Por Carlos Valdés Martín
Desniveles…
A la
capital del país la inventa su provincia y viceversa. La palabra provincia tiene su origen en un término
imperial romano que indica "pro
vincia", localidad que por quedar vencida recibe un gobierno impuesto
y esa designación[1]. Pero ¿quién inventa a la provincia cuando no
acontece ninguna conquista militar? Sin que exista una ocupación militar de por
medio, el espacio imaginario debe provenir desde un desnivel de desarrollo
donde un polo urbano fuerte se apropia (asimila, adquiere, adopta, acota… puras
palabras con “a”) de un ambiente y queda como telón de fondo su provincia; aunque
ese desnivel está unificado dentro de
un espacio único. Ese espacio único define al país (la región, el reino),
mientras la parte campirana o atrasada (fusionando una multiplicidad de
diferencias) se convierten en un solo territorio: provincia. Claro, que algunas
veces esa "conversión" en un único territorio es falaz, porque las
provincias contienen rasgos superiores a sus capitales (industrias prósperas,
centros culturales majestuosos, escuelas avanzadas, etc.) Pero la capital, sea
como sea, aparenta (de apariencia engañosa y no ser esencial) un nivel
superior, pues define la cabeza política y eso implica la manija del poder (el
timón), además de integrar las aspiraciones de metrópoli y centro económico.
El
problema de las diferencias entre
niveles de desarrollo se reduce al pulso de los tiempos, que en términos actuales es el filo de la modernidad/posmodernidad.
Entonces, el sentido diacrónico del tiempo nacional va desde el ayer
provinciano al futuro capitalino. En sociedades menos centralizadas, el futuro
no está concentrado en la única "capital" política, sino ubicado en
una pluralidad de metrópolis. Cuando hay varios centros separados de todas
maneras encontramos estructuras urbanas que concentran facultades con llaves
del progreso intelectual y material[2].
A veces, hay situaciones críticas de “dualidad de poderes” bajo una situación
de crisis y deben ocurrir confrontaciones para definir una cabeza unificada del
poder y la verdadera capital[3].
Ciudad: un mercado centralizado
La
existencia del centro (como ciudades "capitales") es una
determinación forzosa de la economía de mercado. Los mercados de extienden en
redes y se concentran en ciudades, por lo que cualquier división social del
trabajo desarrollada define una unidad de ciudad (mercado en el sentido
estrecho) y campo (el completo proceso productivo). Encontramos una unidad de
diferencias, una contradicción perpetua de mutua dependencia, por eso la
"contradicción ciudad y campo" resumirá el desarrollo económico. En
principio, la ciudad se define simplemente un agolpamiento del espacio, una
coagulación de población y recursos que conviven codo a codo. Por ese simple aglomerar
espacial se revela una intensidad de
las relaciones, se trata del modelo de sociedad intensamente interdependiente,
por primera vez se genera una red de mutuas dependencias, en extremo sensible,
que de modo simultáneo es fuerte y frágil[4].
Las ciudades establecen entidades rompibles (proclives al ataque), debemos
hacer notar esta relativa fragilidad: las ciudades desaparecen y los campos
nunca, cuanto más, los campos se abandonan, quedan despoblados.
La densidad
urbana ha permitido la sofisticada división del trabajo y una especialización crucial:
el aparato del poder político. El Estado vive de las ciudades y en las
ciudades, por eso la declaración legal y formal de una ciudad capital (nunca ha
habido un "campo capital") en cada país, como enorme cabeza sobre el
cuerpo indefinido (espacio abierto, sin ataduras). Pero una ciudad nunca se
declara a sí misma capital como una mónada autosuficiente, lo hace para quedar sostenida
sobre su cuerpo: sus territorios conquistados y tierras interiores.
