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lunes, 1 de enero de 2018

LA IRRUPCIÓN EN ESCENAS DESCONCERTANTES

 


 


 

Por Carlos Valdés Martín

 

El lector encontrará que el placer compartido surgió por una chispa, que los clásicos llamaron “egregor”, que es la sutil unión de almas. La sincronización de pantallas plateadas lograba ese efecto unísono, captando las mentes a la perfección por primera vez en la Historia. En el comienzo de la humanidad con relatos alrededor de las fogatas se lograba tal comunión. Esta narración lo llevará hacia instantes de luminosidad cuando esas sincronías fueron reveladas y se abrió una pista de despegue  para el nuevo tiempo.  

Tres descubrimientos

Un acontecimiento estaba por cambiar la vida de Rogelio Artigas, uno inolvidable que superaría el asombro causado por el Aparato unos años antes, cuando todavía se consideraba un niño curioso.

Era el estreno del Aparato increíble, por referencias lo advirtieron compañeros de la escuela. La expectativa por mirarlo, aunque fuera unos minutos, arremolinó a los chicos del barrio alrededor de la puerta de Tía Tencha. La señora sonreía con superioridad cuando abrió el mueble de madera que contenía el Aparato… El murmullo de que el Aparato tenía un nombre no se materializó, mientras Tencha daba órdenes sobre cómo mover despacio ese artefacto. El esposo de Tía Tencha, nacido en Villahermosa, era más alto que cualquiera y de cejas pobladas; se imponía con facilidad y mandó a silenciar a todos, mientras indicaba un semicírculo para que los más pequeños nos sentáramos frente al Aparato y los demás atrás.

—Silencio, presten atención.

Apretó un botón y clavamos la mirada. Un pequeño punto luminoso surgió al centro de la pantalla gris que empezó a bañarse de plata y ese punto fue creciendo junto con una vibración que salía de sus bocinas.

**

Hace siglos y en su careta de cíclope, el Coloso Polifemo despertó de un humor excelente, convencido de que los pequeños marineros servirían de suculenta cena. Para el gigante de un solo ojo, esa caverna almacenaba a sus ovejas junto a los navegantes recién apresados. El jefe marinero, llamado Odiseo, ocultaba un cuchillo entre sus ropas con el cual logró zafarse de las cuerdas y liberar a sus compañeros.

—Para escapar lo cegaremos; su ojo es su debilidad.

Y así sucedió aquélla vez, que fue un mal día para el Coloso, pero la anatomía de los prodigios se recupera con los siglos, produce nuevos miembros y ojos como las salamandras. Aunque los años no curan sus heridas de pasión…

**

El destino de las mariposas que tras una agitación repentina mudan por entero de piel, fue el mismo de Tatiana Briseño aunque dudó la noche anterior si usaría un “hotpants” para la cita con Rogelio, su candidato a pretendiente. Después de inspirarse en una revista de modas, donde se afirmaba que esa prenda la usaban las más refinadas actrices del cinematógrafo, compró la prenda sin avisar a su madre y luego imaginó el sermón que recibiría cuando ella se enterara. Pero ¿para qué comprar la prenda y no utilizarla? Una prenda que cubre la cadera nada más y con audacia deja a la vista las piernas albeando, como en las artistas más descaradas del momento. Con tela imitando al leopardo, suficiente motivo para un pleito hogareño.

Pensó: “Es capaz de exiliarme, pero no, no lo creo”.

Tatiana acudió a un teléfono público y miró alrededor para garantizar que nadie la seguía, como si la idea de la madre criticándola fuera a materializarse.

—Está bien Rogelio, nos vemos a las 6 en la Fuente de Sodas de nombre la Vaca Negra.

**

 

El niño Rogelio Artigas acomodó junto a él a su hermano menor, cruzó las piernas para sentarse en el suelo y miró de reojo a los de la cuadra que abrían los párpados más para interpretar el punto de luz creciente y las vibraciones del Aparato. A cada instante crecía la expectativa, conforme la luz se convertía en una línea brillante y luego ensanchaba un espacio hasta iluminar la pantalla.

“Teatro fantástico…” sonó una voz tenue. Un niño comenzó a gritar “Eeeee” y lo siguió Rogelio, después los chicos a coro. La Tía Tencha invitó a guardar compostura en un momento tan solemne y cohechó a los infantes:

—Si están calladitos, como Dios manda, recibirán palomitas de maíz.

Un niño gritó más fuerte “Eeee” en sentido festivo, pero con ostentación se tapó la boca con las dos manos y aclaró en voz baja: “Perdón, quiero palomitas, pero sí me callo”.

 

**

En una bolsa amplia de tela, Tatiana se llevó sus prendas de la audacia. Se cambiaría la falda debajo de las rodillas por un “hotpants” de tela con diseño de leopardo, agregaría unas medias nuevas y en vez de los zapatos bajos, unas zapatillas de tacón.

La amiga Clara Cáceres tenía su propio cuarto y sus padres trabajaban el día entero, así que sería la cómplice perfecta. Solas en el cuarto de Clara, lo único que atinaba a decir la amiga:

—Estás ¡bien loquísima! Nadie anda así por la calle.

—Mírame y dime si se ve lindo, nada más eso.

Clara sonreía y balbuceaba, se tapaba la cara con la mano y reía.

—Te ves muy bien, es que…

La cintura entallada de Tatiana contrastaba con la cadera, el corte del moderno hotpants exaltaba los glúteos, el borde ajustado torneaba la figura; las medias revelaban unas piernas espléndidas, dignas de una atleta, y subidas en unos zapatos con tacón le ganaban unos centímetros en altura.

—Con esto soy como una leona; el pretendiente no va a resistir.

—Es que… —baja la mirada y el tono de voz— te vayan a molestar en la calle. No vaya a ser que…

**

Rogelio estaba a punto de dar el paso que lo convertiría en hombre, cuando sacó un trapo para limpiar el automóvil del tío Facundo, recibido en préstamo a cambio de su primera semana de trabajo en el laboratorio. Un impala rojo convertible; el motor ronroneaba al apretar el acelerador junto con el corazón del joven.

Las vestiduras impecables y el cofre encerado. Dado a préstamo, pero hasta mejor que contar con uno propio; es automóvil mostraba el lujo y las aspiraciones.

Una vuelta de prueba, pues era la primera vez que lo conducía.

Rogelio dejó la escuela Preparatoria para trabajar con el tío. Las clases le aburrían y los maestros la traían en su contra, le ponían las peores calificaciones en represalia a que interrumpía para molestar a las compañeras y burlarse de los varones. El trabajo le resultaba más interesante, comenzando temprano para andar de mensajero en bicicleta, de chofer con el camión repartidor, de estibador en la bodega… era sorprendente la cantidad de tareas que se acumulaban a diario en el diminuto laboratorio de Facundo.

Los padres lo enviaron bajo la vigilancia del tío como castigo, pero resultó un premio para él.

 

A Tatiana Briseño el espejo le devolvió la vista de una diva de Hollywood. Pensó: “no hay manera de que no me lo ponga.”

Convenció a Clara para un espejo más grande (el de su madre) y comprobó que su ser completo estaba en ebullición. La amiga incrementó sus temores:

—Te van a molestar en la calle, ya sabes cómo son los señores.

La objeción era cierta, pero ella mantendría esa prenda salida de la imaginación de la selva, cómplice de Tarzán y las reinas Amazonas, difundida por los delirios audaces de las divas del cine.  Aceptó colocarse la falda encima para andar en el transporte público.

