Por Carlos Valdés Martín
Después del Jardín
de senderos que se bifurcan…
Esta frase inicial recuerda un
cuento de Borges dedicado al tiempo fantástico que se abre y crea eventos duplicados
en universos distintos. Antes del camino existió el sendero, simple repetición
de pasos, que se condensan desde la huella fugaz hasta la permanencia; mediante
la tenacidad de la repetición, incluso los insectos minúsculos, como las
hormigas, producen senderos. Además queremos continuar hacia una ruta lejana,
ascender desde el estrecho sendero hasta el ancho camino, subir las
dificultades de lo frágil para alcanzar la fijeza de las amplias calzadas.
Resulta más interesante la ruta claramente trazada que nos invita a recorrerla,
con una superficie alisada y tersa, que nos promete una seguridad opuesta a las
agrestes sierras y las regiones hostiles. El camino liso y suave, triunfo del
ingenio sobre el paisaje natural, es una invitación al viaje.
Sino estelas en la mar…
El explorador y el artista rebelde invocan
su sagrado derecho a descreer del camino, a salir de lo andado, ofreciéndonos el
grito de las libertades desencaminadas, quizá recordando al salvaje quien no
conoció camino alguno. En efecto, existió una vida primitiva sin caminos
elaborados, atenida a senderos naturales, marcados por simples variaciones de
terreno, o por las huellas de manadas; cuando, entonces, los senderos podían
desaparecer tragados por la vegetación o los vientos. Fuera de los senderos
conocidos, constantemente asechaban los peligros reales y los imaginarios, la
fantasía poblaba de enemigos y potencias incontroladas a las zonas externas de los
senderos[1].
El artista, en su rebeldía, regresa a lo básico y dice Machado: “caminante, no
hay camino, sino estelas en la mar”. A diferencia del artista innovador, el
ciudadano prefiere andar por el sendero, seguirlo del principio hasta el fin,
escapando de las tentaciones de las brechas débiles que fenecen sin entroncar,
amenazadas de invasión por selvas y bosques. Porque esa vía lisa y luminosa,
mientras más amplia mejor, pues inspira confianza, y si avanzamos con velocidad,
permite alcanzar destino.
Camino de Santiago, el sideral
La procesión de los astros y la
línea de la Vía Láctea ,
son dos indicaciones de que a cada camino terrenal le corresponde una enorme contrapartida
celeste, su modelo divino, y por lo mismo, incluso la más humilde vereda contiene
una gran evocación: la imitación de una vía del reino celeste. Si cada sendero consolidado
evoca al modelo de la Vía
Láctea , entonces plasma un gran proyecto, una tentativa de
movilizar enormes potencias, desplazar lo valioso desde su Origen hasta su
Destino. Así, por humilde que parezca cada senderito abre una posibilidad: recorrerse
desde el verdadero Origen hasta el Destino final.
Una de romanos…
Entre las obras más antiguas y
conservadas descubrimos a las calzadas de los romanos. Sus constructores se
esmeraron para realizarlas: primero cavaron dos zanjas laterales, luego
horadando metro y medio la parte central, para rellenarla con piedra, después
con arena, y terminando con piedra aplanada. Las más memorable se denomina la
“Vía Appia” en honor a Claudio Appio, el dirigente que promovió su
construcción, hacia el año 312
a . de C. Estos caminos romanos, además de la obra
arquitectónica, representan la consolidación del imperio.
Dada la importancia de esta obra se
cree que fue la primera carretera en la cual los romanos aportaron cemento para
lograrla perfectamente plana y lisa, aunque la posterior erosión destruyó el cemento original dejando únicamente
las piedras[2].
¿Podemos imaginar la sorpresa y maravilla que causó esa primera calzada
perfectamente lisa, que conectaba a la victoriosa Roma con sus provincias? El
camino plano es una conquista irreversible en la remodelación del espacio
humano, una idea tan contundente que merece re-interpretarse.
De esta obra inicial, la Vía Apia , también destacan
los enormes esfuerzos para cruzar montañas y el desafío para superar pantanos,
con recorridos estratégicos para el abastecimiento militar de Roma.
