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miércoles, 5 de febrero de 2014

RESEÑA DE “LA MASONERÍA EN EL SIGLO XIX EN MÉXICO”. 2a. PARTE



                                                 Por Carlos Valdés Martín

Esta es la segunda parte del resumen del interesante libro de Mauricio Leyva, La masonería en el siglo XIX en México. Aquí se abarca el inicio del México independiente hasta antes de la Revolución de Ayutla, cuando se presenta el conflicto definitivo entre liberales y conservadores, para establecer el rumbo del país. Este periodo se caracterizó por una situación aún indefinida en el modelo de país y gobierno, las generaciones de masones todavía no alcanzaban la madurez para presentar soluciones a los grandes problemas nacionales y saldar la pesada hipoteca de la Colonia, representada por el intento de la Iglesia Católica de someter al país bajo principios de corte aristocrático y atrasado.

Primer Imperio Mexicano
Desde el final de la lucha independentista aparecen ya varios testimonios sobre la fundación de logias, ubicándose en las zonas donde la censura y la persecución perdieron fuerza. Los testimonios de un movimiento de masonería abierta antes del triunfo del Ejército Trigarante nos permiten comprender la rápida proliferación de grupos masónicos después. Durante ese periodo ya se habían establecido logias del rito escocés y del yorkino. Al respecto cabe anotar que resulta falaz la afirmación —muy difundida— sobre el protagonismo de Poinsett para la creación del rito yorkino en México, pues ya antes existían agrupaciones de ese talante. Sin duda por parte de la crónica católica se han inventado curiosas confusiones sobre los masones en ese periodo y de singular interés resulta aclarar los hechos, para superar las mitificaciones en torno a la intervención norteamericana en fomentar o desalentar logias. El tema de fondo es que la polémica de bandos exige “inventar” villanos con interés de polarizar posiciones, en ese sentido, el activo agente norteamericano Poinsett ha sido catapultado y sobredimensionado cual hechicero de ficción, capaz de sembrar o trastocar organizaciones masónicas a conveniencia. La realidad es diferente a lo difundido por los fantasiosos de la conspiración masónica importada. La verdad es que en el periodo posterior a 1821 la masonería se expandió e improvisó en el país, cuando la primer generación independiente estaban ávida de nuevas ideas y directrices, por lo que una integración impetuosa de patriotas o advenedizos nutrió a las primeras logias del siglo XIX. En esa crucial coyuntura el concepto mismo de masonería como escuela filosófica tuvo un desliz y “Las logias comenzaron en México a jugar el papel de fuerzas políticas, muchas veces polarizadas”[1] Este es el punto crucial para el análisis histórico del siglo XIX, cuando el espacio de los combates de poder estuvo vacío de partidos políticos y ese espacio fue llenado por las logias. De ese modo, de manera natural los ideales y ambiciones políticas se desplazaron hacia las logias, provocando una rápida toma de posiciones, dándose un primer alineamiento: por un lado, de las logias escocesas con el sector centralista y relativamente conservador y, por el otro lado, de las logias yorkinas con el sector federalista y más liberal. Sin embargo, pronto el panoramas se complicó y en el sector avanzado surgió una tendencia autóctona de la masonería que no mantenía ningún referente internacional, formando el Rito Nacional Mexicano del periodo, que también destacó en su aporte liberal. Resulta importante anotar que el curso típico y estatutario de la masonería moderna ha sido evitar por completo esa fusión con las pasiones políticas, para delimitar a los talleres masónicos dentro de la educación filosófica y la formación moral, por lo que las grandes organizaciones masónicas internacionales prescriben no intervenir en política, para no desvirtuar la esencia de la masonería.