**

El Coloso Polifemo afectado de tristeza por la pérdida de Galatea, se esforzó por cambiar su destino y con un conjuro de Circe, adquirió el tamaño de los humanos. Desde siglos atrás buscaba sin esperanza recuperar a su Galatea. A veces olvidaba ese propósito y se contentaba con volcar su ira contra quienes semejaran marineros. En esa temporada se disfrazó en una línea de trolebuses (el camión colectivo eléctrico). En su apariencia humana, los conocedores lo distinguían por un ojo vidrioso —recuerdo de las cegueras propias de la soberbia— y su lenguaje lascivo. Con autoridad ordenaba a los pasajeros moverse hacia la parte de atrás de la unidad:

—Muévanse hacia atrás que todavía hay espacio.

Esa orden le recordaba con nostalgia cuando dejó a los marineros al fondo de la caverna, pero no entendió el modo en que ellos escaparon finalmente y lo burlaron.

Adivinó a Tatiana antes de que subiera, algo inesperado existía en esa chica, sí guapa, pero incluía un fuego interior que no había en ninguna. Mientras Tatiana Briseño se subía al trolebús acompañada de Clara Cáceres, el Coloso soltó unos piropos largos: “Hija de Circe, arrástrame al lodo de tus brujerías, para destapar la cloaca de mis instintos; no me dejes con las ganas, que la primavera del celo se inflamó con el Hades de tus curvas…”

Además de mover la cabeza, Clara empujó a Tatiana para adentrarse en la pequeña multitud del transporte público, como si atrás del trolebús existiera un espacio vedado. El Coloso alcanzaba a escuchar que Tatiana le comentaba en voz alta a su amiga: “Es un grosero aunque retorcido y culto…”

El Coloso jugó a no escuchar y comenzó a manejar en la dirección obligatoria. A pesar de sus palabras, censurables por cierto, quedó intrigado porque la mujer de la falda sí le recordaba a Galatea y a Elektra, pero en modalidad de sacerdotisas, no de ninfas o quizá una mezcla indistinguible de ambas. También se acordó de Circe en la juventud floreciente dotada del hechizo que convertía a los tipos en cerdos. Por su parte, para Polifemo convertirse en cerdo resultaba sencillo, bastaba cualquier provocación para metamorfosearse.

**

Mientras se arreglaba el adolescente Rogelio Artigas recordó su primera visión del Aparato y el aroma de la Tía Tencha.

Rogelio estaba impaciente y no cedió ante ningún ruego del hermano menor. El menor seguía pensado como niño, pero ya cumplía edad de adolescente. La prisa por vivir la había acaparado el mayor. El par de años de diferencia marcaban un abismo, entre el aniñado e iluso frente al urgido de parecer un adulto, persiguiendo chicas y trabajando, que lo presumía todo.

—Mira lo que me gané.

Señaló al auto rojo del tío.

**

El hermano menor repeló que ya sabía que ese es el automóvil propiedad de Facundo, aunque se emocionó:

—No me digas que… ¡te lo prestó!

Rogelio Artigas explicó lo bien que le iba en su trabajo y lo consentido que ya era del tío, luego con euforia le adelantó:

—Y voy a tener de novia a un forro de chamaca.

Entonces relató cómo la conoció y se animó a invitarla, pero el hermano menor no prestó mucha atención y contestó:

—En casa, enséñame el motor y los rines, la cajuela y todo, por favor…

**

El restaurante, enclavado en una colonia de clase media de la Gran Urbe, olía a limpieza y orden imitando a películas norteamericanas. El sitio olía a nuevo, recordado que el restaurante también es un descubrimiento, invención de ingenios múltiples que sustituía a los rústicos mesones y a los salones palaciegos, evocaba a las cocinas y a las reuniones hogareñas cuando, por fin, la mamá se libraba de guisar cada santo día.  

—Es temprano, vamos a ver qué pasa con esa obra— dice Tatiana.

Ella es curiosa desde pequeña, le interesan las construcciones y los árboles talados. Una enorme grúa está desplazando vigas metálicas para construir un edificio, al otro lado de la avenida. Insiste hasta convencer a Clara de que eso será un momento. La malla metálica de alambre permite observar las maniobras con facilidad. Las chicas se paran sobre la acera, junto a la valla de alambre y comienzan a captar el interés de los albañiles e ingenieros de la obra.

La grúa avanza con lentitud, desplazando la enorme viga por los aires. En voz baja dice Tatiana a la amiga: —Imaginas cuánto pesa esa sola viga, si se cae destroza una casa entera.

Clara está más atenta a las miradas que se van sumando, hasta juntar un coro de miradas taimadas, aunque el foco es Tatiana, ella siente la tensión.

—Esto me pone nerviosa.

—La grúa resiste, no sucede nada.

—Me refiero a los hombres, nos están mirando.

Ellas dan la media vuelta para regresar y en eso uno comienza un chiflido que desparrama alborotos entre los obreros de la construcción. Tatiana enrojece al comprender que ella causa ese alboroto. Toma del brazo a Clara, baja la cabeza y se apura en dirección al pequeño restaurante.

**

Odiseo se ocupa de evitar las incursiones míticas en los asuntos humanos, persigue al Coloso en la tierra. Ha aprovechado que el estrecho de Escila y Caribdis ofrece una apertura razonable para salir del mundo mítico y visitar a los humanos. La facilidad para Odiseo es transitoria, pues las bestias remolino se desplazan cada día y no permiten estancias prolongadas fuera de Mítica.

Al desembarcar Odiseo percibe un griterío curioso… una tribu de silbadores levantando una construcción que le resulta desconocida. A la orilla de su natal Ítaca no hay tales fabricaciones de palacios. En lugar de maderos erigen unas vigas de metal, aunque él duda porque en Grecia nadie fabrica trozos tan enormes de fundición. El ingenio que levanta la viga para él es un artificio mitad brazos enormes de Kraken fusionados con ingenios de Dédalo.

El ruido mortifica a Odiseo pues desvanece el recuerdo del canto delicioso de las sirenas. Al anochecer divisa luces que le indican la proximidad de la tribu de los silbadores.

**

—Motor como este nunca lo he visto.

El menor de los Artigas, de momento piensa en convertirse en mecánico para tener un coche de esos; luego se da cuenta que los mecánicos no son los dueños. Se coloca frente al vehículo y abreva cada instante conforme se levanta la tapa delantera que revela el panorama de fierros negros, cables y una vibración intensa. El motor sigue encendido, el ventilador funcionando. El menor comienza a preguntar sobre los cilindros y detalles técnicos que no son del interés de Rogelio.

—Un día de estos nos vamos a la carretera para correrlo, hasta les hace bien a las autos que desboques al motor, Facundo nos va a dar permiso.

El menor se mete abajo del auto para mirarlo desde otra perspectiva.

**

—Ya apúrate, que tengo mi gran cita y falta ir a ponerle gasolina.

En el camino, Rogelio va pensando si ella lo dejará darle un beso, si se le declara pidiéndole que sea su novia. En la gasolinera un señor ofrece guantes con elocuencia:

—Los profesionales del automovilismo los utilizan así, con los dedos libres, pero la palma confortable para un mejor agarre.

La oferta es irresistible. De inmediato coloca los guantes y la sensación incrementa su ánimo. Teme que siendo jóvenes no les permitirán entrar a un motel, su mente vuela: “¿Si le propongo matrimonio? No, no. Es un poco precipitado, primero novios; pero no esperarse tanto.”