También estas calzadas romanas
poseyeron dos curiosas características. En los campos, a cada mil pasos se
colocaba una loza de señalamiento, el indicador de distancia, llamado
“miliario”, así con esta piedra el viaje se convirtió en un recorrido
cuantificable. Y además dentro de las ciudades se instalaban una especie de
topes, útiles para que el peatón pasara fácilmente la acera y los vehículos
tirados por caballos no corrieran demasiado rápido.
Sacbé: de las rutas para civilizaciones perdidas
Devoradas por las selvas,
actualmente dormitan las vías mayas. Desafío contra esas mismas selvas,
requerimiento de caminantes ancestrales, fueron llamadas “sacbé”: la planicie
blanca entre el verdor natural. Cuando mueren las civilizaciones que les daban
vida, los caminos se adormecen, luego son tragados pausadamente por la naturaleza,
que con polvo y hierba los van cubriendo de olvido. Después de siglos de
esplendor, los señoríos mayas se hundieron en la inexistencia y sus ciudades
abandonadas fueron cubiertas por la naturaleza del trópico, lo mismo ocurrió a
sus “sacbés”, las rutas que unían los diferentes puntos del gran Yucatán. A la
muerte silenciosa de una civilización le siguen sus blancos caminos, como los
últimos testigos: huesos que despacio se postran bajo el humus de una selva que
terminó devorándolos.
En territorios sin caminos… cada viajero es un aventurero
Algunas geografías, carecen
completamente de caminos. Caso típico, el mar: carente de caminos, exclusivamente
posee direcciones navegables, y casi cualquier tramo es igualmente navegable,
salvo algunos accidentes como vados y arrecifes. En principio el mar no ofrece
guías, aparece igual en cualesquiera direcciones, además la ausencia de puntos
de referencia levanta un desafío formidable para los inicios de las
civilizaciones viajeras. El mar y otros territorios sin vías causan una
profunda impresión en nuestra alma, sentimos una especie de hostilidad instintiva
contra esa ausencia sin referencias fijas ni fronteras precisas.
Esta indeterminación del océano,
para lo que nos interesa, se repite en las características de desiertos, selvas
y polos. En estos lugares, la adversidad de la geografía impide el trazado de
caminos, ni siquiera los senderos persisten, por lo que cada viajero muta en un
aventurero e iniciador de rutas, quien sufre adversidades en carne viva. Algunos
desiertos sostienen una paradoja: la ausencia del camino, pero con viajeros reiterando
sus pasos sobre rutas fijas. En el territorio seco y sin vías trazadas, pero con
rutas útiles por los beneficios comerciales, aparecen nómadas unidos en tareas
comerciales, pero no surge el camino. Esta dificultad y contradicción debe
superarse con destreza y el agrupamiento en caravanas. Este singular grupo de
viajeros del desierto es capaz de distinguir su ruta con la ayuda de las
estrellas y los escasos promontorios orográficos de la zona recorrida. Por su
parte, la selva virgen y el hielo polar ofrecen otro tipo singular de
resistencia al viajero, donde el entorno se opone ferozmente al avance, por lo
que se crea la vía durante el avance, pero ese ambiente inhóspito borra las
huellas casi de inmediato. Y, en fin, mientras esos territorios no permitan
asentar caminos, para el ser humano seguirán siendo agrestes y hostiles.
El de los búfalos
No es indispensable ningún signo en
los suelos, basta un movimiento real para que hablemos de camino, tal caso ocurre
con las emigraciones de grandes mamíferos. Los indígenas norteamericanos
seguían a su fuente móvil de vida: los búfalos durante sus emigraciones. También
ese era el sendero esencial de la tribu: con la trashumancia y el nomadismo casi
heroico de los cazadores. El gran mamífero avanzando en manadas construía el sendero
con el cambio de las estaciones, mientras el humano era su seguidor. La
modernidad ha invertido esa relación cuando las carreteras son vías exclusivas
para humanos y sus vehículos artificiales, donde ningún animal debe cruzar
atrevida o descuidadamente.
