Por Carlos Valdés Martín
Una y otra vez se descubre que lo lejano resulta cercano, así lo opuesto roza lo afín, cuando lo indiferente alcanza también intimidad. En diversas formas brota esa sorprendente unidad humana hacia el otro y hacia sí mismo. Lo alejado, incluso lo más remoto, de forma tan fantástica como real, resulta estar estrechamente atado. ¿Cómo se unen estas lejanías? ¿Cuál es la calidad de tales vasos (venas, arterias, túneles, cavidades, raíces, rizomas, carreteras…) que transportan materias tan diversas?
El hilo rojo
Desde el punto de vista de la
casualidad, un hilo rojo que viaja
por el entramado de un laberinto para rescatar al extraviado resulta una
imposibilidad, y sin embargo, indica la coherencia de un vaso comunicante. Ese
hilo rojo desenredado sobre el
laberinto anunciaba la comunión permanente entre Teseo y Ariadna la princesa,
efectivamente, recordemos que la princesa se enamora del héroe, quien ha sido
condenado a extraviarse en el dédalo de Creta, y como ella lo quiere de regreso,
le regala un hilo rojo para que regrese a salvo. Así, Teseo encaraba dos retos,
consistentes en matar al Minotauro y salvarse del extravió en el oscuro laberinto, lo primero se confía a
su fuerza de héroe y lo segundo es obra del ingenio de un simple hilo rojo,
ahora con una novedosa función: rescatar al amado perdido. El hilo rojo indica
la función, el cometido de la
comunicación, lo que es un textil mudo en la narración se convierte en la
elocuencia del luminoso amor de
Ariadna y el rescate oportuno bajo máximo peligro, pues ese laberinto se creía
imposible de descifrar. Entonces el hilo se convierte en vaso, ese otro nombre
genérico para las venas que alimentan y conducen la nutrición a la distancia, estableciendo
el vínculo sin ruptura a pesar de los laberintos interpuestos y, a su manera, cualquier
distancia difícil resulta eso. Laberinto resuelto, también eso son los vasos
comunicantes.
El hilo del destino, el vaso
comunicado de la familia
Bajo la apariencia de casualidades sin sentido, los antiguos veían una singular
textura de destino, tejido por diosas misteriosas y crueles. Bajo la mano del
destino hilando casualidades, se reconstituye lo separado y revela que jamás
estuvo dividido. Así, otra dimensión de la narración de Edipo indica que una
familia real jamás queda separada. El niño Edipo jamás se separa del regazo
materno, el hilo del destino lo arrastra y regresa como el eco al sitio del origen para matar a su padre, ocupar el trono
vacío, desposarse con su madre y caer en eterna culpa. El vaso comunicante, en
este caso trágico, nunca se rompe; ahora nos gusta mencionar un “cordón
umbilical” que sigue vivo, y la psicología indica un complejo de Edipo, para
mostrar esa relación enfermiza irrompible dentro de una familia, y el individuo
carga en su inconsciente un yugo como imagen ineludible de papá y mamá. Sea
como hilo del destino o cordón umbilical psicológico, reaparece el vaso
comunicante a la distancia, ya sea para aliviar o envenenar la existencia.
Vidas paralelas
Ya un célebre biógrafo romano definió que existían vidas recorriendo por carriles similares, como si diferentes personas singulares ante distintas situaciones generaran una repetición: moldes repetidos o gemelos. A su idea la llamó Vidas paralelas[1], como las líneas de la geometría euclidiana, pero entonces se supondría una mano trazadora, superior e inquisitiva, manejando los destinos, incluso de los grandes, precisamente, porque los grandes personajes interesaban al biógrafo. En este primer escalón abramos la interrogante sobre la naturaleza de tal vínculo, su verdadera raíz que convierte a personas (durante tiempo y espacio ajenos) en las líneas paralelas de la existencia. Sin embargo, adelantemos que esta extrema afinidad entre dos personas entra al terreno de la magia y lo fantástico; de antemano tanta afinidad sería una posibilidad imposible, que dos seres libres se comporten exactamente igual y, sin mediar acuerdo, resulte siempre el mismo gesto ante la misma pregunta.