**

Las chicas entran riéndose del alboroto de los albañiles. Es una risa entre nerviosa y alegra, con el alivio de quien conjuró el peligro y refrenda un pacto. Tatiana piensa que los silbadores adivinaron lo que trama, quizá el sol trasluce lo que esconde bajo la falda, o que los tacones de aguja o a alguna combinación entre el sol y las sombras jugando sobre sus curvas ha revelado sus propósitos, concluye “Son como tórtolos en celo”.

Las amigas se sientan juntas a esperar y piden lo mismo: una malteada de fresa. Clara Cáceres es morena y unos centímetros más baja, pero en lo demás se diría que son parientes.

—Y ¿cómo te citas con este chico si sales con Luis?

—No entiendes Clara, el otro es un pelmazo; nunca tiene tiempo para mí, se la pasa estudiando, se cree que será el ingeniero del año y casi ni nos vemos, nada más quiere que vaya de visita a su casa los domingos y eso es todo. Muy aburridos sus papás, aunque la señora no tanto, me enseñó una receta del flan napolitano. Pero yo quisiera que me invitara cuando menos al cine o a Chapultepec, que no pasarme de visita en sobremesa y, por si fuera poco, el padre pone unos discos de música clásica que aburren.

—Entonces lo dejas.

—Todavía no del todo, en eso estamos; pero si me convence Rogelio no lo pienso ni dos minutos, mañana mismo despido a Luis.

**

Un abogado de lentes fondo de botella, útiles para remediar la miopía, maneja su auto negro. No ha dormido, agarró una borrachera con un cliente importante hasta el amanecer; tomó una siesta en su vehículo y se dirige a descansar. El alcohol se alejó de su sangre, pero el cansancio de la resaca lo adormece al manejar.

Odiseo se apeó del barco y logró que lo acompañara Aquiles, siempre es conveniente la seguridad de un guerrero invencible dentro de la Gran Urbe. Ambos visten de paisanos, pasan desapercibidos al adentrarse en territorio potencialmente hostil.

La mirada del marinero, tan experimentada, le advierte que el abogado cegatón pronto causará problemas. Dicho y hecho. No frena con cautela y avanza sobre el automóvil rojo prestado. Aunque la velocidad de aproximación ya es mínima, la defensa trasera del auto rojo siente el impacto.

El abogado se aterra con el golpe y de inmediato saca una pistola de su guantera, en gesto paranoico.

—¡El coche de mi tío!— Grita Rogelio mientras desciende de su auto. Sabe que el impacto no es tan violento, pero es su primer choque, jamás antes ha tenido ningún percance. Continúa gritando hacia las nubes, mientras se acercan algunos curiosos, entre ellos los marineros disfrazados.

“En estos días no sabe uno si van a lanzarse golpes”. El abogado pone la pistola en su diestra y la disimula bajo el abrigo.

—El joven no tiene la culpa. Vociferan a coro algunos curiosos.

Todavía temeroso, el abogado no baja del auto, pero mueve su vehículo un poco hacia atrás para que Rogelio, ya calmándose, estime el costo del golpe.

El abogado cegatón casi se ríe cuando el joven vocifera:

—Esto le va a salir bien caro —hace una pausa dramática para efatizar—… cuando menos en 250 pesos, por el cromado.

El abogado supuso una cifra diez veces superior. Guarda la pistola con calma en la guantera y saca su billetera para observar si hay suficiente efectivo para pagar.

 

**

Se acerca Odiseo y afirma con conocimiento de causa que así no puede manejar el joven Rogelio, que es menester darle un bocadillo de inmediato:

—El pan cura los sustos.

El coro asiente.

Rogelio está mareado y se deja consentir por la pequeña concentración que lo cobija. Lo acompañan a orillar el automóvil. Uno afirma ser paramédico y le revisa el cuello. Le ordena que siga su dedo y observa sus reflejos. Su salud parece intacta.

Las opiniones sobre la rápida negociación se multiplican: “Hubiera pedido más/Con eso basta para sacar el golpecito/ Hasta salió ganando/ Si llega un policía se complica el asunto/ Ir con el juez es tardadísimo…” Luego abundan los expertos en mecánica improvisados: “”Luego se desajustan los cabezales/ El cromado se hace a fuego directo/ No requiere de cromado, con el hojalatero…”

 

**

La negociación con el abogado que se prolonga porque él exige que firmen un documento con los términos legales. Como el Rogelio no acepta trasladarse a la oficina de la autoridad, el Ministerio Público, el abogado ha conseguido unas hojas para redactar a mano un escrito donde él recibe amplio perdón a cambio de 250 pesos.

—Ha pasado mucho tiempo, de veras estoy bien, tengo una importante cita de negocios; gracias por ser tan atentos.

El choque sobresaltó a Rogelio, pero ha vuelto la serenidad y está atrasado en esa cita tan anhelada.

**

Odiseo sacó un objeto cuadrado y lo presumió a Aquiles, quien no era un viajero tan experimentado, así que desconoció el objeto y la respuesta fue:

—Se llama cartera y adentro hay pequeños pergaminos que son de enorme utilidad; incluso su pérdida será un gran problema para el joven; la idea no es quedárnosla, sino buscar al accidentado y devolverla, con el descuento de un pequeño tributo de guerra; tú, Aquiles, guardas los pergaminos.

—¿Un tributo?— Aquiles no era tramposo como Odiseo y se desconcertaba con las acciones del marinero.

—Un engaño al más clásico estilo de Odiseo; hasta quedará agradecido.

Además, en la plática había obtenido la dirección hacia donde se dirigía Rogelio.

**

—Te apuesto otra malteada a que sí llega; nunca me ha dejado plantada.

—Ya es una hora de atraso, tengo hambre.

—Por quince minutos más te apuesto las malteadas.

Le piden al mesero la hora y formalizan la apuesta. ¿Es la tercera malteada lo que está provocando un poco de euforia en Clara? Sonríe y manotea, asegurando que va a ganar.

—La próxima vez me apuestas a chico; si pierdes me lo quedo.

Tatiana Briseño mueve la cabeza negativamente y comienza a pensar que Luis quizá no es tan desabrido, que le dará una segunda oportunidad.

Han transcurrido trece minutos y Clara vuelve a preguntar la hora, le sudan las manos y palpita el corazón. Mientras Rogelio ha estacionado el automóvil y camina apresurado a la cita. Piensa que debió comprar un ramo de flores.

Por el ventanal Tatiana lo descubre, se le ilumina la cara y le da un ligero codazo a Clara. Una alegre y la otra desilusionada, las dos caras de la moneda.

**

—Te juro que estoy apenadísimo pero tuve un accidente; mira en la defensa trasera del auto de Facundo, trae una abolladura.

Escucha las palabras de la pretendida:

—Te presento a Clara.

El pretendiente enfatiza e insiste en que se asomen para observar la maravilla de automóvil que trae prestado. Tatiana está reticente, ligeramente hosca, pero va perdonando, quiere escuchar más disculpas. Clara se interesa, quiere suavizar su papel de chaperona y canalizar esa emoción que esta por estallar en el minuto quince; su decepción por no ganar se ha dulcificado con la presencia masculina.

—Mejor primero comemos y luego admiramos el automóvil.

Asiente  con la cabeza y pregunta:

—¿Son familia?

Rogelio oculta la decepción por el arribo de una chaperona, aunque es usual que las familias envíen a los hermanos menores para acompañar a la señorita cuando aparece un pretendiente. Busca adaptarse a la situación y está convencido de que pospondrá su declaración, a menos que la chaperona se descuide.