Invención de la ciudad
Si en
lo anterior he expuesto el evento “ciudad” como una emanación casi natural de
una economía que se hace compleja y requiere de una centralización urbana,
también resulta viable mostrar la ciudad superior como una aspiración, como una pretensión creada en un momento dado. La
leyenda de Roma y su estudio histórico muestra la aspiración a formar una
ciudad como una entidad superior, como una especie de madre artificial, tan
robusta y fuerte para sus hijos, que se cubre de los mejores mantos litúrgicos
y se rodea de murallas protectoras. La ciudad como fenómeno de creación muestra
una sutil combinación de elementos entre aspiraciones humanas y eventos
fantaseados, integrándose con la férrea necesidad económica (condiciones
materiales adecuadas, una logística precisa para determinar la viabilidad de una
urbe) de tal manera que la ciudad forma una vida propia para atraer a su
población y sostenerla. Así, el éxito de Roma no se define por la simple suma
de condiciones económicas adecuadas de unas colinas junto a un río fértil y
navegable, sino que requiere de un sentido atractivo, convertir la ciudad de un
conglomerado de aspiraciones y, a su vez, proporcionar un estilo de vida
exitoso (entonces concorde a
ciertas “virtudes” primero patricias, luego ciudadanas, después republicanas, al
final imperiales, etc.). Claro que en la amplitud de las situaciones
históricas, muchas metrópolis surgen y se desarrollan bajo otras pautas (por
ejemplo, capitales de imperios donde la urbe aparece como accesorio del asiento
del emperador, por ejemplo en China antigua), sin importar tanto la
“personalidad” de la gran urbe.
La aspiración personal a la gran ciudad
Las metrópolis
(y en especial las capitales) ofrecen ese espejo magnético que presenta el
poder verdadero, pero en un sentido más amplio que el sentido político, pues aglomeran
un nivel superior de existencia. Las grandes ciudades capitales se convierten
en ejes magnéticos, que marcan el modo de vida superior (si no en lo efectivo, al menos en la
imaginería) y las aspiraciones correspondientes para la gente de un territorio.
Arrebatados por una mezcla de perspectivas ilusorias y presiones económicas,
los campesinos han ido abandonando los campos y abarrotando las ciudades. Pero
no son solamente campesinos empujados por la penuria, también los inquietos y
ambiciosos miran en esa dirección. Hacinarse en el espacio urbano se convierte
en una aspiración, y quienes sienten ese influjo anhelando un nivel de vida
distinto se desplazan hacia las metrópolis[5].
La perspectiva provinciana
La
situación económica y política también es interpretada y transformada por cada mente
individual. En especial, vale la pena recordar el asunto de las perspectivas. Sobre
el fondo de su circunstancia cada quien obtiene un punto de vista. Y por punto
de vista debe entenderse la persona y sus condiciones sociales (materiales) que
están determinando su panorámica de visión. La ubicación social concreta de
capitalino o provinciano también les define una perspectiva. Recordemos una
afirmación paradójica de Ortega y Gasset cuando afirma que creerse el centro indica
el punto de vista típicamente provinciano, dejar de creerse el centro marca el
punto de partida para superar el ser provincianos. Esto implica una ironía
porque la definición de capital dice lo contrario: cualquier otra posición está fuera del centro, es
excéntrica al no ser "capitalina" y, por lo mismo, define un deseo
consistente en escapar del provincianismo. Pero, por otra parte, creerse centro
marca la ingenuidad y molicie del pensamiento, por eso los atributos
secundarios que el prejuicio atribuye al provinciano son propios de quien es
ego-céntrico. Concluyendo la paradoja de este argumento, entonces los más provincianos en mentalidad son los
capitalinos se inflan como centro. Porque en la teoría de la perspectiva todas
las posiciones son relativas y el permanecer "centrado" dependerá de
la ubicación de las orillas excéntricas.
Otra
modalidad del provincianismo es la perspectiva devaluada: estar atrapado
en la jaula de una devaluación perpetua y sometido a los dictados de un centro
inaccesible, al cual se le envidia permanentemente, define el provincianismo más
pobre[6].
Luego de que el centro triunfó la provincia quedó postrada, desde entonces
asume la inferioridad: se somete a olvido anticipado y reconoce su existencia
como vagón arrastrado, traste viejo, moda obsoleta, eco de una ignorancia, etc.
Esa provincia asumiendo un “pecado original” se convierte en una caricatura de
existencia y cualquier aspecto de su existencia queda sometido a un espejo
falso, que únicamente le indica aquello que no es: un centro.
La
última modalidad del provincianismo es la perspectiva egoísta y
confiada que imagina como suficientes a sus limitadas realidades. En ese
estado mental, se duerme la siesta con la conciencia tranquila, y se permanece
en la despreocupación respecto a los intrincados problemas de los urbanos, de
los extraños y de los apresurados. En esa perspectiva de provincianismo, las
capitales y metrópolis deberían desaparecer para no incomodar a los rincones de
la tierra, debería levantarse un foso hondo o una muralla de tamaño suficiente
para detener los malignos efluvios de la inquietud del centro. Ese
provincialismo, se contenta con los domingos de misa y las siestas al mediodía,
espera la noticia del nuevo sepelio tanto como añora al santo patrono del
pueblo, queda conforme con las revelaciones de los medios masivos; así, no está
dispuesto a ocuparse en lo mínimo para alcanzar mayor altura vital.
