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martes, 8 de marzo de 2011

DESDE LA ALTA LOZA: NARRACIÓN DE RESISTENCIA






















Por ENEUME Carlos Valdés Martín

            Lo recordaba perfectamente: Al bajar por la calle solitaria sin asfaltar, todavía estaba chispeando. Ese automóvil se le acercó con las luces apagadas y no se distinguía claramente en la calle tan poco alumbrada. Él caminaba solitario, ni almas en pena alrededor, el ruido del auto aproximándose captó inmediatamente su atención. Él no quería hacer caso, incrementaba su marcha, pero el vehículo pronto lo alcanzaría. Respiró hondo el frío de la noche, apretó los puños dentro de la gabardina. Cuando el auto se emparejó el conductor bajó la ventanilla y se escuchó un escupitajo; adentro dos tipos. Él no quería mirar, pero el conductor le dijo: "Mira lo que traje para ti, miedoso" y le mostró la silueta oscura de una pistola. Él volteó de perfil sin detenerse, ni responder, mientras la muerte empezó a rondar por su cabeza, y quiso tranquilizarse pensando "si me fueran a matar no venían a avisarme, sólo tratan de asustarme", luego siguió pensando "si caigo otros seguirán mis pasos, no podemos doblarnos, como trabajadores no podemos rendirnos..." Caminaba aprisa, casi corriendo, y ya estaba a punto de alcanzar la avenida, faltaban unos cuantos metros, cuando desde el carro le apuntaron con esa arma amartillada...

28 DE ENERO: OTRO SÁBADO DE TÍMIDAS ILUSIONES
            Este sábado sólo acudieron tres compañeros de la fábrica y dentro de una semana se harían las elecciones del sindicato de empresa. Ellos eran los de la planilla sindical verde quienes terminaban la campaña. Habían cumplido medianamente, una promoción rondando lo regular, pero el desaliento asechaba.

—No entran parejo, les digo y les digo que le entren con ganas, esta es la última semana.
—Bueno Jorge, pero es que nosotros no podemos organizar fiestones como los charros. El comité (ejecutivo del sindicato de empresa) hace una gran fiesta cada semana y gasta, gasta mucho. Pero hasta los que van y les siguen el juego se dan cuenta ¿de dónde sale el dinero? Yo he platicado con muchos que han ido a todas y no van a votar por ellos.
—La gente no es de veras, igual que te dicen "voto por ti", se lo dicen al Porfirio (el secretario general). Pero si van a las fiestas se sienten comprometidos y a la hora buena nos van a dar la espalda.
—Está bien, está bien. No es para discutir, pero mira Jorge, que Javier tiene razón en que busquen sacarle provecho a lo que los otros gastan. Nunca vamos a hacer una campaña electoral comprando votos con fiestas. ¿Cierto?
—Sí
—Entonces vamos a aprovechar, correr la voz con lo que se dan cuenta: las buenas fiestas del comité (ejecutivo) se pagan con el dinero de todos. Las cuotas sindicales se están usando en esto, y en tres años el comité no ha metido las manos en favor de los compañeros. Si explicamos esto acabaremos ganando.
—Ese es el punto, yo estuve ayer en (el departamento de) decorado y las muchachas están molestas con lo de las fiestas, yo ya les dije esto más o menos y se convencieron.
—Bueno, tú no sales de ahí porque estás buscando novia.

            Javier se sonrió, como acordándose de la travesura. Las asperezas de Jorge nunca lo habían alterado, como si lo tuviera medido, como si supiera que la desesperación de algunos se convierte en una amargura que reparten, lanzando basura pulverizada como un aspersor de turbio jaspe. Para Javier la afirmación era un halago y no porque fuera el más galante, pero le encantaba andar cerca de las muchachas y platicar suave con las guapas. Alguna vez sospeché que eso influía en sus desplantes y en su decisión de aventurarse a la cabeza de una planilla disidente. La campaña mantenía un tono discreto, en la planilla verde de alternativa participaban también gente con antecedentes en la CTM, central oficialista, con la evidente intención de tener un abanico y no dar una voz de alarma entre la jerarquía de la central o los patrones. Pero siempre encabezar una disidencia encerraba un riesgo de represalias o el desempleo. En la mirada de Javier adivinaba un sentimiento protector, en especial las obreras de decorado eran como sus niñas, un sentimiento por el cual se arriesgaría, en el entendido que esa era su justicia.

—Buena idea la de conseguir más novias.
—Ya serios, aquí estamos para luchar.
—Perdónenme pero aquí sólo estamos tres.
—Bueno, dos avisaron que no vienen.
—Es que así no se puede.
—Ya, los que van a votar son los trabajadores. La planilla la armamos con gente de todos los departamentos importantes. En la semana anterior quedamos en que la mitad de la gente estaba garantizada, y la mitad es suficiente. Con lo que tienen que estar alerta es una maniobra, es difícil ganar mucho apoyo en la última semana, pero sí se puede perder bastante. Sobre todo cuídense de los rumores, de las maniobras. No vayan a faltar ni un día, aunque se enfermen, por lo menos todos acuden a la fábrica, sobre todo tú, Javier, el que está a la cabeza no puede fallar. Si faltas y sale un rumor de que ya te vendiste o que vas a renunciar, entonces sí, pues, nos “bailan”. Ahora las cabezas tienen que estar unidas. La otra forma de perder es que se peleen esta semana, deshagan su planilla verde, y nadie va a hacer esa tontería. Esta semana pongan oídos atentos si sale un rumor venenoso, y sólo en caso muy necesario, de que esté perdiendo respóndanlo con fuerza.
—¿Estamos de acuerdo?
—Un rumor sería como lo que andan diciendo del Pelón, que cuando estuvo en el comité hace tres años robó mucho dinero.
—Pero eso no es cierto ¿o qué?
—Claro, el Pelón es el más fastidiado, nunca ha tocado un centavo de nadie.
—Y eso el mundo lo sabe.
—Recuérdenle que no vaya a estrenar ni calcetines esta semana, la gente es mal pensada.
—También les recuerdo nada de pleitos, piensen que los pueden provocar. Mucho cuidado Jorge con tu coraje, si nos hacen una se las cobramos después, pero después.
—La semana pasada te estuvo molestando el Tuercas.
—Yo lo ignoro, porque sé lo que busca, no se preocupen, no me descuido. Pero siento que no vamos a ganar, somos pocos.
—No se preocupen estamos aprendiendo. No se azoten, con tanta densidad ya se no estaban olvidando las cervezas, ahorita mando a mi sobrino, que por aquí anda.
Repitió Jorge, en voz baja, rezando para el mismo —Ojalá ganemos, ojalá ganemos, ojalá ganemos.

            Había cerrado los ojos, como los creyentes, como quien se arrodilla en una iglesia; todos sentíamos su desesperación por ganar. Era el más desesperado por cambiar las cosas, sin embargo, no había querido estar de titular en la planilla verde alternativa. En parte, esa opinión era compartida por nuestro asesor sindical, que pensaba mantener un as bajo la manga por sí salían peor las cosas. La vida de un obrero es fácil que se vuelva completamente cerrada con una vida familiar sin estímulos, sin posibilidades de mejoría económica, sin interés real por las diversiones, que agotan su sentido de válvula de escape. Hasta donde sabía nada especial le gustaba a Jorge: su mujer le parecía insoportable, la televisión le aburría, no le gustaban los deportes, no practicaba vicios notables, no creía en la religión. El tiempo se le escurría de las manos, la vida pasaba y se sabía enfermo con esa lenta agonía que es la silicosis; sabía que su calendario restaba los días uno a uno. Se desesperaba y eso se podía volver un peligro, pero tenía fe en nuestros consejos. En un año la vida sindical de la fábrica había empezado a despertar. Era solamente un inicio, una posibilidad que se anunciaba, era un despertar sin pausa, y eso tenía contento a Jorge. Su orgullo era haber empezado a mover a la gente, con cuidado pero con fortuna. Su gran aventura había sido repartir un pequeño volantito en los baños, él solito sin ayuda de ningún tipo, con una pequeña denuncia que sacudió: no se había pagado correctamente el aguinaldo. Empezó armarse un gran escándalo, la gente platicaba diario, iban grupos cada vez más numerosos al comité ejecutivo y luego al departamento de personal. Y se había salido Jorge con la suya, a los pocos días la empresa rectificó el aguinaldo y hasta se disculpó el jefe de personal. Después de ese pequeño triunfo empezó a formar el grupo sindical.

—Mira Jorge, no creas que soy un optimista. Los del comité saliente saben que están perdidos, lo saben claramente, por eso están tan nerviosos. Fíjate a la salida: el Porfirio sonríe y trata de saludar a cada uno de mano. Tres años sin saludar de mano, como si no lo conociéramos. Ahora sí se acuerda, a todos les dice que cuenten con él. Hace un mes se encerraba en el local, no estaba para nadie o se salía el día entero. Ahora ya tiene abierto el local sindical, está diario y hasta acude temprano. La gente se sorprende. Ahorita basta con aguantar y yo creo que ganamos, ganamos porque ganamos.

            Para hacer su fórmula trinitaria Javier abría muy bien los ojos. Este los abría y el Jorge los cerraba. ¿Quién miraba mejor las cosas? No tardé en darme cuenta. De cualquier forma no me daba buena señal, que faltara la gente en la etapa final de un enfrentamiento. Por las ausencias no era fácil decidir entre las dos evaluaciones extremas de la preferencia de la gente en la fábrica. Confesemos que nos engañamos, casi siempre la expectativa a favor es excesiva, porque buscamos indicios del favor de los dioses, de la resolución de un destino misterioso.

—Creo que los de hornos no apoyarán y es el departamento más grande
—Mira, Jorge es inútil tratar de resolver las elecciones. En mis largos años he visto muchos triunfos y derrotas, y para un año de labor la llevan suave. Existen otros compromisos, la lucha sindical no empieza ni acaba en un comité. Les recuerdo que lo difícil no es llegar sino cumplir, no aflojar arriba, demostrar que se es un hombre cabal, que no se prometió y luego se olvidó, demostrar que no somos ni seremos unos dirigentes charros.

            El sermón del Jefe Pluma Blanca, como a veces le decíamos, se me hacía un poco acartonado. Las obligaciones de un dirigente sindical democrático parecían sencillas, pero la experiencia nos había mostrado que era difícil cruzar el pantano sin mancharse el plumaje.
Las conversiones resultaban frecuentes, por preferencia personal hubiéramos querido que el grupo democrático se preparara más antes de lanzarse a las elecciones, pero la situación no se podía elegir.

—Eso ya me suena a regaño.
—No es por ahí.
—Bueno, ya podemos decir salud.
—Salud.

            Sonaron cinco cervezas. Resulta, que éramos un puñadito y yo deseaba agarrarme de una metáfora optimista, como la "punta del iceberg". Eso tenía sentido, porque se trabajaba en círculos concéntricos. El grupo democrático propiamente dicho tenía sus ramales, sus grupos de aprendices, con reuniones informales y sin estudios definidos, que a su vez estaban distribuidos por la empresa, formando una organización laxa de presión influyente. La organización confluía a dos cabezas principales con temperamentos muy distintos.

—Bueno, estás muy callado Ché.
—¿Sí?
—Es que estoy tierno en esto, he asistido poco.
—Pero qué opinas.
—Yo digo que sí la hacemos.

