Por Carlos Valdés
Martín
Fue una figura
legendaria para el arte del siglo XX, capaz de filtrar en sus escritos una
intensa luz, tan multicolor como su personalidad. En una crucial obra literaria
Franz Kafka Lowy cristalizó sus divisas personales de soledad extrema y enajenación
(hasta impotencia) ante simples situaciones de la vida cotidiana. Esos son los
más conocidos atributos de un escritor casi en los huesos, que sentía un temor
religioso ante los obesos. Esa impresión que genera lo convirtió en una especie
de personaje, una variedad de Quijote sacrificado en aras de las letras[1]. Los
protagonistas de sus cuentos y novelas invitan a creer que son los ecos del
autor, así los héroes desvalidos de sus novelas parecen dibujar una extensión
directa de ese ser extremadamente frágil y acosado por el aspecto mórbido del mundo.
Los personajes Gregorio Samsa en la Metamorfosis y Joseph K en El
Proceso, junto con la compasión que inspiran, parecen el eco de Kafka
(como persona más que como artífice) y éste nos invita para armar a su
alrededor una asociación de compasivos. Si unimos la fuerza de sus cuentos y novelas
con los testimonios impresionantes de su Carta al Padre nos terminamos por
convencer que este escritor sufría una entidad fragilísima, incapaz de
emprender actividades simples e incapaz de tejer redes sobre sus semejantes,
impotente para apostar al juego del poder en la cotidianeidad. Esa perspectiva es
casi unánime en las interpretaciones de biográficas de Kafka[2], que lo convierten
en una especie de santo laico, tan desinteresado que lo entregó todo en el
altar ardiente del arte.
Sin embargo, esta
imagen de Kafka completamente frágil y casi casto no concuerda con las pistas que
lo muestran como un seductor apasionado y hasta tiránico, muchas revelaciones verídicas
contenidas en las cartas privadas y románticas de Franz Kafka. No me refiero a
que este escritor fuera un conquistador de tipo donjuanesco, sino que se empeñó
en la seducción y mediante un peculiar cortejo intelectual obtiene el éxito.
Itinerario del romance
El romance entre
Franz Kafka y Felice Bauer revela una faz del escritor que contradice su
leyenda, tan consistente después de su muerte prematura (3 de junio de 1924 a los 46 años
cumplidos) y su ulterior descubrimiento literario. Retomando las
investigaciones de Elías Canetti exponemos el itinerario de esa relación
amorosa.
Expongamos los
hechos principales a la manera de una cronología: Franz Kafka conoce a Felice
Bauer el 13 de agosto de 1912 en casa de Max Brod. La circunstancia grata de
que él acudió con su manuscrito de la obra Contemplación, casi terminada, se aúna
a varias impresiones favorables sobre esa mujer, incluida la disposición de
ella para efectuar juntos un viaje a Palestina, la Tierra Prometida.
El 20 de septiembre le escribe por primera vez a Felice y se inicia una larga
relación epistolar intensa y prolija con casi una carta diaria de él y alcanza
hasta manuscribir tres misivas en un solo día; por su parte, ella también envía
una respuesta diaria en los periodos más intensos. Este es un romance marcado
por un aspecto literario y, además, la relación inicial sirve de combustible
para la creación artística: dos días después de la primera carta a Felice,
Kafka se inspira y escribe de una tirada La condena durante una extraordinaria
jornada "en una sola noche, en diez horas"[3].
Después de tres
intensos meses se inicia un alejamiento poco perceptible pues él mantiene todas
las formalidades[4]. Ella no aprecia
lo suficiente la obra literaria de Franz y él siente que pierde el beneficio de
una seguridad lejana. En este periodo se mantiene la relación epistolar pero se
multiplican las maniobras de alejamiento, diversos motivos para evadirse, para
no consumar un matrimonio, y en especial, una exaltación de la soledad del
artista[5].
Luego de siete
meses vuelven a reunirse, pero Kafka quiere desanimarla del matrimonio en persona,
y así esquivar lo planes ulteriores. Ellos se encuentran en Berlín (vivían en
distintas ciudades) dos veces durante unos pocos minutos, y acuerdan una
reunión en la fecha del Pentecostés, siete semanas después.
En Berlín el 11 y
12 de mayo el escritor se reúne con Felice y es recibido por su familia. En sus
cartas Kafka recuerda una impresión amenazadora de esta situación, pues siente
que acabaría avasallado por esa mujer. Al parecer Felice lo presiona y el 16 de
junio Kafka elabora una carta con "la más extraña petición de
matrimonio", en la cual se dedica a enlistar las razones en contra de su futuro
matrimonio, pero dejando la decisión a Felice y esperando el desenlace de un
"no", aunque por respuesta Felice pronuncia el "sí". Franz
acepta que ella es su "querida prometida" pero "entonces se
inicia su inexorable lucha contra los esponsales, que durará dos meses y finalizará
con su huida". A continuación viene una anécdota chocante, tan
desagradable, que merece recordarse en detalle. Kafka a "instancias de su
madre encarga a una oficina de detectives de Berlín que investigue el buen
nombre de Felice"[6] y, además, extienden la investigación detectivesca
hasta su entorno familiar. Luego Kafka se lo comunica a Felice, y surge el
disgusto de ella, entonces comprende que este gesto de desconfianza le causó
una profunda herida, por eso se disculpa e intenta retractarse de lo hecho. Lo
comentado está "tan en contradicción con su carácter habitual"[7].
Por segunda
ocasión, Kafka anuncia el 2 de septiembre que huye del compromiso matrimonial.