Dos personas son la misma
En el extremo del misterio y la paradoja yace la revelación súbita (rapidez que ofrece una verdadera revelación) de que ese otro personaje, el rastro seguido o el perseguido, en realidad era el perseguidor. Así, cuando el perseguidor captura a su perseguido, entre las manos solamente tiene su propia cabeza. El caso es extraño. Resulta que ese demonio enturbiando el sueño, esa molestia lejana, a final de cuentas, era mi sombra. Tal como describe la psicología a la esquizofrenia, como una enfermedad que incluye a más de una personalidad dentro de la misma cabeza, las personalidades diversas que conversan entre ellas, se enojan y reconcilian, se olvidan y recuerdan[2] ¿Cómo es esto? Emerge por la fisura en la conciencia, el doblez en la mente. La principal tradición filosófica y religiosa rechaza esta posibilidad, mientras la psicología la acepta como un acontecimiento: el yo dividido. Desagradable y difícil de comprender, la filosofía parte de la unidad del sujeto, el yo o la conciencia, asimismo la religión acepta una única alma indivisa. Esta unidad interior la catapultó Leibniz hasta nivel filosófico al crear su “monadología”, asimismo el motivo de la residencia del alma en la pituitaria inferida por Descartes se motiva en un argumento sobre la unidad del alma espiritual[3].
Consciente e inconsciente, yo y ello
El psicoanálisis se desarrolló interpretando las dualidades de la conciencia, la oposición entre la vigilia y el sueño, la división entre lo recordado y lo olvidado, la separación entre la infancia y la vida adulta, la posibilidad de más de una personalidad dentro de la misma cabeza, la oposición entre la razón y las razones del sentimiento, etc. Por medio del psicoanálisis los motivos de la separación de la conciencia fueron mejor enfocados, pero la tarea de la recuperación de la unidad, al quedar más clara no por ello fue menos ardua. La división entre la vida consciente y la inconsciente, con toda su complejidad, estuvo en el centro del ataque, de tal modo que los métodos psicoanalíticos permitían (lentamente, por cierto) ir arrebatando segmentos al terreno desconocido de la persona, para colocar más “yo” donde antes existió “ello”. Las mismas técnicas psicológicas indican la dificultad de la tarea de unificación de la conciencia y la facilidad con la que se forman grandes áreas desconocidas dentro del sujeto.
El gemelo
Alguien es tan paralelo, que su existencia avanza trazada sobre la misma línea, además la apariencia física completa es la misma, y entonces la línea distinta resulta un tipo de línea paralela que sobre escribe, como si fuera la misma línea remarcada. Más radical que una situación de “paralelismo” está la hipótesis de la identidad completa, como seguir una línea remarcándola sin mostrar huella.
Desde la antigüedad surgen relatos sorprendentes de gemelos quienes comparten las impresiones corporales a tal grado que si uno enferma el otro adquiere los síntomas, como si habitaran sobre el mismo cuerpo sólo que a distancia. Con los gemelos idénticos, en cierto sentido, la discontinuidad originaria de los seres vivos pluricelulares se congela, queda en suspenso y se regresa al mundo de los microbios, donde la muerte es un concepto relativo, porque reproducirse es morir.
El efecto unitario del gemelo a distancia resulta tan notable, que tenemos historias de quienes mueren el mismo día en lugares completamente distantes sufriendo la misma afección, o si se quiere agregar el misterio y la sorpresa, también se puede considerar de la muerte simultánea cuando solamente un gemelo estaba enfermo, pero el hermano fallece presentando los mismos signos finales.
Gemelos monozigóticos
Estos casos de identidad biológica compartida son tan notables, que
también tenemos casos de hundimiento compartido en un universo privado. Unos
gemelos en particular fueron estudiados como caso límite entre la genialidad
matemática y la locura. Este par de muchachos eran capaces de revelar el día de
la semana para cualquier fecha que se les pidiese (incluyendo lejanos
milenios), y matemáticamente más difícil, también ellos podían encontrar
mentalmente, sin ayuda de ningún medio ni apunte, números primos dentro de
cifras astronómicas. En el caso mencionado además de una mente matemática
también poseían cierta locura al compartir un mundo infantil, pueril, carente
de complicaciones; cada uno era el mundo del otro y separarlos, incluso por
breves periodos, era imposible por los trastornos y sufrimientos que se les
causaba. El misterio de gemelos idénticos se magnifica con la compartición a
distancia de síntomas cuando la enfermedad únicamente la padece uno de los
gemelos.