            Este Ché no tenía madera de dirigente, pero se aceleraba y sonreía mucho. Su hermano mayor había sido estudiante durante el movimiento popular del 1968 y le había inculcado el sentido de la rebeldía como parte de su honor personal. Sabía que el problema podía ser contenerlo, evitar que se desbordara, que cometiera imprudencias. De cualquier manera, su sentido un tanto más juvenil y despreocupado contrapesaba a Jorge en su desesperanza periódica.

            La reunión propiamente sindical no tenía sentido en su prolongación, pues las tareas de la semana eran mínimas y durante el día de la votación no había una participación formal. Simplemente deberían estar alertas y no faltar; las precauciones mayores se enfocaban hacia rumores maliciosos y contra una posible provocación, aunque el ambiente no se sentía tan caliente como el fuego. La táctica elegida de presentarse como una alternativa dentro de la misma central y hasta incorporando a trabajadores que ya habían estado en el comité antes no caldeaba tanto el ambiente. Eso era preferible a dar la voz de alarma para enfrentar a los obreros contra sus enemigos juntos, tal como lo preconizaba la táctica independentista de crear organizaciones virginales en lucha frontal con las viejas centrales.

—¿Qué te hace pensar que sí la hacemos?
—Todos los choferes van a jalar parejo, bueno, excepto unos diez.
—Los choferes son siete
—Pero los ayudantes son más y ellos votan
—¿Cuantos de cada lado?
—Con el comité entre choferes y ayudantes son once y con nosotros van a votar diecisiete, porque en total somos veintiocho.

            Me llamó la atención el paso tan suave desde una imprecisión absoluta de "jalar parejo", dando a entender que todos nos apoyarían hasta una división matemáticamente exacta. ¿Primero hablaba el deseo y luego la ciencia? ¿o seguíamos el camino de un engaño mejor disfrazado?

—Hace poco pasada me dijiste, Che, que los choferes estaban en contra, solamente en tu camión nos apoyaban.
—Es que ya los convencí, y bien convencidos.
—Pero tú no debes abrirte de capa, tienes poco tiempo.
—Si no es ahora ¿cuándo? me dije y me puse a platicar, primero con el señor Hugo, que es a quien más siguen los choferes. Y el fin de semana fui a la fiesta de los charros, acompañé a la mayoría. Con los que platiqué salieron hasta atrás de borrachos, pero convencidos de que no se iban a dejar comprar con bebidas alcohólicas.
—Pero ten cuidado.
—Ven lo que digo, aunque la fábrica entera acuda a las fiestas del Porfirio no van a votar por él.

            La pregunta básica estaba en el aire ¿Ganar? Al menos en nuestras cabezas existía ya la posibilidad. La pregunta volvía a las mentes. Jorge decía que sí quiero y no puedo. Javier insistía en que sí se podía y el Che confiaba.  Al rato Javier hizo su balance del apoyo que esperaba,  pero como Jorge objetaba no era posible la certeza

—Casi son completas las de decorado quienes apoyan
—Acuérdate que Belinda es la que influye y no te quiere nada, aunque no sea muy charra, con tal de fastidiar irá con Porfirio
—En decorado son seis las que jalan con Belinda y las demás van en su contra
—El departamento de horneado que es el más grande va con nosotros
—Pero el Porfirio prometió bajar la carga de trabajo y la gente le está creyendo
—Fidel me dijo que...

            Algunos detalles me empezaban a distraer, no convenía caer en un chisme, tras otro. Con la discusión saqué mis números, era mi "pronóstico de político". Nada claro, pero sí existía una oportunidad. Las elecciones serían en viernes.

PRIMERO DE FEBRERO: MIÉRCOLES DE EMERGENCIA

            Jorge llegó muy agitado en la tarde con Pluma Blanca: el comité había soltado el rumor de que la planilla alternativa era un grupo comunista, que los verdes bajo la piel eran rojos. En esa plática no estuve presente, pero se me informó de esa preocupación y el temor de una confrontación completa. Se convocó a una reunión de emergencia del grupo democrático para el día siguiente, faltando un solo día para las elecciones.

JUEVES 2 DE FEBRERO: EL CHISME ROJO DE CUERPO ENTERO

            A las cinco y media desde la fábrica solamente había llegado Jorge, y yo acudí a las seis. El anfitrión estaba tratando de tranquilizar el pesimismo que se destilaba, por lo demás no parecía que el rumor fuera tan importante, no había acusaciones concretas. Claro, siempre está el problema de la fuga de información, de la infiltración, y otras imágenes paranoicas, pero esas prefiero dejarlas en las historias de detectives. La hija del anfitrión llegó y subió a platicar sobre la enfermedad del nieto, que tenía fiebre. Los granos en el pechito infantil nos distrajeron, nada que temer, pero la piel blanda nos conduciría hacia otro confín.

—Son unos granos pequeñitos y rojos.
—Mi sobrina también tiene ¿no será una epidemia?
—Puede ser una alergia ¿ya lo llevaste al doctor?
—Al rato que venga Jaimito con el coche lo llevo al médico.
—Mientras no tenga la fiebre alta no es problema.
—Son treinta y siete y medio de temperatura, eso no es mucho.
—No, casi no es nada.
—Una vez rocé cuarenta, por una simple diarrea, comí unos taquitos de suadero allá abajo, en los taquitos de la Lupita y eran una bomba al estómago.
—No hay que comer en cualquier lado, por ejemplo con don Balo nunca hemos tenido problema, él selecciona la carne personalmente, porque el puerco es traicionero, si no está sana esa carne te va de lo peor.
—¿Y tiene más síntomas tu niño?
—Le duele la cabeza.
—Por lo menos dale una pastilla.

            Sonó el timbre y apareció nuestro Javier, el de la fábrica, quien no es el mismo que Javiercito el ruletero, que trasladaría al niño al doctor. Volvimos a nuestra obstinación de la elección sindical.

—¿Está afectando el chisme?

Javier despreciaba la señal de alarma —Nadie le hace caso a esa vieja que soltó el chisme, a esa tal Paquita nadie la toma en cuenta, ni es charra, ni de la empresa. Lo mejor que podemos hacer es ignorarla.
—Otros pudieron manipular a la Paquita para que soltara el chisme.
—Mira yo no lo creo, si ella habla mal de nosotros hasta nos beneficia, porque nadie la estima.
—Yo creo que esto lo debemos tomar en serio, porque puede ser el aviso de algo mayor, de una maniobra que no alcanzamos a ver.
—Si este chisme de la Paquita, es lo mejor que pueden lanzarnos los charros, están perdidos.
—El tiempo está encima y es bueno que este ataque sea tan poca cosa a los ojos de los compañeros, pero acuérdense de las autoridades, las centrales y los patrones. Si el rumor de que somos comunistas lo creen ellos, entonces nos pueden atacar y entonces nos tiran por una barranca, por lo mismo se trabaja con tanta discreción.
—Yo no digo que las cosas ya sean graves, pero lo podrían estar, y lo del rumor es un aviso, creo que nos van a maniobrar a la hora final.
—Las elecciones no tienen porqué salir mal.
—Pero somos nosotros contra los fuertes.

            De nuevo el antagonismo entre dos enfoques se hacía patente, y era necesario mediar.
—Acuérdense los dos que a este camino venimos juntos, y quizá poco es lo que podemos hacer, pero yo les aseguro que la preparación ha sido a fondo y lo más difícil no es llegar a un comité ejecutivo sino mantenerse honestamente y sacar adelante a la gente. Parece que el rumor no afectará la votación de mañana, pero sí puede preparar el terreno para un fraude o maniobras posteriores. Por eso deben estar alertas y ahora más que nunca...

            A veces me parecía que los discursos del asesor sindical salían sobrando por obvios, pero se tenía que repetir, una y otra vez, presionando sobre los puntos ásperos, donde los temores y las expectativas de cada compañero chocaban. En la situación de Jorge era claro que se predisponía anímicamente para aceptar la derrota; una persona acostumbrada a la derrota no por eso sigue temiendo y buscando maneras para hacerla más dolorosa; un día antes no quería convencerse de que realmente ellos podían ganar, no quería que la esperanza creciera hasta desbordarlo.

Mientras tanto Javier vivía con el triunfo dentro de la camisa, lo asumía perfectamente ceñido al cuerpo y no podía evitarlo. Se despertaba alegre pues sentía un triunfo cerca y esa noche casi no pudo dormir pensando en temas como "¿Qué se debe decir para asumir la secretaría general? Ahora sí va a ser distinto, la gente se va a dar cuenta lo que es la honestidad, porque yo soy recto. En la escuela Preparatoria el profesor Ramírez me habló del Ché Guevara que dejó el poder para seguir luchando, arriesgando la vida, dejó un ministerio, casi como ser presidente, y el Ché tenía hijos y se fue a la selva a hacer la guerra revolucionaria. Se fue a la selva por una idea honesta, y esto no es la vida militar, el sindicato es una trinchera chiquita... Si las cosas se ponen difíciles los charros me pueden matar. En el sindicato de maestros ya ha habido muertos, algo salió en el periódico. ¿Miedo? No, yo no tengo hijos como el Ché. Aunque no estoy seguro de qué pasó con el embarazo de la Matilda, ja esa Matilda tan tonta, con el primero que le hablaba se enredaba. Tonta pero bonita, sus ojotes. Sí se embarazó, debía de tener algo de cuidado, y ni sabía de quien era el niño. No era mensa, se casó ya con la panza grandota, el Jonás se aventó a la boda. ¿Qué sería de la Matilda?... En la toma de posesión se hace un discurso, pero no como los políticos mentirosos, así no daría yo un discurso. Lo primero es decir la verdad, y luego tener mucho cuidado con el soborno, sobretodo cuidarse del soborno con faldas... Me acuerdo que alguien me dijo que Matilda estaba viviendo en Veracruz... Sería bueno dormirse y mañana estar muy despiertos... Con que voten los del horno como lo prometieron, votando en bloque, juntos, así podemos arrasar. Por lo menos aventajamos con cincuenta votos...Sería bueno dormirse... Un discurso comienza con palabras muy claras y directas, claro que no podemos evidenciar una agresividad. Eso sería infantil. ¿Por qué no empecé desde antes? Creo que se me está escapando el sueño..."

VIERNES 3 DE FEBRERO: LA BOLITA DE GENTE

            En esa mañana de elecciones, de decisiones, Jorge estaba descorazonado, más triste que de costumbre. Desde que vio el cielo tan gris sintió que ese no era su día de suerte. Cuando tomó el camión y sumó los números de la placa se encontró con otro revés: le había salido el trece y eso no le agradó nada. Procuraba evitar la pesadez en el corazón sin lograrlo:
            "Tanto esfuerzo para que la ingratitud de la gente nos abandone. Les ofrecen cualquier tontería y se la creen. Las explicaciones salen sobrando, les ofrecen una botella y ya están contentos. Quizá si trabajáramos más todo sería distinto, pero los compañeros del grupo son flojos, ni en este final nos pudimos reunir. Y ese Javier: no le echa las ganas, siendo el cabeza de planilla debería de entrarle con todo. Yo no le entré porque tengo mi familia, hay mucho en juego. Había otros mejores, pero igual con familia es difícil arriesgar. Como sea, ya casi llegamos a la fábrica"

            Esa mañana Javier casi no tocaba el suelo. Desde que vio el cielo tan gris sintió que el sol se ocultaba para sus enemigos, para los injustos. Cuando tomó el camión y sumó los números de la placa se encontró con otra esperanza: le había salido el trece y eso le agradó, la adversidad era manejable. Procuraba evitar la euforia en el corazón sin poder contenerla:
            "Tanto esfuerzo para que por fin la gente nos apoye. Antes les ofrecían cualquier tontería y la creían. Las explicaciones no salen sobrando, les ofrecen una botella y ya no compran su conciencia. Quizá si los charros trabajaran sería distinto, pero los compañeros dejaron atrás la desidia, y aunque en esta semana final no nos pudimos reunir tenemos el triunfo en la mano. Especialmente el Jorge que le echa todas las ganas sentirá este como su triunfo, aunque por precaución no sea cabeza de planilla, le entró como el que más. Yo voy a la cabeza porque tengo no familia, pero uno se la juega. Quizá había otros mejores, pero igual con familia es más difícil arriesgar. Bueno, ya casi llegamos a la fábrica".