Un “perezoso” cruzando una carretera angosta
Esa carretera entre la selva de Venezuela
era estrecha y bastante transitada, por tramos únicamente podía atravesar un
camión a la vez, por lo que el contra flujo se obstruye. El perezoso es un animal
arborícola característico por su lentitud en la tierra, que solamente baja una
vez al mes de los árboles para descargar sus necesidades fisiológicas. Además el
animalito pertenece a una especie en peligro de extinción y por eso protegida
por la legislación y el deber moral. Baste decir que a un inocente perezoso se
le ocurrió cruzar esa carretera, y por fortuna lo vio un camionero con sentido
ecologista, quien decidió detenerse por completo y así previno que el siguiente
vehículo aplastara al animalito. En la carretera angosta la circulación
vehicular se detuvo y la fila de espera abarcó kilómetros en ambas direcciones,
hasta que el perezoso terminó su paso al otro lado del camino para subir a la copa de un árbol protector.
Las dos piernas para el camino vs otros animales
Es una singularidad humana este
caminar erguido en dos piernas, efecto único, y primer peldaño en sentido resistente
a las leyes de la gravedad. Al cuerpo que enfrenta la gravedad con dos pies le
llamamos bípedo y lo comparamos favorablemente con el cuadrúpedo. De los dos
pies y piernas podríamos generar el emblema del caminante. Mientras las otras especies
se mueven rápido y los cuadrúpedos lo hacen con ventajas, incluso resultan los más
veloces y fuertes. Ambos cuadrúpedos y bípedos se mueven con eficacia, pero el final
emerge una enorme diferencia secundaria, porque la mirada del humano bípedo permanece
al frente, con manos liberadas y mientras la mente indica la dirección elegida.
El cuadrúpedo permanece cerca del suelo y cercano a la tierra en demasía, pues para
desarrollar velocidad el uso de cuatro patas otorga eficiencia, pero esclaviza
las manos (potenciales) que funcionan únicamente como patas (efectivas).
La imagen de tres piernas, por contradecirme
Las dos piernas indican la
ingeniería verdadera del caminante, porque las dos extremidades simétricas son
una compleja obra de ingeniería biológica que penosamente intentan descifrar
los diseñadores de robots para alcanzar tal unión de simplicidad y equilibrio.
Sin embargo, en la isla de Man, minúscula parcela de tierra atacada por un mar
borrascoso, les gustó instaurar como su símbolo a tres piernas encontradas, integrando
una espiral de tres extremidades. La observación de ese símbolo me parece revela
el gusto por la contradicción, a un golpe de mirada convenimos que existe una
invención o acontece un exceso; ese tri-pedal no puede simbolizar al caminante,
sino gusto por las complicaciones. Las tres piernas originan una especie de
rueda, un signo giratorio, que no indica al paseante, sino una rueda y así insinúa
la conversión del paso peatonal hasta el vehículo. El símbolo de esta isla
quizá esconde una profecía: la pierna cediendo su lugar a la rueda.
Supercarretera: un ideal moderno
En la idea de la súpercarretera convergen
aspiraciones y exigencias modernas, donde el plano asfaltado marca una cúspide
de su realización. La súpercarretera trae aparejadas a la velocidad, las
grandes distancias, la seguridad del paso, las opciones de viaje… arrastra un
cúmulo de ventajas que son distintivas de una civilización poderosa y caótica.
La súpercarretera pareciera resolver el caos, darle un destino final, mientras
los múltiples vehículos entrando y saliendo han conquistado un orden libre y
difícil de comprender para quien lo observase desde fuera. La súpercarretera indica
el triunfo de los ideales del capitalismo: desplazamientos en vez de
transformaciones. La facilidad para acceder a súpercarreteras suena como el
himno a la grandeza de un país, un canto a la potencia de los privilegiados de
la modernidad. La ley del acostumbrarse con lo práctico utilitario indica que
lo usado repetidamente deja de notarse[3],
entonces una hazaña inicial queda sin testigos atentos. También, las supercarreteras
caen bajo la ley de lo práctico utilitario, son útiles tan comunes que dejan de
notarse, abundan tanto que se las subestima trivialmente con ojos anestesiados.