La desgracia de dos personas cuando comparten un solo cuerpo se puede comprender observando a los mellizos, unidos por el abdomen, compartiendo órganos vitales y padeciendo grandes dificultades para cualquier actividad sencilla. La separación entre este cuerpo y el otro no queda clara, cuando mucho la diferencia consiste en esta cabeza controlando esta cara y esta mano, pero lo demás está dependiendo de otro. La obviedad se convierte en decepción, porque ya no hay secreto en la comunicación; lo evidente es que dos "espíritus" quedaron encerrados en el mismo cuerpo unificado. El resultado es patético y sin ventajas. Es preferible dirigirnos hacia otra situación para ver la sutileza de la comunicación, la unión secreta y profunda.
Naguales
Aunque otras culturas comparten la idea de la vinculación especial con el animal, las tradiciones mexicanas son una ilustración completísima de la relación individual con un animal. Durante la infancia, hemos sentido a los animales como si fueran personas con los cuales podemos tener una empatía tan fuerte, que nos comunicamos con ellos sin palabras. Esto de “sin palabras” puede ser evidente, como cuando nos referimos a los gestos y a los sonidos guturales, ante los cuales los mamíferos domésticos son bastante receptivos. Del otro lado, uno mismo es capaz de interpretar los signos distintivos de la mascota, de tal manera, nos damos cuenta de la información básica de los animales para indicarnos que tienen hambre, están alegres o enojados. Invariablemente, por eso cuando somos niños invariablemente les hablamos a los animales.
La idea del nagual es la relación personal y única con cierto animal, por medio de lo cual el alma personal puede vagar por el mundo de la naturaleza, o viajar de noche como cuando los demás dormimos. Esto es especialmente importante en el caso de los brujos, de quienes se cree controlan la migración de sus espíritus al interior del animal, por medio del cual pueden hacer el mal, como cuando entran en un temible leopardo y atacan a un enemigo suyo. Pero esta mágica trasmigración de almas puede ser también su talón de Aquiles, porque el brujo moriría si se bate al animal portador de su alma. Digamos que el nagual es el gemelo animal del hombre.
Isomorfo (parecido es gemelo)
Entre las antiguas culturas y tradiciones esotéricas descubrimos una amplia creencia en que lo parecido está vinculado secretamente. Las formas parecidas esconcen una naturaleza gemela y entonces se establece una vinculación vascular imprescindible para usos operativos y en particular remedios medicinales. Esta unidad de la forma estaba integrada por la pareja entre el microcosmos (el humano) y el macrocosmos (el universo), la cual sirvió como guía de lo entonces establecido como la ciencia del periodo. Debo aclarar que en este sistema de pensamiento se unían las observaciones prácticas y comprobadas por vía experimental de diversos siglos mezcladas con simples ocurrencias, la parte acertada y la duración de este sistema nos inclina a respetarlo[4]. Sin embargo, existía una inclinación típica a integrar relaciones de manera arbitraria por simple parecido, se aceptaba una ley de los parecidos para alcanzar la efectividad. Por ejemplo, se atribuían muchas cualidades curativas, venenosas y mágicas a la raíz de mandrágora, especialmente ligadas al parecido de esta raíz con un cuerpo humano, creyéndose que el motivo de su poder curativo radicaba en su parecido con las partes del cuerpo afectadas. Entonces el parecido de tal raíz indica una vascularidad secreta con el cuerpo, lo curioso resultaba la cantidad de acierto contenidos en la medicina tradicional.
Ángel de la guarda
Al continuar el camino de las duplicaciones humanas por el sendero del más allá nos intercepta un ángel. Así como la sombra es algo personal, adherido al cuerpo también está un halo de bienaventuranza, vinculado en una relación personal. El ángel de la guarda se puede suponer como una bobada infantil, precisamente una invención de la abuela para tranquilizar a los nietos cuando temen a la oscuridad. Sin importar el rango teológico del asunto, conviene insistir que este angelical "amigo imaginario" es una creación de doble personal. El ángel de la guarda ofrece un guardaespaldas metafísico, pero su relación con la tierra es individual, solamente con una persona establece su vínculo, por eso entraría dentro de las complicidades radicales. A cada niño un ángel, a cada guardia angelical una sola misión, la vinculación amorosa y maternal se repite.