            Jorge miró de reojo la mesita de escrutinio al centro del patio central de la empresa y apresuró el paso, no podía evidenciarse, su labor estaba en la sombra.
            Javier detuvo el paso junto a la mesita de escrutinio, intencionadamente se detuvo a saludar en voz alta y con una gran sonrisa. Debían verlo sonreír, convocando un gesto de confianza, mirando a los ojos a contrarios y a compañeros. Quería esponjar su confianza, atajar a los y las trabajadoras que entraban como arroyo. Mientras saludaba a la distancia a los de la mesa, nombrándolos uno a uno (Santiago, Soledad, Chente, Alvarito,...) se podían detener más trabajadores a saludar. El momento era oportuno, justamente cuatro minutos antes de la checada de turno, la elección había sido precisa. Se empezaron a juntar uno y luego otro a su alrededor, se olvidaban ya de la mesa y él, como principal candidato contendiente, no podía hacer campaña pero en un rato se presentaría a la mesa. La gente se estaba juntando y lo saludaban, entonces fulano veía que zutano lo saludaba, y se podía suponer que lo apoyaban. En tres minutos ya se habían juntado treinta personas a su alrededor y había saludado a otras tantas, y aunque algunas no lo apoyaban el gesto se podía interpretar. El breve gesto de un grupo agolpado saludando alegremente a Javier se regó como pólvora en el primer turno, entonces se creyó, de antemano por ese simple gesto, que él era el ganador. Porque se podía suponer que Porfirio, el secretario en funciones, tuviera su bola de incondicionales, pero nadie esperaba que un contendiente juntara a la gente de esa manera.

            A las nueve de la mañana le llegó a Jorge la noticia de lo sucedido hace dos horas, se lo comentó rápido Mauricio, dando un sentido indudable a lo ocurrido. Mientras empujaba un carrito atestado de lozas Mauricio le comentó: —"Jorge, tu cuate, el Javier ahora si tiene los ases del gane, ya juntó a una bola de casi cien gentes en la mañana, en el patio de la entrada". Y sin dar pié a una respuesta se fue empujando el carrito. Jorge sabía que Mauricio era un bocón, que siempre le traía la contraria y que prefería a los charros, entonces sintió que las nubes grises se despejaban. La esperanza rondaba en la cabeza de Jorge y se dio manos a la acción, soltando comentarios breves: —"¿Ya supieron el apoyo que trae Javier?". Algunos contestaban —"Sí yo vi la bola hasta los del comité se detenían, como que ya lo estaban felicitando". Jorge decía: —"Pónganse vivos, ya saben quién es el ganador".

            El acuerdo de votación es que saldrían a votar por departamentos, procurando interrumpir en lo mínimo los procesos productivos, así salía primero la mitad y luego la otras, o hasta por partes más pequeñas en el caso de hornos, por ser un proceso exigente y rápido. Se acordó que los candidatos estuvieran presentes en la mesa de votación, como simples observadores, eliminando cualquier acto proselitista. Al tomar su lugar junto a la mesa Javier recibió un tibio cuestionamiento por el acontecimiento de la gente que se había juntado, y él respondió con sencillez: —"Todos vieron y oyeron que a nadie le pedí que votara por mí, solamente nos estábamos saludando, igual que los saludé al llegar. No inventen que eso fue un mitin, también se detuvieron varios del comité". El representante de la comisión de honor del comité saliente se quedó con la sensación de que había presenciado el crimen perfecto: la muerte de sus aspiraciones.
            Javier también era el primer candidato que llegaba a la mesa en punto de las nueve de las ocho de la mañana, pensó "Ahora sí los estoy madrugando dos veces. Lo que sigue es demostrar el aplomo y la confianza, transmitir la energía positiva que traigo, como me lo dijo la Carmelita. Así como vamos hasta los charros votan por nosotros. Ya es hora de romper tensiones, les voy a contar un chiste".
            Los choferes y sus ayudantes no tenían hora fija para votar, así que el Che (diminutivo mínimo de Chente, mezcla de la deformación cariñosa de Vicente y homenaje al Che Guevara) acudió el primero a votar. Se decía sí mismo, que quien empieza ganando termina ganando y de eso se trataba. Con él empezaron las pequeñas filas, un empleado de personal estaba coordinando con uno del sindicato la afluencia de los diferentes departamentos.

            El señor Miguel candidato de otra planilla, la gris, tomó su lugar diez minutos después de Javier y diez minutos después llegó la señora Concepción la candidata de la planilla rosa, la débil, quienes prácticamente no habían hecho campaña alguna. La señora Concepción, una decoradora de 45 años, madre de cuatro hijos y esposa de un policía industrial no era entendida de la política, pero sí bastante comunicativa y demostraba cierta debilidad por el candidato a quien llamaba "Javiercito". La señora le soltó el piropo despreocupadamente: —"¡Qué bárbaro Javiercito! Con el arrastre que traes mejor ni hubiera hecho mi planilla." La respuesta de la falsa modestia: —"Si hubiera aceptado unírsenos, como le dije hace dos meses, eso sí que sería un buen arrastre". La respuesta de la coquetería femenina: —"Debí de haber estado dormida, porque tú te mereces el sí". De esa manera le rebotaba a Javier el eco de lo que él quería escuchar.

Hasta las once de mañana la llegó el Porfirio, el secretario general candidato a reelegirse, muy serio saludando a los presentes. Tenía la tez morena y un aire de importancia. Los años se le habían subido a las canas y la barriga ya sobresalía del cinturón, esa curva abdominal era el signo claro de los varios años que habían pasado desde que él era un obrero simple, ahora como funcionario sindical comía exageradamente y se levantaba tarde. Lorenzo otro miembro del comité ejecutivo lo llamó a parte, muy serios se cuchicheaban y movían la cabeza. Javier pensaba: "Eso es buena señal, Porfirio se preocupa, y todavía la cara que les voy a ver me va a gustar más"

Al mediodía se relajó un poco el orden de las votaciones. Había varios curiosos que se apuraron a comer y miraban las votaciones. El Che se acercó susurrándole a Javier:—"Estos charritos no se la van a acabar, nuestra Planilla Verde va de tres a uno"

La votación terminó a las ocho de la noche y los miembros de la mesa se retiraron para contar durante dos horas. Los candidatos también se retiraron.

EL MISMO VIERNES PERO ENTRADA LA NOCHE: INGRATITUD

            Suena el teléfono en la casa del secretario general y candidato a reelección, contesta el mismo Porfirio: —Buenas noches, ¿quién habla?
—Soy Lorenzo.
—Ya era hora, son las once, ¿qué noticias me tienes?
—Malas.
—No profieras.
—Sí, los verdes se la sacaron.
—Pero ¿cómo, cuántos?
—Sí, estuvo grueso, ellos 453 votos y nosotros 136.
—No es posible, si las fiestas estuvieron a reventar, la gente acudía, ahora fueron más que en años pasados. Todos me decían que estaban con nosotros, no es posible.
—Y ahora ¿qué?
—No es posible que nos den la espalda, con tanto lo que les di, en la última fiesta hasta wisky importado invitamos. No es posible.
—Pero…
—No me interrumpas, eso me pasa por creer en la gente, por andar haciendo favores. Nadie agradece nada. Hasta pagué dos conjuntos en la última fiesta, ¿o fue en la anterior? Eso me pasa por confiado. Por eso y por juntarme con ineptos.
—Pero, qué pasó.
—¿Entendiste? Vaya, sí me refiero a babosos como tú, y tan tranzas que nadie los quiere. Medio mundo se enteró de la estafa con los departamentos que financia el gobierno, que no se entregaron en esta fábrica, sino que se negociaron para los otros que no tenían derecho y ¿quién sale embarrado? Ese soy yo el embarrado, pero tú eres tan bruto que ni robar sabes. Vete a la mierda, baboso.
—Pero, Porfi...
—Eres un baboso y re-baboso
—Clic.
—No me cuelgues. Te faltan…, babosote, Lorenzo.
            Después de colgar la bocina se acerca su mujer, que se aproximó desde la cocina y había captado la mitad de la conversación, diciéndole:
—Esos babosos te están causando un disgusto, pero tú eres mucha pieza.
—Mañana voy con mi compadre de la Central Sindical para que me eche sostenga. Tenemos que buscar la forma de anular las elecciones, alguna forma debe de haber.
—Ahorita te preparo un aperitivo mientras piensas, viejito.

            Al rato estaban platicando, un poco más calmado el ánimo, y su mujer le decía:
—Si anulan las elecciones van a tener que volver a votar y si como dices los verdes te llevan por tanto porque estuviste rodeado de inútiles en el comité, entonces tienes que hacer un acuerdo con los verdes, jalarte a una parte, para que te apoyes más.
—Claro, claro, tengo que pensarlo bien, cariño, no puedo confiarme de la partida de estúpidos del comité. Tantos inútiles me han desprestigiado. ¡Fíjate que ni doscientas gentes me apoyaron! Eso es la ingratitud.
—Viejito, no te lamentes, piensa en un remedio, tu compadre de la central tiene mucha experiencia y no te va dejar solo.

            Pasaron dos horas compartiendo aperitivos hasta que el humo del alcohol se les había subido a la cabeza. Los niños ya estaban dormidos y la pareja se devanaba el cerebro buscando la manera de cancelar el veredicto adverso:
— Los inconformes se han valido de sucias maniobras, esparcen rumores de que soy ladrón y yo estoy rodeado de estúpidos. ¡Ah, pero ese Lorenzo me las paga! Es el más baboso, no sé en qué pensaba cuando lo metí al comité. Pero esa bola de mugrosos, no se merecen que yo los dirija.
—Cuánta ingratitud viejito, pero yo sí te quiero.
—Pero los hubieras escuchado hace unos días, lamiéndome los zapatos, todos saludando, que esto, que lo otro. No me merecen. Imagínate se quejaban de que te compré coche nuevo con su dinero. No es nuevo cariño, tú sabes que yo ¡qué más quisiera que comprártelo nuevo! Te compré uno usadito del año pasado.
—Pero yo te lo cuido como si fuera nuevo.
—Sí, y se quejan de que es con su dinero, los desagradecidos creen que las cuotas sindicales son su dinero, como si uno viviera del aire, ay, sí los voy a representar en la central y nada me gasto, si los meros jefes de la central beben como locos. Esa cuenta no va a salir de mi bolsillo, ni lo sueñen. Hay que hacer rendir el dinero eso es el secreto, pasar un dinero al banco, tomar la diferencia y eso es como pedir prestado. Eso no está mal, ¿verdad, cariño?
—Claro viejito, tú les has dado mucho y ellos son malagradecidos, no te vas a sobar el lomo gratis.
—No cariño, nada es gratis.