Y por seis semanas cesa cualquier relación. En una corta vacación, Kafka se
reconforta en un encuentro romántico casual con una chica suiza.
Aparece Grete
Bloch como intermediaria epistolar de Felice procurando convencerlo para que
restablezca los lazos rotos. Por un lado, surge un claro cortejo de Kafka hacia
Grete Bloch, y por otro lado la amiga logra el objetivo, después de un año de
distanciamiento, Kafka envía una extensa carta fechada a finales de 1913 y
principios de 1914 donde pide por segunda vez la mano de Felice. Ella rechaza
la segunda propuesta, pero el cortejo del escritor prosigue con persistencia,
casi diríamos implacable. Durante una visita imprevista a Berlín, Kafka se
rebaja "como un perro" [8] ante Felice sin conseguir nada, y él siente este
rechazo como una profunda humillación. Meses después Felice pierde su seguridad
emocional debido a la muerte de un hermano entrañable, situación que Kafka
aprovecha para presionarla hasta que un mes más tarde "logra obligarla por
fin a celebrar el compromiso"[9] El compromiso de esponsales extraoficial se
celebra en la Pascua
de 1914. Paralelamente el escritor insiste en la importancia de mantener sus
relaciones amistosas (casi románticas, pues él la cortejaba) con Grete Bloch.
El compromiso
oficial del 1 de junio de 1914, para Franz Kafka se convierte en una temporada
espantosa pletórica de temores y angustia. Kafka comunica reiteradamente a
Grete Bloch su rechazo hacia el futuro matrimonio en misivas, hasta que ella participa
de los comentarios a Felice. Esta revelación desemboca en una situación que Kafka
consideró el "Tribunal" en julio de 1914, y se trata de una reunión entre
amigos en un hotel berlinés donde Felice junta a Kafka y otros conocidos acuden
para encarar esa última indisposición al matrimonio. La aversión del artista desemboca
en una acusación pública de Felice, para romper el compromiso. El escritor
calla en todo momento y visto en retrospectiva ese “Tribunal” le produce una
impresión aplastante[10]. Ese desenlace,
él lo deseaba, pero la sesión pública le resultó completamente humillante. Las
secuelas emocionales de ese evento se convierten y presentan literariamente en El
Proceso.
Posterior al año
1915 continúa la relación epistolar con Felice, pero de menos frecuencia,
incluso se reduce en intensidad y él despacha frías postales. Acompaña el
escritor a Felice, junto con Grete a Suiza con el pretexto de conseguir
aspirinas para Felice; él siente felicidad en el viaje, pero afirma que dos
días son demasiados. Pocas semanas después un encuentro en Karlsbad, del cual
se ignoran los detalles, resulta desafortunado. Hacia abril de 1916 él escribe
que es preferible que no haya reuniones posteriores.
Sin embargo, Franz
organiza un viaje a Marinebad con Felice y permanecen juntos por diez días. Ahí
después de años y altibajos en su romance entablan relaciones carnales; por fin
hay sexo, y vaya que esto merece decir "por fin" pues transcurrieron
casi cuatro años y dos compromisos matrimoniales.
Después de la
intimidad, ¿qué nueva decisión sucederá?... Por tercera vez prometen casarse,
estableciendo el compromiso tras la terminación de la
Gran Guerra en curso. Pocos días después
del encuentro en Marinebad, incluso Kafka se comporta romántico, acaramelado[11]: "es como si
los dos lados de la mesa fueran los platillos de una balanza, como si el
equilibrio de nuestras veladas hubiera sido perturbado y yo, solo en mi platillo,
me hundiera, me hundiera porque tu estás lejos". La situación se torna difícil
por cuanto Franz Kafka emprende la titánica tarea de remodelar la imagen de
Felice, deteriorada completamente después de su última ruptura, pero intenta cambiar
no sólo la idea de él sobre ella, sino de cambiarla a ella; de ese modo empieza
un periodo de continuas presiones del escritor para modificar el curso mental y
vital de Felice. En ese periodo valdría hablar de un "despotismo
espiritual"[12] de Kafka para transformarla a ella, esperando
una auténtica subordinación y obediencia, actuación que contraviene al
personaje del escritor retraído y abnegado que imaginamos bajo el adjetivo de
"kafkiano". Él supervisa las actividades de Felice, al mismo tiempo
que requiere de aislarse y habitar en soledad.
Él se instala en
la región campestre de Zerau con su hermana Ottla. Entonces Felice termina
rebelándose ante el autoritarismo a distancia de Kafka. Ante la tiranía
distante surgen los reproches y así termina el segundo periodo de florecimiento
de sus relaciones, que duró cuatro meses[13].
En agosto de 1917 siguen
comprometidos (el próximo final de la guerra ya es noticia conocida y el plazo
matrimonial convenido se acerca) y, otra vez, Franz Kafka en su fuero interior
decide la ruptura sin atreverse a exponer su intensión. Una enfermedad intensa
(como si acudiera al llamado de sus emociones) le evita enfrentarse a Felice de
nuevo y padece un acceso de vómitos con sangre: así, su delicado físico lo
salva del matrimonio, porque el grave dictamen médico lo excusaba de sus
responsabilidades anteriores.
En septiembre de
1917 ocurre una visita desafortunada de Felice. El 16 de octubre envía Kafka
una última misiva a Felice Bauer con la advertencia de que jamás vuelva a verlo,
pues nuevas comunicaciones únicamente ahondarán la desgracia de la separación[14].
Del inventario físico al intangible
“Aparte de los espectadores que sin
cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público
(los cuales, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían
estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al
ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera tomar
alimento. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de
las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el
tiempo del ayuno, bajo ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la
más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.”
