son una barrera exterior sino un signo interior. El desarrollismo genera su propia sombra, crea su atraso de tal modo, que los males de la miseria surgen estructuralmente del mundo de la opulencia. Ese es el efecto económico pernicioso del capitalismo que ha sido objeto de la crítica de izquierda.
[5] BERMAN, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, p. 71.
[6] En efecto así sucede porque el hombre está al servicio del desarrollo (producto) y no el desarrollo al servicio del hombre. BERMAN, Marshall, op. cit., p. 80.
[7] Bajo este título William Blake imaginaba posibilidades inexploradas de religión (mítica), arte (poesía), vida (divinidad) y ética (resurrección) donde los tradicionales contrarios se unifican.


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