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miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA INTELIGENCIA TORTURA A SU SOMBRA


Por Carlos Valdés Martín

En la twiglight zone: jugar a ser lo otro, la trascendencia subvertida, perseguir sombras
Llama la atención sobremanera una actitud de varios pensadores e ideólogos, que pisan su sombra y hasta la combaten fieramente. Acontece un movimiento de aversión por ellos mismos y el mundo que han asimilado, así procuran negarlo. Se trata de un proyecto de vida notable, por lo mismo se presupone destinado al fracaso; aunque el ideólogo sea exitoso en otros sentidos y agitando cierta quimera autocrítica o renegando de su condición presente logra algunos triunfos notables. A la manera de las trayectorias del bumerang el objeto ideal que se proyecta al mundo ataca al creador. Lo interesante es que ciertos autores notables lanzan con intensión (o sin ella) el golpe hacia ellos mismos, de tal modo que abrirán heridas en un intento de purificación o rebajamiento. En todo caso, la operación de regreso ha de ser dolorosa. Este proceso lo defino por un sufrimiento de su creador, porque intenta una negación flagrante y una contracción interna extremosa; el gesto de arrancar las propias raíces de un tajo, además de imposible, también es doloroso.

El saber de Foucault persiguiendo al saber
Se ha convertido en casi un lugar común del discurso intelectual posmoderno, que el saber integra y es parte de la conspiración contra el ser humano. En este argumento posmoderno se llega a creer que conocer conduce a cosificar (volver cosas a las personas), que definir es limitar, que saber es Poder. Desde el punto de vista de la política del discurso, el autor más claro es Foucault, quien afirma tajantemente que el saber es parte de la conspiración del poder , donde entonces producir verdad es producir la cosificación del sujeto conocido, conocer es ampliar el sentido opresivo del mundo. Pero este tipo de interpretación proviene de mucho antes. Bajo el mismo tipo de argumento aparece la descripción de la llamada “dialéctica de la ilustración” mediante la cual se cree que la razón “desantropomorfizando” a la naturaleza (expulsando las apariencias de humanidad escondidas en el discurso animista y mitológico) también termina expulsando al ser humano del pensamiento, y convirtiéndose en herramienta del barbarismo . En tal visión, la milenaria labor de la razón traería las condiciones para la debacle final.
Además se crea un rizo lógico en la argumentación de Foucault. También ofrece un saber (pretendiente de verdad) quien dice que la verdad es una trampa, y aquel que produzca verdades contribuye a la condena de los seres humanos. Eso implica que quien habla está poniendo una trampa, organizando una celada. Como el autor se da cuenta de que coloca una celada, entonces acaba por recular, para aceptar que se deben generar ciertos "efectos de verdad", de lo contrario sus mismas tesis serían una falsedad, y el corolario consecuente invitaría a cerrar su texto (por carente de verdad).