KAFKA, Franz, El artista del hambre.
Imitando a la
ciencia positivista que creía en los hechos desnudos y sin valoraciones (sin
sus cualidades, para sólo abrir el acceso a rasgos esenciales mensurables) aquí
operamos la reducción de esta historia personal, recontando lo “sucedido”. Si
lo anterior lo convertimos en cifras, el esqueleto de un enigma, nos
encontramos con lo siguiente:
Cartas:
muchísimas, más de 750 páginas. Producción literaria bajo ese ambiente: intensa
pues Kafka compone varias de sus obras centrales. Visitas a Felice: pocas
docenas. Romance esencial con compromiso matrimonial: Felice Bauer. Compromisos
matrimoniales con Felice: tres. Rupturas de los esponsales: tres. Encuentro
carnal enamorado: uno. Infidelidad espiritual: con Grete Bloch. Desliz erótico
con infidelidad: con una chica suiza. Tiempo transcurrido desde el inicio
romántico hasta la ruptura definitiva: cinco años. Los hechos simples se
repiten de modo parecido con otras parejas: compromisos, temores, rupturas,
infidelidades, arrepentimientos… La intensidad estética de Franz Kafka rebasa
los hechos desnudos y nos invita a interpretarlos. Además, ahora transitamos
por una época de interpretaciones, con inflación de las exégesis
(psicoanálisis, semiología…[15]).
Impresiones
Un aspecto
material notable del escritor es su carencia de cuerpo, en consonancia emotiva con
la delgadez extrema de las pasiones y magras realizaciones eróticas.
Permanentemente, esa relación amorosa mantiene el tono de inocencia (casi
infantil), el más estricto pudor, como si el romance ignorara el deseo. La casi
ausencia completa del sentido del cuerpo de Kafka es la marca de su estilo,
pues su carne es escasa y destaca su hipocondría, definida como el miedo
aferrando cada parte del cuerpo. Su flacura esculpe el signo de lo contrario y
opuesto a la carne, es una huida.
Siempre Franz Kafka mantiene una actitud rayando en la virginidad donde
el hombre se convierte por el temor de la incapacidad y la carencia de
satisfacción, lo que en el código cultural de entonces era la virtud virginal
de la hembra, en el varón resonaba como el horror al eunuco. La inocencia e
insensibilidad corporal de Kafka gravita de diversas maneras, provocando que él
oscile entre la atracción y la huida. A pesar del temor y la ignorancia del
cuerpo ellos alcanzan una fugaz unión carnal, sin embargo, la medida deslizada
en ese contacto es tan pequeña, una dosis casi suficiente para alimentar una
alegría súbita, pero sin fuerza para sacar de la órbita a un personaje determinado
(en el plano inconciente) a continuar con su inercia, acosado por fantasías
angustiosas desde su infancia, como lo muestra su Carta al padre[16].
Al mismo tiempo, la
mujer anhelada y el horizonte del amor, insuflan dentro de Franz Kafka Lowy una
potencia creativa intensa y superior, pero necesita mantenerla a distancia, bajo
la idea de una "seguridad lejana". La conquista de su propia calidad
como escritor se liga exteriormente al encuentro con Felice. La minuciosa tarea
de Canetti demuestra que se requiere de una válvula de liberación para las
energías reprimidas, que se necesita un camino de salida para alcanzar el
entusiasmo arrebatador, por más que se pudiera considerar a la “kafkiana” como
un tipo de literatura oscura, por sus mensajes tejidos en un cosmos asfixiante.
Si dejamos de lado
la miseria y los temores sobre el tema del cuerpo, resulta que Kafka se
comporta como un galán cortejando a la dama. La corteja y luego huye, la vuelve
a cortejar y vuelve a huir, en los periodos de acercamiento su voluntad de
galanteo es poderosa, y por el simple medio de la palabra escrita logra un gran
atractivo. Su prosa epistolar crea un efecto de seducción, por medio de la
interpretación del mundo. Por ejemplo, él insiste en sus defectos, sus
dolencias, su hipocondría y ese discurso se convierte en atractivo, pues sus
lamentos enganchan con la compasión de Felice. Al mismo tiempo, Kafka procura
transformar a Felice en torno a sus intereses literarios y en un periodo
posterior quiere además cambiarle la personalidad completa. Primero juega a la
debilidad y luego ataca con fuerza, en todo momento Kafka actúa como el polo
dinámico que quiere modificar la situación a su favor, aunque en el periodo de
alejamiento, para romper el compromiso genera un movimiento con doblez, se
esfuerza por lograr la ruptura sin cargar la responsabilidad o sin decidir. En
esos periodos de retirada, al mismo tiempo que posee claridad juega a la
hipocresía, pues pese a su actividad, mantiene temor sobre sus actos y elecciones.
El asunto no se reduce a doblez moral, sino que abarca la dificultad misma de
la decisión, eso revelar el estudio de Elías Canetti respecto del rompimiento
final entre Felice y Kafka, que ocurre por medio de la convocatoria al nivel psicosomático,
a partir de lo cual surge la enfermedad pulmonar incurable. En este caso, en
sentido tan simbólico como estricto, el fracaso del amor empuja hacia el desfiladero
de la muerte.