La moda anti-eurocentrista y otras relatividades
Desde
Europa emana (¿o refleja el despertar del mundo bárbaro?) una moda intelectual
contraria al centro del punto de vista occidental. Esa meditación no implica un
cuestionamiento sistemático al centralismo de Occidente, y no siendo una
reflexión sistemática más bien dibuja una sombra de culpabilidad; con una
variación de interpretaciones (especialmente de autores de tesis francesas) en
las que se denuncia un centro culpable, un centro europeo que carga todavía el
pecado original del imperialismo colonialista[7].
Esta expresión anti-occidental es significativa en la antropología, que en su
materia de trabajo incluye y exige el descubrimiento de lo otro en el mundo no
europeo, observando al no civilizado con su pensamiento y sus valores
específicos[8].
La
crítica al centro europeo (ese vanidoso gigante egoísta) se extiende a
Occidente entero, por lo cual la operación se convierte en la crítica de las
sociedades civilizadas capitalistas, y en esto se evidencia un sentido de condena
hacia el gran poder y la riqueza por saqueo. Esta reflexión multifacética es
una operación de crítica que pareciera aliarse con los desposeídos del mundo,
contraria al colonialismo y partidaria de las causas nobles[9].
La crítica contiene sus virtudes pero debemos preguntarnos si no consiste en
una operación tabla rasa, que iguala
demasiado para poner en un mismo saco un carnaval de manifestaciones diversas,
que son reunidas de forma exterior y sin justificar.
El
mismo objeto de la centralidad Europa y Occidente parecieran una casualidad, un punto arbitrario de la
historia que sigue corriendo, que no es precisamente un punto sino un
caleidoscopio de historia y sociedad, de culturas y políticas, de economía y
pueblos. En la medida en que se critica al centro europeo por la pretensión de eje
mismo, se está revirtiendo el punto de vista provinciano y se pretende indicar
al habitante o pensador europeo (u occidental) que se trata de un falso
ciudadano del centro, porque existe una provincia (colonia) que ignora. Esa
reflexión está suponiendo que un espacio geográfico tan variado (Europa) o
histórico cultural (ampliándose hasta Occidente) se mantiene fiel a un punto de
vista delimitado, que es antagónico y/o incapaz de comprender el punto de vista
no-europeo.
Este
tema nos transporta a la teoría del punto de vista interesado que tiene tantas
repercusiones políticas. En la crítica eurocentrista se parte desde el supuesto
de que el entorno (geográfico, social, económico) delimita un punto de vista
sin posibilidad de trascendencia[10].
Y, ligado a lo anterior, que ese punto de vista es hostil al punto de vista
ajeno. Esta estructura de posiciones rivales no es extraña a la sociedad
mercantil y en cada juicio por contratos incumplidos o de otro tipo, muestra la
estructura básica de antagonismos (la sociedad civil dividida[11]).
Asimismo se muestra que el punto de vista de un ciudadano privado respecto de
otro puede divergir desde el epicentro de sus intereses, y que cada cual
centrado en su individualidad egoísta no comprende al otro[12].
El
problema para esa teoría (de la insolvencia recíproca de los puntos de vista) es
demostrar que todos y cada uno de los puntos de vista contenidos en un enorme
continente real o dentro de las grandes civilizaciones están condenados a
mostrarse como una colección de prejuicios,
como si se tratara de enceguecidos ciudadanos litigando a favor de su ceguera. Bajo
esta condición la crítica del eurocentrismo o del centralismo de occidente se
muestra como débil, es decir, no existe validez general para suponer que entero
el pensamiento de Europa sea centrista.
Si no
existe la validez general para suponer que todo pensamiento creado desde Europa
es euro-centrista, queda entonces la trivialidad de que entonces viene territorio.
Ahora bien, la naturaleza de la teoría (en la medida que es búsqueda de verdad
objetiva) trata de revelar la naturaleza del objeto que estudia, y su criterio
de verdad es el apego al objeto mismo. Una teoría que solamente fuera válida
para el ambiente que la vio nacer (por ejemplo una biología válida
exclusivamente en la comarca europea) estaría en contradicción con su carácter
de teoría. La aceptación en otras latitudes no se basa en condiciones externas,
sino que requiere de correspondencia con el objeto y de ese modo validez
extra-local.