**

El menor de los Artigas saca una enciclopedia y busca el tema de los automóviles. Mira las figuras de motores y las múltiples partes que indican las láminas: válvulas, pistones, flechas, balancines, tubos, levas, bujías…

Se sienta para leer conforme indican las recomendaciones: luz indirecta desde atrás, comodidad del respaldo. Es la primera vez en el año que saca la enciclopedia didáctica para un fin distinto a las tareas escolares. Algunos tomos están empolvados, el azar de los estudios varía con los meses.

Está entretenido con el motor y de pronto se acuerda del Aparato. Indaga dentro de la enciclopedia de papel —que no está actualizada— y no ve una entrada que le corresponda; lo más parecido es la radio. Su mente viaja entre el automóvil y el Aparato ¿qué es superior el desplazamiento físico o que la imagen atraviese el espacio para presentarse ante tus ojos?

**

Odiseo asevera que no resulta difícil de alcanzar una presa en un ambiente terrestre, que las referencias son sencillas en la tierra firme. La fortuna además ha favorecido que el objetivo de exploración queda ante sus ojos, la meta en Gran Urbe es la construcción que divisó desde el mar.

—Un modelo para construir que sea mejor al de nuestro ingenioso pueblo.

Discuten si dejar primero el objeto cuadrangular a su propietario original o bien acudir a la construcción para tomar contacto con el jefe. Optan por lo segundo, por el argumento de Odiseo: —De ese comedero no saldrá tan fácil.

**

Tatiana Briseño se disculpa, pero suelta un giño a la amiga para anotar que irá al baño para el cambio. Dentro del cuadro del retrete lo piensa un poco: “Si a la distancia los albañiles se alborotaron, esto debe ser memorable”. Con cuidado desabrocha el gancho superior de la falda y un cierre lateral; desliza la tela imaginado cómo se mirará en el espejo esa develación, como si fuera el estreno de una estatua largamente oculta al público.

Observa fijamente sus piernas para cerciorarse de que no ha surgido una grieta súbita ni un rasguño en las medias. No descubre defecto alguno. Levanta sucesivamente los pies para recoger y doblar la falda. A penas abre la puerta del compartimiento como si temiera que alguien la espiara, sin que nadie más esté en ese baño. Avanza dos pasos y sujeta con fuerza la perilla, como si una fuerza en sentido opuesto fuera a detener el empuje de su mano. Empuja sin encontrar resistencia, abre una rendija para mirar el panorama todavía sin ser mirada y observa tranquilidad, los comensales distraídos en sus rutinas, los meseros en sus vaivenes de servicio, en fin, nada inquietante.

Cuando ella sale, el primero que se percata de su cambio es un mesero rechoncho que trabaja desde una década en el sitio y nunca antes había admirado en vivo esa calidad de prenda que nada más cubría la cintura, mostrando desde el comienzo de las piernas. La sensación de una imposibilidad magnetiza la mirada del mesero dirigida arriba de los muslos, sitio que evoca las selvas indómitas; su mente divaga hacia una escena que no osaría a confesar y recuerda la visión de una revista para adultos con una fotografía atrevida.

Tatiana de inmediato se da cuenta que atrapó una mirada que no le agrada, sino que desconcierta, pero ella está en un posición de experimentar cada novedad. La cara ridícula del mesero es una indicación de que sí provoca un efecto. Después una señora le clava de mirada, pero como haciendo los ojos de rendija, entrecerrando los párpados como si pretendiera detener la mirada, y luego coloca la palma de la mano frente a la cara, a modo de disimulo. Luego otra señora da un ligero codazo a quien está en la silla contigua. Un niño mueve la cabeza de arriba abajo buscando algo entre sus pies y su cabeza.

Cuando Rogelio la descubre avanzando abre los ojos de plato, luego se levanta y, sin querer, golpea con la rodilla en la mesa. El golpe no es fuerte, pero hace sonar los platos y cubiertos, llamando la atención de los distraídos. A Tatiana ese golpe le provoca la sensación de caravana de caballero antiguo, lejana galantería de antigüedades. Ella se detiene un metro antes de la mesa, moviendo las manos en son de preguntar sin palabras.

—Una moda tipo revista europea —anota la amiga—, con un sentido de la elegancia muy original.

—Bbbbella… —a Rogelio le falta la respiración, mientras alarga las palabras y se marea— sí, sssí.

Tatiana se desliza hacia la silla con lentitud, mientras procura advertir cuántas miradas ha capturado además de la de su objetivo. Tras la vidriera del restaurante también un soldado clava la mirada escrutadora, como intentando divisar un conejo que ha escapado, hasta que se descubre en indiscreción excesiva y se retira.

—Se me fue el aire, por el choque —se disculpa Rogelio con un pretexto mientras se sonroja—, que estuvo fuerte.

**

El menor de los Artigas revisa los planos de un automóvil y mentalmente le agrega el aparato, luego toma unas hojas de papel y juega a dibujar unos planos de los automóviles-Aparato. Para él eso del Aparato adquiere otra dimensión, una mezcla de libro de ficciones y futura profesión de ingeniero. Entrecierra lo ojos para recordar una página con imágenes de robots en un cuaderno de caricaturas. La compara mentalmente con el automóvil y se imagina que uno se convierte en lo otro, suponiendo que es descabellado.

 

**

Rogelio cumple con un rápido examen de conciencia para definir si la causa es la escena del accidente o la revelación exuberante de Tatiana. El dilema inicial desaparece y ella es un imán irresistible, resulta más impresionante de lo previsto.

Recuerda cuando se asomó por la ventila rota de un Cabaret… que adentro estaba oscuro, pero le recordó una película para adultos, a la que se coló en una función de medianoche sobornando al taquillero.

 

**

El Gerente del Restaurante había jurado enmendarse de su alcoholismo, para lo cual se unió a una peregrinación al Santuario de la Virgen, el último kilómetro lo cubrió como los muy devotos: avanzando de rodillas. La prudencia recomienda amarrar unos cartoncitos para no lastimar la piel, pero los más devotos recomendaban no cubrir las rodillas, para sentir el rigor de una penitencia.

Al Gerente todavía le dolían las costras en sus rodillas, cada una del tamaño de una moneda. Habían transcurrido unos días desde la peregrinación.

El mesero con regocijo le dijo al Gerente que mirara a la clienta que había cambiado sus prendas. Con un giño: —No se lo debe perder.

En el segundo comentario la curiosidad sacó al Gerente de detrás de la caja, para acercarse y  quedó sorprendido. El aire salado del canto de las sirenas volvió hasta la mente del Gerente, de esos siglos con Odiseo, viajando cerca de acantilados bañados de soles calcinantes y amenazados por los dioses marinos. Una amígdala cerebral recóndita saltó hasta los antiguos temores, cuando Atenea lanzó castigos y maldiciones a los impuros que profanaron; temió la llegada de Medusa o de las Ménades cuando miró esa tela de leopardo asomando sobre la entrepierna de esa clienta de quien desconocía el nombre.

El mesero que era un humano del siglo presente, sin huellas de los furores milenarios, empujaba el codo y guiñaba el ojo del Gerente, para indicar la picardía del instante. Por su parte, el Gerente seguía sumergido en siglos pretéritos, su mente congelada por una visión extravagante, que lo conducía hasta el Paraíso cuando Eva visitó la primera lencería —la rústica pero sacra parra, encargada por el mismísimo Creador, para enmendar el desaguisado original— cuando escapar del Paraíso resultó en vano.