Enajenación y apropiación sexual contra
la literaria
Desde la escuela
preparatoria, Kafka me pareció el prototipo del escritor de la enajenación, y he
profundizado mi convicción, y cada vez
quedo más convencido de su vinculación con ese tema. Su descripción literaria
es una perfecta invocación de los modos en que el ser humano aislado está
sometido las enajenaciones; a los personajes los Poderes se les presentan como
misteriosos e insondables, inconmovibles ante las súplicas sinceras,
inexpugnables en sus signos absurdos, capaces de imponer cualquier ley por incongruente
que sea. Sin embargo, la enajenación nunca es redonda mientras no invade hasta la
intimidad, ese aspecto interior de la conciencia, porque las atrocidades de los
aparatos de Poder y sus códigos aplastantes quedan en eventualidad exterior, cuando
la gente no asume completamente los códigos de la enajenación. El redondeo de
esa enajenación pasa por la separación del individuo respecto de sí, de su cuerpo y de lo vivamente consciente de su organismo,
que es su carnalidad. Por lo mismo, una literatura íntegra sobre la enajenación
no puede ni debe reflejar la experiencia abiertamente erótica ni la libre sexualidad
ni el amor pleno; es decir, una literatura intensa de la experiencia de la
enajenación mantiene al objeto amoroso y a la actitud del enamorado dentro de
los límites como lo ajeno: manipulación que ahoga la generosidad del amor,
cortejo inacabado, seducción sin corazón, deseo incierto, aproximación que
fracasa y acrecienta la lejanía, frustración por cobardía, etc[17].
Los relatos de un
escritor con capacidad para la seducción rompen un mito sobre un santón de la
literatura, pero no son inconsistentes con su universo literario, pues a final
de cuentas, en los eventos biográficos de Kafka predomina la conciencia de la
frustración con mayor fuerza. Porque su cortejo manifestaba que la carencia de
mujer era atroz, la falta de objeto amoroso era una pérdida desgarradora incrementada
pues ya se ha sentido su proximidad. El desgarramiento ante el deseo de quien
se acercó a un paraíso anhelado y lo pierde por su propia “voluntad vacilante y
débil” es una situación opuesta al santo cunado repudió la sexualidad por
completo. Para un seductor-enamorado fracasado la imposibilidad del amor pesa
cual loza amarga y perpetua, la eternidad de un infierno. Cuando se mira tan de
cerca la felicidad y luego una infranqueable barrera interior impide la
realización, entonces sobreviene un anticlímax de desesperación; en cambio, cuando
acontece la ausencia de tentación o un enérgico rechazo al deseo, se puede
retomar una existencia, y quizá sea una existencia vacía pero calma y resignada.
Después de 750 cartas y cinco años de cortejo, adivinamos que la infelicidad de
Kafka sobrevino más completa e intensa de lo que jamás antes conoció. Ahora
bien, la conciencia humana es dinámica y elástica, la oscilación entre el deseo
amoroso y una auto-represión violenta de esa exigencia interior, continuaría a
lo largo de la vida de Kafka, y volverá a repetirse el drama de la promesa
matrimonial y el drama de la ruptura, con Julie Wohryzek, donde cada fracaso
implicaría un grave quebranto, enormes sufrimientos y como resultado al margen pavimenta
su camino de creador solitario. De esta última ruptura matrimonial Kafka
comentó en una carta privada que antes de comprometerse: “estaba como un herido
que va tirando mientras no le ocurre nada, pero que en cuanto le tocan en el
sitio justo vuelve a sentir los peores dolores de antes (…) uno no conoce nunca
esa cosas aunque haya tenido experiencias parecidas, sino que tiene que volver
a vivirlas con todo su horror”[18].
El éxito no siempre
proviene del cielo, a veces acompaña a la amargura de la soledad. Según un
relato, el músico Salieri en su juventud le ofrendó a Dios su castidad para ganarse
dones musicales sublimes y nunca logró su cometido, porque sus creaciones eran
mediocres, pero tuvo el doloroso don de apreciar que su rival Mozart era un genio.
En este caso, la ofrenda del amor ardiente de Franz Kafka Lowy estaba empeñada
a la diosa de la literatura, que se le aparecería en forma de Fama postrera, ya
que en vida él quedaría condenado a una soledad consumada. Una noche de
insomnio imaginó ese trato al estilo de Fausto entregando su felicidad a cambio
de la escritura genial, logró pleno éxito sin un contrato tan simple (esto
entrego, recibo tanto a cambio). En las cartas de Kafka parece claro que
alejarse de cualquier mujer era condición para defender su escritura, además un
sufrimiento especial nacía de la proximidad con su amada que le dificultaba la
creación artística por completo. Sin embargo, una distancia prudente entre él y
su prometida provocaba ímpetu para su escritura, como lo demuestra su
productividad durante los años de noviazgo y compromiso. Ese enérgico impulso
estaba sostenido con delgados hilos, pues acontecía en una zona intermedia
entre el amar y la soledad, un hilado frágil que más acercamiento lo rompería,
de tal modo, existía una dinámica que contraponía las leyes del corazón
(acercarse hasta consumar el matrimonio) contra las leyes de la creación
personal (esa peculiar soledad intensa y creativa). Esta contradicción también
hace pensar en las reglas del equilibrio del amor según el Tao de la milenaria
China, donde indica que el exceso sexual conduce al vaciamiento de la fuerza física
y del espíritu (ergo del intelecto) y
la desproporción de la castidad conduce hacia un colapso de las energías
vitales[19]. En
la sexualidad el equilibrio entre cuerpo y mente según el Tao semeja al doble peligro
de Escila y Caribdis, los dos torbellinos gemelos que tragaban a los barcos
frente a Sicilia; la dificultad radica en encontrar un justo medio dinámico para
alentar la creatividad junto con la energía. Bajo el celibato pocos elegidos alcanzan
un dinamismo creativo (Leonardo, Descartes, Kant...) pero es infrecuente y por lo
común el celibato arrastra hacia un
extremo de cerrazón sin frutos, como la resequedad desértica del ermitaño. El drama
íntimo de Kafka produce un sacrificio de sus apetitos al arte, pero sus
aventuras de seducción abren una puerta de salida, una escapatoria que libera a
su “olla de presión” y evita una fase destructiva; también los detalles de este
escritor indican que bordeaba cerca del precipicio de la patología sicológica
sin caer al fondo[20].