Dejando
de lado lo anterior, resulta que la crítica de centrismo (europeo y occidental)
es de tomarse en cuenta como una anotación puntual, respecto de deformaciones
de estudios de las ciencias sociales. Por ejemplo, una historia universal no debería
dedicarse mayoritariamente a acontecimientos europeos[13].
Lo anterior no significa aceptar que los acontecimientos sucedidos en cualquier
latitud tengan el mismo rango, simplemente porque se trata de otras latitudes,
y entonces debemos abordar las tesis de la inexistencia radical de algún
centro.
Inexistencia radical del centro
Resultaría
fácil suponer la inexistencia radical del centro, en base a las
interpretaciones postestructuralistas coma las de Foucault. Cuando la premisa
es que el centro es una construcción geométrica del Poder despótico entonces se
le debe de resistir[14].
La existencia geométrica del centro sería una emanación del poder, así que
aceptar su existencia es someterse, y la perspectiva eurocéntrica estaría
maldita no sólo por la cuna europea (y sus conquistas imperiales, colonialismo,
etc.) sino por definir un vértice a partir del cual se someten (ergo: dictatorialmente) las realidades.
En este caso, resultaría un pecado original colocarse en el eje, pues esa
posición ha sido edificada por una geometría del Poder. Ahora bien, por mi
parte estimo que el Poder no crea las realidades sociales esenciales, y el eje
central también es simple operación productiva, necesidad básica para la
convivencia humana[15].
Por el
lado de la visión semiótica de Baudrillard, el centro resultaría una invención
y otro atentado de ruptura de la relación simbólica primitiva a la que cabría regresar,
pues en la relación del intercambio simbólico ese centro (material, productivo
y objetivo) se puede superar, ya que sería en las relaciones sujeto-objeto
occidentales y racionalistas donde se exigiría la existencia de un centro
definido y vórtice puntual de perspectiva. Esta teorización de Baudrillard avanza
con hipótesis interesantes, aunque faltaría terminar una teoría rigurosa para
reinventar esa geometría semiótica[16].
El centro y el punto de vista
En el
fondo, las anteriores interpretaciones de la inexistencia de un centro me parecerían
variaciones de un acierto del liberalismo: si cada quien posee su punto de
vista individual, entonces no existe un centro (único social) sino una pluralidad.
Esta opinión expresada con claridad por Ortega y Gasset[17]
(teoría del punto de vista) y con antecedentes filosóficos importantes (la
mónada de Leibniz, que cada quien en el fondo es una esencia atómica aislada) mantiene
sus limitaciones, precisamente en que no resuelve la dialéctica entre la
pluralidad (mónadas, puntos de vista) y la unida (comunidad, estructuras,
ideologías generales...). Claro, me parece que esta falta de resolución entre
lo particular y universal en la teoría del punto de vista se reintroduce constantemente
en el pensamiento social, y por ejemplo en un movimiento tan importante como el
feminismo, en base a la temática de la "visión de género". La “visión
de género” que reivindica la importancia de lo particular para la mujer, por
otro lado, la restringiría hacia falta de universalidad y dificultad perpetua
para ser comprendida por el género opuesto; es decir, lo particular femenino
aspira a ser reconocido como universalidad (en plenitud de derechos y equidad)
pero se mantiene como una particularidad bajo el argumento del punto de vista
de género.
La
resolución de esta tensión, entre particular y universal se imagina
generosamente en el marxismo, bajo el concepto del proletariado (una clase
particular con cadenas radicales e intereses de emancipación universal). Sin
embargo, la contradicción inherente entre un punto de vista particular y
universal no fue finalmente resuelta, como lo intentó Lukács mediante un
planteamiento sencillo, por un recurso rápido hacia las virtudes de la
conciencia de clase proletaria[18].
La historia mostró lo fácil que ha sido caer en la mistificación de la
conciencia de la clase proletaria, fenómeno que arrastra hasta a muchos de sus talentosos
representantes, incluido Lukács atrapado entre las redes del estalinismo.