El Gerente comenzó a hacer ruidos con la garganta para sobreponerse a una extraña parálisis que lo dejó plantado a dos metros de Tatiana. Los visitantes se sintieron aludidos y voltearon a las caras al unísono. El sitio entero pareció plegarse con una presencia sutil, como si las miradas se llamaran unas otras y todos los comensales corrieran la voz para mirar hacia Tatiana; las manos dejaron de moverse hacia los platillos; las miradas eran expectantes, se fue acumulando tensión y silencio en el sitio.

Justo acababa de llegar Odiseo frete a la vidriera y le comentó a Aquiles que ahí adentro sucedía algo extraño. Adentro reconoció en el Gerente a un antiguo marinero griego que había renegado de su siglo y se adaptaba a ese ambiente. Odiseo también permaneció indeciso.

**

Tatiana Briseño abre más los ojos ante la presencia desafiante del Gerente, sin acabar de definir si está preparándose para saltar y arrancarle el hotpants, se hincará para solicitarle matrimonio, comenzará con un sermón cual cura de pueblo, o saldrá corriendo por el incendio que advierten unas gotas de sudor que se acumulan entre sus sienes. Ante la indefinición del Gerente que le clava la mirada siente el miedo de las doncellas ancestrales en los bosques, cuando los ruidos de lobos o cazadores se aproximan.

Ella mueve una mirada suplicando protección entre su amiga y el pretendiente.

 

**

Rogelio está envalentonado tras el accidente; no aceptará que los adultos lo sigan tratando como a un niño.

La mirada azorada y pétrea del Gerente lo molesta, como si encerrara hostilidad ante su pretendida. Un resorte de audacia lo levanta del asiento y en dos zancadas se planta para encarar a quien le resulta hostil.

El Gerente pretende seguir observando la diminuta tela sobre la cadera de Tatiana y el impulso protector de Rogelio intenta impedirlo; mueve la cara para interceptar la mirada a unos pocos centímetros.

Las miradas se cruzan, mientras el joven, levanta la voz: —¿Qué le ves?

Más que una pregunta lanza un reto, un desafío de juventud, mientras crispa los puños.

 

**

El Gerente se sobresalta por unos pensamientos que no está dispuesto a confesar y da un paso hacia atrás, mientras su mesero maniobra un escudo defensivo extendiendo la palma de la mano, entre su jefe y el joven desconocido. Pone la palma de la mano extendida en seña de pacificación y con la otra sostiene una copa con malteada de fresa.

Como despertando de un sueño el Gerente abre la boca: —Este es un lugar familiar.

El mesero gira la cabeza pronunciando varios nombres, solicitando el refuerzo de los demás empleados del restaurante. De inmediato acude un puñado de empleados al llamado.

**

El menor de los Artigas se inquieta suponiendo la fusión del Auto, el Aparato y un Tanque… por su mente atraviesan noticias de una guerra lejana, en otro país, que involucra a rostros amarillos y blancos, en mitad de selvas o desiertos… Como sea regiones lejanas. A él le gustan los vehículos, más todavía ha soñado tanques que miró en revistas y películas.

 

**

Rogelio manotea y repite cada vez más alto: —¡¿Qué le ves!?

Su mano juvenil gira con velocidad, desde lo alto pega y retira la mano extendida en son de paz por el mesero, quien la vuelve a levantar en el mismo sentido.

Rogelio repite cada vez más alto: —¡¿Qué le ves!?

 

**

El Gerente, ante los manotazos, indica a su gente: —Calma, calma.

 

**

Tatiana aclara que ella quiere alejarse: —Mejor nos vamos.

 

**

Aquiles comenta a Odiseo que no soporta cuando hay las doncellas en peligro y está dispuesto a la gresca. Odiseo es de otra opinión:

—No habrá pelea, bastará parlamentar con Teetes. 

Cabe aclarar que Teetes fue el nombre griego del Gerente, antes de vararse en ese siglo y beber unas gotas de aguas del Leteo, suficientes para dejar de sentir nostalgia por el Mar de Mítica.

Odiseo guiña un ojo y le indica seguirlo con la mano. Empuja la puerta y prorrumpe con una exclamación de alegría: —¡Queridísimo amigo, qué alegría encontrarte, parece que han transcurrido siglos!

Todas las miradas se dirigen hacia la puerta; el sonido alegre desinfla las tensiones.

—¡Qué demacrado te encuentro mi amigo extraordinario, repleto de bendiciones me dirijo hacia tu persona, en mitad de tan fino auditorio! —

El aludido Gerente Teetes suelta la tensión acumulada; las señales de peligro y encantamiento se disipan, cual oscuridad con el primer rayo del sol. Aún turbado, Teetes sonríe igual que cuando Odiseo liberó a los prisioneros tebanos de las manos de sus captores; él sonríe con sinceridad y da media vuelta alejándose de los jóvenes, seguido por los empleados del sitio, convertidos en una comitiva.

La comitiva avanza con pasos pequeños siguiendo a su patrón, sin dejar de mirar con hostilidad a los comensales.

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Rogelio Artigas siente que sus rivales han huido de su. Mira alrededor con otra luz y siente que es el ganador indiscutible, que merece a la dama al ganar la disputa contra el malvado.  

 

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Tatiana se preocupa por causar tanto barullo. Lo siente en la entrepierna y en la amplitud de las caderas, una especie de oleada que se expande y modifica el ambiente… sin saber ni jota de lo que dijo Einstein sobre la curvatura del espacio por efecto de una masa gravitacional. Buscaba atención, pero se ha convertido en una especie de avalancha; una fortuna salir de estado de niña ignorada por el género masculino y una desgracia entrar al estado de pararrayos de la testosterona y envidia femenina… Piensa: “Quizá me acostumbre un día, las divas de Hollywood deben estar acostumbradas, y por cautela contratan guardaespaldas día y noche.”

 

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Odiseo controla con palabras y gestos alrededor, incitándolos a que lo atiendan y se alejen del conflicto de la chica con un hotpants magnetizador. Insiste en darle acentos magníficos a la amistad pasada:

—¡El inigualable capitán y vencedor de Escila y Caribdis, esos remolinos que devoraban navíos completos! ¡La prudencia en el timón que nos salvaba de las Sirenas de engañoso cántico! Dame un abrazo tras otro como en los viejos tiempos, y permíteme hacer la caravana del marinero rescatado…

Siguió contando la historia cómo se intoxicó con lotos otro marinero y las penurias que compartió con el Gerente, bajo la mascarada del náufrago. Los acompañantes bajaron los ánimos de hostilidad y sonrieron.

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Rogelio se había sentado, pero ocupando una silla en dirección del Gerente y su grupo hostil, mirándolos mientras platicaba con las chicas, como pavoneándose en voz baja: —Soy capaz de tundirlos a todos.

Tatiana llama a la cordura: —No vamos a hacer un san Quintín, un pleito de cantina; lo mejor es irnos.

—A mí nadie me corre, menos ese tipejo.

El joven se imagina ascendido sobre una colina elevada, mirando a sus adversarios potenciales empequeñecidos ante la distancia de su adrenalina acelerada. El pulso sigue alocado y las pupilar dilatadas. Mantiene los puños cerrados, pero conforme la plática de Odiseo parece prolongarse va soltando el cuerpo, aflojando los puños y acomodándose en la silla.