            Poco antes de dormir Porfirio pensaba: "Estos malagradecidos no me la juegan, con el apoyo de mi compadre los detengo. Sólo tengo que moverme rápido, esta misma semana se da aviso a la central y a las autoridades, tengo que evitar la toma de nota de las autoridades. Tengo que buscar anomalías, repetir las votaciones y mientras comprarme a algunos de los verdes, sobre todo a ese Javier, ese es un menso, yo lo convenzo de que jale conmigo. Pero tiene que verla perdida, porque ahorita cree que ya ganó. Si yo tuviera todo no repartía...ese Javier cree que ganó, pero yo los tengo en un puño... soy una maravilla encuerada, nadie me la hace...mi compadre..."

4 DE FEBRERO SÁBADO TEMPRANO POR LA MAÑANA: UN CAFECITO

            A las seis y media sonó el timbre en la casa de Javier. En la puerta esperaba ansioso el Che. La dueña de la casa se alarmó, pero ya conoció al visitante y se calmó, le preguntó:
—¿Tienes algún problema Vicente?
—Perdone señora, qué pena, ya la desperté.
—Sí, qué ideas las tuyas hoy es mi día de descanso.
—Perdóneme, pero traigo la buena noticia ¿no se imagina?
—¡Mi muchachote ya es secretario!
—Eso mismo.
—Voy a levantarlo.

            Con el pelo arremolinado en la cabeza y la barba creciendo apareció Javier, atravesó una cortina corriente que hacía el lugar de puerta de la sala. Sonreía:
—Se nos hizo ¿verdad?
—Hecho, re-que-te hecho
—Bueno, yo estaba muy seguro, el día estuve junto a la mesa de votación y la gente mira...
—Ernesto le dijo al Ronco y se juntaron con Lalo, llegaron por mí y nos fuimos a celebrarlo. Querían pasar a verte, pero ya que lo pensaron eran las tres de la mañana y yo les dije que no, no. Luego se quedaron dormidos en mi casa, y ya que amaneció vine a verte, me traje el auto del Ronco.
—Ernesto López es el de la mesa de votación
—Sí él contó los votos, y lo mejor es que no sólo se ganó, sino que se arrasó. No te la van a poder quitar.
—¿Cómo quedó la votación?
—Nosotros sacamos más de cuatrocientos y los charros poco más de cien. El resto de planillas ni contó.
—¿Ya lo saben los demás?
—No lo creo
—Al rato vamos a avisarles
—Juega
—"¿No quieren un cafecito?". Terminó por decir la señora, comprendiendo que este visitante se iba a quedar largo rato.

EL MISMO SABADO POR LA TARDE: ALEGRES COMPADRES

            Porfirio llegó de visita a la casa de su compadre Tacho Benavides, segundo titular de la cartera de vivienda en la Central regional en el Distrito Federal, la capital del país. Muchos años de borracheras compartidas habían sellado una amistad, en la que Benavides había convencido a un obrero listo que la actividad sindical era una carrera lucrativa. Había convencido a Porfirio de organizarse para ganar la votación y lo apoyó hasta con dinero, de tal modo que hace ocho años había tenido su primer cargo sindical en la fábrica. Los últimos cuatro años alcanzó el puesto mayor dentro de su fábrica: secretario general y sentía que se perfilaba una larga y exitosa carrera sindical para él.
            Su compadre Tacho le empieza infundir ánimos: —No te preocupes, esto ya lo he visto, sólo es un tropiezo sin importancia.
—Es que la gente me dio la espalda
Lo tomó por el cuello mientras brindaban con la cuarta cerveza:
—Mira esto es un tropezón, la última palabra está en la central, en La Central Sindical, la mera Nacional, con los jefes, los mandones, se puede impugnar la votación, debe haber algún error.
—Creo que estuvo limpia
—Eso sabes tú, eso lo sé yo, pero eso no se tiene que saber más arriba, la cuestión es exagerar algún detalle, alguna falla.
—Bueno...
—Tus contrarios pueden ser un grupo de rojos, con eso espantamos a La Central Sindical y yo te consigo apoyo arriba, con los que pesan.
—No creo
—¿Qué no crees?
—No creo que sean de los rojos, hasta hay de comités anteriores, que siempre han estado con la Central
—Para movernos arriba necesitamos algún motivo, investiga, algo chueco debe haber. Si no son rojos, tú se los inventas.
—Bueno, sí hubo algún rumor, pero nada cierto, puras tonteras.
—No importa, si no se pintan de rojos debe haber algo más. Mira, yo soy tu compadre, el Tacho de la vidorria, voy a dar la cara con los de arriba y ¿con qué les salgo?...Que a mi compadre del alma le sonaron hasta con la cubeta en las elecciones. Si no me ayudas a encontrar algo me van a tirar de a loco. Debió de haber algo malo en las elecciones. Convence a alguno de los escrutadores, uno de los que contó votos, que hubo errores, que diga públicamente que hubo fraude o algo así. Necesito motivos, decir que hubo irregularidades, para ir más arriba, de lo contrario los jefes van a pensar que yo soy el zonzo por tratar de ayudar a mi compadre. ¿Me entiendes?
—Sí, capto pero esto lo veo difícil.
—Tienes que encontrar el motivo, convence gente con un billete por delante.
—Mañana mismo voy con alguno de los que estaban en la mesa de votación.
            Al decir eso, Porfirio giró su mano en el aire como si hubiera atrapado un insecto. Tacho le respondió, palmeando su espalda:
—Esa es la cosa. Yo te apoyo por completo, voy en tu lugar, sabes que arriba sí me escuchan, hasta el Secretario Nacional me oye; yo te hago fuerte, pero tú tienes que moverte rápido. No te puedes desanimar, no puedes andar bocabajeado, dando la impresión de que anoche no dormiste ni un minuto.
—Nada más se me fue un poco el sueño
—Es natural, pero ponte buzo. ¡Vieja, otra cerveza para mi compadre!
            Las señoras platicaban animadamente en la cocina desde hacía más de una hora, se sentían cómodas y tenían mucho que decir. A su manera evaluaban la derrota de Porfirio, pero no acostumbraban a confrontar sus opiniones con los señores. Después de traer la cerveza helada Carmen se regresó a la cocina, mientras Tacho le soltaba otras ideas:
—Mira Porfirio, no está de más que te jales a los ganadores, no a todos, al menos a una parte. Si te ganaron de calle es porque, como me dices, te rodeaste de inútiles. Yo logro convencer a los de La Central que se repitan las elecciones, pero si en tu empresa sigues igual, y con las mismas planillas vas a volver a perder, y hasta yo me quemo.
—El asunto es con los de la verde, los otros no cuentan.
—¿Crees que puedas jalarlos?
—Son algo necios.
—Si te jalas a la cabeza, al candidato a secretario general, luego los votos te los puedes ganar.
—No creo.
—Ah, ese tipo ¿cómo se llama?
—Javier.
—A ese Javier vas a tener que ofrecerle dinero y mucho.
—¿Mucho?
—Por lo menos lo que sacaste con lo de esos terrenos.
—Eso es un montón.
—Ya lo sé, pero debes mirar al sindicato como un negocio, para ganar tienes que invertir. El asunto de los terrenos lo sacaste del mismo sindicato y fue completo para ti. Si no te animas a gastar pierdes, se acabó tu carrera...
            Tacho vio que su compadre miraba al suelo, como pidiendo compasión, y continuó diciendo: — Quizá no se acaba para siempre la carrera, pero te esperas cuatro años para hacer otra planilla, y mientras te regresas al taller, a levantarte a las cinco y decorar platos y jarras ocho horas al día. Pierdes y cortas las alas por un rato largo, y yo no quiero que mi compadre del alma se aguante esa friega.
— Esto está espantoso.
— No te me azotes compadre.
            La tristeza se convertía en coraje en el corazón de una derrota: —¿Y si le partimos la madre al ojete ese Javiercito?
—¿A quién?
—Al de los verdes
—Compadre, eso no te sirve de nada, por automático entra otro de su misma planilla, de nada te sirve y si te agarran en el lío hasta yo salgo embarrado. No me chingues.
—No, no Tacho, me da coraje, vengo a consultarte, porque tú sí sabes.
—Nada de golpes, eso te hubiera ayudado, puede ser, antes de esto, a veces nos conviene espantar a los tarugos.
—Es que traigo coraje.
—No me salga chillón.
—No, no.
—Bueno, estábamos en que tienes que tratar de comprar a ese verde y hasta chance y renuncia y él mismo pide que se anulen las elecciones. ¡Imagínate si ese pendejo pide anular las elecciones! Se queman los verdes con la base y regresas muy campante, con la mano en la cintura.
—Está difícil que él haga eso.
—Por eso tienes que ofrecer mucho, al cabo es un muerto de hambre, un simple obrero.
—Sí es un simple obrero.
            La plática de los alegres compadres continuó y fue siguiendo, agotado el punto de interés, caminos más triviales, como sus achaques y la situación del campeonato de fútbol.

DOMINGO 5 DE FEBRERO AL MEDIODÍA: EN EL HOSPITAL CON LA SUEGRA
            Sonó el teléfono en casa de Lorenzo, el miembro del comité ejecutivo que había estado presenciando las votaciones, el mismo que llamó a Porfirio con malas nuevas. El teléfono volvió a llamar y llamar hasta que contestaron:
— Sí
— Eres tú, Lorenzo
— Sí, qué quieres
— Tenemos que hablar hoy
— Ya hablamos el viernes y hoy es domingo, en domingo ni las gallinas ponen
            Se acordaba muy bien Lorenzo de lo sucedido el viernes, tenía ganas de responderle "y ni creas que soy tu zonzo", pero todavía Porfirio era su jefe, aunque ya por poco tiempo, esperaba. Porfirio interrumpió el hilo de sus pensamientos y le insistió: —Mira, necesito hablarte, es importante, tú eres el único de mi confianza que estuvo presente en toda la votación.
            Pensaba Lorenzo: "Este cabrón tan fresco, me la mienta y como que ya no se acuerda, se cree eso de que soy su zonzo, pero en tres semanas adiós y se le bajan los humos. En tres semanas, ¿quién es el zonzo?". Pero no era momento de enfrentarse, Lorenzo tomó el camino de la evasión cínica: —Ya sabes Porfis, que cuentas conmigo p-a-r-a t-o-d-o, pero la mamá de mi mujer está en el hospital, me agarraste saliendo, el taxi está parado afuera. Discúlpame, yo te llamo de un teléfono público, en el hospital debe haber uno.
—Es que me urge
—Te juro que te llamo, Porfis
—Hoy nos tenemos que ver
—Sí, claro, Porfis yo te llamo
—Pero que no pase de las dos
—Sí, claro, Porfis yo te estoy llamando mucho antes de las dos.
            Después de colgar Lorenzo dejó descolgado el teléfono, bloqueando la comunicación. Llamó a su mujer, para ordenarle:
—Deja descolgado el teléfono, no quiero que me vaya a entrar ninguna llamada
—Yo puedo contestar
—Rosita, cabeza de albóndiga, le dije a Porfirio que los dos salimos de urgencia. Si le contestas me arruinas. ¡Imagínate quiere que trabaje en domingo!
—No me extraña los últimos dos meses anduviste saliendo a trabajar sábado y domingo
—Pero Rosita eso era antes, estábamos en campaña electoral y se acabó y ¡perdimos!
—¿Perdieron? No me habías dicho nada Lorenzo.
—Mira, Rosita cabeza de albóndiga a final de cuentas me vale, m-e, me, v-a-l-e, vale, me vale madres.
            Antes no le valía a Lorenzo, antes le importaba mucho, él había organizado casi toda la campaña de reelección de Porfirio, pero el viernes se rompieron los platos de la ilusión: la mayoría estaba con los verdes y Porfirio lo pendejeaba. Nunca lo había insultado su secretario general, a otros sí, pero él, Lorenzo, era el mejor de todos, era su brazo derecho, capaz de arreglarle cualquier problemita, evitarle cualquier molestia. Ahora se había vuelto el menso oficial de Porfis. Eso era demasiado. El sábado había decidido que le dejaba de importar esto del sindicato, pensaba firmemente que el inútil era Porfis, por él se perdió todo, por su flojera, porque siempre llegaba tarde, por no rozarse con la gente, por no atreverse a presionar a los patrones en las pequeñas cosas, como cuando un horno se descompuso y se la pasaba rompiendo vajilla por calentamientos irregulares, y los platos se los cobraron a los trabajadores y de tan furiosos pararon el departamento, el muy miedoso de Porfis no se atrevió a ponerse a frente y se encerró en su oficina. ¿Quién sacó el problema? Lorenzo fue el único del comité que se juntó con la bola y, de alguna manera, evitó el desprestigio con la base sindical; aunque no quedaron contentos con Porfis, pero, ¿qué más podía hacer Lorenzo? No, ya no le importaba, bastaba salir del paso, como quien dice diplomáticamente, sin pelearse con su futuro ex-jefe.