El demonio en el cuerpo
Si falla la protección del ángel divino, la persona podría servir de alojamiento a un demonio. Esta idea del alojamiento nos indica que realmente esa persona no es un pecador irredento y la presencia del demonio no es su culpa (idea expresada en El exorcista original), sino que la entidad invasora llegada sin ser llamada. No tiene porqué preceder un adorador de demonio, esta presencia simplemente invade al poseso. Pero cuando eso irrumpe establece una predilección, una necedad por permanecer en su residencia y entonces queda establecido el vínculo, el cual la fuerza oscura pretende hacer indisoluble, condenando eternamente al alma inmortal de quien tiene alojado al demonio. Temporalmente, el demonio ejerce como el doble de la persona en un grado extremo, porque pretende incluso suplantarla constantemente.
La idea de que las posesiones demoníacas en realidad sean estados histéricos resulta muy interesante desde el punto de vista de las comunicaciones interiores, porque esta histeria supone una conexión absolutamente rota y completamente conflictiva al interior de la persona. El secreto de la mismidad se convierte en el misterio de la “otredad” interior. Lo más temido, lo más ominoso, se forma dentro de la conciencia, como un cuerpo extraño, como un atentado a la virtud original de la personalidad, que pretende mantenerse intacta. Lo que se rechaza con más violencia se presenta con la mayor ferocidad, el miedo se ha convertido en atracción secreta.
La máscara de la metamorfosis
Mediante la máscara podemos fantasear que somos momentáneamente el otro, que somos el extraño. El yo humano contiene el misterioso don de proyectarse inconmensurablemente, de tal manera escapa de la cerrada determinación de sí mismo. El yo alcanza a imaginarse otro, se puede imaginar cambiándose en cualquier otro, y entonces jugar a la metamorfosis. Una de las conversiones favoritas del ser humano ha sido la conversión en el animal, acorde como lo comentamos en el nagual. Esta conversión, aunque la delimitemos como fantasía, también debemos de entenderla como el salto hacia el universo. Este es el medio para llegar a la comunión con el prójimo y con la naturaleza, porque esta operación de ensancharse, permite sentir la posición del otro, de lo distinto, que se alcance lejanía, y entonces cualquier barrera se logra saltar.
La máscara controla la metamorfosis, porque es una potencia convertida en objeto, esta conversión es de lo más interesante, porque permite acceder al espacio ritual de las mayores distancias. Mientras se posee la máscara se posee la capacidad de transformación, pero el cambio está bajo control. Esta transformación, aunque se controla, también es una trasgresión del orden normal del mundo, porque es el salto de la imaginación, las alas del yo. Por eso las máscaras se emplean en fiestas y rituales.
La metamorfosis en sí
Una metamorfosis indeseada es una violencia íntima insoportable. Cualquier persona, a lo largo de su vida, se da cuenta de las transformaciones (normales) inevitables, por lo que es fácil imaginarse en una situación de metamorfosis involuntaria, sobre un camino no deseado. La dramatización de Franz Kafka sobre la conversión de un humano en insecto continúa siendo magistral[5]. Por esta violencia también la persona ha sido duplicada, y entonces crea un vínculo especial, entre dos estados transformados de sí.
Se dice rápido, mas abarca un universo completo. La metamorfosis en sus extremos mitológicos ofrece tantas y tan variadas imágenes, que mereció los más amplios comentarios de Ovidio[6]. Bastarían las metamorfosis en serpiente o en piedra para inundar certeras páginas. Mencionemos a Cadmo, héroe civilizador de los griegos, un emigrante fenicio quien les proporcionó las maravillas del alfabeto, la puerta de la civilización, y no solamente lo veneraron por civilizador, sino porque los había librado de una enorme serpiente. El pueblo lo aclamó por sus hazañas y ascendió a rey, pero desde la ingratitud del dios mitológico en vez de un premio recibió un castigo. En su vejez fue convertido en serpiente, porque el monstruo serpentino matado resultó protegido de una divinidad. Así, el civilizador Cadmo termina como una serpiente metamorfoseada. ¡Cuánto agravio sufrir tales desgracias! Por si fuera poco, el mito agrega que su reina también cambió a ofidio. Imaginemos por un momento a un Gregorio Samza con la dignidad de un rey, perdiendo sus heredades por una espantosa transformación, encerrado en su habitación más oscura, mientas su cuerpo, len-ta-men-te deja su piel humana, y cuando ha terminado el martirio propio, surge uno redoblado pues debe sumar una segunda agonía, con la l-e-n-t-a metamorfosis serpentina de su amada reina.
La distancia del luto y la viudez
Después del amor las cenizas calientes y eternas, para indicar la huella de lo infinito, mostrando que el amor no acaba. El amor continúa bajo la forma de la ausencia, como la huella al rojo vivo de lo que se fue y entonces asecha la enfermedad de la nostalgia, la decadencia de ánimo que nos revela el amor perdido sin remedio.