El tao: un idealismo religioso del camino
Para el concepto religioso de los chinos
entender el camino conduce a trascender adentrándose en el territorio de lo
sagrado. Con los chinos este sendero espiritual, llamado el tao, se convierte
en la imagen de la esencia divina, ya que en su
interpretación abarcan la vastedad celestial por completo. El taoísmo
entiende esta vía superior en tres sentidos esenciales. 1) Como Origen divino
de las cosas, por lo tanto dibuja la imagen abstracta de Dios, es el verdadero
inicio, destello fuente del universo y el destino final de las cosas. 2) Como
la esencia secreta de todo lo presente y la ley que rige el Cosmos. Así, las
cosas materiales y humanas transcurren bajo un designio, su manifestación siempre
es un caminar: observaron que las aguas dibujan una ruta desde los cielos hasta
los ríos, para alcanzar los lagos y mares, y, luego, convertidas en vapor
retornan a los cielos. El ciclo de la naturaleza y la existencia se entiende
como una ruta perpetua. 3) Como la vía que deben adoptar las personas sabias,
aprendiendo a nunca forzar su existencia ni la de los demás, aceptando los
designios naturales y divinos, en los ritmos evidentes o secretos. Eso significa
vivir dentro del tao, promulgado como el modo de alcanzar la inmortalidad[4].
Finalmente, el taoísmo entiende el
camino de cada persona como la unidad de estos tres aspectos, que se integran
en el gran Tao sin nombre, del cual jamás podemos hablar directamente, porque trasciende
más allá de las palabras.
Del nómada por historia al nómada por vocación
Antes existió un nomadismo de
pueblos obligados a desplazarse con sus animales por el influjo cambiante de
las estaciones del año o a seguir a las manadas que cazaban. Ahora la
proliferación de caminos ha generado una nueva clase de nómada, el fanático de
la carretera, el vagabundo por decisión propia. Esas preciosas carreteras
invitan a seguir su pista, y algunas personas la recorren nítidamente, con
pasión. Viajar aceleradamente hacia el siguiente punto, sin mayor ambición que dejarse
arrastrar por placenteras sensaciones de velocidad y coleccionar kilómetros de
asfalto devorados: eso revela un peculiar nomadismo moderno.
En el caso extremo, alimentarse con
kilómetros recorridos se vuelve una droga, una ansiedad de seguir manejando sin
parar. Si es afortunado, el moderno nómada disimula su pasión bajo una
profesión honorable y útil de transportista, quien día con día aborda una
carretera hasta un sitio lejano. Esta de transportista clase apasionado convierte
a la carretera asfaltada en su amada ideal. Una querida —siempre dispuesta y complaciente,
curveada y suave, recatada y silenciosa, pasiva hasta la sumisión y dispuesta
al capricho o la aventura— lo recibe cada jornada, mientras su robusto camión alardea como el
signo de su virilidad avasalladora. Para que día a día esta amada cumpla con la
cita, el asfalto exige seguir siendo devorado con suavidad.
Al vagabundo encantador…
Cuando el nómada voluntario deambula
sin rumbo nos parece un vagabundo, otro personaje ahora errante y frágil, sin
los medios (o las aspiraciones) para echar raíces en ningún lugar, por lo que queda
obligado a derivar sobre cualquier ruta. Existen dos actitudes históricas opuestas
ante el vagabundo. Durante la
Edad Media descubrimos el aspecto brutal: era práctica común
que reyes y príncipes invocaran un odio feroz contra los vagabundos y así
promovieron leyes contra el vagabundaje, castigándolo con penas tan severas
como la muerte. Infeliz del vagabundo capturado en esos viejos reinos europeos
porque podía caer sacrificado sin miramientos. En efecto, los príncipes feudales
odiaban con ferocidad a cualquier vago errabundo. Pero más recientemente, el
vagabundo ha sido idealizado por la cinematografía, y recordemos que el
personaje más exitoso del cine mudo lo protagonizó Charles Chaplin. El alegre
trotamundos de bombín y bastón era un imán para el público, pues atestaba las
salas cinematográficas y arrancaba las carcajadas cómplices entre todos los
estratos sociales. El vagabundo moderno quedó convertido en un personaje mágico
y encantador, digno de la compasión y la admiración simultánea, indicando que
el termómetro de los sentimientos modernos había cambiado en un sentido radical.
Del escoltado por montañas
Un macizo montañoso a cada lado le
confiere a cualquier camino una dignidad tan notoria, que ninguno debiera
construirse sin esos blasones. Cuando los trazados de rutas se dibujan sobre
una enorme planicie, con motivo nos podemos preguntar si ese trazado contiene
su acierto o fue el capricho del constructor. En cambio, cuando el trazo carretero
emerge dignamente custodiado por dos hileras de montañas no cabe duda del acierto:
ni falta ni sobra su posición. Además de la dignidad, las cumbres confieren una
visibilidad elegante a las carreteras, situación imposible de repetir en las
planicies y llanuras. En las planicies, una carretera carece de tanta jerarquía,
pues la igualdad de las planicies disimula su dignidad.