            Rosita interrumpió las divagaciones silenciosas de Lorenzo con una pregunta materialista: —Si pierdes en el sindicato ¿te regresas de molinero?
—No, Rosita cabeza de albóndiga, tu Lorencito no es un menso, no tiene sesos de albóndiga rellena de carne cocida.
—Entonces
—Ya tengo apalabrado un taxi
—No me habías dicho
—Me decidí ayer, y en menos de un mes vas a conocer a súper Lorenzo el ruletero
—Bueno
—No te veo contenta, Rosita cabeza de albóndiga
—No creo que estemos mejor viviendo de un taxi
—Pero Rosita cabeza de albóndiga no te ha acabado de contar, yo, súper Lorenzo, tengo para comprar hasta tres taxi, pero me la llevo tranquila, primero hay que aprender el negocio, primero manejo yo personalmente y luego contrato choferes. Primero aprender el negocio que si no me van a ver la cara. Con tres taxi eso sí va ser vida.
—Ay Lorenzo, ya me emocioné, como si nos hubiéramos sacado la lotería
—Te la sacaste Rosita cabeza de albóndiga, con un súper Lorenzo tan listo.
—Me dan ganas de celebrar
—Sí, Rosita cabeza de albóndiga, pero antes...
—Antes ¿qué?
—Tenemos que ir al hospital a ver a tu mamá
—Mi mamá no está en el hospital, Lorenzo.
—Ja, ja
—¿De qué te ríes, Lorenzo?
—No, albondiguita, ja, ja, no me río de ti. Ahorita te digo.

LUNES 6 DE FEBRERO EN LA MAÑANA: LA TRAMPA

            Lorenzo entró con un recado para Javier, quien trabajaba, como de costumbre. La visita de la mano derecha de Porfirio a hablar con el ganador de las elecciones no podía quedar sin comentarios en la empresa completa. Con aire sospechoso Lorenzo llamó hacia una esquina a Javier y empezó: —Porfirio me encargó para reunirse contigo.
—No me parece oportuno.
—Bueno a la hora de la comida ¿qué te parece Javier?
—No me refiero a que ahorita es jornada laboral, sino que todavía no se coloca el cartel con los resultados de las votaciones.
—Mira, Javier, eso no es asunto del comité sino de la mesa, y tú también tienes a tu representante, yo creo que al rato hacen el cartel. Pero, ¿ya lo sabes?
—¿Qué, Lorenzo?
—No te hagas.
—¿A qué te refieres?
—Que ganaste la elección, Javier.
—Ya me habían dicho, pero qué quiere Porfirio.
—Sólo platicar en privado.
—Pero ¿que se trae, Lorenzo?
—No me lo dijo.
—No te creo.
—Mira ahí viene el supervisor, espérate... Manuel, permítanos unos cinco minutos es cuestión sindical importante. Bueno, estábamos en que mira, yo solamente vengo con un recado, pero si te ofrece algo...mejor no le creas, ya sabes cómo es la gente, ofrecer no cuesta nada. Escucha, a Porfis es mejor darle por su lado, pero no le vayas a creer. Es mejor darle por su lado y no creerle, ¿si?
—Entiendo, Lorenzo.
—Ve con él, pero no le digas a nadie que yo te dije que le tiraras a loco. Entonces ¿cuándo le digo que se juntan?
—Te digo que no me parece apropiado, ya ganamos y se puede pensar algo malo.
—Mira, Javier, entonces yo le digo que sí, que luego, que tienes mucho que hacer ahorita, pero que mañana o pasado le dices. Nada más no le digas lo que estoy acordando.
—Lorenzo eso está bien, pero si nos reunimos tendría que ser completamente privado.

            Al rato llegó Lorenzo con Porfirio con noticias de que Javier aceptaba un encuentro, pero que sería completamente privado y que se le había insinuado cierto interés económico. Como casi siempre en el pasado ahora Lorenzo adivinaba lo que su jefe quería escuchar. El tiempo podía seguir su curso.

EL MISMO LUNES AL MEDIODÍA: BANDERAS

            Se colocó un cartel grande en la puerta y otro en el patio. Rasgos grandes con plumón negro indicaban lo que se estaba comentando desde el viernes: había llegado la hora de los verdes. Cuando pasaba enfrente del cartel del patio el Che se "cuadró", hizo el saludo formal con la posición de "firmes", como los escolares cuando saludan a los símbolos patrios, justamente eso se suele hacer los lunes. En el comedor industrial la plática fue extraordinariamente animada, casi todos querían saludar a Javier y a los demás verdes, mientras lo gente del comité ejecutivo se quedaba en su oficina y mandaba a traer unas tortas. En el momento de mayor animación la señora Concepción candidata perdedora de la planilla rosa, levantó la voz: —Vamos muchachos, ahora todos estamos con Javiercito, vamos a echar una porra, que diga ¡Siquitibúm a la bimbombá! ¡Siquitibúm a la bimbombá! ¡Javier, Javier, Javier, rá rá!
            Javier intranquilo detuvo el numerito: —Ya, ya me están apenando, pero gracias señora Concepción.
            Y la plática continuó muy animada.

MISMÍSIMO LUNES EN LA TARDE: DEL PLATO A LA…
            Se reunía la pequeña corriente sindical con la miel del triunfo en los labios. El mismo pequeño cuarto de ladrillos montados, sin adornos ostentosos, usando parte de la cama como silla. Con la victoria zumbando en los oídos, era necesario bajar los humos, llamar a la sensatez y permanecer alertas, habló el más viejo:
—Este es el momento para tener cuidado, ya les dije y les repito que del plato a la boca se cae la sopa. Ya ocurrieron las votaciones, ahora tienen que estar muy alertas, todavía faltan las notificaciones a la autoridad y a la central, la validez está en la decisión de la gente, pero la autoridad toma nota, esto queda asentado en la Secretaría. Es muy difícil que se impugne, a menos que existan motivos políticos pesados, que no existen.
—Nos podrían desconocer las votaciones si el comité probara irregularidades, bueno no solamente el comité puede impugnar irregularidades, también las planillas pueden hacerlo.
—Pero las demás planillas no va en contra nuestra, hasta nos están echando porras.
—El único riesgo es entonces el comité saliente.
—Por eso me preocupa tanto que Porfirio me pidió una plática  a solas.
—Mira Javier, tienes que tener mucho cuidado, porque no hay más que de dos sopas o te quiere comprar o te quiere amenazar.
—Yo no le tengo miedo.
—Está bien que no tienes miedo, pero te tenemos que cuidar, tú eres ya el representante de los trabajadores y es nuestra obligación cuidarte. Desde hoy no andas solo, sobre todo en la salida del trabajo.
—No creo que Porfirio se atreva.
—De todas formas nos cuidamos las espaldas juntos ¿cierto?
—Claro.
—Ahora, estábamos en que para una impugnación de votación se tienen que presentar pruebas y la misma mesa de votación podría pedir desconocer, pero ahí no hubo problemas.
—La votación estuvo tranquila, yo vi la copia del acta de Rodrigo y me puede dar copia, ahí está escrito que ganamos a la buena.
—El otro punto es que si anulan la elección, ésta se repite en tres meses, como máximo y entonces tenemos que estar listos para volver a ganar. No digo que eso vaya pasar, pero tenemos que estar listos.
—¿No sería mejor rechazar la reunión de Javier con Porfirio?
—A mi parecer que lo mejor sería dar largas y no hacer la reunión.
—De que voy a dar largas, lo hago, porque el tiempo corre a nuestro favor, y mejor si Porfirio cree que me puede comprar, pues entonces no hace otra maniobra, pasa el tiempo y asunto concluido.
—Esto lo tenemos que ver con calma, necesitamos una ronda de intervenciones
            La reunión sindical continuó muy animada, porque se abría el horizonte de que las cosas se pueden cambiar, ya se estaban convenciendo perfectamente de ello. Por lo mismo sentían que cada paso se debía evaluar muy exactamente, pesaba la lección popular "del plato a la boca se cae la sopa". Aunque el fin de semana para Javier, Che, Ronco y otros había sido tan alegre como si se comieran doble sopa, es más como si la sopa se convirtiera en una alberca y se pudieran bañar en ella, por eso no querían por nada que desapareciera. La invitación a una reunión con Porfirio se presentaba como una trampa, como una ratonera, pero la carnada no estaba definida, la manera de caer o escapar estaba indefinida.
El más aprensivo era Jorge: "Esos cabrones quieren matar a Javier, o lo pueden secuestrar y lo obligan a renunciar, entonces quedamos mal con la gente y nada se va a poder hacer entonces. No creo que lo secuestren en la reunión, porque sabemos con quién se reúne y entonces le caemos a ese cabrón y lo partimos en gajos. No, pero se reúnen y lo amenaza, y como Javier no acepta entonces contrata a unos matones, que lo cazan en la noche, como cazaron al maestro en Tulpetlac, le dieron tres balazos, sin avisar, por la espalda. Tenemos que vigilar a Javier, pero a dos igual nos matan. ¿Qué haría mi esposa si me muero? Y mis niños, pero yo vivo cerca, me siento obligado, me voy a ofrecer. Todo se puede caer. Sería bueno conseguir una pistola con mi primo, pero no se puede entrar a la fábrica con pistola. Esto está del carajo". Jorge arqueaba sus cejas, a cada rato.



            Aunque Javier se mostraba eufórico y públicamente no daba importancia a las opiniones de que la gente del comité atentaría en su contra, ya en la noche se quedó pensando en la trampa. Por la plática con Lorenzo se insinuaba que lo querían comprar, se decía: "No me conocen, no me conocen".

VIERNES 10 DE FEBRERO EN LA TARDE: DENTRO DE LA TRAMPA

            No estoy seguro si fue la curiosidad o algo más, pero Javier decidió que haría la reunión esa misma semana. La cita se concertó en la cantina de La Cuidad, que a valores entendidos desde el viejo Oeste se podría entender como un territorio neutral, donde el Che conocía a algunos meseros, por lo que sería el encargado de una vigilancia, completamente discreto, disfrazado con una gabardina grande como de los tiempos de los gángsters de Chicago y una pistola de escuadra por si se ofrecía, en la cabeza una boina y lentes oscuros. El Ché entró media hora antes de la hora fijada, previendo movimientos extraños y advirtiendo a los meseros, sus amigos, para que los ayudaran en caso necesario. Se colocó en una mesa discreta al fondo con un par de cervezas y un cuento con caricaturas para matar el tiempo.