El luto es un término adecuado para considerar que finalizó el proceso del amor, para indicar que la separación es intensa como la presencia, para mostrar lo perdido tan doloroso como la muerte. Quien guarda el luto mantiene un altar para el amor perdido y muchas veces el culto a lo perdido alcanza tanta o más intensidad que el culto vivo. El luto de la distancia, del amor perdido, mantiene un vínculo secreto, un escondite de la conciencia, que enlaza tan aferrado como el voto de fidelidad de los vivos. La presencia del luto indica un vaso comunicante abierto, conversión del vínculo evidente en otro metafísico, puerta entre nosotros y el trasmundo. Para algunas personas, en especial las mujeres, resulta imposible “rehacer su vida” y les bastará la motivación de este vaso con su amado fallecido, alimentándolas desde la distancia, ya sea para seguir su vida (ciertamente con un hueco existencia, pero siguiendo el camino), o incluso goteando un sutil veneno de quienes desean acercarse, centímetro a centímetro con su final.
La distancia infinita: estrellas del zodiaco
Esa ley de la infinidad del amor es una creencia tan antigua como la convicción en que las estrellas guían el destino humano. Si el influjo zodiacal atraviesa la distancia astronómica es porque se cree en la posibilidad absoluta de un vínculo amoroso entre humanos y estrellas. La relación entre la persona y su estrella (suya digo) es de afinidad, de simpatía indisoluble, por lo que merece llamarse vínculo amoroso. La relación entre una persona y su propia estrella no necesita ser racional, basta con que sea creída. La relación zodiacal no resulta elegida, se presenta con el nacimiento, y en esto difiere parcialmente del amor, el cual implica elección, pero cuando sucede el amor entonces se siente como si los enamorados se conocieran desde siempre, como si la eternidad los hubiera preparado para que fueran acoplados. La relación zodiacal acontece entre lo más humano y lo más elevado, el mundo celeste. La relación une la singularidad (humana) y la eternidad, porque se cree (erróneamente para la exactitud científica) que las estrellas están ahí desde siempre y para siempre (correctamente para la escala de la poesía). Así, la infinidad zodiacal de las estrellas contiene una interpretación mágica de las leyes del amor, y entrega una declaración de amor por los cielos nocturnos convertida en fe y destino. Donde existía distancia estelar aparece la comunión de un destino.
Variedad de vasos comunicantes
El más sutil de todos, resulta el vaso intangible entre la persona y su
estrella viajando por las distancias
más fabulosas. Su efectividad es la más desconcertante y su materia parece éter,
precisamente lo etéreo mismo; entonces resulta tan sutil que creemos en su
inexistencia. Por el firmamento se trazan vasos comunicantes de éter o inexistencia
que vinculan a una persona con la estrella remotísima y su propio destino; son caminos
etéreos de sutilezas imperceptibles, pero con ingenuidad imaginamos que cargan con un destino personal.
Otros vasos los proclamamos como simple coincidencia o nacidos de alguna
ley desconocida de concurrencia. Una casualidad simplona no supondría un vaso
comunicante, pero cualquier ley operativa uniendo puntas lejanas sí sería un
ejemplar de “vascularidad” secreta. A veces, sentimos que está descubierta la
clave de la cercanía entre los lejanos, como acontece con los gemelos a quienes
una genética idéntica prescribiría comportamientos repetidos.
Los acontecimientos vinculados suceden y muchas personas quedan unidas hasta
el final de la existencia; sin embargo, conviene reconocer algún grado de ignorancia
y los nexos son tantos que resulta imposible estimar sus consecuencias. De
momento, basta regocijarse con la imagen de la lejana estrella, jugando a
destilar sus éteres nutriendo mi destino personal, invitándome a descifrar
nuestros efectivos vasos comunicantes.
NOTAS:
[1] PLUTARCO, Vidas paralelas.
[2] COOPER y LAING, El yo dividido.
[3] DESCARTES, Renatus, Las pasiones del alma, LEIBNIZ, Monadología.
[4] FOUCAULT, Michael, Las palabras y las cosas. Únicamente observa el lado pintoresco de este discurso, y lo estima como un esquema irrelevante para el pensamiento.
[5] KAFKA, Franz, La metamorfosis.
[6] OVIDIO, Las metamorfosis
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