Del escarpado enorme
Sin duda, somos sensibles a las
elevaciones y rápidamente notamos cuando un plano se inclina hacia arriba. La
elevación hacia una montaña nos rememora la penosa construcción de cada tramo,
si al subirlo nosotros mismos sentimos un hostil frenado debido a la fuerza de gravedad,
con más razón lo sufrieron sus constructores. Esta dificultad obliga a apreciar
doblemente el trazado; la rápida elevación nos obliga a mirar el camino que se
levanta sobre la altura de nuestros ojos, mientras, cansados, dudamos dos veces
antes de recorrer esa senda.
Ocasionalmente, vencemos el
cansancio o disfrutamos de un ascensor artificial, entonces en la medida que
sentimos la facilidad del ascenso repetimos la visión de las escaleras sublimes.
En el extremo ideal de estos ascensos triunfales debería existir, un desdoblamiento
mágico, que los poetas místicos denominaron la escalera al cielo. Esa rápida
ascensión habrá de conducir a los afortunados hasta el plano sublime, hasta la
jerarquía de las regiones celestes. Cuando la geografía escarpada de una
carretera nos conduce alcanzando zonas de nubes nos evoca, como un sueño, la
entrada al reino celeste.
Enganchado del cielo (el puente)
En regiones agrestes de precipicios
y cañadas la continuidad de las rutas exigió la creación de puentes, esas vías
donde el caminante, mientras dure el recorrido, avanza como colgado del cielo. Me
deslumbran los puentes colocados a enormes alturas, atravesando el vacío y
permitiendo una experiencia completamente aérea. Mientras se avanza sobre el
puente colgante la tierra se inunda de aire, los vientos menean suavemente
nuestro cuerpo, las ropas cuelan un aire de cumbre, y estamos pisando el
elemento aéreo. Los incas fueron maestros en ese arte de levantar puentes
colgantes. Obras generosas y útiles para demostrar que el aire puede atrapar al
caminante, envolverlo entre sus brazos aéreos y cobijarlo entre nubes. En esos
puentes el camino se convierte en una especie de quimera, casi una
imposibilidad sostenida sobre nubes. La típica construcción para el andariego se
armoniza con notas exclusivamente terrestres, pero durante unos cuantos metros,
el camino metamorfosea de elemento y cambia de entidad terrestre a existencia
aérea. En la extensión de cada puente colgante podemos recordar el trazado de la Vía Láctea , y nos
preguntamos sobre el material etéreo de un camino fabricado para el talón leve
de los dioses.
Ir de bajada
El mismo trazo en una dirección
resulta dificultosa elevación, y en el sentido contrario es descenso fácil.
Bajar siempre resulta fácil, descender aligera el cuerpo, nos confiere un grado
de ligereza. La ligereza corporal, momentáneo descanso, nos alegra y ofrece una
fuerza complementaria. Quizá contenga una ilusión esta sensación de fuerza adicional
del movimiento descendente, pero cualquiera lo aprovecha. Incluso se goza el
arrastre por la pendiente que confiere ligereza.
No es casualidad que los niños adoren
el jugar en carritos para bajar las pendientes, ese movimiento trae el
sentimiento espontáneo deleitoso y juguetón. La naturaleza opera completamente a
nuestro favor cuando elegimos esa dirección descendente. La gravedad juega a
favor del carro bajando, el viento sopla en la cara… pero somos unos adultos insensatos
si olvidamos que la aceleración de la gravedad contiene el principio de la caída.