            Porfirio llegó puntual y tomó una mesa chica, en una pared lateral y pidió un wisky importado con agua. Miraba sus hielos imaginando los argumentos más importantes, la manera de tocar el punto. A la mitad del segundo trago lo alcanzó Javier, lo había acompañado hasta la puerta Jorge, retirándose en cuanto se dieron cuenta de que el Che estaba en su puesto de vigía y Porfirio estaba solitario.
            Porfirio intentaba ser muy amable, pero debía recurrir a otros sentimientos, y empezó a hablar: —Hola, creí, que no llegabas.
—Es muy tarde.
—No, no, Javier, pero siéntate y ¿qué te tomas?
—Un ron puesto.
—He estado un poco malo, no se lo digo a nadie, ya sabes la obligación del puesto, no puede uno andarse quejando por ahí, pero sí estoy muy enfermo, aunque todavía pude tomar esto.
—¿Qué le pasa?
—Mira, Javier, no vinimos a ponernos patéticos con mi salud aunque tenga los meses contados. Antes que nada déjame felicitarte.
—Pues gracias.
—Salud.
—Salud.
—Te felicito porque tu campaña estuvo estruendosa, convenciste a la gente, planteaste cosas con las que estoy totalmente de acuerdo, pero mira con la edad se vuelve uno un poco cabezón, además de achacoso, tú sabes en la fábrica estamos enfermos de los pulmones, un poco más o un poco menos, pero sufrimos de silicosis.
—¿Qué planteamiento de nuestra planilla le gustó a usted, Porfirio?
—Por favor, tutéame aunque me ganaste yo no soy su enemigo, siempre me he preocupado por el bienestar de todos. Es más hace tres meses le dije a Lorenzo que te invitara para entrar en mi planilla y para un puesto importante, pero este cabezón estaba con que fulano es mejor y que mengano nos ayuda. Y yo también soy un cabezón, pensé en ti y nada, me dejé convencer por un tarugo. El que se deja convencer por tarugos es doble tarugo ¿no es así?
—No diga eso.
—Otro ron que hace calor. Sí soy un tarugo y te voy a decir que me gustó de tu programa sindical: lo del trabajo a destajo. Eso siempre nos ha pegado, porque empezamos con un tabulador alto, pero la inflación nos come el nivel de ingresos. Si empezamos con cien platos de estándar al año siguiente se necesitan fabricar doscientos para estar igual. Tu idea del tabulador mixto es mejor, grandiosa, se garantiza...
—No fue idea mía.
—No importa Javier, tú la estás promoviendo, tienes una visión...
            Pasaba el rato y Porfirio se portaba de acuerdo a su plan, masticado con anterioridad, procurando de romper el hielo, atacando la vanidad de Javier, salían a relucir las mejores capacidades de un dirigente sindical, por lo demás un ciudadano bastante ordinario. Seguía el hilo de su pensamiento al calor del cuarto wiskey:
—Yo admiro el empuje de la juventud, Javier, eso es lo que tú tienes, yo siempre he estado dispuesto a retirarme a dejarle el paso a gente mejor que yo, sobretodo, fíjate que con mi salud tan deteriorada...
            Dejó un silencio intencionado, el tiempo dramático, para ahora así, ya más franqueados hacer una revelación de impacto. Javier preguntó:
—¿Se refiere a la silicosis?
—¡Dios te escuchara muchacho! Si yo tuviera solamente una silicosis me iría a correr la maratón, la silicosis ataranta, va de a poquito en poquito, lo que tengo es un cáncer terminal, no duro más de un año
            Javier se había mantenido muy alerta, esperando una maniobra, no pudo evitar ponerse sentimental: —No es posible, eso es terrible, un año es poco tiempo.
—Es poco, y no me duele tanto por mí, sino por mis niñas pequeñas, no sé cómo explicarles que su papá se va a morir pronto.
            A pesar de la lástima que le estaba inspirando Porfirio y de cuatro tragos encima Javier sabía que se estaban activando los mecanismos de una trampa. Miró disimuladamente hacia el rincón donde el Che bajo la gabardina y los anteojos platicaba animadamente con un mesero, recordando que el Che estaba convencido de que querían matarlo para impedir el triunfo verde. Decidió cambiar el rumbo de la plática:—Creo que no vinimos a hablar de enfermedades, sino por otra cosa.
—Claro, venimos a hablar del sindicato. Te decía, yo soy el primero que está dispuesto a reconocer tu triunfo, pero yo pensaba ganar y en dos meses renunciar. La sección se la iba a quedar Lorenzo. Si no se lo fuera dejar a alguien el paquete, pues no le entraba, todos saben cómo estimo a Lorencito, es como un hijo para mí y es muy luchón, se esfuerza mucho. Pero ese no es el motivo verdadero...
—¿Entonces?
—Me ofrecieron un puesto bueno en la central, ellos ya saben de que estoy malo y por eso me iban a ayudar. No por mí, sino por mis hijas. Allá iban a darme ese puesto, más que nada por la pensión que queda cuando me muera. Tú, sabes que el Seguro Social da una baba de perico en la pensión de viudez ¿o no?
—...
—Sí, mi familia recibiría menos de la mitad de mi sueldo normal. El seguro de vida no sirve ni para el cajón de muerto. Por eso necesitaba una ayuda. En la Central sindical me ofrecieron un puesto, que es simbólico, nada importante, pero entra un segundo sueldo y ellos tienen una prestación para la viudez en el comité nacional, además de un seguro de vida gratuito. Pero había un problema, que ya te imaginas, porque eres listo.
—Me imagino algo.
—Pues por sus motivos de política necesitaban que me reeligiera para ofrecerme ese puesto que ya estaría vacante el próximo mes o en dos más. Yo reconozco tu triunfo, pero esta derrota me viene a torcer. No aspiraba a nada para mí, ya te dije que iba a renunciar de todas maneras. Ahora no puedo entrar al puesto que me prometían, tengo que ser funcionario sindical en la fábrica para que me tomen en la Central.
—Es una lástima que no pueda entrar a ese puesto.
—Creo que me estas comprendiendo, por eso me voy a atrever a pedirte algo. No es algo para mí, es para  mi familia, tómalo como una petición para ellos; para mí no quiero nada, para ellos, todo.
—¿Qué me va a pedir?
—Mira, piensa en lo que te voy a pedir y lo que te voy a ofrecer. Te ofrezco esto porque mi situación es muy desesperada y quiero que no lo tomes a mal. Te propongo, Javier que tú impugnes por irregularidad la elección y para la nueva elección dentro de tres meses formamos una planilla. Si en tres meses ya tengo mi puesto en la Central sindical te quedas de cabeza, nada más te pido que le des un puesto a Margarita, la pobre está muy ilusionada y me obligó a prometérselo.
—Pero si en tres meses no tiene su puesto...
—Sí, que bueno que lo dices, eso es muy importante, para pasarme a la Central tengo que ser secretario general en funciones, entonces te pediría que quedara yo de cabeza en la planilla y tú quedas en la siguiente posición, en trabajo y conflictos, así cuando yo renuncie por enfermedad automáticamente entras tú por escalafón.
—¿Y mis compañeros verdes?
— Los demás puestos los decides tú, si quieres metes a todos los verdes en la planilla. Creo que tu gente se merece algo, te apoyaron, se lo merecen.
—Está interesante lo que me ofreces Porfirio, pero no puedo desconocer la votación eso me puede costar caro, muy caro.
            La táctica de Porfirio avanzaba a paso firme, pero como en el inicio de la borrachera cada quien entiende lo que quiere dio un paso en falso y respondió: —Por dinero no te preocupes, tengo algo ahorrado, te puedo respaldar. Dirás que estoy loco, pero lo que me preocupa no es lo de ahora, sino lo del futuro, ya calculé la diferencia en la pensión para mi familia y es una fortunita. Así, que no te fijes Javiercito, si quieres algo tú solamente pídemelo.
            Javier se dio cuenta del paso en falso y sintió que debía presionar para hacer brotar el mecanismo de la trampa: —No me entiende, Porfirio, yo dije muy, pero muy caro. Rechazar la votación saldría carísimo.
—Mira, Javier, me caes bien, yo te respeto tu triunfo, pero, y perdóname la necedad, tú no ssabes lo difícil que fue subir hasta donde llegué. Sí ess, cierto que ess difícil...
            De manera súbita el alcohol hacía estragos en la ecuanimidad de Porfirio, perdía la concentración y alargaba la “s”. Continuó:
—Esto ssale caro, muy caro, pero mira este sobre relleno de dinero, ess para pagar la cuenta y para que te repongas de tus gastos de campaña.
—No, Porfirio.
—Sí, toma son dossce milloncitos.
—¡¿Qué?! Doce.
—Sí es para que te recuperesss de los gastos de la campaña electoral.
—No, casi no gastamos nada.
—De piquito en piquito se gastó muchíssimo en lass campañass.
—No, no puedo aceptar. Y lo de anular las elecciones lo tengo que pensar bien, porque la gente no va a querer. Aunque eso de una planilla conjunta me parece atractivo, Porfirio.
            Javier pensó: "Me estoy volviendo mentiroso y marrullero, y eso que todavía no soy secretario general". Al poco rato Javier pretextó un compromiso familiar. Una parte del juego quedaba al descubierto.

SIGUIENTE VIERNES CAYENDO EN 17 Y AL MEDIODÍA: LA PROFESORA DE LA TRAMPA

            Margarita era reconocida, dentro de la planta, como el segundo frente oficial de Porfirio. La relación daba la apariencia de que para Margarita era un negocio: bienes materiales a cambio de sexo. Por su parte la Margarita se sentía muy seductora y no quería dejar pasar la oportunidad de intimar con la nueva estrella del sindicato. A Javier le interesaban las piernas de la Margarita pero también quería indagar algo: —¿Como está realmente de salud el Porfirio?
Margarita contestó: —Está bueno pero hay mejores
—En serio, en serio, ¿qué sabes de su cáncer?
—Que no es cierto, tuvo hace dos años un tumor benigno y él le inventó a su mujer que se iba a morir, y como ella se espantaba, todo le consentía. Que si llegaba tarde y le iban a reclamar, le recordaba que se podía palmar con el tumor, y así se seguía la borrachera. Me lo llevaba de reventón y en su casa no tenía nada de ganas y entonces le decía a su cariñito, perdóname pero estoy enfermo. Nada de malito, es un puro cuento para engañar a su vieja, es más yo misma le di la idea. Vas a creer que la vi en una telenovela, y le da resultado al condenado. Pero ya me tiene harta el tal Porfis, ya vez que se le subió el poder a la cabeza, está tan creído que ya lo pienso cortar.