El humano misticismo contra la vida terrenal
El fenómeno religioso es amplio y diverso, aquí lo abordamos en una particularidad. Ya que la premisa del mundo divino es rebasar absolutamente el nivel humano, entonces en ese tras-mundo se vislumbra una plenitud triple: omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia. La conciencia humana sufre la desgracia de yacer tan distinta de esa divinidad absoluta. Para el alma religioso resulta evidente que la esencia de dios es inmutable mientras la vida aparece mudable; se cree que la naturaleza divina es perfecta mientras el errar es humano; se cree que Dios funda el universo mientras que la conciencia queda dependiente. La experiencia religiosa, en este aspecto, señala una dirección hacia donde escapar de la condición humana (mudable, limitada, imperfecta) para aspirar a la unidad con la divinidad. Pero no observa que la conciencia permanece dividida, y así brota un sufrimiento interior por no trasmutarse el plomo en oro: ella misma no alcanza a metamorfosearse en divinidad pues el ascenso a los cielos significa comulgar con la divinidad misma.
Superficialmente no habría problema, si se cumpliera el deseo ingenuo de transmutación de los metales. Pero la conciencia terrenal debe destrozarse (morir) para convertirse en un contrario, y la aspiración mística no se limita a después de la muerte, sino que el místico exaltado quiere acceder a Dios en la tierra. Entonces la conciencia debe negarse y hacerlo esencialmente, para pretender volverse inmortal. Ese camino de negación cuando se basa en las iglesias establecidas se convierte en un camino de obediencia a un personaje tercero, a un representante de dios, ante quien se mortifican, se doblegan, hacen penitencia las almas piadosas. Con "la obediencia ante un padre espiritual la conciencia se despoja de lo más íntimo de sí misma" y hasta renuncia de manera muy radical. El culto religioso puede mostrarse extremista y fundamentalista abarcando la renuncia a la misma conciencia y a la vida material. El culto se convierte en sacrificio íntegro, de la existencia personal. Ya San Juan de la Cruz (el poeta místico español) había dicho "crux tua tu", frase que traducimos como “tú eres tu cruz”, por lo cual para el santo la purificación es dependerse por completo del yo.
Si en este extremo del alma religiosa puede apaciguarse en una especie de paz, entonces representa la pacificación de una inexistencia, porque entonces el bien supremo provine de Dios (tesis universal de la teología), pero quien lo dice sigue siendo una conciencia, un individuo. Por eso resulta tan difícil la pacificación del místico, que como alma piadosa siempre anhela su encuentro con Dios, y no lo alcanza en vida. Aunque el espíritu religioso trató de resolver la contradicción, ésta ha permanecido, porque el místico no integra inmediatamente una molécula de la divinidad, sino que es un devoto encarnado en individuo.