El encuentro en mitad de la nada
Dicen los coleccionistas de
costumbres que los pueblos lejanos recurrían a saludos elaborados y no se debe
imaginar que esa sofisticación fue fruto de la ociosidad. En especial los pueblos
bereberes, habitantes del desierto, iniciaban un complicado ritual de cortesías
desde la distancia, empezando desde el momento que distinguían a otros viajeros
sólo como un pequeño puntito en la lejanía. En regiones desoladas resulta tan comprensible
la sana desconfianza ante potenciales enemigos, como una euforia difícil de
contener ante la presencia de amigos. Escoltado por la soledad de las dunas, este
saludo largo se intensificaba conforme a una cautelosa aproximación, cuando la
cercanía aumentaba crecía la intensidad, hasta terminar con un complejo ritual
de gestos amigables, alabanzas, caravanas y genuflexiones. En ese desierto del
Sahara, casi despoblado, cada encuentro de viajeros resultaba un evento
extraordinario, saturado de saludos benditos y pacificadores.
La encrucijada
Un encuentro entre caminos aparece
tan fabuloso como problemático, por eso el término de “encrucijada” resulta
significativo por sí mismo. Cuando dos vías topan en un cruce puede ocurrir lo
extraordinario, tanto en el sentido de éxito como de catástrofe. Esta duplicación
del camino mediante la encrucijada nos invita a descubrir la complejidad de la
vida, las disyuntivas y las oposiciones entre elecciones diferentes. En la
equis dibujada por el cruce de vías se representa gráficamente las trayectorias
opuestas-convergentes de las personas. La equis cruzada indica la posibilidad
de que cada vida suceda distinta, que la ruta contenga una contra-ruta. Esta
posibilidad, para las mayorías transcurre invisible y transitan insensibles en
cada encrucijada, solamente, en el momento preciso, para pocas personas esa
convergencia representa su verdadero dilema, entonces descubren que la
encrucijada es suya, su oportunidad para desviar completamente la ruta
esperada. Eso significa “encontrar una encrucijada”: la oportunidad para reinventar
una existencia.
Los dos tipos de transeúntes: del pie al vehículo
Si establecemos con solidez la
diferencia esencial entre quienes transitan por caminos podemos reducirlos a sólo
dos tipos: el peatón y el transportado. El peatón emplea su cuerpo, y quienes
gatean, saltan o cojean representa sencillas variaciones del mismo tema. El
vehículo terrestre originario es una especie animal: la monta del caballo
inicia la gran diferencia. Esta distancia entre peatón y jinete es abismal, incluso
excesiva, por eso los antiguos en su imaginación veían emerger una especie
nueva, la de los centauros, alejada de la especie humana. Ese salto enorme,
arranca con un medio técnicamente sencillo, un animal domesticado, y continua con
la última moda tecnológica de vuelos, incluso el viaje interplanetario, donde hasta
el espacio estelar se convierte en camino andado. A mitad de la escala,
encontramos máquinas ligadas al empleo del propio cuerpo, como son las
bicicletas, patinetas, barcas de remos, sillas de ruedas, etc.
Los vehículos más apreciados
minimizan el uso del cuerpo, reduciendo la conducción a pequeños y sutiles
movimientos de pies y manos, o universalizando el servicio de transportes
mientras se permanece cómodamente sentado. La minimización del uso del cuerpo
como medio del movimiento nos coloca en un plano distinto de existencia, en un
territorio mágico donde la instantaneidad infantil de los deseos renace, porque
cerramos los ojos, ponemos en suspenso la mente, y ya aparecemos lejísimos, alcanzando
sitios deseados de la geografía más remota. Valdría la pena abundar en la psicología
mágica del desplazamiento espacial, que se expresa en al pasión moderna por los
automóviles y los aviones, industrias gigantescas y necesidad básica para el ciudadano
pudiente, que obliga al diseño completo de las ciudades para transitarlas con vehículos.
Ya no se pueden diseñar ciudades modernas sin alisadas calles y avenidas
dedicadas al uso y abuso de los automóviles. Las ciudades peatonales (con sus
callejuelas estrechas y sinuosas) desaparecen en el horizonte futuro:
pertenecen al recuerdo y a las inercias rurales de las campiñas atrasadas.