El
estalinismo estableció una dictadura y en esa posición representa una forma
feroz de dominio de la capital sobre las provincias, precisamente, porque el
asiento del poder del Estado somete con puño de hierro. En ese sentido, el
estalinismo es la muestra de que la centralización, y su punto de vista genera
operaciones monstruosas. El estalinismo promovió una urbanización forzada de la nación y un salvaje desplazamiento
del campesino; por lo que el desnivel entre ciudad y campo resultó un proceso
devorador del campo. En esa experiencia,
nos encontramos con el centro devorador, repetición de evento absolutista, habitando
en la persona del emperador de facto (caricaturizada
por el líder comunista) y donde el epicentro se convierte en un “agujero negro”
de la física política, succionando y aniquilando la provincia, sin que se salve
ni la cuna del dictador[19].
En ese extremo, la capital de un país sometido al absolutismo también funciona
cual provincia y todavía más tétrica y vacía, pues está supeditada a la proximidad
aplastante del Poder; la capital ni siquiera conserva la ventaja de una
lejanía, entonces Moscú no poseía ventajas notables ante Kamchatka, ese rincón
extremo de la geografía rusa.
Imposible la desaparición de una (verdadera)
capital
Un
vistazo rápido al Estado (desde siglos inmemoriales) indica que la capital no
desaparece ni muere, simplemente se metamorfosea, viaja o agoniza, pero nunca
muere. Durante las guerras civiles, los bandos contrincantes alcanzan a definir
su propia capital transitoria, fuera del centro tradicional del poder. Y bajo
tales transes bélicos, no por ello el provincianismo desaparece, aunque quizá
agonice la creencia en la superioridad de un centro. Mientras pervive el país y
su Estado, sobrevivirá la capital. El colapso de una verdadera capital depende
de la disolución del país, la recaída perpetua del entorno. Eso sucede con
Roma, y el Imperio Romano completo se derrumba, y tras la hecatombe completa
del cuerpo también la magnífica capital decae durante siglos, pues sin cuerpo
no hay cabeza. Paradójicamente, si Roma queda inútil como capital material,
revive casi de inmediato como el eje de un nuevo continente espiritual al
servir de aglutinador para el cristianismo y ofrece otro vértice como Sede
religiosa. Existe una diferencia cualitativa entre un centro sagrado y uno de
poder, aunque se confunden, cuando están en un mismo sitio y se suceden[20].
Esa continuidad repite la sucesión de culturas, países y civilizaciones que
siguen asentándose sobre la misma capital, tal como Tenochtitlán ha sido reconvertida
en Ciudad de México.
Sin
asumir una fatalidad, la resistencia a la muerte de las capitales posee
diversas y extrañas figuras: su renacimiento distante, su conservación en la
memoria, su disfraz perpetuo… Ahora bien, la situación como capital implica una
función directa, relación de uno a uno, donde únicamente existe una cabeza; sin
embargo, un gran conflicto o invasión dividen el poder de un país. Cuando los Estados
y su poder quedan divididos se inventan capitales duales, espejos de la comunidad
desgarrada, de tal modo que una flama doble se agita, bajo la disyuntiva entre
una separación perpetua o una resolución mediante las armadas. En el México del
año 1865 (a la mitad aritmética entre el inicio de la intervención francesa y su
final con un fusilamiento del Emperador), cuando parecía triunfar el invasor
francés, las mínimas esperanzas de una república buscando sobrevivir se
embarcan en una pequeña carreta y su gobierno huyen del acoso militar. La Ciudad
de México (antigua sede azteca y centro virreinal) parecía sometida al capricho
francés, donde se observaba una metamorfosis hacia una capital imperial,
dominada desde un castillo aristocrático. La capital del imperio se asienta en
la gran Ciudad de México, mientras la capital republicana parece un fantasma
viajero; pero la resistencia de ese “fantasma viajero” eludía con éxito a la
fuerza bruta que buscaba aplastarlo, y persistía como viento imposible de
atrapar. En un par de años se descubre que la ilusión consiste en poner a la Ciudad
de México como cabeza del imperio y no de la República. Incluso
parecía inferior a un “fantasma viajero” ese gobierno de Benito Juárez durante
la huida de epopeya, empujado por derrotas militares hasta el desierto mismo en
la frontera Norte. Las derrotas militares de Chihuahua condujeron al Presidente
Juárez hasta el punto cero de la nación, la frontera convertida en arenas del
desierto donde escapa del ejército francés[21].
El asentamiento
de la capital nacional se reduce de golpe hasta cristalizar en una persona
solitaria que es el Presidente derrotado, convertido en el eje de una retirada y
empujado hasta el crisol de la nada: la frontera como borde final de la nación.