Inventando a un santo
Las imprecisas
informaciones sobre hechos lejanos sirven de materia prima para crear santos y
mártires, y algunos grupos religiosos hasta generan un efecto de culpa frente a
la pureza de personajes de ficción, pues los hechos originales son dramatizados
(o hasta inventados) por una memoria débil. En el campo secular de las
narrativas nacionales y del arte surgen otro santos (sin aureola), y no es porque
los acontecimientos comiencen como leyenda, sino que la memoria (a veces con
intervenciones intencionadas) forja una metamorfosis. Del pasado recibimos
cualquier narración, y su estructura de pretérito implica que lo acontecido ya nunca
cambiará, pues ya pasó y es premisa de lo presente por medio de una cadena de eventos.
Pero la leyenda integra una pretensión de temporalidad diferente, pues evoca un
calendario intemporal, de acontecimientos cifrados (en los dos guarismos
ejemplares: cero o uno) en tiempos fundacionales (leyendas de los orígenes) o
en estructuras de sucesos divinos y emotivos que son permanentes. En ese tipo
de “tiempo legendario” se plasman las narraciones de los santos y mártires,
cuya talla sobrehumana los coloca en las alturas de la divinidad, por eso su
cronología está detenida, no se les considera personajes en situación histórica
sino puentes con el más allá, por lo mismo sus cuerpos se convierten en
reliquias mágicas, obradoras de milagros. Ahora bien, los acontecimientos se
enfocan bajo la luz de su divinización, por ejemplo, las acciones de un héroe,
cuando trae el rocío de la sabiduría (como Cadmo, Dédalo, Quetzalcóatl, Odín,
el Emperador Amarillo) o la justicia (el Zorro, Salomón), entonces sus actos se
metamorfosean en leyenda. Además de una a-temporalidad, esas leyendas poseen un
contenido emocional típico, donde el drama se juega en una lucha entre del
deseo y un ideal más elevado, lo cual resultará sublime en la narrativa de
santidad (ya sea resistiendo la tentación o expiándola)[21].
Aunque el arte pareciera
en esencia un territorio profano, ese efecto de producción de leyendas alcanza
al arte moderno y sus protagonistas. La pintura moderna encuentra en Vincent Van
Gogh a su santo laico, a su mártir de los colores y los trazos, el hombre capaz
de privarse del alimento para plasmar tonos de azul eléctrico en un lienzo, quien
se mataba entre miserias para no privarse de pintura y en un arranque de exaltación
regaló su oreja a una prostituta. La biografía de Franz Kafka Lowy ha figurado
como otro modelo sobre el cual se urde una leyenda de martirio por el arte. En
base a lo comentado, un gran tramo de esta interpretación se apega a los hechos;
pero la santidad entendida como castidad no es adecuada al arte literario,
porque la trama de una narración es la vida misma, en su complejidad y
contradicciones. Un verdadero “santo” (entendido como un espíritu ajeno a la
materialidad) sería un fiasco como escritor, porque el novelar y sus
contradicciones se nutre de entretelas de la existencia y para adquirir interés
debe sentir un amplio arcoíris: primero disfrutar y sufrir con piel y entraña
pasional para luego despegar los pies de la tierra. De este modo, la literatura
estrictamente mística es casi inexistente (en cambio, existe una vasta obra
semi-mística[22])
y cuando hay obras místicas (como sincera expresión y no propaganda de la
homilía dominical) es porque el escritor-místico permanece atado con fuertes
grilletes al suelo (o hasta el subsuelo) mientras quiere alzar el vuelo[23], en
fin, es intensamente humano[24].
La vida de Kafka
ha ofrecido el modelo adecuado para interpretarlo como un santo literario y sus
devaneos amorosos desdibujan esa santidad. La sublevación de la carne y la
importancia de la seducción marcan el eje de este pequeño relato biográfico, revelador
de que la flama interior de la creación también proviene de la pasión y seducción.
La escritura misma es una fuente de seducción entre el escritor y sus lectores,
el hecho de que no opera una relación individual sino entre un autor y un ente
colectivo (el público) no modifica la esencia; porque el escribir es un juego
de atracción e intensidad, una modulación de llamadas y sorpresas desde la
primera línea hasta la última; la finalidad interior del escritor es cautivar cada
mente receptiva para trastornarla y descubrirle nuevas perspectivas. Esa clase
de afán para revelar y asombrar, el poner la naturaleza del mundo al
descubierto a los ojos de quien nos importa señala un afán del tipo amoroso,
aunque se trate de un esfuerzo estrictamente de expresión y nada erótico, más próximo
al cuidado maternal que abre los ojos del vástago y le revela maravillas. Sin
embargo, el seductor hábil no revela sus intenciones (con la llaneza de la
evidencia), debe enredar a la amada entre su juego, con cuidado y paciencia de
tal manera, en secreto logra atar una red de plata; esta labor no es de
avasallamiento, como un magnetismo animal, sino que justamente es seducción, es
decir, una complicidad radical que será lazo indestructible. La famosa timidez
extrema de Kafka esconde esa virtud, incluso el gesto dramático de ordenar a su
amigo y legatario, Max Brod que destruyera sus obras inéditas apunta en este
sentido, porque el lector incauto arderá de curiosidad por conocer esa herencia
que esquivó el destino de las llamas, esos papeles destinados al “patíbulo”
(ese olvido definitivo); entonces pareciera que el lector fisgonea cual
invasor. La sotana del santo de la literatura recae hermosa en Kafka, engalana
su pluma y a la entera narrativa moderna, bajo esa vestidura imaginaria se
esconde el corazón ardiente y vibrando del deseo por perpetuarse, de transportar
cada texto hasta los ojos receptivos y modelar los paisajes interiores de sus
lectores: seducir[25].