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Aquiles ha escuchado un centenar de veces los relatos de Odiseo, por eso deja de prestar a tención y se interesa más por la chica de piernas esbeltas que ha causado el revuelo; recuerda la belleza de Elena de Troya y procura compararla. La reina era rubia y la desconocida mezcla los matices del trigo con el cobre bruñido por el sol y teñido por esa misma intensidad solar. Aunque la belleza de la reina perdida no se compara con doncella terrestre ninguna, existe un halo inquietante, que intriga al guerrero. Discretamente se desliza hacia un lado, para observarla mejor hasta que sus sienes se enganchan con la percepción debocada de su atractivo; de inmediato siente el jalón hipnótico y comienza a sonreírle con descaro. Tatiana se da cuenta de inmediato que ha ganado otro pretendiente, con aire extranjero. Rogelio percibe otra fuente de hostilidad y vuelve a apretar lo puños.  

Odiseo adivina algo extraño en Aquiles, por eso lo llama a su proximidad:

—De favor muéstrale a nuestro amigo tu pulsera, esa que ganaste derrotando a un león a mano limpia…

—Me confundes.

—Tu humildad te confunde, acércate más que les diré.

De pronto, Teetes se acordó de lo anterior y volteó la cara para vocear un gesto terminante:

—No son bienvenidos en mi restaurante; hay un modo de vestir apropiado para cada sitio y ese no es propio de este restaurante decente.

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Las agitaciones han rebasado la resistencia de Tatiana; ella ya quiere salir del sitio, alejarse del conflicto y evadir las miradas que continuamente regresan sobre su cuerpo.

—Es una opción buenísima irnos de inmediato.

 

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El Gerente aclara:

—Es más, no paguen la cuenta, pero ya váyanse.

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No pagar es la prueba del triunfo de Rogelio… Se ha salido con la suya.

Conforme Tatiana se incorpora le extiende la mano y él la toma como si la jalara para escapar de un pozo. El jalón la molesta y retira la mano.

Los chicos sale por la puerta con pasos sigilosos, como esperando un cambio súbito del Gerente, y se alejan. Rogelio señala hacia el carro prestado.

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Aquiles le susurra a Odiseo que prefiere regresar a su mundo mítico, antes de que el paso entre Escila y Caribdis se vuelva estrechar. Odiseo acepta con la cabeza y dispone el regreso.

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Tatiana mira con detenimiento el automóvil, su pretendiente insiste en que lo miren a detalle. Abre el cofre y enciende el motor, para anticipar las velocidades que alcanza en línea recta.

Ella acerca la cara y siente el ventilador, con aromas a gasolina. Toca el cofre para recibir la vibración:

—¡Esta máquina ruge!

Como si nunca hubiera mirado un motor y guiña a Rogelio. Se agacha y voltea la cabeza, se cerciora que él la está mirando, como si fuera un espejo.

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Él siente la sonrisa de ella, piensa que es momento de seguir adelante.

—Con un carro como este podemos salir de la ciudad, en un viaje de verdad… —se arrepiente un poco imaginando las complicaciones de ir a solicitar permisos— o en el mismo día ir y venir.

Tatiana objeta: —No he pedido permiso, pero sí como para ir y regresar el mismo día —guarda silencio, sigue urdiendo un plan improvisado— pero me dijeron de un restaurante en las afuera de la ciudad, es como ir de viaje, pero es caro, no creo que puedas.

Rogelio se alegra: —Tengo dinero, me acaban de pagar algo que me debían y la Vaca nos salió gratis. ¿Qué restaurante?

—Floresta imperial.

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Odiseo le objeta que el Coloso sigue suelto, con instintos salvajes, deseoso que atrapar o hasta de sacrificar a una ninfa o a un marinero griego. Aquiles señala los cielos nocturnos, apuntando la ruta de la Vía Láctea para advertir que el estrecho de Escila y Caribdis no aguardará más demoras. Odiseo suspira y acepta el regreso. 

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Tatiana piensa: “Nada me va a detener, parezco una diosa.”

—Sí, quiero conocer el restaurante, pero regresamos hoy mismo.

Clara objeta: —Vayan solos, yo tengo un compromiso.

El interior del automóvil huele a vainilla, por un sobre oloroso.

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El Coloso cambió de conductor de trolebús a otro de un camión carguero, que avanzó “veredeando” alrededor de la ciudad, por los atajos y desviaciones de rutas, buscando una víctima propicia.

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Rogelio Artigas pensó, en esa tiendita es donde venden alcohol aunque no cumplas la mayoría de edad. Clara aprovechó la parada para bajarse, le atemorizaba el plan de irse a las afueras de la ciudad. El rótulo “Floresta imperial” le provocaba más miedo que interés.

—Adiós, Clara.

En el sitio Tatiana le contestó:

—Solamente un refresco.

Ante la timidez de su cita, él cambió de planes y no pidió cerveza, sino otro refresco. Un amigo mayor lo había aleccionado para no desentonar en la primera cita.

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El camión cargado de materias burdas, sucio y con un único faro avanzando en la noche lluviosa merece el adjetivo de Coloso. Pretencioso, se mueve lentamente en la tarde buscando su víctima perfecta.

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Tatiana piensa: “Resultaría interesante detenerse en el Mirador de la carretera; proporciona una vista romántica.”

Y el pretendiente le responde: —Sobra el tiempo, y el atardecer quedará de fotografía.

—¿Tienes cámara? —Pregunta ella.

Rogelio miente: —Me acabo de comprar una muy buena; ya sabes, me agradan las novedades.

—¿Y televisión?

—Ya sabes cómo es esto, mi tío se la prestó a mi tía, pero es temporal —sigue mintiendo, bajo las reglas de lo que él supone es “quedar bien con la chica”—, luego la regresará, es que a mi abuelita le molesta el ruido.

—Mi abuelita falleció…

 

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Rogelio avanza despacio. Con un solo choque que arreglar es suficiente problema para explicar al tío.

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El camión del Coloso se empareja para observar a su posible ninfa. Entre el atardecer y una ligera llovizna resulta difícil la observación. Coloca el camión atrás, luego finge que va a rebasar, pero solamente está midiendo la situación y decidiendo su próximo paso.

Cuando alcanza a mirar por la ventanilla en una fugaz posición, se encanta de observar las piernas descubiertas y el hotpants insinuante. Queda más sorprendido y aborta su plan de un asalto rápido.

La rapacidad que permiten los dioses antiguos a las estirpes de colosos se altera en casos de enamoramiento. Polifemo sufrió de mal de amores perpetuos. ¿Otra Galatea? La Galatea vaporosa e inaccesible, la hija de las olas marinas y los atardeceres del Egeo, que se mantuvo cautiva pero esquiva durante siglos. Esa ninfa resplandeciente de quien el Coloso se creyó correspondido, pero ella amaba a otro y por eso, en un arranque iracundo, la destrozó sin pensarlo. Desde entonces Polifemo vaga con el corazón herido, buscando un consuelo o una venganza, remediar su amor desgarrado o colmar su olvido. El corazón de un Coloso resulta misterioso, como el de cualquier enamorado.

Pero él debe observar más, seguir al vehículo y disimular su impulso original. Sigue al auto de Rogelio.

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Tatiana mira a la distancia el rellano del Mirador, con una docena de vehículos estacionados y puestos metálicos con antojos. Unas cuantas luces pequeñas indican el lugar.

—Tengo hambre y sed.

—Pide lo que quieras, lo que quieras…

—Tengo antojo de algo… algo rico.