El secreto antropológico del peatón
El camino inicia con el peatón, y
nos preguntamos por qué importa tanto este arranque: por el lanzamiento de la
humanidad misma. Para el antropólogo histórico unos pocos rasgos constituyen el
salto del simio primate hacia el humano, la transición de animalidad a
humanidad. Entre esos pocos rasgos enlista la simultánea liberación de las
manos con pulgares opuestos y la vista periférica. Estos dos rasgos dependen de
una postura erecta, la cual solamente la posee un animal que camina sobre sus
pies, ya no usa las manos para caminar y se levanta erguido para mirar a su
alrededor. Levantarse erguido requiere de un gasto físico adicional, un
esfuerzo peculiar en el que el cuerpo combate la atracción gravitacional. Los
animales no se levantan erguidos sobre dos pies, pero algunas especies lo hacen
parcialmente, por momentos. Los lemures y primates inician ese proceso, que es incompleto;
los canguros adoptan una posición mixta, parcialmente apoyada con la cola. La
posición erguida es una excepción de la naturaleza y estamos, incluso inconscientemente,
orgullosos de ella. Nos agrada y enaltece la tarea anti-gravedad de la posición
erguida.
El peatón moviliza esa posición, la
encausa y la aprovecha porque permanecer simplemente parados cansa, pues implica
un esfuerzo excesivo como de guardia militar. El caminar exige un desequilibrio
dinámico, implica adelantar el cuerpo, balancear rítmicamente los pies, mantener
un compás preciso, para aprovechar la inercia de movimiento hacia adelante. Y
una calzada lisa o de suaves pendientes maximiza ese desequilibrio dinámico,
sin embargo, nuestras facultades caminadoras también están perfectamente adaptadas
a la ausencia de caminos, como avanzar a entre escollos, a campo traviesa o
escalar montes. Para el peatón no resulta indispensable el camino alisado, ya
que sus piernas son versátiles; el terreno plano le es sumamente agradable y
conveniente, pero no indispensable; para el vehículo de ruedas el camino plano sí,
en definitiva sí, le resulta indispensable.
Pasión por lo plano
Aunque el caminante no requiere, a
diferencia del vehículo rodante, de un sendero plano, ciertamente que lo
prefiere, y esta tendencia nos revela otra extraña predilección del ser humano.
Seguramente con esta afirmación de “una preferencia extraña”, encontraré amplia
oposición porque aparece tan difundida la preferencia, tan recurrente, que pasa
desapercibida. Las superficies planas motivan suficiente deleite y preferencia,
hasta suponemos que los materiales planos siempre han estado ahí, dispuestos a
tomarlos, cuando la naturaleza es harto diferente. Busquemos en nuestro propio
cuerpo y nada verdaderamente plano encontramos, ni el omóplato ni el esternón
son efectivamente planos, y fuera de estos huesos aproximadamente planos, ya
nada semeja a la superficie plana. Muy pocos objetos del reino animal y vegetal
encontraremos planos y lisos; en cambio lo contrario es la norma: por cada
rincón natural surgen las curvas y las volutas adornando y conformando los
organismos de cualquier especie. Por momentos, una diminuta área semeja la
forma plana, como la superficie de una hoja o el costado de la celdilla de la
abeja, y cuando nos acercamos a mirar descubrimos las suaves curvas, las
irregularidades rugosas, los poros salpicando la superficie. Situación parecida
acontece en la naturaleza inorgánica, que se satura de curvas y rugosidades,
accidentes y grietas por doquier. Unas pocas excepciones encontramos en
espacios breves, por ejemplo, las caras de algunos cristales de roca y
minerales naturales, que por supuesto, podían pasar desapercibidos. A la
distancia podemos observar fenómenos naturales lineales, como el nivel de aguas
de un lago tranquilo, la caída de las gotas de lluvia o de algún objeto, como
lo indica la plomada del albañil. Ahora bien, a este sentido excepcional de la
línea recta y el plano liso en la naturaleza debemos agregar un par de leyes enormes:
la luz y su visión nos parece que avanza en línea recta, la perspectiva de la
mirada es una convergencia de líneas rectas hacia un punto focal, así como la
inercia de los cuerpos sigue una línea recta. En el terreno intelectual, la
geometría revela al plano como una primera figura de las superficies y la más
sencilla para trazar mentalmente.
Debemos argumentar que la pasión por
los elementos planos inunda las obras de construcción, generando elementos planos
en los pisos, paredes y techos, por lo que la historia de la arquitectura
merece un gran apartado: la pasión por los espacios aplanados. Ciertamente algunos
estilos arquitectónicos prefieren las curvas, pero existen muy pocos que procuren
eliminar los trazos planos y propongan un culto a la curva, limitándose a dos:
la excepcional obra de Gaudí y el periodo del barroco extremo. Claro, que esto acontece
en la cuestión mudable de los gustos y se señalará un extremismo a favor del
espacio plano y liso: el modernismo cuando el gusto por lo plano domina como un
soberano.