El refinado Rousseau combatiendo al civilizado
En un nivel muy avanzado de la civilización material burguesa, cuando está claramente desplazando a la sociedad feudal, en Europa surge una sensación de nostalgia por la vida campirana. En el siglo XVIII la vida urbana se había vuelto densa, compleja, contradictoria y refinada, en el centro simbólico de la urbanización europea ondeaba la bandera parisina. Los forasteros de talento y ambición que viajaban a París eran deslumbrados, por las luces de la refinada capital francesa; la compleja trama de urbanización aburguesada y cosmopolita se imponía, generando un torbellino de sensaciones de todo tipo, pero especialmente, podemos imaginar una fuerza voluptuosa y desconcertante. París estaba adelante del torbellino de la modernización del final del siglo XVIII, aglutinando a una élite política aristocrática que se enseñoreaba sobre un vasto imperio donde “no se ponía el sol” según la célebre expresión del déspota Luis XIV; aliada con una pujante burguesía muy comercial y ya incipientemente financiera (especuladora a su modo); una ávida burocracia política que se fundía con una élite cortesana (aristocrática) encargada de imponer orden para un creciente aparato de poder centralizado (cada vez mejor ordenado y centralizado); una plebe urbana desarraigada y mal adaptada a las condiciones de un trabajo descalificado y por jornales miserables; una pequeña burguesía ilustrada que competía con clases antagónicas por sobrevivir, emergiendo de un mundo de artesanos medievales y sin identificarse plenamente con una burguesía astuta y ávida de dinero; flanqueados por una robusta organización religiosa, apegada de sus legados doctrinales pero también muy celosa acaparadora de una impresionante riqueza material; rodeados de un mar de campesinos que no habían alterado su modo de vida sensiblemente en varios siglos.
En este panorama, Rousseau destacó siendo uno de tantos espíritus vivaces, emanados del grupo de artesanos semirurales, que bulle de aspiraciones ante las tensiones y opciones que ofrecen las grandes ciudades. Sin esas urbes el sentido literario y político de Rousseau no existiría. La teoría política del Contrato social está pensada en función de una sociedad integrada, con una concentración suficiente de intereses, por lo que su modelo adecuado es más la gran ciudad que la nación; especialmente, su línea democrática corresponde con el sentido del individuo educado en la propiedad privada y su sentimiento de diferencia; asimismo la igualdad de derechos está preparada por la existencia de una igualdad económica de los agentes mercantiles que se reúnen diariamente en infinidad de relaciones comerciales; también su integración política en una comunidad está influida por una división del trabajo que genera una co-dependencia material entre las villas burguesas, una determinación recíproca inmediata entre la ciudadanía.
Las reiteradas críticas de Rousseau a la artificialidad de la vida civilizada que la opone a la bondad natural de los primitivos es bastante conocida y tiene varias vertientes. Su tendencia reiterada a exaltar la simplicidad de los primitivos contra los civilizados es paralela a la crítica moral de los habitantes urbanos desde la perspectiva de los campesinos bondadosos. Para muchos, él es uno de los creadores del mito del “buen salvaje”, especie de espejo invertido donde la civilización se horroriza de sus vicios, inventando virtudes inexistentes o criticando defectos nacidos de la fantasía. De entrada la idealización de los salvajes es el resultado de una especie de autocrítica que reconoce problemas internos de una sociedad en el vértigo de la modernización entrecruzada por las contradicciones del capitalismo. Esta autocrítica, para este ejemplo, incluye un ingrediente de imposibilidad, porque las grandes alabanzas sobre la bondad existente en el estadio original de los salvajes se montan sobre una hipótesis oculta de “point of no return” (punto sin retorno), porque la civilización urbanizada del siglo XVII se descubre tan lejana de las tribus y tan superior en las contiendas militares, que puede sentir nostalgia de imposibilidad. Ya se ha comparado esta situación con la nostalgia del adulto ante los gestos de un niño; el adulto exalta y elogia la frescura e inocencia infantil que sabe irrecuperable, y esa alabanza de la infancia jamás se realiza desde la infancia sino desde la pérdida de la infancia. La distancia de la vida urbana burguesa permite una reevaluación de las virtudes del estado de naturaleza entre los salvajes. Claro que esa interpretación no era aceptada unánimemente entre los ciudadanos urbanos y, el otro gran ideólogo contemporáneo, Voltaire se burla agriamente de la idealización de Rousseau sobre los pueblos primitivos. Esa la interpretación de Voltaire resulta adecuada a un periodo de expansionismo, cuando los vientos de la historia favorecían una etapa de colonización europea hacia las regiones de los “buenos salvajes”.
Muchos podrían considerar que la nostalgia por el paraíso perdido es parte de una agradable sensación bucólica, sin embargo, la crítica de Rousseau intentó ser bastante seria y hasta consecuente. La idealización de la vida campesina, en cierto periodo de madurez orilló a Rousseau a intentar el cumplimiento de una suerte de utopía privada, buscando en diferentes ocasiones instalarse en un retiro campirano, sin embargo, ese no era el ambiente apropiado para un hombre tan inquieto y creativo como él, por lo que termina sus temporadas en el campo y regresa a las ciudades para colocarse en el centro de polémicas y controversias. El regreso al campo o la reconversión en buenos salvajes señala una sombra de mala conciencia, un argumento típico que la crítica romántica mantendrá vigente, pero no implica una intención práctica efectiva ni el corazón de un programa transformador. La comparación con el mundo bucólico, simplemente, es un tábano que molesta a la conciencia del intelectual, es una operación de mala conciencia. En ese sentido, es una contradicción interna de la conciencia burguesa, es un remordimiento sin redención posible, por los mismo confiesa un mea culpa del intelectual. Con su versatilidad crítica Rousseau, en más de un aspecto, ha sido el precursor del intelectual disidente de la sociedad burguesa; con una compleja integración de sensibilidad literaria (precursor del romanticismo, de la novela pedagógica, etc.) y perspicacia política (su obra el Contrato Social es un hito en la historia de la ciencia política, la presentar el más sencillo manual de democracia política). Por su posición bastante típica como creador intelectual, es que la contradicción de mala conciencia con su naturaleza urbana me parece significativa; pues parte de sus raíces morales están en contradicción con su ser, de nuevo el paradigma del bien están en completa contradicción con su ser personal. El intelectual revela un vacío en su corazón moral, y como resultado se tortura y sufre por carecer de cimientos. De acuerdo con sus biógrafos el ocaso de la vida de Rousseau estuvo plagado de enormes sufrimientos sicológicos, que si bien se justificarían por otras causas, no son emociones ajenas a lo que trasluce su interpretación teórica , porque la autocrítica sin trascendencia es culpa sin redención. Y dentro de la lógica de la exaltación al salvaje bucólico también entra, como en efecto de tres bandas, una devaluación de la misma actividad intelectual. La reevaluación de la vida sencilla también implica el desprecio por los elementos artificiales, y si existe un elemento de artificialidad superior, éste es la elaboración intelectual.