 Él se bajó para escoltarla hacia los puestos metálicos con comida.

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El Coloso siguió la maniobra de estacionamiento con atención. Calculó que resultaría sencillo someter al pretendiente y arrastrar a la ninfa hasta el interior del camión, mientras no se entrometieran más extraños. Contó a golpe de vista y sumaban dos docenas de desconocidos, por lo que descartó el plan de usar su fuerza bruta. Respiró hondo y se regañó: “Debo pensar con claridad, su parecido con Galatea indica un error, un imposible o un prodigio. Debo cerciorarme.”

Con el oscurecimiento del atardecer Coloso simulaba mejor su naturaleza: cachucha de paisano, lentes oscuros y una gabardina abultada facilitaba su mimetismo. Tras aproximarse hacia los puestos metálicos solicitó al encargado:

—Una docena de tacos de cabeza y tres refrescos.

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Rogelio tomó del brazo a Tatiana y ella aproximó más su torso, invitando a que la abrazara. En las laderas montañosas el aire es más frío que en la ciudad y se acepta mejor un abrazo, pero él no se animó al mimo.

En cuanto entraron a la zona de luces los clientes comenzaron a mirar con insistencia el cuerpo de Tatiana. Ella volvió a sentir una recompensa a su audacia, hasta que un murmullo la perturbó, pues juraría que una dama pronunció la palabra “meretriz”. Quedó inquieta y volteó hacia el sitio desde donde supuso que venía el sonido y no distinguió más nada.  

**

Coloso clavó la mirada y comenzó a recordar los años en las orillas del Mar de Mítica, las rocas bañadas de olas azules y el sol del mediodía, cuando se creía correspondido por la ninfa Galatea, aunque resultó una trágica equivocación.

Un corpulento tragón escurre furtivas lágrimas bajo sus lentes oscuros, pero quien se da cuenta se lo explica por el efecto de las salsas picantes, que provocan moco y hasta lágrimas entre sus adictos.

El Coloso mira con desesperación y se convence que Galatea ha renacido entre los humanos. Resulta imperativo que la obtenga ilesa y no encuentra mejor ardid que recurrir a las yerbas de Circe.

**

Tatiana tiene antojo de una torta grande, con mucho relleno. Rogelio pide una torta con extra, lo mismo que ella agregándole queso. Comienza una plática sobre las expectativas y qué haremos cuando seamos mayores.

—Podría tener hasta tres hijos, no más, porque quiero estudiar primero; no sé, no me urge casarme, pero sí saldré de blanco; no me gusta la informalidad. ¿Te imaginas una misa en la Catedral? Eso sí sería una gran boda, pero no tengo prisa.  

—Nunca antes había pensado en serio en casarme, es la primera vez…

**

El Coloso se retira al camión sin terminar de comer, pretextando:

—Voy por mi medicina; los antiácidos.

Al taquero le parece lógico.

Regresa apresurado a seguir comiendo con un sobre en la bolsa.

—¿Dónde está el baño?

—Atrás.

Toma la dirección equivocada para acercarse a Tatiana.

—Se me hace conocido jovencito. ¿Es de la ciudad?

—Con gran razón —levanta la voz Coloso— se me hace tan conocido. Hasta le debo un dinero a su señora madre, ella es…

—Lupita.

—Sí, salúdeme a la señora Lupita, y mire por aquí tengo un dinero. Y disculpen no me he presentado, soy Egeo Pireo.

Sigue platicando con exceso de amabilidad y agitando unos billetes en la mano, les pide acercar sus tacos para terminar de comer junto a ellos. Mientras les cuenta de viajes entre montañas sinuosas y mares tempestuosos.

—Esta salsita deben probarla.

Ahí ya ha colocado las yerbas de Circe.

**

Rogelio Artigas siente pesadez y que el mundo se está deteniendo, quisiera dormir y no manejar.

—Sería buena idea descansar, esta comida me dio mucho sueño.

—A mí también.

**

Tatiana objeta:

—Pero tenemos que regresar hoy mismo, aunque es peligroso manejar cansado. También estoy agotada. Descansemos un poco en el automóvil, nada más un ratito.

—Como gustes.

—Prométeme que no te harás el sonámbulo queriéndote propasar cuando estemos dormidos.

El aludido levantó la palma de la mano, como prometiendo, sin alcanzar a articular más palabras.

**

Coloso se ha mantenido atento y al observar que los chicos se acercan al automóvil con pasos cansados y tambaleantes, él llama su atención con el pretexto:

—Espere joven, aquí tengo el dinero para Lupita.

Se aproxima con agilidad y baja el tono de voz, como haciendo confidencias:

—Contemos el dinero dentro del vehículo, es por precaución.

Él entra a los asientos de atrás con dificultad, su corpulencia no está diseñada para ese vehículo. Comienza a platicar para que los efectos de Circe continúen avanzando, junto con la oscuridad que domina al estacionamiento.

Primero se duermen los jóvenes y luego sus cuerpos se alteran, en movimientos pausados y vaporosos, agitaciones en bocanadas pequeñas que alteran sus extremidades. La ropa se afloja y sus cuerpos quedan a medio camino entre panteras, lobos y cerdos, pero permanecen dormidos, como agotados por las transformaciones.

Coloso toma entre sus manos a Tatiana que duerme y le parece un cuerpo pequeño, de raza indefinida, a mitad de camino entre las metamorfosis. En ella predomina la pantera, tersa y vigorosa mientras duerme. La levanta con cuidado, quizá sí resulte ser Galatea, la elegida cuando regrese en carne mitad humana y mitad mítica.

**

Tatiana Briseño sueña que es pequeña, como una niña, que duerme dentro de un cunero, avanzando sin rumbo fijo, con destino hacia lejanas playas rocosas.

**

Tatiana sueña más profundamente hasta que transita primero de niña a animal y luego a mujer, sin interrupciones y sin grados intermedios; transita con una fuerza extraordinaria como bajan los relámpagos en las noches lluviosas. La continuidad de las transformaciones resulta difícil de explicar, sobre todo, cuando no existen angustias ni disgustos ni escenas terribles con tales cambios opuestos al ritmo natural; mientras la secuencia de niña a mujer cabría resumirla en cada poema romántico que nos ayuda a comprender los misterios de la floración, que transita desde la pasividad virginal hasta los tambores de la selva, con erupciones de voluptuosidades o con el arrebato del flechero Eros. En este ensueño la niña de antes se ha trastornado en animal indefinido, bestia sin consciencia pero sin culpa, simple ritmo que engarza con los bosques remotos, en el sencillo comer y reproducirse más allá de las ideas, por debajo de las preocupaciones. Perspectiva animal: un haz reunido de sensaciones, con vista aguda y olfato intenso, sonidos amenazantes desde cualquier dirección, reserva de instintos para enfrentar de un salto las garras enemigas o de una dentellada decidir un reto instantáneo. Para luego desde tal animalidad volver a los pliegues de la consciencia, al control de un “Yo soy”, a las honduras de los escrúpulos y a la sorpresa de saberse desnuda. El viaje mental resulta tan rápido que no da tiempo a los espantos ni a las preocupaciones inútiles.