Tampoco es posible
seducir sin pasión, porque la seducción empieza por amar el deseo del otro;
aunque estemos refiriéndonos a un campo más intelectual de interpretaciones
sobre el mundo, la intensión de seductora del escritor se inicia preguntándose
qué perciben los otros y qué podrían captar después de posar su mirada sobre
una lectura. Según dejó testimonio, a Kafka le agradaba leer obras que lo
conmocionaran como si recibiera un golpe en la nuca; esa conmoción él también busca
lograrla en sus escritos; como los enamorados despechados prefirió el odio a la
indiferencia.
Epílogo I: la producción del escritor
Si nos atenemos a
la importancia de la “producción de material” para comprender al ser humano y
su sociedad, nos preguntamos ¿qué produce el literato? Bajo una capa mercantil
ha de generar una mercancía para venderse, pues para una perspectiva externa de
tráfico lo mismo dará cualquier producto. Como mercancía vendible el libro
narrativo posee el valor que corresponda a su precio (multiplicado de cantidad
ejemplares por su costo más utilidad unitaria, más la suma de ese tiempo casi
mágico de la etapa creativa). Entonces el libro en el mercado marca su valor
por las cantidades de la imprenta y la distribución (miles de tomos por tantos
costos de producción, colocados en tantas librerías) y no por la aportación del
autor. Claro, del otro lado de la ecuación sin un autor sudando su tinta sobre
el papel, no surge el texto. Como simple mercancía un libro interesa por su
cantidad de ejemplares (de ahí el criterio best
seller), pero como obra literaria un libro interesa justo por lo opuesto:
por su calidad intrínseca, el criterio del arte. La reproducción de ejemplares
es igual y extensiva, la creación del texto es única e intensiva. Entre esos
dos aspectos de la reproducción mercantil y la creación artística intermedia un
abismo, que no siempre es traspasado por la obra de arte. El gesto mencionado
de Franz Kafka indicándole a su amigo Max Brod que destruyera sus papeles al
morir señala este dilema tan agudo. La producción del artista mantiene como telón
de fondo a su sociedad, pero el autor crea de manera individual, de tal manera
sus escritos crecen como larvas subterráneas, en una oscuridad pasmosa, antes
de convertirse en públicas. Mientras son obras inéditas permanecen como larvas,
a medio camino entre vida y muerte, atrapadas en una semi-existencia, donde
sólo existen para el escritor (y su mínimo círculo íntimo), no existen para la
sociedad, no han traspasado el “juicio final” de su presencia social. Ya desde que nacen (y aún antes) las obras
artísticas se mueven en el espacio del sentir y el pensar bajo códigos
estéticos, su efecto productivo (activo) es insignificante (las horas dedicadas
de un individuo, el desgaste de plumas y papel) y su efecto sobre las
necesidades (de la mente y el corazón) permanece potencial. Luego, cuando salen
a la luz, el efecto en las mentes y los corazones es incierto, pero las grandes
obras alcanzan a generar efectos masivos, conectándose con necesidades de grupos,
generaciones, pueblos enteros o hasta de la humanidad. En esa producción del
imaginario literario existe intensidad del arte (por ejemplo, luego de la
publicación del Werther de Goethe ocurrió
una oleada de suicidios por despechos amorosos) y existe extensión (anotemos el
efecto duradero de Homero desde los griegos antiguos hasta el presente[26]). Y
al repercutir de manera tan intensa y extensa el arte afecta la producción más
importante: la de personas.
Mientras lo
escrito se mantenga en la discreta oscuridad el texto hiberna a media vida. El
autor es su dueño absoluto y mantiene potestad para decretar su muerte. El
texto en proceso cambia a cada trazo de una página o a cada teclazo de un
computador, y sigue sin adquirir su figura definitiva; durante el proceso
creativo el texto le pertenece por completo a su único dueño. Pero el artista desea
trascender y depositar su obra para los lectores, ante quienes presenta un
texto acabado, una versión final, que se engancha con los intereses y sueños de
los lectores. Entre el instante íntimo y el público se abre un abismo, y el
autor pareciera poseer en exclusiva el puente y el derecho de vía. En el
dramático gesto de un genio de la literatura, solicitando la destrucción post mortem de su obra se encierra el
completo dramatismo de esta situación. La posición del genio aislado e
incomprendido es más una acusación contra su sociedad que contra la timidez del
creador. Una más rica y compleja obra de arte que permanece (la larva bajo
tierra) en una gaveta señala la culpa colectiva de la indiferencia ante el
genio, pero la decisión recae sobre el artista y una dramática falta de auto-conocimiento.
El propio Kafka, en sus meses finales de enfermedad y angustia, parece que se
imaginaba por completo como un animal bajo la tierra, protegido y asfixiado por
una infinidad de túneles[27]. La
obra artística es compleja también por la relación con su creador, esa paradoja
entre el producir y el asfixiarse (según la metáfora de su cuento La
obra), señala como contradicción interior un drama externo, de enorme
tensión social. Sin producción sobreviene la muerte, pero, a veces, en una
sociedad enajenada con la producción sobreviene algo parecido.
