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miércoles, 10 de agosto de 2011

DEVALUACIÓN MONETARIA DE LAS PERSONAS



Por Carlos Valdés Martín

Potencia social del dinero

Sobre las doradas arenas de Lidia, se acuñó el primer dinero metálico con una singular aleación de oro y plata. Con el dinero se anunciaba un nuevo mundo, acarreando nuevas exigencias, indicadas con la anécdota de que también nació la práctica de la prostitución en esas tierras (1).
En el presente la potencia del dinero se ha vuelto avasalladora y la moda del neoliberalismo empuja a que todo se convierta en negocio y mercancía. Mientras más mercantilista se vuelve el mundo más importancia adquiere el efectivo. En este planeta dominado por el dinero una persona por completo carente de éste queda más marginada que un paria hindú y su destino es perecer por hambre.

Identificación con su moneda
Contar con dinero en el bolsillo marca la diferencia entre la vida y la muerte, entonces la seguridad material de los ciudadanos depende de poseer dinero. Una función económica de la moneda es servir como medida del valor de las mercancías, así en cada acto de compra y venta se compara un producto o servicio respecto de una cantidad de dinero. Para servir de modo adecuado en esas operaciones las unidades monetarias y sus sistemas deben contar con homogeneidad y estabilidad. Si en siglos anteriores los metales se prefirieron a las conchas o al cacao fue por su homogeneidad, divisibilidad, incorruptibilidad y alto valor unitario. Pero las naciones han optado por dinero fiduciario, trozos de metal y billetes que representan un valor.
Cada país cuenta con un diferente sistema monetario. El dinero que cada persona obtiene es la llave de su seguridad, el medio cotidiano por el cual compra los medios de su vida. Los billetes que se mantienen como la medida de todas las compras, se convierten en una llave de certeza emotiva de cada cual, y se le transporta en bolsas, lo más cerca del cuerpo posible, e incluso los desheredados se identifican con su moneda nacional. Por ejemplo, la estabilidad de la libra esterlina y la fortaleza del dólar han sido motivos de orgullo nacional para británicos y norteamericanos. En fin, los individuos también relacionan su valer personal con ese dinero que reciben (2).

Los príncipes falsificadores
Junto con la moneda metálica nació la falsificación, pero también surgió el modo más sencillo para que los gobernantes esquilmen al público. Ya algunos príncipes griegos obtuvieron mala fama por mezclar mucho cobre a las monedas que deberían de ser oro y agregarle plomo a las de plata. En el año 540 A. de C. cobró fama el gobernante Polícrates de Samos por estafar a los espartanos con monedas de oro falsas. En algunos casos, los príncipes simplemente pretendían de manera burda sustituir las monedas de metales preciosos por otras de cobre, que emitidas en gran cantidad generaban una pavorosa inflación, pues ningún ciudadano sensato aceptaba las monedas adulteradas como buenas.


El invento de la inflación racionalizada como depreciación de los trabajadores
La situación cobra un tinte más complejo y dramático con la instauración del dinero fiduciario moderno. Debido a los altos costos de millones de monedas metálicas que por el mero roce iban perdiendo su material precioso, los metales preciosos han salido de la circulación, quedando como lejano resguardo de los bancos centrales y dejando su lugar en el teatro cotidiano a sus representantes, como billetes y monedas carentes de metal precioso (3). Con la moneda fiduciaria todo el proceso pasa a depender del Estado, como regulador de la emisión y flujo del efectivo. Y con estas funciones crecidas del Estado la tentación falsificadora de los príncipes cobra una dimensión terrorífica. Una de las situaciones más recordadas fue la terrible inflación Alemana, cuando en 1922 los alemanes debía soportar cambios diarios de los precios, que llegaban a duplicarse y entonces eran necesarias carretillas para transportar el dinero para compras. En el otoño se usaron todas las prensas disponibles del Estado alemán para imprimir dinero y resultaba difícil usar cheques pues se devaluaban en el tránsito al banco. Hasta apareció una enfermedad nerviosa conocida como el “ataque de números”, cuando las personas no soportaban estar contando tantos billones de marcos y sufrían colapsos por sus nervios. (4)
No fue casual que un inglés inventara un método económico para manipular la inflación con destreza y hasta cierto cinismo. De manera explícita John M. Keynes aseveró que la mejor manera de bajar el salario real a los obreros era generando una inflación controlada, que surgía por un mayor gasto público. El objetivo directo de esa política económica era superar una crisis muy grave y lograr un “pleno empleo” de recursos, y el medio implicaba depreciar la moneda en una pequeña cantidad medida, compensada por grandes inversiones para emplear a los pobladores de un país, y entonces funcionara mejor la economía, en su ciclo de inversiones y ganancias. Ese mecanismo devaluador del dinero que de la mano reduce el ingreso de los trabajadores se ha perpetuado. Si bien, los neoliberales afirman que ellos combaten la inflación, a fin de cuentas la aceptan como algo normal mientras no rebase un dígito y la utilizan sus gobiernos para devaluar los salarios.

¿Frustración inflacionaria como preludio a la violencia?
La devaluación masiva de las personas y el cúmulo de infelicidad que se acumula con una súbita inflación genera un resentimiento enorme, un deseo violento de herir en masa. La Alemania de 1922 había sufrido una inflación explosiva, un proceso angustioso y continuo de rebajamiento del poder adquisitivo del marco: la pesadilla de dormir próspero y amanecer pobre. Pocos años después el trato de los nazis en contra de los judíos fue de aplicarles un rebajamiento sistemático. Mientras el dinero inflado rebaja sistemáticamente su valor alterando la mentalidad de los ciudadanos, pocos años después los fascistas imaginaron desquitar su frustración rebajando sistemáticamente la humanidad de sus víctimas hasta desvanecerlas en la cámara de gases.
El pueblo mexicano (como gran parte del Tercer Mundo) ha sufrido una degradación racionada y padecido las políticas económicas monetarias de signo neoliberal, lo cual dejó hondas huellas de miseria y de rencor. Un capital político que explotó hábilmente Salinas de Gortari fue la reducción de la inflación y este aspecto lo repitieron los siguientes sexenios tricolores y azules. En todo caso, ha sucedido una reducción del castigo inflacionario pero no ha desaparecido. Día a día, los precios suben más que los ingresos de la población y eso es un castigo al bolsillo, atenuado pero no inexistente. La nueva generación agraviada por crisis y devaluaciones parece haber despertado un demonio interior de violencia privada. La difusión de la violencia criminal señala una desmoralización generalizada, ya que ese tipo de actos surgen desde lo hondo de mentalidades devaluadas. Con mayor motivo el público cuestiona la falta de honestidad de las autoridades que fingen combatir la criminalidad (arriba de 50 mil asesinatos anuales en México), mientras se enriquecen con la ineficacia del sistema (aumentando escandalosamente sus propios sueldos y prestaciones). En ese contexto de violencia criminal regresamos al lema nihilista de las cantinas, y lo que antes fue una alegre canción de José Alfredo Jiménez, hoy se ha convertido en una terrible pesadilla cotidiana: “La vida no vale nada”

NOTAS:1) Cf. Galbraith, John K., El dinero, cap. II, Ed. Orbis, 1983.
2) Canetti, Elías, Masa y poder, Ed. Mushkin editores, 4a. ed., 1982, pp. 179-184..
3) La idea de restablecer la plata como moneda circulante, le parece atractiva al público pero resulta impráctica por las reglas del sistema de circulación monetaria. Cf. Mandel, Ernest, El capitalismo tardío.
4) Cf. Galbraith, John K., El dinero, cap. XII, Ed. Orbis, 1983.

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