Bajo el despertar de Tatiana, dentro de su mente se agolpan, antiguas identidades con el rótulo de Galatea o Venus, a su recuerdo vuelven: “sonrisas alegres, miradas maliciosas, ojos escrutadores, cabeza inclinada, liviandad desenfrenada, tranquila tristeza, profundos presentimientos, nostalgia terrenal, frente misteriosa, labios inquisitivos, fiereza celestial, timidez terrena, pureza angelical, ligeros sonrojos, paso leve, movimientos encantadores, actitudes lánguidas, deseos ensoñadores, suspiros inexplicables, formas muelles, pechos ondulantes”[1], pubis cubierto, pestañas aleteando, hotpants magnético… Recuperadas las fuerzas, su voz resuena cual campana de plata:

—Más allá de la carretera, bajo el banco de niebla, esperan barcos de los Aqueos.

**

Todavía no amanece en los acantilados de Mítica, pero ya una leve claridad se trasluce en el horizonte, cuando ella levanta los párpados y la luz de su pupila se esparce por las rocas escarpadas. Maravillado ante lo que espera sea la rencarnación de Galatea, el Coloso ofrece una mínima resistencia y dobla una rodilla a tierra:

—Ese mar nos disuelve entre el ensueño y comienza a sollozar de nostalgia.

El Coloso a la distancia olfatea la nave de Odiseo que regresa por la ruta del estrecho de Escila y Caribdis para alcanzar la isla de Circe. Él agacha la cabeza, como si se ocultara, aunque sabe que la ruta de la nave no cambiará. Mira a Tatiana, reluciente luego de las transformaciones; su ropa ha vuelto a quedarle justa, con hotpants ajustado e irradiando coquetería; los labios torneados por los sueños y el pecho vibrando por el aire marino. La pupila abierta refleja las estrellas lejanas, las guías de los navegantes heroicos y consuelo de las criaturas abandonadas. Sin embargo, con la pupila abierta ella todavía no está despierta; por un extraño efecto continúa soñando que es cortejada por el mejor de los amantes.

El Coloso continúa sollozando al recordar el rechazo de Galatea.

**

Rogelio Artigas despierta desnudo y sin la pretendida. No ha amanecido todavía y él no encuentra una explicación, pero sí una zapatilla tirada en el piso. Su mente está confusa y le duele el cuerpo, está muy agotado. Los puestos de comida dormitan apagados, el suyo es el único vehículo estacionado, mientras algunos pocos se escuchan en la carretera. Recuerda que ella quería regresar, recuerda que el camionero llamado Egeo le dio dinero para su madre y lo encuentra en el bolsillo; billetes arrugados. No encuentra a nadie a quién preguntar.

El amanecer se aproxima, una claridad se levanta en el horizonte.

Un día después Clara visita a Rogelio en el laboratorio del tío para peguntarle por Tatiana que no ha regresado a su casa y la familia Briseño a cada minuto está más alarmada. 

**

Tatiana encuentra que los barcos de los Aqueos son neblinas de ensueño que la regresan al presente, donde el barco se convierte en automóvil, el telar en un empleo y el mar en una enorme ciudad que la espera ansiosa, con un anhelo que es espejo de secreto. En su despertar Tatiana Briseño ha escrito con tinta roja un letrero en el brazo que dice con mayúsculas “YO SOY”.

Con ese mismo brazo tatuado con su identidad golpea tres veces la puerta del hogar. Tras abrirle, su familia la recibe sollozando por el temor de su pérdida. En las explicaciones de Tatiana resulta imposible explicar de los viejos milenios y de los barcos de los Aqueos, que se humillaron ante sus caderas, así que explica una trivialidad, sobre una escapada hasta el puerto de Acapulco que explica su piel tan bronceada como si la hubiera acariciado el firmamento.

**

El Coloso consigue un frasco con las aguas de Leteo (el río del olvido y la resurrección), para levantarse pleno de desmemoria, listo para integrarse en la masa de trabajadores anónimos que persiguen ansias antiguas sin saber que sus amores son imposibles. Mira el final de un milenio con las ciudades que se levantan y se saturan de personas como si fueran las oleadas de los mares de su infancia. Siente una nostalgia que no alcanza a llenar con ningún alimento; a las efigies que al antiguo Coloso le recuerdan sirenas y ninfas las mira con un deseo inexplicable, pero él ya no es un auténtico gigante mítico sino un humano a escala y se esconde en un departamento para languidecer en una existencia ordinaria. Cuando entre la multitud descubre la presencia de una Tatiana el piso lo atrapa y ata sus pies al cemento, una miraba boba permanece como el último vestigio de un drama antiguo.

En la soledad de un departamento, el antiguo Coloso ahora es un ciudadano con tarjeta de crédito y número de cédula que mira un televisor, mientras encarga a domicilio una comida y dos cajas de cervezas. En la intimidad de su departamento se pregunta cuándo encargó grabar en su espalda un letrero “YO OLVIDO”.

**

Rogelio amanece y recibe tranquilo el aviso de Clara sobre el regreso de Tatiana, como si fuera la notica de un acontecimiento lejano. La frustración de su lejanía y que ella no se dirigiera a él para explicar su regreso, después de las injustas acusaciones de familiares y que lo creyeran culpable de una atrocidad, había enfriado lado romántico. Como un resorte liberado de un peso insoportable su corazón sintió una ligereza indescriptible, sin pensarlo empezó a tararear una canción de moda… “ya lo pasado, pasado, no me interesa…”.

Rogelio decide no llamarla si Tatiana no lo hace y nunca más pensar en ella sin una enorme disculpa de por medio, una disculpa que jamás llegará. Esa misma noche, el joven conjuga con tinta sobre el dorso de su mano el verbo “osar” y le parece lógico escribir con mayúsculas “YO OSO”, por más que los amigos al mirar el letrero crean que se trata de recordar al animal plantígrado.

**

Tatiana se sorprende ante lo cambiada que está Clara, cada frase posee un nuevo énfasis. Las anteriores frases suaves y discretas, casi un susurro de amiga, se han convertido en acentos y agudezas. Clara dice “Eso lo sé…”, con entonación y énfasis en el final, con una manifestación de perspicacia, como si una nieta de la pitonisa estuviera presente para revelar en cada frase una advertencia. Insiste “A mí nadie me engaña…”, donde la letra “i” es de acero quirúrgico, abriendo una revelación instantánea. Para rematar sus nuevos énfasis, Clara saca un cuaderno escolar, al que ha raspado la tapa superior de cartón y sobre esa superficie ha dibujado, remarcando con intensidad, la frase con mayúsculas: “YO SOY”.

Tatiana toma el cuaderno y guiña con complicidad, lo levanta como si el cazador más rezagado alcanzara a la tribu y arrastrara al animal más feroz. Tatiana levanta el cuaderno y busca un rayo de sol, ese mismo sol que alumbraba a los barcos Aqueos, para destacar esa advertencia al provenir. Murmura sonriendo con Clara: “YO SOY”. Ante la mirada perpleja explica: “A partir de este siglo las mujeres somos protagonista, se terminaron las víctimas arrinconadas; este es mi ahora.”

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En la condición humana se levanta una andanada de anhelos. Quien se pierde en la nostalgia y el mito prefiere el olvido anticipado, pues sueña con regresar hasta su sueño anterior, que se vuelve a escapar mientras lo recuerda. Otro siente que la vida es suya, a manera de un festejo y un atrevimiento, ni siquiera su fracaso lo detiene, estirará el cuello hasta alcanzar el futuro y lanzará un puñetazo esperando tocar el mañana. Otra alcanza a ser presente, se descubre y habita en mitad del ahora, mezcla perfecta del ensueño y del porvenir.

 

 



[1] Kierkegaard, Diario de un seductor.

 

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