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domingo, 15 de septiembre de 2024

CICERÓN, LA ELOCUENCIA AGIGANTADA

 



Por Carlos Valdés Martín

 

Este personaje, Marco Tulio Cicerón, se elevó como el sinónimo de la mejor oratoria y su nombre quedó convertido en un sustantivo que significa elocuencia. En vida fue ciudadano romano influyente y reconocido en su tiempo, aunque terminó trágicamente. En lo político representó la defensa de la república y la ley, basado en razonamientos de honorabilidad y justicia, enfrentando a la tiranía que avanzó mientras la república se eclipsaba en Roma[1]. Se recuerda con admiración pues representa las mejores cualidades de la antigua latinidad[2], al ser un gran exponente de su filosofía, elocuencia y escritura.

En siglos posteriores a su muerte, su figura creció en brillo y una curiosa anécdota señala que su memoria subió al grado de veneración. Dos poblaciones vecinas disputaban ser la auténtica cuna del personaje y como no había manera de ponerse de acuerdo, optaron por un duelo de caballeros armados, y cada ciudad puso a su guerrero. Competían las poblaciones de Sora y Arpino por ganar el honor de ser la cuna de Cicerón. El duelo fue ganado por el caballero de Arpino, por tanto, se decretó que resultaba una auténtica herejía, el dudar que Cicerón había nacido ahí.

Como filósofo, en la actualidad, Cicerón ha sido poco apreciado por su tendencia ecléctica, con lo cual no es viable fijarlo en alguna corriente exclusiva. Su pensamiento está en la órbita del estoicismo.  Lo anterior basado en su interés manifiesto en la moralidad junto con un enfoque de adaptación, una resignación esencial ante la fatalidad de la muerte. En consonancia con su enfoque la obra más elogiada de Cicerón es De los deberes, por su elegante consideración de los dilemas éticos y su elevación de los mejores principios.

En este punto, Montaigne lo estima con dulzura en un capítulo de tono existencial que llamó “Filosofar es prepararse para morir”. Ese texto comienza señalando: “Dice Cicerón que filosofar no es otra cosa que disponerse a la muerte (…) o en otros términos, toda la sabiduría y razonamientos del mundo se concentran en un punto: el de enseñarnos a no tener miedo de morir.”[3]

Una incisiva argumentación sobre la importancia de los deberes como un fundamento para la vida, se mantuvo con buena aceptación en el periodo cristiano. Este pagano romano fue retomado entre los “padres de la iglesia” para buscar consejos edificantes.

Vale hacer notoria la herencia de términos latinos que hasta la fecha son de utilización filosófica y científica que se derivan de las reflexiones de Cicerón. Estos términos siguen gustando para aderezar un pensamiento con términos latinos tales como el “a priori” opuesto con el “a posteriori”, el lógico procedimiento de “reductio ad absurdum” y el operador de razonamientos con el “ceteris paribus”[4]. Siendo conceptos que se han conservado, incluso como alocuciones latinas dentro de otros idiomas. Además, que han sido conceptos de interés para debates filosóficos e interpretaciones científicas.

Como orador e influyente político, Cicerón padeció el vaivén de la Diosa Fortuna, alcanzando triunfos que le dieron notoriedad. Todavía en una edad por completo productiva, el giro político le fue tan adverso que terminó asesinado mientras intentaba huir de la furia del gobernante Antonio. La furia de Antonio fue tan cruel y desmedida que mandó a cortar las manos y cabeza al más elocuente de los romanos[5]. La crueldad del asesinato no disminuyó, sino que incrementó la fama póstuma de Cicerón.

NOTAS:

[1] Su vida es retratada de primera mano por Plutarco en sus Vidas Paralelas.

[2] La más conocida divulgación es de la novelista Taylor Caldwell, en la novela La columna de hierro.

[3] Michel de Montaigne, Ensayos, Cap. XIX.

[4] Herramienta clave en el razonamiento, cuyo manejo representa un paso de la madurez intelectual.

[5] Plutarco, “Cicerón” en Vidas paralelas. Con quien compara al romano es con Demóstenes, el mejor orador de la Grecia antigua.

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