Del camino a la brecha, de la brecha a…
Abandonar la improvisación que nos
proporciona la naturaleza es la marca del camino, dicho con propiedad. La
palabra brecha nos indica la improvisación, la apertura difícil del movimiento
entre los accidentes de una geografía sin conquistar. La brecha es la
permanencia de una dificultad, pues el avance dentro de ésta siempre resulta dificultado,
y en cada tramo se emplea una habilidad excedente (o hasta una proeza innecesaria
en sitios demasiado agrestes). Los habitantes primitivos se movieron entre
brechas y los modernos transitan por caminos, y el paso del camino a la brecha
nos indica el nivel descendente de la comodidad a la dificultad improvisada.
Los viajeros por brechas son los aventureros voluntarios, quienes escapan del confort
y la tranquilidad. Quien entra a la brecha se aventura; quien sobrepasa las
adversidades, queda convertido en caminante osado, e incluso resulta imposible
de bloquearlo con la ausencia absoluta de rutas. Debajo de la escala de la
brecha volvemos a las tierras ignotas e inexploradas que ni resquicios ofrecen,
entonces sucede que se “hace camino al andar”. Sin una brecha siquiera el
caminante trasmuta en aventurero, y el simple tránsito, en proeza.
El ilusorio del laberinto
En la esencia de los caminos yace la
exigencia de alcanzar un destino, gravita la urgencia de lograr un destino, por
lo mismo una vía truncada marca una paradoja. Todavía encontramos una paradoja
mayor, cuando el camino resulta una trampa y lo que parece una vía de tránsito,
en realidad, integra un laberinto.
El laberinto, como dispositivo de
trampa, debe extraviar sin remedio al caminante y debe atraerle esa fatalidad
de la telaraña derrotando a la mosca. El laberinto esconde la trampa y el
desastre, no invita al viajero en su calidad de caminante sino de víctima. Cuando
un falso camino resulta un verdadero laberinto entonces el destino desaparece,
el cierre final implica la trama de un engaño trágico. El suelo engañoso del laberinto
que atrapa al caminante es antagónico del verdadero camino, fabricado para
permitir al viajero su tránsito y, así, salvaguardarlo.
En contados casos, surge el héroe y
aniquila al laberinto, entonces el enigma resuelto se desvanece como las
tinieblas al amanecer y un héroe como Teseo se convierte en protector de los
verdaderos caminos.
El grado cero
Si hay falso camino representado por
el laberinto, también existe el Génesis de las rutas. La resolución del héroe convierte
al laberinto en camino, pues una vez descifrado y derrotado, el nudo se
metamorfosea en vía franca. Cada caminante representa el inicio de lo existente,
porque la vida empieza cada día y cada viajero puede innovar la senda más
estrecha que al ensancharse resultará supercarretera.
Semejante al artista rebelde,
también el caminante posee la inspiración, pues sus pasos sin sombra del
mediodía o sin ecos de la medianoche, le proporcionan el modelo para desplazarse
hacia espacios virginales. Sobre caminos inexistentes cada quien simboliza la hazaña
del aventurero: viajero en el desierto o marinero entre los oleajes desconocidos.
Incluso si ya fueron trazados, el caminante mismo es motor y motivo de los
caminos; él es su fuente primera y su efectivo Origen para apropiarse de un
Destino.
NOTAS:
[1]
Cf. CAMPBELL, Joseph, El héroe de las mil máscaras, cap. I.
[2]
La vía Apia fue la primera calzada romana cuya construcción incluyó cemento de
cal, además de piedra volcánica. Una sección de la época romana todavía existe
y el cemento ha desaparecido de las uniones mostrando una superficie áspera
[3]
KOSIK, Karel, Dialéctica de lo concreto,
Ed. Grijalbo.
[4] Ejemplo de esta triple unidad
versificados en este pasaje: “El retorno es el movimiento del Tao/
La debilidad es su método. /El Cielo, la Tierra y los Diez mil seres/Surgen
del Ser/El Ser surge del No-Ser.”
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