MISMO VIERNES EN LA NOCHE: TRAMPAS PARA LOS TRAMPEROS

            La segunda reunión en la misma cantina de La Ciudad transcurrió con más soltura. Javier se mostraba comprensivo, preocupadísimo por la salud de Porfirio, y le decía: —El cáncer es espantoso, un tío mío se enfermó de lo mismo... yo iba cada dos días a la clínica, ahí permaneció dos meses, estaba como drogado, permanecía anestesiado todo el tiempo, por los dolores, con lo que el inyectaban y aún le dolía...Mi prima Angélica lloraba desconsolada diario, el asunto era irremediable... la enfermedad le invadió entero el cuerpo, nada le quedó sano...
            Así, siguió hablando Javier de su tío hasta que Porfirio desvió la conversación después de su segunda copa hacia el punto de interés y le dijo: —Debemos buscar el beneficio de la fábrica, lo que te pido no es algo solamente personal, sino que involucra a toda la gente. Si unimos las planillas evitamos un divisionismo, y tú sabes que esos es neto.
            Después de las explicaciones Javier planteó su acuerdo básico, pero existían dificultades dentro del grupo verde: —Yo estoy de acuerdo con la renuncia y volver a hacer las elecciones, pero es difícil convencer a dos de mis compañeros, además que ya sabes que esto se debe de mantener en secreto hasta que sea un hecho. Se tiene que mantener en discreción porque si se hace chisme, la gente que votó por nosotros se puede enojar y entonces presiona a mis compañeros y ellos me van a exigir que no me vaya a arrepentir. La discreción es indispensable.
            Porfirio asintió: —Estoy de acuerdo, el chisme sería muy malo, no conviene a nadie.
Continuó Javier: —Por lo mismo voy un poco lento, tampoco puedo hacer una reunión general de planilla, bastaría con que alguno se me molestara, se fuera de la boca, para que se hiciera chisme; además si lo planteo en frío seguro que no quieren...Por eso voy convenciendo de uno en uno, todavía tengo tiempo.
—Pero no tienes tanto tiempo, falta una semana.
—No te preocupes, me sobra tiempo, ya convencí personalmente a la mitad de la planilla, con uno tuve que reunirme tres veces en su casa, pero ya está...Solamente me faltan tres, y no son los más necios...
— ¿Pero si no convencieras a todos?
— Entonces renuncio personalmente de última hora, pero ya con cierto apoyo preparado. Mira, Porfirio, cuando yo quedo en algo lo cumplo...Creo que te das cuenta de la seriedad de mi decisión.
            Esa noche salió Porfirio canturreando una canción mientras abandonaba la cantina, se acordó de esa que decía:"Pero sigo siendo el rey".

MARTES 21 DE FEBRERO EN LA CENTRAL SINDICAL
            Se reúne Porfirio con su compadre Tacho en una pequeña oficina, sobre una alfombra verde que huele a viejo se encuentra el escritorio metálico de Tacho. La oficina está separada del pasillo por madera de triplay y vidrios opacos. El sillón en el que se sentó Porfirio está forrado de un plástico grueso que lo hace sudar al contacto con su ropa. La plática entre los compadres está salpicada por las expectativas de Porfirio: —¿Crees que me recibirá el secretario nacional?
—Claro, es mi cuate, sólo que andado muy ocupado, no pude confirmar la cita. Básicamente lo que debes hacer es pedirle que no adelanten el reconocimiento del nuevo comité, que lo retrasen un poco, porque la planilla que te ganó va a renunciar, prácticamente el mismo día de la toma de posesión, es decir dentro de una semana. Espérame tantito voy a ver si ya te reciben.
            Cada vez que sale su compadre, Tacho se queda clavado en un columpio de desamparo, teme que no habrá reunión, que puede salir mal por alguna razón misteriosa. Cuando regresa Tacho le dice:
—¡Qué pena compadre! El señor secretario mandó unas disculpas, porque sale inmediatamente a provincia, pero me dijo que ellos no pueden retrasar tanto el procedimiento, que básicamente esto depende de la Secretaría del Trabajo, que es la que toma nota de los resultados de las elecciones. Me dijo que solamente tenemos hasta el fin de semana, para cambiar las cosas, porque si estos cabecillas no renuncian antes del viernes entonces de nada sirve que renuncie el candidato a secretario de la otra planilla, de cualquier forma quedaría alguien de esa planilla, y tú no puedes quedar...

MIÉRCOLES 22 EN LA FÁBRICA POR LA MAÑANA
            El tiempo de la concertación se le venía encima a Porfirio y de nuevo envió a Lorenzo a conseguir una cita con Javier, insistiendo en que se trataba de algo muy urgente. Esta vez fue una breve plática en el local sindical, dentro de la planta a la hora de la comida:—Urge que se haga el acuerdo esta misma semana, me están presionando de la Central, para esta semana.
—Solamente me falta convencer a uno de mi planilla, para que renunciemos todos juntos.
—¿Si no lo convences puedes renunciar esta semana?
—Si eso se tuviera que hacer, así sería, pero tengo que convencer a mi gente, tú déjame y vas a ver que sale esta misma semana. No te preocupes, tú no te preocupes, nuestro acuerdo casi es asunto arreglado.

JUEVES 23 DE FEBRERO EN LA FÁBRICA POR LA MAÑANA
            Porfirio le pide a Lorenzo que investigue algo entre la planilla verde y después de la información, se reunirán

JUEVES EN LA FÁBRICA POR LA TARDE
            Lorenzo explica sus impresiones al secretario general: —Están muy herméticos, porque no sueltan prenda y además comprendes que mi misión es muy confidencial y discreta... No puedo abrirme de capa, porque entonces se entera Javier y si piensa que lo espías, se nos puede caer el acuerdo ¿no lo crees?
—Sí, tienes que ser discreto, pero tienes que sacar algo en claro.
—Me dio la impresión de que sí sabían del movimiento, pero que tienen instrucciones de guardar el secreto hasta que Javier se los ordene. Le temen al qué dirán y no será fácil hacer hablar a nadie.
—Pero tienes una impresión ¿cómo la sacaste?
—Hablé con Sara, la cual rozando el tema me preguntó sobre lo que sucedería si renunciara una planilla ganadora, pues ella temía que eso pudiera ser ilegal. Cuando me enfoqué a si sabía de alguien que fuera a declinar ella desvió la plática. Eso me dio mucho en qué pensar y luego de cambiar de tema se retiró, como apresurada.
—¿Algo más sacaste?
—Además Juan el mecánico me comentó que el Ronco le dijo que estaba pensando jubilarse, mucho antes de que terminara el próximo periodo sindical, sin explicarse mucho esto podría ser una solicitud de jubilación anticipada.

VIERNES 24 EN LA FÁBRICA A PRIMERA HORA
            Contra sus costumbres Porfirio esperaba la llegada del primer turno, en el que entraba diariamente Javier. A las siete y media se convenció de que ese sujeto interpelable no había acudido y se dirigió al departamento de personal para informarse de algún posible permiso. Por su cabeza pasaba las  palabras: "Fracaso, traición". En el departamento de personal simplemente le dijeron que no había una justificación para la falta.
            Como el tiempo para la renuncia de la planilla verde era contadísimo se dirigió a la casa de Javier, escenario de una batalla del sueño que había perdido alguien: Dos niños enfundados en protectores petos de metal se sostenían contra un gigante hercúleo que los amenazaba con bolas de hierro macizo unidas por cadenas. Pero en la realidad de la casita le informaron que Javier había que tenido que salir de urgencia para trasladar a su tío canceroso con un médico brujo que lograría mitigar sus sufrimientos.
            Muy pausadamente la madre de Javier relató su partida, y culpó de ello a unos piratas que querían cazar a una extraña ave que concedía deseos o lo que es lo mismo que el tío con cáncer lo adquirió por una especie de maldición por el ave rara, pero que no se moriría de eso.
            Por el momento el caso se veía perdido y ¿qué hacía Porfirio cuando se sentía perdido? Huía con rumbo a la universidad de la vida, pero antes hizo una escala técnica con su compadre como desesperado intento para corregir la situación y así sobreponerse a los piratas avícolas y otras patrañas cancerígenas de viejas.

ESE VIERNES 24 POR LA TARDE: ÚLTIMA LLAMADA

            En el mismo despachito de la Central sindical Tacho reconvenía a Porfirio sobre lo acontecido: —No es posible, te repito que no es posible, mi planteamiento al secretario nacional fue que estos verdes renunciarían con seguridad. Si los verdes, por ellos mismos no renunciaron esta semana no creo que en la dirección nacional se avienten el boleto de desconocer y crear escándalo en la fábrica, sólo para sacarte las castañas del fuego... Compadrito del alma, me estás quedando mal, yo que siempre te he apoyado, primero pierdes la elección y ahora me haces quedar mal...Porque eso sí, yo había planteado que la renuncia de los verdes era un hecho y ahora me sales con que siempre no... Aunque renunciaran ahora el lunes, ya de nada sirve, el expediente pasó completo a la Secretaría del Trabajo y aquí ya nada se puede hacer...Es más, compadrito, hasta mi posición en la Central se ve afectada con tú tropiezo...No me interrumpas...¿Cuándo yo te había quedado mal?...
            Porfirio buscaba una salida, un resquicio, una escapatoria cuando claramente su apoyo, su valedor en las alturas de la Central le indicaba que se consumaba su derrota:—Es que ayúdame... tú eres muy chingón...oriéntame para encontrar una salida...¿No se podría negociar?...Si nos entrevistamos con el secretario nacional...Si voy a la Secretaría del Trabajo con...
            Los argumentos de Porfirio se ahogaban en el mar de la inutilidad, como cuando en quinto año de primaria regresó con la noticia a cuestas: estaba reprobado ese año. ¿Por qué le habían encargado acarrear las noticias de la catástrofe a él? Su imaginación infantil lo había torturado por horas con lo que podría ocurrir: burlas, lágrimas, golpes. Los argumentos que se le ocurrían en una larga tarde de agonía antes de presentar la noticia se le escapaban como humo. Otra vez tenía la sensación de que los argumentos se morían al nacer, de que en una vereda polvorienta llevaría una noticia catastrófica a su casa...Pero ahora no lo esperaría una madre nerviosa o un padre furioso, sino su cariñito, la mujer que lo había levantado desde su alcoholismo hasta ser el dirigente de los trabajadores de su empresa. Ahora no le quedaba otro remedio, que dirigirse a ella, hasta el tribunal de la intimidad y reconocer que no se había perdido solamente una batalla, sino toda la guerra.
            Porfirio se despidió cabizbajo:—Gracias Tacho, de todas maneras te agradezco infinito.
            Mientras se alejaba Porfirio meditaba sobre la verdadera naturaleza de su compadre: "Ojete"

MISMÍSIMO VIERNES 24 DE FEBRERO DE 1983 POR LA NOCHE

            En la cama matrimonial Porfirio se revolcaba, le daba insomnio pensar en lo que tendría que decirle a ella, a su cariñito, para explicarle con fuerza, de manera definitiva, que todas las circunstancias habían obrado en su contra, que volverían, en cierto modo los años difíciles, que tendrían que valerse completamente con lo ahorrado, que los planes para educación privada de los hijos se recortarían. Se tenía que justificar.

            Muy al norte de la ciudad Javier, el de los verdes, se quedaba platicando con su hermana en el entendido de que pernoctaría en el sillón de la sala. Su hermana Lola era admiradora de la campaña sindical de su hermano y no solamente por ese vínculo afectuoso que se presenta en las familias, además ella trabajaba en una gran empresa y sentía al detalle los latidos de la vida en la fábrica. Ella lo felicitaba:—Fue buenísima idea eso de darle tiempo al charro, dejarlo que se ahorcara. ¡Qué buenísima idea Javito!
—Mira, esa no fue una idea personal, tuve el apoyo del grupo
—Pero tú eres el mero mero mi Javito.
—No es tan así
—...
—Somos un equipo y no creas el bandido del Porfirio estuvo a punto de engañarme, con esa historia de su enfermedad.
—El tonto es él si cree que te engaña, porque tú tienes una cabeza inteligente.
—Claro, que cuando se evidenció de que procuraba comprarme ya me di cuenta de la maniobra.
—¿Cómo te diste cuenta de todo?
—Estuve investigando mucho hermanita hasta que salió la sopa, y entonces se me ocurrió la maniobra.
—Lo tuyo fue buenísimo, no fue una maniobra.
—Digamos que sí fue una maniobra y que a mañoso, le gana un mañoso y medio. Nos dimos cuenta de que tendía una trampa y de que el tiempo jugaba a favor. Le dije que sí, pero se fueron posponiendo las cosas. Al decirle que sí, como ves, quedó atado de manos. Mi arma consistió en decirle que luego, que al rato, que otros días. Como el menso se cree tan listo, entonces solito se fue ahorcando. Por eso hoy no fui a trabajar y aquí nos quedamos a cotorrear, hermanita.
—Eso estuvo buenísimo y te quedas con nosotros en calidad de fugitivo.
—No estoy fugitivo, solamente estoy ganando tiempo, para evitar que Porfirio se dé cabal cuenta del engaño. Hoy ya se dio cuenta de algo, pero no tengo interés en que se dé cuenta perfecta, por eso aquí nos quedamos, ya viste que en la mañana se fue personalmente a buscarme a la casa de mamá.
—De todas formas deberías de venir más seguido, hermanito, aunque te metas en líos, pero vienes, aunque te vuelvas secretario de la fábrica, júrame que no me dejas de hablar, que no te vas a convertir en un dinosaurio transa.
—¡Qué cosas se te ocurren hermanita!
—Bueno, perdóname, entonces vas a ser un lindo.