Primera República Federal y años siguientes
Una vez instaurado el Primer Imperio, resulta clave la participación de la masonería para oponerse y establecer el régimen republicano en el país. El gobierno de Iturbide quedó rápidamente desgastado y aislado, sin apoyos internos, pues solamente una minoría aristocratizante y del clero respaldaban la idea de un Imperio. Las figuras de la masonería de rito escocés destacaron para oponerse y lograr la primera experiencia republicana en el país. De modo bastante paradójico, el texto apoyándose en la obra de Mateos, plantea que el triunfo político de las logias escocesas implicó una especie de disolución de sus organizaciones y que de modo organizado permaneciera su sector más conservador, incluyendo a un grupo de peninsulares[2]. Este tema de las identidades y contradicciones entre la masonería y la política es un eje central para la interpretación histórica del periodo, y, antes de este libro, ha merecido un examen superficial y donde se “tragan” algunos relatos que rayan en la leyenda, como la preminencia de Poinsett. Lo planteado sobre la disolución de la primera gran tendencia masónica en el México independiente, plantea tanto interés como interrogantes. A efectos del panorama político, esto implicó un rápido auge de las logias yorkinas, conforme Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero se inclinan en ese sentido. El rito escocés quedó encabezado por Nicolás Bravo, un insurgente de indiscutible trayectoria, y además se perfiló uno tema clave en la formación de la joven república: federalismo o centralismo.
Los rudos efectos de esa sobre-politización de la masonería mexicana, estalló bien pronto hacia 1827-1828. En ese periodo, se alcanzó un límite represor al adoptar una ley prohibiendo “reuniones clandestinas o secretas”, que provocaba de facto una persecución sobre las logias. A esto se suma la expulsión de Poinsett, representante norteamericano, el destierro de Nicolás Bravo y la expulsión de todos los españoles del país. Buscando una salida en ese conflicto entre tendencia masónicas y afirmando la independencia de criterios locales, se creó el Rito Nacional Mexicano, el cual rápidamente adquirió un protagonismo que no declinó sino hasta el periodo de Porfirio Díaz, un seis décadas después.
Por su parte, la tendencia conservadora por entero opuesta al liberalismo y la masonería fue tomando más cuerpo y agrupando a lo que sería el bando conservador, digamos “químicamente puro” que desembocaría en la coronación de Maximiliano.
También resulta notorio que las reformas políticas más liberales y profundas tardaron muchos años en cuajar, y fueron ganando espacio y firmeza entre un baile macabro de luchas políticas y golpes de Estado.

Debilidad nacional: primera intervención francesa e invasión estadounidense
El sentido tragicómico de nombrar a un evento “la guerra de los pasteles” nos dibuja de manera hiriente y certera la dimensión de un periodo. La anécdota de un pequeño abuso contra una propiedad de un ciudadano francés marca la unión entre lo sutil y los grandes acontecimientos. La dificultad del parto de una nación con un Estado débil y en continuas luchas lo convertía en víctima de ambiciones externas: el salto enorme desde los desmanes a una pastelería hasta una guerra internacional implica un despropósito de escalas, ante lo cual los políticos mexicanos —dejando de lado filiaciones— se encontraban en mitad de dos malas opciones: resistir a una demanda desmedida o sufrir los horrores de la guerra en condiciones de inferioridad. Del incidente de los pasteles hasta la invasión de una flota francesa las opciones eran dolorosas, y, en ese caso, ante una derrota militar en Veracruz, el gobierno optó por ceder e indemnizar el desproporcionado reclamo extranjero[3].

A pesar de tales dificultades, muchos ciudadanos y líderes masones buscaron restablecer la situación interna del país. En medio de ese clima caótico se tomaron medidas atinadas para perfeccionar el sistema federal que daba respeto a las regiones. Asimismo, en ese periodo definen avances con medidas modernizadoras y liberalizadoras, donde se destacaron masones encabezados por el renovador Valentín Gómez Farías. En las innovaciones destacan avances como la abolición de la obligatoriedad del diezmo (así era llamado un impuesto obligatorio del diez por ciento sobre ingresos que los ciudadanos debían pagar a la Iglesia católica; el cierre de instituciones de educación con tinte religioso para sustituirlas por escuelas laicas; expropiación de bienes eclesiástico por utilidad pública, etc. A su vez, esas medidas para limitar el poder material e intervención pública de la iglesia fue motivo para la reacción de un bando conservador y clerical más militante en los años siguientes.

La debilidad interna de México y la lucha de facciones abrió el espacio para la disgregación territorial. Como episodios diversos y donde se anunciaba una tendencia centrífuga, fueron la indolora separación de Centroamérica, y los agudos combates en Yucatán con su secuela de la Guerra de Castas. El evento clave fue la invasión norteamericana al arrancar la mitad del territorio. Durante la defensa patria ante esa invasión norteamericana se desprende que para el bando mexicano: “Excusado es repetir que los masones llenaron sus deberes, la mayor parte de los jefes muertos y heridos eran masones”[4]

Como resultado de las escisiones y tomas de posición, en ese periodo se fortaleció el Rito Nacional Mexicano que adquirió preminencia, todavía hasta la restauración de la República, aunque esa situación cambiaría al terminar el siglo XIX.

NOTAS:




[1] LEYVA, Mauricio, La masonería en el siglo XIX en México, p. 109.
[2] Véase MATEOS, Juan A., Historia de la masonería en México de 1806 a 1884.
[3] LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 172-129. Un conflicto demandando 60 mil pesos resultó en una deuda de 8 millones, que en términos de la época era una suma estratosférica, que ya incluía gastos de guerra de la flota francesa.
[4] LEYVA, Mauricio, op. cit., p. 145, cita a José A. Mateos.

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