Epílogo II: una anti fórmula exitosa
Después de un
siglo de curaciones psicológicas más medio siglo de auto-ayuda, resulta curioso
comparar los esquemas de salud mental confrontados a una personalidad tan
brillante, acosada por dolores privados y síntomas enfermizos. En la actualidad,
una mente saludable y una práctica exitosa se consideran valores inexpugnables,
guías evidentes de lo que todos deberíamos buscar, algo así como un objetivo
sin requisito de elección[28]. El
camino recto hacia la salud espiritual y la práctica efectiva se han
pavimentado tantas veces y de formas tan variadas que parece un valor
sobrentendido, pero las excepciones nos recuerdan, que lo sano y eficaz
acontece dentro de la valoración y sólo marca reglas, nunca establece
legalidades.
Franz Kafka
representa una excepción y una tendencia marginal, pues el valor sobrentendido
está en el binomio de la psique sana y acción exitosa; cuando estos ejes unidos
aparecen signando el cauce principal y hasta la contracorriente del capitalismo
(por ejemplo, el freudo-marxista Wilhelm Reich o el profeta del éxito, Napoleón
Hill[29]). La
conocida contracorriente de los artistas románticos, existencialistas,
malditos, surrealistas, etc. permanece fuera de las pautas normales de la salud
y el éxito, su enérgico paradigma nos invita a preguntarnos sobre la viabilidad
de las excepciones y el servicio que nos regalan las figuras desmedidas para
medir la personalidad humana, ya sea como salud o éxito. Un legado crucial de
Franz Kafka se ha interpretado como un cuestionamiento de efectos sociales,
justamente por levantarse tan individualista y oponerse tanto al entorno
sociopolítico. Su obra representa una denuncia del Poder y de los mecanismos
enajenados del Estado, como sucede con un juicio (en El Proceso[30])
o con un permiso para trabajar (El
castillo). La falta de realismo en un aspecto de su obra (nulifica el
espacio-tiempo preciso), se compensa con la universalidad que adquiere su
crítica, su pesimismo se convierte en crítica que rebasa fronteras. En sus
relatos, su foco colocado en un único individuo resulta más ejemplar (entonces
social) en un mundo cada vez más individualista. En fin, una contracorriente
artística, sin buscarlo ni pretenderlo se revela como regresando al carril
principal de la existencia colectiva.
En sus actividades
personales, Kafka representa un error de asertividad permanente, pues él estaba
atorado entre deseos e imposibilidades. Anhelaba una pareja amorosa y
comprensiva, y simultáneamente se hundía ante el temor, convencido que esa
muelle estabilidad matrimonial lo conduciría hacia una mediocridad
improductiva. Careció de los elementos emocionales para salvarse prácticamente,
siguió oscilando entre el deseo y el horror a una situación, por tanto careció
del éxito práctico. Resultó antagónico ante una posible “inteligencia
emocional” para resolver sus contradicciones pasionales, y arrastrado por
fuerzas emocionales interiores que desconocía (o conocía oscuramente), tan
arrastrado como cualquier ciudadano (incluso el de éxito), porque ¿quién conoce
por entero sus motivaciones ulteriores? Y en ese devaneo de contradicciones
sobrevivía a sus errores prácticos. Además, aunque publicó algunas de sus
obras, la mayor parte de su creación permaneció en el cajón, sometida al estado
larvario. Quizá le faltó capacidad (de comportarse altamente efectivo) para
convencer a los editores y para conquistar públicos de inmediato. Mantuvo
intensas dudas sobre la calidad de sus creaciones hasta el final de sus días,
de ahí su orden para quemar sus escritos inéditos. Y desconociendo el valor de
su propia obra, por la cual entregó sus días y noches, terminó su existencia. ¿Para
efectos de la obra misma de qué hubiera servido corregir el rumbo para
establecer un matrimonio exitoso o para conquistar a los editores de Praga? No
parece que alguna de las líneas de la “inteligencia emocional” o “hábitos de
éxito” agregara una gota de genio a este artista. Al final, también algunas
anti-fórmulas de éxito conducen a los brazos de la Diosa Fama.
NOTAS:
[1] Un magnífico juego de espejos entre el autor y el personaje se descubre,
por ejemplo, en El artista del hambre,
donde un personaje languidece en una jaula de circo sin comer hasta que fallece
finalmente.
[2]La interpretación de Klaus Wagenbach (quien
hizo una biografía cuidadosa) genera una impresión distinta, basada en
declaraciones de Kafka sobre el antagonismo completo entre su escritura y el
matrimonio, pues "no era entonces capaz de escribir" p. 98. La
preocupación es cierta pero la afirmación no corresponde a una verdad estricta.
WAGENBACH, Klaus, Franz Kafka en
testimonios personales y documentos gráficos. Alianza Editorial.
[3]CANETTI, Elías, El otro proceso de Kafka, p. 27, y no es el único texto estimulado
en la fase inicial de su relación con Felice, también escribe El fogonero, cinco capítulos de América y La metamorfosis
[5] Ibid., p. 68-69. "A menudo he pensado que
la mejor vida para mí consistiría en
recluirme con una lámpara y lo necesario para escribir en el recinto más
profundo de un amplio sótano cerrado (...) ¡Qué cosas escribiría entonces! ¡De
qué abismos las arrancaría!"
[6]Ibid., p. 84-85.
[7]Ibid., p. 85.
[8]Ibid., p. 94.
[9] Ibid., p. 95.