El maoísmo contra la pequeñaburguesía
El maoísmo histórico es una combinación entre el trasplante del marxismo hacia el ambiente rural chino, aunado a un segundo tamiz representado por el efecto estalinista en la Unión Soviética. Dentro de las eventualidades de los años veinte resulta que el joven partido comunista de China logra una gran aceptación entre las juventudes radicalizadas y en los barrios obreros de urbes densamente pobladas como Shangai y Pekín. El complejo proceso de democratización burguesa y de contradicciones entre la nación y las potencias extranjeras le habían permitido resquicios de legalidad y un juego de tensiones entre el PC y el ascendente dictador, Chan Kai Check. El endurecimiento dictatorial de este último llevó a una represión general contra los movimientos populares, que culminan con la violenta represión contra los obreros, la ilegalización de opositores, incluyendo la conocida masacre de Shangai. El golpe de represión dejó sumido en la impotencia al Partido Comunista en las ciudades. Por su cuenta, el joven militante Mao Tse Tung, había decidido que la gran fuerza revolucionaria de China anidaba en las masas campesinas, que estaban incubando un huracán social que barrería con el régimen político; por eso la única táctica adecuada era enraizarse e identificarse con los campesinos, para preparar una guerra popular prolongada. El éxito práctico de Mao desembocó en una paradoja histórica, donde la adaptación del discurso marxista a un sujeto social ajeno, llevaría a una modificación esencial del proyecto histórico. El proyecto original del marxismo ha sido la constitución de una sociedad sin clases en base a la abundancia económica, en un proceso autogestionario encabezado colectivamente por la clase oprimida más avanzada, definida como el proletariado industrial. Sin embargo, la paradoja de Mao correspondía con la paradoja del estalinismo, que implicaba la transmutación del marxismo en una hueca ideología colectivista de la escasez, donde el Estado se convertía en el amo del proletariado, y las generaciones actuales se sacrificaban colectivamente en aras de un bienestar futuro: el luminoso horizonte socialista, que como todo horizonte, jamás sería alcanzado.
Las directrices políticas de Mao fueron de una enorme sagacidad práctica, pero con una característica muy marcada del sometimiento del individuo al interés colectivo y del sacrificio del presente por el futuro. Sin que esto sea una discusión política, debemos resaltar la estructura moral propuesta por una ideología que partiendo de una estructura de clase pequeñoburguesa (la intelectualidad urbana y el campesinado) plantea la negación de esta raíz en aras de una entidad superior. La divisa más típica por la que fue conocido mundialmente el maoísmo fue la de “servir al pueblo”, expresando una devoción militante por sacrificar el interés individual en pro de un pueblo colectivo. Esta operación de humildad ante el prójimo también ha sido practicada por muchas religiones y entra dentro de una lógica (perpetua) de negación del presente en aras del futuro (en la religión no es el futuro, sino el más allá). El maoísmo (en general toda una gama de expresiones políticas de izquierda) invitaba a sus militantes a abandonar todo para servir al pueblo, a sacrificar las comodidades y los lujos en aras de una causa revolucionaria; especialmente, expresaba una estética de la pobreza y una ética donde la miseria voluntaria se convertía en virtud. Este tipo de actitudes del maoísmo, por fuerza, cobró un vigor inusitado entre sectores pequeñoburgueses, porque entre los proletarios y los más pobres, lo que movilizaba era la expectativa de conseguir un mejor nivel de vida; para la pequeñaburguesía el sacrificio era efectivo; era la expresión de una convicción y de una catadura moral, donde el acto de renuncia dejaba de lado los bienes materiales. Ese gesto lo denomino el fustigarse, porque se trata de condenar la propia condición social de la pequeñaburguesía, por lo mismo no debe extrañarnos la presencia de mentalidades torturadas y sin descanso angustiadas en las filas de ese tipo de movimientos.