Me gusta, la narración casi de ficción, pues el poder nacional fugitivo se
convierte en el “fantasma viajero”, que en su transparencia arropa el último
vestigio de una nación, la cual está a punto de quedar derrotada y desaparecer,
como la arena dentro del reloj fenece sin dejar huella. Las arenas desérticas
se convierten en el signo inequívoco de una frontera, y el lado mexicano en ese
terreno confluente parece desaparecer, para quedar convertido en arena de
olvido. No es un detalle menor indicar que Juárez es de cuna indígena y
proviene de una provincia por completo atrasada, así encarna la paradoja de la
existencia periférica capaz de mantener la rienda crucial en la hora más
difícil. Porque, debemos aclarar, en ese trance la característica nacional de
México amenaza con desaparecer, bajo el sello de un imperio… pero la nación renace
de sus cenizas como el ave fénix y, a la vuelta de dos años, regresa Juárez para
restaurar a la República y restablecer la antigua capital.
NOTAS:
[2] Aunque una ciudad no esté en el vórtice del futuro y, al contrario está en
la posición opuesta, como baluarte del pasado, por ejemplo Venecia, la ciudad puede
poseer enorme significado y magia, como acontece con Venecia. MARÍAS, Javier, Pasiones pasadas.
[4] De modo simultáneo, la urbanización moderna implica una fortaleza mezclada
con fragilidad. Cf. BERMAN, Marshall, Todo
lo sólido se desvanece en el aire.
[6] Claro, que esa es una definición que se denuncia, pues es surgida de una
condición de opresión del interior por el centro, que se debe superar al
comprenderse. El acomplejado neoliberal siguiendo servilmente los dictados
globales es la repetición de ese provincialismo acomplejado.
[7] Un ejemplo de esta perspectiva es Jean Baudrillard, quien pretende
etiquetar al materialismo histórico -la teoría misma y no sólo las personas de
Marx y Engels- como parte integral de una visión etnocentrista (casi paráfrasis
para racista), porque universaliza el modelo de la producción, proyectando el
concepto de modo de producción y trabajo a las sociedades precapitalistas,
cuando solamente Braudillard con su interpretación del signo y su
"intercambio simbólico" ha encontrado el secreto. Cf. BAUDRILLARD, Jean,
El espejo de la producción.
[9] Por ejemplo, se ha elaborado una crítica económica contra el predominio de
las metrópolis, como una variante marxista enfocada a la dependencia. Cfr. MARINI,
Ruy Mauro, Dialéctica de la dependencia.
[10] Esa crítica al eurocentrismo también la lanza un Gunder Frank tardío, tal
como lo señala Giovanni Arrighi, El mundo
según André Gunder Frank.
[11] Según Hegel por las oposiciones enajenadas del espíritu humano en proceso
de superación, según Marx por el antagonismo de interesas materiales
personalizados en clases sociales.
[13] Es evidente la predilección de los historiadores por su entorno, porque lo
dominan y les da significado, aunque sean precisos, pero al sintetizar la
periferia queda marginada. Cfr. THOMPSON, David, Historia mundial de 1914 a 1968.
[14] Por ejemplo, el centro es la residencia natural
del panóptico, sistema carcelario de control desde el centro de la prisión. Vigilar y castigar.
[15] MARX, Karl, El capital, tomo I.
La más simple división del trabajo requiere de una coordinación, en ese sentido
de un centro. También habría que retomar el tema de juegos y observar la
posición espontáneamente estratégica del centro en los procesos de flujo, lo
cual también demostraría que el Poder no inventa en centro, sino que lo
persigue como posición ventajosa. En fin, la geometría y el espacio se apropian
no se crean.
[16] En buena medida, el proyecto es el tránsito desde la materialidad
industrial del marxismo hacia una producción simbólica donde domina el consumo
mediante el sistema de objetos. Cfr. BAUDRILLARD, Jean, El espejo de la producción y Economía
política del signo.
[19] La represión contra sus paisanos de Georgia fue una de las primeras señales
del alud dictatorial que vendría con Stalin. Cfr. TROTSKY, León, Stalin.
[20] Mircea Eliade nos explica la importancia del concepto de centro en el espacio religioso,
indicando que éste siempre es un
centro, a manera de vértice donde desaparece el espacio material-profano y se
incrusta el espacio espiritual-sagrado, de tal modo que se debe confinar y
someter a un sistema ritual. Cfr. ELIADE, Mircea, Diccionario de las religiones.
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