[10] Ibid., p. 105.
[11] Ibid., p. 178.
[12] Ibid., p. 183.
[13] Ibid., p. 190.
[14] Ibid., p. 204.
[15] Un eco muy lejano de Hegel, en su Introducción a la Filosofía de la Historia, y una muy directa a Jean
Baudrillard, en sus obras El sistema de
los objetos y El espejo de la
producción.
[16] Cf. KAFKA, Franz, Carta al padre.
Documento de confesión personal que adquirió una fama justificada, donde
explica la aplastante impresión que causó la rudeza emocional del padre durante
su infancia. Ese testimonio revela las dificultades emocionales y el trasfondo
de tristeza e intensidad del escritor.
[17] De ahí, la impresionante trama de George Orwell con su novela 1984, cuando el protagonista resulta
destrozado en su interior, manipulado hasta volverse irreconocible.
[18] WAGENBACH, Klaus, Franz Kafka en
testimonios personales y documentos gráficos. Alianza Editorial, p.
136-138.
[20]GABEL, Joseph, Sociología de la enajenación, Ed. Amorrortu.
[21] Claro que no bajo cualquier perspectiva esto aparece loable, para el
psicoanálisis social esto resultará más bien una patología social. Cf. MARCUSE,
Herbert, Un ensayo sobre la liberación,
BROWN, Norman, Eros y Tanatos. Y
BECKER, Ernest, La lucha contra el mal
(Denial of Evil).
[22] Por ejemplo, pienso en un semi-misticismo en el celebrado poema Muerte sin fin de José Gorostiza,
empieza así: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis/ por un dios inasible que me
ahoga, /mentido acaso/ por su radiante atmósfera de luces/ que oculta mi
conciencia derramada, /mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a
tientas por el lodo;/ lleno de mí —ahíto— me descubro/ en la imagen atónita del
agua,/ que tan sólo es un tumbo inmarcesible,/ un desplome de ángeles caídos/ a
la delicia intacta de su peso,/ que nada tiene/ sino la cara en blanco/ hundida
a medias, ya, como una risa agónica,/ en las tenues holandas de la nube/ y en
los funestos cánticos del mar/ —más resabio de sal o albor de cúmulo/ que sola
prisa de acosada espuma.”
[23] En una frase ilustrativa, Kafka explica que él tiene dos cadenas que lo
atan. Una va desde el cielo y no le permite tocar el suelo, y la otra va desde
el suelo y tampoco le permita acariciar el cielo. Atorado entre dos
imposibilidades, padece una doble cercanía sin habitar en ninguno de los
mundos.
[24] Justamente, el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, semeja una cita
amorosa, asunto de la carne convertido en misticismo. ¿Cómo considerar a El Paraíso Perdido de John Milton? Quizá
más como narración sobre una leyenda (narrativa legendaria de la religión),
igual que la Odisea,
pues los griegos creyeron en sus dioses persiguiendo a Odiseo.
[25] La lectura de Kafka por una literatura menor muestra
otro doblez: la creación del célibe para potenciar el deseo, un aislamiento
intencionado ante los objetos amados para incrementar el apetito hasta el
paroxismo. Cf. DELEUZE y GUATTARI, Kafka
por una literatura menor, Cap. 7, “Los conectadores”
[26] Anotemos el acierto de Benedict Anderson sobre un “capitalismo literario”,
donde señala la importancia de la novela moderna para pensar el tiempo y el
drama de las naciones emergentes entre los siglos XVII y XX. ANDERSON,
Benedict, Comunidades imaginadas.
[27] Se cree que La obra (o La madriguera o La construcción según las traducciones) es el último relato de
Kafka, y quedó sin terminar Ahí se relatan los afanes de una especie de roedor,
que construye desesperadamente un complejo de túneles, donde protegerse del
mundo, pero su construir también es un martirio y una especie de condena.
[28] Por ejemplo, COVEY, Stephen R., Los siete hábitos de la gente altamente
efectiva. Uno de los más celebrados libros en su género. El género mismo
expresa un malestar de fondo, un escenario de una sociedad enajenada, ya que la
situación se busca remediar desde el ámbito individual. Cf. FROMM, Eric, El miedo a la libertad.
[29] REICH, Wilhelm, La función del
orgasmo. Mediante una sexualidad liberada Reich busca una psique sanísima y
una actividad productiva. HILL, Napoleón, Piense
y hágase rico. Con una larga experiencia y meridianos ejemplos, Hill
plantea el éxito práctico como la panacea del ciudadano moderno.
[30] En El Proceso sobre el juicio en
su contra replica el personaje: “–No hay ninguna duda– dijo K en voz muy baja,
pues sentía cierto placer al percibir la tensa escucha de toda la asamblea; de
ese silencio surgía un zumbido más excitante que la ovación más halagadora–, no
hay ninguna duda de que detrás de las manifestaciones de este tribunal, en mi
caso, pues, detrás de la detención y del interrogatorio de hoy, se encuentra una
gran organización. Una organización que, no sólo da empleo a vigilantes corruptos,
a necios supervisores y a jueces de instrucción, quienes, en el mejor de los
casos, sólo muestran una modesta capacidad, sino a una judicatura de rango
supremo con su numeroso séquito de ordenanzas, escribientes, gendarmes y otros
ayudantes, sí, es posible que incluso emplee a verdugos, no tengo miedo de
pronunciar la palabra. Y, ¿cuál es el sentido de esta organización, señores? Se
dedica a detener a personas inocentes y a incoar procedimientos absurdos sin
alcanzar en la mayoría de los casos, como el mío, un resultado”
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