En esa expresión política particular, también existió una variación, donde los intelectuales (aunque muchos los puedan considerar seudo-intelectuales por su baja calidad) del maoísmo también combatían el “teoricismo” y la separación de la teoría de la práctica, porque argumentaban que la teoría debía de servir a la práctica política, que los refinamientos mentales eran una desviación pequeñoburguesa contraria al movimiento proletario; por lo que los militantes universitarios debía de practicar una autocrítica periódica, para limpiarse de sus desviaciones (casi pecados) del origen de clase. Esa fórmula para enfocar la propia actividad de los intelectuales maoístas servía como una carta de sobajamiento sistemático de la calidad de su teorización; al mismo tiempo que era un efectivo expediente de control de una dirigentes sobre los cuadros universitarias, que siempre estaban bajo la sospecha de algún tipo de desviación de clase. Por lo mismo, salea la luz la enorme paradoja de que una ideología centrada en el servicio al pueblo se convierta en el cemento que sustenta a una dictadura (la pesadilla del intelectual perqueñoburgués convertida en realidad) que usa el discurso del servicio al pueblo como demagogia que enmascara su propio encumbramiento y despotismo.
Como es evidente, la autocrítica despiadada no terminaba con la raíz de clase, por más que se castigara a la existencia pequeñoburguesa, el origen no desaparecía. La tentativa maoísta y estalinista tuvo su momento de gloria y millones de persona creyeron durante años que el sacrificio de los individuos y sus intereses concretos llevaba agua al molino de un futuro mejor. Sin embargo, la pura operación lógica podría haber conducido a develar el error, porque si esta generación se sacrifica para la siguiente, también la siguiente se debería de sacrificar para que la sucesora esté mejor y así hasta el infinito, pues tal “perfeccionamiento” de la realidad sería una tarea de Sísifo. El sacrificio de hecho que impone cada sociedad presente (o pasada) no se debe de glorificar neciamente, sino que se debe asumir como una particular negación de esta existencia y darle esa dimensión; verla como negación y no besar la cruz que imponen las circunstancias, convirtiendo la necesidad en virtud a la manera del masoquismo.

Posdata
Esta es una especie de tortura intelectual, donde el pensador persigue a sus premisas, como el niño juguetón persigue a su sombra sin atraparla jamás. El resultado de esto es una conciencia permanentemente desgarrada y desgraciada, porque el salto trascendente de la búsqueda de universalidad queda permanentemente frustrado. La conciencia (y práctica) humana con este proceder no reconoce lo universal dentro de sí, lo coloca afuera y a distancias tan enormes que sufre su privación permanente. Esa contradicción intelectual es una reproducción de las privaciones reales, reproduce en la mente a un mundo de escasez, en el cual las premisas de las capacidades humanas (su totalidad social) escapan a su alcance práctico y a su conciencia. Este ataque a su sombra intelectual marca variados caminos pero avanza hacia un callejón sin salida.


NOTAS:
1 Cf. FOUCAULT, Michael, Microfísica del poder.
2 Cf. ADORNO y HORKHAIMER, Dialéctica de la ilustración.
3 VALS PLANA, Ramón, Del yo al nosotros, p. 145.
4 DE BEER, Gavin, Rousseau, Ed. Salvat.

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