EPILOGO: 23 DE SEPTIEMBRE DE 1982
Nos sentamos en las piedras, en la ladera de la calle polvosa. Les dije:—Tenemos que pensarlo muy bien, este paso es peligroso. (Para un Kafka sería peligroso, y los machos mexicanos se pasan de valientes) La responsabilidad es de todos (Como buenos machos siempre dicen que sí, que sí a cada locura), pero más del comité. De la forma en que se arma una planilla depende que se preparen para ganar o se olvidan (Como en el fútbol). Recuerden que no se trata de que se den cuenta los charros de que son sus enemigos, con los que tienen que tener la máxima discreción es con... ¿? (¿Alguien va a completar la frase?)
—Los patrones.
—Exacto. Los patrones son los que deben de estar menos enterados. No quiero mártires. Si a alguien le urge que lo corran, que no nos venga con tonterías. No se puede poner en juego la lucha (El de amarillo tiene cara de güey, seguro que nada capta).
—Si vamos a hacer una planilla para ganar sin que se note tanto yo puedo conseguir muchas cosas. Hace falta gente de Vidriado y otro del Almacén.
—Pero faltan de Decorado, pero ya están de suplentes en la secretaría de trabajo y de finanzas.
—Podemos hablar con Lupita de Almacén, ella es la que más jala ahí.
—No con ella no, yo creo que es charra.
—¿Cómo que es charra?
—Si anda con Jacinto el hermano del secretario general.
—Utha, para nada con la Lupita.
—Recuerden que quedamos en ser muy cuidadosos (Estos  irresponsables no llegan solos a ningún lado)

            Tenían sed; en la esquina polvosa, al aire libre y bajo un sol de mediodía se sentían como en la intimidad. Esa colonia polvosa era su casa, ahí no asechaban enemigos, no había orejas extrañas. La ligera elevación de ese terreno era como una pirámide y posiblemente lo fue, bastaría escarbar un poco para encontrar un altar azteca. Y como tenían sed bajaron por refrescos y cervezas al gusto de cada quien.

—Qué tal don Paco, por favor una sol, dos cocas y dos caguamas, pero de las más frías.
—Qué milagro Polito, ya no te dejas ver y eso que trabajas aquí enfrente.
—Ya ve don Paco, y unos cigarros.
—Hola Güicho.
—Aquí tienes y ¿cómo sigue tu mamá?
—Bien, bien su enfermedad es más imaginaria que nada.
—Pero cuídala que está ya dando horas extras en la vida.
—Bueno, don Paco, no es cortón, pero luego platicamos.
—Bueno, cuídate Polito y vuelve pronto.
—Claro.

            Bajaron a la casa de Miliano, al fondo estaba un cuarto chico, con los tabiques sin pintar y una ventana sin vidrio. Estaba fresco. Tres se sentaron en la cama y cuatro alcanzaron silla, los últimos dos se acomodaron sobre una mesa a medio colocarse.

—Siempre se debe tener mucho cuidado para invitar a alguien a formar un grupo. El que se sienta muy salsa, muy abusado no invita a quien más confianza le tenga a esta reunión, sino que hace otro grupo. Es como formar la rama de un árbol, tienes tu nuevo grupo y platicas con ellos, hasta se puede reunir y enseñarles de la ley, de lo que significa el derecho del trabajador, de lo que es justo y lo que no es. Así, Jorge que ya se siente novillero, que se puede aventar al ruedo no trae gente aquí, sino que se reúne con otros cuatro y ellos se preparan para la lucha sindical. Esto que les digo es por seguridad de todos.
—Pero tenemos que jalar más gente para ganar las elecciones sindicales
—No.
—¿No necesitamos mucha gente?
—No necesitamos mucha gente; en la empresa hay trescientos empleados y no se trata de juntarse 150. La idea es formar como un árbol. Aquí está el tronco a partir del cual se puedan alimentar las ramas y las hojas. ¿No me estoy oyendo payaso?
—Está bien.
—...
—Sigue, pues.
—Si me hago fuera de la bacinica me detienen. Bueno, estábamos en que no sirve juntar a un bolón. Dense cuenta de que los patrones no se tientan el corazón para despedir gente y tampoco los charros. Ustedes no lo vivieron pero cuando el movimiento de Medalla de Oro juntamos a casi toda la gente y estaba muy dispuesta, pero el patrón se espantó y se metió en la vida interna del sindicato. La situación en la Medalla se pudo crítica: antes del recuento de titularidad del contrato ya había trescientos despedidos. Creo que nadie quiere arriesgar el trabajo a lo loco y menos el de sus compañeros. Se trata de luchar, pero con la cabeza fría.
—¿Cómo va lo de los pocos pelos?
—Bien peinados.

            Un rumor que no alcanzó a ser una risa se extendió por la reunión. Ya estaba un poco más claro que no tiene sentido armar un montón grande para lanzar la lucha sindical sino unos pocos bien organizados. El desánimo no tenía porqué cundir con solamente seis de la fábrica.

—Se procura no evidenciarse, ser cautelosos, no levantar las sospechas por algún lado.
—De no poner en alerta a quienes no deben saberlo.
—Sí, otros grupos de cuyo nombre no me quiero acordar, se creen sindicalistas y lo primero que hacen es sacar volantes escandalosos con denuncias de esto y de aquello. Con ese escándalo logran que los patrones despidan a quienes sospechan que son los cabecillas. Así, no se logra nada.
—Pero vamos a caer en el inmovilismo.
—Oye niño tú hablas como estudiante de la escuela preparatoria popular.
—Yo no soy, pero sí mi hermano.
—Ya me explico. Fíjate en la escuela, la gente puede hablar y decir. Dices y hablas sin problemas, pero la fábrica es muy distinta, te pasas de bocón y ya estás de patitas en la calle. Los estudiantes lo primero que quieren es armar un escándalo, gritarle al maestro o hasta el director. A ver dime ¿qué pasa si vas y le gritas al patrón?
—Me corre
—Mejor digamos que te pone al frente del negocio...Digo, así suena mejor, "al frente del negocio". ¿Estamos?
—Estamos
—Aquí no nos vamos a mover como si fuera la universidad. Ni nos vamos a sentir mal con el "inmovilismo". Saltaremos cuando se deba, como salta el tigre, primero cautela y luego un salto.

            Afuera y unas calles cuesta abajo la gran avenida tenía el ritmo pausado del día sábado. Los camiones llamados “guajoloteros” se detenían y se asomaba el ayudante a gritar la ruta en cada esquina; los ayudantes con mejor estilo, los que llamaban la atención se agarraban con la mano derecha a un tubo sobresaliente de la puerta delantera, colgaban el cuerpo hacia afuera del camión y con la mano izquierda  mostraban una hilerita de billetes mientras su palma aferraba algunas monedas y boletos. Gritaban desde el camión: "Santa Clara, Xalostoc", "Súbanle llega hasta Indios", "Hay lugar...Indios Verdes", "Al Puente Negro, Puente Negro", "Súbanle a San Cristóbal". Cuando se subía el último pasajero ellos gritaban "Vamonooos" o, más veces, daban dos golpes en la lámina.

—Pásame más refresco.
—¿cómo ves?
—Va bien.
—Pero ¿sí la haremos con sólo cinco?
—¿No te convence lo del árbol?
—Sí pero...
—No te desanimes, el Ronco tiene mucho apoyo, con él vamos a ganar.
—Esto está muy verde.
—Pero no te rajas.
—Para nada compadre.

            La reunión se había dispersado en tres diálogos mientras Beto iba por más cervezas. No despuntaba una borrachera, simplemente el moderado combate a la sed del mediodía mexiquense exigía un poco más de líquidos. Algunos diálogos eran la evaluación personal de la reunión pero había otras preocupaciones:

—Antier se me inundó la casa, con la lluvia ¿tú crees?
—Pero, si no llovió tanto.
—Es el techo, mi techo que está mal.
—Será la loza.
—Fíjate que le salió una grieta.
—Si quieres te ayudo a resanarlo, tengo cemento en la casa.
—Qué pena, no es para tanto.
—Yo te ayudo, si yo levanté toda mi casita, antes trabajaba en obras, casi me decían “maestro albañil”.
—Pues sí me aliviarías, imagínate, se mojaron los sillones y mi vieja de que se enoja, hasta se quiere desquitar conmigo y si no con los chavos.
—¡Qué enojona! Digo, tu señora.
—Así, es la vieja, ni modo que la cambie.

            Entraba Beto con las cervezas frías.

—Un aplauso para Beto.
—El campeón de las cervezas.
—Yo te sirvo.
—Mi vaso.
—Otra para Rafa.

            En la siguiente colonia, pasando la avenida empiezan las fábricas, en esa hora casi totalmente dormidas. Ahí estaba el terreno ahora imaginado como campo de las batallas futuras. Antes era simplemente el medio de vida, el recurso, la obligación de ser puntual, la propiedad de un lejanísimo patrón, una puerta de acceso custodiada por dos policías, una galera con tareas especiales y de ritmos rigurosos, el sitio donde algunos trabajadores se convirtieron en sindicalistas.


EL FUEGO DEL RENCOR
Al final de la pesadilla, en la realidad... faltaban unos cuantos metros para llegar a la avenida, donde las luces estaban iluminando el espacio y él esperaba ver más gente, cuando escuchó cómo el chofer del auto sin luces amartillaba la pistola y le decía en voz baja: "Te traje un regalo". Javier quiso apresurar el paso; se dio cuenta de que escurría el sudor frío por su espalda y faltaba tan poco. Él no quiso voltear, se esforzaba por evitar que las piernas le temblaran. Escuchó una súbita detonación, y temió que era hombre muerto. La venganza caía en serio, el rencor de los intereses creados se había convertido en fuego. Intentó dar un grito y no escuchó si salió el sonido desde su boca. Cayó al suelo, no sabía por qué ni ubicaba la fuente del dolor. Miró el suelo frente a sus ojos, y al lado, acelerando el motor, pasó el auto donde ellos se alejaban de prisa con su revólver humeante. Escuchó gente alarmada, alguien corría desde la avenida iluminada. Se esforzó por aclarar su mente y el dolor seguía concentrado en la rodilla por una bala alojada en la rótula herida. Ya no escuchaba al vehículo del sicario, un transeúnte alarmado le hablaba, y no entendía qué decía. Imaginó que la bala no sería mortal, porque finalmente ellos siempre fallan...


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